Submit your work, meet writers and drop the ads. Become a member
De aquel hombre me acuerdo y no han pasado
sino dos siglos desde que lo vi,
no anduvo ni a caballo ni en carroza:
a puro pie
deshizo
las distancias
y no llevaba espada ni armadura,
sino redes al hombro,
hacha o martillo o pala,
nunca apaleó a ninguno de su especie:
su hazaña fue contra el agua o la tierra,
contra el trigo para que hubiera pan,
contra el árbol gigante para que diera leña,
contra los muros para abrir las puertas,
contra la arena construyendo muros
y contra el mar para hacerlo parir.

Lo conocí y aún no se me borra.

Cayeron en pedazos las carrozas,
la guerra destruyó puertas y muros,
la ciudad fue un puñado de cenizas,
se hicieron polvo todos los vestidos,
y él para mí subsiste,
sobrevive en la arena,
cuando antes parecía
todo imborrable menos él.

En el ir y venir de las familias
a veces fue mi padre o mi pariente
o apenas si era él o si no era
tal vez aquel que no volvió a su casa
porque el agua o la tierra lo tragaron
o lo mató una máquina o un árbol
o fue aquel enlutado carpintero
que iba detrás del ataúd, sin lágrimas,
alguien en fin que no tenía nombre,
que se llamaba metal o madera,
y a quien miraron otros desde arriba
sin ver la hormiga
sino el hormiguero
y que cuando sus pies no se movían,
porque el pobre cansado había muerto,
no vieron nunca que no lo veían:
había ya otros pies en donde estuvo.

Los otros pies eran él mismo,
también las otras manos,
el hombre sucedía:
cuando ya parecía transcurrido
era el mismo de nuevo,
allí estaba otra vez cavando tierra,
cortando tela, pero sin camisa,
allí estaba y no estaba, como entonces
se había ido y estaba de nuevo,
y como nunca tuvo cementerio,
ni tumba, ni su nombre fue grabado
sobre la piedra que cortó sudando,
nunca sabia nadie que llegaba
y nadie supo cuando se moría,
así es que sólo cuando el pobre pudo
resucitó otra vez sin ser notado.

Era el hombre sin duda, sin herencia,
sin vaca, sin bandera,
y no se distinguía entre los otros,
los otros que eran él,
desde arriba era gris como el subsuelo,
como el cuero era pardo,
era amarillo cosechando trigo,
era ***** debajo de la mina,
era color de piedra en el castillo,
en el barco pesquero era color de atún
y color de caballo en la pradera:
cómo podía nadie distinguirlo
si era el inseparable, el elemento,
tierra, carbón o mar vestido de hombre?

Donde vivió crecía
cuanto el hombre tocaba:
La piedra hostil,
quebrada
por sus manos,
se convertía en orden
y una a una formaron
la recia claridad del edificio,
hizo el pan con sus manos,
movilizó los trenes,
se poblaron de pueblos las distancias,
otros hombres crecieron,
llegaron las abejas,
y porque el hombre crea y multiplica
la primavera camino al mercado
entre panaderías y palomas.

El padre de los panes fue olvidado,
él que cortó y anduvo, machacando
y abriendo surcos, acarreando arena,
cuando todo existió ya no existía,
él daba su existencia, eso era todo.
Salió a otra parte a trabajar, y luego
se fue a morir rodando
como piedra del río:
aguas abajo lo llevó la muerte.

Yo, que lo conocí, lo vi bajando
hasta no ser sino lo que dejaba:
calles que apenas pudo conocer,
casas que nunca y nunca habitaría.

Y vuelvo a verlo, y cada día espero.

Lo veo en su ataúd y resurrecto.

Lo distingo entre todos
los que son sus iguales
y me parece que no puede ser,
que así no vamos a ninguna parte,
que suceder así no tiene gloria.

Yo creo que en el trono debe estar
este hombre, bien calzado y coronado.

Creo que los que hicieron tantas cosas
deben ser dueños de todas las cosas.

Y los que hacen el pan deben comer!

Y deben tener luz los de la mina!

Basta ya de encadenados grises!

Basta de pálidos desaparecidos!

Ni un hombre más que pase sin que reine.

Ni una sola mujer sin su diadema.

Para todas las manos guantes de oro.

Frutas de sol a todos los oscuros!

Yo conocí aquel hombre y cuando pude,
cuando ya tuve ojos en la cara,
cuando ya tuve la voz en la boca
lo busqué entre las tumbas, y le dije
apretándole un brazo que aún no era polvo:

«Todos se irán, tú quedarás viviente.

