Submit your work, meet writers and drop the ads. Become a member
Let me to the Incarnate Mother must
The Eldest of Sudden Truth understand
One Day, which shaky Candles will delust
The Object's Manner of a Blackened Hand
I deliver Forceps to which Heart grows
What Heart's own Attrition dares to admit
The Mum of Three Promised Knights beknows
The Receipt of such Devotion permits
Verily, Age is a Factorless Sum,
Easily enclayed by a Donkey's Foot
And when the Festival lays down its Lump
It locked the Door to keep the Sorrowful.
Now, Elder-Mum, try to lift your Wise Head
This Extended Son, wishes your Love be fed.
Cantar a ese gigante soberano
Que al soplo de su espíritu fecundo
Hizo triunfar el pensamiento humano,
Arrebatando al mar un nuevo mundo;
Cantar al que fue sabio entre los sabios,
Cantar al débil que humilló a los grandes,
Nunca osarán mi lira ni mis labios.
Forman su eterno pedestal los Andes,
El Popocatepelt su fe retrata,
Las pampas son sus lechos de coronas,
Su majestad refleja el Amazonas,
Y un himno a su poder tributa el Plata.

No es la voz débil que al vibrar expira,
La digna de su nombre; ¿puede tanto
La palabra fugaz?... ¿Quién no lo admira?
La mar, la inmensa mar, ésa es su lira,
Su Homero el sol, la tempestad su canto.

Cuando cual buzo audaz, mi pensamiento
Penetra del pasado en las edades,
Y mira bajo el ancho firmamento
De América las vastas soledades:
El inca dando al sol culto ferviente,
El araucano indómito y bravío,
El azteca tenaz que afirma el trono,
Adunando al saber el poderío:
¡A cuántas reflexiones me abandono!...
Todas esas sabanas calentadas
Por la luz tropical, llenas de flores,
Con sus selvas incultas, y sus bosques
Llenos de majestad; con sus paisajes
Cerrados por azules horizontes,
Sus montes de granito,
Sus volcanes de nieve coronados,
Semejando diamantes engarzados
En el esmalte azul del infinito;

Las llanuras soberbias e imponentes,
Que puebla todavía
En la noche sombría
El eco atronador de los torrentes;
Los hondos ventisqueros,
Las cordilleras siempre amenazantes,
Y al aire sacudiéndose arrogantes,
Abanicos del bosque, los palmeros;
No miro con mi ardiente fantasía
Sólo una tierra virgen que podría
Ser aquel legendario paraíso
Que sólo Adán para vivir tenía;
Miro las nuevas fecundantes venas
De un mundo a las grandezas destinado,
Con su Esparta y su Atenas,
Tan grande y tan feliz como ignorado.
Para poder cantarlo, busca el verso
Una lira con cuerdas de diamante,
Por único escenario el Universo,
Voz de huracán y aliento de gigante.

Que destrence la aurora
Sus guedejas de rayos en la altura:
Que los tumbos del mar con voz sonora
Pueblen con ecos dulces la espesura:
Que las aves del trópico, teñidas
Sus alas en el iris, su contento
Den con esas cadencias tan sentidas
Que van de selva en selva repetidas
Sobre las arpas que columpia el viento.
Venid conmigo a descorrer osados
El velo de los siglos ya pasados.

Tuvo don Juan Segundo
En Isabel de Portugal, la bella,
Un ángel, que más tarde fue la estrella
Que guió a Colón a descubrir un mundo.
El claro albor de su niñez tranquila
Se apagó en la tristeza y en el llanto.
En el triste y oscuro monasterio
Donde, envuelta en el luto y el misterio,
Fue Blanca de Borbón a llorar tanto.
Allí Isabel fortaleció su mente,
Y aquel claustro de Arévalo imponente
Fe le dio para entrar al mundo humano,
Dio vigor a su espíritu intranquilo,
Fue su primer asilo soberano,
Cual la Rábida fue primer asilo
Del Vidente del mundo americano.
Muerto Alfonso, su hermano,
En el convento de Ávila se encierra,
Y hasta allí van los grandes de la tierra,
Llenos de amor, a disputar su mano.
Ella da el triunfo de su amor primero
A su igual en grandeza y en familia,
Al que, rey de Sicilia,
Es de Aragón el príncipe heredero.
A tan gentil pareja
Con ensañado afán persigue y veja
De Enrique Cuarto la orgullosa corte;
Pero palpita el alma castellana
Que de Isabel en la gentil persona,
Más que la majestad de la corona,
Ve la virtud excelsa y soberana.
La España en Guadalete decaída,
Y luego en Covadonga renacida,
No vuelve a unirse, ni por grande impera,
Hasta que ocupa, sin rencor ni encono,
De Berenguela y Jaime el áureo trono,
El genio augusto de Isabel Primera.
Grande en su sencillez, es cual la aurora
Que al asomarse, todo lo ilumina;
Humilde en su piedad, cual peregrina
Va al templo en cada triunfo, y reza, y llora;
Nada a su gran espíritu le agobia:
Desbarata en Segovia
La infiel conjuración: libra a Toledo,
Fija de las costumbres la pureza,
El crimen blasonando en la nobleza
Castiga, vindicando al pueblo ibero:
Por todos con el alma bendecida,
Por todos con el alma idolatrada,
Rinde y toma vencida,
Edén de amores, la imperial Granada.
Dejadme que venere
A esa noble mujer... Llegóse un dia
En que un errante loco le pedía,
Ya por todos los reyes desdeñado,
Buscar un hemisferio, que veía
Allá en sus sueños por el mar velado.
No intento escudriñar el pensamiento
Del visionario que a Isabel se humilla.
¿La América es la Antilla
En que soñó Aristóteles? ¿La
Atlántida
Que Platón imagina en su deseo,
Y menciona en su diálogo el Timeo?
¿Escandinavos son los navegantes
Que cinco siglos antes
De que el insigne genovés naciera,
Fijo en Islandia su anhelar profundo,
Al piélago se arrojan animados,
Y son por ruda tempestad lanzados
A la región boreal del Nuevo Mundo?...
¡Yo no lo sé! Se ofusca la memoria
Entre la noche de la edad pasada;
Sólo hay tras esa noche una alborada:
Isabel y Colón: ¡la Fe y la Gloria!
¡Cuántos hondos martirios, cuántas penas
Sufrió Colón! ¡El dolo y la perfidia
Le siguen por doquier! ¡La negra envidia
Al vencedor del mar puso cadenas!
Maldice a Bobadilla y a Espinosa
La humanidad que amamantarlos plugo...
¡El hondo mar con voz estrepitosa
Aun grita maldición para el verdugo!
El mundo descubierto,
A hierro y viva sangre conquistado,
¿Fue solamente un lóbrego desierto?
¿Vive? ¿palpita? ¿crece? ¿ha progresado?
¡Ah sí! Tended la vista... Cien naciones,
Grandes en su riqueza y poderío,
Responden con sonoras pulsaciones
Al eco tosco del acento mío.
El suelo que Cortés airado y fiero,
Holló con planta osada,
Templando lo terrible de su espada
La dulzura y bondad del misionero,
Cual tuvo en Cuauhtemoc, que al mundo asombra
Tuvo después cien héroes: un Hidalgo,
Cuya palabra sempiterna vibra;
Un Morelos, en genio esplendoroso;
¡Un Juárez, el coloso
Que de la Europa y su invasión lo libra!
Bolívar, en Santa Ana y Carabobo,
Y en Ayacucho Sucre, son dos grandes,
Son dos soles de América en la historia,
Que tienen hoy por pedestal de gloria
Las cumbres gigantescas de los Andes.
¡Junín! el solo nombre
De esta epopeya mágica engrandece
El lauro inmarcesible de aquel hombre,
Que un semidiós al combatir parece.
Sucre, Silva, Salom, Córdoba y Flores,
Colombia, Lima, Chile, Venezuela,
En el Olimpo para todos vuela
La eterna fama, y con amor profundo
La ciñe eterna y fúlgida aureola:
¡Gigantes de la América española,
Hoy tenéis por altar al Nuevo Mundo!
Ningún rencor nuestro cariño entraña:
Del Chimborazo, cuya frente baña
El astro que a Colombia vivifica,
A la montaña estrella,
Que frente al mar omnipotente brilla,
Resuena dulce, sonorosa y bella
El habla de Castilla:
Heredamos su arrojo, su fe pura,
Su nobleza bravía.

