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Jack Turner May 2012
Estos es mi tentativa
para escribir para tu
Estos son mis palabras
y es asi como me siento
Escribo sin adornos y acentos
porque esto no es mi idioma
pero yo todavia hablo del corazon
con estas palabras en la pagina
Yo no siempre se que las cosas correctas decir
y a veces yo estoy demasiado atemorizado decirle como me siento
Entonces escribo mis sentimientos aqui tan puede saber
Exactamente como me siento
Como me siento de tu.

El corazon se hincha
cada vez veo la cara
y un frio arrastra en los dedos cuando paro de pensar de tu
y todo yo jamas quiero hacer
es es un mejor hombre para tu
para ser el mejor
para ser el unico hombre para tu
y yo no puede ayudar per pensar
como espero que sea el uno destinado para mi
Coolgray Nov 2012
No quiero ser poeta,
ellos escriben lo que desconocen para imaginar,
desgarran la frustración de lo ajeno
atrapando lo efímero en lo eterno.
La tinta escribiendo, tienen miedo de borrar...

El pensamiento es muy frágil, se lo lleva el viento
pero la experiencia permanece, se graba muy dentro,
no se puede olvidar.

No quiero ser un poeta
y hablar de cosas hermosas,
amar con palabras, vivir entre letras...
Siempre buscando la rima perfecta.

No quiero ser un poeta
que habla y no habla,
que siente y no siente.

Hacer poesía y recitarla con el alma
no es más que la excusa del cobarde que no ama,
y por amarlo todo, se engaña.
Se entrega a la nada.

No quiero ser un poeta,
hablar de tus ojos de cielo,
hacer de tus labios versos,
y besarlos con dulces acentos.

No quiero ser poeta y
desnudar tu alma con bellas palabras,
acariciarte con rimas,
abrazarte entre líneas...

No quiero ser poeta y
desgarrar el papel con la pluma excitada.
Yo no quiero ser poeta,
menos mal que no los soy.
Inés es joven: en su faz hermosa,
Luchando están como Hércules y Anteo,
El carmín pudibundo de la rosa,
Con la avarienta lumbre del deseo.

Torna los corazones en despojos,
Pues tiene en su diabólico albedrío,
Miel en sus frases, dardos en sus ojos
El alma en ascuas y el semblante frío.

Es blanca en su exterior como azucena
Negra en su fondo cual la noche oscura;
Roja adelfa es su boca, que envenena
Al que una gota de su miel apura.

A fuerza de sufrir, lleva consigo
Tal odio al mundo que su planta pisa,
Que, engañando al amante y al amigo,
Usa como una máscara la risa.

Visita los altares, y allí brota
De sus labios y en público la queja:
Que por ganar la fama de devota,
Ha dado, siendo joven, en ser vieja.

Cansada al fin de dar funesto ejemplo,
Suelta un ***** mantón sobre su talle,
Y aunque igual en la calle y en el templo,
Hoy ha cambiado el templo por la calle.

En la humildad con que su rostro juega,
Se juntan lo piadoso y lo pagano:
Un correcto perfil de estatua griega,
Y el colorido del pincel romano.

Tan modesta se viste, y tan seguido
Se la mira en el templo lacrimosa,
Que son juntos su faz y su vestido,
Hábito y faz de austera religiosa.

Cuando se haiia en el templo arrodillada,
Rezando en alta voz con gran tristeza,
La gente que la ve dice asombrada:
«Inés es muy devota porque reza».

Los ojos bajos y la faz contrita,
Trémulos y turbados sus acentos,
Toma y lleva a su frente agua bendita,
Para ahuyentar los malos pensamientos.

Se ven correr las cuentas del rosario
Entre sus dedos de alabastro y grana,
Como en el blanco lirio solitario
Las perlas de la púdica mañana

Cuantos miran a Inés rezar sumisa,
Y oyen la voz con que piedad implora,
Y ven que, puesta en cruz, toda la misa,
Solloza, ruega, se estremece y llora;

Al ver su rostro en lágrimas deshecho,
Con santa unción resplandecer ufano;
Las reliquias que cuelgan de su pecho,
Las novenas que tiemblan en su mano;

Juzgan verdad su devoción sagrada,
Cierta juzgan su mística tristeza,
E ignoran que la dama arrodillada
No viene a orar... y, sin embargo, reza.

Entre orar y rezar hay un abismo,
Que ni medir ni escudriñar me toca:
El rezo y la oración no son lo mismo,
Que no es lo mismo el alma que la boca.

