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Palabras, frases, sílabas, astros que giran alrededor de un centro fijo. Dos cuerpos, muchos seres que se encuentran en una
palabra. El papel se cubre de letras indelebles, que nadie dijo, que nadie dictó, que han caído allí y arden y queman y
se apagan. Así pues, existe la poesía, el amor existe. Y si yo no existo, existes tú.

El poema prepara un orden amoroso. Preveo un hombre-sol y una mujer-luna, el uno libre de su poder, la otra libre de su esclavitud, y
amores implacables rayando el espacio *****. Todo ha de ceder a esas águilas incandescentes.

Todo poema se cumple a expensas del poeta.

Mediodía futuro, árbol inmenso de follaje invisible. En las plazas cantan los hombres y las mujeres el canto solar, surtidor de
transparencias. Me cubre la marejada amarilla: nada mío ha de hablar por mi boca.

Cuando la Historia duerme, habla en sueños; en la frente del pueblo dormido el poema es una constelación de sangre. Cuando a
Historia despierta, la imagen se hace acto, acontece el poema; la poesía entra en acción.

Merece lo que sueñas.
Mariah Tulli Nov 2018
Ei, entra e fica pra um café, porque sim eu mudei e agora tomo café, é essa tal de vida adulta que chega pra todos, seguida do cansaço. Mas entra, tu já conhece o caminho pra sala, aproveita que está aqui e me ajuda a fazer aquela comida que gostamos, mas não se sinta pressionada, entra por esses variados instantes, porque nós sabemos que não da mais pra entrar e ficar, já foi conversado e como dizemos, tá tudo bem mesmo! Entra e deixe que soltem aquele burburinho de que somos loucas, até gosto dele e concordo que somos sim, todos somos, mas pelo que vejo somos maduras, a ponto de bastar dez minutos de conversas sinceras para entendermos que não tem problema entrar e tomar um café.
Creo a veces que estás a mi lado tendida,
sobre mi brazo izquierdo la cabeza dormida.
Realidad me parece mi amorosa locura,
me sonrío a mí mismo con inmensa dulzura
y silenciosamente para no despertarte
me inclino hacia tu rostro quieto para besarte
pero mis labios juntos se pierden en la nada
y mi beso se hiela sobre la fría almohada,
tal como un pajarito que en una noche eleve
al abatir su vuelo se cayera en la nieve.
Pesada la cabeza de sueño y de lectura,
y el corazón henchido de infinita ternura,
cierro el libro que leo, mato la rubia llama,
subo el mar del embozo y me abrigo en la cama.
Y, la ardiente mejilla sobre la fresca almohada,
digo tu claro nombre, casi sin hacer ruido:
Creo que está a mi lado tu orejita rosada
y el túnel de juguete de tu oído.
Esta noche hay tormenta pero aun late lejana,
el relámpago pinta de verde mi persiana,
entra un aire cargado de humedad y de rosas,
en las sombras se tuercen mis manos voluptuosas
y una fiebre dulcísima cosquillea mi pecho:
estoy como una cruz de carne sobre el lecho.
Ha empezado a caer la lluvia lentamente.
Pero mi almohada tiene un hueco solamente.
Redondos de vigilia tengo abiertos los ojos,
los brazos como remos, los dedos casi flojos.
Hay un montón de ropa negra sobre una silla
y la luz de una vela da su coma amarilla.
He aquí que una lágrima ha caído en la almohada
y ha sonado en la funda de hilo almidonada.
Si lloro alguna noche, cuando estés a mi lado,
a la aurora tendrás el cabello mojado.
No me puedo dormir de soledad y tristeza,
yo pondría en tu hombro la cansada cabeza,
y lloraría un poco, y lloraría apenas...
Pero hay una distancia de juncos y de arenas.
Y tú estarás dormida, con tu tierra y tu cielo,
rodeada de la noche cerrada de tu pelo.
Dentro de un par de horas, o más, cuando me acueste,
el zafiro nocturno será una flor celeste,
yo una red de rocío, y una cinta de grana:
ya perdida la noche, perderé la mañana.
Sobre mi techo aun varias estrellas quedan.
Dime si te despiertan las lágrimas que ruedan.
La noche para mí es fantasmagoría,
más excitante que la misma poesía.
En el postigo albar hay una luz rosada,
primero fue violeta, luego será dorada.
¡Cómo cantan los gallos! se ve que están contentos.
No cantarían con mis pensamientos.
Siempre a la madrugada hace un poco de frío,
estrecharé a estas horas tu cuerpo con el mío.
Ahora cruza los campos un gran carro sonoro.
El día entra en mi cuarto como un labriego de oro.
La muerte
entra y sale
de la taberna.
Pasan caballos negros
y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra.
Y hay un olor a sal
y a sangre de hembra,
en los nardos febriles
de la marina.
La muerte
entra y sale,
y sale y entra
la muerte
de la taberna.
Invitación al llanto.  Esto es un llanto,
      ojos, sin fin, llorando,
escombrera adelante, por las ruinas
        de innumerables días.
Ruinas que esparce un cero -autor de nadas,
obra del hombre-, un cero, cuando estalla.
Cayó ciega.  La soltó,
la soltaron, a seis mil
metros de altura, a las cuatro.
¿Hay ojos que le distingan
a la Tierra sus primores
desde tan alto?
¿Mundo feliz? ¿Tramas, vidas,
que se tejen, se destejen,
mariposas, hombres, tigres,
amándose y desamándose?
No. Geometría.  Abstractos
colores sin habitantes,
embuste liso de atlas.
Cientos de dedos del viento
una tras otra pasaban
las hojas
-márgenes de nubes blancas-
de las tierras de la Tierra,
vuelta cuaderno de mapas.
Y a un mapa distante, ¿quién
le tiene lástima? Lástima
de una pompa de jabón
irisada, que se quiebra;
o en la arena de la playa
un crujido, un caracol
roto
sin querer, con la pisada. 
Pero esa altura tan alta
que ya no la quieren pájaros,
le ciega al querer su causa
con mil aires transparentes.
Invisibles se le vuelven
al mundo delgadas gracias:
La azucena y sus estambres,
colibríes y sus alas,
las venas que van y vienen,
en tierno azul dibujadas,
por un pecho de doncella.
¿Quién va a quererlas
si no se las ve de cerca?
Él hizo su obligación:
lo que desde veinte esferas
instrumentos ordenaban,
exactamente: soltarla
al momento justo.                                   Nada.
Al principio
no vio casi nada.  Una
mancha, creciendo despacio,
blanca, más blanca, ya cándida.
¿Arrebañados corderos?
¿Vedijas, copos de lana?
Eso sería...
¡Qué peso se le quitaba!
Eso sería: una imagen
que regresa.
Veinte años, atrás, un niño.
Él era un niño -allá atrás-
que en estíos campesinos
con los corderos jugaba
por el pastizal.  Carreras,
topadas, risas, caídas
de bruces sobre la grama,
tan reciente de rocío
que la alegría del mundo
al verse otra vez tan claro,
le refrescaba la cara.
Sí; esas blancuras de ahora,
allá abajo
en vellones dilatadas,
no pueden ser nada malo:
rebaños y más rebaños
serenísimos que pastan
en ancho mapa de tréboles.
Nada malo.  Ecos redondos
de aquella inocencia doble
veinte años atrás: infancia
triscando con el cordero
y retazos celestiales,
del sol niño con las nubes
que empuja, pastora, el alba.
 
Mientras,
detrás de tanta blancura
en la Tierra -no era mapa-
en donde el cero cayó,
el gran desastre empezaba.Muerto inicial y víctima primera:
lo que va a ser y expira en los umbrales
del ser. ¡Ahogado coro de inminencias!
Heráldicas palabras voladoras
-«¡pronto!», «¡en seguida!», «¡ya!»- nuncios de dichas
colman el aire, lo vuelven promesa.
Pero la anunciación jamás se cumple:
la que aguardaba el éxtasis, doncella,
se quedará en su orilla, para siempre
entre su cuerpo y Dios alma suspensa.
¡Qué de esparcidas ruinas de futuro
por todo alrededor, sin que se vean!
Primer beso de amantes incipientes.
¡Asombro! ¿Es obra humana tanto gozo?
¿Podrán los labios repetirlo?  Vuelan
hacia el segundo beso; más que beso,
claridad quieren, buscan la certeza
alegre de su don de hacer milagros
donde las bocas férvidas se encuentran.
¿ Por qué si ya los hálitos se juntan
los labios a posarse nunca llegan?
Tan al borde del beso, no se besan.
Obediente al ardor de un mediodía
la moza muerde ya la fruta nueva.
La boca anhela el más celado jugo;
del anhelo no pasa.  Se le niega
cuando el labio presiente su dulzura
la condensada dentro, primavera,
pulpas de mayo, azúcares de junio,
día a día sumados a la almendra.
Consumación feliz de tanta ruta,
último paso, amante, pie en el aire,
que trae amor adonde amor espera.
Tiembla Julieta de Romeos próximos,
ya abre el alma a Calixto, Melibea.
Pero el paso final no encuentra suelo.
¿Dónde, si se hunde el mundo en la tiniebla,
si ya es nada Verona, y si no hay huerto?
De imposibles se vuelve la pareja.
¿Y esa mano -¿de quién?-, la mano trunca
blanca, en el suelo, sin su brazo, huérfana,
que buscas en el rosal la única abierta,
y cuando ya la alcanza por el tallo
se desprende, dejándose a la rosa,
sin conocer los ojos de su dueña?
¡Cimeras alegrías tremolantes,
gozo inmediato, pasmo que se acerca:
la frase más difícil, la penúltima,
la que lleva, derecho, hasta el acierto,
perfección vislumbrada, nunca nuestra!
¡Imágenes que inclinan su hermosura
sobre espejos que nunca las reflejan!
¡Qué cadáver ingrávido: una mañana
que muere al filo de su aurora cierta!
Vísperas son capullos. Sí, de dichas;
sí, de tiempo, futuros en capullos.
¡Tan hermosas, las vísperas!
                                                          ¡Y muertas!¿Se puede hacer más daño, allí en la Tierra?
Polvo que se levanta de la ruina,
humo del sacrificio, vaho de escombros
dice que sí se puede.  Que hay más pena.
Vasto ayer que se queda sin presente,
vida inmolada en aparentes piedras.
¡Tanto afinar la gracia de los fustes
contra la selva tenebrosa alzados
de donde el miedo viene al alma, pánico!
Junto a un altar de azul, de ola y espuma,
el pensar y la piedra se desposan;
el mármol, que era blanco, es ya blancura.
Alborean columnas por el mundo,
ofreciéndole un orden a la aurora.
No terror, calma pura da este bosque,
de noble savia pórtico.
Vientos y vientos de dos mil otoños
con hojas de esta selva inmarcesible
quisieran aumentar sus hojarascas.
Rectos embisten, curvas les engañan.
Sin botín huyen. ¿Dónde está su fronda?
No pájaros, sus copas, procesiones
de doncellas mantienen en lo alto,
que atraviesan el tiempo, sin moverse.
Este espacio que no era más que espacio
a nadie dedicado, aire en vacío,
la lenta cantería lo redime
piedras poniendo, de oro, sobre piedras,
de aquella indiferencia sin plegaria.
Fiera luz, la del sumo mediodía,
claridad, toda hueca, de tan clara
va aprendiendo, ceñida entre altos muros
mansedumbres, dulzuras; ya es misterio.
Cantan coral callado las ojivas.
Flechas de alba cruzan por los santos
incorpóreos, no hieren, les traen vida
de colores.  La noche se la quita.
La bóveda, al cerrarse abre más cielo.
Y en la hermosura vasta de estos límites
siente el alma que nada la termina.
Tierra sin forma, pobre arcilla; ahora
el torno la conduce hasta su auge:
suave concavidad, nido de dioses.
Poseidón, Venus, Iris, sus siluetas
en su seno se posan.  A esta crátera
ojos, siempre sedientos, a abrevarse
vienen de agua de mito, inagotable.
Guarda la copa en este fondo oscuro
callado resplandor, eco de Olimpo.
Frágil materia es, mas se acomodan
los dioses, los eternos, en su círculo.
Y así, con lentitud que no descansa,
por las obras del hombre se hace el tiempo
profusión fabulosa.  Cuando rueda
el mundo, tesorero, va sumando
-en cada vuelta gana una hermosura-
a belleza de ayer, belleza inédita.
Sobre sus hombros gráciles las horas
dádivas imprevistas acarrean.
¿Vida?  Invención, hallazgo, lo que es
hoy a las cuatro, y a las tres no era.
Gozo de ver que si se marchan unas
trasponiendo la ceja de la tarde,
por el nocturno alcor otras se acercan.
Tiempo, fila de gracias que no cesa.
¡Qué alegría, saber que en cada hora
algo que está viniendo nos espera!
Ninguna ociosa, cada cual su don;
ninguna avara, todo nos lo entregan.
Por las manos que abren somos ricos
y en el regazo, Tierra, de este mundo
dejando van sin pausa
novísimos presentes: diferencias.
¿Flor?  Flores. ¡Qué sinfín de flores, flor!
Todo, en lo igual, distinto: primavera.
Cuando se ve la Tierra amanecerse
se siente más feliz.  La luz que llega
a estrecharle las obras que este día
la acrece su plural. ¡Es más diversa!El cero cae sobre ellas.
Ya no las veo, a las muchas,
las bellísimas, deshechas,
en esa desgarradora
unidad que las confunde,
en la nada, en la escombrera.
Por el escombro busco yo a mis muertos;
más me duele su ser tan invisibles.
Nadie los ve: lo que se ve son formas
truncas; prodigios eran, singulares,
que retornan, vencidos, a su piedra.
Muertos añosos, muertos a lo lejos,
cadáveres perdidos,
en ignorado osario perfecciona
la Tierra, lentamente, su esqueleto.
Su muerte fue hace mucho.  Esperanzada
en no morir, su muerte. Ánima dieron
a masas que yacían en canteras.
Muchas piedras llenaron de temblores.
Mineral que camina hacia la imagen,
misteriosa tibieza, ya corriendo
por las vetas del mármol,
cuando, curva tras curva, se le empuja
hacia su más, a ser pecho de ninfa.
Piedra que late así con un latido
de carne que no es suya, entra en el juego
-ruleta son las horas y los días-:
el jugarse a la nada, o a lo eterno
el caudal de sus formas confiado:
el alma de los hombres, sus autores.
Si es su bulto de carne fugitivo,
ella queda detrás, la salvadora
roca, hija de sus manos, fidelísima,
que acepta con marmóreo silencio
augusto compromiso: eternizarlos.
Menos morir, morir así: transbordo
de una carne terrena a bajel pétreo
que zarpa, sin más aire que le impulse
que un soplo, al expirar, último aliento.
Travesía que empieza, rumbo a siempre;
la brújula no sirve, hay otro norte
que no confía a mapas su secreto;
misteriosos pilotos invisibles,
desde tumbas los guían, mareantes
por aguja de fe, según luceros.
Balsa de dioses, ánfora.
Naves de salvación con un polícromo
velamen de vidrieras, y sus cuentos
mármol, que flota porque vista de Venus.
Naos prodigiosas, sin cesar hendiendo
inmóviles, con proas tajadoras
auroras y crepúsculos, espumas
del tumbo de los años; años, olas
por los siglos alzándose y rompiendo.
Peripecia suprema día y noche,
navegar tesonero
empujado por racha que no atregua:
negación del morir, ansia de vida,
dando sus velas, piedras, a los vientos.
Armadas extrañísimas de afanes,
galeras, no de vivos, no de muertos,
tripulaciones de querencias puras,
incansables remeros,
cada cual con su remo, lo que hizo,
soñando en recalar en la celeste
ensenada segura, la que está
detrás, salva, del tiempo.¡Y todos, ahora, todos,
qué naufragio total, en este escombro!
No tibios, no despedazados miembros
me piden compasión, desde la ruina:
de carne antigua voz antigua, oigo.
Desgarrada blancura, torso abierto,
aquí, a mis pies, informe.
Fue ninfa geométrica, columna.
El corazón que acaban de matarle,
Leucipo, pitagórico,
calculador de sueños, arquitecto,
de su pecho lo fue pasando a mármoles.
Y así, edad tras edad, en estas cándidas
hijas de su diseño
su vivir se salvó.  Todo invisible,
su pálpito y su fuego.
Y ellas abstractos bultos se fingían,
pura piedra, columnas sin misterio.
Más duelo, más allá: serafín trunco,
ángel a trozos, roto mensajero.
Quebrada en seis pedazos
sonrisa, que anunciaba, por el suelo.
Entre el polvo guedejas
de rubia piedra, pelo tan sedeño
que el sol se lo atusaba a cada aurora
con sus dedos primeros.
Alas yacen usadas a lo altísimo,
en barro acaba su plumaje célico.
(A estas plumas del ángel desalado
encomendó su vuelo
sobre los siglos el hermano Pablo,
dulce monje cantero).
Sigo escombro adelante, solo, solo.
Hollando voy los restos
de tantas perfecciones abolidas.
Años, siglos, por siglos acudieron
aquí, a posarse en ellas; rezumaban
arcillas o granitos,
linajes de humedad, frescor edénico.
No piso la materia; en su pedriza
piso al mayor dolor, tiempo deshecho.
Tiempo divino que llegó a ser tiempo
poco a poco, mañana tras su aurora,
mediodía camino de su véspero,
estío que se junta con otoño,
primaveras sumadas al invierno.
Años que nada saben de sus números,
llegándose, marchándose sin prisa,
sol que sale, sol puesto,
artificio diario, lenta rueda
que va subiendo al hombre hasta su cielo.
Piso añicos de tiempo.
Camino sobre anhelos hechos trizas,
sobre los días lentos
que le costó al cincel llegar al ángel;
sobre ardorosas noches,
con el ardor ardidas del desvelo
que en la alta madrugada da, por fin,
con el contorno exacto de su empeño...
Hollando voy las horas jubilares:
triunfo, toque final, remate, término
cuando ya, por constancia o por milagro,
obra se acaba que empezó proyecto.
Lo que era suma en un instante es polvo.
¡Qué derroche de siglos, un momento!
No se derrumban piedras, no, ni imágenes;
lo que se viene abajo es esa hueste
de tercos defensores de sus sueños.
Tropa que dio batalla a las milicias
mudas, sin rostro, de la nada; ejército
que matando a un olvido cada día
conquistó lentamente los milenios.
Se abre por fin la tumba a que escaparon;
les llega aquí la muerte de que huyeron.
Ya encontré mi cadáver, el que lloro.
Cadáver de los muertos que vivían
salvados de sus cuerpos pasajeros.
Un gran silencio en el vacío oscuro,
un gran polvo de obras, triste incienso,
canto inaudito, funeral sin nadie.
Yo sólo le recuerdo, al impalpable,
al NO dicho a la muerte, sostenido
contra tiempo y marea: ése es el muerto.
Soy la sombra que busca en la escombrera.
Con sus siete dolores cada una
mil soledades vienen a mi encuentro.
Hay un crucificado que agoniza
en desolado Gólgota de escombros,
de su cruz separado, cara al cielo.
Como no tiene cruz parece un hombre.
Pero aúlla un perro, un infinito perro
-inmenso aullar nocturno ¿desde dónde?-,
voz clamante entre ruinas por su Dueño.
Mas vueno pa enterrar
Contra perde
Mas vueno mira mi cuerpo abajo
Contra mira mi cuerpo perdido
Si, iyo ya cavar con el tierra,
Iyo ya entera complaciente
Iyo ya entera na mi cuerpo
Pero tu ya dale patada pa adrento
Ya basha tierra mas manada na suficiente
Ellos ya poner cinco grande piedra ariba
Seguro ya yo subir
Seguro hinde ya yo vivir
Hinde pa campante, ya pone pa colebra
Ya entra, yan camang, ya porsa
Yan junto comigo, ya besa
Ya bira na cabeza y pescuezo
No hay iyo luchar y defenderse
Hasta cuando kamo mata con el muerto?
Hasta cuando kam derramar sangre con el tierra mojado?
Hasta cuando yo muri?