Tú encendiste la vida.

Tú hiciste lo que es tuyo».

Por eso nadie se moleste cuando
parece que estoy solo y no estoy solo,
no estoy con nadie y hablo para todos:

Alguien me está escuchando y no lo saben,
pero aquellos que canto y que lo saben
siguen naciendo y llenarán el mundo.
-Pluma, las musas de mi genio autoras
versos me piden hoy. ¡Alto, a escribillos!
-Yo sólo escribiré, señor Burguillos,
éstas que me dictó rimas sonoras.
-¿A Góngora me acota a tales horas?
Arrojaré tijeras y cuchillos,
pues en queriendo hacer versos sencillos
arrímese dos musas cantimploras.
Dejemos la campaña, el monte, el valle,
y alabemos señores. -No le entiendo.
¿Morir quiere de hambre? -Escriba y calle.
-A mi ganso me vuelvo en prosiguiendo,
que es desdicha después de no premialle,
nacer volando y acabar mintiendo.
Natalia Rivera Mar 2015
7:15, viernes.
Era un viernes usual, llegue a su casa a eso de las 7:15; el cielo tenia pinceladas grises acompañado de una que otra estrella extraviada. Mientras observaba detenidamente, él se asoma por el balcón haciéndome un gesto de “entra” así que eso hice. Al entrar vi que en la sala no había nadie:
- ¿Dónde están tus padres? Le pregunte confundida
- Salieron a visitar a mi abuela.
Entre en su cuarto, el cual es demasiado espacioso para una sola persona. En las paredes cuelgan sus pinturas o algunas fotos de nosotros, en la esquina esta su computadora con los papeles compulsivamente organizados. Esta su cama con algunos cojines y un viejo y horrible sofá color amarillo. Como de costumbre deje mis zapatos al lado de la puerta, las ventanas estaban todas cerradas, lo único que le daba ventilación al cuarto era un viejo abanico en el piso así que encendí el aire acondicionado. Fui de camino hacia la puerta y me detuve justo frente al espejo, parecía una demente. Tenía unos pantalones cortos color crema con una camiseta negra la cual tenía un pequeño bordado de flores. Me encontraba frente a mi doble tratando de ver si me veía gorda cuando siento su mirada, penetrando en mi piel así que sonrió al instante.
-¿Qué se supone que haces?
- Tratando de no verme gorda
Él se queda callado y al cabo de varios minutos se va y cierra la puerta. Y ahí me encontraba yo, en el cuarto de mi novio, el que fue bendecido con tanta paciencia que podía llenar una tapa de botella. Molesta, fui a apagar la luz y me tire en su cama, pensando en que sucedería después cuando sonido de la ducha me trajo de vuelta a la realidad así que decidí arroparme y tratar de dormirme.
  
8:20, viernes.

El sonido de la puerta me despierta, busco mi teléfono y son las 8:20. Sigo dormida y algo confundida así que no logro ver dónde está el así que permanezco acostada intentando sin conseguirlo despertar. La cama se baja y sé que él se sentó así que me levanto y encuentro su cara.
-¿Por qué no me dijiste que te ibas a bañar?
- Estabas ocupada pensando en babosadas, en cambio, yo necesitaba un tiempo para pensarte detenidamente. – comenzó a acariciarme el rostro y continuo- ¿Acaso no entiendes que no tienes que ser flaca para que te desee? No te das cuenta, pero te deseo cada momento que te veo, cada vez que te tengo quisiera poder hacer estas cosas. Intente preguntar qué cosas pero su boca me lo impidió. Comenzó a besarme lento, como si hubiésemos tenido toda la noche para besarnos, como si sus padres jamás fueran a llegar. Seguido de un vals de  caricias buscando más allá de mi ropa, comenzó a quitármela despacio, como si estuviera escribiendo una historia. Lo tenía desnudo frente a mí, era mío y por ese lapso de tiempo podía hacer lo que quisiera con él. Podía besar cada centímetro de su cuerpo, acariciarlo en las partes que quisiera con la velocidad que quisiera, sentía como se hundía en mi cuerpo, como su respiración se iba cortando, como íbamos perdiendo la cordura hasta estallar.
11:54, casi sábado.