Inés, del templo en la imponente calma,
Por rendir culto a Dios, le infiere agravios:
Su rezo está en la boca, no en el alma...
¡La oración en el alma, no en los labios!

La dulce fe de sus primeros días
Mataron en Inés los desengaños,
Y hoy reza en alta voz Avemarías
Iguales: ¡ay! a las de aquellos años.

¿Qué son las tiernas frases de su boca?
Gritos que aturdirán su propio duelo...
Flores con que su afán cubre una roca
Coronada de témpanos de hielo.

Víctima de su gracia y su belleza,
Tiene Inés una historia de dolores.
Y recuerda su historia cuando reza,
Queriendo despertar tiempos mejores.

Rezando sin orar, en voz muy alta,
Ofende al templo del Señor, sagrado,
Pues pone allí, para encubrir su falta,
El rezo como escudo del pecado.

Es incrédula, y júzganla creyente;
Llena con falso culto el alma hueca,
Y así a la faz de Dios rezando miente,
Y el mundo ignora que rezando peca.

¡El mundo! Vedlo... toma como ejemplo
De santa unción a Inés que está llorando...
¿Ejemplo? Sí: de las que van al templo,
Hijas del mal, para pecar rezando.

¿Cómo ensalzar sus aparentes galas
De misticismo y devoción? -¡Del cielo
Es la oración, que, al agitar sus alas
Ni polvo ni rumor alza en el suelo!
El bosque centenario
En sus antros encierra
Ese silencio eterno que acompaña
A las salvajes pompas de la América.

En el espeso toldo
Que al sol el paso niega,
Los cenzontles que cantan en las noches,
De rama en rama sin zozobras vuelan.

Y el cardenal errante,
Y el colibrí de seda,
Al beso de las tibias alboradas,
Dando celos al iris, juguetean.

De las copas más altas,
Como argentadas hebras,
Las canas de los viejos ahuehuetes
Dan a los vientos sus robustas crenchas.

Y revistiendo el tronco
De secular corteza,
Matizando sus tronos de esmeralda,
Se abre a la luz la trepadora hiedra.

Tapiza el suelo un musgo
Que ni el verano seca,
Donde recoge el aire en las mañanas
Un sempiterno olor a flores nuevas.

El bosque centenario
En su extensión inmensa
Repercute en las tardes los acentos
Más dulces de los cánticos aztecas.

Las voces de una raza
Peregrina y guerrera
Que va dejando con su sangre hirviente
De su incesante caminar las huellas.

Y vagan esas notas
Dulcísimas y tiernas,
Enseñando a los pájaros salvajes
Tristes y melancólicas cadencias.

Las repite el cenzontle
En la noche serena,
Cuando la luna en el azul espacio
El heno de los árboles platea.

Las dice la calandria,
El clarín las remeda,
Y en las tardes de mayo los jilgueros
Trovan los himnos de su amor con ellas.

Y cuando en tristes horas
De lluvia y de tinieblas
La tempestad su carro de relámpagos
Sobre los viejos árboles pasea,

Y con ojos de llamas
La lechuza agorera
Predice la catástrofe y la muerte
Como alada Sibila de la selva,

Cuando los vientos rugen,
Cuando los troncos tiemblan
Y cual cinta de lumbre en ***** abismo
El rayo retumbando culebrea,

En el fondo del bosque,
Rasgando las tinieblas,
Se oye dulcísima y doliente
Que canta melancólicas endechas.

Son las notas de un arpa
De misteriosas cuerdas
En que surgen estrofas no aprendidas
Cuando calla el placer y hablan las penas.

Las extrañas canciones
Entre la sombra vuelan,
Mezclándose del viento a los rugidos
Y al sordo rebramar de la tormenta.

Vagan en el ramaje,
Cruzan por la maleza,
Y el paso no les corta la falange
De sabinos cual mudos centinelas.

Se extienden en los lagos
De superficie tersa
Donde crecen los juncos cimbradores
Y sus corolas abren las ninfeas.

Cruzan por los maizales
Cuyas cañas esbeltas
Sus hinchadas espigas, a las lluvias
Levantan a los cielos en ofrenda.

¿Quién canta esas canciones?
¿Quién dice esas endechas,
Que ya traspuesto el sol y quieto el mundo
Repiten los cenzontles en la selva?