**Svelte Rogue, ACS
This is my first Chavacano poem. It is a dialect in the Philippines which has similarity to Spanish. The poem speaks about my torments and tormentors on a recent event in my life. I did a mistake that caused them to do their acts. I was sorry and still am. I accepted defeat and didn't fight back, never did. I helplessly accept the pain every time. I fake a smile, keep my head up, and carry on. I die every day. I die a little inside every time they push me below.  The question is, until when?

PS. I will be adding the English and Tagalog (Language in the Philippines) version of this poem.
Cuando fue el bravo Guerrero
Presidente, yo era un chico
Y en aquel tiempo a Tampico
Llegó un general ibero.
¿Barradas?
...Justo; esto es;
Barradas precisamente
Queriendo, audaz y valiente,
Ser un nuevo Hernán Cortés.
Entonces, sólo al decir
Que extraña tropa llegaba
El Gobierno ya miraba
Enlutado el porvenir.
Y por prudencia o temor
Cesaban goces y fiestas,
Haciéndole mil protestas
A cualquier embajador.
Barradas, bravo y experto,
Vencer a Méjico anhela
Y entra altivo a toda vela,
Como virrey frente al puerto.
Santa-Anna, a la patria fiel,
Tan audaz como animoso
Derrotó al jefe ambicioso
Ganando eterno laurel.
Fue una derrota ejemplar
Que no olvidará la Historia
Pues allí alcanzó la gloria
De hacerlo capitular.
En Méjico ¡Qué ansiedad
Por saber el resultado!
Estaba en completo estado
De agitación la ciudad.
Una noche, a ver un drama
Guerrero fue al Coliseo,
Un teatro tosco y feo
Que «Principal» se le llama.
Llegado el acto tercero,
Ve con asombro la gente
Que al palco del Presidente,
Entra, con traje de cuero,
Un hombre y le da un papel;
Guerrero al leerlo llora;
Y el público en esa hora,
Enternecido como él,
Presiente lo que le avisa
Al Presidente el pliego
Y queda mudo, en sosiego,
Entre lágrimas y risa.
Cuando acabó de leer
Guerrero, se levantó
De su asiento y así habló
Sin poderse contener:
«Si con frases no me explico,
El llanto lo hará por mí...
¡Me comunican aquí
La victoria de Tampico...!
Vencido está el jefe ibero,
Santa-Anna lo derrotó...»
Y un gran grito resonó:
«¡Vivan Santa-Anna y Guerrero!»
Guerrero con alegría,
Dijo enseñando leal
La faja de general
Que en la cintura tenía:
«Mando al brigadier Santa-Anna,
Esta faja, no os asombre,
Para que la porte en nombre
De la Nación Mejicana».
Volvió el público a gritar
Nuevos vivas y a aplaudir,
En unos era el reír,
En otros era el llorar
Y no hay mármoles ni bronces,
Ni existen tinta y color,
Que puedan pintar, señor,
El patriotismo de entonces.
Tu buena memoria pasma
A cualquiera, mi sargento,
Tu relato da contento,
Enardece y entusiasma.
Cuando el teatro dejaron
Todos con gran ansiedad,
¿Sabéis lo que en la ciudad
Con asombro contemplaron?
Adornadas con festones
Todas las casas vecinas,
Con faroles y cortinas
En cornisas y balcones;
Sobre las torres bermejas
De los vetustos conventos,
Gallardetes, ornamentos,
Guirnaldas y candilejas.
Las calles... ¡que animación!
Las gentes si se encontraban,
Entusiastas se abrazaban
Con lágrimas de emoción.
No se escuchaba un reproche,
Todo era franco y sincero,
Que estaba Méjico entero
De triunfo en aquella noche.
¡Y todos los mejicanos
Que un mismo placer sentían,
Entonces sí se querían
Como si fuesen hermanos...!
Me enternezco cuando pienso
En esto, porque señor,
No he visto un modo mejor
De dar a un bravo un ascenso,
Ni un modo más natural,
Más franco y más elocuente
De expresar públicamente
El contento nacional.
Glorias del pasado son,
¡Mas para un viejo soldado,
Esas glorias del pasado
Dan vida a su corazón...!
solenn fresnay Sep 2012
Il la traîna de force jusqu’à sa chambre
Lui tira les cheveux et lui fracassa la cervelle plusieurs fois contre le carrelage froid du couloir
- Carrelage de couleur marron jaune -
Au passage une de ses dents du haut s’est cassée, pas grave, on dira lundi à l’école qu’elle a mangé des cailloux tout le week-end avec ses cousines
Ses cousines qui par ailleurs l’ont laissée toute l’après-midi sur le toit de la voiture familiale
Juste pour une histoire de garçon
Et puis après tout, tu as assez bien finie, tu aurais pu atterrir dans la porcherie
Pour une simple histoire de choux de Bruxelles
Juste pour une histoire de choux de Bruxelles.

Maman ne m’a jamais dit comment on faisait l’amour
Mais maman tous les soirs me faisait l’amour
(Un cri)
Pour une simple histoire de choux de Bruxelles
Chaque jour de la semaine maintenant je suis défoncée
TOTALEMENT DEFONCEE.

Mais ne t’inquiète pas, lui dit-il en la serrant encore plus fort, maman rentrera bientôt
Et la petite fille qui pleurait et pleurait
Sentant cette chose immonde venir s’écraser contre sa poitrine
Ne t’inquiète donc pas, maman rentera bientôt
Et la petite fille qui pleurait chaque minute encore plus
Sentant cette chose immonde se balader contre son tout petit corps
Maman rentrera bientôt ?
JE N’AVAIS QUE CINQ ANS.

Maman ne m’a jamais dit comment on faisait l’amour
Mais maman tous les soirs me faisait l’amour
(Un cri)
Pour une simple histoire de choux de Bruxelles
Chaque jour de la semaine maintenant je suis défoncée
TOTALEMENT DEFONCEE.

Elle entra à l’hôpital une nuit d’hiver
Dans la voiture toute blanche il y avait de jolies lumières au-dessus de sa tête et puis aussi une jolie musique
Tout allait un peu vite mais les messieurs étaient si gentils
Et puis elle avait encore vomi un peu partout mais les infirmières étaient si belles et avaient les dents si blanches
Elle resta une dizaine de jours dans cette chambre rose bonbon, le bras accroché à un drôle de pied en acier caillé, sa gentille maman qui continuait chaque nuit à lui faire l’amour en cachette
Elle se souvient avoir failli mourir
Mais après tout, tu as assez bien fini, tu aurais pu atterrir dans la porcherie
Pour une simple histoire de choux de Bruxelles
Juste pour une histoire de choux de Bruxelles.

Maman ne m’a jamais dit comment on faisait l’amour
Mais maman tous les soirs me faisait l’amour
(Un cri)
Pour une simple histoire de choux de Bruxelles
Chaque jour de la semaine maintenant je suis défoncée
TOTALEMENT DEFONCEE.

A l’école elle faisait tout le temps pipi sur elle
Puis elle s’est mise à se raconter des histoires, juste pour atteindre plus facilement le paradis artificiel
C’était toujours mieux quand c’était maman
Enfin elle ne se rappelle plus très bien
Elle a tout mélangé
Dans sa tête tout s’est mélangé
Elle est très malheureuse encore aujourd’hui
Mais après tout, elle a assez bien fini, elle aurait pu atterrir dans la porcherie
Pour une simple histoire de choux de Bruxelles
Juste pour une histoire de choux de Bruxelles.
I

Temblaban las manos, sudorosas a la temperatura,
se quebraban las piernas del suspense
mientras te veía caminar hacia mí.

Me detengo con el tiempo sin asegurar mi aliento
y me ahogo en el desasosiego de la espera,
los pasos cada vez más lentos,
siento las gotas de mis manos caer,
mis músculos titilar impacientes a tu llegada.

El verde hacia énfasis ese día,
lubricando mi pupila agitada.
El jardín de concreto nos presentó
de forma súbita,
y ahí, en ese lugar, te vi;
destruyendo cada partícula de temor
y volviéndome el alma y el color.

II

Las curvas que tomamos fueron insignificantes
comparadas a tu silueta esplendorosa.
Era inconsciente de todo lo que me rodeaba
pero tu presencia - aunque no tangible-
ya la reconocía y me sentía en curiosa paz.

Éramos niñas exaltadas en el momento,
turbadas por las miradas, los roces inocentes,
las risas nerviosas y los besos en el cuello.
Esperando, como nos es costumbre,
el instante previo.

Ese con el que tanto jugamos y evadimos
buscando ser perfecto,
pero la perfección no existe si no es de tus labios
que buscaron los míos sin importar el lance
y se adentraron en la ternura
haciendo paréntesis entre lugar,
dejándonos libres de los sentidos,
esos que nos distraen de nuestra causa.

III

Tu mirada entra en mí
como torrente de río bravo,
golpeándome con tus emociones
y haciendo las mía paralelas a las tuyas.

No hubo descanso alguno de mis ojos
desde ese instante, diligentes ante ti,
esperando cada movimiento, cada facción
de tu cara dulce.

Son anestesia tus manos sobre las mías,
tan suaves y delicadas,
fuertes y femeninas
que me tomaban como suya.

Cada palabra saliente de tu boca
eran milagros hechos de diosa,
retronando en mi cabeza
expandiéndola y haciéndome entender
la vida entre oraciones.

IV

Nunca presté atención a nada,
no recuerdo ningún rostro,
ni las palabras dichas esa noche.

Pasaba los minutos luchando,
esforzándome por mirar otra cosa
que no fuera tuya,
estar atenta, estar dócil,
calmando mi deseo mientras se acercaba el momento.
Estaba hipnotizada bajo tu aura,
tu presencia sobresaliente ante todo.

Tu mano siempre tomando la mía,
mi mano que se escapaba a tu pierna,
las personas hablando,
y yo escuchando nada.
"Vamos, vamos", pensaba repetidas veces,
intentando mantener mi compostura.
"Vamos, vamos", me dijiste o lo creí.

V

Desaparece la espera que me agota,
el cansancio que cerraba mis ojos por inercia,
para abrirse en su totalidad
admirando la belleza que expones.

Mientras bajan tus prendas,
subo a la búsqueda nerviosa de tus senos
que se encuentran primero con mi boca
y tus manos descubriendo mi espalda.

Ya había estado ahí,
presagio divino de la prórroga
que me hizo conocer tu olor,
tu sabor, tu esencia antes del acercamiento.

¡Qué desasosiego glorioso!
encontrarme entre tus piernas,
suicidio impetuoso de mi cuerpo
acabando en los mares de tus ganas.

VI

Se hacen las caricias infinitas en la noche
y se dejan entrar las luces
logrando iluminar la figura de tu cuerpo
sobre mío titilando.

Siento de nuevo las gotas de mis manos caer,
mis dedos se inundan en la complejidad de tu mares                                                           y puedo  sentir tu fuerza desintegrarse
perder tu mirada al vació,
oír tus sonatas acoplarse
mientras suenan venideros tus te amo
con los míos, se unen
dejándome incapaz de respirar
anegándome en suspiros.

Qué delicado tu pecho latiendo,                                                                                 el olor de tu cabello denso,                        
tus labios rojos cargados de los míos.                
El camino asomó tu esplendor                                  
y el azul cielo, me compensa…

VII

… Sin embargo pienso que tu rostro
-con todas sus expresiones- es más solemne
que las montañas que te rodean.
Que son más cálidas las paredes de tu interior
a la lava ardiente.

Invencible te miro un segundo
y al siguiente, débil,
tus ojos cerrados hacen juego con tu desnudez
y tus labios enaltecen los míos.

El largo de tus piernas son la ruptura del tiempo
dejando cicatrices desobedientes
y marcando un canon en mis quimeras.
Sigo la teoría de los mares;
arropan nuestras tierras
y me dispongo a imitarlos
arropando tus males.

VIII

Soy partidaria de la soledad,
de los espacios y del silencio
pero soy entusiasta de tu compañía,
de tus sonrisas suaves,
las conversaciones ajenas a lo serio
y las que se tornan formales.

Todas con el mismo fin;
marcar tus mejillas de sonrisas concluyentes.
Así se reducen los minutos
y volvemos a esperar,
esta vez a que termine
para seguir tenaces en la misma acción,
aguardar al momento del encuentro.

Reincidir en la ventura, que con él,
siempre nos alivia.

IX

Es fácil admirar tus gustos de erudita
y tan difícil dejarte ir.
Fácil la atracción de nuestras peculiaridades
y tan difícil soltarte.

Tan fácil aprender de ti y callarme
y tan difícil la espera.
Son verdaderos los momentos
y mentira el tiempo.

Reconstruyo los lugares
y te pierdes en sus caudales.
Tanto me lleve de ti
y tanto de mí se quedó contigo.

Recupero alientos mientras me alejo
y ya las montañas tan pequeñas se ven,
como hormigas claras y cómplices.

X

Hubo una vez un muro separando a los amantes,
desgarrándoles la cercanía pero nunca el deseo.
Estuvo y era tan frío que hería los pulmones,
esos con los que respiraban el aire del querido
y que ahogaban de desesperanza a aquél que esperaba.

Hubo una vez media república, separando nuestros cuerpos
pero no nuestras ideas.
Castigos de caminos largos por el llano o las favelas
que nacieron equívocos, erróneos
pero que no desune nuestra esencia.

Miles de infortunios puede haber
a lo largo de la existencia,
severos climas que acrecienten el temor
pero ninguno calcinará nuestro credo.

El concreto cae para convertirse en trenes
que nos adentran a la longevidad.
No importa el medio,
el encuentro es certero y perenne,
y los amantes eternos.
En el fondo del pecho estamos juntos,
en el cañaveral del pecho recorremos
un verano de tigres,
al acecho de un metro de piel fría,
al acecho de un ramo de inaccesible cutis,
con la boca olfateando sudor y venas verdes
nos encontramos en la húmeda sombra que deja caer besos.

Tú mi enemiga de tanto sueño roto de la misma manera
que erizadas plantas de vidrio, lo mismo que campanas
deshechas de manera amenazante, tanto como disparos
de hiedra negra en medio del perfume,
enemiga de grandes caderas que mi pelo han tocado
con un ronco rocío, con una lengua de agua,
no obstante el mudo frío de los dientes y el odio de los ojos,
y la batalla de agonizantes bestias que cuidan el olvido,
en algún sitio del verano estamos juntos
acechando con labios que la sed ha invadido.
Si hay alguien que traspasa
una pared con círculos de fósforo
y hiere el centro de unos dulces miembros
y muerde cada hoja de un bosque dando gritos,
tengo también tus ojos de sangrienta luciérnaga
capaces de impregnar y atravesar rodillas
y gargantas rodeadas de seda general.

Cuando en las reuniones
el azar, la ceniza, las bebidas,
el aire interrumpido,
pero ahí están tus ojos oliendo a cacería,
a rayo verde que agujerea pechos,
tus dientes que abren manzanas de las que cae sangre,
tus piernas que se adhieren al sol dando gemidos,
y tus tetas de nácar y tus pies de amapola,
como embudos llenos de dientes que buscan sombra,
como rosas hechas de látigo y perfume, y aun,
aun más, aun más,
aun detrás de los párpados, aun detrás del cielo,
aun detrás de los trajes y los viajes, en las calles donde la gente orina,
adivinas tos cuerpos,
en las agrias iglesias a medio destruir, en las cabinas que el mar lleva en las manos,
acechas con tus labios sin embargo floridos,
rompes a cuchilladas la madera y la plata,
crecen tus grandes venas que asustan:
no hay cáscara, no hay distancia ni hierro,
tocan manos tus manos,
y caes haciendo crepitar las flores negras.

Adivinas los cuerpos
Como un insecto herido de mandatos,
adivinas el centro de la sangre y vigilas
los músculos que postergan la aurora, asaltas sacudidas,
relámpagos, cabezas,
y tocas largamente las piernas que te guían.

Oh conducida herida de flechas especiales!

Hueles lo húmedo en medio de la noche?

O un brusco vaso de rosales quemados?

Oyes caer la ropa, las llaves, las monedas
en las espesas casas donde llegas desnuda?

