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Atypnoc Jan 2015
Johanna, Joanna,
Ella paga mañana
Volver para un frente
Teniendo la mente
Sin ropa, sin aire
Asfixia sin despair

(Johanna, Joanna
She'll pay tomorrow
Come back for a front
Having the mind
Without clothes, without air
Choking without despair)
Tulio Farias Apr 2015
Siguen los años
Creo haberte superado
Sin embargo
Aún me haces daño

No lo puedo soportar
Y ni siquiera estas aquí para mirar
Yo soy el que se ofrece a escribirte
Masoquismo, me ganas sin piedad

Eres como la respiración
Cuando vienes te quedas
Una corta asfixia
Después te vas

Y mi pecho se encoge
Por la miseria de ese momento
He desperdiciado mucho tiempo
Llego siempre al mismo punto

Por más grande que sea el mundo
Siento que algún día te veré
Y mis recuerdos volverán de golpe
Me congelaré

Y me culparé mil veces
Por no haberme comportado de la peor manera
Ya que fui demasiado bueno
Tanto que di miedo y pena

Odio llegar a lo mismo
Lo repito sin parar
Se vuelve tediosa
Esta tristeza sin lugar

Debes irte
Debo dejar que te vayas
Aunque me duela, lo se
Pero entre nosotros no se ganó nada

La vida me dice que ya pasó
Que no puedo aferrarme a la misma imagen
Todos cometemos errores
Todos nos salimos del margen

Vamos a mostrarle la cara a la mañana
Para vivir un día normal
Hasta que llegue el atardecer
Y pueda volver a empezar.
Desde el amanecer, se cambia la ropa sucia de los altares y de los santos, que huele a rancia bendición, mientras los plumeros inciensan una nube de polvo tan espesa, que las arañas apenas hallan tiempo de levantar sus redes de equilibrista, para ir a ajustarías en los barrotes de la cama del sacristán.

Con todas las características del criminal nato lombrosiano, los apóstoles se evaden de sus nichos, ante las vírgenes atónitas, que rompen a llorar... porque no viene el peluquero a ondularles las crenchas.

Enjutos, enflaquecidos de insomnio y de impaciencia, los nazarenos pruébanse el capirote cada cinco minutos, o llegan, acompañados de un amigo, a presentarle la virgen, como si fuera su querida.

Ya no queda por alquilar ni una cornisa desde la que se vea pasar la procesión.

Minuto tras minuto va cayendo sobre la ciudad una manga de ingleses con una psicología y una elegancia de langosta.

A vista de ojo, los hoteleros engordan ante la perspectiva de doblar la tarifa.

Llega un cuerpo del ejército de Marruecos, expresamente para sacar los candelabros y la custodia del tesoro.

Frente a todos los espejos de la ciudad, las mujeres ensayan su mirada "Smith Wesson"; pues, como las vírgenes, sólo salen de casa esta semana, y si no cazan nada, seguirán siéndolo...
¡Campanas!
¡Repiqueteo de campanas!
¡Campanas con café con leche!
¡Campanas que nos imponen una cadencia al
abrocharnos los botines!
¡Campanas que acompasan el paso de la gente que pasa en las aceras!
¡Campanas!
¡Repiqueteo de campanas!

En la catedral, el rito se complica tanto, que los sacerdotes necesitan apuntador.

Trece siglos de ensayos permiten armonizar las florecencias de las rejas con el contrapaso de los monaguillos y la caligrafía del misal.

Una luz de "Museo Grevin" dramatiza la mirada vidriosa de los cristos, ahonda la voz de los prelados que cantan, se interrogan y se contestan, como esos sapos con vientre de prelado, una boca predestinada a engullir hostias y las manos enfermas de reumatismo, por pasarse las noches -de cuclillas en el pantano- cantando a las estrellas.

Si al repartir las palmas no interviniera una fuerza sobrenatural, los feligreses aplaudirían los rasos con que la procesión sale a la calle, donde el obispo -con sus ochenta kilos de bordados- bate el "record" de dar media vuelta a la manzana y entra nuevamente en escena, para que continúe la función...
¡Agua!
¡Agüita fresca!
¿Quién quiere agua?