¿De qué garganta brotan?
¿Quién delira con ellas
Y en la imponente majestad del bosque
En tristísimas horas las eleva?

Mirad, hay en el fondo,
Tras la enramada espesa,
Dominando los altos ahuehuetes
Una montaña de verdor cubierta.

La mano de un gigante
Amontonó sus piedras,
Sobre las cuales fabricó un palacio,
Para propio solaz, un rey azteca.

Son espesos sus muros,
Angostas son sus puertas,
Y parece, mirado desde lejos,
Vetusta cripta en la extensión desierta.

Pega el nopal al muro
Sus espinosas pencas,
Y como cenicientos obeliscos
Los órganos tristísimos lo cercan.

No tiene escudo noble
Tan rara fortaleza,
Ni levadizo puente, ni ancho foso,
Ni rastrillo, ni glacis, ni poterna.

No guarda férreos cascos,
Ni lanzas, ni rodelas,
Ni resonó jamás en sus salones
La armadura brutal de la Edad Media.

Los señores que ha visto
Esgrimen arco y flecha,
Llevan al combatir desnudo el ****
Y adornada con plumas la cabeza.

Obscuros son sus ojos,
Sus cabelleras negras,
Su cutis, siempre al sol, color de trigo,
Sencillas sus costumbres y su lengua.

En tan triste palacio
Con sus damas se hospeda
Siempre sola, llorosa y resignada,
Como un lirio con alma, una princesa.

Y vive sin que nadie
A visitarla venga,
Que por rencor y celos y venganza
Víctima del amor allí la encierran.

Amó, cual amar saben
En su raza, en su tierra,
Las mujeres que encienden sus pupilas
Con la del alma inextinguible hoguera,

Un hermano celoso
De su pasión intensa,
Mató al indio bizarro que formaba
El culto terrenal de la doncella.

Y entonces con la rabia
Que electriza a las fieras,
Cuando el artero cazador destroza
Al cachorro que esconden en la cueva,

Ella tomó en sus manos
La macana de piedra
Y castigó a su hermano con un golpe
Que bien pudo arrancarle la existencia.

El padre, como ejemplo,
Como justa sentencia,
La alejó de su lado y encerróla,
Del viejo bosque en la mansión severa.

Y allí con la alborada,
Cuando la luz despierta,
Cuando en todas las ramas hay cantares
Y alza un himno de amor toda la selva,

Cuando se abren las fibras
Y en sus corolas tiemblan
Los pintados y errantes chupamirtos
Que de sabrosas mieles se alimentan,

Se oye como desciende,
Por las abruptas peñas,
Envuelta en un mantón de blancas plumas,
Seguida de sus damas, la Princesa.

Siempre al pisar el bosque
Toma la misma senda,
Para buscar el sitio apetecido
En que el placer y la delicia encuentra.

Allá, bajo las ramas
Más verdes, más espesas,
Y donde en haces de colores vivos
El sol naciente sus fulgores quiebra,

Engastada en el musgo
Cual líquida turquesa,
Convidando a la vida y al deleite,
Espejo del follaje, está la alberca.

El manantial fecundo
Al fondo borbotea,
Sin que nadie perciba sus rumores
Ni la quietud perturbe de la selva.

Dicen que cuando alguno
Se posa en sus arenas,
Queda encantado y con extraña forma,
Y el que a buscarlo va, jamás lo encuentra.

Por eso todos temen,
Y aún los hombres recelan,
Sumergirse en las ondas cristalinas
De una agua tan azul y tan serena.

Sólo la hermosa joven,
Cuando a los bordes llega,
Fija en el manantial una mirada
Que es la viva expresión de una promesa.

Deja el manto de pluma,
Sus cabellos destrenza,
Y a las caricias púdicas del agua,
Dando tregua al dolor, feliz se entrega.

Y míranse en las ondas
Las formas hechiceras,
Deslizarse flotantes y tranquilas
Como la flor que la corriente lleva.

Si el bello busto asoma,
Sobre los senos ruedan
Las gotas trasparentes y brillantes
Como si fuesen lágrimas o perlas.

Y cuando el cuerpo airoso
Quieto flotando queda,
Parece que el cristal azul y terso,
Enamorado sus contornos besa.

Semeja blanca ondina,
Ruborosa sirena,
Que, con un beso, el sol americano
Quemó su piel y la tornó trigueña.

¿Oís? cantan muy dulce
Las aves de la selva,
Las brisas no estremecen el ramaje,
Ni el heno gris en los sabinos tiembla.