Yacíamos uno encima del otro, sin movernos, despeinados, sudados, saboreando el fulgor que brotaban nuestros cuerpos. Podía sentir su corazón latir, entrelazaba su pelo entre mis dedos preguntándome que sería de mis noches grises sin él. No podía parar de mirarlo, porque sabía que era el con quien quería pasar el resto de mis días, quería dejarle saber que lo iba a amar hasta que el cielo deje de dar espectáculos en las tardes, hasta que cada rincón del océano sea explorado, hasta que mi corazón este seco. Y aun así, lo amaría desenfrenadamente.
Xv
En las arenas de Magallanes te recogimos cansada
navegante, inmóvil
bajo la tempestad que tantas veces tu pecho dulce y doble
desafió dividiendo en sus pezones.

Te levantamos otra vez sobre los mares del Sur, pero ahora
fuiste la pasajera de lo oscuro, de los rincones, igual
al trigo y al metal que custodiaste
en alta mar, envuelta por la noche marina.

      Hoy eres mía, diosa que el albatros gigante
      rozó con su estatura extendida en el vuelo,
      como un manto de música dirigida en la lluvia
      por tus ciegos y errantes párpados de madera.

      Rosa del mar, abeja más pura que los sueños,
      almendrada mujer que desde las raíces
      de una encina poblada por los cantos
      te hiciste forma, fuerza de follaje con nidos,
      boca de tempestades, dulzura delicada
      que iría conquistando la luz con sus caderas.

      Cuando ángeles y reinas que nacieron contigo
      se llenaron de musgo, durmiendo destinados
      a la inmovilidad con un honor de muertos,
      tú subiste a la proa delgada del navío
      y ángel y reina y ola, temblor del mundo fuiste.
      El estremecimiento de los hombres subía
      hasta tu noble túnica con pechos de manzana,
      mientras tus labios eran oh dulce! humedecidos
      por otros besos dignos de tu boca salvaje.

      Bajo la noche extraña tu cintura dejaba
      caer el peso puro de la nave en las olas
      cortando en la sombría magnitud un camino
      de fuego derribado, de miel fosforescente.
      El viento abrió en tus rizos su caja tempestuosa,
      el desencadenado metal de su gemido,
      y en la aurora la luz te recibió temblando
      en los puertos, besando tu diadema mojada.

      A veces detuviste sobre el mar tu camino
      y el barco tembloroso bajó por su costado,
      como una gruesa fruta que se desprende y cae,
      un marinero muerto que acogieron la espuma
      y el movimiento puro del tiempo y del navío.
      Y sólo tú entre todos los rostros abrumados
      por la amenaza, hundidos en un dolor estéril,
      recibiste la sal salpicada en tu máscara,
      y tus ojos guardaron las lágrimas saladas.
      Más de una pobre vida resbaló por tus brazos
      hacia la eternidad de las aguas mortuorias,
      y el roce que te dieron los muertos y los vivos
      gastó tu corazón de madera marina.

Hoy hemos recogido de la arena tu forma,
Al final, a mis ojos estabas destinada.
Duermes tal vez, dormida, tal vez has muerto, muerta:
tu movimiento, al fin, ha olvidado el susurro
y el esplendor errante cerró su travesía.
Iras del mar, golpes del cielo han coronado
tu altanera cabeza con grietas y rupturas,
y tu rostro como una caracola reposa
con heridas que marcan tu frente balanceada.

Para mí tu belleza guarda todo el perfume,
todo el ácido errante, toda su noche oscura.
Y en tu empinado pecho de lámpara o de diosa,
torre turgente, inmóvil amor, vive la vida.
Tú navegas conmigo, recogida, hasta el día
en que dejen caer lo que soy en la espuma.
Verdes tardes de la selva; tardes
tristes. Río verde
entre zacatales verdes;
pantanos verdes.
Tardes olorosas a lodo, a hojas mojadas, a
helechos húmedos y a hongos
El verde perezoso cubierto de moho
poco a poco trepando de rama en
rama, con los ojos cerrados como
dormido pero comiendo
una hoja, alargando un garfio primero
y después el otro,
sin importarle las hormigas que le pican,
volteando lentamente el bobo rostro
redondo, primero a un lado
y luego al otro,
enrollando por fin la cola en una rama
y colgándose pesado como
una bola de plomo; el salto del sábalo en el río;
el griterío de los monos comiendo
malcriadamente, a toda prisa,
arrojándose las cáscaras de anona unos a otros
y peleándose, charlando, arremedándose
y riéndose entre los árboles;
monas chillonas cargando a tuto monitos
pelones y trompudos;
la guatusa bigotuda y elástica
que se estira y encoge
mirando a todos lados con su ojo redondo
mientras come temblando;
espinosas iguanas... temblando;
espinosas iguanas
como dragones de jade
corriendo sobre el agua
(¡flechas de jade!);
el ***** con su camisa rayada, remando
en su canoa de ceiba.