En un flujo y reflujo de espaldas y de brazos, los acorazados de los cacahueteros fondean entre la multitud, que espera la salida de los "pasos" haciendo "pan francés".

Espantada por los flagelos de papel, la codicia de los pilletes revolotea y zumba en torno a las canastas de pasteles, mientras los nazarenos sacian la sed, que sentirán, en tabernas que expenden borracheras garantizadas por toda la semana.

Sin asomar las narices a la calle, los santos realizan el milagro de que los balcones no se caigan.

¡Agua!
¡Agüita fresca!
¿Quién quiere agua?
pregonan los aguateros al servirnos una reverencia de minué.

De repente, las puertas de la iglesia se abren como las de una esclusa, y, entre una doble fila de nazarenos que canaliza la multitud, una virgen avanza hasta las candilejas de su paso, constelada de joyas, como una cupletista.

Los espectadores, contorsionados por la emoción,
arráncanse la chaquetilla y el sombrero, se acalambran en
posturas de capeador, braman piropos que los nazarenos intentan callar
como el apagador que les oculta la cabeza.

Cuando el Señor aparece en la puerta, las nubes se envuelven con un crespón, bajan hasta la altura de los techos y, al verlo cogido como un torero, todas, unánimemente, comienzan a llorar.

¡Agua!
¡Agüita fresca!
¿Quién quiere agua?Las tribunas y las sillas colocadas enfrente del Ayuntamiento progresivamente se van ennegreciendo, como un pegamoscas de cocina.

Antes que la caballería comience a desfilar, los guardias civiles despejan la calzada, por temor a que los cachetes de algún trompa estallen como una bomba de anarquista.

Los caballos -la boca enjabonada cual si se fueran a afeitar- tienen las ancas tan lustrosas, que las mujeres aprovechan para arreglarse la mantilla y averiguar, sin darse vuelta, quién unta una mirada en sus caderas.

Con la solemnidad de un ejército de pingüinos, los nazarenos escoltan a los santos, que, en temblores de debutante, representan "misterios" sobre el tablado de las andas, bajo cuyos telones se divisan los pies de los "gallegos", tal como si cambiaran una decoración.

Pasa:
El Sagrado Prendimiento de Nuestro Señor, y Nuestra Señora del Dulce Nombre.
El Santísimo Cristo de las Siete Palabras, y María Santísima de los Remedios.
El Santísimo Cristo de las Aguas, y Nuestra Señora del Mayor Dolor.
La Santísima Cena Sacramental, y Nuestra Señora del Subterráneo.
El Santísimo Cristo del Buen Fin, y Nuestra Señora de la Palma.
Nuestro Padre Jesús atado a la Columna, y Nuestra Señora de las Lágrimas.
El Sagrado Descendimiento de Nuestro Señor, y La Quinta Angustia de María Santísima.

Y entre paso y paso:
¡Manzanilla! ¡Almendras garrapiñadas! ¡Jerez!

Estrangulados por la asfixia, los "gallegos" caen de rodillas cada cincuenta metros, y se resisten a continuar regando los adoquines de sudor, si antes no se les llena el tanque de aguardiente.

Cuando los nazarenos se detienen a mirarnos con sus ojos vacíos, irremisiblemente, algún balcón gargariza una "saeta" sobre la multitud, encrespada en un ¡ole!, que estalla y se apaga sobre las cabezas, como si reventara en una playa.

Los penitentes cargados de una cruz desinflan el pecho de las mamas en un suspiro de neumático, apenas menos potente al que exhala la multitud al escaparse ese globito que siempre se le escapa a la multitud.

Todas las cofradías llevan un estandarte, donde se lee:

                      S. P. Q. R.Es el día en que reciben todas las vírgenes de la ciudad.

Con la mantilla negra y los ojos que matan, las hembras repiquetean sus tacones sobre las lápidas de las aceras, se consternan al comprobar que no se derrumba ni una casa, que no resucita ningún Lázaro, y, cual si salieran de un toril, irrumpen en los atrios, donde los hombres les banderillean un par de miraduras, a riesgo de dejarse coger el corazón.