El aire está suspenso,
Ningún rumor se eleva,
Porque en el viejo bosque centenario
Juega desnuda la gentil doncella.


Salta un instante al borde
De la azulosa terma,
Y los encantos que la dio natura
Sin velo encubridor al aire muestra.

Y escúchase de pronto
Un grito de sorpresa,
Cual lo lanzara el que soñó en un cielo
Y al fin, sin esperarlo, lo contempla.

Por el vetusto bosque,
El grito aquel resuena,
Y levanta los ojos espantados
La ninfa que en las aguas se refleja.

Y sin tino, temblando,
Pálida, como muerta,
Descubre entre las ramas de un sabino
De un ser desconocido la cabeza.

Es un amante osado,
Es un guerrero azteca,
Que adora a la doncella y la persigue,
Y hoy en su virgen desnudez la acecha.

Sin conceder más tiempo
De que sus formas vea,
Herida en su pudor la altiva joven
Se sumerge en el agua con violencia.

Y al manantial desciende
Y toca sus arenas,
Y se pierde a los ojos de sus damas
Y el guerrero la busca y no la encuentra.

Cruzaron varios soles
Por la azulada esfera,
Y nadie supo el postrimer destino
De aquella humana y púdica azucena.
Que allí quedó encantada,
Refieren las leyendas,
Y que al mediar los soles y las lunas
Flota sobre la líquida turquesa.

Su nombre ignoran todos,
Nadie ignora sus penas,
Y quedan de sus gracias como espejo
Los movibles cristales de la alberca.
¿te molesta que roa tu techo,
tu silencio?

Pero dime
-si puedes-
¿qué haces,
allí,
sentado,
entre seres ficticios
que en vez de carne y hueso
tienen letras,
acentos,
consonantes,
vocales?

¿Te halaga,
te divierte
que te miren,
se acerquen,
Y den vueltas y vueltas
antes de permitirles
echarse,
como un perro,
en tus páginas yertas?

Podrá tu pasatiempo ser harto inofensivo;
pero alguien que posee los dientes más prolijos,
más agrios que los míos,
al elegir la víscera que ha de roerte un día
-si es que ya no se aloja en una de tus venas-,
torna estéril y absurdo
ese fútil designio de escamotear la vida.

Allí están las ventanas
que te dan un pretexto
para abrir bien los brazos.

Asómate al marítimo
bullicio de las calles.

¿No oyes una sirena que llama desde el puerto?...
Krusty Aranda Aug 2016
Las palabras eran balas que disparaba con los dedos.
Acariciaba las teclas de la máquina de escribir con delicadeza y pasión.
Vertía sus emociones, sus desgracias, sus alegrías, sus dolores, todas en una blanca hoja de papel.
La tinta nunca dejaba de correr.
Mayúsculas y minúsculas.
Puntos, comas y acentos.
Letras, números y símbolos.
Un teclado completo para experimentar.
Combinaciones de letras, de palabras, de sentimientos, de ideas.
Un libro o un poema.
Una canción o una novela.
Un ensayo o un sólo verso.
El escribía y tecleaba, y tecleaba y escribía.
Escribía para sí.
Escribía para todos.
Escribía para ella, sobre todo.
Y tecleaba y escribía.
Y sus dedos no cansaban.
Su lírica no dormía.
La prosa que antes sostenía.
El epíteto que añoraba.
Y sus lágrimas palabras.
Y su sangre tinta en verso.
El latir de su corazón marca el ritmo del tecleo.
Y escribía y tecleaba.
Mente llena de problemas, de ideas, de emociones, de fantasía.
La realidad se torna inefable.
Las palabras aún fluyen.
Los sentimientos se escabullen y se esconden en una rima.
Ella se disfraza en papel de apología.
Y tecleaba y escribía, y escribía y tecleaba.
Cydney Something Jun 2019
¡ I want to get pregnant
With a ******* daughter
And run away
To the south

I would carry her
First in my belly
Then to my breast
Then on my back

Through mountains
Where the language
Flows like rivers and streams
Con tildes y acentos

We would eat with our hands
And bathe under moonlight
Singing to the gods
Howling with the wolves

Our home would be Earth
Savages to money
And billboards
And national pride

Me and my ******* daughter
Anathema to the world
That sings praises
To purity and capital

Me and my ******* daughter
Weaving through time
And happiness and sorrow
Like the river

Maybe she would run
From that life
That would seem to me so full
In search of más

Perhaps she would fly away
To learn inglés
And meet her father
And cousin and grandma

To live in a house
And eat with forks and knives
Drive a car
And have an office job

I can only hope that in my twilight
She would return to me
To sing again
Con los lobos !
Sobre la piel del cielo, sobre sus precipicios
se remontan los hombres. ¿Quién ha impulsado el vuelo?
Sonoros, derramados en aéreos ejercicios,
              raptan la piel del cielo.