Una muchacha meciéndose en una hamaca,
con su largo pelo *****, y una pierna desnuda
colgando de la hamaca,
nos saluda:
                    Adiós, California!

El río *****, como tinta, al anochecer.
Una flor de un hedor putrefacto
                                                      como de cadáver;
y una flor horrible, peluda.
                                                      Orquídeas
guindadas sobre el agua podrida.
Silbidos tristes de la selva,
y quejidos.
                    Quejidos.
Hojas tristes que caen dando vueltas.
Y chillidos...
                      ¡Un grito entre las guanábanas!
El hacha cortando un tronco
                      y el eco del hacha.
¡El mismo chillido!
Ruido sordo de manadas de cerdos salvajes.
¡Carcajadas!
                      El canto de un tucán.
Chischiles de culebras cascabeles.
Gritos de congos.
                      Chachalacas.
El canto melancólico de la gongolona
                                  entre los coquitales,
y el de la paloma popone,
                                            popone, pone, pone
Oropéndolas sonoras
columpiándose en sus nidos colgados de las palmeras,
y el canto del pájaro-león entre los coyoles
y el del pájaro de-la-luna-y-el-sol
el pájaro clarinero, el pájaro
relojero que da la hora
y el pocoyo que canta de noche (o caballero)
                                  Cabayero mi dinero Cabayero mi dinero
parejas de lapas que pasan gritando,
y el guis, chichitote y dichoso-fui
                                      dichoso-fuiiiiiiii
que cantan en los chagüites sombríos.
Plateados pantanos rielando,
y las ranas cantando
                              rrrrrrrrrrrrr
!Y un pájaro que toda la noche repite.
goldenhair Apr 2014
suas palavras me dão espasmos
o jeito que você canta feito um gatinho miando
seus olhos me cercando por todos os lados
sua voz suave me cortando me roubando o oxigênio
atingindo-me no meio do peito feito uma lança
que me atravessa e me faz sangrar e só parar ate conseguir ouvir de novo
sua voz de abandono tão doce tão suave que me faz querer vomitar
que contrai todos os poros do meu corpo e por um segundo para todos os meus órgãos e me seca e sufoca e aperta e queima feito ácido por dentro
e seu corpo tão suave e tão belo e tão angelical tão ingênuo e me faz
querer te usar te corromper é como garras rasgando minha pele como álcool no meu sangue que arrepia cada pelo do meu corpo e me faz te querer mais e mais
toda manhã em que eu acordo sem seu sorriso de quem pede carinho e pede amor mas eu não posso te dar amor por que você é diferente você é especial você está tão distante de correr esse risco, mas eu te quero, eu te quero.
goldenhair Jul 2013
Queria confessar, não resisto àqueles olhos
os seus, verdes, me encarando, fixos.
Corava-me a face, confundia-me o peito.
Uma lua refulgente num céu opaco
É como tentar descrever os olhos de Capitu.

Quando nossas mãos se encostavam
assim, de relance, sem querer
um segundo no tempo.
Arrepios.

Preencheria esse vazio dentro de ti e te faria só meu.
E nos meus poemas te descreveria com tanto fascínio
quanto o guerreiro branco descreve a virgem Iracema.

Seu sorriso doce, seu peito – meu leito
Canta suas canções no ouvido meu
Como fazem os pássaros na manhã,
cortando o silêncio que paira nos montes.

