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It'smeAlona Jun 2017
Nang dahil sa'yo ang mundo ko'y tila nagbago
Nagkaroon ng kulay ang dating madilim na mudo

Nang dahil sa'yo nag-iba ang tema ng aking tula
Nabigyang buhay buhat ng tayo'y magkakilala

Nang dahil sa'yo napunan ng saya ang dating malungkot kong mundo
Napalitan ng ngiti ang bawat patak ng luha ko

Nang dahil sa'yo natuto akong maniwala sa sarili ko
Nagkaroon ng tiwala na kaya kong tumayo mula sa aking pagkadapa

Nang dahil sa'yo handa akong sumugal sa hamon ng mundo
Na puno ng pag-asang ito'y malalampasan ko

Sapagkat sa bawat oras na ika'y nais makapiling
Hindi ko magawa dahil sa magkalayo nating daigdig

Nang dahil sayo natutunan kong kumapit
Sapagkat sa minsang sinabi mo sa akin na ako'y gusto mo rin
Handa akong kumapit alang-alang sa iyong sinambit

Nang dahil sa'yo napunan ako ng walang humpay na pagmamahal
Marahil ikaw ang biyaya sa aking buhay ng ating Maykapal

Handa akong maghintay kung kailan ka uli magmamahal ng isang tulad ko
At muling buksan ang iyong pusong lito.
#AKOYMAGHIHINTAY
#NANGDAHILSAYO
mac azanes Sep 2017
Hindi ka nag iisa*.
Kataga na nais ko na malaman mo,
Sa bawat araw na naisip mo ang salitang,
Bakit?

Sa bawat pagdurusa na nilamon ka ng iyong isip,
At mga guni guni na naglalaro sa mga gabi,
Na akala mo ay walang nakaka alala sa iyo,
Mag isip ka.

Ikaw ay pinagpala,
na dumidilat sa umaga.
At makita ang liwanag ng mudo,
At marinig ang awit ng mga ibon.

Wag kang matakot na harapin ang umaga,
wag kang matakot sa sasabihin ng iba.
May sarili kang buhay,
Tulad ng isang ibon na malaya.

Malaya kang gawin ang sisnisigaw ng iyong puso,
damhin ang bawat yakap ng hangin.
At pag masdan ang pag bukadkad ng mga bulakak,
Na tulad mo ay may buhay din.

Wag kang papatanagay sa iyong isip,
At lunurin ka ng mga imahenasyon.
Patuloy kang maglakad,
At sundin ang bawat tibok ng iyong puso.

Maraming nagmamahal sayo,
Wag **** hayaan na makulong ka,
Sa mga pagkabigo,
Dahil ito ang magpapatatag sa iyo.

Lumaban ka,
Dahil inuulit ko.
Sa mundong ito.
Hindi ka nag iisa.
Alev May 2014
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!

Lee todo en: Rima LIII - Poemas de Gustavo Adolfo Bécquer http://www.poemas-del-alma.com/rima-liii.htm#ixzz32XxscF4bVolverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!*

― Gustavo Adolfo Bécquer
Piramidal, funesta de la tierra
nacida sombra, al cielo encaminaba
de vanos obeliscos ***** altiva,
escalar pretendiendo las estrellas;
si bien sus luces bellas
esemptas siempre, siempre rutilantes,
la tenebrosa guerra
que con negros vapores le intimaba
la vaporosa sombra fugitiva
burlaban tan distantes,
que su atezado ceño
al superior convexo aún no llegaba
del orbe de la diosa
que tres veces hermosa
con tres hermosos rostros ser ostenta;
quedando sólo dueño
del aire que empañaba
con el aliento denso que exhalaba.
Y en la quietud contenta
de impero silencioso,
sumisas sólo voces consentía
de las nocturnas aves
tan oscuras tan graves,
que aún el silencio no se interrumpía.
Con tardo vuelo, y canto, de él oído
mal, y aún peor del ánimo admitido,
la avergonzada Nictímene acecha
de las sagradas puertas los resquicios
o de las claraboyas eminentes
los huecos más propicios,
que capaz a su intento le abren la brecha,
y sacrílega llega a los lucientes
faroles sacros de perenne llama,
que extingue, sino inflama
en licor claro la materia crasa
consumiendo; que el árbol de Minerva
de su fruto, de prensas agravado,
congojoso sudó y rindió forzado.
Y aquellas que su casa
campo vieron volver, sus telas yerba,
a la deidad de Baco inobedientes
ya no historias contando diferentes,
en forma si afrentosa transformadas
segunda forman niebla,
ser vistas, aun temiendo en la tiniebla,
aves sin pluma aladas:
aquellas tres oficiosas, digo,
atrevidas hermanas,
que el tremendo castigo
de desnudas les dio pardas membranas
alas, tan mal dispuestas
que escarnio son aun de las más funestas:
éstas con el parlero
ministro de Plutón un tiempo, ahora
supersticioso indicio agorero,
solos la no canora
componían capilla pavorosa,
máximas negras, longas entonando
y pausas, más que voces, esperando
a la torpe mensura perezosa
de mayor proporción tal vez que el viento
con flemático echaba movimiento
de tan tardo compás, tan detenido,
que en medio se quedó tal vez dormido.
Este. pues, triste son intercadente
de la asombrosa turba temerosa,
menos a la atención solicitaba
que al suelo persuadía;
antes si, lentamente,
si su obtusa consonancia espaciosa
al sosiego inducía
y al reposo los miembros convidaba,
el silencio intimando a los vivientes,
uno y otro sellando labio obscuro
con indicante dedo, Harpócrates la noche silenciosa;
a cuyo, aunque no duro, si bien imperioso
precepto, todos fueron obedientes.
El viento sosegado, el can dormido:
éste yace, aquél quedo,
los átomos no mueve
con el susurro hacer temiendo leve,
aunque poco sacrílego ruido,
violador del silencio sosegado.
El mar, no ya alterado,
ni aún la instable mecía
cerúlea cuna donde el sol dormía;
y los dormidos siempre mudos peces,
en los lechos 1amosos
de sus obscuros senos cavernosos,
mudos eran dos veces.
Y entre ellos la engañosa encantadora
Almone, a los que antes
en peces transformó simples amantes,
transformada también vengaba ahora.
En los del monte senos escondidos
cóncavos de peñascos mal formados,
de su esperanza menos defendidos
que de su obscuridad asegurados,
cuya mansión sombría
ser puede noche en la mitad del día,
incógnita aún al cierto
montaraz pie del cazador experto,
depuesta la fiereza
de unos, y de otros el temor depuesto,
yacía el vulgo bruto,
a la naturaleza
el de su potestad vagando impuesto,
universal tributo.
Y el rey -que vigilancias afectaba-
aun con abiertos ojos no velaba.
El de sus mismos perros acosado,
monarca en otro tiempo esclarecido,
tímido ya venado,
con vigilante oído,
del sosegado ambiente,
al menor perceptible movimiento
que los átomos muda,
la oreja alterna aguda
y el leve rumor siente
que aun le altera dormido.
Y en 1a quietud del nido,
que de brozas y lodo instable hamaca
formó en la más opaca
parte del árbol, duerme recogida
la leve turba, descansando el viento
del que le corta alado movimiento.
De Júpiter el ave generosa
(como el fin reina) por no darse entera
al descanso, que vicio considera
si de preciso pasa, cuidadosa
de no incurrir de omisa en el exceso,
a un sólo pie librada fía el peso
y en otro guarda el cálculo pequeño,
despertador reloj del leve sueño,
porque si necesario fue admitido
no pueda dilatarse continuado,
antes interrumpido
del regio sea pastoral cuidado.
¡Oh de la majestad pensión gravosa,
que aun el menor descuido no perdona!
Causa quizá que ha hecho misteriosa,
circular denotando la corona
en círculo dorado,
que el afán es no menos continuado.
El sueño todo, en fin, lo poseía:
todo. en fin, el silencio lo ocupaba.
Aun el ladrón dormía:
aun el amante no se desvelaba:
el conticinio casi ya pasando
iba y la sombra dimidiaba, cuando
de las diurnas tareas fatigados
y no sólo oprimidos
del afán ponderosos
del corporal trabajo, más cansados
del deleite también; que también cansa
objeto continuado a 1os sentidos
aún siendo deleitoso;
que la naturaleza siempre alterna
ya una, ya otra balanza,
distribuyendo varios ejercicios,
ya al ocio, ya al trabajo destinados,
en el fiel infiel con que gobierna
la aparatosa máquina del mundo.
Así pues, del profundo
sueño dulce los miembros ocupados,
quedaron los sentidos
del que ejercicio tiene ordinario
trabajo, en fin, pero trabajo amado
-si hay amable trabajo-
si privados no, al menos suspendidos.
Y cediendo al retrato del contrario
de la vida que lentamente armado
cobarde embiste y vence perezoso
con armas soñolientas,
desde el cayado humilde al cetro altivo
sin que haya distintivo
que el sayal de la púrpura discierna;
pues su nivel, en todo poderoso,
gradúa por esemptas
a ningunas personas,
desde la de a quien tres forman coronas
soberana tiara
hasta la que pajiza vive choza;
desde la que el Danubio undoso dora,
a la que junco humilde, humilde mora;
y con siempre igual vara
(como, en efecto, imagen poderosa
de la muerte) Morfeo
el sayal mide igual con el brocado.
El alma, pues, suspensa
del exterior gobierno en que ocupada
en material empleo,
o bien o mal da el día por gastado,
solamente dispensa,
remota, si del todo separada
no, a los de muerte temporal opresos,
lánguidos miembros, sosegados huesos,
los gajes del calor vegetativo,
el cuerpo siendo, en sosegada calma,
un cadáver con alma,
muerto a la vida y a la muerte vivo,
de lo segundo dando tardas señas
el de reloj humano
vital volante que, sino con mano,
con arterial concierto, unas pequeñas
muestras, pulsando, manifiesta lento
de su bien regulado movimiento.
Este, pues, miembro rey y centro vivo
de espíritus vitales,
con su asociado respirante fuelle
pulmón, que imán del viento es atractivo,
que en movimientos nunca desiguales
o comprimiendo yo o ya dilatando
el musculoso, claro, arcaduz blando,
hace que en él resuelle
el que le circunscribe fresco ambiente
que impele ya caliente
y él venga su expulsión haciendo activo
pequeños robos al calor nativo,
algún tiempo llorados,
nunca recuperados,
si ahora no sentidos de su dueño,
que repetido no hay robo pequeño.
Estos, pues, de mayor, como ya digo,
excepción, uno y otro fiel testigo,
la vida aseguraban,
mientras con mudas voces impugnaban
la información, callados los sentidos
con no replicar sólo defendidos;
y la lengua, torpe, enmudecía,
con no poder hablar los desmentía;
y aquella del calor más competente
científica oficina
próvida de los miembros despensera,
que avara nunca v siempre diligente,
ni a la parte prefiere más vecina
ni olvida a la remota,
y, en ajustado natural cuadrante,
las cuantidades nota
que a cada cual tocarle considera,
del que alambicó quilo el incesante
calor en el manjar que medianero
piadoso entre él y el húmedo interpuso
su inocente substancia,
pagando por entero
la que ya piedad sea o ya arrogancia,
al contrario voraz necio la expuso
merecido castigo, aunque se excuse
al que en pendencia ajena se introduce.
Esta, pues, si no fragua de Vulcano,
templada hoguera del calor humano,
al cerebro enviaba
húmedos, mas tan claros los vapores
de los atemperados cuatro humores,
que con ellos no sólo empañaba
los simulacros que la estimativa
dio a la imaginativa,
y aquesta por custodia más segura
en forma ya más pura
entregó a la memoria que, oficiosa,
gravó tenaz y guarda cuidadosa
sino que daban a la fantasía
lugar de que formase
imágenes diversas y del modo
que en tersa superficie, que de faro
cristalino portento, asilo raro
fue en distancia longísima se veían,
(sin que ésta le estorbase)
del reino casi de Neptuno todo,
las que distantes le surcaban naves.
Viéndose claramente,
en su azogada luna,
el número, el tamaño y la fortuna
que en la instable campaña transparente
arriesgadas tenían,
mientras aguas y vientos dividían
sus velas leves y sus quillas graves,
así ella, sosegada, iba copiando
las imágenes todas de las cosas
y el pincel invisible iba formando
de mentales, sin luz, siempre vistosas
colores. las figuras,
no sólo ya de todas las criaturas
sublunares, mas aun también de aquellas
que intelectuales claras son estrellas
y en el modo posible
que concebirse puede lo invisible,
en sí mañosa las representaba
y al alma las mostraba.
La cual, en tanto, toda convertida
a su inmaterial ser y esencia bella,
aquella contemplaba,
participada de alto ser centella,
que con similitud en sí gozaba.
I juzgándose casi dividida
de aquella que impedida
siempre la tiene, corporal cadena
que grosera embaraza y torpe impide
el vuelo intelectual con que ya mide
la cuantidad inmensa de la esfera,
ya el curso considera
regular con que giran desiguales
los cuerpos celestiales;
culpa si grave, merecida pena,
torcedor del sosiego riguroso
de estudio vanamente juicioso;
puesta a su parecer, en la eminente
cumbre de un monte a quien el mismo Atlante
que preside gigante
a los demás, enano obedecía,
y Olimpo, cuya sosegada frente,
nunca de aura agitada
consintió ser violada,
aun falda suya ser no merecía,
pues las nubes que opaca son corona
de la más elevada corpulencia
del volcán más soberbio que en la tierra
gigante erguido intima al cielo guerra,
apenas densa zona
de su altiva eminencia
o a su vasta cintura
cíngulo tosco son, que mal ceñido
o el viento lo desata sacudido
o vecino el calor del sol, lo apura
a la región primera de su altura,
ínfima parte, digo, dividiendo
en tres su continuado cuerpo horrendo,
el rápido no pudo, el veloz vuelo
del águila -que puntas hace al cielo
y el sol bebe los rayos pretendiendo
entre sus luces colocar su nido-
llegar; bien que esforzando
mas que nunca el impulso, ya batiendo
las dos plumadas velas, ya peinando
con las garras el aire, ha pretendido
tejiendo de los átomos escalas
que su inmunidad rompan sus dos alas.
Las pirámides dos -ostentaciones
de Menfis vano y de la arquitectura
último esmero- si ya no pendones
fijos, no tremolantes, cuya altura
coronada de bárbaros trofeos,
tumba y bandera fue a los Ptolomeos,
que al viento, que a las nubes publicaba,
si ya también el cielo no decía
de su grande su siempre vencedora
ciudad -ya Cairo ahora-
las que, porque a su copia enmudecía
la fama no contaba
gitanas glorias, menéficas proezas,
aun en el viento, aun en el cielo impresas.
Estas que en nivelada simetría
su estatura crecía
con tal disminución, con arte tanto,
que cuánto más al cielo caminaba
a la vista que lince la miraba,
entre los vientos se desaparecía
sin permitir mirar la sutil *****
que al primer orbe finge que se junta
hasta que fatigada del espanto,
no descendida sino despeñada
se hallaba al pie de la espaciosa basa.
Tarde o mal recobrada
del desvanecimiento,
que pena fue no escasa
del visual alado atrevimiento,
cuyos cuerpos opacos
no al sol opuestos, antes avenidos
con sus luces, si no confederados
con él, como en efecto confiantes,
tan del todo bañados
de un resplandor eran, que lucidos,
nunca de calurosos caminantes
al fatigado aliento, a los pies flacos
ofrecieron alfombra,
aun de pequeña, aun de señal de sombra.
Estas que glorias ya sean de gitanas
o elaciones profanas,
bárbaros hieroglíficos de ciego
error, según el griego,
ciego también dulcísimo poeta,
si ya por las que escribe
aquileyas proezas
o marciales, de Ulises, sutilezas,
la unión no le recibe
de los historiadores o le acepta
cuando entre su catálogo le cuente,
que gloría más que número le aumente,
de cuya dulce serie numerosa
fuera más fácil cosa
al temido Jonante
el rayo fulminante
quitar o la pescada
a Alcídes clava herrada,
que un hemistiquio solo
-de los que le: dictó propicio Apolo-
según de Homero digo, la sentencia.
Las pirámides fueron materiales
tipos solos, señales exteriores
de las que dimensiones interiores
especies son del alma intencionales
que como sube en piramidal *****
al cielo la ambiciosa llama ardiente,
así la humana mente
su figura trasunta
y a la causa primera siempre aspira,
céntrico punto donde recta tira
la línea, si ya no circunferencia
que contiene infinita toda esencia.
Estos pues, montes dos artificiales,
bien maravillas, bien milagros sean,
y aun aquella blasfema altiva torre,
de quien hoy dolorosas son señales
no en piedras, sino en lenguas desiguales
porque voraz el tiempo no ]as borre,
los idiomas diversos que escasean
el sociable trato de las gentes
haciendo que parezcan diferentes
los que unos hizo la naturaleza,
de la lengua por solo la extrañeza; .
si fueran comparados
a la mental pirámide elevada,
donde, sin saber como colocada
el alma se miró, tan atrasados
se hallaran que cualquiera
graduara su cima por esfera,
pues su ambicioso anhelo,
haciendo cumbre de su propio vuelo,
en lo más eminente
la encumbró parte de su propia mente,
de sí tan remontada que creía
que a otra nueva región de sí salía.
En cuya casi elevación inmensa,
gozosa, mas suspensa,
suspensa, pero ufana
y atónita, aunque ufana la suprema
de lo sublunar reina soberana,
la vista perspicaz libre de antojos
de sus intelectuales y bellos ojos,
sin que distancia tema
ni de obstáculo opaco se recele,
de que interpuesto algún objeto cele,
libre tendió por todo lo criado,
cuyo inmenso agregado
cúmulo incomprehensible
aunque a la vista quiso manifiesto
dar señas de posible,
a la comprehensión no, que entorpecida
con la sobra de objetos y excedida
de la grandeza de ellos su potencia,
retrocedió cobarde,
tanto no del osado presupuesto
revocó la intención arrepentida,
la vista que intentó descomedida
en vano hacer alarde
contra objeto que excede en excelencia
las líneas visuales,
contra el sol, digo, cuerpo luminoso,
cuyos rayos castigo son fogoso,
de fuerzas desiguales
despreciando, castigan rayo a rayo
el confiado antes atrevido
y ya llorado ensayo,
necia experiencia que costosa tanto
fue que Icaro ya su propio llanto
lo anegó enternecido
como el entendimiento aquí vencido,
no menos de la inmensa muchedumbre
de tanta maquinosa pesadumbre
de diversas especies conglobado
esférico compuesto,
que de las cualidades
de cada cual cedió tan asombrado
que, entre la copia puesto,
pobre con ella en las neutralidades
de un mar de asombros, la elección confusa
equívoco las ondas zozobraba.
Y por mirarlo todo; nada veía,
ni discernir podía,
bota la facultad intelectiva
en tanta, tan difusa
incomprensible especie que miraba
desde el un eje en que librada estriba
la máquina voluble de la esfera,
el contrapuesto polo,
las partes ya no sólo,
que al universo todo considera
serle perfeccionantes
a su ornato no más pertenecientes;
mas ni aun las que ignorantes;
miembros son de su cuerpo dilatado,
proporcionadamente competentes.
Mas como al que ha usurpado
diuturna obscuridad de los objetos
visibles los colores
si súbitos le asaltan resplandores,
con la sombra de luz queda más ciego:
que el exceso contrarios hace efectos
en la torpe potencia, que la lumbre
del sol admitir luego
no puede por la falta de costumbre;
y a la tiniebla misma que antes era
tenebroso a la vista impedimento,
de los agravios de la luz apela
y una vez y otra con la mano cela
de los débiles ojos deslumbrados
los rayos vacilantes,
sirviendo va piadosa medianera
la sombra de instrumento
para que recobrados
por grados se habiliten,
porque después constantes
su operación más firme ejerciten.
Recurso natural, innata ciencia
que confirmada ya de la experiencia,
maestro quizá mudo,
retórico ejemplar inducir pudo
a uno y otro galeno
para que del mortífero veneno,
en bien proporcionadas cantidades,
escrupulosamente regulando
las ocultas nocivas cualidades,
ya por sobrado exceso
de cálidas o frías,
o ya por ignoradas simpatías
o antipatías con que van obrando
las causas naturales su progreso,
a la admiración dando, suspendida,
efecto cierto en causa no sabida,
con prolijo desvelo y remirada,
empírica
Yo, Beremundo el Lelo, surqué todas las rutas
y probé todos los mesteres.
Singlando a la deriva, no en orden cronológico ni lógico -en sin orden-
narraré mis periplos, diré de los empleos con que
nutrí mis ocios,
distraje mi hacer nada y enriquecí mi hastío...;
-hay de ellos otros que me callo-:
Catedrático fui de teosofía y eutrapelia, gimnopedia y teogonía y pansofística en Plafagonia;
barequero en el Porce y el Tigüí, huaquero en el Quindío,
amansador mansueto -no en desuetud aún- de muletos cerriles y de onagros, no sé dónde;
palaciego proto-Maestre de Ceremonias de Wilfredo el Velloso,
de Cunegunda ídem de ídem e ibídem -en femenino- e ídem de ídem de Epila Calunga
y de Efestión -alejandrino- el Glabro;
desfacedor de entuertos, tuertos y malfetrías, y de ellos y ellas facedor;
domeñador de endriagos, unicornios, minotauros, quimeras y licornas y dragones... y de la Gran Bestia.