Más que el cálido aceite, sí, más que los
motores,
el ímpetu mecánico del aparato alado,
cóleras entusiastas, geológicos rencores,
              iras les han llevado.

Les han llevado al aire, como un aire rotundo
que desde el corazón resoplara un plumaje.
Y ascienden y descienden sobre la piel del mundo
              alados de coraje.

En un avance cósmico de llamas y zumbidos
que aeródromos de pueblos emocionados lanzan,
los soldados del aire, veloces, esculpidos,
              acerados avanzan.

El azul se enardece y adquiere una alegría,
un movimiento, una juventud libre y clara,
lo mismo que si mayo, la claridad del día
              corriera, resonara.

Los estremecimientos del valor y la altura,
los enardecimientos del azul y el vacío:
el cielo retrocede sintiendo la hermosura
              como un escalofrío.

Impulsado, asombrado, perseguido, regresa
al aire al torbellino nativo y absorbente,
mientras evolucionan los héroes en su empresa
              inverosímilmente.

Es el mundo tan breve para un ala atrevida,
para una juventud con la audacia por pluma;
reducido es el cielo, poderosa la vida,
              domada y con espuma.

El vuelo significa la alegría más alta,
la agilidad más viva, la juventud más firme.
En la pasión del vuelo truena la luz, y exalta
              alas con que batirme.

Hombres que son capaces de volar bajo el suelo,
para quienes no hay ámbitos ni grandes ni imposibles,
con la mirada tensa, prorrumpen en el vuelo
              gladiadores, temibles.

Arrebatados, tensos, peligrosos, tajantes,
igual que una colmena de soles extendidos,
de astros motorizados, de cigarras tremantes,
              cruzan con sus bramidos.

Ni un paso de planetas, ni un tránsito de toros
batiéndose, volcándose por un desfiladero,
darán al universo ni acentos más sonoros
              ni resplandor más fiero.

Todos los aviadores tenéis este trabajo:
echar abajo el pájaro fraguador de cadenas,
las ciudades podridas abajo, y más abajo
              las cárceles, las penas.

En vuestra mano está la libertad del ala,
la libertad del mundo, soldados voladores:
y arrancaréis del cielo la codiciosa y mala
              hierba de otros motores.

El aire no os ofrece ni escudos ni barreras:
el esfuerzo ha de ser todo de vuestro impulso.
Y al polvo entregaréis el vuelo de las fieras
              abatido, convulso.

Si ardéis, si eso es posible, poseedores del fuego,
no dejaréis ceniza ni rastro, sino gloria.
Espejos sobrehumanos, iluminaréis luego
              la creación, la historia.
He vivido entre fronteras
entre personas de distintos acentos
entre discusiones de quien es mejor
entre inmigrante y emigrante.

¿Entre quien es el malo?
¿quien es el ladrón?
¿quien es buen?
¿quien discrimina a quien?