De pie en medio de la nave -dorada como un salón-, las vírgenes expiden su duelo en un sólido llanto de rubí, que embriaga la elocuencia de prospecto medicinal con que los hermanos ponderan sus encantos, cuando no optan por alzarles las faldas y persuadir a los espectadores de que no hay en el globo unas pantorrillas semejantes.

Después de la vigésima estación, si un fémur no nos ha perforado un intestino, contemplamos veintiocho "pasos" más, y acribillados de "saetas", como un San Sebastián, los pies desmenuzados como albóndigas, apenas tenemos fuerza para llegar hasta la puerta del hotel y desplomarnos entre los brazos de la levita del portero.

El "menú" nos hace volver en sí. Leemos, nos refregamos los ojos y volvemos a leer:

"Sopa de Nazarenos."
"Lenguado a la Pío X."

-¡Camarero! Un bife con papas.
-¿Con Papas, señor?...
-¡No, hombre!, con huevos fritos.Mientras se espera la salida del Cristo del Gran Poder, se reflexiona: en la superioridad del marabú, en la influencia de Goya sobre las sombras de los balcones, en la finura chinesca con que los árboles se esfuman en el azul nocturno.

Dos campanadas apagan luego los focos de la plaza; así, las espaldas se amalgaman hasta formar un solo cuerpo que sostiene de catorce a diez y nueve mil cabezas.

Con un ritmo siniestro de Edgar Poe -¡cirios rojos ensangrientan sus manos!-, los nazarenos perforan un silencio donde tan sólo se percibe el tic-tac de las pestañas, silencio desgarrado por "saetas" que escalofrían la noche y se vierten sobre la multitud como un líquido helado.

Seguido de cuatrocientas prostitutas arrepentidas del pecado menos original, el Cristo del Gran Poder camina sobre un oleaje de cabezas, que lo alza hasta el nivel de los balcones, en cuyos barrotes las mujeres aferran las ganas de tirarse a lamerle los pies.

En el resto de la ciudad el resplandor de los "pasos" ilumina las caras con una técnica de Rembrandt. Las sombras adquieren más importancia que los cuerpos, llevan una vida más aventurera y más trágica. La cofradía del "Silencio", sobre todo, proyecta en las paredes blancas un "film" dislocado y absurdo, donde las sombras trepan a los tejados, violan los cuartos de las hembras, se sepultan en los patios dormidos.

Entre "saetas" conservadas en aguardiente pasa la "Macarena", con su escolta romana, en cuyas corazas de latón se trasuntan los espectadores, alineados a lo largo de las aceras.

¡Es la hora de los churros y del anís!

Una luz sin fuerza para llegar al suelo ribetea con tiza las molduras y las aristas de las casas, que tienen facha de haber dormido mal, y obliga a salir de entre sus sábanas a las nubes desnudas, que se envuelven en gasas amarillentas y verdosas y se ciñen, por último, una túnica blanca.

Cuando suenan las seis, las cigüeñas ensayan un vuelo matinal, y tornan al campanario de la iglesia, a reanudar sus mansas divagaciones de burócrata jubilado.

Caras y actitudes de chimpancé, los presidiarios esperan, trepados en las rejas, que las vírgenes pasen por la cárcel antes de irse a dormir, para sollozar una "saeta" de arrepentimiento y de perdón, mientras en bordejeos de fragata las cofradías que no han fondeado aún en las iglesias, encallan en todas las tabernas, abandonan sus vírgenes por la manzanilla y el jerez.

Ya en la cama, los nazarenos que nos transitan las circunvoluciones redoblan sus tambores en nuestra sien, y los churros, anidados en nuestro estómago, se enroscan y se anudan como serpientes.