¡Oh, España! juzgo mengua
Lanzarte insultos con tu propia lengua;
Que no cabe insultar a la hidalguía.
En nombre de Isabel, justa y piadosa,
En nombre de Colón, ningún agravio
Para manchar tu historia esplendorosa
Verás brotar de nuestro humilde labio.
¡A Colón, a Isabel el lauro eterno!
Abra el Olimpo su dorada puerta,
Y ofrezca un trono a su sin par grandeza:
Resuene en nuestros bosques el arrullo
Del aura errante entre doradas pomas:
Las flores en capullo
Denles por grato incienso sus aromas:
El volcán, pebetero soberano,
Arda incesante en blancas aureolas,
Y un himno cadencioso el mar indiano
Murmure eterno con sus verdes olas...
El universo en coro
Con arpas de cristal, con liras de oro,
Al ver a los latinos congregados,
Ensalce ante los pueblos florecientes
Por la América misma libertados,
Aquellos genios, soles esplendentes
De Colón e Isabel, y con profundo
Respeto santo y con amor bendito,
Libre, sereno, eterno, sin segundo,
Resuene sobre el Cosmos este grito:
¡Gloria al descubridor del Nuevo Mundo!
¡Gloria a Isabel, por quien miró cumplida
Su gigantesca empresa soberana!
¡Gloria, en fin, a la tierra prometida,
La libre y virgen tierra americana!
Think, Still Uncle, your Professor's Stone served
Apart which the Heart becheckers the Mind
Bid Desperation; Turns Milk into Curd
And churn the Cereal I must leave behind
Really now? Must I consume your Day's taste
And bake my Passion for Elder's submit
Traipsed by your Lamb; Yet the Owl saturate
Perching its claws by your shoulder remit
Thus, an Eighteen's Bag I wear. Twice reveal
Four Generations of the Same Old Rhyme
Which an added Three confirms what I feel
Thus winning the Contest of your Design.
Feel, Smoked Poet. To digest what he speaks
From Puritan despite; Great Sense he reeks.
Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
  contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
  tan callando;
  cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
  da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
  fue mejor.

  Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
  e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
  por passado.
  Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar
  lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
  por tal manera.

  Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
  qu'es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
  e consumir;
  allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
  e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
  e los ricos.

  Dexo las invocaciones
de los famosos poetas
  y oradores;
non curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
  sus sabores.
  Aquél sólo m'encomiendo,
Aquél sólo invoco yo
  de verdad,
que en este mundo viviendo,
el mundo non conoció
  su deidad.

  Este mundo es el camino
para el otro, qu'es morada
  sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
  sin errar.
  Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
  e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que cuando morimos,
  descansamos.

  Este mundo bueno fue
si bien usásemos dél
  como debemos,
porque, segund nuestra fe,
es para ganar aquél
  que atendemos.
  Aun aquel fijo de Dios
para sobirnos al cielo
  descendió
a nescer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
  do murió.

  Si fuesse en nuestro poder
hazer la cara hermosa
  corporal,
como podemos hazer
el alma tan glorïosa
  angelical,
  ¡qué diligencia tan viva
toviéramos toda hora
  e tan presta,
en componer la cativa,
dexándonos la señora
  descompuesta!

  Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
  y corremos,
que, en este mundo traidor,
aun primero que muramos
  las perdemos.
  Dellas deshaze la edad,
dellas casos desastrados
  que acaeçen,
dellas, por su calidad,
en los más altos estados
  desfallescen.

  Dezidme: La hermosura,
la gentil frescura y tez
  de la cara,
la color e la blancura,
cuando viene la vejez,
  ¿cuál se para?
  Las mañas e ligereza
e la fuerça corporal
  de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega el arrabal
  de senectud.