¿Saben?
cuando cruzo la frontera
veo lo mismo.
La misma gente.
A vosotras, estrellas,
alza el vuelo mi pluma temerosa,
del piélago de luz ricas centellas;
lumbres que enciende triste y dolorosa
a las exequias del difunto día,
güérfana de su luz, la noche fría;
 ejército de oro,
que por campañas de zafir marchando,
guardáis el trono del eterno coro
con diversas escuadras militando;
Argos divino de cristal y fuego,
por cuyos ojos vela el mundo ciego;
 señas esclarecidas
que, con llama parlera y elocuente,
por el mudo silencio repartidas,
a la sombra servís de voz ardiente;
pompa que da la noche a sus vestidos,
letras de luz, misterios encendidos;
 de la tiniebla triste
preciosas joyas, y del sueño helado
galas, que en competencia del sol viste;
espías del amante recatado,
fuentes de luz para animar el suelo,
flores lucientes del jardín del cielo,
 vosotras, de la luna
familia relumbrante, ninfas claras,
cuyos pasos arrastran la Fortuna,
con cuyos movimientos muda caras,
árbitros de la paz y de la guerra,
que, en ausencia del sol, regís la tierra;
 vosotras, de la suerte
dispensadoras, luces tutelares
que dais la vida, que acercáis la muerte,
mudando de semblante, de lugares;
llamas, que habláis con doctos movimientos,
cuyos trémulos rayos son acentos;
 vosotras, que, enojadas,
a la sed de los surcos y sembrados
la bebida negáis, o ya abrasadas
dais en ceniza el pasto a los ganados,
y si miráis benignas y clementes,
el cielo es labrador para las gentes;
 vosotras, cuyas leyes
guarda observante el tiempo en toda parte,
amenazas de príncipes y reyes,
si os aborta Saturno, Jove o Marte;
ya fijas vais, o ya llevéis delante
por lúbricos caminos greña errante,
 si amasteis en la vida
y ya en el firmamento estáis clavadas,
pues la pena de amor nunca se olvida,
y aun suspiráis en signos transformadas,
con Amarilis, ninfa la más bella,
estrellas, ordenad que tenga estrella.
 Si entre vosotras una
miró sobre su parto y nacimiento
y della se encargó desde la cuna,
dispensando su acción, su movimiento,
pedidla, estrellas, a cualquier que sea,
que la incline siquiera a que me vea.
 Yo, en tanto, desatado
en humo, rico aliento de Pancaya,
haré que, peregrino y abrasado,
en busca vuestra por los aires vaya;
recataré del sol la lira mía
y empezaré a cantar muriendo el día.
 Las tenebrosas aves,
que el silencio embarazan con gemido,
volando torpes y cantando graves,
más agüeros que tonos al oído,
para adular mis ansias y mis penas,
ya mis musas serán, ya mis sirenas.
Allá del revuelto mar
Tras los secos arenales,
Donde sus limpios cristales
Las ondas van a estrellar,
Donde en lucha singular
Disputando a la Fortuna
Las ciudades una a una,
De sus guerreros el brío,
Mostraron su poderío
La cruz y la media luna;

En esa tierra encantada,
Que esconde, en perpetuo Abril,
Las lágrimas de Boabdil
En las vegas de Granada;
Donde el ave enamorada
Repite entre los vergeles
El canto de los gomeles,
Y cuelga su frágil nido
Del minarete prendido
Entre ojivas y caireles;

Donde soñados ultrajes
Vengaron fieros zegríes,
Regando los alelíes,
Con sangre de abencerrajes;
donde entre muros de encajes
Y torres de filigrana,
Lloró la hermosa sultana
Amorosos sentimientos
A los rítmicos acentos
De una trova castellana;

Allá donde nueva luz
Alumbró, limpia y serena,
Sobre la morisca almena
Al símbolo de la cruz;
En ese suelo andaluz,
Cuyos cármenes hollando,
Y en otro mundo soñando,
Cruzaron en su corcel
La magnánima Isabel
Y el católico Fernando.

En esa región que encierra
Tantos recuerdos de gloria;
En ese altar de la Historia;
En ese edén de la tierra;
No el azote de la guerra
Infunde duelo y pavor,
Ni causa fiero dolor
Que mira asombrado el mundo
El ***** contagio inmundo;
Allí otra plaga mayor.

Surgen allí tempestades
Del suelo entre las entrañas,
Y vacilan las montañas,
Y se arrasan las ciudades
Escombros y soledades
Son el cortijo y la aldea;
La muerte se enseñorea,
Y, en medio a tanta ruina,
Se ve cual llama divina
La Caridad que flamea.

Con sordo bramido el duelo
Todo lo enluta y recorre;
Yace la maciza torre
En pedazos sobre el suelo.
Salvarse forma el anhelo
De los espantados seres,
Y hombres, niños y mujeres
Las crispadas manos juntan,
Y viendo al cielo preguntan.
«Dinos Dios, ¿por qué nos hieres?»

Recordando en sus delitos
las bíblicas amenazas,
Van por las calles y plazas
Confesándolos a gritos.
Los corazones precitos
Se niegan a palpitar
Y todos ven transformar
Al golpe del terremoto,
El abismo el verde soto,
Y en escombros el hogar.

Se abate el pesado muro
Que adornó silvestre yedra
Y brotan de cada piedra
Una oración y un conjuro.
No hay un asilo seguro;
Ciérnese el ángel del mal;
Cada fosa sepulcral
Ábrese ante fuerza extraña,
Y parece que en España
Comienza el juicio final.