Alguien nos destornilla luego la cabeza, nos desabrocha las costillas, intenta escamotearnos un riñón, al mismo tiempo que un insensato repique de campanas nos va sumergiendo en un sopor.

Después... ¿Han pasado semanas? ¿Han pasado minutos?... Una campanilla se desploma, como una sonda, en nuestro oído, nos iza a la superficie del colchón.
¡Apenas tenemos tiempo de alcanzar el entierro!...

¿Cuatrocientos setenta y ocho mil setecientos noventa y nueve "pasos" más?

¡Cristos ensangrentados como caballos de picador! ¡Cirios que nunca terminan de llorar! ¡Concejales que han alquilado un frac que enternece a las Magdalenas! ¡Cristos estirados en una lona de bombero que acaban de arrojarse de un balcón! ¡La Verónica y el Gobernador... con su escolta de arcángeles!

¡Y las centurias romanas... de Marruecos, y las Sibilas, y los Santos Varones! ¡Todos los instrumentos de la Pasión!... ¡Y el instrumento máximo, ¡la Muerte!, entronizada sobre el mundo..., que es un punto final!

¿Morir? ¡Señor! ¡Señor!
¡Libradnos, Señor!
¿Dormir? ¡Dormir! ¡Concedédnoslo,
Señor!
Qué estará haciendo esta hora
mi andina y dulce Rita de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.
Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.
Qué será de su falda de franela; de sus
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.
Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: «Qué frío hay... Jesús!»
y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
Almendra Isabel Jun 2014
,
Corro lejos de ti, me ahogo entre las comas intencionales.
Entre los párrafos llenos de excusas sin razón pero buscando con desesperación.
La perdición.
Lección con sanción.
Error tras error.
        Y sobra la noción.

Dentro de la nada        y rodeada de nada.
       Nada. Pero asfixia.

Corro lejos de ti, hacia el miedo.
Hasta luego (en el mejor de los casos, en el peor de mis casos)

Toma tus memorias, nuestras memorias, y guárdalas en una caja.
Que nadie la abra. Que nunca la olvides pero que no la recuerdes.
Y si puedes: toma mis ojos, póntelos, y       veme.
Entiéndeme,
pero no me perdones.
Rui Serra May 2014
Esta sombra que me devora
Que me asfixia
E não
Não me deixa
Ser mais eu
Este negrume da noite
Que me consome
E não
Não me deixa
Partir
Este estado de ansiedade
Que me corrói
E não
Não me permite
Voar
Este ser que sou
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse...
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene...
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos, arrugados
periódicos, y noches descorchadas
y amaneceres, corbata, nudo corredizo:
-saluda al sol, araña, no seas rencorosa...-
Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío
Sí. Don Juan está triste, porque empieza a ser viejo.
Sus sienes ya blanquean y se arruga su frente…
Deliberadamente rompió su último espejo,
pero aún frunce con gracia el entrecejo,
y sabe, como nadie, decir lo que no siente.

Más aún que su espada de acero toledano,
tiene un filo temible su mirada insolente;
y una clara amatista resplandece en su mano,
con un episcopal fulgor mundano,
pero, como su dueño, ya se sabe que miente.

Sí. Don Juan está solo definitivamente:
Ningún beso lo espera; ningún labio lo nombra…
Pero sobre la alfombra su sombra está presente;
y entonces, con un gesto displicente,
Don Juan cruza los brazos… y le miente a su sombra:

«Realmente, yo fui un poco
aventurero: Me atraía el mar;
no fui insensible al juego, ni al buen vino tampoco,
y el amor fue un camino por el que supe andar.
Y, siendo un poco audaz y un poco loco,
un día, alegremente, me abandoné al azar.

»Y fui marino. Supe de las rachas sonoras
que en los tensos cordajes enredan una ronca sonata;
y en los ponientes de escarlata,
y en la azul placidez de las auroras,
vi palpitar los amplios velámenes de plata,
y me enjoyó de espuma la tajante inquietud de las proas.