Fui, de Sind-bad, marinero; pastor de cabras en Sicilia
si de cabriolas en Silesia, de cerdas en Cerdeña y -claro- de corzas en Córcega;
halconero mayor, primer alcotanero de Enguerrando Segundo -el de la Tour-Miracle-;
castrador de colmenas, y no de Casanovas, en el Véneto, ni de Abelardos por el Sequana;
pajecillo de altivas Damas y ariscas Damas y fogosas, en sus castillos
y de pecheras -¡y cuánto!- en sus posadas y mesones
-yo me era Gerineldos de todellas y trovador trovadorante y adorante; como fui tañedor
de chirimía por fiestas candelarias, carbonero con Gustavo Wasa en Dalecarlia, bucinator del Barca Aníbal
y de Scipión el Africano y Masinisa, piloto de Erik el Rojo hasta Vinlandia, y corneta
de un escuadrón de coraceros de Westmannlandia que cargó al lado del Rey de Hielo
-con él pasé a difunto- y en la primera de Lutzen.

Fui preceptor de Diógenes, llamado malamente el Cínico:
huésped de su tonel, además, y portador de su linterna;
condiscípulo y émulo de Baco Dionisos Enófilo, llamado buenamente el Báquico
-y el Dionisíaco, de juro-.

Fui discípulo de Gautama, no tan aprovechado: resulté mal budista, si asaz contemplativo.
Hice de peluquero esquilador siempre al servicio de la gentil Dalilah,
(veces para Sansón, que iba ya para calvo, y -otras- depilador de sus de ella óptimas partes)
y de maestro de danzar y de besar de Salomé: no era el plato de argento,
mas sí de litargirio sus caderas y muslos y de azogue también su vientre auri-rizado;
de Judith de Betulia fui confidente y ni infidente, y -con derecho a sucesión- teniente y no lugarteniente
de Holofernes no Enófobo (ni enófobos Judith ni yo, si con mesura, cautos).
Fui entrenador (no estrenador) de Aspasia y Mesalina y de Popea y de María de Mágdalo
e Inés Sorel, y marmitón y pinche de cocina de Gargantúa
-Pantagruel era huésped no nada nominal: ya suficientemente pantagruélico-.
Fui fabricante de batutas, quebrador de hemistiquios, requebrador de Eustaquias, y tratante en viragos
y en sáficas -algunas de ellas adónicas- y en pínnicas -una de ellas super-fémina-:
la dejé para mí, si luego ancló en casorio.
A la rayuela jugué con Fulvia; antes, con Palamedes, axedrez, y, en época vecina, con Philidor, a los escaques;
y, a las damas, con Damas de alto y bajo coturno
-manera de decir: que para el juego en litis las Damas suelen ir descalzas
y se eliden las calzas y sustentadores -no funcionales- en las Damas y las calzas en los varones.

Tañí el rabel o la viola de amor -casa de Bach, búrguesa- en la primicia
de La Cantata del Café (pre-estreno, en familia protestante, privado).
Le piqué caña jorobeta al caballo de Atila
-que era un morcillo de prócer alzada: me refiero al corcel-;
cambié ideas, a la par, con Incitato, Cónsul de Calígula, y con Babieca,
-que andaba en Babia-, dándole prima
fui zapatero de viejo de Berta la del gran pie (buen pie, mejor coyuntura),
de la Reina Patoja ortopedista; y hortelano y miniaturista de Pepino el Breve,
y copero mayor faraónico de Pepe Botellas, interino,
y porta-capas del Pepe Bellotas de la esposa de Putifar.

Viajé con Julio Verne y Odiseo, Magallanes y Pigafetta, Salgan, Leo e Ibn-Batuta,
con Melville y Stevenson, Fernando González y Conrad y Sir John de Mandeville y Marco Polo,
y sólo, sin De Maistre, alredor de mi biblioteca, de mi oploteca, mi mecanoteca y mi pinacoteca.
Viajé también en tomo de mí mismo: asno a la vez que noria.

Fui degollado en la de San Bartolomé (post facto): secundaba a La Môle:
Margarita de Valois no era total, íntegramente pelirroja
-y no porque de noche todos los gatos son pardos...: la leoparda,
las tres veces internas, íntimas, peli-endrina,
Margarita, Margotón, Margot, la casqui-fulva...-

No estuve en la nea nao -arcaica- de Noé, por manera
-por ventura, otrosí- que no fui la paloma ni la medusa de esa almadía: mas sí tuve a mi encargo
la selección de los racimos de sus viñedos, al pie del Ararat, al post-Diluvio,
yo, Beremundo el Lelo.

Fui topógrafo ad-hoc entre El Cangrejo y Purcoy Niverengo,
(y ad-ínterim, administré la zona bolombólica:
mucho de anís, mucho de Rosas del Cauca, versos de vez en cuando),
y fui remero -el segundo a babor- de la canoa, de la piragua
La Margarita (criolla), que navegó fluvial entre Comiá, La Herradura, El Morito,
con cargamentos de contrabando: blancas y endrinas de Guaca, Titiribí y Amagá, y destilados
de Concordia y Betulia y de Urrao...
¡Urrao! ¡Urrao! (hasta hace poco lo diríamos con harta mayor razón y con aquese y este júbilos).
Tras de remero de bajel -y piloto- pasé a condueño, co-editor, co-autor
(no Coadjutor... ¡ni de Retz!) en asocio de Matías Aldecoa, vascuence, (y de un tal Gaspar von der Nacht)
de un Libraco o Librículo de pseudo-poemas de otro quídam;
exploré la región de Zuyaxiwevo con Sergio Stepánovich Stepansky,
lobo de donde se infiere, y, en más, ario.

Fui consejero áulico de Bogislao, en la corte margravina de Xa-Netupiromba
y en la de Aglaya crisostómica, óptima circezuela, traidorcilla;
tañedor de laúd, otra vez, y de viola de gamba y de recorder,
de sacabuche, otrosí (de dulzaina - otronó) y en casaciones y serenatas y albadas muy especializado.
No es cierto que yo fuera -es impostura-
revendedor de bulas (y de mulas) y tragador defuego y engullidor de sables y bufón en las ferias
pero sí platiqué (también) con el asno de Buridán y Buridán,
y con la mula de Balaám y Balaám, con Rocinante y Clavileño y con el Rucio
-y el Manco y Sancho y don Quijote-
y trafiqué en ultramarinos: ¡qué calamares -en su tinta-!,
¡qué Anisados de Guarne!, ¡qué Rones de Jamaica!, ¡qué Vodkas de Kazán!, ¡qué Tequilas de México!,
¡qué Néctares de Heliconia! ¡Morcillas de Itagüí! ¡Torreznos de Envigado! ¡Chorizos de los Ballkanes! ¡Qué Butifarras cataláunicas!
Estuve en Narva y en Pultawa y en las Queseras del Medio, en Chorros Blancos
y en El Santuario de Córdova, y casi en la de San Quintín
(como pugnaban en el mismo bando no combatí junto a Egmont por no estar cerca al de Alba;
a Cayetana sí le anduve cerca tiempo después: preguntádselo a Goya);
no llegué a tiempo a Waterloo: me distraje en la ruta
con Ida de Saint-Elme, Elselina Vanayl de Yongh, viuda del Grande Ejército (desde antaño... más tarde)
y por entonces y desde años antes bravo Edecán de Ney-:
Ayudante de Campo... de plumas, gongorino.
No estuve en Capua, pero ya me supongo sus mentadas delicias.

Fabriqué clavicémbalos y espinetas, restauré virginales, reparé Stradivarius
falsos y Guarnerius apócrifos y Amatis quasi Amatis.
Cincelé empuñaduras de dagas y verduguillos, en el obrador de Benvenuto,
y escriños y joyeles y guardapelos ad-usum de Cardenales y de las Cardenalesas.
Vendí Biblias en el Sinú, con De la Rosa, Borelly y el ex-pastor Antolín.
Fui catador de tequila (debuté en Tapachula y ad-látere de Ciro el Ofiuco)
y en México y Amecameca, y de mezcal en Teotihuacán y Cuernavaca,
de Pisco-sauer en Lima de los Reyes,
y de otros piscolabis y filtros muy antes y después y por Aná del Aburrá, y doquiérase
con El Tarasco y una legión de Bacos Dionisos, pares entre Pares.
Vagué y vagué si divagué por las mesillas del café nocharniego, Mil Noches y otra Noche
con el Mago de lápiz buido y de la voz asordinada.
Antes, muy antes, bebí con él, con Emmanuel y don Efe y Carrasca, con Tisaza y Xovica y Mexía y los otros Panidas.
Después..., ahora..., mejor no meneallo y sí escanciallo y persistir en ello...

Dicté un curso de Cabalística y otro de Pan-Hermética
y un tercero de Heráldica,
fuera de los cursillos de verano de las literaturas bereberes -comparadas-.
Fui catalogador protonotario en jefe de la Magna Biblioteca de Ebenezer el Sefardita,
y -en segundo- de la Mínima Discoteca del quídam en referencia de suso:
no tenía aún las Diabelli si era ya dueño de las Goldberg;
no poseía completa la Inconclusa ni inconclusa la Décima (aquestas Sinfonías, Variaciones aquesas:
y casi que todello -en altísimo rango- tan Variaciones Alredor de Nada).

Corregí pruebas (y dislates) de tres docenas de sota-poetas
-o similares- (de los que hinchen gacetilleros a toma y daca).
Fui probador de calzas -¿prietas?: ceñidas, sí, en todo caso- de Diana de Meridor
y de justillos, que así veníanle, de estar atán bien provista
y atán rebién dotada -como sabíalo también y así de bien Bussy d'Amboise-.
Temperé virginales -ya restaurados-, y clavecines, si no como Isabel, y aunque no tan baqueano
como ése de Eisenach, arroyo-Océano.
Soplé el ***** bufón, con tal cual incongruencia, sin ni tal cual donaire.
No aporreé el bombo, empero, ni entrechoqué los címbalos.

Les saqué puntas y les puse ribetes y garambainas a los vocablos,
cuando diérame por la Semasiología, cierta vez, en la Sorbona de Abdera,
sita por Babia, al pie de los de Úbeda, que serán cerros si no valen por Monserrates,
sin cencerros. Perseveré harto poco en la Semántica -por esa vez-,
si, luego retorné a la andadas, pero a la diabla, en broma:
semanto-semasiólogo tarambana pillín pirueteante.
Quien pugnó en Dénnevitz con Ney, el peli-fulvo
no fui yo: lo fue mi bisabuelo el Capitán...;
y fue mi tatarabuelo quien apresó a Gustavo Cuarto:
pero sí estuve yo en la Retirada de los Diez Mil
-era yo el Siete Mil Setecientos y Setenta y Siete,
precisamente-: releed, si dudaislo, el Anábasis.
Fui celador intocable de la Casa de Tócame-Roque, -si ignoré cuyo el Roque sería-,
y de la Casa del Gato-que-pelotea; le busqué tres pies al gato
con botas, que ya tenía siete vidas y logré dar con siete autores en busca de un personaje
-como quien dice Los Siete contra Tebas: ¡pobre Tebas!-, y ya es jugar bastante con el siete.
No pude dar con la cuadratura del círculo, que -por lo demás- para nada hace falta,
mas topé y en el Cuarto de San Alejo, con la palanca de Arquimedes y con la espada de Damocles,
ambas a dos, y a cual más, tomadas del orín y con más moho
que las ideas de yo si sé quién mas no lo digo:
púsome en aprietos tal doble hallazgo; por más que dije: ¡Eureka! ...: la palanca ya no servía ni para levantar un falso testimonio,
y tuve que encargarme de tener siempre en suspenso y sobre mí la espada susodicha.

Se me extravió el anillo de Saturno, mas no el de Giges ni menos el de Hans Carvel;
no sé qué se me ficieron los Infantes de Aragón y las Nieves de Antaño y el León de Androcles y la Balanza
del buen Shylock: deben estar por ahí con la Linterna de Diógenes:
-¿mas cómo hallarlos sin la linterna?

No saqué el pecho fuera, ni he sido nunca el Tajo, ni me di cuenta del lío de Florinda,
ni de por qué el Tajo el pecho fuera le sacaba a la Cava,
pero sí vi al otro don Rodrigo en la Horca.
Pinté muestras de posadas y mesones y ventas y paradores y pulquerías
en Veracruz y Tamalameque y Cancán y Talara, y de riendas de abarrotes en Cartagena de Indias, con Tisaza-,
si no desnarigué al de Heredia ni a López **** tuerto -que era bizco-.
Pastoreé (otra vez) el Rebaño de las Pléyades
y resultaron ser -todellas, una a una- ¡qué capretinas locas!
Fui aceitero de la alcuza favorita del Padre de los Búhos Estáticos:
-era un Búho Sofista, socarrón soslayado, bululador mixtificante-.
Regí el vestier de gala de los Pingüinos Peripatéticos,
(precursores de Brummel y del barón d'Orsay,
por fuera de filósofos, filosofículos, filosofantes dromomaníacos)
y apacenté el Bestiario de Orfeo (delegatario de Apollinaire),
yo, Beremundo el Lelo.

Nada tuve que ver con el asesinato de la hija del corso adónico Sebastiani
ni con ella (digo como pesquisidor, pesquisante o pesquisa)
si bien asesoré a Edgar Allan Poe como entomólogo, cuando El Escarabajo de Oro,
y en su investigación del Doble Asesinato de la Rue Morgue,
ya como experto en huellas dactilares o quier digitalinas.
Alguna vez me dio por beberme los vientos o por pugnar con ellos -como Carolus
Baldelarius- y por tomar a las o las de Villadiego o a las sus calzas:
aquesas me resultaron harto potables -ya sin calzas-; ellos, de mucho volumen
y de asaz poco cuerpo (si asimilados a líquidos, si como justadores).
Gocé de pingües canonjías en el reinado del bonachón de Dagoberto,
de opíparas prebendas, encomiendas, capellanías y granjerías en el del Rey de los Dipsodas,
y de dulce privanza en el de doña Urraca
(que no es la Gazza Ladra de Rossini, si fuéralo
de corazones o de amantes o favoritos o privados o martelos).

Fui muy alto cantor, como bajo cantante, en la Capilla de los Serapiones
(donde no se sopranizaba...); conservador,
conservador -pero poco- de Incunables, en la Alejandrina de Panida,
(con sucursal en El Globo y filiales en el Cuarto del Búho).

Hice de Gaspar Hauser por diez y seis hebdémeros
y por otras tantas semanas y tres días fui la sombra,
la sombra misma que se le extravió a Peter Schlémil.

Fui el mozo -mozo de estribo- de la Reina Cristina de Suecia
y en ciertas ocasiones también el de Ebba Sparre.
Fui el mozo -mozo de estoques- de la Duquesa de Chaumont
(que era de armas tomar y de cálida sélvula): con ella pus mi pica en Flandes
-sobre holandas-.

Fui escriba de Samuel Pepys -¡qué escabroso su Diario!-
y sustituto suyo como edecán adjunto de su celosa cónyuge.
Y fuí copista de Milton (un poco largo su Paraíso Perdido,
magüer perdido en buena parte: le suprimí no pocos Cantos)
y a la su vera reencontré mi Paraíso (si el poeta era
ciego; -¡qué ojazos los de su Déborah!).