  Pues la sangre de los godos,
y el linaje e la nobleza
  tan crescida,
¡por cuántas vías e modos
se pierde su grand alteza
  en esta vida!
  Unos, por poco valer,
por cuán baxos e abatidos
  que los tienen;
otros que, por non tener,
con oficios non debidos
  se mantienen.

  Los estados e riqueza,
que nos dexen a deshora
  ¿quién lo duda?,
non les pidamos firmeza.
pues que son d'una señora;
  que se muda,
  que bienes son de Fortuna
que revuelven con su rueda
  presurosa,
la cual non puede ser una
ni estar estable ni queda
  en una cosa.

  Pero digo c'acompañen
e lleguen fasta la fuessa
  con su dueño:
por esso non nos engañen,
pues se va la vida apriessa
  como sueño,
e los deleites d'acá
son, en que nos deleitamos,
  temporales,
e los tormentos d'allá,
que por ellos esperamos,
  eternales.

  Los plazeres e dulçores
desta vida trabajada
  que tenemos,
non son sino corredores,
e la muerte, la çelada
  en que caemos.
  Non mirando a nuestro daño,
corremos a rienda suelta
  sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta
  no hay lugar.

  Esos reyes poderosos
que vemos por escripturas
  ya passadas
con casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
  trastornadas;
  assí, que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
  e perlados,
assí los trata la muerte
como a los pobres pastores
  de ganados.

  Dexemos a los troyanos,
que sus males non los vimos,
  ni sus glorias;
dexemos a los romanos,
aunque oímos e leímos
  sus hestorias;
  non curemos de saber
lo d'aquel siglo passado
  qué fue d'ello;
vengamos a lo d'ayer,
que también es olvidado
  como aquello.

  ¿Qué se hizo el rey don Joan?
Los infantes d'Aragón
  ¿qué se hizieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué de tanta invinción
  como truxeron?
  ¿Fueron sino devaneos,
qué fueron sino verduras
  de las eras,
las justas e los torneos,
paramentos, bordaduras
  e çimeras?

  ¿Qué se hizieron las damas,
sus tocados e vestidos,
  sus olores?
¿Qué se hizieron las llamas
de los fuegos encendidos
  d'amadores?
  ¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
  que tañían?
¿Qué se hizo aquel dançar,
aquellas ropas chapadas
  que traían?

  Pues el otro, su heredero
don Anrique, ¡qué poderes
  alcançaba!
¡Cuánd blando, cuánd halaguero
el mundo con sus plazeres
  se le daba!
  Mas verás cuánd enemigo,
cuánd contrario, cuánd cruel
  se le mostró;
habiéndole sido amigo,
¡cuánd poco duró con él
  lo que le dio!

  Las dávidas desmedidas,
los edeficios reales
  llenos d'oro,
las vaxillas tan fabridas
los enriques e reales
  del tesoro,
  los jaezes, los caballos
de sus gentes e atavíos
  tan sobrados
¿dónde iremos a buscallos?;
¿qué fueron sino rocíos
  de los prados?

  Pues su hermano el innocente
qu'en su vida sucesor
  se llamó
¡qué corte tan excellente
tuvo, e cuánto grand señor
  le siguió!
  Mas, como fuesse mortal,
metióle la Muerte luego
  en su fragua.
¡Oh jüicio divinal!,
cuando más ardía el fuego,
  echaste agua.

  Pues aquel grand Condestable,
maestre que conoscimos
  tan privado,
non cumple que dél se hable,
mas sólo como lo vimos
  degollado.
  Sus infinitos tesoros,
sus villas e sus lugares,
  su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?,
¿qué fueron sino pesares
  al dexar?

  E los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
  como reyes,
c'a los grandes e medianos
truxieron tan sojuzgados
  a sus leyes;
  aquella prosperidad
qu'en tan alto fue subida
  y ensalzada,
¿qué fue sino claridad
que cuando más encendida
  fue amatada?

  Tantos duques excelentes,
tantos marqueses e condes
  e varones
como vimos tan potentes,
dí, Muerte, ¿dó los escondes,
  e traspones?
  E las sus claras hazañas
que hizieron en las guerras
  y en las pazes,
cuando tú, cruda, t'ensañas,
con tu fuerça, las atierras
  e desfazes.

  Las huestes inumerables,
los pendones, estandartes
  e banderas,
los castillos impugnables,
los muros e balüartes
  e barreras,
  la cava honda, chapada,
o cualquier otro reparo,
  ¿qué aprovecha?
Cuando tú vienes airada,
todo lo passas de claro
  con tu flecha.

  Aquel de buenos abrigo,
amado, por virtuoso,
  de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
  e tan valiente;
sus hechos grandes e claros
non cumple que los alabe,
  pues los vieron;
ni los quiero hazer caros,
pues qu'el mundo todo sabe
  cuáles fueron.

  Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
  e parientes!
¡Qué enemigo d'enemigos!
¡Qué maestro d'esforçados
  e valientes!
  ¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
  ¡Qué razón!
¡Qué benino a los sujetos!
¡A los bravos e dañosos,
  qué león!

  En ventura, Octavïano;
Julio César en vencer
  e batallar;
en la virtud, Africano;
Aníbal en el saber
  e trabajar;
  en la bondad, un Trajano;
Tito en liberalidad
  con alegría;
en su braço, Aureliano;
Marco Atilio en la verdad
  que prometía.

  Antoño Pío en clemencia;
Marco Aurelio en igualdad
  del semblante;
Adriano en la elocuencia;
Teodosio en humanidad
  e buen talante.
  Aurelio Alexandre fue
en desciplina e rigor
  de la guerra;
un Constantino en la fe,
Camilo en el grand amor
  de su tierra.

  Non dexó grandes tesoros,
ni alcançó muchas riquezas
  ni vaxillas;
mas fizo guerra a los moros
ganando sus fortalezas
  e sus villas;
  y en las lides que venció,
cuántos moros e cavallos
  se perdieron;
y en este oficio ganó
las rentas e los vasallos
  que le dieron.

  Pues por su honra y estado,
en otros tiempos passados
  ¿cómo s'hubo?
Quedando desamparado,
con hermanos e criados
  se sostuvo.
  Después que fechos famosos
fizo en esta misma guerra
  que hazía,
fizo tratos tan honrosos
que le dieron aun más tierra
  que tenía.