Mi odio es una sola mano que te indica
el callado camino, las sábanas en que alguien ha dormido
con sobresalto: llegas
y ruedas por el suelo manejada y mordida,
y el viejo olor del ***** como una enredadera
de cenicienta harina se desliza a tu boca.

Ay leves locas copas y pestañas,
aire que inunda un entreabierto río
como una sola paloma de colérico cauce,
como atributo de agua sublevada,
ay substancias, sabores, párpados de ala viva
con un temblor, con una ciega flor temible,
ay graves, serios pechos como rostros,
ay grandes muslos llenos de miel verde,
y talones y sombra de pies, y transcurridas
respiraciones y superficies de pálida piedra,
y duras olas que suben la piel hacia la muerte
llenas de celestiales harinas empapadas.

Entonces, este río
va entre nosotros, y por una ribera
vas tú mordiendo bocas?
Entonces es que estoy verdaderamente, verdaderamente lejos
y un río de agua ardiendo pasa en lo oscuro?
Ay cuántas veces eres la que el odio no nombra,
y de qué modo hundido en las tinieblas,
y bajo qué lluvias de estiércol machacado
tu estatua en mi corazón devora el trébol.

El odio es un martillo que golpea tu traje
y tu frente escarlata,
y los días del corazón caen en tus orejas
como vagos búhos de sangre eliminada,
y los collares que gota a gota se formaron con lágrimas
rodean tu garganta quemándote la voz como con hielo.

Es para que nunca, nunca
hables, es para que nunca, nunca
salga una golondrina del nido de la lengua
y para que las ortigas destruyan tu garganta
y un viento de buque áspero te habite.

En dónde te desvistes?
En un ferrocarril, junto a un peruano rojo
o con un segador, entre terrones, a la violenta
luz del trigo?
O corres con ciertos abogados de mirada terrible
largamente desnuda, a la orilla del agua de la noche?

Miras: no ves la luna ni el jacinto
ni la oscuridad goteada de humedades,
ni el tren de cieno, ni el marfil partido:
ves cinturas delgadas como oxígeno,
pechos que aguardan acumulando peso
e idéntica al zafiro de lunar avaricia
palpitas desde el dulce ombligo hasta las rosas.

Por qué sí? Por qué no? Los días descubiertos
aportan roja arena sin cesar destrozada
a las hélices puras que inauguran el día,
y pasa un mes con corteza de tortuga,
pasa un estéril día,
pasa un buey, un difunto,
una mujer llamada Rosalía,
y no queda en la boca sino un sabor de pelo
y de dorada lengua que con sed se alimenta.
Nada sino esa pulpa de los seres,
nada sino esa copa de raíces.

Yo persigo como en un túnel roto, en otro extremo
carne y besos que debo olvidar injustamente,
y en las aguas de espaldas cuando ya los espejos
avivan el abismo, cuando la fatiga, los sórdidos relojes
golpean a la puerta de hoteles suburbanos, y cae
la flor de papel pintado, y el terciopelo cagado por las ratas y la cama
cien veces ocupada por miserables parejas, cuando
todo me dice que un día ha terminado, tú y yo
hemos estado juntos derribando cuerpos,
construyendo una casa que no dura ni muere,
tú y yo hemos corrido juntos un mismo río
con encadenadas bocas llenas de sal y sangre,
tú y yo hemos hecho temblar otra vez las luces verdes
y hemos solicitado de nuevo las grandes cenizas.

Recuerdo sólo un día
que tal vez nunca me fue destinado,
era un día incesante,
sin orígenes, Jueves.
Yo era un hombre transportado al acaso
con una mujer hallada vagamente,
nos desnudamos
como para morir o nadar o envejecer
y nos metimos uno dentro del otro,
ella rodeándome como un agujero,
yo quebrantándola como quien
golpea una campana,
pues ella era el sonido que me hería
y la cúpula dura decidida a temblar.

Era una sorda ciencia con cabello y cavernas
y machacando puntas de médula y dulzura
he rodado a las grandes coronas genitales
entre piedras y asuntos sometidos.

Éste es un cuento de puertos adonde
llega uno, al azar, y sube a las colinas,
suceden tantas cosas.

Enemiga, enemiga,
es posible que el amor haya caído al polvo
y no haya sino carne y huesos velozmente adorados
mientras el fuego se consume
y los caballos vestidos de rojo galopan al infierno?

Yo quiero para mí la avena y el relámpago
a fondo de epidermis,
y el devorante pétalo desarrollado en furia,
y el corazón labial del cerezo de junio,
y el reposo de lentas barrigas que arden sin dirección,
pero me falta un suelo de cal con lágrimas
y una ventana donde esperar espumas.

Así es la vida,
corre tú entre las hojas, un otoño
***** ha llegado,
corre vestida con una falda de hojas y un cinturón de metal amarillo,
mientras la neblina de la estación roe las piedras.

Corre con tus zapatos, con tus medias,
con el gris repartido, con el hueco del pie, y con esas manos que el tabaco salvaje adoraría,
golpea escaleras, derriba
el papel ***** que protege las puertas,
y entra en medio del sol y la ira de un día de puñales
a echarte como paloma de luto y nieve sobre un cuerpo.

Es una sola hora larga como una vena,
y entre el ácido y la paciencia del tiempo arrugado
transcurrimos,
apartando las sílabas del miedo y la ternura,
interminablemente exterminados.
Natalia Rivera Mar 2015
7:15, viernes.
Era un viernes usual, llegue a su casa a eso de las 7:15; el cielo tenia pinceladas grises acompañado de una que otra estrella extraviada. Mientras observaba detenidamente, él se asoma por el balcón haciéndome un gesto de “entra” así que eso hice. Al entrar vi que en la sala no había nadie:
- ¿Dónde están tus padres? Le pregunte confundida
- Salieron a visitar a mi abuela.
Entre en su cuarto, el cual es demasiado espacioso para una sola persona. En las paredes cuelgan sus pinturas o algunas fotos de nosotros, en la esquina esta su computadora con los papeles compulsivamente organizados. Esta su cama con algunos cojines y un viejo y horrible sofá color amarillo. Como de costumbre deje mis zapatos al lado de la puerta, las ventanas estaban todas cerradas, lo único que le daba ventilación al cuarto era un viejo abanico en el piso así que encendí el aire acondicionado. Fui de camino hacia la puerta y me detuve justo frente al espejo, parecía una demente. Tenía unos pantalones cortos color crema con una camiseta negra la cual tenía un pequeño bordado de flores. Me encontraba frente a mi doble tratando de ver si me veía gorda cuando siento su mirada, penetrando en mi piel así que sonrió al instante.
-¿Qué se supone que haces?
- Tratando de no verme gorda
Él se queda callado y al cabo de varios minutos se va y cierra la puerta. Y ahí me encontraba yo, en el cuarto de mi novio, el que fue bendecido con tanta paciencia que podía llenar una tapa de botella. Molesta, fui a apagar la luz y me tire en su cama, pensando en que sucedería después cuando sonido de la ducha me trajo de vuelta a la realidad así que decidí arroparme y tratar de dormirme.
  
8:20, viernes.

El sonido de la puerta me despierta, busco mi teléfono y son las 8:20. Sigo dormida y algo confundida así que no logro ver dónde está el así que permanezco acostada intentando sin conseguirlo despertar. La cama se baja y sé que él se sentó así que me levanto y encuentro su cara.
-¿Por qué no me dijiste que te ibas a bañar?
- Estabas ocupada pensando en babosadas, en cambio, yo necesitaba un tiempo para pensarte detenidamente. – comenzó a acariciarme el rostro y continuo- ¿Acaso no entiendes que no tienes que ser flaca para que te desee? No te das cuenta, pero te deseo cada momento que te veo, cada vez que te tengo quisiera poder hacer estas cosas. Intente preguntar qué cosas pero su boca me lo impidió. Comenzó a besarme lento, como si hubiésemos tenido toda la noche para besarnos, como si sus padres jamás fueran a llegar. Seguido de un vals de  caricias buscando más allá de mi ropa, comenzó a quitármela despacio, como si estuviera escribiendo una historia. Lo tenía desnudo frente a mí, era mío y por ese lapso de tiempo podía hacer lo que quisiera con él. Podía besar cada centímetro de su cuerpo, acariciarlo en las partes que quisiera con la velocidad que quisiera, sentía como se hundía en mi cuerpo, como su respiración se iba cortando, como íbamos perdiendo la cordura hasta estallar.
11:54, casi sábado.

Yacíamos uno encima del otro, sin movernos, despeinados, sudados, saboreando el fulgor que brotaban nuestros cuerpos. Podía sentir su corazón latir, entrelazaba su pelo entre mis dedos preguntándome que sería de mis noches grises sin él. No podía parar de mirarlo, porque sabía que era el con quien quería pasar el resto de mis días, quería dejarle saber que lo iba a amar hasta que el cielo deje de dar espectáculos en las tardes, hasta que cada rincón del océano sea explorado, hasta que mi corazón este seco. Y aun así, lo amaría desenfrenadamente.
Alta va la luna.
Bajo corre el viento.
  (Mis largas miradas,
exploran el cielo.)
  Luna sobre el agua.
Luna bajo el viento.
  (Mis cortas miradas,
exploran el suelo.)
  Las voces de dos niñas
venían. Sin esfuerzo,
de la luna del agua,
me fui a la del cielo.
Un brazo de la noche
entra por mi ventana.
  Un gran brazo moreno
con pulseras de agua.
  Sobre un cristal azul
jugaba al río mi alma.
Los instantes heridos
por el reloj... pasaban.
Asomo la cabeza
por mi ventana, y veo
cómo quiere cortarla
la cuchilla del viento.
  En esta guillotina
invisible, yo he puesto
la cabeza sin ojos
de todos mis deseos.
  Y un olor de limón
llenó el instante inmenso,
mientras se convertía
en flor de gasa el viento.
Al estanque se le ha muerto
hoy una niña de agua.
Está fuera del estanque,
sobre el suelo amortajada.
  De la cabeza a sus muslos
un pez la cruza, llamándola.
El viento le dice "niña",
mas no puede despertarla.
  El estanque tiene suelta
su cabellera de algas
y al aire sus grises tetas
estremecidas de ranas.
  Dios te salve. Rezaremos
a Nuestra Señora de Agua
por la niña del estanque
muerta bajo las manzanas.
  Yo luego pondré a su lado
dos pequeñas calabazas
para que se tenga a flote,
¡ay!, sobre la mar salada.
El sol dentro del día
                                      El frío dentro del sol.
Calles sin nadie
                              autos parados
Todavía no hay nieve
                                      hay viento viento
Arde todavía
                          en el aire helado
un arbolito rojo
Hablo con él al hablar contigo
Estoy en un cuarto abandonado del lenguaje
Tú estás en otro cuarto idéntico
O los dos estamos
en una calle que tu mirada ha despoblado
El mundo
imperceptiblemente se deshace
                                                            Memoria
desmoronada bajo nuestros pasos
Estoy parado a la mitad de esta línea
no escrita
Las puertas se abren y cierran solas
                                                                   
El aire
entra y sale por nuestra casa
                                                        El aire
habla a solas al hablar contigo
                                                        El aire
sin nombre por el pasillo interminable
No se sabe quién está del otro lado
                                                                El aire
vuelve aire todo lo que toca
                                                  El aire
con dedos de aire disipa lo que digo
Soy aire que no miras
No puedo abrir tus ojos
                                            No puedo cerrar la puerta
El aire se ha vuelto sólido
Esta hora tiene la forma de una pausa
La pausa tiene tu forma
Tú tienes la forma de una fuente
no de agua sino de tiempo
En lo alto del chorro de la fuente
saltan mis pedazos
el fui     el soy   el no soy todavía
Mi vida no pesa
                          El pasado se adelgaza
El futuro es un poco de agua en tus ojos
Ahora tienes la forma de un puente
Bajo tus arcos navega nuestro cuarto
Desde tu pretil nos vemos pasar
Ondeas en el viento más luz que cuerpo
En la otra orilla el sol crece
                                                al revés
Sus raíces se entierran en el cielo
Podríamos ocultarnos en su follaje
Con sus ramas prendemos una hoguera
El día es habitable
El frío ha inmovilizado al mundo
El espacio es de vidrio
                                        El vidrio es de aire
Los ruidos más leves erigen
súbitas esculturas
el eco las multiplica y las dispersa
Tal vez va a nevar
Tiembla el árbol encendido
Ya está rodeado de noche
Al hablar con él hablo contigo
Victor Marques Sep 2013
Sonhos


Pairas no pensamento, no inconsciente!
Estou eu a visionar as cataratas que explicam a beleza do salpicar das gotas de água…
O paraíso com anjos vestidos de um rosa velho mal tratado passeia numa barca que até
Já fora do diabo.

A espuma desse mar celestial quase entra em tão enfadonha embarcação.
Ruma em direção aos confins de lado nenhum, pois os sonhos se multiplicam e em segundos
Se esvanecem. Foge o vento que em dias de tempestade é frio, bate em tudo que lhe aparece á frente.
Temos sonhos dos dragões que no cabo das tormentas nos amedrontam todos os dias, nós fazem tremer de medo, chorar …transpirar junto aos lençóis de linho já raro.

Que pesadelo, que sonho arrepiante!

Existem sim os sonhos que também são sonhos de todos os seres humanos. O sonho de ser amado e amar na plenitude enquanto ser vivo.
A dignidade humana está na perseverança de quem sonha com amor a causas nobres. Na sua vida terrena o homem sonha e obras maravilhosas nascem por amor.

O meu sonho é um sonho de amor pelos outros, de dar de uma forma gratuita: um sorriso, um aperto de mão, um abraço, um conselho, uma troca positiva de olhar.
O meu sonho é o sonhar com Deus amor feito de bem, um sonhar que vai sempre mais além…
O meu sonho é amar a natureza sempre e respeitar suas leis…
Nunca deixes de sonhar, de contemplar as estrelas, o orvalho, o sol, a lua. Estamos num tempo que temos de sonhar sempre mesmo estando acordados.

Victor Marques
Desde el amanecer, se cambia la ropa sucia de los altares y de los santos, que huele a rancia bendición, mientras los plumeros inciensan una nube de polvo tan espesa, que las arañas apenas hallan tiempo de levantar sus redes de equilibrista, para ir a ajustarías en los barrotes de la cama del sacristán.

Con todas las características del criminal nato lombrosiano, los apóstoles se evaden de sus nichos, ante las vírgenes atónitas, que rompen a llorar... porque no viene el peluquero a ondularles las crenchas.

Enjutos, enflaquecidos de insomnio y de impaciencia, los nazarenos pruébanse el capirote cada cinco minutos, o llegan, acompañados de un amigo, a presentarle la virgen, como si fuera su querida.

Ya no queda por alquilar ni una cornisa desde la que se vea pasar la procesión.

Minuto tras minuto va cayendo sobre la ciudad una manga de ingleses con una psicología y una elegancia de langosta.

A vista de ojo, los hoteleros engordan ante la perspectiva de doblar la tarifa.

Llega un cuerpo del ejército de Marruecos, expresamente para sacar los candelabros y la custodia del tesoro.

Frente a todos los espejos de la ciudad, las mujeres ensayan su mirada "Smith Wesson"; pues, como las vírgenes, sólo salen de casa esta semana, y si no cazan nada, seguirán siéndolo...
¡Campanas!
¡Repiqueteo de campanas!
¡Campanas con café con leche!
¡Campanas que nos imponen una cadencia al
abrocharnos los botines!
¡Campanas que acompasan el paso de la gente que pasa en las aceras!
¡Campanas!
¡Repiqueteo de campanas!

En la catedral, el rito se complica tanto, que los sacerdotes necesitan apuntador.

Trece siglos de ensayos permiten armonizar las florecencias de las rejas con el contrapaso de los monaguillos y la caligrafía del misal.

Una luz de "Museo Grevin" dramatiza la mirada vidriosa de los cristos, ahonda la voz de los prelados que cantan, se interrogan y se contestan, como esos sapos con vientre de prelado, una boca predestinada a engullir hostias y las manos enfermas de reumatismo, por pasarse las noches -de cuclillas en el pantano- cantando a las estrellas.

Si al repartir las palmas no interviniera una fuerza sobrenatural, los feligreses aplaudirían los rasos con que la procesión sale a la calle, donde el obispo -con sus ochenta kilos de bordados- bate el "record" de dar media vuelta a la manzana y entra nuevamente en escena, para que continúe la función...
¡Agua!
¡Agüita fresca!
¿Quién quiere agua?

En un flujo y reflujo de espaldas y de brazos, los acorazados de los cacahueteros fondean entre la multitud, que espera la salida de los "pasos" haciendo "pan francés".

Espantada por los flagelos de papel, la codicia de los pilletes revolotea y zumba en torno a las canastas de pasteles, mientras los nazarenos sacian la sed, que sentirán, en tabernas que expenden borracheras garantizadas por toda la semana.

Sin asomar las narices a la calle, los santos realizan el milagro de que los balcones no se caigan.

¡Agua!
¡Agüita fresca!
¿Quién quiere agua?
pregonan los aguateros al servirnos una reverencia de minué.

De repente, las puertas de la iglesia se abren como las de una esclusa, y, entre una doble fila de nazarenos que canaliza la multitud, una virgen avanza hasta las candilejas de su paso, constelada de joyas, como una cupletista.

Los espectadores, contorsionados por la emoción,
arráncanse la chaquetilla y el sombrero, se acalambran en
posturas de capeador, braman piropos que los nazarenos intentan callar
como el apagador que les oculta la cabeza.

Cuando el Señor aparece en la puerta, las nubes se envuelven con un crespón, bajan hasta la altura de los techos y, al verlo cogido como un torero, todas, unánimemente, comienzan a llorar.

¡Agua!
¡Agüita fresca!
¿Quién quiere agua?Las tribunas y las sillas colocadas enfrente del Ayuntamiento progresivamente se van ennegreciendo, como un pegamoscas de cocina.

Antes que la caballería comience a desfilar, los guardias civiles despejan la calzada, por temor a que los cachetes de algún trompa estallen como una bomba de anarquista.