»Y en las noches serenas, cuando el viento es un cálido encaje
que difunde fragancias de luceros,
comprendí por qué dicen que la muerte es un viaje,
y por qué se prolongan los adioses postreros
en los sordos hervores del oleaje
y en las canciones de los marineros.

»Pero en el mar airado o apacible,
y en la canción como en la imprecación,
con las manos crispadas en la jarcia flexible
o en la circunferencia del timón,
mi corazón, mi absurdo corazón,
permaneció impasible.

»Y fui guerrero. Y supe reír en la batalla,
con ímpetu invencible y entrecortado aliento,
cuando de súbito restalla
su látigo violento
la metralla,
sembrando de amapolas el elástico surco del viento.

»Y supe de la red que sabe a tierra,
del sol que raja el cráneo, de la lluvia tenaz,
de la fiebre en la jungla, de la asfixia en la sierra,
de la emboscada y del ataque audaz.
Y entonces comprendí por qué la guerra
tiene amargas raíces que alimentan la paz.

»Pero en el empujón irresistible
del asalto, al flamear el pabellón,
o al morder las palabras de una orden terrible
entre el hálito acre del cañón,
mi corazón, mi inútil corazón,
permaneció impasible.

»Y fui poeta. Hambriento de hermosura,
filtré vagos acordes en la alquimia sutil del poema;
cincelé cada estrofa como una miniatura,
y pulí cada verso cual si fuese una gema,
una gema inmortal de la diadema
de la belleza pura.

»En mis recreaciones de orífice sonoro,
dibujé en los misales, como un monje demente,
mayúsculas esbeltas con pájaros de oro;
y, al esculpir la Venus de una fuente,
con el sabio retoque de mi buril paciente
alisé cada grieta y cada poro
hasta dejar el mármol transparente.

»Pero al lograr un ritmo imperceptible,
o al apresar el tema de una alegre canción;
o cuando en una frase fue visible
un perfil impreciso de mi imaginación,
mi corazón, mi estéril corazón,
permaneció impasible.

»Después… ya no recuerdo. Fui pintor
y fui juglar, y músico, y fraile, y mercader;
espadachín, tahúr y trovador…
Y todo por amor a la mujer,
sin que nunca encontrara la mujer de mi amor.
Y después, todavía, como algo muy lejano,
recuerdo un brusco cambio de mi suerte:
Ya próximo al patíbulo villano,
la clemencia de un príncipe me salvó de la muerte,
y mis impertinencias me hicieron cortesano.

»Las mujeres pasaron, y, una a una,
dejaron solitarios mis festines,
pues fui dueño de todas y esclavo de ninguna;
y besé a una princesa bajo un claro de luna
que esparcía su polvo de plata en los jardines.

»Yo amé la boca sabia que extenúa el exceso
y fui de beso en beso tras la boca inexperta.
Pero no amé jamás. Amar no es eso.
El beso es una llave para abrir una puerta,
y yo cerré las puertas con la llave del beso;
y ahora no me ha quedado ninguna puerta abierta.

»Pero, tal vez aquella… La tapada
que vi en… ya no recuerdo. La dama iba deprisa,
y un rufián la insultó. Saqué mi espada…
Ella quedó indecisa…
Yo atravesé el rufián de una estocada,
y ella me sonrió, sin decir nada,
y huyó… Sólo vi de ella su sonrisa;
y después su sonrisa huyó en la brisa,
pero dejó la brisa perfumada!

»Aunque, de haber besado y poseído
la boca aquella que me sonreía,
hoy fuera en mis recuerdos una calle vacía,
o un contorno de niebla que flotara en mi olvido.

»Y ahora, ya se me va la juventud,
mi juventud, que fue por tierra y mar,
ebria de ensueño y loca de inquietud;
y ahora sólo recuerdo lo que quiero olvidar,
y, esclavo de mi propia esclavitud,
me siento solo y necesito amar.

»Amar por vez primera, para olvidar mi hastío;
soñar mi último sueño, y volver a empezar…
Pero en vano se exalta mi deseo tardío:
El leño que arde pronto, pronto se queda frío,
y yo ardí en cuerpo y alma, al vivir y al soñar.