Fui traductor de cablegramas del magnífico Jerjes;
telefonista de Artajerjes el Tartajoso; locutor de la Esfinge
y confidente de su secreto; ventrílocuo de Darío Tercero Codomano el Multilocuo,
que hablaba hasta por los codos;
altoparlante retransmisor de Eubolio el Mudo, yerno de Tácito y su discípulo
y su émulo; caracola del mar océano eólico ecolálico y el intérprete
de Luis Segundo el Tartamudo -padre de Carlos el Simple y Rey de Gaula.
Hice de andante caballero a la diestra del Invencible Policisne de Beocia
y a la siniestra del Campeón olímpico Tirante el Blanco, tirante al blanco:
donde ponía el ojo clavaba su virote;
y a la zaga de la fogosa Bradamante, guardándole la espalda
-manera de decir-
y a la vanguardia, mas dándole la cara, de la tierna Marfisa...

Fui amanuense al servicio de Ambrosio Calepino
y del Tostado y deMatías Aldecoa y del que urdió el Mahabarata;
fui -y soylo aún, no zoilo- graduado experto en Lugares Comunes
discípulo de Leon Bloy y de quien escribió sobre los Diurnales.
Crucigramista interimario, logogrifario ad-valorem y ad-placerem
de Cleopatra: cultivador de sus brunos pitones y pastor de sus áspides,
y criptogramatista kinesiólogo suyo y de la venus Calipigia, ¡viento en popa a toda vela!
Fui tenedor malogrado y aburrido de libros de banca,
tenedor del tridente de Neptuno,
tenedor de librejos -en los bolsillos del gabán (sin gabán) collinesco-,
y de cuadernículos -quier azules- bajo el ala.
Sostenedor de tesis y de antítesis y de síntesis sin sustentáculo.
Mantenedor -a base de abstinencias- de los Juegos Florales
y sostén de los Frutales -leche y miel y cerezas- sin ayuno.
Porta-alfanje de Harún-al-Rashid, porta-mandoble de Mandricardo el Mandria,
porta-martillo de Carlos Martel,
porta-fendiente de Roldán, porta-tajante de Oliveros, porta-gumía
de Fierabrás, porta-laaza de Lanzarote (¡ búen Lancelot tan dado a su Ginevra!)
y a la del Rey Artús, de la Ca... de la Mesa Redonda...;
porta-lámpara de Al-Eddin, el Loca Suerte, y guardián y cerbero de su anillo
y del de los Nibelungos: pero nunca guardián de serrallo ni cancerbero ni evirato de harem...
Y fui el Quinto de los Tres Mosqueteros (no hay quinto peor) -veinte años después-.

Y Faraute de Juan Sin Tierra y fiduciario de
"Di na kita mahal, tapusin na natin 'to"
"Tama na, di na ikaw ang lamn ng puso ko."
Mga salitang huling naring mula sayo
At dahilan para bumagal ang ikot ng mudo

Masakit , dibdib ko sumisikip
ginawa ko lahat
pero puso ko iyong winasak
ang gulo, bakit ganito?
anong nangyare at bigla kang umiba ng landas
at sa relasyong ito kumalas
En el fondo del pecho estamos juntos,
en el cañaveral del pecho recorremos
un verano de tigres,
al acecho de un metro de piel fría,
al acecho de un ramo de inaccesible cutis,
con la boca olfateando sudor y venas verdes
nos encontramos en la húmeda sombra que deja caer besos.

Tú mi enemiga de tanto sueño roto de la misma manera
que erizadas plantas de vidrio, lo mismo que campanas
deshechas de manera amenazante, tanto como disparos
de hiedra negra en medio del perfume,
enemiga de grandes caderas que mi pelo han tocado
con un ronco rocío, con una lengua de agua,
no obstante el mudo frío de los dientes y el odio de los ojos,
y la batalla de agonizantes bestias que cuidan el olvido,
en algún sitio del verano estamos juntos
acechando con labios que la sed ha invadido.
Si hay alguien que traspasa
una pared con círculos de fósforo
y hiere el centro de unos dulces miembros
y muerde cada hoja de un bosque dando gritos,
tengo también tus ojos de sangrienta luciérnaga
capaces de impregnar y atravesar rodillas
y gargantas rodeadas de seda general.

Cuando en las reuniones
el azar, la ceniza, las bebidas,
el aire interrumpido,
pero ahí están tus ojos oliendo a cacería,
a rayo verde que agujerea pechos,
tus dientes que abren manzanas de las que cae sangre,
tus piernas que se adhieren al sol dando gemidos,
y tus tetas de nácar y tus pies de amapola,
como embudos llenos de dientes que buscan sombra,
como rosas hechas de látigo y perfume, y aun,
aun más, aun más,
aun detrás de los párpados, aun detrás del cielo,
aun detrás de los trajes y los viajes, en las calles donde la gente orina,
adivinas tos cuerpos,
en las agrias iglesias a medio destruir, en las cabinas que el mar lleva en las manos,
acechas con tus labios sin embargo floridos,
rompes a cuchilladas la madera y la plata,
crecen tus grandes venas que asustan:
no hay cáscara, no hay distancia ni hierro,
tocan manos tus manos,
y caes haciendo crepitar las flores negras.

Adivinas los cuerpos
Como un insecto herido de mandatos,
adivinas el centro de la sangre y vigilas
los músculos que postergan la aurora, asaltas sacudidas,
relámpagos, cabezas,
y tocas largamente las piernas que te guían.

Oh conducida herida de flechas especiales!

Hueles lo húmedo en medio de la noche?

O un brusco vaso de rosales quemados?

Oyes caer la ropa, las llaves, las monedas
en las espesas casas donde llegas desnuda?

Mi odio es una sola mano que te indica
el callado camino, las sábanas en que alguien ha dormido
con sobresalto: llegas
y ruedas por el suelo manejada y mordida,
y el viejo olor del ***** como una enredadera
de cenicienta harina se desliza a tu boca.

Ay leves locas copas y pestañas,
aire que inunda un entreabierto río
como una sola paloma de colérico cauce,
como atributo de agua sublevada,
ay substancias, sabores, párpados de ala viva
con un temblor, con una ciega flor temible,
ay graves, serios pechos como rostros,
ay grandes muslos llenos de miel verde,
y talones y sombra de pies, y transcurridas
respiraciones y superficies de pálida piedra,
y duras olas que suben la piel hacia la muerte
llenas de celestiales harinas empapadas.

Entonces, este río
va entre nosotros, y por una ribera
vas tú mordiendo bocas?
Entonces es que estoy verdaderamente, verdaderamente lejos
y un río de agua ardiendo pasa en lo oscuro?
Ay cuántas veces eres la que el odio no nombra,
y de qué modo hundido en las tinieblas,
y bajo qué lluvias de estiércol machacado
tu estatua en mi corazón devora el trébol.

El odio es un martillo que golpea tu traje
y tu frente escarlata,
y los días del corazón caen en tus orejas
como vagos búhos de sangre eliminada,
y los collares que gota a gota se formaron con lágrimas
rodean tu garganta quemándote la voz como con hielo.

Es para que nunca, nunca
hables, es para que nunca, nunca
salga una golondrina del nido de la lengua
y para que las ortigas destruyan tu garganta
y un viento de buque áspero te habite.

En dónde te desvistes?
En un ferrocarril, junto a un peruano rojo
o con un segador, entre terrones, a la violenta
luz del trigo?
O corres con ciertos abogados de mirada terrible
largamente desnuda, a la orilla del agua de la noche?

Miras: no ves la luna ni el jacinto
ni la oscuridad goteada de humedades,
ni el tren de cieno, ni el marfil partido:
ves cinturas delgadas como oxígeno,
pechos que aguardan acumulando peso
e idéntica al zafiro de lunar avaricia
palpitas desde el dulce ombligo hasta las rosas.

Por qué sí? Por qué no? Los días descubiertos
aportan roja arena sin cesar destrozada
a las hélices puras que inauguran el día,
y pasa un mes con corteza de tortuga,
pasa un estéril día,
pasa un buey, un difunto,
una mujer llamada Rosalía,
y no queda en la boca sino un sabor de pelo
y de dorada lengua que con sed se alimenta.
Nada sino esa pulpa de los seres,
nada sino esa copa de raíces.

Yo persigo como en un túnel roto, en otro extremo
carne y besos que debo olvidar injustamente,
y en las aguas de espaldas cuando ya los espejos
avivan el abismo, cuando la fatiga, los sórdidos relojes
golpean a la puerta de hoteles suburbanos, y cae
la flor de papel pintado, y el terciopelo cagado por las ratas y la cama
cien veces ocupada por miserables parejas, cuando
todo me dice que un día ha terminado, tú y yo
hemos estado juntos derribando cuerpos,
construyendo una casa que no dura ni muere,
tú y yo hemos corrido juntos un mismo río
con encadenadas bocas llenas de sal y sangre,
tú y yo hemos hecho temblar otra vez las luces verdes
y hemos solicitado de nuevo las grandes cenizas.

Recuerdo sólo un día
que tal vez nunca me fue destinado,
era un día incesante,
sin orígenes, Jueves.
Yo era un hombre transportado al acaso
con una mujer hallada vagamente,
nos desnudamos
como para morir o nadar o envejecer
y nos metimos uno dentro del otro,
ella rodeándome como un agujero,
yo quebrantándola como quien
golpea una campana,
pues ella era el sonido que me hería
y la cúpula dura decidida a temblar.

Era una sorda ciencia con cabello y cavernas
y machacando puntas de médula y dulzura
he rodado a las grandes coronas genitales
entre piedras y asuntos sometidos.

Éste es un cuento de puertos adonde
llega uno, al azar, y sube a las colinas,
suceden tantas cosas.

Enemiga, enemiga,
es posible que el amor haya caído al polvo
y no haya sino carne y huesos velozmente adorados
mientras el fuego se consume
y los caballos vestidos de rojo galopan al infierno?

Yo quiero para mí la avena y el relámpago
a fondo de epidermis,
y el devorante pétalo desarrollado en furia,
y el corazón labial del cerezo de junio,
y el reposo de lentas barrigas que arden sin dirección,
pero me falta un suelo de cal con lágrimas
y una ventana donde esperar espumas.

Así es la vida,
corre tú entre las hojas, un otoño
***** ha llegado,
corre vestida con una falda de hojas y un cinturón de metal amarillo,
mientras la neblina de la estación roe las piedras.

Corre con tus zapatos, con tus medias,
con el gris repartido, con el hueco del pie, y con esas manos que el tabaco salvaje adoraría,
golpea escaleras, derriba
el papel ***** que protege las puertas,
y entra en medio del sol y la ira de un día de puñales
a echarte como paloma de luto y nieve sobre un cuerpo.

Es una sola hora larga como una vena,
y entre el ácido y la paciencia del tiempo arrugado
transcurrimos,
apartando las sílabas del miedo y la ternura,
interminablemente exterminados.
karlotti Sep 2014
Amables Brasas en ascuas
descienden de un cielo de mosto
alcanzando la carnosa fatiga
de las ramas y de tus dudas
Como dibujos de tinta
caminan los animales en celo
y un murmullo de elfos
empuja hongos y furias
hasta el borde del frío
donde la tierra se empapa
de calma y de lumbre.

Es Otoño, y hay luz en tu casa
Una luz antigua que me ampara
y me guia, siluetas amables
que invitan y esperan
al que llega
siempre tarde del bosque.

Un suelo tibio
de pisadas y hocicos
crepita suave en las repisas doradas
un terco ajetreo vegetal y manso
se desliza bajo los pies descalzos
de un corzo mudo y dorado
que llena de asombro
la mañana de rocio tejida.

Es horizontal la intimidad
entre las viñas desposeídas
y los árboles insomnes.
Los soles maduros acumulan
sus frutas sobre el techo de la tarde
y todo lo que tiembla al norte del aire
se pudre mansamente
hacia los tesoros de marzo.

Un olor a nueces iza banderas de humo
y carne de castañas exhibe el crepúsculo
Una canción se esconde y se escucha
y unas muchachas se persiguen
y se esconden cantando
un estribillo prestado por el viajero perdido.

Hay voces prendidas en las ventanas
que arden lentamente
como adioses marchitos
Es tiempo de regresos y
dormidas semillas, y de animales
rumiando los breves días
y las largas noches henchidas de cuentos

El vino más joven
ya rezuma en las jarras
un mosto agridulce
parece exprimido del cielo
No hay prisa pues la luz es lenta
en llegar a las cocinas de Otoño
perpetuamente encendidas
con los rescoldos de los soles más viejos.
Reclinado sobre el suelo
con lenta amarga agonía,
pensando en el triste día
que pronto amanecerá;
en silencio gime el reo
y el fatal momento espera
en que el sol por vez postrera
en su frente lucirá.
Un altar y un crucifijo
y la enlutada capilla,
lánguida vela amarilla
tiñe en su luz funeral,
y junto al mísero reo,
medio encubierto el semblante
se oye al fraile agonizante
en son confuso rezar.
El rostro levanta el triste
y alza los ojos al cielo,
tal vez eleva en su duelo
la súplica de piedad.
¡Una lágrima! ¿es acaso
de temor o de amargura?
¡Ay! a aumentar su tristura
vino un recuerdo quizá!!!
Es un joven, y la vida
llena de sueños de oro,
pasó ya, cuando aún el lloro
de la niñez no enjugó
el recuerdo es de la infancia,
¡y su madre que le llora,
para morir así ahora
con tanto amor le crió!
Y a par que sin esperanza
ve ya la muerte en acecho,
su corazón en su pecho
siente con fuerza latir;
al tiempo que mira al fraile
que en paz ya duerme a su lado,
y que, ya viejo y postrado
le habrá de sobrevivir.
¿Mas qué rumor a deshora
rompe el silencio? Resuena
una alegre cantilena
y una guitarra a la par,
y de gritos y botellas
que se chocan el sonido,
y el amoroso estallido
de los besos y el danzar.
Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!
Y la voz de los borrachos,
y sus brindis, sus quimeras,
y el cantar de las rameras,
y el desorden bacanal
en la lúgubre capilla
penetran, y carcajadas,
cual de lejos arrojadas
de la mansión infemal.
Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!
¡Maldición! al eco infausto,
el sentenciado maldijo
la madre que como a hijo
a sus pechos le crió;
y maldijo el mundo todo,
maldijo su suerte impía,
maldijo el aciago día
y la hora en que nació.
Serena la luna
alumbra en el cielo,
domina en el suelo
profunda quietud;
ni voces se escuchan,
ni ronco ladrido,
ni tierno quejido
de amante laúd.Madrid yace envuelto en sueño,
todo al silencio convida,
y el hombre duerme y no cuida
del hombre que va a espirar;
si tal vez piensa en mañana,
ni una vez piensa siquiera
en el mísero que espera
para morir, despertar:
que sin pena ni cuidado
los hombres oyen gritar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!
¡Y el juez también en su lecho
duerme en paz! ¡y su dinero
el verdugo, placentero,
entre sueños cuenta ya!
tan sólo rompe el silencio
en la sangrienta plazuela
el hombre del mal que vela
un cadalso a levantar.
Loca y confusa la encendida mente,
sueños de angustia y fiebre y devaneo,
el alma envuelven del confuso reo,
que inclina al pecho la abatida frente.
Y en sueños
confunde
la muerte,
la vida:
recuerda
y olvida,
suspira,
respira
con hórrido afán.Y en un mundo de tinieblas
vaga y siente miedo y frío,
y en su horrible desvarío
palpa en su cuello el dogal:
y cuanto más forcejea,
cuanto más lucha y porfía,
tanto más en su agonía
aprieta el nudo fatal.
Y oye ruido, voces, gentes,
y aquella voz que dirá:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!
O ya libre se contempla,
y el aire puro respira,
y oye de amor que suspira
la mujer que a un tiempo amó,
bella y dulce cual solía,
tierna flor de primavera,
el amor de la pradera
que el abril galán mimó.
Y gozoso a verla vuela,
y alcanzarla intenta en vano,
que al tender la ansiosa mano
su esperanza a realizar,
su ilusión la desvanece
de repente el sueño impío,
y halla un cuerpo mudo y frío
y un cadalso en su lugar:
y oye a su lado en son triste
lúgubre voz resonar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!
Grave símbolo esquivo.
Grave símbolo esquivo, nocturna
torva idea en el caos girando.
Hámlet frío que nada enardece.
Aquí, allá, va la sombra señera,
allá, aquí, señorial, taciturna,
(señorial, hiperbóreo, elusivo):
fantasmal Segismundo parece
y harto asaz metafísico, cuando
cruza impávido el árida esfera.

Grave símbolo huraño.
Grave símbolo huraño, fantasma
vagueante por muelle archipiélago
-bruma ingrave y caletas de nube
y ensenadas y fjords de neblina-.
Grave símbolo hermético: pasma
su presciencia del huésped de ogaño,
su pergenio de gríseo querube
(del calígene caos murciélago)
vagueante en la onda opalina.

Más lontano que nunca.
Más lontano que nunca. Más solo
que si fuese ficción. Puro endriago
y entelequia y emblema cerébreo:
del antártico al ártico Polo
sombra aciaga de atuendo fatal
-exhumada de cúya espelunca?-,
gris fantasma lucífugo y vago
por el fondo angoroso, tenébreo,
que sacude hosco viento abisal.

Más lontano jamás.
Más lontano jamás. Ciego, mudo,
mares surca y océanos hiende
metafísicos: mástil de roble
que no curva el henchido velamen,
ni el de Zeus zig-zag troza crudo...,
ni se abate ante el tedio, quizás.
Más lontano jamás: Fosco, inmoble
De su hito insular no desciende
y aunque voces lascivas lo llamen.

Juglar ebrio de añejo y hodierno
mosto clásico o filtros letales.
Si Dionisos o Baco.
Baco rubio o Dionysos de endrino
crespo casco de obscuro falerno.
Trovador para el lay venusino.
Juglar ebrio de bocas o vino:
me dominan las fuerzas sensuales
-hondo amor o femíneo arrumaco-
trovador, amadís sempiterno.
Me saturan los zumos fatales
-denso aroma, perfume calino-
del ajenjo de oriente opalino.

Casiopeia de luz que amortigua
fonje niebla, tul fosco de bruma,
copo blándulo, flor de la espuma,
cendal níveo y aéreo...
Cendal níveo y aéreo... La ambigua
color vaga que apenas se esfuma
si aparece... fugaz Casiopeia
peregnina, la errátil Ligeia,
la de hoy y de ayer y la antigua
-entre un vaho letal, deletéreo... -

Casiopeia con ojos azules,
Elsa grácil y esbelta,
Elsa grácil y esbelta, Elsa blonda!
-si morena Xatlí, la lontana-.
Elsa blonda y esbelta, Elsa grácil!
Casiopeia en el mar! Quién Ulises
de esa núbil Calypso! Odiseo
de esa ingrávida Circe temprana
-blonda, ebúrnea y pueril!- Impoluta
Casiopeia -auniendnino su delta-.
Nea Aglae ni arisca ni fácil...
Casiopeia triscando en la onda,
Casiopeia en la playa! Sus gules
labios húmidos son los de Iseo!
Oh Tristán! de las sienes ya grises!
Oh Tristán!: con tus ojos escruta:
¿ves la nao en la linde lontana?

