He empezado cien veces este poema cruel,
cien veces lo he dejado morir en el papel,
pero siempre renace bajo las tachaduras
con los ojos malignos, con las manos oscuras.
Me despierta en las noches como un duende perverso,
como una gota de agua, brotando verso a verso
me persigue en las calles, me golpea el oído,
y ahora estoy escribiéndolo para ver si lo olvido.
Es para ti el poema. Y es un poema cruel.
Por ciertas cosas tuyas que iré diciendo en él,
por todas esas cosas que duran un momento,
que pasan y se olvidan, como el amor y el viento.
Sin embargo, la culpa no fue tuya ni mía,
fue un viento de hojas secas que soplaba aquel día,
pero en la pesadumbre de un año y otro año,
te escribo este poema temiendo hacerte daño,
y, al pensar en las novias que se quedan solteras,
casi preferiría que nunca lo leyeras…
Ya ves que no te acuso. Ya ves que no me quejo,
y si es cruel mi poema, más cruel será tu espejo,
tu espejo, el alto espejo, que fue el único amigo
que conoció tus tardes de ir a pasear conmigo,
el único que siempre te decía que sí,
y el único que supo si lloraste por mí…
Tu espejo que en la gloría que no logró tu amante,
duplicó tantas veces tu desnudez triunfante,
y sabía el secreto del final de tu sonrisa,
en los viejos domingos de vestirte sin prisa…
Y tu amigo el espejo fue un amigo lejano
cuando tu primavera se convirtió en verano,
al reflejar tus ojos de mujer sin cariño
y tus labios resecos de no besar a un niño.
Y el amigo lejano fue testigo inoportuno
que vio pasar tus días sin amor, uno a uno,
ya con tu lento paso de mujer olvidada
y una lluvia de otoño lloviendo en la mirada.
Ah, el otoño, el otoño de la mujer bonita
que es la viuda de un hombre que no acudió a la cita.
Ver secos los rosales bajo un cielo inclemente,
mientras crecen las rosas en la acera de enfrente…
Y así fue que el espejo se empañó una mañana
con tu primera arruga, con tu primera cana,
y, al opacarse el brillo de seda de tu piel,
ya no te desvestiste nunca más frente a él.
Ah, qué triste ceniza donde nunca ardió nada
con una fulgurante y ardiente llamarada!
Sí, cuántas hojas secas, cuánto tiempo perdido
para siempre en la sombra, más allá del olvido!
Comprender de repente que se ha vivido en vano,
cuando un como de espuma se evapora en la mano,
y aprender, en las noches de no dormir siquiera,
que la lluvia no sabe llover de otra manera…
Ah, pobre amada mía: ya tu boca está triste
de frases que has callado, de besos que no diste,
y tu vida es inútil, aunque tú no lo digas,
como el pozo sin agua o el surco sin espigas.
Eso es todo, adorada. Yo también estoy viejo,
viejo de no olvidarte, viejo como tu espejo.
Y, dolorosamente, más piadoso que él,
termino aquí los versos de mi poema cruel...