Los caballos -la boca enjabonada cual si se fueran a afeitar- tienen las ancas tan lustrosas, que las mujeres aprovechan para arreglarse la mantilla y averiguar, sin darse vuelta, quién unta una mirada en sus caderas.

Con la solemnidad de un ejército de pingüinos, los nazarenos escoltan a los santos, que, en temblores de debutante, representan "misterios" sobre el tablado de las andas, bajo cuyos telones se divisan los pies de los "gallegos", tal como si cambiaran una decoración.

Pasa:
El Sagrado Prendimiento de Nuestro Señor, y Nuestra Señora del Dulce Nombre.
El Santísimo Cristo de las Siete Palabras, y María Santísima de los Remedios.
El Santísimo Cristo de las Aguas, y Nuestra Señora del Mayor Dolor.
La Santísima Cena Sacramental, y Nuestra Señora del Subterráneo.
El Santísimo Cristo del Buen Fin, y Nuestra Señora de la Palma.
Nuestro Padre Jesús atado a la Columna, y Nuestra Señora de las Lágrimas.
El Sagrado Descendimiento de Nuestro Señor, y La Quinta Angustia de María Santísima.

Y entre paso y paso:
¡Manzanilla! ¡Almendras garrapiñadas! ¡Jerez!

Estrangulados por la asfixia, los "gallegos" caen de rodillas cada cincuenta metros, y se resisten a continuar regando los adoquines de sudor, si antes no se les llena el tanque de aguardiente.

Cuando los nazarenos se detienen a mirarnos con sus ojos vacíos, irremisiblemente, algún balcón gargariza una "saeta" sobre la multitud, encrespada en un ¡ole!, que estalla y se apaga sobre las cabezas, como si reventara en una playa.

Los penitentes cargados de una cruz desinflan el pecho de las mamas en un suspiro de neumático, apenas menos potente al que exhala la multitud al escaparse ese globito que siempre se le escapa a la multitud.

Todas las cofradías llevan un estandarte, donde se lee:

                      S. P. Q. R.Es el día en que reciben todas las vírgenes de la ciudad.

Con la mantilla negra y los ojos que matan, las hembras repiquetean sus tacones sobre las lápidas de las aceras, se consternan al comprobar que no se derrumba ni una casa, que no resucita ningún Lázaro, y, cual si salieran de un toril, irrumpen en los atrios, donde los hombres les banderillean un par de miraduras, a riesgo de dejarse coger el corazón.

De pie en medio de la nave -dorada como un salón-, las vírgenes expiden su duelo en un sólido llanto de rubí, que embriaga la elocuencia de prospecto medicinal con que los hermanos ponderan sus encantos, cuando no optan por alzarles las faldas y persuadir a los espectadores de que no hay en el globo unas pantorrillas semejantes.

Después de la vigésima estación, si un fémur no nos ha perforado un intestino, contemplamos veintiocho "pasos" más, y acribillados de "saetas", como un San Sebastián, los pies desmenuzados como albóndigas, apenas tenemos fuerza para llegar hasta la puerta del hotel y desplomarnos entre los brazos de la levita del portero.

El "menú" nos hace volver en sí. Leemos, nos refregamos los ojos y volvemos a leer:

"Sopa de Nazarenos."
"Lenguado a la Pío X."

-¡Camarero! Un bife con papas.
-¿Con Papas, señor?...
-¡No, hombre!, con huevos fritos.Mientras se espera la salida del Cristo del Gran Poder, se reflexiona: en la superioridad del marabú, en la influencia de Goya sobre las sombras de los balcones, en la finura chinesca con que los árboles se esfuman en el azul nocturno.

Dos campanadas apagan luego los focos de la plaza; así, las espaldas se amalgaman hasta formar un solo cuerpo que sostiene de catorce a diez y nueve mil cabezas.

Con un ritmo siniestro de Edgar Poe -¡cirios rojos ensangrientan sus manos!-, los nazarenos perforan un silencio donde tan sólo se percibe el tic-tac de las pestañas, silencio desgarrado por "saetas" que escalofrían la noche y se vierten sobre la multitud como un líquido helado.

Seguido de cuatrocientas prostitutas arrepentidas del pecado menos original, el Cristo del Gran Poder camina sobre un oleaje de cabezas, que lo alza hasta el nivel de los balcones, en cuyos barrotes las mujeres aferran las ganas de tirarse a lamerle los pies.

En el resto de la ciudad el resplandor de los "pasos" ilumina las caras con una técnica de Rembrandt. Las sombras adquieren más importancia que los cuerpos, llevan una vida más aventurera y más trágica. La cofradía del "Silencio", sobre todo, proyecta en las paredes blancas un "film" dislocado y absurdo, donde las sombras trepan a los tejados, violan los cuartos de las hembras, se sepultan en los patios dormidos.

Entre "saetas" conservadas en aguardiente pasa la "Macarena", con su escolta romana, en cuyas corazas de latón se trasuntan los espectadores, alineados a lo largo de las aceras.

¡Es la hora de los churros y del anís!

Una luz sin fuerza para llegar al suelo ribetea con tiza las molduras y las aristas de las casas, que tienen facha de haber dormido mal, y obliga a salir de entre sus sábanas a las nubes desnudas, que se envuelven en gasas amarillentas y verdosas y se ciñen, por último, una túnica blanca.

Cuando suenan las seis, las cigüeñas ensayan un vuelo matinal, y tornan al campanario de la iglesia, a reanudar sus mansas divagaciones de burócrata jubilado.

Caras y actitudes de chimpancé, los presidiarios esperan, trepados en las rejas, que las vírgenes pasen por la cárcel antes de irse a dormir, para sollozar una "saeta" de arrepentimiento y de perdón, mientras en bordejeos de fragata las cofradías que no han fondeado aún en las iglesias, encallan en todas las tabernas, abandonan sus vírgenes por la manzanilla y el jerez.

Ya en la cama, los nazarenos que nos transitan las circunvoluciones redoblan sus tambores en nuestra sien, y los churros, anidados en nuestro estómago, se enroscan y se anudan como serpientes.

Alguien nos destornilla luego la cabeza, nos desabrocha las costillas, intenta escamotearnos un riñón, al mismo tiempo que un insensato repique de campanas nos va sumergiendo en un sopor.

Después... ¿Han pasado semanas? ¿Han pasado minutos?... Una campanilla se desploma, como una sonda, en nuestro oído, nos iza a la superficie del colchón.
¡Apenas tenemos tiempo de alcanzar el entierro!...

¿Cuatrocientos setenta y ocho mil setecientos noventa y nueve "pasos" más?

¡Cristos ensangrentados como caballos de picador! ¡Cirios que nunca terminan de llorar! ¡Concejales que han alquilado un frac que enternece a las Magdalenas! ¡Cristos estirados en una lona de bombero que acaban de arrojarse de un balcón! ¡La Verónica y el Gobernador... con su escolta de arcángeles!

¡Y las centurias romanas... de Marruecos, y las Sibilas, y los Santos Varones! ¡Todos los instrumentos de la Pasión!... ¡Y el instrumento máximo, ¡la Muerte!, entronizada sobre el mundo..., que es un punto final!

¿Morir? ¡Señor! ¡Señor!
¡Libradnos, Señor!
¿Dormir? ¡Dormir! ¡Concedédnoslo,
Señor!
En mitad de la noche sombría y tempestuosa,
cuando la raza humana sus fatigas reposa,
alguien toca a mi puerta con tímido reclamo.

-«¿Quién me busca a estas horas? - sobresaltado exclamo-,
Quién perturba el silencio de mis dichas supremas?»
Y una voz me responde: -«Soy un niño; no temas:
Me he extraviado en la noche, y ando errante y hambriento,
bajo el gélido azote de la lluvia y del viento…»

Y yo, compadecido por la súplica incierta,
prendo fuego a mi lámpara y entreabro la puerta.
Y al instante entra un niño de dorados cabellos,
grandes ojos azules de adorables destellos,
frescos labios purpúreos y mejillas de rosa.
Y entra alegre, ágil, frívolo, como una mariposa…

Bajo el brazo derecho trae un arco potente,
y un gajo de amaranto le enguirnalda la frente;
un haz de agudas flechas en su carcaj asoma,
y en su espalda palpitan dos alas de paloma.

Y al ver su desamparo sentí tal pesadumbre,
que sequé sus cabellos al amor de la lumbre,
entibié sus manitas entre mis manos rudas,
y alisé el terciopelo de sus plantas desnudas.

Poco después, el niño de rosadas mejillas
se sintió confortado, y huyó de mis rodillas.
Curioseó por la estancia con pueril regocijo,
escogió una saeta, tendió el arco, y me dijo:
-«Quiero ver si la lluvia me ha dejado inservible mi juguete…»
Y al punto lancé un grito terrible,
pues la rígida flecha se me clavó en el pecho!

El falaz diosecillo palmoteó satisfecho,
se echó al hombro la aljaba, me miró sonriente,
clavó en tierra un extremo de su arco inclemente,
y crispando sus manos en la cuerda tirante,
le arrancó cuatro veces un zumbido vibrante.

-Extranjero: Sonríe… -dijo el niño-. En efecto,
la tensión de mi arco no sufrió desperfecto.
Y en pago a tus bondades, como el más alto don,
perpetuamente herido te dejo el corazón!
La calle
se llenó de tomates,
mediodía,
verano,
la luz
se parte
en dos
mitades
de tomate,
corre
por las calles
el jugo.
En diciembre
se desata
el tomate,
invade
las cocinas,
entra por los almuerzos,
se sienta
reposado
en los aparadores,
entre los vasos,
las mantequilleras,
los saleros azules.
Tiene
luz propia,
majestad benigna.
Debemos, por desgracia,
asesinarlo:
se hunde
el cuchillo
en su pulpa viviente,
es una roja
víscera,
un sol
fresco,
profundo,
inagotable,
llena las ensaladas
de Chile,
se casa alegremente
con la clara cebolla,
y para celebrarlo
se deja
caer
aceite,
hijo
esencial del olivo,
sobre sus hemisferios entreabiertos,
agrega
la pimienta
su fragancia,
la sal su magnetismo:
son las bodas
del día,
el perejil
levanta
banderines,
las papas
hierven vigorosamente,
el asado
golpea
con su aroma
en la puerta,
es hora!
vamos!
y sobre
la mesa, en la cintura
del verano,
el tomate,
astro de tierra,
estrella
repetida
y fecunda,
nos muestra
sus circunvoluciones,
sus canales,
la insigne plenitud
y la abundancia
sin hueso,
sin coraza,
sin escamas ni espinas,
nos entrega
el regalo
de su color fogoso
y la totalidad de su frescura.
Enfants, beaux fronts naïfs penchés autour de moi,
Bouches aux dents d'émail disant toujours : Pourquoi ?
Vous qui, m'interrogeant sur plus d'un grand problème,
Voulez de chaque chose, obscure pour moi-même,
Connaître le vrai sens et le mot décisif,
Et qui touchez à tout dans mon esprit pensif ;
- Si bien que, vous partis, souvent je passe
Des heures, fort maussade, à remettre à leur place
Au fond de mon cerveau mes plans, mes visions,
Mes sujets éternels de méditations,
Dieu, l'homme, l'avenir, la raison, la démence,
Mes systèmes, tas sombre, échafaudage immense,
Dérangés tout à coup, sans tort de votre part,
Par une question d'enfant, faite au hasard ! -
Puisqu'enfin vous voilà sondant mes destinées,
Et que vous me parlez de mes jeunes années,
De mes premiers instincts, de mon premier espoir,
Écoutez, doux amis, qui voulez tout savoir !

J'eus dans ma blonde enfance, hélas ! trop éphémère,
Trois maîtres : - un jardin, un vieux prêtre et ma mère.

Le jardin était grand, profond, mystérieux,
Fermé par de hauts murs aux regards curieux,
Semé de fleurs s'ouvrant ainsi que des paupières,
Et d'insectes vermeils qui couraient sur les pierres ;
Plein de bourdonnements et de confuses voix ;
Au milieu, presque un champ, dans le fond, presque un bois.
Le prêtre, tout nourri de Tacite et d'Homère,
Était un doux vieillard. Ma mère - était ma mère !

Ainsi je grandissais sous ce triple rayon.

Un jour... - Oh ! si Gautier me prêtait son crayon,
Je vous dessinerais d'un trait une figure
Qui chez ma mère un jour entra, fâcheux augure !
Un docteur au front pauvre, au maintien solennel,
Et je verrais éclore à vos bouches sans fiel,
Portes de votre cœur qu'aucun souci ne mine,
Ce rire éblouissant qui parfois m'illumine !

Lorsque cet homme entra, je jouais au jardin.
Et rien qu'en le voyant je m'arrêtai soudain.

C'était le principal d'un collège quelconque.

Les tritons que Coypel groupe autour d'une conque,
Les faunes que Watteau dans les bois fourvoya,
Les sorciers de Rembrandt, les gnomes de Goya,
Les diables variés, vrais cauchemars de moine
Dont Callot en riant taquine saint Antoine,
Sont laids, mais sont charmants ; difformes, mais remplis
D'un feu qui de leur face anime tous les plis
Et parfois dans leurs yeux jette un éclair rapide.
- Notre homme était fort laid, mais il était stupide.

Pardon, j'en parle encor comme un franc écolier.
C'est mal. Ce que j'ai dit, tâchez de l'oublier ;
Car de votre âge heureux, qu'un pédant embarrasse,
J'ai gardé la colère et j'ai perdu la grâce.

Cet homme chauve et noir, très effrayant pour moi,
Et dont ma mère aussi d'abord eut quelque effroi,
Tout en multipliant les humbles attitudes,
Apportait des avis et des sollicitudes :
- Que l'enfant n'était pas dirigé ; - que parfois
Il emportait son livre en rêvant dans les bois ;
Qu'il croissait au hasard dans cette solitude ;
Qu'on devait y songer ; que la sévère étude
Était fille de l'ombre et des cloîtres profonds ;
Qu'une lampe pendue à de sombres plafonds,
Qui de cent écoliers guide la plume agile,
Éclairait mieux Horace et Catulle et Virgile,
Et versait à l'esprit des rayons bien meilleurs
Que le soleil qui joue à travers l'arbre en fleurs ;
Et qu'enfin il fallait aux enfants, - **** des mères, -
Le joug, le dur travail et les larmes amères.
Là-dessus, le collège, aimable et triomphant,
Avec un doux sourire offrait au jeune enfant
Ivre de liberté, d'air, de joie et de roses,
Ses bancs de chêne noirs, ses longs dortoirs moroses,
Ses salles qu'on verrouille et qu'à tous leurs piliers
Sculpte avec un vieux clou l'ennui des écoliers,
Ses magisters qui font, parmi les paperasses,
Manger l'heure du jeu par les pensums voraces,
Et, sans eux, sans gazon, sans arbres, sans fruits mûrs,
Sa grande cour pavée entre quatre murs.

L'homme congédié, de ses discours frappée,  
Ma mère demeura triste et préoccupée.
Que faire ? que vouloir ? qui donc avait raison,
Ou le morne collège, ou l'heureuse maison ?
Qui sait mieux de la vie accomplir l'œuvre austère,
L'écolier turbulent, ou l'enfant solitaire ?
Problèmes ! questions ! elle hésitait beaucoup.
L'affaire était bien grave. Humble femme après tout,
Âme par le destin, non par les livres faite,
De quel front repousser ce tragique prophète,
Au ton si magistral, aux gestes si certains,
Qui lui parlait au nom des Grecs et des Latins ?
Le prêtre était savant sans doute ; mais, que sais-je ?
Apprend-on par le maître ou bien par le collège ?
Et puis, enfin, - souvent ainsi nous triomphons ! -
L'homme le plus vulgaire a de grands mots profonds :
- « Il est indispensable ! - il convient ! - il importe ! »
Qui troublent quelquefois la femme la plus forte.
Pauvre mère ! lequel choisir des deux chemins ?
Tout le sort de son fils se pesait dans ses mains.
Tremblante, elle tenait cette lourde balance,
Et croyait bien la voir par moments en silence
Pencher vers le collège, hélas ! en opposant
Mon bonheur à venir à mon bonheur présent.

Elle songeait ainsi sans sommeil et sans trêve.

C'était l'été. Vers l'heure où la lune se lève,
Par un de ces beaux soirs qui ressemblent au jour
Avec moins de clarté, mais avec plus d'amour,
Dans son parc, où jouaient le rayon et la brise,
Elle errait, toujours triste et toujours indécise,
Questionnant tout bas l'eau, le ciel, la forêt,
Écoutant au hasard les voix qu'elle entendait.

C'est dans ces moments-là que le jardin paisible,
La broussaille où remue un insecte invisible,
Le scarabée ami des feuilles, le lézard
Courant au clair de lune au fond du vieux puisard,
La faïence à fleur bleue où vit la plante grasse,
Le dôme oriental du sombre Val-de-Grâce,
Le cloître du couvent, brisé, mais doux encor,
Les marronniers, la verte allée aux boutons-d'or,
La statue où sans bruit se meut l'ombre des branches,
Les pâles liserons, les pâquerettes blanches,
Les cent fleurs du buisson, de l'arbre, du roseau,
Qui rendent en parfums ses chansons à l'oiseau,
Se mirent dans la mare ou se cachent dans l'herbe,
Ou qui, de l'ébénier chargeant le front superbe,
Au bord des clairs étangs se mêlant au bouleau,
Tremblent en grappes d'or dans les moires de l'eau,
Et le ciel scintillant derrière les ramées,
Et les toits répandant de charmantes fumées,
C'est dans ces moments-là, comme je vous le dis,
Que tout ce beau jardin, radieux paradis,
Tous ces vieux murs croulants, toutes ces jeunes roses,
Tous ces objets pensifs, toutes ces douces choses,
Parlèrent à ma mère avec l'onde et le vent,
Et lui dirent tout bas : - « Laisse-nous cet enfant ! »

« Laisse-nous cet enfant, pauvre mère troublée !
Cette prunelle ardente, ingénue, étoilée,
Cette tête au front pur qu'aucun deuil ne voila,
Cette âme neuve encor, mère, laisse-nous-la !
Ne vas pas la jeter au hasard dans la foule.
La foule est un torrent qui brise ce qu'il roule.
Ainsi que les oiseaux les enfants ont leurs peurs.
Laisse à notre air limpide, à nos moites vapeurs,
À nos soupirs, légers comme l'aile d'un songe,
Cette bouche où jamais n'a passé le mensonge,
Ce sourire naïf que sa candeur défend !
Ô mère au cœur profond, laisse-nous cet enfant !
Nous ne lui donnerons que de bonnes pensées ;
Nous changerons en jour ses lueurs commencées ;
Dieu deviendra visible à ses yeux enchantés ;
Car nous sommes les fleurs, les rameaux, les clartés,
Nous sommes la nature et la source éternelle
Où toute soif s'épanche, où se lave toute aile ;
Et les bois et les champs, du sage seul compris,
Font l'éducation de tous les grands esprits !
Laisse croître l'enfant parmi nos bruits sublimes.
Nous le pénétrerons de ces parfums intimes,
Nés du souffle céleste épars dans tout beau lieu,
Qui font sortir de l'homme et monter jusqu'à Dieu,
Comme le chant d'un luth, comme l'encens d'un vase,
L'espérance, l'amour, la prière, et l'extase !
Nous pencherons ses yeux vers l'ombre d'ici-bas,
Vers le secret de tout entr'ouvert sous ses pas.
D'enfant nous le ferons homme, et d'homme poète.
Pour former de ses sens la corolle inquiète,
C'est nous qu'il faut choisir ; et nous lui montrerons
Comment, de l'aube au soir, du chêne aux moucherons,
Emplissant tout, reflets, couleurs, brumes, haleines,
La vie aux mille aspects rit dans les vertes plaines.
Nous te le rendrons simple et des cieux ébloui :
Et nous ferons germer de toutes parts en lui
Pour l'homme, triste effet perdu sous tant de causes,
Cette pitié qui naît du spectacle des choses !
Laissez-nous cet enfant ! nous lui ferons un cœur
Qui comprendra la femme ; un esprit non moqueur,
Où naîtront aisément le songe et la chimère,
Qui prendra Dieu pour livre et les champs pour grammaire,
Une âme, pur foyer de secrètes faveurs,
Qui luira doucement sur tous les fronts rêveurs,
Et, comme le soleil dans les fleurs fécondées,
Jettera des rayons sur toutes les idées ! »

Ainsi parlaient, à l'heure où la ville se tait,
L'astre, la plante et l'arbre, - et ma mère écoutait.

Enfants ! ont-ils tenu leur promesse sacrée ?
Je ne sais. Mais je sais que ma mère adorée
Les crut, et, m'épargnant d'ennuyeuses prisons,
Confia ma jeune âme à leurs douces leçons.

Dès lors, en attendant la nuit, heure où l'étude
Rappelait ma pensée à sa grave attitude,
Tout le jour, libre, heureux, seul sous le firmament,
Je pus errer à l'aise en ce jardin charmant,
Contemplant les fruits d'or, l'eau rapide ou stagnante,
L'étoile épanouie et la fleur rayonnante,
Et les prés et les bois, que mon esprit le soir,
Revoyait dans Virgile ainsi qu'en un miroir.

Enfants ! aimez les champs, les vallons, les fontaines,
Les chemins que le soir emplit de voix lointaines,
Et l'onde et le sillon, flanc jamais assoupi,
Où germe la pensée à côté de l'épi.
Prenez-vous par la main et marchez dans les herbes ;
Regardez ceux qui vont liant les blondes gerbes ;
Épelez dans le ciel plein de lettres de feu,
Et, quand un oiseau chante, écoutez parler Dieu.
La vie avec le choc des passions contraires
Vous attend ; soyez bons, soyez vrais, soyez frères ;
Unis contre le monde où l'esprit se corrompt,
Lisez au même livre en vous touchant du front,
Et n'oubliez jamais que l'âme humble et choisie
Faite pour la lumière et pour la poésie,
Que les cœurs où Dieu met des échos sérieux
Pour tous les bruits qu'anime un sens mystérieux,
Dans un cri, dans un son, dans un vague murmure,
Entendent les conseils de toute la nature !

Le 31 mai 1839.
Amir Oct 2011
cuál es el alcance
de estas ondulaciones
que se me adelantan
cuando brinco a traves del
lago de la vida.
sin saber a cual orilla
mi ola llegará.

en la sopa
la verdura es carne
como la carne es verdura.
somos así
en este mundo
goteamos como mocos,
contactos fluidos interminables,
respiramos el mismo aire
que ha sido respirado por milenios.

emitimos lentamente nuestros pigmentos
dentro del remolino de la vida,
en este mundo de arte arremolinado.
cada uno tiene su propio color,
y no podemos evitar mesclarlos.

como un tubo de pintura
sin una tapa
que cae dentro de una cubeta,
y cuyo color, en vivo, entra en erupción,
e impregna su entorno.

disiparse pero nunca desaparecer.

como sangre en la pila
se arremolina con substancia
vibrante y brillante.

esta extensión fina de la vida
se disuelve lentamente hasta la claridad.

se hace, no nada,
sino menos de algo
y parte de más.

sale por el desagüe
pero a donde
desde allí?
Este campo fue mar
de sal y espuma.
Hoy oleaje de ovejas,
voz de avena.

Más que tierra eres cielo,
campo nuestro.
Puro cielo sereno...
Puro cielo.

¿De tu origen marino no conservas
más caracol que el nido del hornero?

No olvides que el azar hinchó sus velas
y a través de otra mar dio en tus riberas.

Ante el sobrio semblante de tus llanos
se arrancó la golilla el castellano.

Tienes, campo, los huesos que mereces:
grandes vértebras simples e inocentes,
tibias rudimentarias,
informes maxilares que atestiguan
tu vida milenaria;
y sin embargo, campo, no se advierte
ni una arruga en tu frente.

Ya sólo es un silencio emocionado
tu herbosa voz de mar desagotado.

¡Qué cordial es la mano de este campo!

Sobre tu tersa palma distendida
¡quién pudiese rastrear alguna huella
que revelara el rumbo de su vida!

Tus mismos cardos, campo, se estremecen
al presentir la aurora que mereces.

Une al don de tu pan y de tu mano
el de darle candor a nuestro canto.

¿Oyes, campo, ese ritmo?
¡Si fuera el mío!...
sin vocablos ni voz te expresaría
al galope tendido.

Estas pobres palabras
¡qué mal te quedan!
Pero qué quieres, campo,
no soy caballo
y jamás las diría
si tú me oyeras.

Por algo ante el apremio de nombrarte
he preferido siempre galoparte.

Ritmo, calma, silencio, lejanía...
hasta volverte, campo, melodía.

Sólo el viento merece acompañarte.

¿No podrá ni mentarse tu presencia
sin que te duela, campo, la modestia?

Eres tan claro y limpio y sin dobleces
que el vuelo de una nube te ensombrece.

¡Hasta las sombras, campo, no dan nunca
ni el más leve traspiés en tu llanura!

¿Cómo lograste, campo tan benigno,
asistir a los cruentos cataclismos
que describen tus nubes
y ver morir flameantes continentes,
inaugurarse mares,
donde jóvenes islas recalaban
en bahías de fuego,
con el vivo y remoto dramatismo
que recuerdan tus cielos?

Al galoparte, campo, te he sentido
cada vez menos campo y más latido.

Tenso y redondo y manso,
como un grávido vientre
virgen campo yacente.

Sin rubores, ni gestos excesivos,
-acaso un poco triste y resignada-
con el mismo candor que usan tus chinas
y reprimiendo, campo, su ternura,
-más allá del bañado, entre las parvas-
se te entrega la tarde ensimismada.

Pasan las nubes, pasan
-¿Quién las arrea?-
tobianas, malacaras,
overas, bayas;
pero toditas llevan,
campo, tu marca.

Dime, campo tendido cara  al cielo,
¿esas nubes son hijas de tu sueño?...

¡Cómo no han de llorarte las tropillas
de tus nubes tordillas
al otear, desde el cielo, esas praderas
y sentir la nostalgia de sus yerbas!

Lo que prefiero, campo, es tu llaneza.

Ya sé que tierra adentro eres de piedra,
como también de piedra son tus cielos,
y hasta esas pobres sombras que se hospedan
en tus valles de piedra;
pero al pensarte, campo, sólo veo,
en vez de esas quebradas minerales
donde espectros de muías se alimentan
con las más tiernas piedras,
una inmensa llanura de silencio,
que abanican, con calma, tus haciendas.

En lo alto de esas cumbres agobiantes
hallaremos laderas y peñascos,
donde yacen metales, momias de alga,
peces cristalizados;
peto jamás la extensa certidumbre
de que antes de humillarnos para siempre,
has preferido, campo, el ascetismo
de negarte a ti mismo.

Fuiste viva presencia o fiel memoria
desde mi más remota prehistoria.

Mucho antes de intimar con los palotes
mi amistad te abrazaba en cada poste.

Chapaleando en el cielo de tus charcos
me rocé con tus ranas y tus astros.

Junto con tu recuerdo se aproxima
el relente a distancia y pasto herido
con que impregnas las botas... la fatiga.

Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?
hasta encontrarlo dentro de uno mismo.

Siempre volvemos, campo,
de tus tardes con un lucero humeante...
entre los labios.

Una tarde, en el mar, tú me llamaste,
pero en vez de tu escueta reciedumbre
pasaba ante la borda un campo equívoco
de andares voluptuosos y evasivos.

Me llamaste, otra vez, con voz de madre
y en tu silencio sólo hallé una vaca
junto a un charco de luna arrodillada;
arrodillada, campo, ante tu nada.

Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,
te me vas, despacito, para adentro...
al trote corto, campo, al trotecito.

Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.

Entra y descansa, campo. Desensilla.
Deja de ser eterna lejanía.

Cuanto más te repito y te repito
quisiera repetirte al infinito.

Nunca permitas, campo, que se agote
nuestra sed de horizonte y de galope.

Templa mis nervios, campo ilimitado,
al recio diapasón del alambrado.

Aquí mi soledad. Esta mi mano.
Dondequiera que vayas te acompaño.

Si no hubieras andado siempre solo
¿todavía tendrías voz de toro?

Tu soledad, tu soledad... ¡la mía!
Un sorbo tras el otro, noche y día,
como si fuera, campo, mate amargo.

A veces soledad, otras silencio,
pero ante todo, campo: padre-nuestro.

"No eres más que una vaca -dije un día-
con un millón de ubres maternales"...
sin recordar -¡perdona!- que enarbolas
entre el lírico arranque de tus cuernos
un gran nido de hornero.

"Si no tiene relieve, ni contornos.
Nada que lo limite, que lo encuadre;
allí... a las cansadas, un arroyo,
quizás una lomada..."
seguirán -¡perdonadlos!- murmurando,
aunque tu inmensa nada lo sea todo.

Comprendo, campo adusto, que sonrías
cuando sólo te habitan las espigas.

Aunque no sueñen más que en esquilmarte
e ignoren el sabor de tus raíces,
el rumbo de tus pájaros,
nunca te niegues, pampa, a abrir los brazos.
Has de ser para todos campo santo.

Al verte cada vez más cultivado
olvidan que tenías piel de puma
y fuiste, hasta hace poco, campo bravo.

No te me quejes, campo desollado.
Cubierto de rasguños y de espinas
-después de costalar entre tus cardos-
anduve yo también desamparado,
con un dolor caballo en las costillas.

Recuerda que tus nubes se desangran
sin decir, campo macho, ni palabra.

Son tan grandes tus noches, que avergüenzan.

Si los grillos dejasen de apretarle
una sola clavija a tu silencio,
¿alcanzarías, campo, el delirante
y agudo diapasón de las estrellas?

Hasta la oscura voz de tus pantanos
da fervor a tu sacro canto llano.

¡Qué buenos confesores son tus sapos!

Nada logra expresar, campo nocturno,
tu inmensa soledad desamparada
como el presentimiento que ensombrece
el insomne mugir de tus manadas.

Vierte, campo, sin tregua, en nuestras
venas la destilada luz de tus estrellas.

Tu santa luna, campo solitario,
convierte nuestro pecho en un hostiario.

Déjanos comulgar con tu llanura...
Danos, campo eucarístico, tu luna.

¿A qué sabrán tus pastos
cuando logren, por fin, domesticarte
y en vez de campo potro desbocado
te transformes en campo endomingado?

Cómo ríen tus sapos, tus maizales,
con dientes de potrillo,
del candor con que todas tus ciudades,
no bien salen del horno,
ya ostentan capiteles, frontispicios,
y arquitrabes postizos.

Sólo soportas, campo, los aleros
que aconsejan vivir como el hornero.

Te llevé de la mano
hacia aldeas y rutas patinadas
por leyendas doradas;
pero tú sonreías, campo niño,
y yo junto contigo...
siempre, siempre contigo
campo recién nacido.

Tantos viejos modales resobados
y tanta historia
con tantas mezquindades,
desde la ausencia, campo, musitaban
tus ingenuos yuyales.

-¡Qué tierras sin aliento! -balbuceabas-.
Sólo produce muertos...
grandes muertos insomnes y locuaces
que en vez de reposar y ser olvido
desertan de sus tumbas, vociferan,
en cada encrucijada,
en cada piedra.
Los míos, por lo menos, son modestos.
No incomodan a nadie.

Y el eco de tu voz, entre las ruinas:
"Dadle muerte a esos muertos", repetía.

¿Dónde apoyarnos, campo?
¡Ni una piedra!
Nada que indique el rumbo de tus huellas.
Persiste, campo nada, en acercarnos
la ocasión de perdernos... o encontrarnos.

Gracias, campo, por ser tan despoblado
y limpito de muertos,
que admites arriesgar cualquier postura
sin pedirle permiso a los espectros.

Muchas gracias por crearnos una muerte
de tu mismo tamaño y tan perfecta
que no deja ni el rastro de una huella.

Y mil gracias por darnos la certeza
de poder galopar toda una vida
sin hallar otra muerte que la nuestra.

Con sólo descansar sobre tu suelo
ya nos sentimos, campo, en pleno cielo.

-"¿Y si en vez de ser campo fuera ausencia?"
-"En mí perduraría tu presencia."

Espera, campo, espera.
No me llames.
¿Por qué esa voz tan negra,
campo madre?

-"¿Es tu silencio mar quien me reclama?"
-"Ven a dormir a orillas de mi calma."

Tú que estás en los cielos, campo nuestro.
Ante ti se arrodilla mi silencio.
D A Do Fleming Nov 2010
O choque congestiona o fluxo sanguíneo.
A cabeça erguida entra em declínio.
As pernas tremem de não aguentar o peso.
O mundo desaba todo e o deixa preso.

Nos olhos já se observa o desatino.
A face rubra paralisa sem destino.
A boca seca torna-o surpreso
e o ombro, de pronto, deixa de ser teso.

Escorre pela cara lágrima salgada
com o gosto do destrato da mulher amada
que desce ríspida à travada glote.

Como um antídoto à honra humilhada,
retorna do estômago feito cusparada
e o faz erguer em busca do que o esgote
He abierto la ventana. Entra sin hacer ruido
(afuera deja sus constelaciones).
«Buenas noches, Noche».
Pasa las páginas de sombra
en las que todo está ya escrito.
Viene a pedirme cuentas.

«Salí al rayar el alba -digo-.
Lamía el sol las paredes leprosas
Olía a vino, a miel, a jara»
(Deslumbrada por tanta claridad
ha entornado los ojos).
La llevan mis palabras por calles, ascuas, no lo sé:
oye la plata de las campanadas.
Ante la puerta de la iglesia
me callo, me detengo -entraría conmigo-
si yo no me callase, si no me detuviera-;
yo sé bien lo que quiere la Noche;
lo de todas las noches;
si no, por qué habría venido.

Ya mi memoria no es lo que era. En la misa del alba
no dije Agnus Dei qui tollis pecata mundi,
sino que dije Marta Dei  (ella también es cordero de Dios
que quita mis pecados del mundo).
La noche no podría comprenderlo,
y qué decirle, y cómo, para que lo entendiese.

No me pregunta nada la Noche,
no me pregunta nada. Ella lo sabe todo
antes que yo lo diga, antes que yo lo sepa.
Ella ha oído esos versos
que se escupen de boca en boca, versos
de un malaleche del Andalucía
al que otro malaleche de solar montañés
llamara «capellán del rey de bastos»
en los que se hace mofa de mí y de Marta,
amor mío, resumen de todos mis amores:
Dicho me han por una carta
que es tu cómica persona
sobre los manteles, mona
y entre las sábanas, Marta.
qué sabrá ese tahúr, ese amargado
lo que es amor.
La Noche trae entre los pliegues de su toga
un polvillo de música, como el del ala de la mariposa.
Una música hilada en la vihuela
del maestro del danzar, nuestro vecino.
En la cocina estará escuchando Marta;
danzará, mientras barre el suelo que no ve,
manchado de ceniza, de aroma, de trigo candeal,
de jazmines, de estrellas, de papeles rompidos.
Danza y barra Marta.

Pido a la Noche que se vaya. Hasta mañana, Noche.
Déjame que descanse. Cuando amanezca regaré el jardín,
saldré después a decir misa.
-Deus meus, Deus meus, quare tristis est amina mea-
luego volveré a casa, terminaré una epístola en tercetos
escribiré unas hojas
de la comedia que encargaron unos representantes.
Que las cosas no marchan bien en el teatro,
y uno no puede dormirse en los laureles.

Hasta mañana, Noche.
Tengo que dar la cena a Marta,
asearla, peinarla (ella no vive ya en el mundo nuestro),
cuidar que no alborote mis papeles,
que no apuñale las paredes con mis plumas
mis bien cortadas plumas,
tengo que confesarla. «Padre, vivo en pecado»
(no sabe que el pecado es de los dos),
y dirá luego: «Lope, quiero morirme»
(y qué sucedería si yo muriese antes que ella).
Ego te absolvo.

Y luego, sosegada, le contaré, para dormirla,
aventuras de olas, de galeones, de arcabuces, de rumbos marinos,
de lugares vividos y soñados: de lo que fue
y que no fue y que pudo ser mi vida.
Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar.
I


J'ai toujours voulu voir du pays, et la vie

Que mène un voyageur m'a toujours fait envie.

Je me suis dit cent fois qu'un demi-siècle entier

Dans le même logis, dans le même quartier ;

Que dix ans de travail, dix ans de patience

A lire les docteurs et creuser leur science,

Ne valent pas six mois par voie et par chemin,

Six mois de vie errante, un bâton à la main.

- Eh bien ! me voici prêt, ma valise est remplie ;

Où vais-je ! - En Italie. - Ah, fi donc ! l'Italie !

Voyage de badauds, de beaux fils à gants blancs.

Qui vont là par ennui, par ton, comme à Coblentz,

En poste, au grand galop, traversant Rome entière,

Et regardent ton ciel, Naples, par la portière.

- Mais ce que je veux, moi, voir avant de mourir,

Où je veux à souhait rêver, chanter, courir.

C'est l'Espagne, ô mon cœur ! c'est l'hôtesse des Maures,

Avec ses orangers et ses frais sycomores,

Ses fleuves, ses rochers à pic, et ses sentiers

Où s'entendent, la nuit, les chants des muletiers ;

L'Espagne d'autrefois, seul débris qui surnage

Du colosse englouti qui fut le moyen âge ;

L'Espagne et ses couvents, et ses vieilles cités

Toutes ceintes de murs que l'âge a respectés ;

Madrid. Léon, Burgos, Grenade et cette ville

Si belle, qu'il n'en est qu'une au monde. Séville !

La ville des amants, la ville des jaloux,

Fière du beau printemps de son ciel andalou,

Qui, sous ses longs arceaux de blanches colonnades,

S'endort comme une vierge, au bruit des sérénades.

Jusqu'à tant que pour moi le jour se soit levé

Où je pourrai te voir et baiser ton pavé,

Séville ! c'est au sein de cette autre patrie

Que je veux, mes amis, mettre, ma rêverie ;

C'est là que j'enverrai mon âme et chercherai

De doux récits d'amour que je vous redirai.


II


A Séville autrefois (pour la date il n'importe),

Près du Guadalquivir, la chronique rapporte

Qu'une dame vivait, qui passait saintement

Ses jours dans la prière et le recueillement :

Ses charmes avaient su captiver la tendresse

De l'alcade, et c'était, comme on dit, sa maîtresse ;

Ce qui n'empêchait pas que son nom fût cité

Comme un exemple à tous d'austère piété.

Car elle méditait souvent les évangiles,

Jeûnait exactement quatre-temps et vigiles.

Communiait à Pâque, et croyait fermement

Que c'est péché mortel d'avoir plus d'un amant

A la fois. Ainsi donc, en personne discrète.

Elle vivait au fond d'une obscure retraite,

Toute seule et n'ayant de gens dans sa maison

Qu'une duègne au-delà de l'arrière-saison,

Qu'on disait avoir eu, quand elle était jolie.

Ses erreurs de jeunesse, et ses jours de folie.

Voyant venir les ans, et les amans partir,

En femme raisonnable elle avait cru sentir

Qu'en son âme, un beau jour, était soudain venue

Une vocation jusqu'alors inconnue ;

Au monde, qui fuyait, elle avait dit adieu,

Et pour ses vieux péchés s'était vouée à Dieu.


Une fois, au milieu d'une de ces soirées

Que prodigue le ciel à ces douces contrées,

Le bras nonchalamment jeté sur son chevet,

Paquita (c'est le nom de la dame) rêvait :

Son œil s'était voilé, silencieux et triste ;

Et tout près d'elle, au pied du lit, sa camariste

Disait dévotement, un rosaire à la main,

Ses prières du soir dans le rite romain.

Voici que dans la rue, au pied de la fenêtre,

Un bruit se fit entendre ; elle crut reconnaître

Un pas d'homme, prêta l'oreille ; en ce moment

Une voix s'éleva qui chantait doucement :


« Merveille de l'Andalousie.

Étoile qu'un ange a choisie

Entre celles du firmament,

Ne me fuis pas ainsi ; demeure,

Si tu ne veux pas que je meure

De désespoir, en te nommant !


J'ai visité les Asturies,

Aguilar aux plaines fleuries,

Tordesillas aux vieux manoirs :

J'ai parcouru les deux Castilles.

Et j'ai bien vu sous les mantilles

De grands yeux et des sourcils noirs :


Mais, ô lumière de ma vie,

Dans Barcelone ou Ségovie,

Dans Girone au ciel embaumé,

Dans la Navarre ou la Galice,

Je n'ai rien vu qui ne pâlisse

Devant les yeux qui m'ont charmé ! »


Quand la nuit est bien noire, et que toute la terre,

Comme de son manteau, se voile de mystère,

Vous est-il arrivé parfois, tout en rêvant,

D'ouïr des sons lointains apportés par le vent ?

Comme alors la musique est plus douce ! Il vous semble

Que le ciel a des voix qui se parlent ensemble,

Et que ce sont les saints qui commencent en chœur

Des chants qu'une autre voix achève dans le cœur.

- A ces sons imprévus, tout émue et saisie,

La dame osa lever un coin de jalousie

Avec précaution, et juste pour pouvoir

Découvrir qui c'était, mais sans se laisser voir.

En ce moment la lune éclatante et sereine

Parut au front des cieux comme une souveraine ;

A ses pâles rayons un regard avait lui,

Elle le reconnut, et dit : « C'est encor lui ! »

C'était don Gabriel, que par toute la ville

On disait le plus beau cavalier de Séville ;

Bien fait, de belle taille et de bonne façon ;

Intrépide écuyer et ferme sur l'arçon,

Guidant son andalou avec grâce et souplesse,

Et de plus gentilhomme et de haute noblesse ;

Ce que sachant très bien, et comme, en s'en allant,

Son bonhomme de père avait eu le talent

De lui laisser comptant ce qu'il faut de richesses

Pour payer la vertu de plus de cent duchesses,

Il allait tête haute, en homme intelligent

Du prix de la noblesse unie avec l'argent.

Mais quand le temps d'aimer, car enfin, quoi qu'on dit,

Il faut tous en passer par cette maladie,

Qui plus tôt, qui plus **** ; quand ce temps fut venu,

Et qu'un trouble arriva jusqu'alors inconnu,

Soudain il devint sombre : au fond de sa pensée

Une image de femme un jour était passée ;

Il la cherchait partout. Seul, il venait s'asseoir

Sous les arbres touffus d'Alaméda, le soir.

A cette heure d'amour où la terre embrasée

Voit son sein rafraîchir sous des pleurs de rosée.

Un jour qu'il était là, triste, allant sans savoir

Où se portaient ses pas, et regardant sans voir,

Une femme passa : vision imprévue.

Qu'il reconnut soudain sans l'avoir jamais vue !

C'était la Paquita : c'était elle ! elle avait

Ces yeux qu'il lui voyait, la nuit, quand il rêvait.

Le souris, la démarche et la taille inclinée

De l'apparition qu'il avait devinée.

Il est de ces moments qui décident des jours

D'un homme ! Depuis lors il la suivait toujours,

Partout, et c'était lui dont la voix douce et tendre

Avait trouvé les chants qu'elle venait d'entendre.


III


Comment don Gabriel se fit aimer, comment

Il entra dans ce cœur tout plein d'un autre amant,

Je n'en parlerai pas, lecteur, ne sachant guère,

Depuis qu'on fait l'amour, de chose plus vulgaire ;

Donc, je vous en fais grâce, et dirai seulement,

Pour vous faire arriver plus vite au dénouement.

Que la dame à son tour. - car il n'est pas possible

Que femme à tant d'amour garde une âme insensible,

- Après avoir en vain rappelé sa vertu.

Avoir prié longtemps, et longtemps combattu.

N'y pouvant plus tenir, sans doute, et dominée

Par ce pouvoir secret qu'on nomme destinée,

Ne se contraignit plus, et cessa d'écouter

Un reste de remords qui voulait l'arrêter :

Si bien qu'un beau matin, au détour d'une allée,

Gabriel vit venir une duègne voilée,

D'un air mystérieux l'aborder en chemin,

Regarder autour d'elle, et lui prendre la main

En disant : « Une sage et discrète personne,

Que l'on ne peut nommer ici, mais qu'on soupçonne

Vous être bien connue et vous toucher de près,

Mon noble cavalier, me charge tout exprès

De vous faire savoir que toute la soirée

Elle reste au logis, et serait honorée

De pouvoir vous apprendre, elle-même, combien

A votre seigneurie elle voudrait de bien. »


Banquiers, agents de change, épiciers et notaires,

Percepteurs, contrôleurs, sous-chefs de ministères

Boutiquiers, électeurs, vous tous, grands et petits.

Dans les soins d'ici-bas lourdement abrutis,

N'est-il pas vrai pourtant que, dans cette matière,

Où s'agite en tous sens votre existence entière.

Vous n'avez pu flétrir votre âme, et la fermer

Si bien, qu'il n'y demeure un souvenir d'aimer ?

Oh ! qui ne s'est, au moins une fois dans sa vie,

D'une extase d'amour senti l'âme ravie !

Quel cœur, si desséché qu'il soit, et si glacé,

Vers un monde nouveau ne s'est point élancé ?

Quel homme n'a pas vu s'élever dans les nues

Des chœurs mystérieux de vierges demi-nues ;

Et lorsqu'il a senti tressaillir une main,

Et qu'une voix aimée a dit tout bas : « Demain »,

Oh ! qui n'a pas connu cette fièvre brûlante,

Ces imprécations à l'aiguille trop lente,

Et cette impatience à ne pouvoir tenir

En place, et comme un jour a de mal à finir !

- Hélas ! pourquoi faut-il que le ciel nous envie

Ces instants de bonheur, si rares dans la vie,

Et qu'une heure d'amour, trop prompte à s'effacer,

Soit si longue à venir, et si courte à passer !


Après un jour, après un siècle entier d'attente,

Gabriel, l'œil en feu, la gorge haletante,

Arrive ; on l'attendait. Il la vit, - et pensa

Mourir dans le baiser dont elle l'embrassa.


IV


La nature parfois a d'étranges mystères !


V


Derrière le satin des rideaux solitaires

Que s'est-il donc passé d'inouï ? Je ne sais :

On entend des soupirs péniblement poussés.

Et soudain Paquita s'écriant : « Honte et rage !

Sainte mère de Dieu ! c'est ainsi qu'on m'outrage !

Quoi ! ces yeux, cette bouche et cette gorge-là,

N'ont de ce beau seigneur obtenu que cela !

Il vient dire qu'il m'aime ! et quand je m'abandonne

Aux serments qu'il me fait, grand Dieu ! que je me donne,

Que je risque pour lui mon âme, et je la mets

En passe d'être un jour damnée à tout jamais,

'Voilà ma récompense ! Ah ! pour que tu réveilles

Ce corps tout épuisé de luxure et de veilles,

Ma pauvre Paquita, tu n'es pas belle assez !

Car, ne m'abusez pas, maintenant je le sais.

Sorti d'un autre lit, vous venez dans le nôtre

Porter des bras meurtris sous les baisers d'une autre :

Elle doit s'estimer heureuse, Dieu merci.

De vous avoir pu mettre en l'état que voici.

Celle-là ! car sans doute elle est belle, et je pense

Qu'elle est femme à valoir qu'on se mette en dépense !

Je voudrais la connaître, et lui demanderais

De m'enseigner un peu ses merveilleux secrets.

Au moins, vous n'avez pas si peu d'intelligence

De croire que ceci restera sans vengeance.

Mon illustre seigneur ! Ah ! l'aimable roué !

Vous apprendrez à qui vous vous êtes joué !

Çà, vite en bas du lit, qu'on s'habille, et qu'on sorte !

Certes, j'espère bien vous traiter de la sorte

Que vous me connaissiez, et de quel châtiment

La Paquita punit l'outrage d'un amant ! »


Elle parlait ainsi lorsque, tout effarée,

La suivante accourut : « A la porte d'entrée,

L'alcade et trois amis, qu'il amenait souper,

Dit-elle, sont en bas qui viennent de frapper !

- Bien ! dit la Paquita ; c'est le ciel qui l'envoie !

- Ah ! señora ! pour vous, gardez que l'on me voie !

- Au contraire, dit l'autre. Allez ouvrir ! merci.

Mon Dieu ; je t'appelais, Vengeance ; te voici ! »

Et sitôt que la duègne en bas fut descendue,

La dame de crier : « A moi ! je suis perdue !

Au viol ! je me meurs ! au secours ! au secours !

Au meurtre ! à l'assassin ! Ah ! mon seigneur, accours ! »

Tout en disant cela, furieuse, éperdue,

Au cou de Gabriel elle s'était pendue.

Le serrait avec rage, et semblait repousser

Ses deux bras qu'elle avait contraints à l'embrasser ;

Et lui, troublé, la tête encor tout étourdie,

Se prêtait à ce jeu d'horrible comédie,

Sans deviner, hélas ! que, pour son châtiment,

C'était faire un prétexte et servir d'instrument !


L'alcade cependant, à ces cris de détresse,

Accourt en toute hâte auprès de sa maîtresse :

« Seigneur ! c'est le bon Dieu qui vous amène ici ;

Vengez-vous, vengez-moi ! Cet homme que voici,

Pour me déshonorer, ce soir, dans ma demeure...

- Femme, n'achevez pas, dit l'alcade ; qu'il meure !

- Qu'il meure ; reprit-elle. - Oui ; mais je ne veux pas

Lui taire de ma main un si noble trépas ;

Çà, messieurs, qu'on l'emmène, et que chacun pâlisse

En sachant à la fois le crime et le supplice ! »

Gabriel, cependant, s'étant un peu remis.

Tenta de résister ; mais pour quatre ennemis,

Hélas ! il était seul, et sa valeur trompée

Demanda vainement secours à son épée ;

Elle s'était brisée en sa main : il fallut

Se rendre, et se soumettre à tout ce qu'on voulut.


Devant la haute cour on instruisit l'affaire ;

Le procès alla vite, et quoi que pussent faire

Ses amis, ses parents et leur vaste crédit.

Qu'au promoteur fiscal don Gabriel eût dit :

« C'est un horrible piège où l'on veut me surprendre.

Un crime ! je suis noble, et je dois vous apprendre,

Seigneur, qu'on n'a jamais trouvé dans ma maison

De rouille sur l'épée ou de tache au blason !

Seigneur, c'est cette femme elle-même, j'en jure

Par ce Christ qui m'entend et punit le parjure.

Qui m'avait introduit dans son appartement ;

Et comment voulez-vous qu'à pareille heure ?... - Il ment !

Disait la Paquita ; d'ailleurs la chose est claire.

J'ai mes témoins : il faut une peine exemplaire.

Car je vous l'ai promis, et qu'un juste trépas

Me venge d'un affront que vous n'ignorez pas ! »


VI


Or, s'il faut maintenant, lecteur, qu'on vous apprenne -

La fin de tout ceci, par la cour souveraine

Il fut jugé coupable à l'unanimité ;

Et comme il était noble, il fut décapité.
Esa pared que tú ves a mis espaldas
es una pared como cualquier otra.

Lejanas: las ventanas de los terceros pisos
las charlas de los adultos.

¿Por qué debería intimidarme?
Aquí hay muchas otras paredes que tampoco podemos atravesar

muchas otras paredes que nada dicen
salvo cuando tienen dibujos o groserías.

En esa pared podemos jugar a gusto
no estorbamos ya que nadie entra ni sale.

Dicen que ahí acaba Berlín
y también que al otro lado

hay otra ciudad del mismo nombre
aunque de un país diferente.

Sé que aprenderé a estar triste por esa pared
y que mi felicidad será mayúscula

cuando escuche el habla confuso
de un tal Günter Schabowski.

Pero mientras es sólo una pared
una pared cualquiera que a veces

               *parece--ser--un--largo--tren--que--decidió--detenerse--
(2011) Aquí la foto: http://fansinaflashbulb.files.wordpress.com/2009/11/cartier_bresson_217_19941.jpg?w=640
Godi se il vento ch'entra nel pomario
vi rimena l'ondata della vita:
qui dove affonda un morto
viluppo di memorie,
orto non era, ma reliquario.

Il frullo che tu senti non è un volo,
ma il commuoversi dell'eterno grembo;
vedi che si trasforma questo lembo
di terra solitario in un crogiuolo.

Un rovello è di qua dall'erto muro.
Se procedi t'imbatti
tu forse nel fantasma che ti salva:
si compongono qui le storie, gli atti
scancellati pel giuoco del futuro.

Cerca una maglia rotta nella rete
che ci stringe, tu balza fuori, fuggi!
Va, per te l'** pregato, - ora la sete
mi sarà lieve, meno acre la ruggine...
Guitarra llama a cajón,
Cajón a la voz primera.
Escuchen con atención,
¡aquí está la Marinera...!
La Marinera de Lima
tiene influencia afro-hispana,
la "primera de jarana"
en copla o cuarteta rima.
Inicia el toque la prima
pero es más lindo un bordón.
Aún no entra la canción
porque, como requisito,
antes que el cantor dé un grito
guitarra llama a cajón.
Los que escuchan hacen palmas
y se cuadran las parejas,
por lo general son viejas
-mejor aún si son zambas-.
Tan sólo mueven las gamas
y un poquito la cadera.
Todo esto mientras se espera
pues nadie baila sin canto.
Sigue llamando entretanto
cajón a la voz primera.
El canto inicia el paseo
con un saludo en el cruce,
media vuelta los conduce
a otro cruce y al careo.
Tras lateral contoneo
vuelta y trocar posición...
Como dicha operación
se da al fin de cada estrofa,
en vez de bailar por mofa
escuchen con atención.
Como quien sudor enjuga
un momento se reposa,
prosigue la Resbalosa
y viene después la Fuga:
El bailarín se apechuga,
ella sube la pollera.
Como peruana bandera
blanco y rojo, dos pañuelos
dicen en airosos vuelos
¡aquí está la Marinera...!
anastasiad May 2016
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¡Qué hermosa es la ciudad, oh Contemplado,
                    que eriges a la vista!

Capital de los ocios, rodeada
                    de espumas fronterizas,

en las torres celestes atalayan
                    blancas nubes vigías.

Flotante sobre el agua, hecha y deshecha
                    por luces sucesivas,

los que la sombra alcázares derrumba
                    el alba resucita.

Su riqueza es la luz, la sin moneda,
                    la que nunca termina,

la que después de darse un día entero
                    amanece más rica.

Todo en ella son canjes -ola y nube,
                    horizonte y orilla-,

bellezas que se cambian, inocentes
                    de la mercadería.

Por tu hermosura, sin mancharla nunca
                    resbala la codicia,

la que mueve el contrato, nunca el aire
                    en las velas henchidas,

hacia la gran ciudad de los negocios,
                    la ciudad enemiga.
No hay nadie, allí, que mire; están los ojos
                    a sueldo, en oficinas.

Vacío abajo corren ascensores,
                    corren vacío arriba,

transportan a fantasmas impacientes:
                    la nada tiene prisa.

Si se aprieta un botón se aclara el mundo,
                    la duda se disipa.

Instantánea es la aurora; ya no pierde
                    en fiestas nacarinas,

en rosas, en albores, en celajes,
                    el tiempo que perdía.

Aquel aire infinito lo han contado;
                    números se respiran

El tiempo ya no es tiempo, el tiempo es oro,
                    florecen compañías

para vender a plazos los veranos,
                    las horas y los días.

Luchan las cantidades con los pájaros,
                    los nombres con las cifras:

trescientos, mil, seiscientos, veinticuatro,
                    Julieta, Laura, Elisa.

Lo exacto triunfa de lo incalculable,
                    las palabras vencidas

se van al campo santo y en las lápidas
esperan elegías.

¡Clarísimo el futuro, ya aritmético,
                    mañana sin neblinas!

Expulsan el azar y sus misterios
                    astrales estadísticas.

Lo que el sueño no dio lo dará el cálculo;
                    unos novios perfilan

presupuestos en tardes otoñales:
                    el coste de su dicha.

Sin alas, silenciosas por los aires,
                    van aves ligerísimas,

eléctricas bandadas agoreras,
                    cantoras de noticias,

que desdeñan las frondas verdecientes
y en las radios anidan.

A su paso se mueren -ya no vuelven-
                    oscuras golondrinas.

Dos amantes se matan por un hilo
                    -ruptura a dos mil millas-;

sin que pueda salvarle una morada
                    un amor agoniza,

y Iludiéndose el teléfono en el pecho
                    la enamorada expira.

Los maniquíes su lección ofrecen,
                    moral desde vitrinas:

ni sufrir ni gozar, ni bien ni mal,
                    perfección de la línea.

Para ser tan felices las doncellas
                    poco a poco se quitan

viejos estorbos, vagos corazones
                    que apenas si latían.

Hay en las calles bocas que conducen
                    a cuevas oscurísimas:

allí no sufre nadie; sombras bellas
                    gráciles se deslizan,

sin carne en que el dolor pueda dolerles,
                    de sonrisa a sonrisa.

Entre besos y escenas de colores
                    corriendo va la intriga.

Acaba en un jardín, al fondo rosas
                    de trapo sin espinas.

Se descubren las gentes asombradas
                    su sueño: es la película,

vivir en un edén de cartón piedra,
                    ser criaturas lisas.

Hermosura posible entre tinieblas
                    con las luces se esquiva.

La yerba de los cines está llena
                    de esperanzas marchitas.

Hay en los bares manos que se afanan
                    buscando la alegría,

y prenden por el talle a sus parejas,
                    o a copas cristalinas.

Mezclado azul con rojo, verde y blanco,
                    fáciles alquimistas

ofrecen breves dosis de retorno
                    a ilusiones perdidas.

Lo que la orquesta toca y ellos bailan,
                    son todo tentativas

de salir sin salir del embolismo
                    que no tiene salida.

Mueve un ventilador aspas furiosas
                    y deshoja una Biblia.

Por el aire revuelan gemebundas
                    voces apocalípticas,

y rozan a las frentes pecadoras
                    alas de profecías.

La mejor bailarina, Magdalena,
                    se pone de rodillas.

Corren las ambulancias, con heridos
                    de muerte sin heridas.

En Wall Street banqueros puritanos
                    las escrituras firman

para comprar al río los reflejos
                    del cielo que está arriba.
Un hombre hay que se escapa, por milagro,
                    de tantas agonías.

No hace nada, no es nada, es Charlie Chaplin,
                    es este que te mira;

somos muchos, yo solo, centenares
                    las almas fugitivas

de Henry Ford, de Taylor, de la técnica,
                    los que nada fabrican

y emplean en las nubes vagabundas
                    ojos que no se alquilan.

No escucharán anuncios de la radio;
                    atienden la doctrina

que tú has ido pensando en tus profundos,
                    la que sale a tu orilla,

ola tras ola, espuma tras espuma,
y se entra por los ojos toda luz,
                    y ya nunca se olvida.
Richelle Leigh May 2012
estoy viviendo una prueba, dices tu
pero mi corazon me duele, mas que tu...
no me dejan dormir todos estos pensamientos
es el amor amor que me causa estos sentimientos?

me gustaria decirte que me dejes en paz
pero tu y yo, sabemos, que yo no soy tan capaz...
tu voz, tu cara, tu amor, tu recuerdo, me entra
espero que este corazon debil no me mienta

te digo, tratare de dormir otra vez,
aunque eso no funciono todo el mes...
porque mi amor, me haces tanta falta
estoy segura que la vida me aplasta

no quiero regresar al mismo terror
cada noche, cada dia este gran tremor
amor, amor, yo se lo que te digo
toda sera mejor, solo regresate conmigo
Estábase la Efesia cazadora
Dando en aljófar el sudor al baño,
Cuando en rabiosa luz se abrasa el año
Y la vida en incendios se evapora.

De sí, Narciso y Ninfa, se enamora,
Mas viendo conducido de su engaño
Que se acerca Acteón, temiendo el daño,
Fueron las Ninfas velo a su señora.

Con la arena intentaron el cegalle,
Mas luego que de amor miró el trofeo,
Cegó más noblemente con su talle.

Su frente endureció con arco feo,
Sus perros intentaron el matalle,
Y adelantóse a todos su deseo.
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.El dueño fui de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;y muy siglo diez y ocho y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinita.Yo supe de dolor desde mi infancia,
mi juventud.... ¿fue juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan su fragancia...
una fragancia de melancolía...Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó, fue porque Dios es bueno.En mi jardín se vio una estatua bella;
se juzgó mármol y era carne viva;
una alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva.Y tímida ante el mundo, de manera
que encerrada en silencio no salía,
sino cuando en la dulce primavera
era la hora de la melodía...Hora de ocaso y de discreto beso;
hora crepuscular y de retiro;
hora de madrigal y de embeleso,
de «te adoro», y de «¡ay!» y de suspiro.Y entonces era la dulzaina un juego
de misteriosas gamas cristalinas,
un renovar de gotas del Pan griego
y un desgranar de músicas latinas.Con aire tal y con ardor tan vivo,
que a la estatua nacían de repente
en el muslo viril patas de chivo
y dos cuernos de sátiro en la frente.Como la Galatea gongorina
me encantó la marquesa verleniana,
y así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana;todo ansia, todo ardor, sensación pura
y vigor natural; y sin falsía,
y sin comedia y sin literatura...:
si hay un alma sincera, esa es la mía.La torre de marfil tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro de mí mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo.Como la esponja que la sal satura
en el jugo del mar, fue el dulce y tierno
corazón mío, henchido de amargura
por el mundo, la carne y el infierno.Mas, por gracia de Dios, en mi conciencia
el Bien supo elegir la mejor parte;
y si hubo áspera hiel en mi existencia,
melificó toda acritud el Arte.Mi intelecto libré de pensar bajo,
bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.¡Oh, la selva sagrada! ¡Oh, la profunda
emanación del corazón divino
de la sagrada selva! ¡Oh, la fecunda
fuente cuya virtud vence al destino!Bosque ideal que lo real complica,
allí el cuerpo arde y vive y Psiquis vuela;
mientras abajo el sátiro fornica,
ebria de azul deslíe Filomela.Perla de ensueño y música amorosa
en la cúpula en flor del laurel verde,
Hipsipila sutil liba en la rosa,
y la boca del fauno el pezón muerde.Allí va el dios en celo tras la hembra,
y la caña de Pan se alza del lodo;
la eterna vida sus semillas siembra,
y brota la armonía del gran Todo.El alma que entra allí debe ir desnuda,
temblando de deseo y fiebre santa,
sobre cardo heridor y espina aguda:
así sueña, así vibra y así canta.Vida, luz y verdad, tal triple llama
produce la interior llama infinita.
El Arte puro como Cristo exclama:
Ego sum lux et veritas et vita!Y la vida es misterio, la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal duerme en la sombra.Por eso ser sincero es ser potente;
de desnuda que está, brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye de ella.Tal fue mi intento, hacer del alma pura
mía, una estrella, una fuente sonora,
con el horror de la literatura
y loco de crepúsculo y de aurora.Del crepúsculo azul que da la pauta
que los celestes éxtasis inspira,
bruma y tono menor -¡toda la flauta!,
y Aurora, hija del Sol- ¡toda la lira!Pasó una piedra que lanzó una honda;
pasó una flecha que aguzó un violento.
La piedra de la honda fue a la onda,
y la flecha del odio fuese al viento.La virtud está en ser tranquilo y fuerte;
con el fuego interior todo se abrasa;
se triunfa del rencor y de la muerte,
y hacia Belén... ¡la caravana pasa!
À Max Jacob.

Vers le palais de Rosemonde au fond du Rêve
Mes rêveuses pensées pieds nus vont en soirée
Le palais don du roi comme un roi nu s'élève
Des chairs fouettées des roses de la roseraie

On voit venir au fond du jardin mes pensées
Qui sourient du concert joué par les grenouilles
Elles ont envie des cyprès grandes quenouilles
Et le soleil miroir des roses s'est brisé

Le stigmate sanglant des mains contre les vitres
Quel archer mal blessé du couchant le troua
La résine qui rend amer le vin de Chypre
Ma bouche aux agapes d'agneau blanc l'éprouva

Sur les genoux pointus du monarque adultère
Sur le mai de son âge et sur son trente et un
Madame Rosemonde roule avec mystère
Ses petits yeux tout ronds pareils aux yeux des Huns

Dame de mes pensées au cul de perle fine
Dont ni perle ni cul n'égale l'orient
Qui donc attendez-vous
De rêveuses pensées en marche à l'Orient
Mes plus belles voisines

Toc toc Entrez dans l'antichambre le jour baisse
La veilleuse dans l'ombre est un bijou d'or cuit
Pendez vos têtes aux patères par les tresses
Le ciel presque nocturne a des lueurs d'aiguilles

On entra dans la salle à manger les narines
Reniflaient une odeur de graisse et de graillon
On eut vingt potages dont trois couleurs d'*****
Et le roi prit deux œufs pochés dans du bouillon

Puis les marmitons apportèrent les viandes
Des rôtis de pensées mortes dans mon cerveau
Mes beaux rêves mort-nés en tranches bien saignantes
Et mes souvenirs faisandés en godiveaux

Or ces pensées mortes depuis des millénaires
Avaient le fade goût des grands mammouths gelés
Les os ou songe-creux venaient des ossuaires
En danse macabre aux plis de mon cervelet

Et tous ces mets criaient des choses nonpareilles
Mais nom de Dieu !
Ventre affamé n'a pas d'oreilles
Et les convives mastiquaient à qui mieux mieux

Ah ! nom de Dieu ! qu'ont donc crié ces entrecôtes
Ces grands pâtés ces os à moelle et mirotons
Langues de feu où sont-elles mes pentecôtes
Pour mes pensées de tous pays de tous les temps.
Tú, que estás la barba en la mano
meditabundo,
¿has dejado pasar, hermano,
la flor del mundo?Te lamentas de los ayeres
con quejas vanas:
¡aún hay promesas de placeres
en los mañanas!Aún puedes casar la olorosa
rosa y el lis,
y hay mirtos para tu orgullosa
cabeza gris.El alma ahíta cruel inmola
lo que la alegra,
como Zingua, reina de Angola,
lúbrica negra.Tú has gozado de la hora amable,
y oyes después
la imprecación del formidable
Eclesiastés.El domingo de amor te hechiza;
mas mira cómo
llega el miércoles de ceniza;
Memento, ****...Por eso hacia el florido monte
las almas van,
y se explican Anacreonte
y Omar Kayam.Huyendo del mal, de improviso
se entra en el mal,
por la puerta del paraíso
artificial.Y no obstante la vida es bella,
por poseer
la perla, la rosa, la estrella
y la mujer.Lucifer brilla. Canta el ronco
mar. Y se pierde
Silvano, oculto tras el tronco
del haya verde.Y sentimos la vida pura,
clara, real,
cuando la envuelve la dulzura
primaveral.¿Para qué las envidias viles
y las injurias,
cuando retuercen sus reptiles
pálidas furias?¿Para qué los odios funestos
de los ingratos?
¿Para qué los lívidos gestos
de los Pilatos?¡Si lo terreno acaba, en suma,
cielo e infierno,
y nuestras vidas son la espuma
de un mar eterno!Lavemos bien de nuestra veste
la amarga prosa;
soñemos en una celeste
mística rosa.Cojamos la flor del instante;
¡la melodía
de la mágica alondra cante
la miel del día!Amor a su fiesta convida
y nos corona.
Todos tenemos en la vida
nuestra Verona.Aun en la hora crepuscular
canta una voz:
«Ruth, risueña, viene a espigar
para Booz!»Mas coged la flor del instante,
cuando en Oriente
nace el alba para el fragante
adolescente.¡Oh! Niño que con Eros juegas,
niños lozanos,
danzad como las ninfas griegas
y los silvanos.El viejo tiempo todo roe
y va de prisa;
sabed vencerle, Cintia, Cloe
y Cidalisa.Trocad por rosas azahares,
que suena el son
de aquel Cantar de los Cantares
de Salomón.Príapo vela en los jardines
que Cipris huella;
Hécate hace aullar a los mastines;
mas Diana es bella;y apenas envuelta en los velos
de la ilusión,
baja a los bosques de los cielos
por Endimión.¡Adolescencia! Amor te dora
con su virtud;
goza del beso de la aurora,
¡oh juventud!¡Desventurado el que ha cogido
tarde la flor!
Y ¡ay de aquel que nunca ha sabido
lo que es amor!Yo he visto en tierra tropical
la sangre arder,
como en un cáliz de cristal,
en la mujerY en todas partes la que ama
y se consume
como una flor hecha de llama
y de perfume.Abrasaos en esa llama
y respirad
ese perfume que embalsama
la Humanidad.Gozad de la carne, ese bien
que hoy nos hechiza,
y después se tornará en
polvo y ceniza.Gozad del sol, de la pagana
luz de sus fuegos;
gozad del sol, porque mañana
estaréis ciegos.Gozad de la dulce armonía
que a Apolo invoca;
gozad del canto, porque un día
no tendréis boca.Gozad de la tierra que un
bien cierto encierra;
gozad, porque no estáis aún
bajo la tierra.Apartad el temor que os hiela
y que os restringe;
la paloma de Venus vuela
sobre la Esfinge.Aún vencen muerte, tiempo y hado
las amorosas;
en las tumbas se han encontrado
mirtos y rosas.Aún Anadiódema en sus lidias
nos da su ayuda;
aún resurge en la obra de Fidias
Friné desnuda.Vive el bíblico Adán robusto,
de sangre humana,
y aún siente nuestra lengua el gusto
de la manzana.Y hace de este globo viviente
fuerza y acción
la universal y omnipotente
fecundación.El corazón del cielo late
por la victoria
de este vivir, que es un combate
y es una gloria.Pues aunque hay pena y nos agravia
el sino adverso,
en nosotros corre la savia
del universo.Nuestro cráneo guarda el vibrar
de tierra y sol,
como el ruido de la mar
el caracol.La sal del mar en nuestras venas
va a borbotones;
tenemos sangre de sirenas
y de tritones.A nosotros encinas, lauros,
frondas espesas;
tenemos carne de centauros
y satiresas.En nosotros la vida vierte
fuerza y calor.
¡Vamos al reino de la Muerte
por el camino del Amor!
Aquí los antiguos recibían al fuego
Aquí el fuego creaba el mundo
Al mediodía las piedras se abren como frutos
El agua abre los párpados
La luz resbala por la piel del día
Gota inmensa donde el tiempo se refleja y se sacia

A la española el día entra pisando fuerte
Un rumor de hojas y pájaros avanza
Un presentimiento de mar o mujeres
El día zumba en mi frente como una idea fija
En la frente del mundo zumba tenaz el día
La luz corre por todas partes
Canta por las terrazas
Hace bailar las casas
Bajo las manos frescas de la yedra ligera
El muro se despierta y levanta sus torres
Y las piedras dejan caer sus vestiduras
Y el agua se desnuda y salta de su lecho
Más desnuda que el agua
Y la luz se desnuda y se mira en el agua
Más desnuda que un astro
Y el pan se abre y el vino se derrama
Y el día se derrama sobre el agua tendida
Ver oír tocar oler gustar pensar
Labios o tierra o viento entre veleros
Sabor del día que se desliza como música
Rumor de luz que lleva de la mano a una muchacha
Y la deja desnuda en el centro del día
Nadie sabe su nombre ni a qué vino
Como un poco de agua se tiende a mi costado
El sol se para un instante por mirarla
La luz se pierde entre sus piernas
La rodean mis miradas como agua
Y ella se baña en ellas más desnuda que el agua
Como la luz no tiene nombre propio
Como la luz cambia de forma con el día
Me libera de forma inaudita su cuerpo
alcanzando en mi todas las fases de la concentración,
el “mundo real” y la cotidianidad.
Tengo teorías que siempre terminan en el mismo cause,
como todos los caminos me llevan a ti
y rompen prisioneros por los limites distanciales.
No soy yo capaz de reforzar teorías
pero sí de intentar exponerlas.

