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Louie Clamor May 2016
Napadaan ako sa isang perya
Naghahanap ng mga munting ngiti at saya
Sa mga nakakamanghang ilaw na tila mga bituin
Makaalis lamang sa paglamon ng dilim
Makaiwas sa ngiting bitin

Sa aking pagikot,
Napansin ko yung mga ngiti
Ngiti ng mga taong puti at may pulang labi
Kasiyahan dumaloy sa kanilang muka
Tunay ba kahit pagtalikod nila?

Isa’y pinagmasdan
Tinitigang mabuti ang mukang puti
Aking napansin ang isang ngiti ng muka’y nakapaskil
at isang mukang umiiyak na tila walang ****
Sa mga taong hindi nakakapansin

Munting payaso
Umiiyak nga ba o tumatawa?
Magaling magtago ng tunay na nararamdam
Na halos kaunti lang ang nakadadama
Ikaw, mapapansin mo kaya?
Umiiyak ang dilag nang walang patid
Kasama ang dugo at basahan sa sahig
Nais kong mabatid
Ano ang nagdulot sa nadaramang sakit?
Binunyag ng kanyang mga mata
Walang puknat na pagsisisi ni isa
Hindi na alam kung ligaya ba o pighati
Dahil ngayon alam niyang tapos na ang lahat
Pakiwari niya
Natutulog na ang mga alon
Noon siya ay nilulunod 
Naghuhumiyaw na damdamin puno ng hinagpis
Gusto niyang isigaw sa hangin
Ngayon kailangan na niyang linisin
Niyurak na pagkatao dahandahan bubuuin
Pinira-piraso
Ngumiti siya na para bang payaso
Isinilid niya sa sako
Kahit gusto man niyang maglaho
Ang amoy nitong mabaho
Nanatili pa rin sa damit niya
Parang bang tumitiling aso
Sinuyod ang masukal na gubat
Tinunton ang malalim na balon
Puno na ng lumot 
Doon niya inihulog
Ngayon basahan ng mga kumot
At ang bangkay ng ama
Kasama ng kaluluwa niyang
Hinalay nang walang awa




-Tula VI, Margaret Austin Go
El césped. Desde la tribuna es un tapete verde. Liso, regular,
aterciopelado, estimulante. Desde la tribuna quizá crean que,
con semejante alfombra, es imposible errar un gol y mucho menos errar
un pase. Los jugadores corren como sobre patines o como figuras de
ballet. Quien es derrumbado cae seguramente sobre un colchón de
plumas, y si se toma, doliéndose, un tobillo, es porque el gesto
forma parte de una pantomima mayor. Además, cobran mucho dinero
simplemente por divertirse, por abrazarse y treparse unos sobre otros
cuando el que queda bajo ese sudoroso conglomerado hizo el gol
decisivo. O no decisivo, es lo mismo. Lo bueno es treparse unos sobre
otros mientras los rivales regresan a sus puestos, taciturnos, amargos,
cabizbajos, cada uno con su barata soledad a cuestas. Desde la tribuna
es tan disfrutable el racimo humano de los vencedores como el drama
particular de cada vencido. Por supuesto, ciertos avispados
espectadores siempre saben cómo hacer la jugada maestra y no
acaban de explicarse, y sobre todo de explicarlo a sus vecinos, por
qué este o aquel jugador no logra hacerla. Y cuando el
árbitro sanciona el penal, el espectador avispado también
intuye hacia qué lado irá el tiro, y un segundo
después, cuando el balón brinca ya en las redes, no
alcanza a comprender cómo el golero no lo supo. O acaso
sí lo supo y con toda deliberación se arrojó al
otro palo, en un alarde de masoquismo o venalidad o estupidez
congénita. Desde la tribuna es tan fácil. Se conoce la
historia y la prehistoria. O sea que se poseen elementos suficientes
como para comparar la inexpugnable eficacia de aquel zaguero
olímpico con la torpeza del patadura actual, que no acierta
nunca y es esquivado una y mil veces. Recuerdo borroso de una
época en que había un centre-half y un centre-forward,
cada uno bien plantado en su comarca propia y capaz de distribuir el
juego en serio y no jugando a jugar, como ahora, ¿no? El
espectador veterano sabe que cuando el fútbol se
convirtió en balompié y la ball en pelota y el dribbling
en finta y el centre-half en volante y el centre-forward en alma en
pena, todo se vino abajo y ésa es la explicación de que
muchos lleven al estadio sus radios a transistores, ya que al menos
quienes relatan el partido ponen un poco de emoción en las
estupendas jugadas que imaginan. Bueno, para eso les pagan,
¿verdad? Para imaginar estupendas jugadas y está bien.
Por eso, cuando alguien ha hecho un gol y después de los abrazos
y pirámides humanas el juego se reanuda, el locutor
idóneo sigue colgado de la "o" de su gooooooool, que en realidad
es una jugada suya, subjetiva, personal, y no exactamente del delantero
que se limitó a empujar con la frente un centro que, entre todas
las otras, eligió su cabeza. Y cuando el locutor idóneo
llega por fin al desenlace de la "ele" final de su gooooooool privado,
ya el árbitro ha señalado un orsai que favorece,
¿por qué no?, al locatario.