Deságuo no oceano da tua alma
Me afogo no teu afago
Procuro suas mãos de encontro com as minhas
Sozinhas.
Las ventanas se han estremecido, elaborando una metafísica del universo. Vidrios han caído. Un enfermo lanza su queja: la mitad por su boca lenguada y sobrante, y toda entera, por el ano de su espalda.
Es el huracán. Un castaño del jardín de las Tullerías habráse abatido, al soplo del viento, que mide ochenta metros por segundo. Capiteles de los barrios antiguos, habrán caído, hendiendo, matando.
¿De qué punto interrogo, oyendo a ambas riberas de los océanos, de qué punto viene este huracán, tan digno de crédito, tan honrado de deuda derecho a las ventanas del hospital? Ay las direcciones inmutables, que oscilan entre el huracán y esta pena directa de toser o defecar! Ay! las direcciones inmutables, que así prenden muerte en las entrañas del hospital y despiertan células clandestinas a deshora, en los cadáveres.
¿Qué pensaría de si el enfermo de enfrente, ése que está durmiendo, si hubiera percibido el huracán? El pobre duerme, boca arriba, a la cabeza de su morfina, a los pies de toda su cordura. Un adarme más o menos en la dosis y le llevarán a enterrar, el vientre roto, la boca arriba, sordo el huracán, sordo a su vientre roto, ante el cual suelen los médicos dialogar y cavilar largamente, para, al fin, pronunciar sus llanas palabras de hombres.
La familia rodea al enfermo agrupándose ante sus sienes regresivas, indefensas, sudorosas. Ya no existe hogar sino en torno al velador del pariente enfermo, donde montan guardia impaciente, sus zapatos vacantes, sus cruces de repuesto, sus píldoras de opio. La familia rodea la mesita por espacio de un alto dividendo. Una mujer acomoda en el borde de la mesa, la taza, que casi se ha caído.
Ignoro lo que será del enfermo esta mujer, que le besa y no puede sanarle con el beso, le mira y no puede sanarle con los ojos, le habla y no puede sanarle con el verbo. ¿Es su madre? ¿Y cómo, pues, no puede sanarle? ¿Es su amada? ¿Y cómo, pues, no puede sanarle? ¿Es su hermana? Y ¿cómo, pues, no puede sanarle? ¿Es, simplemente, una mujer? ¿Y cómo pues, no puede sanarle? Porque esta mujer le ha besado, le ha mirado, le ha hablado y hasta le ha cubierto mejor el cuello al enfermo y ¡cosa verdaderamente asombrosa! no le ha sanado.
El paciente contempla su calzado vacante. Traen queso. Llevan sierra. La muerte se acuesta al pie del lecho, a dormir en sus tranquilas aguas y se duerme. Entonces, los libres pies del hombre enfermo, sin menudencias ni pormenores innecesarios, se estiran en acento circunflejo, y se alejan, en una extensión de dos cuerpos de novios, del corazón.
El cirujano ausculta a los enfermos horas enteras. Hasta donde sus manos cesan de trabajar y empiezan a jugar, las lleva a tientas, rozando la piel de los pacientes, en tanto sus párpados científicos vibran, tocados por la indocta, por la humana flaqueza del amor. Y he visto a esos enfermos morir precisamente del amor desdoblado del cirujano, de los largos diagnósticos, de las dosis exactas, del riguroso análisis de orinas y excrementos. Se rodeaba de improviso un lecho con un biombo. Médicos y enfermeros cruzaban delante del ausente, pizarra triste y próxima, que un niño llenara de números, en un gran monismo de pálidos miles. Cruzaban así, mirando a los otros, como si más irreparable fuese morir de apendicitis o neumonía, y no morir al sesgo del paso de los hombres.
Sirviendo a la causa de la religión, vuela con éxito esta mosca, a lo largo de la sala. A la hora de la visita de los cirujanos, sus zumbidos nos perdonan el pecho, ciertamente, pero desarrollándose luego, se adueñan del aire, para saludar con genio de mudanza, a los que van a morir. Unos enfermos oyen a esa mosca hasta durante el dolor y de ellos depende, por eso, el linaje del disparo, en las noches tremebundas.
¿Cuánto tiempo ha durado la anestesia, que llaman los hombres? ¡Ciencia de Dios, Teodicea! si se me echa a vivir en tales condiciones, anestesiado totalmente, volteada mi sensibilidad para adentro! ¡Ah doctores de las sales, hombres de las esencias, prójimos de las bases! Pido se me deje con mi tumor de conciencia, con mi irritada lepra sensitiva, ocurra lo que ocurra aunque me muera! Dejadme dolerme, si lo queréis, mas dejadme
despierto de sueño, con todo el universo metido, aunque fuese a las malas, en mi temperatura polvorosa.
En el mundo de la salud perfecta, se reirá por esta perspectiva en que padezco; pero, en el mismo plano y cortando la baraja del juego, percute aquí otra risa de contrapunto.
En la casa del dolor, la queja asalta síncopes de gran compositor, golletes de carácter, que nos hacen cosquillas de verdad, atroces, arduas, y, cumpliendo lo prometido, nos hielan de espantosa incertidumbre.
En la casa del dolor, la queja arranca frontera excesiva. No se reconoce en esta queja de dolor, a la propia queja de la dicha en éxtasis, cuando el amor y la carne se eximen de azor y cuando, al regresar, hay discordia bastante para el diálogo.
¿Dónde está, pues, el otro flanco de esta queja de dolor, si, a estimarla en conjunto, parte ahora del lecho de un hombre? De la casa del dolor parten quejas tan sordas e inefables y tan colmadas de tanta plenitud que llorar por ellas sería poco, y sería ya mucho sonreír.
Se atumulta la sangre en el termómetro.
¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que se deja en la vida! ¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que se deja en la vida! ¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que pudo dejarse en la vida!
De verdes sauces entre doble hilera,
de la agria roca al coronar la altura,
a lo lejos, cortando la llanura,
se ve la polvorosa carretera.