  Estas sus viejas hestorias
que con su braço pintó
  en joventud,
con otras nuevas victorias
agora las renovó
  en senectud.
  Por su gran habilidad,
por méritos e ancianía
  bien gastada,
alcançó la dignidad
de la grand Caballería
  dell Espada.

  E sus villas e sus tierras,
ocupadas de tiranos
  las halló;
mas por çercos e por guerras
e por fuerça de sus manos
  las cobró.
  Pues nuestro rey natural,
si de las obras que obró
  fue servido,
dígalo el de Portogal,
y, en Castilla, quien siguió
  su partido.

  Después de puesta la vida
tantas vezes por su ley
  al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
  verdadero;
  después de tanta hazaña
a que non puede bastar
  cuenta cierta,
en la su villa d'Ocaña
vino la Muerte a llamar
  a su puerta,

  diziendo: "Buen caballero,
dexad el mundo engañoso
  e su halago;
vuestro corazón d'azero
muestre su esfuerço famoso
  en este trago;
  e pues de vida e salud
fezistes tan poca cuenta
  por la fama;
esfuércese la virtud
para sofrir esta afruenta
  que vos llama."

  "Non se vos haga tan amarga
la batalla temerosa
  qu'esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama glorïosa
  acá dexáis.
  Aunqu'esta vida d'honor
tampoco no es eternal
  ni verdadera;
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal,
  peresçedera."

  "El vivir qu'es perdurable
non se gana con estados
  mundanales,
ni con vida delectable
donde moran los pecados
  infernales;
  mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
  e con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos e aflicciones
  contra moros."

  "E pues vos, claro varón,
tanta sangre derramastes
  de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganastes
  por las manos;
e con esta confiança
e con la fe tan entera
  que tenéis,
partid con buena esperança,
qu'estotra vida tercera
  ganaréis."

  "Non tengamos tiempo ya
en esta vida mesquina
  por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
  para todo;
  e consiento en mi morir
con voluntad plazentera,
  clara e pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
  es locura."

  "Tú que, por nuestra maldad,
tomaste forma servil
  e baxo nombre;
tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
  como es el hombre;
tú, que tan grandes tormentos
sofriste sin resistencia
  en tu persona,
non por mis merescimientos,
mas por tu sola clemencia
  me perdona".

  Assí, con tal entender,
todos sentidos humanos
  conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos e hermanos
  e criados,
  dio el alma a quien gela dio
(el cual la ponga en el cielo
  en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dexónos harto consuelo
  su memoria.
Fa Be O Feb 2013
me gustas cuando me miras así,
con esas ganas que no se saben disimular;
eres un rey,
eres mi rey.

tus besos de cafe,
tus pestañas largas de niño,
Tus ojos entre-cerrados;
Eres un rey,
Eres mi rey.

Eres un rey,
Los modales de una nobleza extinta,
Tu nariz aristócrata,
Tu piel de emperador Azteca;
Eres mi rey.

Este cuerpo,
Esclavo tuyo,
Mi rey,
Te espera,
Te cumple,
Te quiere.

Eres un rey,
Eres mi rey.

Ordenas con tus dedos,
Mandas con los labios,
Dictas con tu lengua....

Comandas cada guerra,
Mi rey,
Que empieza en mi corazón,
Y eres el general
Que solo sabe ganar..

Presides de las pequeñas montañas
Que son mis pechos así,
De el río de deseo que sabes empezar en mi,
Reinas en mi alma,
Que florece con tus besos,
Eres un rey,
Eres mi rey.
2/18/13
Nicole Mar 2015
Mientras tanto, estás esperando la respuesta de esa persona que es importante en tu vida, pero nada ha llegado.
Comienzas a desesperarte pensando en lo que podría estar pasando.
Es ahí, cuando no aguantas más, decides hacer una pequeña búsqueda y algo terribe te vas a encontrar.
Esa persona ya no es quien creías, te derrumbas por dentro y sin palabras comienzas a llorar.
Te das cuenta de lo mucho que la querías y que por ella cualquier cosa darías, pero vuelves a pensar y caes en cuenta de que a ella nada de eso le va a importar.
Mientras esa persona sigue su vida como si nada pasara, tú te mantienes en una esquina callado, pensando, sin querer alguien a tu lado.
¿Qué más se puede hacer?
Es tiempo de aceptar la realidad y con tu vida seguir, como si esa persona ya no viviera en ti.
Los recuerdos invaden tu mente, pero eso nadie lo ve, claramente.
Sigues tu rutina diaria, sonriendo y pretendiendo, pero nadie sabe que en tu interior sientes que estás muriendo.
Esa es la historia de un niño locamente enamorado, cuando de su confianza y nobleza abusaron, cuando por ella todo lo había dado, cuando todas sus esperanzas han quitado y sus sueños han esbaratado.
Escrito de último minuto
El lastimado Belardo
con los celos de su ausencia
a la hermosísima Filis
humildemente se queja.

«-¡Ay, dice, señora mía,
y cuán caro que me cuesta
el imaginar que un hora
he de estar sin que te vea!

¿Cómo he de vivir sin ti,
pues vivo en ti por firmeza,
y ésta el ausencia la muda
por mucha fe que se tenga?

Sois tan flacas las mujeres
que a cualquier viento que llega
literalmente os volvéis
como al aire la veleta.

Perdóname, hermosa Filis,
que el mucho amor me hace fuerza
a que diga desvaríos,
por más que después lo sienta.

¡Ay, sin ventura de mí!
¿qué haré sin tu vista bella?
daré mil quejas al aire
y ansina diré a las selvas:

¡Ay triste mal de ausencia,
y quien podrá decir lo que me cuestas!

No digo yo, mi señora,
que estás en aquesta prueba
quejosa de mi partida,
aunque sabes que es tan cierta.

Yo me quejo de mi suerte,
porque es tal, y tal mi estrella,
que juntas a mi ventura
harán que tu fe sea fuerza.

¡Maldiga Dios, Filis mía,
el primero que la ausencia
juzgó con amor posible,
y dispuso tantas penas!

Yo me parto, y mi partir
tanto aqueste pecho aprieta,
que como en bascas de muerte
el alma y cuerpo pelean.

¡Dios sabe, bella señora,
si quedarme aquí quisiera,
y dejar al mayoral
que solo a la aldea se fuera!

He de obedecerle al fin,
que me obliga mi nobleza,
y aunque amor me desobliga,
es fuerza que el honor venza-».

¡Ay triste mal de ausencia,
y quien podrá decir lo que me cuestas!
Las horas no han pasado, todavía,
y está mañana lejos igual a un arrecife
que apenas distingo.                           Tú no sientes
cómo el tiempo se adensa en esta habitación
con la luz encendida, como está fuera el frío
lamiendo los cristales...Qué desprisa,
en mi cama esta noche, animalito,
con la simple nobleza de la necesidad,
mientras que te miraba, te quedaste dormido.Así pues, buenas noches.
                                        Ese país tranquilo
cuyos contornos son los de tu cuerpo
da ganas de morir recordando la vida,
o de seguir despierto
-cansado y excitado- hasta el amanecer.A solas con la edad, mientras tú duermes
como quien no ha leído nunca un libro,
pequeño animalito: ser humano
-más franco que en mis brazos-,
por lo desconocido.
Adrián Poveda Jan 2016
Suenan campanas difíciles de oír, dentro de ti,
son tus metáforas y mi poca cordura en colisión,
formando notas que no podemos decir,

Surcas la nobleza de decir sin decir, naturalmente
quieres que yo diga lo que no puedes contar,
pero ante el andar de la duda y tus acertijos
prefiero volar inconsciente
y darle cabida a un nuevo presente.

Quiero decirte que eres vital para mí
que con tus besos y tus misterios me haces sonreír,
tus recuerdos dibujan conciertos dentro de mí,
es lamentable que me tenga que ir.
A una mujer, una amiga, te quiero...

Copyright © 2016 Adrián Poveda All Rights Reserved
Yo tengo en el hogar un soberano
Único a quien venera el alma mía;
Es su corona de cabello cano,
La honra es su ley y la virtud su guía.
En lentas horas de miseria y duelo,
Lleno de firme y varonil constancia,
Guarda la fe con que me habló del cielo
En las horas primeras de mi infancia.
La amarga proscripción y la tristeza
En su alma abrieron incurable herida;
Es un anciano, y lleva en su cabeza
El polvo del camino de la vida.
Ve del mundo las fieras tempestades,
De la suerte las horas desgraciadas,
Y pasa, como Cristo el Tiberíades,
De pie sobre las horas encrespadas.
Seca su llanto, calla sus dolores,
Y sólo en el deber sus ojos fijos,
Recoge espinas y derrama flores
Sobre la senda que trazó a sus hijos.
Me ha dicho: «A quien es bueno, la amargura
Jamás en llanto sus mejillas moja:
En el mundo la flor de la ventura
Al más ligero soplo se deshoja.
»Haz el bien sin temer el sacrificio,
El hombre ha de luchar sereno y fuerte,
Y halla quien odia la maldad y el vicio
Un tálamo de rosas en la muerte.
»Si eres pobre, confórmate y sé bueno;
Si eres rico, protege al desgraciado,
Y lo mismo en tu hogar que en el ajeno
Guarda tu honor para vivir honrado.
»Ama la libertad, libre es el hombre
Y su juez más severo es la conciencia;
Tanto como tu honor guarda tu nombre,
Pues mi nombre y mi honor forman tu herencia.»
Este código augusto, en mi alma pudo,
Desde que lo escuché quedar grabado;
En todas las tormentas fue mi escudo,
De todas las borrascas me ha salvado.
Mi padre tiene en su mirar sereno
Reflejo fiel de su conciencia honrada;
¡Cuánto consejo cariñoso y bueno
Sorprendo en el fulgor de su mirada!
La nobleza del alma es su nobleza,
La gloria del deber forma su gloria;
Es pobre, pero encierra su pobreza
La página más grande de su historia.
Siendo el culto de mi alma su cariño,
La suerte quiso que al honrar su nombre,
Fuera el amor que me inspiró de niño
La más sagrada inspiración del hombre.
Quisiera el cielo que el canto que me inspira
siempre sus ojos con amor lo vean,
Y de todos los versos de mi lira
Estos dignos de su nombre sean.
El aura popular me trajo un día
Un nombre que la fama y la victoria
Coronaron de luz y poesía
En la tierra del arte y de la gloria.

Brotando del estruendo de la guerra,
De patricia virtud germen fecundo,
Cruzó como relámpago la tierra,
Y como himno triunfal vibró en el mundo.

Símbolo de una causa redentora,
Conquistó aplausos, lauros, alabanza,
Y brilló sobre Italia como aurora
De libertad, de unión y de esperanza.

¡Garibaldi! con júbilo exclamaba
Entusiasmado el pueblo por doquiera,
Y América ese nombre lo agregaba,
Como nuevo blasón, a su bandera.

¡Oh titán indomable! tú traías
Sobre tu fe la inspiración del cielo,
Y eras para tus pueblos el Mesías
Anunciado por Dante y Maquiavelo.

En la lucha león, niño en el trato,
Clemente y fraternal con los vencidos,
Fue tu palabra el toque de rebato
Que despertó los pueblos oprimidos.

Por donde quiera que tu faz asoma,
Su salvador el pueblo te proclama,
Y Bolonia, Milán, Nápoles, Roma,
Responden a tu esfuerzo y a tu fama.

Es de un hijo de Esparta tu bravura;
Fuego de Grecia en tu mirar entrañas;
Y en el Tirol tu bíblica figura
Parece un semidiós de las montañas.

Tu abnegación sublime me conmueve;
No es mi laúd quien tu alabanza entona:
La eterna voz del siglo diez y nueve
Por todo el mundo tu valor pregona.

Tuviste siempre corazón entero
Donde ningún remordimiento anida,
Pecho de bronce, voluntad de acero,
Ojos radiantes de esperanza y vida.

Marino en la niñez, acostumbrado
A combatir la tempestad a solas,
Diste a tu genio el vuelo no domado
Del huracán al encrespar las olas.

No me asombra en Egipto Bonaparte
Que las altas pirámides profana;
Me admiras tú, clavando tu estandarte
En la desierta pampa americana.

Al César vencedor el turbio Nilo
Aun en sus ondas con terror retrata,
Mientras tu rostro escultural, tranquilo
En su cristal azul dibuja el Plata.

¿Dónde habrá más virtud y más
nobleza:
En el que al mundo en su ambición oprime,
O en el que, sin corona en la cabeza,
Unifica su patria y la redime?

¡Eras un gladiador! Te halló más fuerte
Que un cedro de los Alpes tu destino.
Forma, desde tu cuna hasta tu muerte,
Un bosque de laureles tu camino.

Cuando la hiel de todos los dolores
Cayó en tu abierto corazón de atleta,
Fue la cruz de los grandes redentores
La visión de tu numen de profeta.

Viendo en toda la Italia una familia,
Tanto te sacrificas en su abono,
Que cuando audaz conquistas la Sicilia,
Por no romper la unión, la das al trono.

¡Bendigo tu misión! El mundo ingrato,
Que hoy aplaude tu nombre y lo venera,
Olvidará que fuiste un Cincinato
En tu retiro augusto de Caprera.

Negará que tu te republicana,
Iluminando siempre tu horizonte,
Brilló en Palermo, deslumbró en Mentana,
E irradió como sol en Aspromonte.

Olvidará también que tus legiones
Llevaron siempre combatiendo, fieles,
Por escudos sus nobles corazones,
Las glorias de la patria por laureles.

Mas no podrá negar que, entre prolijos
Goces, te vimos con amor profundo,
Dar tu sangre y la sangre de tus hijos
Por defender la libertad del mundo

No sólo Roma con viril acento
Ensalzará tu nombre, ilustre anciano,
Que ya dejas perpetuo monumento
En cada corazón americano.

Francia se enorgullece con tu nombre;
Méjico rinde culto a tu memoria;
Y no hay una nación que no se asombre
De tu fe, de tu genio y de tu gloria.

Sirva a los pueblos libres de amuleto
Tu nombre, que la historia diviniza,
Y el mundo mire siempre con respeto
El ánfora que guarde tu ceniza.

La República fue tu culto santo
La unión de Italia tu ambición suprema,
La blusa roja tu purpúreo manto,
Y el gorro frigio tu imperial diadema.
Es media noche; la luna
Irradia en el firmamento;
Y riza al pasar el viento
Las ondas de la laguna.

En el bosque secular,
Y entre el tupido ramaje,
Turba el pájaro salvaje
La quietud con su cantar.

Y entre los contornos vagos
Del horizonte, a lo lejos
Brillan cual claros espejos,
Al pie del monte, los lagos.

Yace en paz, sola y rendida
De Tenoch la ciudad bella,
Parece que impera en ella
La muerte más que la vida.

Y no es ficción, es verdad;
Que fue tan triste su suerte
Que la orillan a la muerte
El luto y la soledad.
Su esplendor está apagado
De la guerra al terremoto;
El gran huebuetl está roto
Y el teponaxtle callado.

No alumbra el teocal, la luz
Del copal de suave aroma,
Porque el teocal se desploma
Bajo el peso de la cruz.

No cubren mantos de pluma
Los cuerpos de altivos reyes;
Tiene otro Dios y otras leyes
La tierra de Moctezuma.

Y ante este Dios y esta ley
Que transforman su recinto
Sólo al César Carlos Quinto
Reconoce como rey.

¡Cuántos heroicos afanes!
¡Cuántos horribles estragos
Han visto bosques y lagos,
Ventisqueros y volcanes!

Está el palacio vacío
Sin pompas ni ricas galas;
Desiertas se ven sus salas
Su exterior mudo y sombrío.

Y zumba en su derredor
Sel viento la aguda queja,
Como un suspiro que deja
Honda impresión de dolor.

Es el profundo lamento
De una raza sin fortuna:
¡La sangre que en la laguna
Flota y se queja en el viento!

Por eso duerme rendida
De Tenoch la ciudad bella,
Como si imperase en ella
La muerte más que la vida.
Frente a la anchurosa plaza,
Cerca del teocal sagrado
Y del palacio olvidado
Que pronta ruina amenaza,

Donde con riqueza suma
Viviera, en tiempo mejor,
Axayacatl el señor
Y padre de Moctezuma,

En corta y estrecha calle
Desde la cual, el que pasa
Mira fabricar la casa
Del alto marqués del Valle.

Así en la noche sombría
Como en la tarde callada
Y al fulgor de la alborada
Con que nace el nuevo día,

En toscas piedras sentado
Y con harapos vestido,
Entre las manos hundido
El semblante demacrado;

Un hombre de aspecto rudo,
Imagen de desventura,
Siempre en la misma postura,
Y como una estatua muda,

Inclinada la cabeza,
Allí lo encuentra la gente,
como la expresión viviente
De la más honda tristeza.

¿En qué piensa? ¿Qué medita?
¿Qué dolor su alma destroza
Que ni llora, ni solloza,
Ni se queja, ni se agita?

En su conjunto reviste
Tanta tristeza ignorada,
Que la gente acostumbrada
clama al verlo: «¡el indio triste!»

Le conocen por tal nombre
En el pueblo y la nobleza,
Y dicen: es la tristeza
Que tiene formas de hombre.

A nadie llegó a contar
Su tenaz dolor profundo;
Siempre triste lo vio el mundo
En aquel mismo lugar;

Tal vez fue algún descendiente
De los nobles mejicanos,
Que al ver en extrañas manos
Y en poder de extraña gente

La nación que libre un día
Vivió con riqueza y calma
Sintió en el fondo del alma
Horrible melancolía.

Y sin ninguna amenaza,
Viendo a su nación cautiva,
Fue la expresión muda y viva
De la aflicción de su raza.

Muchos años se le vio
En igual sitio sentado,
Y allí pobre y resignado
De su tristeza murió.

Su desconocida historia
Al vulgo pasma y arredra,
Y en tosca estatua de piedra
Honrar quiso su memoria.

La estatua al cabo cayó,
Que al tiempo nada resiste,
Y «Calle del Indio Triste»
Esa calle se llamó,

Sin poder averiguar
Con ciencia ni sutileza
La causa de la tristeza
Del indio de aquel lugar;

Pero en nuestro hermoso valle,
Y en nuestra mejor ciudad,
Pasan de edad en edad
Ese nombre y esa calle.
Casi mediando por filo
El siglo decimosexto,
Pues sólo faltaba un año
Para diez lustros completos,
Un pregón del Santo Oficio
Puso en gran alarma a México
Asombrando a la nobleza
Y a la plebe dando miedo.
Iban a ser conducidos
Con gran pompa al Quemadero
Más de cien penitenciados,
De grandes crímenes reos.

Herejes y judaizantes,
Desde largo tiempo presos,
Y firmes en las doctrinas
De Moisés y de Lutero,
De sus terribles sentencias
Fijado el lúgubre término
Pronto como relajados
Iban a ser un ejemplo,
Una sagrada enseñanza,
Prueba, verdad y escarmiento
De que los hijos del diablo
Deben morir en el fuego.

Alzáronse inmensas piras
Sobre aquel lugar siniestro,
Donde hallamos una plaza
de mercado en nuestros tiempos,
Al lado sur del Palacio
Donde reside el Gobierno.
Cansáronse muchos hombres,
Gastóse mucho dinero
En los mil preparativos
Del auto de fe más *****
Que la Inquisición registra
En su historia en nuestro suelo.

Y corrió de boca en boca,
Jurando todos ser cierto,
Que ordenaba el Santo Oficio
Que desde el conde al pechero
Revistieran las fachadas
De sus propios aposentos
Con todo lo que mostrase
Aflicción, terror y duelo.

Que en balcones y ventanas
De las casas del trayecto,
Que recorrer deberían
Hasta el suplicio los reos,
Se pusieran crucifijos
Con verdes ceras ardiendo;
Lazos y cortinas negras,
Ramas de ciprés con heno
Y por únicos adornos
Los atributos más tétricos
De estatuas y de retablos
En tumbas y cementerios.

Que al pasar la comitiva,
Con numeroso cortejo
De inquisidores y jueces
Y de verdugos y pueblo,
Ninguno hablara en voz alta
Para no ofender al cielo,
Y que de todas las bocas
Salieran fervientes rezos,
Para así atenuar un tanto
La suerte de los confesos.
Que era obligación de todos
Rezar contritos el Credo
Y repetirlo las veces
Que les permitiera el tiempo
Que tardaran en cambiarse
En cenizas los incrédulos.

Por último el Santo Oficio,
A nobles como a plebeyos,
Ordenaba que llevasen
En torno del Quemadero
A sus esposas e hijos
Para tomar escarmiento
De cómo padece y muere
Y causa terror un réprobo.

Y les previno asimismo
Que aquel que por sentimiento,
Por compasión o ternura
En instantes tan supremos
Solicitara clemencia
O indulto para los reos,
A las terribles hogueras
Fuera arrojado con éstos.

Y se mandó que ninguna
De las gentes de este Reino
Pudiera asistir al auto
Ni conocer a los reos
Sin haber en su parroquia
Cumplidos los sacramentos
Que lavan de toda culpa
Y curan de todo yerro.

Con tan graves prescripciones
Los habitantes de México
Esperaban el instante
En que un castigo tremendo
Iba a cumplirse, llevando
Cien hombres al Quemadero.
No hay plazo que no se cumpla,
Dice un sabido proverbio,
Y al fin llegó la alborada
Que ansioso esperaba el pueblo.
Dentro de las tristes celdas
A los infelices reos
Sus verdugos de rodillas
Estas cosas les dijeron:

«Nosotros, que vuestras vidas
Por mandato cortaremos,
Vuestro perdón demandamos
En nombre del Juez Supremo
A quien también le pedimos
Que os liberte del infierno».

Y esta fórmula cumplida
Visten con hopa a los presos,
Y los disponen y alistan
para caminar al fuego.

Entre todos, allí estaba
Ocupando el primer puesto
Un judaizante muy rico
y de carácter de hierro.

Contaban propios y extraños,
En público y en secreto
Que vino a la Nueva España
A dedicarse al comercio.

Construyó un amplio palacio
Un tanto churrigueresco,
En el barrio más distante
De la capital del reino.

Y arregló en el piso bajo
Una casa de comercio
Con dos puertas, de las cuales
Una tuvo el privilegio

De que si entraba por ella
Un comprador forastero,
Sacaba, sin explicárselo,
Más baratos los efectos.

Así vivió sin zozobras
El mercader mucho tiempo,
Y le debió a una desgracia
Turbar tan dulce sosiego.

Tuvo entre su muchedumbre
A una mujer a quien dieron
Orden de que investigase
De aquel hombre los secretos;
Y ella, astuta y maliciosa,
Y fanática en extremo
Llegaba noche por noche
Junto a la alcoba del dueño,
Y no le vio santiguarse
Ni le escuchó ningún rezo.

Pero sí notó que siempre
Se escucharan raros ecos
De golpes, como si diera
Azotes en algún cuerpo;
Miró por la cerradura
Y vio con asombre inmenso
Que aquel hombre fustigaba
Con un rebenque de cuero
A un Niño Jesús, desnudo
Y tendido sobre el suelo.

Le dio parte a la justicia
Y no pasó mucho tiempo
Sin que al hereje encontrara
El inquisidor Aldeño,
Dando golpes a la imagen
Del Príncipe de los Cielos.

Registrada aquella casa,
Encontraron que el hebreo
En una de las dos puertas
De su casa de comercio
Enterró dos crucifijos
Y formaba su contento
Vender al que los pisaba
Más baratos los efectos.

Por crímenes tan terribles,
Por tan grandes sacrilegios,
Sentenciólo el Santo Oficio
A ser arrojado al fuego,
Con coraza en la cabeza
Y sambenito en el cuerpo,
Conducido con una mula,
Montado en sentido inverso,
Con el rostro hacia la cola,
Custodiado por dos negros.