1. Te miro mientras descansas.
Como quién mira a su presa antes de atacar
y la acción se contradice por su sutileza;
entonces es como quien mira a su musa
y se llena internamente de gozo y amor.
Mis ojos caen en tus curvas como yunque,
estallan y se llenan de pasión.
Miro lo que no está, aun con más fervor
que lo “real”, como a un fantasma.

2. La cercanía de tu piel.
Son oasis matutinos de ti al despertar.
Siento tu piel erizar tan cerca,
no se tocan ni coordinan,
sólo roza tu aura con la mía.

3.Mi nombre en tu voz.
Poder dogmático de mi ser,
arropando mi nombre y haciéndolo sincero.
Incita en mi el deseo de “ser”,
rompiendo mis ideas del disimulo existencial.

4. Me encuentro contigo.
Viajes nocturnos a donde estás.
Eclipse lunar recortando distancias,
palabras volátiles que abren paso en el mar.
Hasta que llego entre luces,
y ahí estás sin estarlo.
Me acercan tu sonrisa y tus detalles,
siento que te puedo alcanzar.

5. Aliento crucial.
Tornado de tus palabras que alimenta mi deseo,
transformándose en desnudez
y entrelazándose con las mías.
Desde lejos tu respiración juega y,
cuando tu aliento entra en el trance crucial,
se conecta con el mío.
Puedo oír tu voz sollozar, tus pupilas cerrar,
tus manos magrear hasta el suspiro.
He vencido al ángel del sueño, el funesto alegórico:
su gestión insistía, su denso paso llega
envuelto en caracoles y cigarras,
marino, perfumado de frutos agudos.

Es el viento que agita los meses, el silbido de un tren,
el paso de la temperatura sobre el lecho,
un opaco sonido de sombra
que cae como trapo en lo interminable,
una repetición de distancias, un vino de color confundido,
un paso polvoriento de vacas bramando.

A veces su canasto ***** cae en mi pecho,
sus sacos de dominio hieren mi hombro,
su multitud de sal, su ejército entreabierto
recorren y revuelven las cosas del cielo:
él galopa en la respiración y su paso es de beso:
su salitre seguro planta en los párpados
con vigor esencial y solemne propósito:
entra en lo preparado como un dueño:
su substancia sin ruido equipa de pronto,
su alimento profético propaga tenazmente.

Reconozco a menudo sus guerreros,
sus piezas corroídas por el aire, sus dimensiones,
y su necesidad de espacio es tan violenta
que baja hasta mi corazón a buscarlo:
él es el propietario de las mesetas inaccesibles,
él baila con personajes trágicos y cotidianos:
de noche rompe mi piel su ácido aéreo
y escucho en mi interior temblar su instrumento.

Yo oigo el sueño de viejos compañeros y mujeres amadas,
sueños cuyos latidos me quebrantan:
su material de alfombra piso en silencio,
su luz de amapola muerdo con delirio.

Cadáveres dormidos que a menudo
danzan asidos al peso de mi corazón,
qué ciudades opacas recorremos!
Mi pardo corcel de sombra se agiganta,
y sobre envejecidos tahúres, sobre lenocinios de escaleras
gastadas,
sobre lechos de niñas desnudas, entre jugadores de football,
del viento ceñidos pasamos:
y entonces caen a nuestra boca esos frutos blandos del cielo,
los pájaros, las campanas conventuales, los cometas:
aquel que se nutrió de geografía pura y estremecimiento,
ése tal vez nos vio pasar centelleando.

Camaradas cuyas cabezas reposan sobre barriles,
en un desmantelado buque prófugo, lejos,
amigos míos sin lágrimas, mujeres de rostro cruel:
la medianoche ha llegado, y un gong de muerte
golpea en torno mío como el mar.
Hay en la boca el sabor, la sal del dormido.
Fiel como una condena a cada cuerpo
la palidez del distrito letárgico acude:
una sonrisa fría, sumergida,
unos ojos cubiertos como fatigados boxeadores,
una respiración que sordamente devora fantasmas.

En esa humedad de nacimiento, con esa proporción tenebrosa,
cerrada como una bodega, el aire es criminal:
las paredes tienen un triste color de cocodrilo,
una contextura de araña siniestra:
se pisa en lo blando como sobre un monstruo muerto:
las uvas negras inmensas, repletas,
cuelgan de entre las ruinas como odres:
oh Capitán, en nuestra hora de reparto
abre los mudos cerrojos y espérame:
allí debemos cenar vestidos de luto:
el enfermo de malaria guardará las puertas.

Mi corazón, es tarde y sin orillas,
el día como un pobre mantel puesto a secar
oscila rodeado de seres y extensión:
de cada ser viviente hay algo en la atmósfera:
mirando mucho el aire aparecerían mendigos,
abogados, bandidos, carteros, costureras,
y un poco de cada oficio, un resto humillado
quiere trabajar su parte en nuestro interior.
Yo busco desde antaño, yo examino sin arrogancia,
conquistado, sin duda, por lo vespertino.
¡Qué lástima
que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas de hoy cantan!
¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
a otra raza,
como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña
de la estepa castellana
y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Después... ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta
ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa
en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
(que me contaran
viejas historias domésticas como a Francis Jammes y a Ayala)
y el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla.
¡Qué lástima
que yo no tenga un abuelo que ganara
una batalla,
retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada!
Y, ¡qué lástima 
que yo no tenga siquiera una espada!
Porque..., ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!Sin embargo...
                            en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca...
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente al través de la ventana.

Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana
siempre y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia
tiene su cara
en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y le digo que es una niña muy guapa...
Ella entonces me llama
¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa
por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana,
ni se para
en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala,
muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.
Y en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja
muy blanca...
En una caja
muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana...
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja
tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa...
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!
“Ai não sei se é sonho se realidade,”
Se uma brisa, que percorre meu ser,
Entra na minha vida, trás tua amizade,
Cultiva minha mente, preciso amadurecer!

“Ai não sei se é sonho se realidade”,
O que tuas palavras, fazem ao entardecer,
Transformam minha agonia e tiram sua ansiedade,
Durmo como criança até amanhecer!

“Ai não sei se é sonho se realidade”,
Mas na verdade, vivo ao te ouvir,
Feliz, sorrio ao te ver vir,
Teu sorriso é uma eterna beldade!

“Ai não sei se é sonho se realidade”,
Se um brinde, com uma enorme surpresa,
Uma dádiva da realeza, autenticidade!
Teu sorriso fascina, minha linda princesa.

Como eu queria olhar-te nos olhos,
Pegar-te nas mãos, encostar-te a mim,
Fechar os olhos e beijar-te!
“Ai não sei se é sonho se realidade”

Autor: António Benigno com uma frase de Fernando Pessoa.
A quoi passer la nuit quand on soupe en carême ?
Ainsi, le verre en main, raisonnaient deux amis.
Quels entretiens choisir, honnêtes et permis,
Mais gais, tels qu'un vieux vin les conseille et les aime ?

Rodolphe

Parlons de nos amours ; la joie et la beauté
Sont mes dieux les plus chers, après la liberté.
Ébauchons, en trinquant, une joyeuse idylle.
Par les bois et les prés, les bergers de Virgile
Fêtaient la poésie à toute heure, en tout lieu ;
Ainsi chante au soleil la cigale-dorée.
D'une voix plus modeste, au hasard inspirée,
Nous, comme le grillon, chantons au coin du feu.

Albert

Faisons ce qui te plaît. Parfois, en cette vie,
Une chanson nous berce et nous aide à souffrir,
Et, si nous offensons l'antique poésie,
Son ombre même est douce à qui la sait chérir.

Rodolphe

Rosalie est le nom de la brune fillette
Dont l'inconstant hasard m'a fait maître et seigneur.
Son nom fait mon délice, et, quand je le répète,
Je le sens, chaque fois, mieux gravé dans mon coeur.

Albert

Je ne puis sur ce ton parler de mon amie.
Bien que son nom aussi soit doux à prononcer,
Je ne saurais sans honte à tel point l'offenser,
Et dire, en un seul mot, le secret de ma vie.

Rodolphe

Que la fortune abonde en caprices charmants
Dès nos premiers regards nous devînmes amants.
C'était un mardi gras dans une mascarade ;
Nous soupions ; - la Folie agita ses grelots,
Et notre amour naissant sortit d'une rasade,
Comme autrefois Vénus de l'écume des flots.

Albert

Quels mystères profonds dans l'humaine misère !
Quand, sous les marronniers, à côté de sa mère,
Je la vis, à pas lents, entrer si doucement
(Son front était si pur, son regard si tranquille ! ),
Le ciel m'en est témoin, dès le premier moment,
Je compris que l'aimer était peine inutile ;
Et cependant mon coeur prit un amer plaisir
À sentir qu'il aimait et qu'il allait souffrir !

Rodolphe

Depuis qu'à mon chevet rit cette tête folle,
Elle en chasse à la fois le sommeil et l'ennui ;
Au bruit de nos baisers le temps joyeux s'envole,
Et notre lit de fleurs n'a pas encore un pli.

Albert

Depuis que dans ses yeux ma peine a pris naissance,
Nul ne sait le tourment dont je suis déchiré.
Elle-même l'ignore, - et ma seule espérance
Est qu'elle le devine un jour, quand j'en mourrai.

Rodolphe

Quand mon enchanteresse entr'ouvre sa paupière,
Sombre comme la nuit, pur comme la lumière,
Sur l'émail de ses yeux brille un noir diamant.

Albert

Comme sur une fleur une goutte de pluie,
Comme une pâle étoile au fond du firmament,
Ainsi brille en tremblant le regard de ma vie.

Rodolphe

Son front n'est pas plus grand que celui de Vénus.
Par un noeud de ruban deux bandeaux retenus
L'entourent mollement d'une fraîche auréole ;
Et, lorsqu'au pied du lit tombent ses longs cheveux,
On croirait voir, le soir, sur ses flancs amoureux,
Se dérouler gaiement la mantille espagnole.

Albert

Ce bonheur à mes yeux n'a pas été donné
De voir jamais ainsi la tête bien-aimée.
Le chaste sanctuaire où siège sa pensée
D'un diadème d'or est toujours couronné.

Rodolphe

Voyez-la, le matin, qui gazouille et sautille ;
Son coeur est un oiseau, - sa bouche est une fleur.
C'est là qu'il faut saisir cette indolente fille,
Et, sur la pourpre vive où le rire pétille,
De son souffle enivrant respirer la fraîcheur.

Albert

Une fois seulement, j'étais le soir près d'elle ;
Le sommeil lui venait et la rendait plus belle ;
Elle pencha vers moi son front plein de langueur,
Et, comme on voit s'ouvrir une rose endormie,
Dans un faible soupir, des lèvres de ma mie,
Je sentis s'exhaler le parfum de son coeur.

Rodolphe

Je voudrais voir qu'un jour ma belle dégourdie,
Au cabaret voisin de champagne étourdie,
S'en vînt, en jupon court, se glisser dans tes bras.
Qu'adviendrait-il alors de ta mélancolie ?
Car enfin toute chose est possible ici-bas.

Albert

Si le profond regard de ma chère maîtresse
Un instant par hasard s'arrêtait sur le tien,
Qu'adviendrait-il alors de cette folle ivresse ?
Aimer est quelque chose, et le reste n'est rien.

Rodolphe

Non, l'amour qui se tait n'est qu'une rêverie.
Le silence est la mort, et l'amour est la vie ;
Et c'est un vieux mensonge à plaisir inventé,
Que de croire au bonheur hors, de la volupté !
Je ne puis partager ni plaindre ta souffrance
Le hasard est là-haut pour les audacieux ;
Et celui dont la crainte a tué l'espérance
Mérite son malheur et fait injure aux dieux.

Albert

Non, quand leur âme immense entra dans la nature,
Les dieux n'ont pas tout dit à la matière impure
Qui reçut dans ses flancs leur forme et leur beauté.
C'est une vision que la réalité.
Non, des flacons brisés, quelques vaines paroles
Qu'on prononce au hasard et qu'on croit échanger,
Entre deux froids baisers quelques rires frivoles,
Et d'un être inconnu le contact passager,
Non, ce n'est pas l'amour, ce n'est pas même un rêve,
Et la satiété, qui succède au désir,
Amène un tel dégoût quand le coeur se soulève,
Que je ne sais, au fond, si c'est peine ou plaisir.

Rodolphe

Est-ce peine ou plaisir, une alcôve bien close,
Et le punch allumé, quand il fait mauvais temps ?
Est-ce peine ou plaisir, l'incarnat de la rose,
La blancheur de l'albâtre et l'odeur du printemps ?
Quand la réalité ne serait qu'une image,
Et le contour léger des choses d'ici-bas,
Me préserve le ciel d'en savoir davantage !
Le masque est si charmant, que j'ai peur du visage,
Et même en carnaval je n'y toucherais pas.

Albert

Une larme en dit plus que tu n'en pourrais dire.

Rodolphe

Une larme a son prix, c'est la soeur d'un sourire.
Avec deux yeux bavards parfois j'aime à jaser ;
Mais le seul vrai langage au monde est un baiser.

Albert

Ainsi donc, à ton gré dépense ta paresse.
O mon pauvre secret ! que nos chagrins sont doux !

Rodolphe

Ainsi donc, à ton gré promène ta tristesse.
O mes pauvres soupers ! comme on médit de vous !

Albert

Prends garde seulement que ta belle étourdie
Dans quelque honnête ennui ne perde sa gaieté.

Rodolphe

Prends garde seulement que ta rose endormie
Ne trouve un papillon quelque beau soir d'été.

Albert

Des premiers feux du jour j'aperçois la lumière.

Rodolphe

Laissons notre dispute et vidons notre verre.
Nous aimons, c'est assez, chacun à sa façon.
J'en ai connu plus d'une, et j'en sais la chanson.
Le droit est au plus fort, en amour comme en guerre,
Et la femme qu'on aime aura toujours raison.
Igual, la flor retorna
a limitarnos el instante azul,
a dar una hermandad gustosa a nuestro cuerpo,
a decirnos, oliendo inmensamente,
que lo breve nos basta.

Lo breve al sol de oro, al aire de oro,
a la tierra de oro, al áureo mar;
lo breve contra el cielo de los dioses,
lo breve enmedio del oscuro no,
lo breve en suficiente dinamismo,
conforme entre armonía y entre luz.

Y se mece la flor, con el olor
más rico de la carne,
olor que se entra por el ser y llega al fin
de su sinfín, y allí se pierde,
haciéndonos jardín.

La flor se mece viva fuera, dentro,
con peso exacto a su placer.
Y el pájaro la ama y la estasía,
y la ama, redonda, la mujer,
y la ama y la besa enmedio el hombre.

¡Florecer y vivir, instante
de central chispa detenida,
abierta en una forma tentadora;
instante sin pasado,
en que los cuatro puntos cardinales
son de igual atracción dulce y profunda:
instante del amor abierto
como la flor!
Amor y flor en perfección de forma,
en mutuo sí frenético de olvido,
en compensación loca,
olor, sabor y olor,
color, olor y tacto, olor, amor, olor.

El viento rojo la convence
y se la lleva, rapto delicioso,
con un vivo caer que es un morir
de dulzor, de ternura, de frescor;
caer de flor en su total belleza,
volar, pasar, morir de flor y amor
en el día mayor de la hermosura,
sin dar pena en su irse ardiente al mundo,
ablandando la tierra sol y sombra,
perdiéndose en los ojos azules de la luz!
Como en la vaguedad de un espejismo:
-¿qué sabes? -mi conciencia me interroga,
fluïda en llanto entre mi propio abismo.

Y miro el mar ardiente, el monte flavo
que suaviza el azul, la estrella límpida
rielando en el rocío del capullo;
y en sus cunas los cándidos infantes,
cazados con las redes del arrullo
por el sueño de manos hechizantes.

Y vuelto a mí, gimiendo el corazón:
-¿qué sabes? -vanamente me interrogo,
mudo, bajo la múltiple emoción.

Sólo un saber escondo claro y justo;
llévole como antorcha y como daga
en medio del cerrado laberinto;
en su vasta amplitud mi fe naufraga
y hallo en su anchura incómodo recinto.

Se oyen sordos, roncos lamentos,
y alzan sus puños en el vacío
los pensamientos.

¡Oh menguado saber, pobre riqueza
de formas en imágenes trocadas,
ley ondeante, ciencia que alucina,
que cada noche en el silencio empieza
y cada día con el sol culmina!

¡Oh menguado saber de la iracunda
vida que ante mis ojos se renueva,
germinal y cruël, ciega y profunda;
madre de los mil partos y el misterio
que al barro humilla y a Psiquis subleva!

Como ventana que el azul del cielo
circunscribe, se entreabren los sentidos.
¡Pobre, ruïn saber! Y, sin embargo,
la leve mariposa del anhelo
entra por la ventana sin ruïdos.

Cuaja en el corazón de la manzana
la dulzura estival; la mariposa
vuela del fondo de la carne humana.
¡Que al claro cielo
suba el anhelo!

Por ese vuelo, la heredad natía
canté, con ritmo del ideal retorno,
en la ingenua parábola temprana.
En el turquí del éter desleía
un nácar tenue mi primer mañana.

Por ese anhelo entre los acres pinos
y las rosas en llamas del ocaso,
al hablar dejo la palabra trunca:
el tiempo es breve y el vigor escaso,
y la Amada ideal no vino nunca.

Por ese anhelo, en rimas balbucientes
canto el rojo camino que a la tarde
se pinta en la montaña evocadora,
o a la vívida luz del sol temprano,
como una obsesión conturbadora
de sangre y sangre en el azul lejano.

Y por él amo, en fin, y por él sueño
con una honda transfusión divina
de la luz en mi carne de tortura,
¡puesto que está la estrella vespertina
sobre el horror de esta prisión oscura!

Columpia el mar su cauda nacarina,
y en ustorios relámpagos de espejos
esplende en bruma de ópaco la carne de la ondina.
Y fluye Acuarimántima a lo lejos...

— The End —