Turbio afán o morboso deseo
sangre y carne y espíritu incendie.
Ebrio en torno -falena-.
Ebrio en torno -falena piróvaga-
ronde, al cálido surco: Leteo
que el orsado senil vilipendie
si antes fuera la misma giróvaga...
-si ayer Paris de Helena la helena,
si ayer Paris, rival de Romeo... -
Turbio afán y deseo sin lindes,
siempre, oh Vida, me infundas y brindes!

Cante siempre a mi oído.
Cante siempre a mi oído la tibia
voz fragante de Circe y Onfalia.
Siempre séanme sólo refugio
pulcro amor y acendrada lascivia.
Bruna endrina de muslos de dahlia,
rubia láctea de ardido regazo!
Lejos váyase el frío artilugio
cerebral ante el lúbrico abrazo!

Casiopeia, los ojos de alinde
muy más tersos que vívidas gémulas
irradiantes: la frente de argento
-flava crencha a su frente,
flava crencha a su frente las alas
si a las róseas orejas los nidos;
frágil cinto; el eréctil portento
par sin par retador e insurgente;
frágil cinto que casi se rinde
de qué hechizo al agobio -tan grato-.
En sus ojos giraban sus émulas
-danzarinas lontanas y trémulas-:
estrellada cohorte: de Palas
la sapiencia, en sus ojos dormidos.
De Afrodita posesa el acento
caricioso. Medea furente...
Salomé, la bacante demente...

Casiopeia danzando.
Casiopeia danzando en la sombra
vagueante, irisada de ópalos:
nefelíbata al són de inasible
rumor lieto, velada armonía
cuasi muda y susurro inaudible
(muelle y tibio, melífico y blando)
para torpes oídos: que asombra
con febril sortilegio, si tópalos
sabio oído: les sigue, les halla,
les acoge, goloso, en su malla,
y en gozarlos su ser se extasía.

Casiopeia de luz.
Casiopeia de luz inexhausta,
halo blondo en el mar de zafiro,
rubia estrella en el mar de abenuz.
Irreal concreción de la eterna
maravilla del cosmos: su fausta
lumbre, siempre, y en éxtasis, miro
de la hórrida, absurda caverna
poeana o guindado en mi cruz.

Casiopeia, eternal Casiopeia,
sutil símbolo, lis, donosura;
su luz fausta y su música, hechizo
de sortílega acción obsesora
e inebriante, muy más que la obscura
flor dormida en las redes del rizo
toisón, urna que ensueño atesora
y el hastío a la vez: Casiopeia
peregrina, la errátil Ligeia,
la de hoy y de ayer y ventura...
Una noche invernal, de las más bellas
Con que engalana enero sus rigores
Y en que asoman la luna y las estrellas
Calmando penas e inspirando amores;
Noche en que están galanes y doncellas
Olvidados de amargos sinsabores,
Al casto fuego de pasión secreta
Parodiando a Romeo y a Julieta.

En una de esas noches sosegadas,
En que ni el viento a susurrar se atreve,
Ni al cruzar por las tristes enramadas
Las mustias hojas de los fresnos mueve
En que se ven las cimas argentadas
Que natura vistió de eterna nieve,
Y en la distancia se dibujan vagos
Copiando el cielo azul los quietos lagos;

Llegó al pie de una angosta celosía,
Embozado y discreto un caballero,
Cuya mirada hipócrita escondía
Con la anchurosa falda del sombrero.
Señal de previsión o de hidalguía
Dejaba ver la ***** de su acero
Y en pie quedó junto a vetusta puerta,
Como quien va a una cita y está alerta.

En gran silencio la ciudad dormida,
Tan sólo turba su quietud serena,
Del Santo Oficio como voz temida
Débil campana que distante suena,
O de amor juvenil nota perdida
Alguna apasionada cantilena
O el rumor que entre pálidos reflejos
Suelen alzar las rondas a lo lejos.

De pronto, aquel galán desconocido
Levanta el rostro en actitud violenta
Y cual del alto cielo desprendido
Un ángel a su vista se presenta
-¡Oh Manrique! ¿Eres tú? ¡Tarde has venido!
-¿Tarde dices, Leonor? Las horas cuenta.
Y el tiempo que contesta a tal reproche
Daba el reloj las doce de la noche.

Y dijo la doncella: -«Debo hablarte
Con todo el corazón; yo necesito
La causa de mis celos explicarte.
Mi amor, lo sabes bien, es infinito,
Tal vez ni muerta dejaré de amarte
Pero este amor lo juzgan un delito
Porque no lo unirán sagrados lazos,
Puesto que vives en ajenos brazos.

»Mi padre, ayer, mirándome enfadada
-Me preguntó, con duda, si era cierto
Que me llegaste a hablar enamorado,
Y al ver mi confusión, él tan experto,
Sin preguntarme más, agregó airado:
Prefiero verlo por mi mano muerto
A dejar que con torpe alevosía
Mancille el limpio honor de la hija mía.

»Y alguien que estaba allí dijo imprudente:
¡Ah! yo a Manrique conocí en Sevilla,
Es guapo, decidor, inteligente,
Donde quiera que está resalta y brilla,
Mas conozco también a una inocente
Mujer de alta familia de Castilla,
En cuyo hogar, cual áspid, se introdujo
Y la mintió pasión y la sedujo.

Entonces yo celosa y consternada
Le pregunté con rabia y amargura,
Sintiendo en mi cerebro desbordada
La fiebre del dolor y la locura:
-¿Esa inocente víctima inmolada
Hoy llora en el olvido su ternura?
Y el delator me respondió con saña:
-¡No! La trajo Manrique a Nueva España.

»Si es la mujer por condición curiosa
Y en inquirir concentra sus anhelos,
es más cuando ofendida y rencorosa
siente en su pecho el dardo de los celos
Y yo, sin contenerme, loca, ansiosa,
Sin demandar alivios ni consuelos,
Le pregunté por víctima tan bella
Y en calma respondió: -Vive con ella.

»Después de tal respuesta que ha dejado
Dudando entre lo efímero y lo cierto
A un corazón que siempre te ha adorado
Y sólo para ti late despierto,
Tal como deja un filtro envenenado
Al que lo apura, sin color y yerto:
No te sorprenda que a tu cita acuda
Para que tú me aclares esta duda».

Pasó un gran rato de silencio y luego
Manrique dijo con la voz serena
-«Desde que yo te vi te adoro ciego
Por ti tengo de amor el alma llena;
No sé si esta pasión ni si este fuego
Me ennoblece, me salva o me condena,
Pero escucha, Leonor idolatrada,
A nadie temo ni me importa nada.

»Muy joven era yo y en cierto día
Libre de desengaños y dolores,
Llegué de capitán a Andalucía,
La tierra de la gracia y los amores.
Ni la maldad ni el mundo conocía,
Vagaba como tantos soñadores
Que en pos de algún amor dulce y profundo
Ven como eterno carnaval el mundo.

»Encontré a una mujer joven y pura,
Y no sé qué la dije de improviso,
La aseguré quererla con ternura
Y no puedo negártelo: me quiso.
Bien pronto, tomó creces la aventura;
Soñé tener con ella un paraíso
Porque ya en mis abuelos era fama:
Antes Dios, luego el Rey, después mi dama.

»Y la llevé conmigo; fue su anhelo
Seguirme y fue mi voluntad entera;
Surgió un rival y le maté en un duelo,
Y después de tal lance, aunque quisiera
Pintar no puedo el ansia y el desvelo
Que de aquella Sevilla, dentro y fuera,
Me dio el amor como tenaz castigo
Del rapto que me pesa y que maldigo.

»A noticias llegó del Soberano
Esta amorosa y juvenil hazaña
Y por salvarme me tendió su mano,
Y para hacerme diestro en la campaña
Me mandó con un jefe veterano
A esta bella región de Nueva España...
¿Abandonaba a la mujer aquella?
Soy hidalgo, Leonor, ¡vine con ella!

»Te conocí y te amé, nada te importe
La causa del amor que me devora;
La brújula, mi bien, siempre va al norte;
La alondra siempre cantará a la aurora.
¿No me amas ya? pues deja que soporte
A solas mi dolor hora tras hora;
No demando tu amor como un tesoro,
¡Bástame con saber que yo te adoro!

»No adoro a esa mujer; jamás acudo
A mentirle pasión, pero tú piensa
Que soy su amparo, su constante escudo,
De tanto sacrificio en recompensa.
Tú, azucena gentil, yo cardo rudo,
Si ofrecerte mi mano es una ofensa
Nada exijo de ti, nada reclamo,
Me puedes despreciar, pero te amo».

Después de tal relato, que en franqueza
Ninguno le excedió, calló el amante,
Inclinó tristemente la cabeza;
Cerró los ojos mudo y anhelante
Ira, celos, dolor, miedo y tristeza
Hiriendo a la doncella en tal instante
Parecían decirle con voz ruda:
La verdad es más negra que la duda.

Quiere alejarse y su medrosa planta
De aquel sitio querido no se mueve,
Quiere encontrar disculpa, mas le espanta
De su adorado la conducta aleve;
Quiere hablar y se anuda su garganta,
Y helada en interior como la nieve
Mira con rabia a quien rendida adora
Y calla, gime, se estremece y llora.

¡Es el humano corazón un cielo!
Cuando el sol de la dicha lo ilumina
Parece azul y vaporoso velo
Que en todo cuanto flota nos fascina:
Si lo ennegrece con su sombra el duelo,
Noche eterna el que sufre lo imagina,
Y si en nubes lo envuelve el desencanto
Ruge la tempestad y llueve el llanto.

¡Ah! cuán triste es mirar marchita y rota
La flor de la esperanza y la ventura,
Cuando sobre sus restos solo flota
El ***** manto de la noche obscura;
Cuando vierte en el alma gota a gota
Su ponzoñosa esencia la amargura
Y que ya para siempre en nuestra vida
La primera ilusión está perdida.

Leonor oyendo la ****** historia
Del hombre que encontrara en su camino,
Miró eclipsarse la brillante gloria
De su primer amor, casto y divino;
Su más dulce esperanza fue ilusoria,
Culpaba, no a Manrique, a su destino
Y al fin le dijo a su galán callado:
-«Bien; después de lo dicho, ¿qué has pensado?

»Tanta pasión por ti mi pecho encierra
Que el dolor que me causas lo bendigo;
Voy a vivir sin alma y no me aterra,
Pues mi culpa merece tal castigo.
Como a nadie amaré sobre la tierra
Llorando y de rodillas te lo digo,
Haz en mi nombre a esa mujer dichosa,
Porque yo quiero ser de Dios esposa.

Calló la dama y el galán, temblando,
Dijo con tenue y apagado acento:
-«Haré lo que me pidas; te estoy dando
Pruebas de mi lealtad, y ya presiento
Que lo mismo que yo te siga amando
Me amarás tú también en el Convento;
Y si es verdad, Leonor, que me has querido
Dame una última prueba que te pido.

»No tu limpia pureza escandalices
con este testimonio de ternura
No hay errores, ni culpas, ni deslice
Entre un hombre de honor y un alma pura;
Si vamos a ser ambos infelices
Y si eterna ha de ser nuestra amargura,
Que mi postrer adiós que tu alma invoca
Lo selles con un beso de mi boca».

Con rabia, ciega, airada y ofendida,
-«No me hables más,- repuso la doncella
Sólo pretendes verme envilecida
Y mancillarme tanto como a aquélla.
Te adoro con el alma y con la vida
Y maldigo este amor, pese a mi estrella,
Si hidalgo no eres ya ni caballero
Ni debo amarte, ni escucharte quiero».

Manrique, entonces la cabeza inclina,
Siente que se estremece aquel recinto,
Y sacando una daga florentina,
Que llevaba escondida bajo el cinto
Como un tributo a la beldad divina
Que amó con un amor jamás extinto,
Altivo, fiero y de dolor deshecho
Diciendo: -«Adiós, Leonor», la hundió en su pecho.

La dama, al contemplar el cuerpo inerte
En el dintel de su mansión caído,
Maldiciendo lo ***** de la suerte,
Pretende dar el beso apetecido.
Llora, solloza, grita ante la muerte
Del hombre por su pecho tan querido,
Y antes de que bajara hasta la puerta
La gente amedrentada se despierta.

Leonor, a todos sollozando invoca
Y les pide la lleven al convento
Junto a Manrique, en cuya helada boca
Un beso puede renovar su aliento.
Todos claman oyéndola: «¡Está loca!»
Y ella, fija en un solo pensamiento
Convulsa, inquieta, lívida y turbada
Cae, al ver a su padre, desmayada.

Y no cuentan las crónicas añejas
De aquesta triste y amorosa hazaña,
Si halló asilo Leonor tras de las rejas
De algún convento de la Nueva España.
Tan fútil como todas las consejas,
Si ésta que narro a mi le lector extraña,
Sepa que a la mansión de tal suceso,
Llama la gente: «El Callejón del Beso».
D A Do Fleming Sep 2010
O tempo é escasso e o espaço, amplo.
O prazo é laço e engancha o pampo.
o BERRO é surdo sem algum alcance
pra que o ouvido mudo do Universo dance.

Galanteiam nebulosas em destino infante
e trazem, ao eterno, singular instante.
Cada transição traçada a que avance
é passo dado em falso a fortuito lance.

Aferir feridas de um pleno plano
levará o homem a estado insano:
a narcose de saber um objeto nulo.

Na movimentação estática do engano,
toda teoria traz na cura um dano
entoado na garganta que, portanto, engulo.


* bestia cupidissima rerum novarum  - animal ansiosíssimo por coisas novas.
Pampo - rebento tardio de cana de açucar: pampos de cana caiana (Dicionário UNESP do Português contemporâneo)
Princípio poético da Teoria da nulidade teórica ampla (em desenvolvimento)
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.¡Pobrecita princesa  de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste, la princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
-la princesa está pálida, la princesa está triste-,
más brillante que el alba, más hermoso que abril!-«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor».
E por hoje dizer-te não é banal

Estive atento e discretamente olhei o teu doce olhar,
Passei noites ao luar, descrevendo as estrelas de bonitas,
Mas bonitas mesmo são tuas pétalas, flor de esplendor!
Tua sensibilidade e visão de mulher, a mim das nas vistas!

A certeza no destino, é como lotaria no caminho,
Onde te encontrei, no meio de tantas eu te vi sozinho!
Há muito tempo mesmo, que teimou em não passar,
Suspirei, me cansei, tirei todas, para agora te inflamar!

Sinto perto o carinho, da pessoa, minha amiga e mulher,
Te chamei e falei ao coração, para te agarrar e poder amar,
És tu hoje, em quem eu pego e petisco, com qualquer colher,
Porque muito ou pouco que nela couber, te saboreio ao petiscar!

És refeição completa para mim, como sangue vivo, ao coração,
Tuas doses tão prudentes de afecto, é outro nível neste patamar,
Orgulho de te cuidar, porque de mim, cuidas tu, como a terra do seu mar!

Se eu hoje respiro vida, ao querer cada hora do dia, desde o levantar,
Devo-te muito a ti e as palavras que escrevo não são hoje fantasias,
Porque cuidas de mim, como terra do seu vazo, da planta, de encantar,
Encanta meu sorriso, pelo teu cuidar, nas coisas que fazes e me dizias!

Não é falso nem é mentira, acredito na realidade que tu me trazes,
Não finjo, não mudo, não acredito que precises tu princesa, de mudar!
Olhei-te do chão, mirei-te, e tu com teu jeito doce, levantas-te meu olhar,
E eu confie-te nos braços tudo, na hora me deitar, pelo que tu me fazes!

A falta de carinho não a sinto hoje, porque a não tenho,
A ti te darei respeito, pela dama e senhora que te achei,
Encontro-te a ti a cada dia, no meu leito, e no meu cardanho!
Porque ele é gíria de tudo aquilo que tenho e em ti encontrei!

Autor: António Benigno
Código de autor: 2013.09.09.02.20
Me sente sobre la mesa
todo el lugar es lindo
la mente esta en calma
y todo el lugar es lindo
las vias silencias
los ninos llorrando callados
el ruido de la registradora
y el cambio cambiando de manos
es tranquilamente mudo
al igual que la quietud
que ejerce paz sobre mi mente
O coração não mais bate ansioso
Não se queixa se se parte
Mudo, calado,
Pede que me esqueça que existe
E que sucumba,
Muda, calada,
Ao vazio que me toma o peito
Para que nele faça casa novamente.

A cabeça divaga, inquieta,
Queixando-se só de não se queixar
Calada, indiferente,
À impulsividade que me toma
E que me torna,
Feroz, calada,
Num outro animal qualquer
Que me rasga a pele e alma sujas.