Donde se parte en dos la cordillera
se divisa una casa, y su blancura
resalta del trigal en la verdura,
cual si velamen de una barca fuera.

Del saucedal bajo el ramaje amigo
clavo la vista en el hogar risueño.
de dos almas tal vez dichoso abrigo;

Y bajo el peso de tristeza ignota
finjo visiones de un borrado sueño,
y hondo suspiro de mi pecho brota.
Rob Cochran Jul 2018
Temblando al borde de la locura
Tratando de encontrar un centro de gravedad
Cortando mi circulación para hacer esta declaración
sobre mi habilidad natural como reina nacida
a caminar con tanta fabulosidad.
Aunque este vestido es una monstruosidad,
mi cabello es una curiosidad,
hay mucho acerca de este alto paso que no anticipé.
Por ejemplo cómo el balanceo de mis caderas
contrarresta el movimiento de mis dedos.
¿Quién sabía que habría tal orquestación?
Un cuerpo en concierto: ¡una ovación de pie!
Y cada paso otro encore,
Gritando delirantemente: "¡Más! ¡Más! ¡Más!"
Y de repente, el mundo es nuevo.
Nunca lo he visto desde este punto de vista.
Me sorprende la diferencia que unas pulgadas pueden hacer
para cambiar la realidad que ahora crea yo
Y aunque mis pies están apretados como tocones
en estas bombas de tacón de aguja de seis pulgadas,
un testimonio que debo profesar;
Qué maravilloso es ser
un muchacho en un vestido.
A recent translation from my poem "Birth of a Drag Queen" about a young man dressing in drag for the first time.
mientras el dictador o burócrata de turno hablaba
en defensa del desorden constituido del régimen
él tomó un endecasílabo o verso nacido del encuentro
entre una piedra y un fulgor de otoño

afuera seguía la lucha de clases/el
capitalismo brutal/el duro trabajo/la estupidez/
la represión/la muerte/las sirenas policiales cortando
la noche/él tomó el endecasílabo y

con mano hábil lo abrió en dos cargando
de un lado más belleza y más
belleza del otro/cerró el endecasílabo/puso
el dedo en la palabra inicial/apretó

la palabra inicial apuntando al dictador o burócrata
salió el endecasílabo/siguió el discurso/siguió
la lucha de clases/el
capitalismo brutal/el duro trabajo/la estupidez/la represión/la muerte/las sirenas policiales cortando la noche

este hecho explica que ningún endecasílabo derribó hasta ahora
a ningún dictador o burócrata aunque
sea un pequeño dictador o un pequeño burócrata/y también explica que
un verso puede nacer del encuentro entre una piedra y un fulgor de otoño o

del encuentro entre la lluvia y un barco y de
otros encuentros que nadie sabría predecir/o sea
los nacimientos/ casamientos/ los
disparos de la belleza incesante
Áureos buriles en pulido mármol
Graben su nombre; que su busto esplenda
Alto y severo; que su sien decore
Lauro apolíneo.

Musa del bardo que cantó las hondas
Selvas y ríos de la patria... Musa
Libre del Ande, que a su tumba vienes,
¡Pliega las alas!

Ara intocada de su ardiente culto
Fue siempre el Arte; y con unción votiva
Dio, como ofrenda a los eternos Númenes,
Ánforas bellas.

Arcade nuevo, de la selva andina
Hizo, en sus cantos, a los dioses templo;
Y ellos oyeron, de su lira acorde,
Clásicos ritmos

Himnos los suyos armoniosos fueron,
Cantos de hosanna, que cual triunfo vibran
Hoy, cuando extraños ¡Poesía sacra!
Ajan tu veste;

Veste que siempre fulguró distante,
Peplo de diosa en consagrado plinto,
Y hora, arambeles que en el hombro lleva
Vulgo profano.