Y entre la nube sombría
Que el denso polvo levanta,
El coro terrible espanta
De los gritos de agonía.
Y entre aquella vocería,
Con rostro desencajado,
El padre busca espantado,
Con ayes desgarradores
El nido de sus amores,
Entre escombros sepultado.

Convulsa, pálida errante,
Sobre el suelo que se agita
La madre se precipita
Por la angustia delirante;
Vuela en pos del hijo amante;
El rostro al abismo asoma
Lo llama llorando, y toma
Por voz del hijo querido,
La que acompaña al crujido
De un techo que se desploma.

En repentina orfandad,
Trémulas las manos tienden
Los niños, que no comprenden
Su espantosa soledad.
Tan sólo la caridad
Velará después por ellos,
Curando con sus destellos
su miseria y su aflicción:
¡Cómo no amarlos, si son
Tan inocentes, tan bellos!

¿Qué pecho no se conmueve
Ante cuadro tan sombrío,
Que al corazón más bravío
A contemplar no se atreve?
Ante el infortunio aleve
¿Quién no es noble? ¿quién no es bueno?
¿Quién de piedad no está lleno,
Cuando es la virtud mayor,
Aun más que el propio dolor,
Sentir el dolor ajeno?

Manda ¡oh, noble patria mía!
La ofrenda de tus piedades
A las hoy tristes ciudades
De la hermosa Andalucía.
No es favor, es hidalguía;
Es deber, no vanidad.
Llamen otros Caridad
Estos óbolos del hombre,
Tienen nombre, sólo un nombre;
Se llama Fraternidad.

Con tierno entusiasmo santo,
Mezcla ¡oh patria amante y buena!
Esa pena con tu pena,
Ese llanto con tu llanto.
Si al mirar ese quebranto,
Tu triste historia repasas,
Verás que angustias no escasas
Pasó, entre llantos prolijos,
Por amparar a tus hijos
Bartolomé de las Casas.
En la amplitud benigna del contorno
y rompiendo el mutismo del paisaje
flotan como poema de consuelo
las estrofas metálicas
de las torres parleras;
retratan el matiz de la llanura
en su inmóvil pupila
las vacadas dispersas en la margen
del río que abandona en su corriente
sus vellones de armiño
y refleja del puente en las columnas
su música de acentos virgilianos;
y parece que el alma de las cosas
más imponentes del nativo suelo
me saluda con voces fraternales.
El rumor de una interna clarinada
resucita del fondo de mi mente
a los preclaros héroes del terruño
y me siento orgulloso de la sangre
que hincha mis arterias juveniles;
miro que están en pie los viejos muros
de la casa paterna
y con los hilos frágiles del sueño
reconstruyo el momento de la dicha;
las jardines fragantes
disipan con sus prados luminosos
las obstinadas nieblas de mi invierno,
y con su nota azul me torna alegre
la familiaridad de las montañas.
Vuelvo otra vez a tu clemente asilo,
tierra de amor donde mis ojos vieron
de la existencia las primeras luces,
y al llegar a tu abrigo me conforto
con el sano perfume de tus brisas;
en el mudo jardín de mi tristeza
evocan las escenas de la infancia
de la dicha los pájaros locuaces;
oigo la voz solemne del pasado
sonar alegremente en el silencio
de mis desolaciones interiores;
y al ver el apiñado caserío
que guarda entre sus muros paternales
a la mujer que iluminó mi senda
haciendo que brotara mi cariño
en románticas flores,
miro apuntar la aurora sonriente
en la noche sin fin de mi congoja,
charlando en los aleros de mi alma
la errante golondrina del recuerdo.
¡Oh tierra bendecida que idolatro
con el más reverente de los cultos,
con qué júbilo inmenso reconozco
la religiosidad de tus matronas
y la hidalga nobleza de tus hijos!
En tu regazo amante se mitiga
el rigor de mis duelos incurables,
me das el dulce título de hermano
y con ansias anhelo,
como en un insinuante panteísmo,
ser el bronce que suena en tus esquilas,
una roca prendida en tus picachos
o un álamo llorón junto a las tapias
de tu dormido y grave cementerio.
De tu peso vencido,
verde honor del verano,
yaces en este llano
del tronco antiguo y noble desasido.
Dando venganza estás de ti a los vientos,
cuyas líquidas iras despreciabas,
cuando de ellos con ellas murmurabas,
imitando a mis quejas los acentos.
Humilde agora entre las yerbas suenas,
cosa que de tu altura
nunca temer pudieron las arenas;
y ofendida del tiempo tu hermosura,
ocupa en la ribera
el lugar que ocupó tu propia sombra.
Menos gastos tendrá la primavera
en vestir este valle
después que faltas a su verde alfombra.
¿Qué hará el jilguero dulce cuando halle
su patria con tus hojas en el suelo?
¿Y la parlera fuente,
que aun ignorante de prisión de yelo,
exenta de la sed del sol corría?
Sin duda llorará con su corriente
la licencia que has dado en ella al día.
Tendrá un retrato menos
Pisuerga que mostrar al caminante
en sus cristales puros.
Cualquier pájaro amante
desiertos dejará tus brazos duros,
y vengo a poner duda
si, para que te habite en llanto tierno,
a la tórtola basta el ser vïuda.
Y porque tengo miedo que el invierno
pondrá necesidad a algún villano,
tal, que se atreva con ingrata mano
a encomendarte al fuego,
yo te quiero llevar a mi cabaña,
por lo que mi cansancio, estando ciego,
a tu sombra le debe.
Descansarás el báculo de caña
con que mi vida tristes años mueve;
y ojalá que yo fuera
rey, como soy pastor de la ribera,
que, cetro antes que báculo cansado,
no canas sustentaras, sino estado.
Decid: ¿quién se queja?
¿Quién llora? ¿Quién grita?
Es que está cantando
La saboyanita.