Sou presa e predadora nesta Primavera que chega
Não mais borboleta mas fera sedenta
Do sangue que em si mesma corre
Feroz, abafada,
Por drogas rotineiras
E uma cabeça que se não cala
Abafada, empurrada,
Por whiskey rasca e brancos quentes
Caio no ímpasse do quase esquecimento.
O corpo que me prende não é o meu
O Ser, levou-o a nortada
Sou só sentires inexistentes e pensares duvidosos
Matei-me e, impura, continuo a viver
Presa na vida e presa de mim.
A lo fugaz perpetuo
y sus hipoteseres
a la deriva al vértigo
al sublatir al máximo las reverberalíbido
al desensueño al alba a los cornubios dime sin titilar por ímpetu de bumerang de encelo
de gravitante acólito de tanto móvil tránsfuga cocoterráqueo efímero
y otros ripios del tránsito
meditaturbio exóvulo
espiritado en Virgo en decúbito en trance en aluvión de incógnitas
con más de un muerto huésped rondando la infraniebla del dédalo encefálico
junto a precoces ceros esterosentes dime al codeleite mudo del mimo mimo mixto
al desmelar los senos
o al trasvestirme de ola de sótano de ausencia de caminos de pájaros que lindan con la infancia
animamantemente me di por dar por tara por vocación de dado
por hacer noche solo entre amantes fogatas desinhalar lo hueco y encontrarme inhallable
hora tras otra lacra más y más cavernoso
menos volátil paria
más total seudo apoeta con esqueleto topo y suspensivas nueces de apetencias atávicas
al azar dime al gusto a las adultas menguas a las escleropsiquis
al romo tedio al pasmo al exprimir las equis a la veinteava esencia
y degustar los filtros del desencantamiento
o revertir mi arena en clepsidras sexuadas
y sincopar la cópula
me di me doy me he dado donde lleva la sangre
prostitutivamente
por puro pleno pánico de adherir a lo inmóvil
del yacer sin orillas
sin fe sin mí sin pauta sin sosías sin lastre sin máscara de espera
ni levitarme en busca del muy Señor nuestro ausente en todo
caso y tiempo y modo y **** y verbo que fecundó el vacío
obnubilado
inserto en el dislate cosmos, a todo todo dime alirrampantemente
para abusar del aire del sueño de lo vivo y redarme y masdarme
hasta el último dengue
                                                          y entorpecer la nada
Aquellos días extraviaron mi sentido profético, a mi casa
entraban los coleccionistas de sellos, y emboscados, a altas horas de la estación, asaltaban mis cartas, arrancaban de ellas besos
frescos, besos sometidos a una larga residencia marina, y conjuros que protegían mi suerte con ciencia femenina y defensiva
caligrafía.
Vivía al lado de otras casas, otras personas y árboles tendiendo a lo grandioso, pabellones de follaje pasional, raíces emergidas, palas vegetales, cocoteros directos, y en medio de estas espumas verdes, pasaba con mi sombrero puntiagudo y un corazón por completo novelesco, con tranco pesado de esplendor, porque a medida que mis poderes se roían, y destruidos en polvo buscaban simetría como los muertos en los cementerios, los lugares conocidos, las extensiones hasta esa hora despreciadas, y los rostros que como plantas lentas brotaban, en mi abandono, variaban a mi alrededor con terror y sigilo,, como cantidades de hojas que un otoño súbito trastorna.
Loros, estrellas, y además el sol oficial, y una brusca humedad, hicieron nacer en mí un gusto ensimismado por la tierra y cuanta cosa la cubría, y una satisfacción de casa vieja por sus murciélagos, una delicadeza de mujer desnuda por sus uñas, dispusieron en mí como de armas débiles y tenaces de mis facultades vergonzosas, y la melancolía puso su estría en mi tejido, y la carta de amor, pálida de papel y temor, sustrajo su araña trémula que apenas teje y sin cesar desteje y teje. Naturalmente, de la luz lunar, de su circunstancial prolongación, y más aún, de su eje frío, que los pájaros (golondrinas, ocas) no pueden pisar ni en los delirios de la emigración, de su piel azul, lisa, delgada y sin alhajas, caí hacia el duelo, como quien cae herido de arma blanca. Yo soy sujeto de sangre especial, y esa substancia a la vez nocturna y marítima me hacía alterar y padecer, y esas aguas subcelestes degradaban mi energía y lo comercial de mi disposición.
De ese modo histórico mis huesos adquirieron gran preponderancia en mis intenciones: el reposo, las mansiones a la orilla del mar me atraían sin seguridad, pero con destino, y una vez llegado al recinto, rodeado del coro mudo y más inmóvil, sometido a la hora postrera y sus perfumes, injusto con las geografías inexactas y partidario mortal del sillón de cemento, aguardo el tiempo militarmente, y con el florete de la aventura manchado de sangre
olvidada.
Krusty Aranda Feb 2017
No me gusta tu sonrisa
ni tus ojos
ni tu pelo
No me gusta tu mirada
ni tu tacto
ni tu cuerpo
No me gustan tus palabras
ni tu risa
ni tu llanto
No me gustan los clichés
que ya tanto
se han contado

Me gusta ver el sueño
que aún pasea por tus ojos
Me gusta la explosión
de carcajadas en tu rostro
Me gusta la pasión
con la que escuchas tus canciones
Me gustan tus eructos
resonando en los salones

Me gusta la poesía
que redactas tan vilmente
Me gusta la tormenta
que desatas en tu mente
Me gusta tu perfume
de cervezas y tabaco
Me gusta el sentimiento
que te invade a cada rato

Me gusta cuando bailas
con la música en el alma
Me gusta cuando conduces
y pierdes la calma
Me gusta cuando te aíslas
y eres tú tu propio mundo
Me gusta cuando hablas
cuando yo me quedo mudo

Me gustas tú, serena
Me gustas tú, exaltada
Me gustas tú en mis brazos
y si no te gusto nada
Me gustas tú en poemas
Me gustas tú en mis rimas
Me gustas tú, imperfecta
Me gustas tú, prístina
Hay dos españas, la del soldado y la del poeta.
            La de la espada fratricida y la de la canción
            vagabunda.
            Hay dos españas y una sola canción. Y esta es la
            canción del poeta vagabundo:

Franco, tuya es la hacienda,
la casa,
el caballo,
la pistola.

Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo...
más yo te dejo mudo...

¡Mudo!

Y, ¿cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?
¿Cuentos quieres, niña bella?
Tengo muchos que contar:
de una sirena de mar,
de un ruiseñor y una estrella,
de una cándida doncella
que robó un encantador,
de un gallardo trovador
y de una odalisca mora,
con sus perlas de Bassora
y sus chales de Lahor.Cuentos dulces, cuentos bravos,
de damas y caballeros,
de cantores y guerreros,
de señores y de esclavos;
de bosques escandinavos
y alcázares de cristal;
cuentos de dicha inmortal,
divinos cuentos de amores
que reviste de colores
la fantasía oriental.Dime tú: ¿de cuáles quieres?
Dicen gentes muy formales
que los cuentos orientales
les gustan a las mujeres;
así, pues, si eso prefieres
verás colmado tu afán,
pues sé un cuento musulmán
que sobre un amante versa,
y me lo ha contado un persa
que ha venido de Hispahán.Enfermo del corazón
un gran monarca de Oriente,
congregó inmediatamente
los sabios de su nación;
cada cual dio su opinión,
y sin hallar la verdad
en medio de su ansiedad,
acordaron en consejo
llamar con presura a un viejo
astrólogo de Bagdad.Emprendió viaje el anciano;
llegó, miró las estrellas;
supo conocer en ellas
las cuitas del soberano;
y adivinando el arcano
como viejo sabidor,
entre el inmenso estupor
de la cortesana grey,
le dijo al monarca: -!Oh Rey!
Te estás muriendo de amor.Luego, el altivo monarca,
con órdenes imperiosas
llama a todas las hermosas
mujeres de la comarca
que su poderío abarca;
y ante el viejo de Bagdad,
escoge su voluntad
de tanta hermosura en medio,
la que deba ser remedio
que cure su enfermedad.Allí ojos negros y vivos;
bocas de morir al verlas,
con unos hilos de perlas
en rojo coral cautivos;
allí rostros expresivos;
allí como una áurea lluvia,
una cabellera rubia;
allí el ardor y la gracia,
y las siervas de Circasia
con las esclavas de Nubia.Unas bellas, adornadas
con diademas en las frentes,
con riquísimos pendientes
y valiosas arracadas;
otras con telas preciadas
cubriendo su morbidez;
y otras, de marmórea tez,
bajas las frentes y mudas,
completamente desnudas
en toda su esplendidez.En tan preciada revista,
ve el Rey una linda persa
de ojos bellos y piel tersa,
que al verle baja la vista;
el alma del Rey conquista
con su semblante la hermosa,
y agitada y ruborosa
tiembla llena de temor
cuando el altivo Señor
le dice: -Serás mi esposa.Así fue. La joven bella
de tez blanca y negros ojos,
colmó los reales antojos
y el Rey se casó con ella.
¿Feliz, dirás, tal estrella,
Emelina? No fue así:
no es feliz la Reina allí
la linda persa agraciada,
porque ella está enamorada
de Balzarad el rawí.Balzarad tiene en verdad
una guzla en la garganta,
guzla dúlcida que encanta
cuando canta Balzarad.
Vióle un día la beldad
y oyó cantar al rawí;
de sus labios de rubí
brotó un suspiro temblante...
Y Balzarad fue el amante
de la celestial hurí.Por eso es que triste se halla
siendo del monarca esposa,
y el tiempo pasa quejosa
en una interior batalla.
Del Rey la cólera estalla,
y así le dice una vez:
-Mujer llena de doblez:
di si amas a otro, falaz.-
Y entonces de ella en la faz
surgió vaga palidez.-Sí -le dijo-, es la verdad;
de mi destino es la ley:
yo no puedo amarte, ¡Oh Rey!
porque adoro a Balzarad.-
El Rey, en la intensidad,
de su ira, entonces, calló;
mudo, la espalda volvió;
mas se vía en su mirada
del odio la llamarada,
la venganza en que pensó.Al otro día la hermosa
de parte de él recibió
una caja que la envió
de filigrana preciosa;
abrióla presto curiosa
y lanzó, fuera de sí,
un grito; que estaba allí
entre la caja, guardada,
lívida y ensangrentada
la cabeza del rawí.En medio de su locura
y en lo horrible de su suerte,
avariciosa de muerte
ponzoñoso filtro apura.
Fue el Rey donde la hermosura,
y estaba allí la beldad
fría y siniestra, en verdad,
medio desnuda y ya muerta,
besando la horrible y yerta
cabeza de Balzarad.El Rey se puso a pensar
en lo que la pasión es,
y poco tiempo después
el Rey se volvió a enfermar.
De sombra, sol y muerte, volandera
grana zumbando, el ruedo gira herido
por un clarín de sangre azul torera.

Abanicos de aplausos, en bandadas,
descienden, giradores, del tendido,
la ronda a coronar de los espadas.

Se hace añicos el aire, y violento,
un mar por media luna gris mandado
prende fuego a un farol que apaga el viento.

¡Buen caballito de los toros, vuela,
sin más jinete de oro y plata, al prado
de tu gloria de azúcar y canela!

Cinco picas al monte, y cinco olas
sus lomos empinados convirtiendo
en verbena de sangre y banderolas.

Carrusel de claveles y mantillas
de luna macarena y sol, bebiendo,
de naranja y limón, las banderillas.

Blonda negra, partida por dos bandas,
de amor injerto en oro la cintura,
presidenta del cielo y las barandas,

rosa en el palco de la muerte aún viva,
libre y por fuera sanguinaria y dura,
pero de corza el corazón, cautiva.

Brindis, cristiana mora, a ti, volando,
cuervo mudo y sin ojos, la montera
del áureo espada que en el sol lidiando

y en la sombra, vendido, de puntillas,
da su junco a la media luna fiera,
y a la muerte su gracia, de rodillas.

Veloz, rayo de plata en campo de oro
nacido de la arena y suspendido,
por un estambre, de la gloria, al toro,

mar sangriento de picas coronado,
en Dolorosa grana convertido,
centrar el ruedo manda, traspasado.

Feria de cascabel y percalina,
muerta la media luna gladiadora,
de limón y naranja, remolina

de la muerte, girando, y los toreros,
bajo una alegoría voladora
de palmas, abanicos y sombreros.
Eu queria ser grande, queria ter sonhos e ter esperança!
Eu queria ser grande, ter sonhos e sentir confiança!
Eu queria acreditar que existe esperança!
Eu queria acreditar que sonhos são uma lembrança!
Pois, quando eu sonho, eu acredito que eu quero aquilo,
Aquilo, com que sonho, afinal é o que eu quero!
Então e como podem explicar-me que o sonho, morreu!
Alguém pode acreditar fielmente no definitivo e no impossível!
Alguém pode dizer que não choverá nunca mais?
Ou poderá afirmar, que o sol jamais se esconderá.
Eu não acredito que eu sou um ser mau,
E eu acredito que sou realmente feliz!
Acredito que a minha felicidade depende dos meus amigos,
Aqueles amigos que me são amigos!
Não preciso que as pessoas finjam que a minha vida interessa,
E não mereço ter pessoas dessas, a perturbar os meus sonhos!
Sou suficientemente generoso, para com as pessoas que me são queridas!
Porque elas só são a minha vida, porque eu necessito do seu carinho!
Afinal de contas, ser amigo é ser prestável, disponível,
Não basta dizer:
- Eu sou o teu amigo!
Hoje percebo que sonhos são por vezes lições,
Sonhos são dádivas na escola da vida!
Sonhos são os auxiliares de memória necessários,
Para sobreviver neste mudo podre!
Neste antro medonho de abutres!
Mas amigos, eu sou feliz, no nosso oásis,
Porque a vossa amizade alimenta os meus receios!
Obrigado
Autor: António Benigno
Código de autor: 2012.02.12.01.04
¿Cuánto me queda?
¿siete? ¿diez? ¿quince setiembres?

¿le pregunto al azar
acaso porque sé
que el azar no responde?

y así y todo
el azar
¿es realmente un azar?

aún no he movido el rey
y la torre está quieta
o sea que hasta aquí
puedo enrocar mis riesgos

no instruí a mi reloj
para mañana
no hay por lo tanto garantía
de despertar a tiempo
por otra parte
sé proteger el sueño
con mis gastados párpados
de manera que puedo
arrimarme soñando
a esa espléndida nada
nada prometedora

la misma nada en que se despeñaron
mis hermanos de siempre
también los bienvenidos
que un día se malfueron
entre otros mi padre con su asfixia
y su postrer mirada
de candoroso pánico

¿qué diferencia podrá haber
ahí en tan hueco enigma
entre las vidas transparentes
y las compactas de asco
entre los tiernos pechos
de la hermosa lujuria
y los verdugos con medallas?
¿habrá acaso una sola y final
desolación?
¿cabrá algún jubileo?

en el gran agujero universal
¿se habrá acabado la noticia?
¿terminado el pronóstico?
¿borrado la memoria?
¿degollado el futuro?
la sobornable amnesia
del imposible dios
¿será infinita?

¿tal vez la única igualdad posible
entre yo mismo y la inminente
caravana de prójimos
será el no ser
el no existir?

¿nadie será ni más ni menos
inexistente que otros?
¿o por ventura o desventura
habrá tal vez un colmo
de oscura inexistencia?
¿una nada más nada
que las otras?

ante tan humillante incertidumbre
¿no sería mejor
confiar tan sólo en nuestras huellas
nuestro jadeo nuestro limo
en el amor que desentrañan
dos vértices de musgo
en los odios y mitos que inventamos
en las palabras como norias
en las palabras como sueños?

antes que el indecente
rasero igualitario
del no pensar
el no existir
no amar
no disfrutar
no padecer
¿no será preferible
la sideral distancia
que separa
lo justo de lo injusto?

francamente me asquea
la rara vecindad de mi no ser
con el canalla ahora inexistente
mi próximo no prójimo
en el amplio vacío

¿cuánto me queda?
¿siete? ¿diez? ¿quince setiembres?

¿y qué es después de todo
eso que espera?

¿la noche interminable?
¿un sol sin atenuantes ni crepúsculos?
¿la calima tediosa?
¿la noche? ¿alguna noche?
¿la noche como muro?

lo cierto es que no tengo
con respecto a esa noche sin murciélagos
ninguna expectativa o esperanza

¿o será que la muerte
no es realmente mi noche predilecta?

le pregunto al azar
al mudo
sordo
ciego

le pregunto al azar
le pregunto al azar
desalentadamente
le pregunto al azar
que no responde

¿estará mudo sordo ciego?

¿o
para nuestro escarnio
habrá muerto
el azar?
Como en la vaguedad de un espejismo:
-¿qué sabes? -mi conciencia me interroga,
fluïda en llanto entre mi propio abismo.

Y miro el mar ardiente, el monte flavo
que suaviza el azul, la estrella límpida
rielando en el rocío del capullo;
y en sus cunas los cándidos infantes,
cazados con las redes del arrullo
por el sueño de manos hechizantes.

Y vuelto a mí, gimiendo el corazón:
-¿qué sabes? -vanamente me interrogo,
mudo, bajo la múltiple emoción.

Sólo un saber escondo claro y justo;
llévole como antorcha y como daga
en medio del cerrado laberinto;
en su vasta amplitud mi fe naufraga
y hallo en su anchura incómodo recinto.

Se oyen sordos, roncos lamentos,
y alzan sus puños en el vacío
los pensamientos.

¡Oh menguado saber, pobre riqueza
de formas en imágenes trocadas,
ley ondeante, ciencia que alucina,
que cada noche en el silencio empieza
y cada día con el sol culmina!

¡Oh menguado saber de la iracunda
vida que ante mis ojos se renueva,
germinal y cruël, ciega y profunda;
madre de los mil partos y el misterio
que al barro humilla y a Psiquis subleva!

Como ventana que el azul del cielo
circunscribe, se entreabren los sentidos.
¡Pobre, ruïn saber! Y, sin embargo,
la leve mariposa del anhelo
entra por la ventana sin ruïdos.

Cuaja en el corazón de la manzana
la dulzura estival; la mariposa
vuela del fondo de la carne humana.
¡Que al claro cielo
suba el anhelo!

Por ese vuelo, la heredad natía
canté, con ritmo del ideal retorno,
en la ingenua parábola temprana.
En el turquí del éter desleía
un nácar tenue mi primer mañana.

Por ese anhelo entre los acres pinos
y las rosas en llamas del ocaso,
al hablar dejo la palabra trunca:
el tiempo es breve y el vigor escaso,
y la Amada ideal no vino nunca.

Por ese anhelo, en rimas balbucientes
canto el rojo camino que a la tarde
se pinta en la montaña evocadora,
o a la vívida luz del sol temprano,
como una obsesión conturbadora
de sangre y sangre en el azul lejano.

Y por él amo, en fin, y por él sueño
con una honda transfusión divina
de la luz en mi carne de tortura,
¡puesto que está la estrella vespertina
sobre el horror de esta prisión oscura!

Columpia el mar su cauda nacarina,
y en ustorios relámpagos de espejos
esplende en bruma de ópaco la carne de la ondina.
Y fluye Acuarimántima a lo lejos...
Cuando ya el cuerpo sustenta
Cerca de cuarenta abriles,
Y ya pico en los cuarenta.
La memoria se alimenta
De recuerdos infantiles.

Voy a narrar una historia
Oportuna en este mes.
Mes de recuerdos de gloria;
Es un hecho, una memoria
Que tiene algún interés.

Sano, fuerte y bullicioso,
Creyendo en muchas quimeras
Era yo un rapaz dichoso,
Como que estaba orgulloso
De mis trece primaveras.

Del mundo sólo sabía
Lo que a la inocente tropa
Enseña la geografía,
Que hay Asia, África y Europa
Y América y Oceanía.