Frentes se inclinan a su paso. El cielo
Radia en fulgores, y el silencio crece;
Y óyese, lejos, en azul de altura
Vuelo de águilas.

Raudo desfile sobre erial galopa...
¡Potros salvajes que cantó! Las crines
Sueltas al aire... y al tropel de cascos
Tiembla la pampa.

Potros pamperos... ¿Los oís? De polvo
Nubes levantan, y al tocar la cumbre
Rápido el viento, retrasado vuela,
Vuela tras ellos.

Rojas corolas cual la sangre suya,
Ecos de bosques y armonías altas,
Fueron de su alma, segador de ensueños,
Lírica siega.

Frente a sus ojos se extendió anchurosa
Selva de siglos, con inmensas aguas;
Tierra fecunda, y el azul cortando
Fúlgido el Huila.

Toda la tierra tropical; e inmenso
Campo a su vista, con hervir de savia;
Y ávido entonces de laureles, hizo
Suya la selva.

Sueña una garza en su visión de bosque,
Tiende a las ondas el nevado cuello,
Y alza en el pico, destellando en iris,
Vivida escama.

Fue claro río que en radiantes días
Ceibas y palmas contempló en sus ondas,
Y albo de espumas, reflejó de noche
Rubias estrellas.

Diáfano el cielo palpitó en su canto,
Alas de cimas por sus versos se oyen,
Y álzase de ellos, cual de vasos níveos,
Hálito eterno.

Áureos buriles en pulido mármol
Graben su nombre; que su busto esplenda
Alto y severo, y que su sien decore
Lauro apolíneo.
Este dolor heroico de hacerse para cada noche
Un nuevo par de alas...
Dónde estarán las que ayer puso sobre mis hombros
El insomnio de la primera hora del alba!

Día, afilador de tijeras de oro,
Y puñales de acero, y espaldas de hierro;
Anoche yo tenía alas
Y estuve cerca del cielo.
Pero esta mañana
Llegaste tú con tu flauta, tu piedra.
Tus doce cuchillos de plata.

Y lentamente me fuiste cortando las alas.
Molinero es mi amante,
tiene un molino
bajo los pinos verdes,
cerca del río.

Niñas, cantad:
  «Por las tierras de Soria
yo quisiera pasar».   Por las tierras de Soria
va mi pastor.
¡Si yo fuera una encina
sobre un alcor!

Para la siesta,
si yo fuera una encina
sombra le diera.   Colmenero es mi amante,
y, en su abejar,
abejicas de oro
vienen y van.

De tu colmena,
colmenero del alma,
yo colmenera.   En las sierras de Soria,
azul y nieve,
leñador es mi amante
de pinos verdes.

¡Quién fuera el águila
para ver a mi dueño
cortando ramas!   Hortelano es mi amante,
tiene su huerto,
en la tierra de Soria,
cerca del Duero.

¡Linda hortelana!
Llevaré saya verde,
monjil de grana.   A la orilla del Duero,
lindas peonzas,
bailad, coloraditas
como amapolas.

¡Ay, garabí!...
Bailad, suene la flauta
y el tamboril.
Tal vez no ser es ser sin que tú seas,
sin que vayas cortando el mediodía
como una flor azul, sin que camines
más tarde por la niebla y los ladrillos,

sin esa luz que llevas en la mano
que tal vez otros no verán dorada,
que tal vez nadie supo que crecía
como el origen rojo de la rosa,

sin que seas, en fin, sin que vinieras
brusca, incitante, a conocer mi vida,
ráfaga de rosal, trigo del viento,

y desde entonces soy porque tú eres,
y desde entonces eres, soy y somos,
y por amor seré, serás, seremos.
En la noche del corazón
la gota de tu nombre lento
en silencio circula y cae
y rompe y desarrolla su agua.

Algo quiere su leve daño
y su estima infinita y corta,
como el paso de un ser perdido
de pronto oído.

De pronto, de pronto escuchado
y repartido en el corazón
con triste insistencia y aumento
como un sueño frío de otoño.

La espesa rueda de la tierra
su llanta húmeda de olvido
hace rodar, cortando el tiempo
en mitades inaccesibles.

Sus copas duras cubren tu alma
derramada en la tierra fría
con sus pobres chispas azules
volando en la voz de la lluvia.
Junio. Mil ochocientos diez y nueve.
Pisba. Es un triste amanecer. La aurora
Las altas cimas débilmente dora
Donde se ve brillar eterna nieve.