Es bueno contemplar alguna vez la cancha desde aquí, desde lo
alto. Así al menos piensa Benjamín Ferrés,
veintitrés años, digamos delantero de un Club Chico,
alguien últimamente en alza según los cronistas
deportivos más estrictos, y que hoy, después de empatarle
al Club Grande y ducharse y cambiarse, no se fue del estadio con el
resto del equipo y prefirió quedarse a mirar, desde la tribuna
ya vacía (sólo quedan los cafeteros y heladeros y
vendedores de banderitas, que recogen sus bártulos o tal vez
hacen cuentas) aquel campo en el que estuvo corriendo durante noventa
minutos e incluso convirtió uno, el segundo, de los dos goles
que le otorgan al Club Chico eso que suele llamarse un punto de oro.
Sí, desde aquí arriba el césped es una alfombra,
casi un paño verde como el del casino, con la importante
diferencia de que allá los números son fijos,
permanentes, y aquí (él, por ejemplo, es el ocho) cambian
constantemente de lugar y además se repiten. A lo mejor con el
flaco Suárez (que lleva el once prendido en la espalda)
podrían ser una de las parejas negras. O no. Porque de ambos,
sólo el Flaco es oscurito.

Ahora se levanta un viento arisco y las gradas de cemento son
recorridas por vasos de plástico, hojas de diario, talones de
entradas, almohadillas, pelotas de papel. Remolinos casi fantasmales
dan la falsa impresión de que las gradas se mueven, giran,
bailotean, se sacuden por fin el sol de la tarde. Hay papeles que suben
las escaleras y otros que se precipitan al vacío. A
Benjamín (Benja, para la hinchada) le sube una bocanada de
desconsuelo, de extraña ansiedad al enfrentarse, ¿por
primera vez?, con la quimera de cemento en estado de pureza (o de
basura, que es casi lo mismo) y se le ocurre que el estadio
vacío, desolado, es como un esqueleto de multitud, un eco
fantasmal de esa misma muchedumbre cuando ruge o aplaude o insulta o
agita banderas. Se pregunta cómo se habrá visto su gol
desde aquí, desde esta tribuna generalmente ocupada por las
huestes del adversario. Para los de abajo en la tabla, el estadio
siempre es enemigo: miles y miles de voces que los acosan, los
persiguen, los hunden, porque generalmente el que juega aquí, el
permanente locatario, es uno de los Grandes, y los de abajo sólo
van al estadio cuando les toca enfrentarlos, y en esas ocasiones apenas
si acarrean, en el mejor de los casos, algunos cientos de
fanáticos del barrio, que, aunque se desgañitan y agitan
como locos su única y gastada bandera, en realidad no cuentan,
es imposible que tapen, desde su islote de alaridos, el gran rugido de
la hinchada mayor. Desde abajo se sabe que existen, claro, y eso es
bueno, y de vez en cuando, cuando se suspende el juego por
lesión o por cambio de jugadores, los del Club Chico van con la
mirada al encuentro de aquel rinconcito de tribuna donde su bandera
hace guiños en clave, señales secretas como las del
truco. Y ésta es la mejor anfetamina, porque los llena de
saludable euforia y además no aparece en los controles
antidopping.

Hoy empataron, no está mal, se dice Benja, el número
ocho. Y está mejor porque todos sus huesos están enteros,
a pesar de la alevosa zancadilla (esquivada sólo por
intuición) que le dedicaran en el toletole previo al primer gol,
dos segundos antes de que el Colorado empujara nuevamente la globa con
el empeine y la colocara, inalcanzable, junto al poste izquierdo.
Después de todo, la playa es mía. Desde hace quince
años la vengo adquiriendo en pequeñas cuotas. Cuotas de
sol y dunas. Todos esos prójimos, prójimas y projimitos
que se ven tendidos sobre las rocas o bajo las sombrillas o corriendo
tras una pelota de engañapichanga o jugando a la paleta en una
cancha marcada en la arena con líneas que al rato se borran,
todos esos otros, están en la playa gracias a que yo les permito
estar. Porque la playa es mía. Mío el horizonte con
toninas remotas y tres barquitos a vela. Míos los peces que
extraen mis pescadores con mis redes antiguas, remendadas. El aire
salitroso y los castillos de arena y las aguas vivas y las algas que ha
traído la penúltima ola. Todo es mío.
¿Qué sería de mí, el número ocho,
sin estas mañanas en que la playa me convence de que soy libre,
de que puedo abrazar esta roca, que es mi roca mujer o tal vez mi roca
madre, y estirarme sin otros límites que mi propio límite
o hasta que siento las tenazas del cangrejo barcino sobre mi dedo
gordo? Aquí soy número ocho sin llevarlo en la espalda.
Soy número ocho sencillamente porque es mi identidad. Un cura o
un teniente o un payaso no necesitan vestir sotana o uniforme o traje
de colores para ser cura o teniente o payaso. Soy número ocho
aunque no lo lleve dibujado en el lomo y aunque ningún botija se
arrime a pedirme autógrafos, porque sólo se piden
autógrafos a los de los Clubes Grandes. Y creo que siempre
seré de Club Chico, porque me gusta amargarles la fiesta, no a
los jugadores que después de todo son como nosotros, sólo
que con más suerte y más guita, ni siquiera a la hinchada
grande por más que nos insulte cuando hacemos un fau y festeje
ruidosamente cuando el otro nos propina un hachazo en la canilla. Me
gusta arruinarles la fiesta, sobre todo a los dirigentes, esos
industriales bien instalados en su cochazo, en su piso de la Rambla y
en su mondongo, señores cuya gimnasia sabatina o dominical
consiste en sentarse muy orondos, arriba en el palco oficial, y desde
ahí ver cómo allá abajo nos reventamos, nos
odiamos, nos derretimos en sudores, y cuando sus jugadores ganan,
condescienden a llegar al vestuario y a darles una palmadita en el
hombro, disimulando apenas el asco que les provoca aquella piel
todavía sudada, y en cambio, cuando sus jugadores pierden, se
van entonces directamente a su casa, esta vez por supuesto sin ocultar
el asco. En verdad, en verdad os digo que yo ignoro si hacen eso, pero
me lo imagino. Es decir, tengo que imaginarlo así, porque una
cosa son las instrucciones del entrenador, que por supuesto trato de
cumplir si no son demasiado absurdas, y otra cosa son las instrucciones
que yo me doy, verbigracia vamo vamo número ocho hay que aguarle
la fiesta a ese presidente cogotudo, jactancioso y mezquino, que viene
al estadio con sus tres o cuatro nenes que desde ya tienen caritas de
futuros presidentes cogotudos. Bueno, no sé ni siquiera si tiene
hijos, pero tengo que imaginarlo así porque soy el número
ocho, insustituible titular de un Club Chico y, ya que cobro poco,
tengo que inventarme recompensas compensatorias y de esas recompensas
inventadas la mejor es la posibilidad de aguarle la fiesta al cogotudo
presidente del Grande, a fin de que el lunes, cuando concurra a su
Banco o a su banca, pase también su vergüenza rica, su
vergüenza suntuosa, así como nosotros, los que andamos en
la segunda mitad de la tabla, sufrimos, cuando perdemos, nuestra
vergüenza pobre. Pero, claro, no es lo mismo, porque los Grandes
siempre tienen la obligación de ganar, y los Chicos, en cambio,
sólo tenemos la obligación de perder lo menos posible. Y
cuando no ganamos y volvemos al barrio, la gente no nos mira con
menosprecio sino con tristeza solidaria, en tanto que al presidente
cogotudo, cuando vuelve el lunes a su Banco o a su banca, la gente, si
bien a veces se atreve a decirle qué barbaridad doctor porque
ustedes merecieron ganar y además por varios goles, en realidad
está pensando te jodieron doctor qué salsa les dieron
esos petizos. Por eso a mí no me importa ser número ocho
titular y que no me pidan autógrafos aquí en la playa ni
en el cine ni en Dieciocho. Los partidos no se ganan con
autógrafos. Se ganan con goles y ésos los sé
hacer. Por ahora al menos. También es un consuelo que la playa
sea mía, y como mía pueda recorrerla descalzo, casi
desnudo, sintiendo el sol en la espalda y la brisa en los ojos, o
tendiéndome en las rocas pero de cara al mar, consciente de que
atrás dejo la ciudad que me espía o me protege,
según las horas y según mi ánimo, y adelante
está esa llanura líquida, infinita, que me lame, me
salpica, a veces me da vértigo y otras veces me brinda una
insólita paz, un extraño sosiego, tan extraño que
a veces me hace olvidar que soy número ocho.
Alejandra. Lo extraño había sido que Benja conociera sus
manos antes que su rostro, o mejor aún, que se enamorara de sus
manos antes que de su rostro. Él regresaba de San Pablo en un
vuelo de Pluna. El equipo se había trasladado para jugar dos
amistosos fuera de temporada, pero Benja sólo había
participado en el primero porque en una jugada tonta había
caído mal y el desgarramiento iba a necesitar por lo menos cinco
días de cuidado, así que el preparador físico
decidió mandarlo a Montevideo para que allí lo atendieran
mejor. De modo que volvía solo. A la media hora de vuelo se
levantó para ir al baño y cuando regresaba a su sitio
tuvo la impresión de ser mirado pero él no miró.
Simplemente se sentó y reinició la lectura de Agatha
Christie, que le proponía un enigma afilado, bienhumorado y
sutil como todos los suyos.

De pronto percibió que algo singular estaba ocurriendo. En el
respaldo que estaba frente a él apareció una mano de
mujer. Era una mano delgada, de dedos largos y finos, con uñas
cuidadas pero sin color. Una mano expresiva, o quizá que
expresaba algo, pero qué. A los dos o tres minutos hizo
irrupción la otra mano, que era complementaria pero no igual.
Cada mano tenía su carácter, aunque sin duda
compartían una inquietante identidad. Benja no pudo continuar su
lectura. Adiós enigma y adiós Agatha. Las manos se
movían con sobriedad, se rozaban a veces. Él
imaginó que lo llamaban sin llamarlo, que le contaban una
historia, que le ofrecían respuestas a interrogantes que
aún no había formulado; en fin, que querían ser
asidas. Y lo más preocupante era que él también
quería asirlas, con todos los riesgos que un acto así
podía implicar, verbigracia que la dueña de aquellas
manos llamara inmediatamente a la azafata, o se levantara, enfrentada a
su descaro, y le propinara una espléndida bofetada, con toda la
vergüenza, adicional y pública, que semejante castigo
podía provocar. Hasta llegó a concebir, como un destello,
un título, a sólo dos columnas (porque era número
ocho, pero sólo de un Club Chico): conocido futbolista uruguayo
abofeteado en pleno vuelo por dama que se defiende de agresión
******.

Y sin embargo las manos hablaban. Sutiles, seductoras,
finísimas, dialogaban uña a uña, yema a yema, como
creando una espera, construyendo una expectativa. Y cuando fue ordenado
el ajuste de los cinturones de seguridad, desaparecieron para cumplir
la orden, pero de inmediato volvieron a poblar el respaldo y con ello a
convocar la ansiedad del número ocho, que por fin decidió
jugarse el todo por el todo y asumir el riesgo del ridículo, el
escándalo y el titular a dos columnas que acabaran con su
carrera deportiva. De modo que, tomada la difícil
decisión y tras ajustarse también él el
cinturón, avanzó su propia mano hacia los dedos
cautivantes, que en aquel preciso momento estaban juntos. Notó
un leve temblor, pero las manos no se replegaron. La suya
prolongó aquel extraño contacto por unos segundos, luego
se retiró. Sólo entonces las otras manos desaparecieron,
pero no pasó nada. No hubo llamada a la azafata ni bofetada.
Él respiró y quedó a la espera. Cuando el
avión comenzaba el descenso, una de las manos apareció de
nuevo y traía un papel, más bien un papelito, doblado en
dos. Benja lo recogió y lo abrió lentamente. Conteniendo
la respiración, leyó: 912437.

Se sintió eufórico, casi como cuando hacía un gol
sobre la hora y la hinchada del barrio vitoreaba su nombre y él
alzaba discretamente un brazo, nada más que para comunicar que
recibía y apreciaba aquel apoyo colectivo, aquel afecto, pero
los compañeros sabían que a él no le gustaba toda
esa parafernalia de abrazos, besos y palmaditas en el trasero, algo que
se había vuelto habitual en todas las canchas del mundo.
Así que cuando metía un gol sólo le tocaban un
brazo o le hacían desde lejos un gesto solidario. Pero ahora,
con aquel prometedor 912437 en el bolsillo, descendió del
avión como de un podio olímpico y diez minutos
después pudo mirar discretamente hacia la dueña de las
manos, que en ese instante abría su valija frente al funcionario
aduanero, y Benja comprobó que el rostro no desmerecía la
belleza y la seducción de las manos que lo habían enamorado.
Benja y Martín se encontraron como siempre en la pizzería
del sordo Bellini. Desde que ambos integraran el cuadrito juvenil de La
Estrella habían cultivado una amistad a prueba de balas y
también de codazos y zancadillas. Benja jugaba entonces de
zaguero y sin embargo había terminado en número ocho.
Martín, que en la adolescencia fuera puntero derecho, más
tarde (a raíz de una sustitución de emergencia, tras
lesiones sucesivas y en el mismo partido del golero titular y del
suplente) se había afincado y afirmado en el arco y hoy era uno
de los guardametas más cotizados y confiables de Primera A.

El sordo Bellini disfrutaba plenamente con la presencia de los dos
futbolistas. Él, que normalmente no atendía las mesas
sino que se instalaba en la caja con su gorra de capitán de
barco, cuando Martín y Benja aparecían, solos o
acompañados, de inmediato se arrimaba solícito a dejarles
el menú, a recoger los pedidos, a recomendarles tal o cual plato
y sobre todo a comentar las jugadas más notables o más
polémicas del último domingo.

Era algo así como el fan particular de Benja y Martín y
su caballito de batalla era hacerles bromas c
Los circos trashumantes,
de lamido perrillo enciclopédico
y desacreditados elefantes,
me enseñaron la cómica friolera
y las magnas tragedias hilarantes.
El aeronauta previo,
colgado de los dedos de los pies,
era un bravo cosmógrafo al revés
que, si subía hasta asomarse al Polo
Norte, o al Polo Sur, también tenía
cuestiones personales con Eolo.
Irrumpía el payaso
como una estridencia
ambigua, y era a un tiempo
manicomio, niñez, golpe contuso,
pesadilla y licencia.
Amábanlo los niños
porque salía de una bodega mágica
de azúcares. Su faz sólo era trágica
por dos lágrimas sendas de carmín.
Su polvorosa apariencia toleraba
tenerlo por muy limpio o por muy sucio,
y un cónico bonete era la gloria
inestable y procaz de su occipucio.
El payaso tocaba a la amazona
y la hallaba de almendra,
a juzgar por la mímica fehaciente
de toda su persona
cuando llevaba el dedo temerario
hasta la lengua cínica y glotona.
Un día en que el payaso dio a probar
su rastro de amazona al ejemplar
señor Gobernador de aquel Estado,
comprendí lo que es
Poder Ejecutivo aturrullado.
¡Oh remoto payaso: en el umbral
de mi infancia derecha
y de mis virtudes recién nacidas
yo no puedo tener una sospecha
de amazonas y almendras prohibidas!
Estas almendras raudas
hechas de terciopelos y de trinos
que no nos dejan ni tocar sus caudas...
Los adioses baldíos
a las augustas Evas redivivas
que niegan la migaja, pero inculcan
en nuestra sangre briosa una patética
mendicidad de almendras fugitivas...
Había una menuda cuadrumana
de enagüilla de céfiro
que, cabalgando por el redondel
con azoros de humana,
vencía los obstáculos de inquina
y los aviesos aros de papel.
Y cuando a la erudita
cavilación de Darwin
se le montaba la enagüilla obscena,
la avisada monita
se quedaba serena.
como ante un espejismo,
despreocupada lastimosamente
de su desmantelado transformismo.
La niña Bell cantaba:
«Soy la paloma errante»;
y de botellas y de cascabeles
surtía un abundante
surtidor de sonidos
acuáticos, para la sed acuática
de papás aburridos,
nodriza inverecunda
y prole gemebunda.
¡Oh memoria del circo! Tú te vas
adelgazando en el frecuente síncope
del latón sin compás;
en la apesadumbrada
somnolencia del gas;
en el talento necio
del domador aquel que molestaba
a los leones hartos, y en el viudo
oscilar del trapecio...
梅香 May 2020
hindi naman ako tanga
upang sa inyo pa ay humanga
kung ang kahirapan ngayon ay bunga
ng pagtatakip ninyo ng inyong mga tainga.

alipin man sa pang-aabuso,
pamahalaan man ay payaso;
paniniwalaan ko pa rin ang mahinang proseso
balang araw makakarating rin tayo sa paraiso.
KRRW Jul 2020
Maria Ressa, ano'ng problema?
Ba't hanggang ngayon, mukha pa ring lamanlupa?
Nagkakalat-lagim sa mga balita
Mayro'ng yayari sa'yo.


Ito'y kuwento ng....
....isang BULATE,
TUKMOL sa umaga,
TUOD sa gabi,
Pisngi man niya'y punuin ng kolorete
Mukhang BANGAW pa rin, walang silbi
Ibaon na ang IMPAKTA.


Maria Ressa, ano'ng problema?
Bakit mukha pa ring nayuping pugita
Mga galamay mo panggulo sa media
Mayro'ng yayari sa'yo.


Ito'y kuwento ng....
....mga payaso
fake news sa umaga,
fact-check sa gabi,
mukha nila ay sintigas ng adobe
bungo naman laman ay kamote
Ututin pa ang bunganga


Maria Ressa, ikaw ang problema
Hilig **** magkalat ng maling balita
at kapag sinita biglang magpapaawa
#DefendPressFreedom kuno?!


Ito'y kuwento ng....
....mga bulate
walang voter's I.D.
banyaga kasi
bida-bida, sumasama pa sa rally
wala namang bilang, hindi noypi
i-deport na sa kangkungan


Maria Ressa, walang problema
kahit maglaho pa tulad mo sa media
Marami pang ibang magbibigay ng balita
Walang manghihinayang sa'yo


Ito'y kuwento ng....
....mga bulate!
Date
15 July 2020

Copyright
© Khayri R.R. Woulfe. All rights reserved.

Note
This poem criticizes a public figure, an act that is within the scope of free speech and shall not constitute harassment.
Inspired by Magda of Gloc9/Rico Blanco.
Jun Lit Mar 2018
Naghihintay ang tasa
malinis, walang laman
sa tagpuang mesa
kahapo’y may kabatuhan
ng "¿Hola? at ¡Puñeta!"
at kanina’y may kapalitan
ng "Hello Sir! Wanna? Wanna?"
nasingitan pa saglit
ng malupit, galit sa langit
na si "Arigatou Nakamura"
At nakipag-rigodon
ang mga payaso’t pirata
at mga magnanakaw – mas ganid pa
sa apatnapu ni Alibaba

Nasaan ba si Ina?
Wala na po dito,
nandun na s’ya’t kahalikan
si "Xie xie, Duō shǎo? Ni hao ma?"

Pagkatapos kumulo
ng tubig sa kaldero ng lipunan
inilagay ko ang isang kutsarang
balawbaw ng galapong
nanggaling sa inipong
butil ng kagitingan
mula sa paanan
ng Malarayat na kabundukan
- kaagad-agad ay bumulwak,
nagngangalit na umawas

Kumakalat ang halimuyak
ng kapeng bagong luto
Naiinip na ang tasa
sa tagpuang mesa
ng bayang talisuyo
Kailan kaya may uupo,
yaong hindi bugaw na pinuno
na pagpuputahin ka
kung kani-kanino,
kundi bayaning lingkod
na hindi ka ipagkakanulo?

Kapatid, kahit isang lagok lang,
Malayo ang lakbayin, dapat nang simulan
Ang mahalaga’y kumikilos, humahakbang
Sulong tayo mga Kabayan . . .
To be translated - Brewed Coffee VI
Jun Lit Mar 2021
Ang bayrus ng COVID ay tila makasalanan.
Katulad s’ya ng isang halimaw sa katahimikan,
o isang ministrong mataas ang katungkulan
na aliping tagasunod ng kanyang among si Kamatayan.
Kahit anino pa lamang n’ya’y dulot
ay lubos na takot, katulad ng pinakamadilim
sa mga gabi, o sulok ng guwang
o pinakailaliman ng karagatan.
Kumakatha sa isipan
ng mga kakila-kilabot na nilalang
at pinagagalaw sila ng sabay-sabay
nakaambang silain, lamunin
ang bawat kaluluwa, ang mga dibdib binabaklas
upang nakawin ang mga pusong malinis at wagas -
hinihigop ang lahat ng dugo, bawat patak
sinasaid ang bawat pintig ng natitirang lakas..

Malupit itong coronavirus,
isang haring espada ang batas, ang utos.
May kumakalat na ulop, ang madla’y binabalot;
walang kamalay-malay nilang nasisinghot,
orasyong buhay ka pa’y loob mabubulok.
Sa pintuan, naririnig ang katok:
isang panauhing di-kanais-nais ay gustong pumasok,
isa na namang payapang tahanan,
ang kanyang natuklasan.
Wari’y may samurai na iwinawasiwas
doon, dito, nananabas, walang habas
kapagdaka, lahat ng tila nasugatan, mga biktima
lupaypay, bagsak ay sa ospital, lugmok sa kalungkutan,
kinakapos ng hininga, unti-unting nalulunod mistula,
ng sa baga at lalamunan, ay naiipong sariling plema.

Ang pandemyang ito’y isang salaan
salamin ng lipunan,
isang digmaan, kung saan
mailap ang tagumpay at katapusan
at bawat laban, laging anong sakit, talunan.
Lahat ng uri at sinsin ng pangsala ay taglay:
pusong may kabaitan, sa walang puso’y inihihiwalay
maayos na pag-iisip, ibinubukod sa mga lutang at walwal
matatapat, angat sa mga kurakot sa mga larangan
prinsipe’t pulubi, pilosopong tunay
at mga tagasunod, makata’t mga mang-aawit.
Salaan
ng mga malubhang pagkakamali
ng nakaalpas na pagkakataon
ng mga leksyong dapat pang matutunan
ng mga landas na hindi nakita, at maling tinahak
ng daan tungo sa kaligtasan, anuman ang kanyang kahulugan,
anuman ang halagang kabayaran.

Ang pagkakaliit na bolang ito ay mamamatay na payaso
mapanghati, katulad ng isang salaming nanlalansi, nanloloko
pinag-aaway:
Hilaga laban sa Timog
Silangan laban sa Kanluran
pinakamahihirap sa mga mahihirap
itatapat sa angkan ng kamahalan
at ng mga bago’t biglang-yaman
at ang nasa gitna: Aba! Aba! Isang iglap ay sigaw
“Saan ang Hustisya?”
at hindi naambuhan ng ayuda
kayamanang munti sa panahon ng taghirap
na nang panahon ng sagana’y inismiran, sabay irap
sila umanong nagbubuwis,
bakit ngayon ay nagtitiis?
Parang sina Cain at Abel naghinagpis
Nahihiya ako. Nahihiyang labis.

Ito ang krisis. Takot ay inihahasik.
pinagsasama-sama sa iisang inayawang bayong
ang tila abuloy na pamatid-gutom
na nakamaskara bilang rilip na tulong,
lahat ng kinatatakutan -
pagkawalay,
                         pag-iisa,
kapanglawan,
                                          ­        diskriminasyon,
matinding kalungkutan,
                         pagkakasakit,
                         kamatayan . . .

Labis akong nag-aalala.
Labis akong natatakot.
Ang pagsasalin ko sa Tagalog ng aking tulang Covidophobia
[My translation into Tagalog of my poem Covidophobia] - pp. 92-94 in Kasingkasing Nonrequired Reading in the time of COVID-19 Alternative Digital Poetry Magazine Issue No. 4 (April 2020)
Sobre las mesas, botellas decapitadas de "champagne" con corbatas blancas de payaso, baldes de níquel que trasuntan enflaquecidos brazos y espaldas de "cocottes".

El bandoneón canta con esperezos de gusano baboso, contradice el pelo rojo de la alfombra, imanta los pezones, los ***** y la ***** de los zapatos.

Machos que se quiebran en un corte ritual, la cabeza hundida entre los hombros, la jeta hinchada de palabras soeces.

Hembras con las ancas nerviosas, un poquitito de espuma en las axilas, y los ojos demasiado aceitados.

De pronto se oye un fracaso de cristales. Las mesas dan un corcovo y pegan cuatro patadas en el aire. Un enorme espejo se derrumba con las columnas y la gente que tenía dentro; mientras entre un oleaje de brazos y de espaldas estallan las trompadas, como una rueda de cohetes de bengala.

Junto con el vigilante, entra la aurora vestida de violeta.
SonLy Mar 2020
Poco a poco se borra tu sonrisa
Sientes donde estás parado
Sientes que debes escapar a prisa
Sino quedarás olvidado

Es inútil llorar, correr o gritar
Ya no tienes voz para sus oídos
Percibes cuál es tu realidad
Las palabras ya pierden sentido

Esperas horas, días, meses y años
Por recibir un poco de lo que te ofrecieron
Piensas que es egoísta quejarnos
El vacío llena todas las palabras que te dijeron

Te pierdes cada día intentando volar
Te pierdes en luces, en sombras, en caminos
Mas, tarde o temprano vuelves a aterrizar
Inconscientemente quieres vivir en este martirio

Ya perdiste la cuenta de todas esas veces
En las que curaste almas usando tu alma misma
Te volviste payaso, sabio, tantas estupideces
Sanaron, se fueron, te quitaron partes de tu vida

Surgen personas que hacen que a ti te olviden
Quedas a un lado y creen que tú no lo sabes
Sería mejor si te dijeran eso que no dicen
A tener que ver aquellas verdades parciales

Por eso esperas, porque aún crees
Que vales para que piensen en cómo estás
Para que no seas sólo un pendiente que poseen
Que con revisarlo de vez en cuando baste ya

Esperas respuestas que no llegan
Esperas lo que no deberías esperar
El frío, la soledad y las voces aumentan
Sólo tus oídos te pueden escuchar

Hablas contigo, y con las voces ajenas
Discutes, sabes que también deben opinar
No las reprimas, puede que no valga la pena
Viven en tu cabeza, y por algo ahí deben estar

El tiempo deja de correr en tu corazón
Las angustias relentizan tus palpitos
Las punzadas ahora se sienten por montón
La ansiedad te abraza, se le ha hecho hábito

Sin embargo, nada es para siempre
Aunque estés con esta pena, podrás
No es la primera vez que así te encuentre
Y no será la última vez, ya lo verás

Sabes que nos tenemos a nosotros mismos
Cuando ya no tengamos a nadie más
Cuando caminemos por la calle perdidos
Nuestros oídos siempre nos escucharán

Espera hasta que ya no sepas qué esperar
No olvides que los demás deben sonreír
Y aunque para hacerte reír nadie quiera estar
Reafirma tu esperanza a lo que esté por venir

La depresión siempre ha estado
Ya no la vemos como si fuera un mal
Pues mucho nos ha enseñado
De lo poco que tenemos a valorar

Un día se irá, y quizás la vayamos a extrañar
Pues estuvo cuando no tenías vida
Y cuando la tuviste supo ceder su lugar
Para que  entiendas el porqué de su partida

Quizás te sientas débil y con pocas fuerzas
Pero un día ni eso tuviste para continuar
Sin embargo, luego de años, aquí estás
Aún nos queda muchísimo por caminar

Lo malo de ser bueno puede ser lo más bueno que nos pueda pasar para no llegar a ser malos
Hay demasiada maldad en las calles como para unirse a un movimiento anónimo tan numeroso
La bondad debe resistir aunque sea en un el más pequeño club, uno o dos que estén dispuestos a mucho más...
La sangre corcovea
en todos los rincones, en
el alma superior, en su orgullo,
en los perros con olor a furia.
El ser amado convierte
la humillación en asombro y vengo aquí
para decir que te amo. El domingo
del payaso prueba la desolación.
La emoción contra la pared
espera que la fusilen.
Nuestros cuerpos conocen esa pared.
Es una atadura del sol
que cava y cava.
alaric7 Jan 2018
With a feminine ending dawn converts sullen path,

through up and over any rocks to defeat intoxication.  

      Hence heart never ages beyond repair.  

But his feet slip into girl’s shoes, in your hair barrettes.  

Lean, slender el payaso celebrate a thousand indifferences.  

              Retract into dominance, softly **** smoky lips,

shoulder into black stone lisping darkness honed.  

Into flat cold impressed, lip, lip, lip, lightly.

— The End —