Aun estaban en fermento
Mis gustos y mis ideas,
Juzgaba la historia un cuento
Y el amor un sentimiento
Que se apaga ante las feas.

Estudiaba sin desmayo,
Conversaba sin misterio,
Era por activo un rayo
Y así llegué a un mes de mayo
En la época del Imperio.

El pueblo a Maximiliano
Le llamaba sin temor,
En estilo liso y llano,
En lugar de «soberano»:
«Intruso y usurpador».

Los estudiantes, ajenos
A las pompas imperiales,
Escuchábamos serenos
Esos epítetos llenos
De resabios liberales.

En nuestros pechos ardía
La libertad como norma,
Como faro, como guía;
Eran nuestra idolatría
Los hombres de la reforma.

A la estudiantina grey
Nada importaba la corte
Ni los festejos del Rey;
Sabía sólo que la Ley
Andaba en Paso del Norte.

Por fin, en una ocasión
Se puso a prueba el colegio
Con una extraña función:
¡La solemne recepción
De un huésoed preclaro y regio!!

Cada cuai se disponía
A la fiesta sorprendente
Que agitados nos tenía;
¡¡El Emperador vendría
A vernos el día siguiente!!

Y era la fecha elegida
Una que en gloria reboza
De nuestra historia en la vida:
¡¡La que en Puebla dejó ungida
Con su triunfo Zaragoza!!

Convenimos con recato
En conmemorar tal hecho
Dando al gobierno un mal rato;
¿Cómo? ¡¡Ostentando el retrato
De Zaragoza en el pecho!!

Fue un complot hecho de bruces,
Cada cual tendió la mano
Jurando por las tres cruces
Ser muy digno a todas luces
De llamarse mejicano.

Y en ademán decisivo
Que mi memoria no olvida,
Juramos por el Dios vivo
Ponernos tal distintivo
A una señal convenida.

Llegó el momento anhelado,
Pusieron en un salón
Todo el colegio formado
Ya dispuesto y arreglado
Para la gran recepción.

Entra el monarca y atento
Saluda, suena un rumor
Y en un solo movimiento,
Cada cual muestra contento
La efigie del vencedor.

-¿Qué es esto?-Maximiliano
Dice, y sin temer reveses
Un chico resoonde ufano:
«¡¡Un jefe republicano
Que derrotó a los franceses!!»

El Director quedó mudo
Y los que estaban allí
Ante un responder tan rudo;
Sacó el Príncipe un escudo,
Lo dio al chico y dijo así:

«Vuestra lealtad es notoria
Y yo la debo premiar,
De los héroes es la gloria
Y en el mundo y en la historia
La debemos respetar».

Prodújose un gran rumor
Que retumbó como un rayo
Y aquel grupo encantador
En vez de «al Emperador»
Victoreó «al 5 de Mayo».
Este llano de muerte, esta tierra maldita,
Este otero desnudo de costados resecos,
Este páramo triste, donde el hombre que grita
No encuentra un solo monte que devuelva sus ecos,

Este desierto mudo, esta monotonía,
Esta soledad ocre como una calavera,
No nos deseperanza: sabemos todavía
Que, después del estío, otoño nos espera.

(¡Tener alas de pájaro. Dios mío, tener alas
De pájaro!... ¡Volar hasta la mansedumbre
Del mar!...¡Llegar a Ti por sus blancas escalas
A quemarnos los ojos con tu divina lumbre!)

Sabemos que defiendes con tu dorado escudo
los trópicos dorados, los solitarios polos.
Míranos, desterrados, sobre el suelo desnudo.
¡Señor, Señor, por qué nos has dejado solos!
Entre las ondas azules
Del bello Mediterráneo,
En el Golfo de Trieste
Surgiendo entre los peñascos,
Hay un alcázar que ostenta
Con gran arte entrelazados
En muros y minaretes
Lo gótico y lo cristiano.
Parece visto de lejos
Airoso cisne de mármol,
Que extiende las blancas alas
Entre dos abismos claros,
El del mar siempre sereno
Y el del cielo siempre diáfano.

Ese alcázar tan hermoso
En tiempos no muy lejanos,
Por mirar tanto las olas
De Miramar le llamaron,
Y en él vivieron felices
Dos príncipes de alto rango,
Dos seres de regia estirpe:
Carlota y Maximiliano.

En una tarde serena,
Al bello alcázar llegaron
Con una rara embajada
Varios próceres extraños;
Penetran a los salones
Y al noble príncipe hablando,
En nombre de un pueblo entero
(Que no les dio tal encargo)
Le ofrecieron la corona
Del Imperio Mejicano.

El Príncipe quedó absorto,
Para responder dio un plazo;
Soñó en pompas, en honores,
En fama, en poder, en lauros
Y al despertar de aquel sueño,
Al volver de tal encanto,
A su joven compañera
Le fue a consultar el caso.
«Acepta -dijo Carlota-,
Eres grande, noble y apto,
Y de este alcázar a un trono
Tan solamente hay un paso».

No corrida una semana,
El Príncipe meditando
En las difíciles luchas
De los grandes dignatarios,
Miraba tras los cristales
De su espléndido palacio
Enfurecerse las olas,
Rojo surgir el relámpago,
Y con bramidos horribles
Rugir los vientos airados.

De pronto, un ujier le anuncia
Que un extranjero, ya anciano,
Hablarle solicitaba
Con urgencia y en el acto.
Sorprendido el Archiduque
Dijo al ujier: «Dadle paso»;
Y penetró en los salones
Aquel importuno extraño,
De tez rugosa y enjuta,
De barba y cabello cano.

En frente del Archiduque
Dijo con acento franco:
«Vengo, señor, para veros
Desde un pueblo muy lejano,
Desde un pueblo cuyo nombre
Jamás habréis escuchado;
Yo nací en Aguascalientes,
En el suelo mejicano,
Serví a don Benito Juárez
De quien ya os habrán hablado,
Le serví como Ministro,
Soy su firme partidario,
Y mientras aquí os engañan,
Yo vengo a desengañaros;
No aceptéis, señor, un trono
Que tiene cimientos falsos,
Ni os ciñáis una corona
Que Napoleón ha labrado.
No quiere Méjico reyes,
El pueblo es republicano
Y si llegáis a mi patria
Y os riegan palmas y lauros,
Sabed que tras esas pompas
Y esos mentidos halagos
Pueden estar escondidos
El deshonor y el cadalso».

Oyendo aquestas palabras
Dichas por aquel anciano,
A tiempo que por los aires
Cruzó veloz un relámpago,
Tiñendo en color de sangre
La inmensidad del espacio,
Sin dar respuesta ninguna
Quedóse Maximiliano
Rígido, lívido, mudo,
Como una estatua de mármol.

Corrió inexorable el tiempo,
huyeron breves los años
Y en una noche de junio
Triste, sombrío, ensimismado,
En vísperas de la muerte
El Archiduque germano
En su celda de Querétaro
Y en sus desgracias pensando,
Así dijo conmovido
A uno de los abogados
Que tueron a despedirse
En momentos tan aciagos:
«Todo lo que hoy me sucede
A tiempo me lo anunciaron;
Un profeta he conocido
Que sin doblez, sin engaño,
Me auguró que en esta tierra
A donde vine cegado,
El pueblo no quiere reyes
Ni gobernantes extraños,
Y que si lauros y palmas
Se me regaban al paso
Tras ellos encontraría
El deshonor y el cadalso».
-¿Quién ha sido ese profeta?
Al Príncipe preguntaron:
«Era un ministro de Juárez
Sincero, patriota, honrado,
Don Jesús Terán, que ha muerto
En su hacienda hará dos años
¡Ah! ¡Si yo le hubiera oído!
iSi yo le hubiera hecho caso!
¡Hoy estuviera en mi alcázar
Con los seres más amados,
Y no contara los horas
Para subir al cadalso!!»
Mil quinientos treinta y siete.
Julio. Sol vivo y radiante
En claro azul ilumina
El Valle de los Alcázares.
En la llanura no hay oro
Ni esmeraldas. Sólo hambre.

Del botín que recogieron
Cada cual tomó su parte.
Para Fernández de Lugo
Raudos mensajeros salen
Con oro y gemas, lo suyo,
Y con los quintos reales.
Y aquellos soldados rasos
Que mal cubrían sus carnes
Con harapos, y en Castilla
En algún feliz instante
Sólo unos ochavos vieron
Como premio a sus afanes,
Tejos de oro bien esconden
De compañeros rapaces,
Y si hambre sienten ahora,
Pensando en sus pegujales
Olvidan viejas angustias,
Pues ya se ven por las calles
De Madrid o de Sevilla
Luciendo vistosos trajes,
O requiriendo de amores
A las manolas ya amables,
Y que antes a sus requiebros
Respondían con desaires;
O bien de dones oyéndose
Llamar, con aire arrogante,
Porque es baldón la pobreza
Y el oro las puertas abre.

Viendo gordos los caballos
Quesada, y a sus infantes
Aburridos, y perdiendo
Sus tejos junto a los naipes,
Su ocupación sólo entonces,
Y estando quietos los sables,
Una expedición ordena
A la tierra de los panches.

El Capitán Juan de Céspedes
Con unos valientes sale
Por tierra de «sutagaos».
Marcha y se traba el combate.
Con flechas envenenadas
Caballos e infantes caen.
No es ésta la raza muisca:
En sus venas otra sangre
Corre. Batalla dudosa
En los ásperos breñales,
Hasta que rueda el Cacique
De lanzada formidable.

¡Sangre de panches ardiente
Como fuego de volcanes!
Triunfó al fin España... pero
Sobre el último cadáver!

Y Quesada cavilaba:
¿Qué montañas o qué valles
Ocultarán en sus vetas
Las esmeraldas radiantes
Que he visto ante mí, suspenso,
En diademas y collares?
¿Cerca?... ¿Lejos? Pues si es lejos
No importa arriesgado viaje.
Esmeraldas son ducados
Y ducados son alcázares;
Vestes de grana en la Corte
Y de nobles homenaje.

Y de pronto, por un indio,
Dónde está la mina sabe.
¡Somondoco! A Somondoco
Van y socavones abren;
Y a las piedras adheridas
Aparecen destacándose
En claroscuro las gemas,
Que entre perlas y diamantes
Habrán de ser en el mundo
Gala en coronas reales.

Otro secreto los indios
Guardaban, secreto grave,
Pero logró descubrirlo
Deuda de vertida sangre.
Rey en dominios potente
Gobernaba extenso valle,
Dueño de ricos tesoros
Y súbditos a millares;


Su nombre, Quimuinchateca,
De Tunja temido Zaque.
Y a vencer ya acostumbrados,
Todos para Tunja parten.
Con regalos detenerlos
Quiso y corteses mensajes,
Pues tiempo ganar quería
Para llevar a distante
Lugar sus riquezas todas;
Pero avanzaron.
La tarde
Iluminaba el palacio;
El cercado roto cae,
Y en los muros planchas de oro
Vivo incendio fingen, ante
Los rojizos resplandores
Del sol, ya pronto a apagarse.

Acero en mano, Quesada
Entra con diez oficiales;
De sus enormes espuelas
Las rodajas y los sables,
Y sus cascos y sus cotas
Y sus barbados semblantes,
Y el relinchar en el patio,
No amedrentaron al Zaque.
Quesada intenta abrazarlo;
Nunca lo ha tocado nadie.
Los nobles y guardias gritan
Ante ese inaudito ultraje.
Crece el tumulto. Y entonces
Antón de Olalla, el semblante
Adusto, y de brazo fuerte
Al Zaque agarra. Salvaje
Gritería oyose... Todo
Por libertarlo fue en balde,
Y a un aposento contiguo
Fue entre arcabuces y sables.

Esforzados en la guerra,
Y ante el peligro tenaces,
Y con la muerte ceñuda
En desafío constante,
Pero siempre sed de oro
En sus almas, insaciable,
Al Templo del Sol, a Iraca,
Parten jinetes e infantes.

Más oro... más esmeraldas..
Ayer contra los alfanges
Agarenos y un ochavo
Como premio en los combates.
Ahora... esmeraldas y oro...
¿Quién podría creer antes
Que pedigüeños de antaño
Llegaran a ser magnates?

El templo de Sugamuxi! . . .
Allá en el fondo del valle,
Va apareciendo imponente:
El más rico y el más grande
De toda la raza muisca,
Templo de gruesos pilares,
Y de muros recamados
De petos de oro, en que el arte
De orfebres chibchas, serpientes,
Ranas, ciervos, tigres y aves
Grabó; donde el Gran Pontífice
Al sol le rinde homenaje,
Todo cubierto de blanco
Mientras aroma de gaque
Sube de los pebeteros
Al son de mayas cantares
Que por tradición se guardan
En un extraño lenguaje
-Tal vez el que habló Bochica
En muy remotas edades-
-Cantares que entonan vírgenes
Trenzando rítmico baile,
Ante enorme sol de oro
Que ciega por fulgurante.

Llegaron todos al frente
Del templo, al caer la tarde.
Mañana, dijo Quesada
Será nuestro día grande...
¡A dormir y a soñar todos!
Y que Fray Domingo alabe
Al cielo, que aquí nos manda,
Entre peligros y afanes,
Para enseñar a estos indios
Que el amontonar caudales,
Habiendo en el mundo pobre,
Es pecado imperdonable.

Y en tanto que todos duermen,
Dos soldados deslizándose
Entre las sombras penetran
Al templo. De seca y frágil
Paja, llevan dos hachones
Encendidos; fulgurantes
Radian las paredes. Oro,
Más oro y gemas vivaces;
Todo parece en las sombras
Como una aurora que arde.

De las manos de uno de ellos
Un hachón al suelo cae,
Porque ante tanta riqueza
Helada siente la sangre.
Se incendia el tapiz de esparto,
El fuego al santuario invade,
Rápido salta a los muros
Y a cortinas y a pilares;
Aprisa los dos soldados
Entre el fuego ruta se abren
Y entre el fuego, Sugamuxi
Es llamarada radiante.

Quesada y su tropa sueñan;
El paraíso se abre
En su soñar. Esmeraldas
Y oro ven, en manantiales
Que corren y corren. Oro,
Y esmeraldas en sus márgenes;
Selvas con gemas por hojas,
Y frutas de oro en los árboles...

La voz de incendio de pronto
Oyen. Aterrados salen.
Gran resplandor cubre el cielo;
De humo tromba formidable
Asciende. Los indios lanzan
Alaridos por las calles.

Y Quesada, en tanto, mira
Las llamas, mudo y exánime,
Cual si el infierno en la tierra
Hubiera abierto sus fauces.
naomivdwoodsen Jul 2014
El dolor se vuelve mudo pero me agita sin avisar, y corta.

Las lagrimas se quedan presas, y no puedo dejarlas pasar.

El pasado y el presente los diviso sin distinción
Me hago daño como si sirviera de consolación.

Y el sol quema, y mi piel pálida arde.

No tengo claro que estoy haciendo, si algo es cierto es que me estoy destruyendo.

Fin
el silencio no es mas que dolor
No era la música divina
de las esferas. Era otra
humana: de aire y agua y fuego.
Era una música sin hora
y sin memoria. Carne y sangre
sin final ni principio. Bóveda
de alondras nocturnas. Panal
de llama en las cumbres remotas.

Perfectamente lo recuerdo.
Luminoso, por gracia y obra
del misterio. Transfigurado
de eternidad y fiebre y sombra.
Era una música imposible
como un ser vivo. Prodigiosa
como un presente, eternizado
en su cenit. Oí sus ondas
candentes. Rocé con mis dedos
la palpitación de su forma.

Aquí principia el tiempo. Urna
de luna, cárcel de aroma.
Es ya todo celestemente
material. Suenan venas-violas,
trompas -nostalgias, corazones-
claveles-oboes... ¿Quién deshoja
la subterránea luz, los números
armoniosos? ¿Qué cuerdas roban
vida a lo mudo, melodía
a la carne, beso a las bocas?
Vidrio de siglos de la fuente
de donde toda mudez brota.
¿Tú también, hija mía, música,
tú también...?

                      Águila, corona
errabunda, ¿tú también? Mágica,
solitaria, majestuosa,
arriba, inmóvil, ¿reinas, riges
la noche?... Y bajas a la roca
donde la carne prometea
sufre sus viejas sedes nómadas.
Y hundes el pico en sus entrañas,
la atormentas hasta que implora.

De tierra y aire y agua y fuego
y carne y sangre... Prodigiosa
como un presente eternamente
presente. Bebes gota a gota
las estrellas sonoras; sorbo
a sorbo, todo el dolor, toda
la vida, todo lo soñado:
el Universo. Ya no importa
morir, hacernos eco tuyo.
La muerte rompe con su proa
la tristeza; tú eres su estela:
pulverizada luz. Ahondas
en el alma: la haces más alma;
en la carne helada: la tornas
primaveral, la vistes de alma,
encadenándola a tu órbita.

No era la música celeste
de las esferas. Era cosa
de nuestro mundo. Era la muerte
en movimiento. Era la sombra
de la muerte. Paralizaba
la vida al borde de la aurora.

Y, de pronto, se oye el silencio.
Todo recobra su luz propia.
La carne -oía nuestra carne-,
vuelve a ser piedra, cárcel, fosa.
Hundí mis manos de diamante
entre las pálidas corolas.
Alcé las crestas de las aguas
hasta el reino de las gaviotas.
Manos que habían recorrido
muchos kilómetros de olas.
Que habían sido, un sólo instante,
boca ardiendo contra otra boca.
Que habían sido vida, y eran
nube y ceniza en la memoria.

Jirón fatal de la belleza,
sólo queda llorar a solas.
Pero ya sin lágrimas, ya
sin palabras, las misteriosas
que dicen aquello que ocultan,
callan aquello que pregonan.
Sin transparencia si se miran.
De granito, cuando se tocan.

Jirón fatal de la belleza,
imposible cuando se nombra.
Sobre la escarcha de la música
pétalo a pétalo se agosta.
Arcos de plumas la arrebatan...

Y la noche, de nuevo, cobra
su realidad de ruinas pálidas
bajo la luz de las antorchas.
Erguida en tu silencio y en tu orgullo,
no sé con qué señor que te enamora,
comentas a manera de murmullo:
«¡Mirad ese es el hombre que me adora!»

Yo paso como siempre, absorto,... mudo,
y tú nerviosamente te sonríes,
sabiendo que detrás de mi saludo,
te ahondas y después te me deslíes.

Yo sé que ni te busco, ni te sigo,
que nada te mendigo, ni reclamo,
comento, nada más con un amigo:
«Esa es la mujer que yo más amo».

Yo sé que mi cariño recriminas,
es claro tú no entiendes de esas cosas,
qué sabe del perfume y las espinas,
quien nunca estuvo al lado de las rosas.

Tú sabes que jamás suplico nada,
y me sabes cautivo de tus huellas,
que vivo en la región de tu mirada,
y comparto contigo las estrellas.

Un día nos veremos nuevamente,
y es lógico que bajes la cabeza,
tendrás muchas arrugas en la frente,
y el rostro entristecido y sin belleza.

Serás menos sensual en la cadera,
tus ojos no tendrán aquel hechizo,
y aún murmuraré -«¡Si me quisiera!»
tú sólo pensarás: «¡Cuánto me quiso!»
Cuando fue el bravo Guerrero
Presidente, yo era un chico
Y en aquel tiempo a Tampico
Llegó un general ibero.
¿Barradas?
...Justo; esto es;
Barradas precisamente
Queriendo, audaz y valiente,
Ser un nuevo Hernán Cortés.
Entonces, sólo al decir
Que extraña tropa llegaba
El Gobierno ya miraba
Enlutado el porvenir.
Y por prudencia o temor
Cesaban goces y fiestas,
Haciéndole mil protestas
A cualquier embajador.
Barradas, bravo y experto,
Vencer a Méjico anhela
Y entra altivo a toda vela,
Como virrey frente al puerto.
Santa-Anna, a la patria fiel,
Tan audaz como animoso
Derrotó al jefe ambicioso
Ganando eterno laurel.
Fue una derrota ejemplar
Que no olvidará la Historia
Pues allí alcanzó la gloria
De hacerlo capitular.
En Méjico ¡Qué ansiedad
Por saber el resultado!
Estaba en completo estado
De agitación la ciudad.
Una noche, a ver un drama
Guerrero fue al Coliseo,
Un teatro tosco y feo
Que «Principal» se le llama.
Llegado el acto tercero,
Ve con asombro la gente
Que al palco del Presidente,
Entra, con traje de cuero,
Un hombre y le da un papel;
Guerrero al leerlo llora;
Y el público en esa hora,
Enternecido como él,
Presiente lo que le avisa
Al Presidente el pliego
Y queda mudo, en sosiego,
Entre lágrimas y risa.
Cuando acabó de leer
Guerrero, se levantó
De su asiento y así habló
Sin poderse contener:
«Si con frases no me explico,
El llanto lo hará por mí...
¡Me comunican aquí
La victoria de Tampico...!
Vencido está el jefe ibero,
Santa-Anna lo derrotó...»
Y un gran grito resonó:
«¡Vivan Santa-Anna y Guerrero!»
Guerrero con alegría,
Dijo enseñando leal
La faja de general
Que en la cintura tenía:
«Mando al brigadier Santa-Anna,
Esta faja, no os asombre,
Para que la porte en nombre
De la Nación Mejicana».
Volvió el público a gritar
Nuevos vivas y a aplaudir,
En unos era el reír,
En otros era el llorar
Y no hay mármoles ni bronces,
Ni existen tinta y color,
Que puedan pintar, señor,
El patriotismo de entonces.
Tu buena memoria pasma
A cualquiera, mi sargento,
Tu relato da contento,
Enardece y entusiasma.
Cuando el teatro dejaron
Todos con gran ansiedad,
¿Sabéis lo que en la ciudad
Con asombro contemplaron?
Adornadas con festones
Todas las casas vecinas,
Con faroles y cortinas
En cornisas y balcones;
Sobre las torres bermejas
De los vetustos conventos,
Gallardetes, ornamentos,
Guirnaldas y candilejas.
Las calles... ¡que animación!
Las gentes si se encontraban,
Entusiastas se abrazaban
Con lágrimas de emoción.
No se escuchaba un reproche,
Todo era franco y sincero,
Que estaba Méjico entero
De triunfo en aquella noche.
¡Y todos los mejicanos
Que un mismo placer sentían,
Entonces sí se querían
Como si fuesen hermanos...!
Me enternezco cuando pienso
En esto, porque señor,
No he visto un modo mejor
De dar a un bravo un ascenso,
Ni un modo más natural,
Más franco y más elocuente
De expresar públicamente
El contento nacional.
Glorias del pasado son,
¡Mas para un viejo soldado,
Esas glorias del pasado
Dan vida a su corazón...!
Sacude el mar su melena
Y son las olas montañas
Que coronan refulgentes
Ricas diademas de plata.

Niega el sol su viva lumbre
Al titán que tiembla y brama,
Y el huracán, monstruo *****,
Abre sus fúnebres alas.

Todo es en el cielo sombras;
Todo es en el aire ráfagas,
La lluvia cae a torrentes,
El rayo doquier estalla;

Cada relámpago alumbra
Un cuadro que impone y pasma
De terror al que lo mira,
A Dios elevando el alma.

Sobre el abismo sin fondo
De las turbulentas aguas,
Entre las olas gigantes
Que los espacios escalan;

Bajo el manto de tinieblas
Que en las regiones más altas
Corren en alas del viento
Como legión de fantasmas;

Al rumor de las centellas
Que difunde la borrasca
Y que al reventar convierten
Las nubes en rojas ascuas;

Cual hoja que se sacude
Para abandonar la rama,
A impulsos de estos ciclones
Que a los sabinos descuajan,

En la líquida llanura
Zozobra sin esperanzas
Ligera nave que en vano
Quiso arribar a la playa.

Sus velas poco le sirven
Y el maderamen no basta
A resistir los embates
De las ondas encrespadas;

Sus mástiles se doblegan,
Como en el campo las cañas,
Y al hundirse en el abismo
Ninguna mano la salva.

Es la soledad desierta
Su aterradora amenaza;
La mar su inmenso sepulcro,
Y el mudo espacio su lápida.

Los que en la nave caminan
Sus oraciones levantan
Al Ser que todo lo puede
Y le encomiendan sus almas.

Entre tantos tripulantes,
Que sobre el abismo viajan,
Van dos jóvenes que ruegan
Al cielo con unción santa.

Pareja noble y dichosa,
Que con ternura se aman
Y que tienen por tesoro
La juventud y la gracia.

Él cumplió los veinte abriles
Ella por dos no le iguala;
Él es arrogante de porte,
Ella una beldad sin tacha.

Van a buscar a sus padres
Que residen en España,
Y antes de que la tormenta
Su embarcación agitara,

Llevaron más ilusiones
Risueñas, dulces y castas,
Que tiene estrellas el cielo
Y tiene arenas la playa.

Él, mirando los horrores
Siniestros de la borrasca,
Entre la lluvia de rayos
Que roncos tronando espantan,

Besa a su esposa la frente
Al verla derramar lágrimas,
Y señalándole el cielo
Le dice: -¡Ten esperanza!

Dios que, al extender su mano
Refrena al punto las aguas,
Y a quien sumiso obedece
Cuanto formó su palabra,

Dios que es todo y puede todo
Es el único que salva
Al que en los grandes peligros
Su misericordia aclama.

-Pídele tú que nos salve
De una muerte tan amarga,
Tan lejos de tantos seres
Que nos buscan y nos aman;

Yo me dirijo a quien logra
De Dios lo que nadie alcanza,
A la «Estrella de los Mares&lrquo;,
A la Virgen sacrosanta.

Yo, cuando fui a despedirme
De mi Virgen mejicana,
«No me abandones, mi madre&lrquo;,
Dije llorando a sus plantas.

Y ella no ha de abandonarnos,
Nos sigue con su mirada,
Arrodíllate conmigo
Y háblale con toda el alma.

Mira en el triste horizonte
Aquella nube de alza,
Figurándome en su forma
Un paisaje que me encanta,

El cerro agreste y pequeño
Entre cuyas rocas áridas
La Virgen de Guadalupe
Se apareció en forma humana.

Y la nube se ilumina,
La circunda roja franja
Y algo se mueve en el fondo
Que parece que me llama.

-Deliras, mujer, deliras.
-Pero mira, se destaca
Entre rayos refulgentes
Una visión que me encanta.

¡Es la Virgen de mi tierra!
¡Mira el ángel a sus plantas
El manto azul y estrellado
Como las noches de Anáhuac!

-Santo delirio, hija mía;
Si la Virgen nos salvara
Las velas que tiene el barco,
Y vamos que son bien anchas,

Como ofrenda de su templo
Por nosotros regalada
Para ejemplo de otros fieles
Yo las hiciera de plata.

Y cuando acabó aquel joven
De decir estas palabras,
Aplacáronse las olas
Quedando la mar en calma.

Las que fueron negras nubes
Pronto se tornaron blancas
Y asomó la luna en llena
Por las estrellas cercada.

Los marineros absortos
De maravilla tan alta
Volvieron cantos y risas,
Bendiciones y plegarias,

Lo que en los tristes momentos
De la deshecha borrasca
Fueron horribles blasfemias
Y escandalosas palabras.

La nave al fin llegó al puerto,
La gente feliz y sana
Refirió el raro portento
Confirmándolo con lágrimas.

Y los jóvenes viajeros
Avivaron más el ansia
De cumplir una promesa
Más que solemne, sagrada.

El mástil de aquella nave
Que se doblegó cual caña
Al soplo de la tormenta
Fiera y desencadenada,

Lleváronselo consigo,
Y en otras horas más gratas
Trajéronlo hasta la iglesia
De la Virgen mejicana.

Dieron al templo en limosna
Lo mismo que les costara
Fabricar cual lo ofrecieron
Rico velamen de plata.

Y aprovechando aquel mástil
Fueron con piedra labradas
Las velas que hoy nos recuerdan
El fervor de aquellas almas.

¡Cuántos ascendiendo al templo
Que el cerro en su altura guarda,
Frente al monumento humilde
De que mi romance trata,

No saben que es el emblema
De una devoción sin mancha,
De una fe que fue el tesoro
De las edades pasadas,

Y que hoy es raro encontrarse
Prestando alivio a las almas
A quienes la duda enferma
Y el escepticismo amarga!

¡Oh, tradición, tú recoges
Sobre tus ligeras alas
Lo que la historia no dice
Ni el sabio adusto relata!

¡Toca al narrador agreste
Despojarte de tus galas
Para entretejer con ellas
Sus más vistosas guirnaldas!

Al pueblo lo que es del pueblo,
Sus venturas, sus desgracias
Y todo cuanto le atañe
En su historia y en su patria.
Sólo una temporada provisoria,
tatuaje de incontables tradiciones,
oscuro mausoleo donde empieza
a existir el futuro, a hacerse piedra.

Nada aquí, nada allá. Son las palabras
del mago lejanísimo y borroso.

Sin embargo, la infancia se empecina,
comienza a levantar sus inventarios,
a echar sus amplias redes para luego.
Es una isla limpia y sobre todo
fugaz, es un venero de primicias
que se van lentamente resecando.

Queda atrás como un rápido paisaje
del que persistirán sólo unas nubes,
un biombo, dos juguetes, tres racimos,
o apenas un olor, una ceniza.
Con luces queda atrás, a la intemperie,
yacente y aplazada para nunca,
sola con su aptitud irresistible
y un pudor incorpóreo, agazapado.
Para nunca aplazada, fabulosa
infancia entre sus redes extinguida.

Por algo queda atrás. Esa entrañable
cede paso al fervor, al pasmo, al fruto,
el azar hinca el diente en otra bruma,
somos los moribundos que nacemos
a la carne, a la sangre, al entusiasmo,
nos burlamos del sol, de la penumbra,
manejamos la gloria como un lápiz
y en las vírgenes tapias dibujamos
el amor y su viejo colmo, el odio,
el grito que nos pone la vergüenza
en las manos mucho antes que en la boca.

El celaje se enciende. Somos niebla
bajo el cielo compacto, insolidario,
el asombro hace cuentas y no puede
mantenernos serenos, apacibles,
somos el invasor protagonista
que hace trizas el tiempo, que hace ruido
pueril, que hace palabras, que hace pactos,
somos tan poderosos, tan eternos,
que cerramos el puño y el verano
comienza a sollozar entre los árboles.

Mejor dicho: creemos que solloza.
El verano es un.vaho, por lo tanto
no tiene ojos ni párpados ni lágrimas,
en sus tardes de atmósfera más tenue
es calor, es calor, y en las mañanas
de aire pesado, corporal, viscoso,
es calor, es calor. Con eso basta.

De todos modos cambia a las muchachas,
las ilumina, las ondula, y luego
las respira y suspira como acordes,
las envuelve en amor, las hace carne,
les pinta brazos con venitas tenues
en colores y luz complementarios,
les abre escotes para que alguien vierta
cualquier mirada, ese poderhabiente.

La vida, qué región esplendorosa.
¿Quién escruta la muerte, quién la tienta?
A la horca con él. ¿Quién piensa en esa
imposible quietud cuando es la hora
para cada uno de morder su fruta,
de usar su espejo, de gritar su grito,
de escupir a los cielos, de ir subiendo
de dos en dos todas las escaleras?

La muerte no se apura, sin embargo,
ni se aplaca. Tampoco se impacienta.
Hay tantas muertes como negaciones.
La muerte que desgarra, la que expulsa,
la que embruja, la que arde, la que agota,
la que enluta el amor, la que excrementa,
la que siega, la que usa, la que ablanda,
la muerte de arenal, la de pantano,
la de abismo, la de agua, la de almohada.

Hay tantas muertes como teologías,
pero todas se juntan en la espera.
Esa que acecha es una muerte sola.
Escarnecida, rencorosa, hueca,
su insomnio enloquecido se desploma
sobre todos los sueños, su delirio
se parece bastante a la cordura.
Muerte esbelta y rompiente, qué increíble
sirena para el Mar de los Suicidas.

No canta, pero indica, marca, alude,
exhibe sus voraces argumentos,
sus afiches turísticos, explica
por qué es tan milagrosa su inminencia,
por qué es tan atractivo su desastre,
por qué tan confortable su vacío.

No canta, pero es como si cantara.
Su demagogia negra usa palomas,
telegramas y rezos y suspiros,
sonatas para piano, arpas de herrumbre,
vitrinas del amor momificado,
relojes de lujuria que amontonan
segundos y segundos y otras prórrogas.

No canta, pero es como si cantara,
su espanto vendaval silba en la espiga,
su pregunta repica en el silencio,
su loco desparpajo exuda un réquiem
que es prado y es follaje y es almena.

Hay que volverse sordo y mudo y ciego,
sordo de amor, de amor enmudecido,
ciego de amor. Olfato, gusto y tacto
quedan para alejar la muerte y para
hundirse en la mujer, en esa ola
que es tiempo y lengua y brazos y latido,
esa mujer descanso, mujer césped,
que es llanto y rostro y siembra y apetito,
esa mujer cosecha, mujer signo,
que es paz y aliento y cábala y jadeo.

Hay que amar con horror para salvarse,
amanecer cuando los mansos dientes
muerden, para salvarse, o por lo menos
para creerse a salvo, que es bastante.
Hay que amar sentenciado y sin urgencia,
para salvarse, para guarecerse
de esa muerte que llueve hielo o fuego.

Es el cielo común, el alba escándalo,
el goce atroz, el milagroso caos,
la piel abismo, la granada abierta,
la única unidad uniyugada,
la derrota de todas las cautelas.

Hay que amar con valor, para salvarse.
Sin luna, sin nostalgia, sin pretextos,
Hay que despilfarrar en una noche
-que puede ser mil y una- el universo,
sin augurios, sin planes, sin temblores,
sin convenios, sin votos, con olvido,
desnudos cuerpo y alma, disponibles
para ser otro y otra a ras de sueño.

Bendita noche cóncava, delicia
de encontrar un abrazo a la deriva
y entrar en ese enigma, sin astucia,
y volver por el aire al aire libre,
Hay que amar con amor, para salvarse.

Entonces vienen las contradicciones
o sea la razón. El mundo existe
con manchas, sin arar, y no hay conjuro
ni fe que lo desmienta o modifique.

El manantial se seca, el árbol cae,
la sangre fluye, el odio se hace muro,
¿Es mi hermano el verdugo? Ese asesino
y dios padrastro todopoderoso,
ese señor del vómito, ese artífice
de la hecatombe, ¿puede ser mi hermano?
Surtidor de ******, profeta imbécil,
¿ése, mi prójimo?, ¿ése, el
semejante?
Sindico en todo caso de la muerte,
argumento Y proclama de la ruina,
poder y brazo ejecutor. Estiércol.

Por esta vez no he de mirar mis pasos
sino el contorno triste, calcinado.
Miro a mi sombra que está envejeciendo,
la sombra de los míos que envejecen.

El mundo existe. Con o sin sus manes,
con o sin su señal. Existe. Punto.

El mundo existe con mis ex iguales,
con mis amigos-enemigos, esos
que ya olvidé por qué se traicionaron.

Tiendo mi mano a veces y está sola
y está más sola cuando no la tiendo,
pienso en los compradores emboscados
y tengo duelo y tengo rabia y tengo
un reproche que empieza en mis lealtades,
en mis confianzas sin mayor motivo,
en mi invención del prójimo-mi-aliado.
Ni aun ahora me resigno a creerlo.

No todos son así, no todos ceden.
Tendré que repetírmelo a escondidas
y barajar de nuevo el almanaque.

Mi corazón acobardado sigue
inventando valor, abriendo créditos,
tirando cabos sólo a la siniestra,
aprendiendo a aprender, pobre aleluya,
y quién sabe, quién sabe si entre tanta
mentira incandescente, no queda algo
de verdad a la sombra. Y no es metáfora.

Nada aquí, nada allá. Son las palabras
del mago lejanísimo y borroso.

Pero ¿por qué creerle a pie juntillas?
¿En qué galaxia está el certificado?

Algo aquí, nada allá. ¿Es tan distinto?
Lo propongo debajo de mis párpados
y en mi boca cerrada.
                                      ¿Es tan distinto?
Ya sé, hay razones nítidas, famosas,
hay cien teorías sobre la derrota,
hay argumentos para suicidarse,

Pero ¿y si hay un resquicio?
                                               ¿Es
tan distinto,
tan necio, tan ridículo, tan torpe,
tener un espacioso sueño propio
donde el hombre se muera pero actúe
como inmortal?
Joseph Ramírez Dorantes,
Era, hablando con verdad,
Uno de los estudiantes
Más cumplidos y galantes
De nuestra Universidad.

Era de honrada ascendencia,
Su padre cifró su afán
En ilustrarlo a conciencia,
Y a estudiar jurisprudencia
Lo mandó de Michoacán.

Vivió, cual es de ordinario,
Sufriendo algunos rigores;
Y el centro universitario
Lo nombró bibliotecario
Del claustro de los Doctores.

Fue una borla su esperanza,
Sin que de la suerte impía
Temiera aleve asechanza,
Y tan dado a la enseñanza
Que un Dómine parecía.

Siempre a las contiendas hecho,
Amaba la discusión,
Y en la mesa y en el lecho
Era un curso de derecho
Su amena conversación.

En su memoria reunidas,
Con invisible buril,
Se encontraban esculpidas
Las leyes de las Partidas
Y del derecho civil.

Era alegre y zalamero,
Decidor grato y sin par,
Y en aquel claustro severo
Era en la misa el primero
Que se acercaba al altar.

¡Con qué entusiasmo estudiaba!
Y era por su devoción,
Si a un santo se celebraba,
El que a llevar ayudaba
El palio en la procesión.

Y a un tiempo afable y sencillo,
Lleno de franqueza y fe,
Sin buscar aplauso y brillo,
Jugaba igual un tresillo
Como bailaba un minué.

Y así de todos querido,
En lo mejor de su edad,
Y por todos aplaudido,
Juzgábanlo el consentido
De aquella Universidad.Locuaz, osado, altanero,
De embozada condición,
Era en el claustro severo
De Ramírez compañero
Roque Manresa y Leén.

En estudiar diligente,
Cursando Filosofía,
Era discreto y prudente
Que en época tan creyente
Él ni en el diablo creía.

Del Génesis y el Éxodo
Burlábase por igual,
Mas con tan discreto modo,
Que le juzgaban en todo
Sincero, adicto y leal.

Eran ambos estudiantes
Alegres y decidores,
Para los libros, constantes,
Y según fama, galantes
Y atrevidos, en amores.

Nunca se les vieron huellas
De asuntos envilecidos
Por tenebrosas querellas
Eran terror de doncellas
Y espanto de los maridos.

Y eran ambos celebrados
Por la grey alegre .y franca
De capences y .encerrados,
Que no eran menos osados
Que aquellos de Salamanca.

Bautizados por. alguno
De chispa y de buen humor,
Con un apodo oportuno
Llamaban «El Tigre», al uno,
Y al otro «El Inquisidor».
¡Tiempos tristes los pasados!
El rigor era la ley,
Cuando ilusos o engañados
Eran los hombres quemados
De orden de Dios y del Rey.

Cuando nunca se atendía
El derecho y la razón;
Y el que negaba o leía
Iba a la cárcel sombría
De la Santa Inquisición.

De aquel proceder severo,
Eran testimonio y nota,
Pasmando a Méjico entero,
Tres sitios: el quemadero,
El cadalso y la picota.

El progreso en su carrera
La picota derribó,
Apagó después la hoguera,
Y tras su llama postrera
Sólo el cadalso quedó.

Mudo, terrible, imponente,
Como fantasma servil,
Fue Méjico, independiente,
Y aun se asombraba a la gente
Matando a garrote vil.

Se ve entonces de ordinario,
A Lento paso marchar
Por la calle del Calvario,
Con hopa y escapulario,
Al que van a ajusticiar.

Siempre el toque de agonía
Fue la voz nunca turbada
De aquella calle sombría,
A cuyo extremo se erguía
La horca odiosa y odiada.

La calle a todos arredra
Y en las noches causa espanto;
Que allí el infortunio medra,
Y todos ven cada piedra
Humedecida con llanto.

En sus contornos obscuros,
Se oyen gritos sofocados,
Maldiciones y conjuros,
Y cruzan cabe sus muros
Espectros de ajusticiados.

El pueblo, que nada olvida,
Afirma con frenesí
Que en la noche tan temida
El alma de un parricida
Sale a penar por allí.

Y que no son devaneos
Ver, al dar las oraciones,
Sobre el altar de los reos
Como terribles trofeos
Luminosos corazones.

Esa fúnebre capilla
Que enluta eterno capuz,
Pues en ella nada brilla
Es tosca, pobre, sencilla
Con un altar y una cruz.

Allí con solemne calma
Entraba el que fuera en pos
Como mártir, de una palma
Antes de entregar el alma,
En el patíbulo, a Dios.

Allí cada sombra adquiere
Más luto y más lobreguez
Que el que en el cadalso muere,
Allí reza el Miserere
Por la postrema vez.

Allí causan a la par
Compasión, miedo y pavor
Frente a la cruz, el pesar,
La horca frente al altar,
Frente a la horca, el horror.

No hay martirio que no estalle
En sitio tan funerario,
Ni alma que allí no batalle,
Pues tal capilla y tal calle
Conducen siempre al Calvario.
Una mañana salieron
Manresa y Ramírez juntos;
Larga charla mantuvieron,
Y entusiastas discutieron
Sobre diversos asuntos.

Un argumento, el mejor,
Que a los dos les .preocupaba...
Y trataron con calor,
Era: ¿En qué estriba el valor?
Y cada cual meditaba.

¿En desdeñar el abismo
Que ante la muerte se ve?
¿En luchar con fanatismo?
¿En dominarse a sí mismo?
¿En ser invencible? ¿En qué?

-En dominarse; ¿no es esa
Prueba de gran valentía,
Con la dignidad ilesa?
-Tal es mi opinión, Manresa.
- Ramírez, tal es la mía.

-Pero hay casos en los cuales
Tiembla el hombre sin querer,
Pues son sobrenaturales..
-Yo todos los juzgo iguales,
Porque querer es poder.

-Te asiste razón y es cierto;
¿Mas si llegas a mirar
En noche, en claustro desierto
Que se te aparece un muerto
Y que te pretende hablar?

-Conseja, fútil conseja,
Que el ánimo enfermo trunca
De un imbécil o una vieja,
Pues el que la vanidad deja
No vuelve a la vida nunca.

-Los Santos Padres dijeron,
Acuérdate, en un concilio...
-Los Santos Padres mintieron
Los pobres no conocieron
Ni a Tibulo, ni a Virgilio.

-¿Pero tú no juzgas ciertos
Sus relatos consagrados,
Que a firman los más expertos?
-Decir que vuelven los muertos,
No es cosa de hombres honrados.

-Siempre te encuentro de fiesta,
No pierdes tu buen humor
Ni en una cuestión cual ésta,
Y quiero hacer una apuesta
Para probar tu valor.

-Lo que quieras, nada temo;
Por bravo no me reputo,
Pero soy digno en extremo;
Ni con los diablos me quemo
Ni con los muertos discuto.

Pues bien; te voy a decir,
Y no me hagas un reproche,
Pues lo puedes discutir:
No eres capaz de venir
Al cadalso, a media noche.

-¿Pero qué, te has figurado
Que soy tan vil y cobarde?
Yo subiré a ese tablado,
Aun estando el cuerpo helado
Del que ahorcarán por la tarde.

-Tan bravo no te creí.
-Pues sábelo; así soy yo,
Y de tal suerte nací.
-Pues yo te digo que no.
-Y yo te digo que sí.

-Ya que junto a la horca estamos,
En ella voy a poner
Este libro que llevamos,
Y cuando las doce oigamos
Lo vendrás a recoger.

-Ve a ponerlo, nadie tiene
Duda de mi altiva fe,
Pues sin mancha se sostiene
Que la media noche suene
Y a recogerlo vendré.

Y alegres los dos cruzaron
Las calles de la ciudad
De otras cosas conversaron
Y así contentos llegaron
Hasta la Universidad.
Llegó la noche sombría;
El espacio se enlutaba;
El viento horrible gemía;
La lluvia tenaz caía
Y el cielo relampagueaba.

Una promesa hecha entonces
Era un pacto temerario
Esculpido sobre bronce;
Oyeron ambos las once
Y se fueron al Calvario.

Moviendo iguales sus piernas
Cruzaron por la ciudad
Que en esas noches eternas
Sin lámparas ni linternas,
Mostraban su soledad.

Pronto en el Calvario dieron;
De la capilla, al portal
Por instinto se acogieron;
Surgió un relámpago,
Y vieron el patíbulo infernal.

-Voy por el libro y me esperas;
Y así no me harás reproche.
-Ve y vuelve cuando tú quieras.

Y las campanas austeras
Sonaron la media noche.

El que se quedó, veía
Marchar con grave arrogancia
Al que al cadalso partía,
Y apoco, tan solo oía
Sus pasos en la distancia.

Luego un rumor sordo y hueco
Después un murmullo falso
Como el engaño del eco,
Y enseguida un golpe seco
En las tablas del cadalso.

Con ansiedad sobrehumana
El uno al otro esperó
Y fue su esperanza vana,
Pues despuntó la mañana
Y Manresa no volvió.

No volvió, porque tocaron
Sus manos, en el incierto sitio,
El libro que buscaron,
Y sintió que lo tiraron
De la capa y cayó muerto.
No bien hubo amanecido,
Ramírez sube anhelante
Al cadalso aborrecido,
Y halló en las tabas tendido
El cuerpo del estudiante.

Lleno de horrible aflicción
Cuando a su mente se escapa
De la muerte la razón
Encuentra sobre un tablón,
Prendida a un clavo, la capa.

Y a varios que lo seguían
Les dijo el motivo justo
Y todos se convencían;
-Sintió que lo detenían.
Y es claro...¡murió del susto!
¿Suspiros?... ¡Aire!... ¿Lágrimas?... ¡Agua!
¿Insomnios?... ¡Nervios! Tenéis razón:
¡Y yo no duermo, llorando penas!
¡Y yo suspiro, sintiendo amor!
Seres felices los que ignoramos
Que amor, ternura, dicha y pesar,
Sólo son causas que determinan
Las secreciones del lagrimal.
Hay algo oculto, misterio santo,
De nuestra vida fuerza y poder,
Ignota llama, constante impulso
Que todos sienten, que nadie ve.
¿La sangre acaso? ¡callad, ilusos!
¿La sangre puede reír, llorar?
¿Guardan sus globos los pensamientos,
Las esperanzas, lo inmaterial?
¿Quizá los nervios? Hilos que llevan
Hasta el cerebro la sensación,
¿También trasmiten los sentimientos
Que nos elevan buscando a Dios?
Duermo en la alcoba sola y oscura,
Y no es tan negra mi soledad,
Pues ya dormido, con otros ojos
Miro las formas de lo ideal.
¿En qué pupilas y en qué retina
Se graba el ángel que alcanzo a ver?
¿Por qué sin ojos mirarlo puedo,
Y estando mudo, le hablo también?
¡Sangre! No bastas para la mente.
Prestas al barro tinte y color;
Y de igual modo correr podrías
Dentro la estatua de Pigmalión.
Mas este impulso secreto y vago
Que le llamamos sentir, pensar;
Que nos eleva, que nos contiene,
Que deja al barro, y al cielo va;
Esta secreta llama que encierra
Conciencia, juicio, talento, amor;
Que no se palpa, que no se mide:
La fe, la gloria, la inspiración;
No está en los nervios ni está en la sangre;
¡No! que si fuese materia vil,
Cuando se duerme bajo la tumba,
Con sangre y nervios quedara allí.
Eso es eterno. La ciencia, el arte,
Reflejos suyos siempre serán.
Fuera del alma ¡cuán pobres somos!
¡Todo se muere! ¡Todo se va!
Es media noche; la luna
Irradia en el firmamento;
Y riza al pasar el viento
Las ondas de la laguna.

En el bosque secular,
Y entre el tupido ramaje,
Turba el pájaro salvaje
La quietud con su cantar.

Y entre los contornos vagos
Del horizonte, a lo lejos
Brillan cual claros espejos,
Al pie del monte, los lagos.

Yace en paz, sola y rendida
De Tenoch la ciudad bella,
Parece que impera en ella
La muerte más que la vida.

Y no es ficción, es verdad;
Que fue tan triste su suerte
Que la orillan a la muerte
El luto y la soledad.
Su esplendor está apagado
De la guerra al terremoto;
El gran huebuetl está roto
Y el teponaxtle callado.

No alumbra el teocal, la luz
Del copal de suave aroma,
Porque el teocal se desploma
Bajo el peso de la cruz.

No cubren mantos de pluma
Los cuerpos de altivos reyes;
Tiene otro Dios y otras leyes
La tierra de Moctezuma.

Y ante este Dios y esta ley
Que transforman su recinto
Sólo al César Carlos Quinto
Reconoce como rey.

¡Cuántos heroicos afanes!
¡Cuántos horribles estragos
Han visto bosques y lagos,
Ventisqueros y volcanes!

Está el palacio vacío
Sin pompas ni ricas galas;
Desiertas se ven sus salas
Su exterior mudo y sombrío.

Y zumba en su derredor
Sel viento la aguda queja,
Como un suspiro que deja
Honda impresión de dolor.

Es el profundo lamento
De una raza sin fortuna:
¡La sangre que en la laguna
Flota y se queja en el viento!

Por eso duerme rendida
De Tenoch la ciudad bella,
Como si imperase en ella
La muerte más que la vida.
Frente a la anchurosa plaza,
Cerca del teocal sagrado
Y del palacio olvidado
Que pronta ruina amenaza,

Donde con riqueza suma
Viviera, en tiempo mejor,
Axayacatl el señor
Y padre de Moctezuma,

En corta y estrecha calle
Desde la cual, el que pasa
Mira fabricar la casa
Del alto marqués del Valle.

Así en la noche sombría
Como en la tarde callada
Y al fulgor de la alborada
Con que nace el nuevo día,

En toscas piedras sentado
Y con harapos vestido,
Entre las manos hundido
El semblante demacrado;

Un hombre de aspecto rudo,
Imagen de desventura,
Siempre en la misma postura,
Y como una estatua muda,

Inclinada la cabeza,
Allí lo encuentra la gente,
como la expresión viviente
De la más honda tristeza.

¿En qué piensa? ¿Qué medita?
¿Qué dolor su alma destroza
Que ni llora, ni solloza,
Ni se queja, ni se agita?

En su conjunto reviste
Tanta tristeza ignorada,
Que la gente acostumbrada
clama al verlo: «¡el indio triste!»

Le conocen por tal nombre
En el pueblo y la nobleza,
Y dicen: es la tristeza
Que tiene formas de hombre.

A nadie llegó a contar
Su tenaz dolor profundo;
Siempre triste lo vio el mundo
En aquel mismo lugar;

Tal vez fue algún descendiente
De los nobles mejicanos,
Que al ver en extrañas manos
Y en poder de extraña gente

La nación que libre un día
Vivió con riqueza y calma
Sintió en el fondo del alma
Horrible melancolía.

Y sin ninguna amenaza,
Viendo a su nación cautiva,
Fue la expresión muda y viva
De la aflicción de su raza.

Muchos años se le vio
En igual sitio sentado,
Y allí pobre y resignado
De su tristeza murió.

Su desconocida historia
Al vulgo pasma y arredra,
Y en tosca estatua de piedra
Honrar quiso su memoria.

La estatua al cabo cayó,
Que al tiempo nada resiste,
Y «Calle del Indio Triste»
Esa calle se llamó,

Sin poder averiguar
Con ciencia ni sutileza
La causa de la tristeza
Del indio de aquel lugar;

Pero en nuestro hermoso valle,
Y en nuestra mejor ciudad,
Pasan de edad en edad
Ese nombre y esa calle.
Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto
que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
quisiera remontarse directamente vivo.

Amar... Pero ¿quién ama? Volar... Pero ¿quién vuela?
Conquistaré el azul ávido de plumaje,
pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
de no encontrar las alas que da cierto coraje.

Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
quiso ascender, tener la libertad por nido.
Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

Iba tan alto a veces, que le resplandecía
sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
Ser que te confundiste con una alondra un día,
te desplomaste otros como el granizo grave.

Ya sabes que las vidas de los demás son losas
con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
A través de las rejas, libre la sangre afluya.

Triste instrumento alegre de vestir: apremiante
tubo de apetecer y respirar el fuego.
Espada devorada por el uso constante.
Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
por estas galerías donde el aire es mi nudo.
Por más que te debatas en ascender, naufragas.
No clamarás.  El campo sigue desierto y mudo.

Los brazos no aletean. Son acaso una cola
que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
La sangre se entristece de batirse sola.
Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
como un élitro ronco de no poder ser ala.
El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.
Nis Jul 2018
Pensaba que era alguien
y era mi reflejo.

Era yo,
era mi cuerpo,
no era yo
era mi avatar en este mundo,
un hombre joven y asustadizo,
no era yo.

Pensaba que era alguien
y era mi reflejo.

Mi reflejo,
ese mundo mudo e invertido,
como este tantas veces.
Espero que a mi reflejo le vaya mejor que a mí.
Ciertamente tiene mi cuerpo,
vaya desgracia.
Aunque tal vez en su inversión
se reniega de mi condición transgénero,
de mi desgracia con los expertos de la salud mental.
Tan invertido ese mundo de reflejo
que tal vez pueda disfrutar de sus amigos,
disfrutar de su reflejo.

Mi relación con los espejos
siempre fue de amor-odio.
Amor porque la científica en mi
sólo veía un instrumento semimágico
que replica nuestra realidad.
Odio porque yo no estoy en esa realidad.
Un energúmeno ocupa mi lugar,
un inútil al que odio con todo mi ser.
Un chico.
De pequeña jugaba a que luchaba con ese chico,
nunca pude derrotarle,
sigue ahí.
No era yo,
era mi reflejo.
Mi archienemigo.
Mi odio.

//

I thought it was someone
and it was my reflection.

It was me,
it was my body,
it wasn't me
it was my avatar in this world,
a young and shy man,
it wasn't me.

I thought it was someone
and it was my reflection.

My reflection,
that mute, inverted world,
like this one so many times.
I hope my reflection is doing better than me.
Certaintly it has my body,
what a pitty.
Although maybe in its inversion
it denies my transgender condition,
my disgrace with mental health experts.
So inverted is that world  of reflection
that it may enjoy its friends,
enjoy its reflection.

My relationship with mirrors
has always been of love-hatred.
Love because the scientist in me
only saw a semimagic instrument
that copies our reality.
Hatred becouse I am not in that reality.
A madman takes my place,
a vane man that I hate with all my being.
A boy.
When I was young I fightplayed with that boy,
I never could defeat him,
he's still there.
It wasn't me,
it was my reflection.
My nemesis.
My hatred.
Last one of three poems, from just esthetics, to suicide, and finally to gender dysphoria. Hope you like them..
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
        jugando llamarán.

  Pero aquellas que el  vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
        ¡esas... no volverán!

  Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
        sus flores se abrirán.

  Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
        ¡esas... no volverán!

  Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
        tal vez despertará.

  Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
        ¡así... no te querrán!

— The End —