»Y, sin embargo, a veces, el corazón insiste
en su antigua locura del beso y la mujer,
pero después del beso la boca queda triste,
triste como un camino en el atardecer.

»Sólo ansío la gloria de los días serenos.
Si pasan las mujeres, yo las miro pasar
como miran los niños los juguetes ajenos,
pero los niños sonríen con ganas de llorar.

»Sí. Yo vencí la vida, sin pensar de qué modo.
Me alcé soberbiamente, con gesto vencedor…
Y hoy me vence la vida, pues, teniéndolo todo,
sé que todo me falta si me falta el amor!»

Don Juan calla, y contempla, sobre la roja alfombra,
su sombra, que, sin duda, también cree que él miente.
-Ningún beso lo espera; ningun labio lo nombra... 1
Y, repentinamente, da la espalda a su sombra,
y una lágrima empaña su mirada insolente.
Este clima de asfixia que impregna los pulmones
de una anhelante angustia de pez recién pescado.
Este hedor adhesivo y errabundo,
que intoxica la vida
y nos hunde en viscosas pesadillas de lodo.
Este miasma corrupto,
que insufla en nuestros poros
apetencias de pulpo,
deseos de vinchuca,
no surge,
ni ha surgido
de estos conglomerados de sucia hemoglobina,
cal viva,
soda cáustica,
hidrógeno,
pis úrico,
que infectan los colchones,
los techos,
las veredas,
con sus almas cariadas,
con sus gestos leprosos.

Este olor homicida,
rastrero,
ineludible,
brota de otras raíces,
arranca de otras fuentes.

A través de años muertos,
de atardeceres rancios,
de sepulcros gaseosos,
de cauces subterráneos,
se ha ido aglutinando con los jugos pestíferos,
los detritus hediondos,
las corrosivas vísceras,
las esquirlas podridas que dejaron el crimen,
la idiotez purulenta,
la iniquidad sin ****,
el gangrenoso engaño;
hasta surgir al aire,
expandirse en el viento
y tornarse corpóreo;
para abrir las ventanas,
penetrar en los cuartos,
tomarnos del cogote,
empujarnos al asco,
mientras grita su inquina,
su aversión,
su desprecio,
por todo lo que allana la acritud de las horas,
por todo lo que alivia la angustia de los días.
¿Cuánto me queda?
¿siete? ¿diez? ¿quince setiembres?

¿le pregunto al azar
acaso porque sé
que el azar no responde?

y así y todo
el azar
¿es realmente un azar?

aún no he movido el rey
y la torre está quieta
o sea que hasta aquí
puedo enrocar mis riesgos

no instruí a mi reloj
para mañana
no hay por lo tanto garantía
de despertar a tiempo
por otra parte
sé proteger el sueño
con mis gastados párpados
de manera que puedo
arrimarme soñando
a esa espléndida nada
nada prometedora

la misma nada en que se despeñaron
mis hermanos de siempre
también los bienvenidos
que un día se malfueron
entre otros mi padre con su asfixia
y su postrer mirada
de candoroso pánico

¿qué diferencia podrá haber
ahí en tan hueco enigma
entre las vidas transparentes
y las compactas de asco
entre los tiernos pechos
de la hermosa lujuria
y los verdugos con medallas?
¿habrá acaso una sola y final
desolación?
¿cabrá algún jubileo?

en el gran agujero universal
¿se habrá acabado la noticia?
¿terminado el pronóstico?
¿borrado la memoria?
¿degollado el futuro?
la sobornable amnesia
del imposible dios
¿será infinita?

¿tal vez la única igualdad posible
entre yo mismo y la inminente
caravana de prójimos
será el no ser
el no existir?

¿nadie será ni más ni menos
inexistente que otros?
¿o por ventura o desventura
habrá tal vez un colmo
de oscura inexistencia?
¿una nada más nada
que las otras?

ante tan humillante incertidumbre
¿no sería mejor
confiar tan sólo en nuestras huellas
nuestro jadeo nuestro limo
en el amor que desentrañan
dos vértices de musgo
en los odios y mitos que inventamos
en las palabras como norias
en las palabras como sueños?

antes que el indecente
rasero igualitario
del no pensar
el no existir
no amar
no disfrutar
no padecer
¿no será preferible
la sideral distancia
que separa
lo justo de lo injusto?

francamente me asquea
la rara vecindad de mi no ser
con el canalla ahora inexistente
mi próximo no prójimo
en el amplio vacío

¿cuánto me queda?
¿siete? ¿diez? ¿quince setiembres?

¿y qué es después de todo
eso que espera?

¿la noche interminable?
¿un sol sin atenuantes ni crepúsculos?
¿la calima tediosa?
¿la noche? ¿alguna noche?
¿la noche como muro?

lo cierto es que no tengo
con respecto a esa noche sin murciélagos
ninguna expectativa o esperanza

¿o será que la muerte
no es realmente mi noche predilecta?

le pregunto al azar
al mudo
sordo
ciego

le pregunto al azar
le pregunto al azar
desalentadamente
le pregunto al azar
que no responde

¿estará mudo sordo ciego?

¿o
para nuestro escarnio
habrá muerto
el azar?
Hoy, como nunca, me enamoras y me entristeces;
si queda en mí una lágrima, yo la excito a que lave
nuestras dos lobregueces.
Hoy, como nunca, urge que tu paz me presida;
pero ya tu garganta sólo es una sufrida
blancura, que se asfixia bajo toses y toses,
y toda tú una epístola de rasgos moribundos
colmada de dramáticos adioses.
Hoy, como nunca, es venerable tu esencia
y quebradizo el vaso de tu cuerpo,
y sólo puedes darme la exquisita dolencia
de un reloj de agonías, cuyo tic-tac nos marca
el minuto de hielo en que los pies que amamos
han de pisar el hielo de la fúnebre barca.
Yo estoy en la ribera y te miro embarcarte:
huyes por el río sordo, y en mi alma destilas
el clima de esas tardes de ventisca y de polvo
en las que doblan solas las esquilas.
Mi espíritu es un paño de ánimas, un paño
de ánimas de iglesia siempre menesterosa;
es un paño de ánimas goteando de cera,
hollado y roto por la grey astrosa.
No soy más que una nave de parroquia en penuria,
nave en que se celebran eternos funerales,
porque una lluvia terca no permite
sacar el ataúd a las calles rurales.
Fuera de mí, la lluvia; dentro de mí, el clamor
cavernoso y creciente de un salmista;
mi conciencia, mojada por el hisopo, es un
ciprés que en una huerta conventual se contrista.
Ya mi lluvia es diluvio, y no miraré el rayo
del sol sobre mi arca, porque ha de quedar roto
mi corazón la noche cuadragésima;
no guardaba mis pupilas ni un matiz remoto
de la lumbre solar que tostó mis espigas;
mi vida sólo es una prolongación de exequias
bajo las cataratas enemigas.
me derrumbé,
caía
entre astillas y huesos,
entre llantos de arena
y aguaceros de vidrio,
cuando oí
que gritaban:
"¡Abajo!"
"¡Mas abajo!"
y seguía cayendo,
dando vueltas
y vueltas,
entre ásperas cenizas
y gritos mutilados,
"¡Abajo!"
"¡Más abajo!"
en espiral,
rodando,
envuelto en lo derruido,
en turbios remolinos
de trozos y fragmentos,
de esquirlas,
de gemidos,
"¡Abajo!"
"¡Más abajo!"
entre escombros y ruinas
ululantes,
informes,
a través de la asfixia,
del horror, del misterio,
más allá del aliento,
de la luz,
del recuerdo.
Blanca de blanca asfixia
y exangüe blanca vida,
a quien el blanco helado
nevó la blanca mano
de blanca aparecida,
mientras el blanco espanto
blanqueaba su mejilla
de blanca ausencia herida,
al ceñir su blancura
de intacta blanca luna
y blanca despedida.
Leydis Oct 2018
Talvez mi hombre ya no eres..,
Lo fuiste en algún verano ya congelado
Perdido entre los otoños de mi pasado
Entre los tormentos de hojas voladas
aferrándose a ramas con raíces truncadas
y pasiones ya sofocadas.

