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Quizá nunca supe mucho al respecto.
Sólo sabía sentir, y era el sentir más genuino y puro que yo hubiera conocido. No sabía nada, tan solo un instinto que me llamaba a adentrarme en aquel desconocido mundo lleno de aquellas inefables sensaciones que no comprendo del todo.
Una locura, fue. Lo sé, y quizá lo supe siempre, pero ya no vale decir más. Loco fue ese sentimiento, que me hacía pensar noche y día en ti. Ese sentimiento que hizo que quisiera defenderte a toda costa de cualquier daño que pudiera hacerte el mundo en tu existencia, a pesar de ser siempre yo quien necesitara una mano para salir de un hoyo interminable que me arrastraba de vez en cuando. Un sentir, que se sentía rapidísimo cuando estabas cerca, y lento e interminable cuando estabas ausente. El tiempo se detenía entre abrazos y canciones, pero eso, eso era solo en mi mente. Me perdía en el sonido de tus palabras para no saber de mí jamás... Pobre ingenuidad... Tenías otros planes...

Te fuiste, aparentándo que nada jamás te importó. Mandándome a mí o a mi madre a lugares a los que no se mandan ni a los enemigos, y te alejaste a tope. Todo por una palabra. Una simple palabra.
Me dijiste tantas cosas sin un solo insulto, que terminé por casi volver a hacer la misma estupidez de antaño, cuando la gente ya no quiere nada que ver con su existencia.

Y día a día, indirectamente, me hacías sentir culpable. ¿Sabes qué hizo esta idiota? Alegrarse cuando te veía sonreir, sonreir de verdad. Quizá era el único consuelo, para el unico sentimiento perdido que había sido verdaderamente real en una corta y monótona existencia.
Un día de esos en los que realmente no soy yo, te tuve frente a frente, pero las palabras no salieron. Hice lo que pude para no llorar, ni correr hacia ti, porque no sabía qué mas hacer. Lo único que sabía era que eso no iba a pasar. Que ya nada iba a pasar.

Luego sucedió. Me sacaste de quicio. Esa llamada. Esa persona desconocida, esas palabras, y tu risita en el fondo. ¿Qué tan mal tengo que estar para alimentar esa macabra sonrisa tuya? A veces me pregunto si era en serio aquella vez que me dijiste que eras un demonio. Conociste mi enfado ese día, pero de lejitos. No iba a hacerte daño, no soy como tú.

Y al final, te apareces, diciendo estar preocupado, con un montón de cosas que reiteradamente me dijiste que olvidara. Buscándome por todos lados. Te pregunté ¿Por qué lo hiciste?

Obtuve tu silencio.

Hoy hay otro sentimiento, el mismo que cuando te alejaste. Pero este si lo puedo expresar...

Siento un vacío profundo
Un vacío infinito.
No se llena de nada
esta cada vez mas vacío
como un hada
sin alas
sin mundo
al mar de lo desconocido
Se adentra,
lo que venga
Estoy lista
Dejé atrás todo sentir
Porque tengo miedo
a sentir lo mismo.
Acabo de recordar lo que me marcó de las nubes
cuando miré alto, obedeciendo.
No fue su forma ambigua de reconocerlas
o de ver personajes inmaculados en ellas.

Recordé, también, la mirada insaciable
de edificios inmóviles pero con vida,
perennes totalmente por amor a guiar.

Te conocí ahí, más que en otro lugar.
Se despojaron las miradas y se tersó la piel
achicando los espacios en nuestras gargantas.
Así como el poco calor aclaró mi piel,
la tuya se fue derritiendo por el ácido de tus lagrimas.

Mis manos se dejaron ver mientras se entorpecían mis palabras
que acuchillaban más fuerte tu pecho
que jadeaba por el llanto nervioso.

Me entristecían demasiado tus gotas,
caían cada una aumentando mi culpa,
chocando con tu piel rojiza imperfecta.

No sería cualquier puta la que llorar te hizo,
pero no quisiera adentrarme a las costumbres.
Prefiero escurrirme por mis propias excusas
y hacerle un homenaje a tu nombre.

Prefiero, creo... Que se levantasen
todas las cadenas perpetuas y pagarlas
cada una dos veces,
así, sin pena, podría volver mi cara hacia ti,
sin vergüenza y con permiso
podría en la prominencia verte.
No vine sólo por decirte
(aunque también) que no volveré nunca,
y que nunca podré olvidarte.

Emprendo la tarea
(imposible, si es que algo hay imposible)
de racionalizar, interpretar, reconstruir y desandar
aquellas fábulas y hechizos
que gracias a ti fueron realidad.

Recupero los pasos iniciados a la orilla del río
y que desembocaban en «Kiss Bar» (aunque no estoy
seguro
dónde estaba el principio y dónde el fin).

Estoy cansado, muy cansado.
Don Antonio Machado dijo hace más de sesenta años
«Soy viejo porque tengo más de setenta años,
que es mucha edad para un español».
(Sin comentarios).

              He vivido días radiantes
gracias a ti. Entre mis dedos se escurrían
cristalinas las horas, agua pura. Benditas sean.

Fue un tercer grado carcelario:
regresas a la cárcel por la noche,
por el día -espejismo- te sientes libre, libre, libre.
Nadie pudo, ni puede, ni podrá por los siglos de los siglos
arrebatarme tanta felicidad.

Yo no he venido -te lo dije-
para decirte adiós. Sé que no me echarás de menos,
y eso que yo soñaba ser todo para ti
como tú lo eres todo para mí.
¡Ay vanidad de vanidades y todo vanidad!

No te importuno más (ni siquiera sé si me escuchas).
Bebo el último whisky en el «Kiss Bar»,
la última margarita en «Santa Fe»,
rodeo luego la ciudad y su muralla de agua
en la que ya no queda nada que fue mío.
Desisto de adentrarme en su recinto,
no tengo fuerzas para celebrar
la melancólica liturgia de la separación
Sólo deseo ya dormir, dormir,
tal vez soñar...

— The End —