Me viene, hay dĂas, una gana ubĂ©rrima, polĂtica,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultĂłse en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar
y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remendar a los niños y a los genios.
Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al mundo,
tratando de serle Ăștil en
lo que puedo, y tambiĂ©n quiero muchĂsimo
lavarle al cojo el pie,
y ayudarle a dormir al tuerto prĂłximo.
ÂĄAh querer, Ă©ste, el mĂo, Ă©ste, el mundial,
interhumano y parroquial, proyecto!
Me viene a pelo
desde el cimiento, desde la ingle pĂșblica,
y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impĂĄvido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.
Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazĂłn, querrĂa
ayudar a reĂr al que sonrĂe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadĂĄndolos,
comprarle al vendedor,
ayudar a matar al matador -cosa terrible-
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo.