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Al terminar la noche
no queda mucho más
que este café frío
y tu nombre tibio
dando vueltas en mi boca.

Las palabras ya se acostaron
los relojes bostezan
y la ciudad parpadea
como si también soñara con vos.

No sé si mañana vas a estar
pero esta noche
te pensó cada sombra,
te quiso cada pausa,
te escribió cada verso sin apuro.

Y si el mundo se apaga
o se reinventa de golpe,
a mí que no me falte
el milagro
de haberte amado
al terminar la noche.
¡Al terminar la noche!
Fuimos:
la ecuación que Einstein no resolvió,
el verso que Neruda no escribió,
el jardín que Dios olvidó podar.
Ahora solo somos
esa canción que suena a media noche
en la radio de algún auto perdido
mientras la Vía Láctea gira,
indiferente,
sobre nuestro frío."
Fuimos todo siendo nada
Mía fue, como fueron
míos sus besos;
mía, como rosas y versos.

Mía, nunca fue, pero
suyo todavía soy.

Mía, ya no es, lo sé; pero
suyo seré, tal vez
por siempre, o simplemente por hoy.
Mía por la eternidad
Fugas, como estrellas distantes;
nuestro, como bellos instantes.

Fugas, como la noche fría;
bella doncella de piel canela
y ojos de cristal,
como en noche paralela,
canto de ángeles
y sonido angelical.

Nuestro, pero infinito,
como la infinidad del
tiempo, insisto, princesa de labios
sabor a miel. Cada beso tuyo
me hace sentir en un eterno carrusel.

Pintando bajo la luz de la luna
y las estrellas,
con mi pincel, querida musa, a ti soy fiel.

Fugas, como estrellas distantes, nuestro;
solo los instantes.

Palabras que se lleva el viento,
como eterno aliento, tú y yo,
deseando un momento o algo más;
quizás, sin consentimientos,
fugas, pero nuestro.
Si no me encuentras donde solía esperarte,
no pienses que me fui;
tal vez me perdí buscándote en mí mismo.

He sido un mapa sin rutas,
una brújula herida por el norte de tus ojos,
y aun así, caminé.
Caminé con la esperanza
de que el eco de tu voz
algún día me guiara de vuelta.

No quise ser eterno,
solo inolvidable.
No quise que me amaras para siempre,
solo que no me olvidaras tan fácil.

Si no me encuentras,
búscame en las cosas pequeñas:
el silencio entre dos canciones,
el respiro antes de una lágrima,
el temblor leve cuando alguien dice tu nombre.
Allí,
en lo invisible,
me quedé.
David Aguinaga Dec 2024
¿En dónde estás? Te busco; te encuentro;
y te vuelvo a perder.
Te amo; te deseo; pero no te puedo ver.
Te siento; te necesito;
y no te puedo tener.

Te busco en las noches frías,
en el amor que no existía,
y que solo yo sentía.

Te busco; te pienso; te quiero ver;
te busco; te encuentro;
y te vuelvo a perder.
Tus besos fueron mi ley de gravedad:  
una fuerza invisible que me ataba a ti,  
pero el tiempo se estiraba en tu ausencia  
como luz en el borde de un agujero *****.  

Dijiste "todo es relativo"...  
y así fue:  
mis minutos sin ti pesaban siglos,  
mientras tus horas junto a otro  
volaban como fotones.  

Quizás en otro sistema de referencia,  
en un universo paralelo de cuerpos quietos,  
yo era tu centro  
y tú mi estrella fija.  

Pero aquí solo queda  
la ecuación rota de nosotros:  
materia sin energía,  
amor sin tiempo,  
espacio que se expande  
*hacia ninguna parte.
Todo es relativo quizás
En un mundo donde los recuerdos podían guardarse en cristales, vivía un joven llamado Elian, un constructor de memorias. Él no fabricaba casas ni puentes, sino momentos: escenas para que las personas pudieran revivir los instantes más importantes de su vida.

Un día, llegó al taller una muchacha con los ojos como lunas de agua: se llamaba Liora. Había perdido a alguien y quería crear un recuerdo que no doliera al tocarlo. Elian aceptó el encargo, y durante semanas trabajaron juntos, hilando imágenes, risas y atardeceres que ella apenas recordaba.

En ese tiempo, sin querer, sin buscarlo, se enamoraron.

No fue un amor inmediato, sino uno que floreció como una flor de invierno: lento, callado, pero imposible de ignorar.
Elian dejó de fabricar recuerdos para otros. Solo quería vivirlos con ella.

Y así pasaron los años. Rieron, lloraron, se cuidaron. Elian empezó a guardar todos sus momentos juntos en un cristal especial que nunca mostró a nadie. Lo llamaba "el corazón del tiempo", y dentro de él latía su historia de amor.

Pero Liora comenzó a olvidar.

Primero fue su cumpleaños. Luego, el nombre del árbol donde solían recostarse. Y un día, miró a Elian sin reconocerlo.

—¿Nos conocemos? —le preguntó con una ternura que partía el alma.

Elian no lloró frente a ella. Solo asintió y sonrió.

—Tal vez sí, tal vez no… pero puedo contarte una historia, si querés.

Y cada día, Elian le contaba su propia historia de amor, como si fuera un cuento inventado. Le hablaba del joven que amó a una chica de ojos de luna, de los paseos bajo la lluvia, de los silencios compartidos.

Y Liora sonreía, como si algo en su corazón recordara, aunque su mente no pudiera.

Pero el olvido fue implacable. Una noche, Liora cerró los ojos y no volvió a abrirlos. Elian la sostuvo en sus brazos hasta el amanecer, repitiéndole una y otra vez la última frase de su cuento:

—Y si te olvido, ¿me amarás otra vez?

Después de su muerte, Elian rompió el cristal que guardaba su historia. Dejó que los fragmentos se esparcieran por el viento, para que cada pedazo de su amor volara lejos, como semillas de algo eterno.

Nunca volvió a fabricar memorias. Solo caminaba por el mundo, contando su historia a quien quisiera escucharla, con la esperanza de que, en otro lugar, en otro tiempo… Liora volviera a encontrarse con él y se enamorara otra vez.
Hola, soy un pequeño escritor. Saludos a todos.

— The End —