Allá en las horas más dulces
De mi fugitiva infancia,
Sirvióme de cuidadora
Una mujer muy anciana,
Con su rostro todo arrugas,
Su cabeza toda canas
Y su corazón tranquilo
Todo bondad y esperanzas.
De noche junto a mi lecho
Mil historias me contaba
De geniecillos y ninfas,
De trasgos y de fantasmas.
¡Pobrecilla! ¡cuántas veces
En estas noches amargas
En que repaso tristezas
En mi alcoba solitaria,
Al oír que de la torre
Vuelan en lentas parvadas
Las mismas horas que entonces
Pasé a su lado tan gratas,
He pensado en ella y visto
Llegar su sombra a mi estancia
Pretendiendo como en antes
Secar con cuentos mis lágrimas!
En cierta vez, caí enfermo,
La fiebre me devoraba,
Y en mi delirio quería
Para volar tener alas.
«Dámelas tú»: -grité altivo-
«Tú, nunca me niegas nada»:
-«Es verdad, nada te niego,
»Pero no sufras, ten calma,
Las alas que Dios te ha dado
Las tiene tu ángel de guarda;
Esta noche se las pido
Y te las daré mañana».
Nunca le faltó manera
De responder a mis ansias,
Y siempre al verme llorando,
Con la paciencia más santa,
Me dijo tales ternuras
Que aun me conmueven el alma.
Ella, que al velar mi sueño
De puntillas caminaba,
Y porque rumor ninguno
A mis oídos llegara
Iba a sosegar el péndulo
De un viejo reloj de sala;
Ella, que jamás hubiera
Permitido a gente extraña
Lanzar un débil suspiro
A dos pasos de mi cama;
Que en balcones y rendijas
Cortaba al aire la entrada
Y por no causarme susto
Rezaba siempre en voz baja;
Una noche fue a mi lecho
Alegre y entusiasmada
Diciéndome: -¡Ven, despierta,
Ya es hora... no tardes... anda!
Sobrecogido de miedo
Yo le pregunté: ¿Qué pasa?
-Ya lo sabrás cuando escuches
El vuelo de las campanas,
El tronar de los petardos
Y el disparo de las salvas-.
Abrigado hasta los ojos
Salí con la pobre anciana,
Y un sueño del paraíso
Me fingió lo que miraba.
Desde las enhiestas torres
A las humildes ventanas,
Lo mismo en extensas calles
Que en las más estrechas plazas,
Faroles y gallardetes,
Banderolas y oriflamas
Con los hermosos colores
De la bandera de Iguala.
Y al escuchar tantos gritos,
Tantos himnos, tantas dianas,
El rumor de los repiques
Y el estallar de las salvas,
En brazos de mi niñera
Lloré sin saber la causa.
-Lloras de placer-, me dijo
Esta es una fiesta santa,
La sola fiesta que alegra
Mi corazón y mis canas.
Hoy es quince de setiembre,
Y en esta noche sagrada,
Hace cuarenta y cuatro años,
Si mi memoria no es mala,
Un cura humilde en Dolores
Hizo nacer a la Patria.
Cuando era yo jovencita
Mi padre, que en paz descansa
Me traia de la mano
En esta noche a la plaza
Para repetir con todos
Los que aquí gozan y cantan,
El grito de independencia
Que repercute en el alma;
Mi padre, mi pobre padre,
Fue soldado de Galeana;
Pero mira... allí está el héroe
Alcé mis ojos con ansia
Y vi un inmenso retrato
Entre lucientes guirnaldas
Bañado por los reflejos
De las luces de Bengala.
Un rostro apacible y dulce,
Una frente limpia y ancha,
Una mirada de apóstol,
Una cabeza muy cana...
¡Era Hidalgo, el Padre Hidalgo,
El salvador de la Patria!
¿Lo ves? me dijo temblando
De regocijo la anciana...
-Sí, le respondí, sintiendo
No sé qué dentro del alma,
Y entonces a un mismo impulso
Con las manos enlazadas,
Nos pusimos de rodillas
Llenos los ojos de lágrimas.