Ráfaga helada los arbustos mueve;
Silencio y soledad aterradora...
El Héroe, en tanto el horizonte explora...
Caen soldados de fatiga... Llueve.

Una sombra oscurece su pupila;
Tiembla su corazón... En remolino
Se alza la bruma. En su corcel vacila.

Mas de pronto surgió, cortando el cielo
Un águila... ¡Y siguió por el camino
Que iba indicando el águila en su vuelo!
-«Vamos, que se hace tarde...»- me dijiste.
Pero yo me quedé mirando el mar,
con el hastío de un pecado triste,
pues no hay nada más triste que un pecado ******...

Tú, la mujer ajena.
Yo, el hombre sin ayer.
Ya el mar borró tus pasos en la arena,
pero hay cosas más hondas en un atardecer...
Yo me pregunto cómo fue el regreso:
si ya él estaba allí;
si tú, como otras veces, pudiste darle un beso,
y si al besarlo no pensaste en mí...

Y me pregunto lo que habrás sentido
si después,
al quitarte el vestido,
rodó un poco de arena hasta tus pies...
Ya sé que fue un pecado
triste y ******,
pero el viento soplaba de aquel lado
y se llevo el pecado sobre el mar...

Y, al cruzar la acera,
ladrón de cosas que no tienen fin,
para pagarte un beso a mi manera
fui cortando las rosas de un jardín...
Tal vez mañana,
como hay sueños que han sido y que no son,
tú abrirás como siempre la ventana
y saldrás a esperarlo en el balcón.

Y, como una sorpresa,
como una burla fina y cruel,
colocarás mis flores en la mesa
sin que tiemble tu mano en el mantel...
Quizás vuelva a la playa,
por andar en la arena, no por ti...
(ya me dijiste que, aunque yo no vaya,
tu iras todas las tardes por allí...)

Y si nos tienta algún pecado
triste y ******,
el viento sopla siempre de aquel lado,
y se lo lleva todo sobre la mar...
SoVi Jun 2018
Nunca quiero estar
Sola en el espacio
Ojos cerrados o abiertos
Mitad viva o muerto
No se lo que quiero
Quitama la vida
Tapame la boca
Manos sobre mi corazon
Aprieta mas fuerte
No tengas miedo del presente
Cierta te las manos
No te quiero lastimar
Unas me estan cortando
Poco a poco sagrando
Piel rosita a blanco
Haciendo me en nada
Flotando en la galaxia
Cuerpo esta helado
Piel desbarantandose
Ojos no estan brillando
Mi curpo muerto
Convertiendo en cometo
Me exploto en tiempo



© Sofia Villagrana 2018
Ambar Martin Aug 13
¿Es pecado dar un grito ahogado para ser salvado del pozo oscuro en el que cada día nado?

¿En serio es tan malo buscar atención dañando mi propio ser? ¿O solo es una tonta acusación que hacen sin noción?

No lo dije, ni lo mostré, pero aún así, deseé que alguien lo viera, que alguien lo notará y me alejara del frío sentimiento que deja el filo cortando mi cuerpo.

Todo sería más fácil si lo hubiese hablado, este ciclo hubiera finalizado, las cicatrices no existirían y tal vez la culpa se iría.

Pero no pude, no pude y no puedo.

Las palabras se atascan en mi garganta y el resto de mi cuerpo es quien se encarga de dejarlas salir mediante finos cortes de los que después me voy a arrepentir.

Te pido que te pongas en mi lugar, y te des cuenta de que no me quiero victimizar, sino, que es mi manera de rogar un hombro en el cual llorar.
mi primer poema escrito :)
Ebrios de sangre y crímenes, en turba jadeante
Suben en fuga al monte que esconde su guarida;
Cerca la muerte llevan en su veloz huida,
Y de león perciben un acre olor distante.

Raudos salvan, hollando la Hidra amenazante,
Torrentes y barrancos, riscos y roca hendida,
Y ya, cortando él cielo, se alza la cumbre erguida
Del Pelión, de la Osa, o el Olimpo radiante.

De pronto un fugitivo se encabrita; atrás lanza
Una mirada; asústase; vuelve a mirar, y en tanto
Corre, y de un salto sólo sobre el rebaño avanza,

Porque ha visto a la luna, y en su terror se asombra,
Alargar detrás de ellos, como supremo espanto,
El horror gigantesco de la Herculana sombra.

— The End —