Mañana de enero,
Con aire y con nieve,
Si no llueve, sopla,
Si no sopla, llueve.
Bajo grises nubes,
La tierra cubierta
De blanco sudario,
Parece una muerta.
¡Cuán solas las calles!
iNi quién las resiste!
¡Qué invierno tan duro,
Tan largo y tan triste!

Heladas las fuentes,
Heladas y mudas;
Almendros sin hojas,
Y acacias desnudas.
¡Ofrecen contrastes
Risueños y francos,
Los troncos tan negros,
Los copos tan blancos!

Hay sólo una niña
Bajo mi ventana,
Engendro hechicero
De augur y gitana.
Contando en diez años
Diez siglos de pena;
Los ojos oscuros,
La frente morena,
Muy ***** el cabello,
De grana la boca,
De vivos colores
El traje y la toca.
Los pies diminutos,
Que Fidias quisiera,
Los guarda en chapines
De tosca madera.

Del pobre pandero
Que agitan sus manos
Se visten y comen
Sus tiernos hermanos.
Con sólo escucharla,
Aterra y conmueve,
Y más, si la miran
Hincada en la nieve.

Por tarde y mañana
Con hondos acentos,
Que nunca sofocan
Ni lluvias, ni vientos;
Se queja, solloza,
Suspira, reclama,
Y al son del pandero
Su llanto derrama.

Su voz me perturba
Y amarga mi día:
iQué acento tan triste!
iQué voz de agonía!
Si algún compatriota
A verme se llega,
Oyendo esos cantos,
La frente doblega.
Sintiéndose triste,
Convulso y herido,
Recuerda aquel suelo
Alegre y florido,
Sus vírgenes selvas.
Sus prados, sus montes,
Y el azul eterno
De sus horizontes.
Con llanto en los ojos,
El alma turbada,
Muy lejos teniendo
La patria adorada:
¡Qué voz!-me repite-
¡Qué acento! ¡qué grito!
Sollozo de angustia,
Clamor de proscrito,
Lo más pavoroso
Que en notas existe;
¡Qué agudo! ¡Qué lento!
¡Qué amargo! ¡Qué triste!
¡Oh Dios! ¿Quién se queja?
¿Quién llora? ¿Quién grita?
Es que está cantando
La saboyanita.
Fa Be O Jan 2013
El español, para mi, es el lenguaje del amor, de la familia, de la poesía. Las canciones mas bonitas, los consejos mas sabios, y las palabras mas profundas, an sido dichas, escritas y pensadas en el español. Desde antes, era esta la lengua mas musical, mas familiar, mas flexible y mas rica. Ahora me he reconectado con el leguaje de mis padres, abuelos, antepasados, la lengua de mi historia y del amor por la tradición y no me avergüenzo de los acentos que en mi voz se pronuncian. Son parte de mi, de lo que fui, soy, y seré.
March 27, 2012

— The End —