Talvez mi hombre ya no eres
Talvez la tierra sea el cielo
Y el cielo solo un helero
derritiéndose lentamente con los calores del antártico.
Talvez los pájaros vuelan caminando
Y el oxígeno asfixia si en el buscas descanso.  

Talvez mi hombre ya no eres
Talvez cada circulo es lineal
Quizás solo hay vida dentro de un panteón
Talvez la muerte es una vieja amargada
encaprichada con la mocedad de la vida,
talvez, los ríos en su mayoría son secos por dentro
talvez la comida no es sustento
y el amor acaba cuando hablan los silencios.

Talvez no seas mi hombre,
Talvez mi corazón es un paisajista
que dibuja pasiones naufragadas
en el cansancio del viejo mar y en sus aguas saladas.  

¡Si! Talvez no seas mi hombre
Mas cuando pronuncio tu nombre…
Regresa la primavera con sus esplendidos colores.
LeydisProse
10/5/2018
https://m.facebook.com/LeydisProse//
Yo te digo: «Alma mía, tú saliste
con vestido nupcial de la plomiza
eternidad, como saldría una ala
del nimbus que se eriza
de rayos; y una mañana has de volver
al metálico nimbus,
llevando, entre tus velos virginales,
mi ánima impoluta
y mi cuerpo sin males».
Mas mi labio, que osa
decir palabras de inmortalidad,
se ha de pudrir en la húmeda
tiniebla de la fosa.
Mi corazón te dice: «Rosa intacta,
vas dibujada en mí con un dibujo
incólume, e irradias en mi sombra
como un diamante en un raso de lujo».
Mi corazón olvida
que engendrará al gusano
mayor, en una asfixia corrompida.
Siempre que inicio un vuelo
por encima de todo,
un demonio sarcástico maúlla
y me devuelve al lodo.
Tú misma, blanca ala que te elevas
en mi horizonte, con la compostura
beata de las palomas de los púlpitos,
y que has compendiado en tu blancura
un anhelo infinito,
sólo serás en breve
un lacónico grito
y un desastre de plumas, cual rizada
y dispersada nieve.
La edad del Cristo azul se me acongoja
porque Mahoma me sigue tiñendo
verde el espíritu y la carne roja,
y los talla, el beduino y a la hurí,
como una esmeralda en un rubí.
Yo querría gustar del caldo de habas,
mas en la infinidad de mi deseo
se suspenden las sílfides que veo
como en la conservera las guayabas.
La piedra pómez fuera mi amuleto,
pero mi humilde sino se contrista
porque mi boca se instala en secreto
en la feminidad del esqueleto
con un crepúsculo de diamantista.
Afluye la parábola y flamea
y gasto mis talentos en la lucha
de la Arabia Feliz con Galilea.
Me asfixia, en una dualidad funesta,
Ligia, la mártir de pestaña enhiesta,
y de Zoraida la grupa bisiesta.
Plenitud de cerebro y corazón;
oro en los dedos y en las sienes rosas;
y el Profeta de cabras se perfila
más fuerte que los dioses y las diosas.
¡Oh, plenitud cordial y reflexiva:
regateas con Cristo las mercedes
de fruto y flor, y ni siquiera puedes
tu cadáver colgar en la impoluta
atmósfera imantada de una gruta!
No sabe medir
no sabe coser y
ya anda ciego y
sin tres dedos
escojo un traje
que por favor
me lo baje pero
es cojo el viejo
y medio salvaje
Tres veces me pica
el pendejo reliquia
y midiéndome
la nuca casi me asfixia
Ya no vuelvo
Jamás con ese
desastre de sastre
mejor que se
ponga a lavar trastes

— The End —