Y que después de quemado,
Para enseñanza del pueblo,
Se esparcieran las cenizas
En alto a los cuatro vientos,
Confiscándose sus bienes,
Su habitación maldiciendo,
Regando con sal y lumbre
Los muros y los cimientos
Y condenando a sus hijos
A calabozo perpetuo.
Cuentan viejos pergaminos
Que el excomulgado reo,
Cuando al suplicio marchaba
Daba pavor por blasfemo.

Y que la mula elegida
Para conducir su cuerpo
Se encabritó tantas veces
Que dio con él en el suelo;
Y temiéndose que vivo
No llegara al Quemadero,
Ordenaron que subiera
Para sujetarlo un *****,
Que lo estrechó entre sus brazos
En gran parte del trayecto.

El pueblo que contemplaba
Tan espantosos sucesos,
Sin explicarse el motivo,
Dijo para sus adentros:
«Este hereje lleva el diablo
Tan bien metido en el cuerpo,
Que ni la mula aguanta
Para no ofender al cielo».

Por ventanas y balcones,
En vez de salmos y rezos,
Le arrojaban anatemas,
Maldiciones y denuestos;
Y como era mes de julio
En que siempre llueve en México,
Y estaba el cielo nublado
Y nada agradable el cierzo,
Las gentes se sospechaban
Que por no ver al blasfemo,
Entre cenicientas nubes
Permaneció el sol envuelto.

Así al horrible suplicio
Llegaron a pasos lentos
Más de cien excomulgados,
Todos firmes y confesos.

Tocó el turno al israelita
Que fue entre todos aquellos
El primer quemado vivo
Por sus grandes sacrilegios.

Y dicen que al verse atado
Al tosco mástil de hierro
Y cuando ya lo envolvían
Las rojas lenguas del fuego,
Les gritaba a los verdugos
Con tosco y rabioso acento
«Echen más leña, infelices,
Que me cuesta mi dinero».
Han transcurrido dos siglos
Y aún está de pie y entero
El palacio en que habitara
El infortunado reo.

Llamóse Tomás Tremiño;
No murió joven ni viejo
Y fue de carácter firme
Y de condición discreto.

No se ha borrado su nombre
De la memoria del pueblo,
Porque siempre el infortunio
Del cristiano y del hebreo
Hace palpitar llorando
A los corazones buenos.

Y se encomia y se bendice
Y se aplaude con anhelo
La dicha de haber nacido
Con la razón y el derecho
Y sin hogueras que forjen
Los grillos del pensamiento.
Aún estaba conmovido
El bajo pueblo de Anáhuac
Recordando el fin postrero
De los dos hermanos Ávila;

Aún al cruzar por las noches
La anchurosa y triste plaza,
Al mirar en pie las horcas
Las gentes se santiguaban;

Y aún en algunos conventos
Rezábanse las plegarias
A fin de que los difuntos
Lograsen salvar sus almas;

Cuando un pregón le decía
A la curiosa canalla
Que por atroces delitos,
Que por pudor se callaban,

Iba a ser ajusticiado
Por voluntad del monarca
Un ***** recién venido
Con un noble a Nueva España.

Como se anunció la fecha
La gente acudió a la plaza,
En tal número y desorden
Que un turbión asemejaba,

Porque en los terribles casos
En que la justicia mata
La humanidad se desvive
Por mostrar que no es humana.

Desde que lució la aurora
Acudió la gente en masa
Y muchos allí durmieron
Esperando la mañana.

Mirábanse a los verdugos
Que el cadalso custodiaban
Ya con los rostros cubiertos
Con una insultante máscara.

El sol estaba muy alto,
La gente con vivas ansias,
Los verdugos en acecho
Y los soldados en guardia;

Y ninguno suponía
Que el acto aquel se frustrara
Cuando de mirar al reo
Perdieron las esperanzas.

De pronto, a galope llega
Un dragón junto a las tablas
Del cadalso, y con alguno
De los centinelas habla.

Los verdugos, para oírlo
Descienden la escalinata,
Y corre un rumor que anuncia
Que la ejecución se aplaza.

El toque de los clarines
Pronto anuncia retirada,
Y en diversas direcciones
Plebe y soldados marchan.

Hay disgusto en los semblantes
De mozuelas y beatas,
Pues como a ninguno ahorcaron
Han perdido la mañana.

Y se resienten de verse
Por el Pregón engañadas,
Y viendo solo el cadalso,
Rezan, murmuran y charlan.

Los curiosos insistentes
Que averiguan la causa
Del retardo, al fin descubren
Lo que nadie se explicaba.

Cuentan que trayendo al *****
De San Lázaro a la plaza,
Cuando apenas por oriente
Se vislumbró la mañana,

Cercado por alguaciles
Y por mucha gente armada,
Bebiéndose de amargura
Sus propias, ardientes lágrimas,

Con voz fúnebre pidiendo
Que hicieran bien por su alma,
Un sacerdote entregado
A cumplir siempre estas mandas;

Mirando a todas las gentes
En balcones y ventanas
Darle el adiós postrimero
Entre llantos y plegarias.

El ***** que parecía
De susto no tener alma,
Cruzó por una calleja
Tan angosta como larga,

Donde entre humildes jacales
Surgía como un alcázar
Un caserón de tezontle
Con paredes almenadas,

Con toscas rejas de hierro
En forma de antiguas lanzas,
Con canales cual cañones
Que el alto muro artillaban,

Y bajo el vetusto escudo
De ininteligible heráldica
Un ancho portón forrado
De gruesas y obscuras láminas;

Teniendo como atributo
Que las gentes veneraban,
Una cadena de acero burda,
Negra, tosca y larga.

Con sus ojos que vertían
Raudales de vivas llamas,
Mira el ***** de soslayo
Aquella ostentosa casa,

Y sin que evitarlo puedan
Los cien que lo custodiaban
Tan ligero como un rayo
Del centro se les escapa,

Gana de un salto la acera,
Se arrodilla en la portada
Y cogiendo la cadena
En las dos manos, con ansia

Grita con voz que parece
Un rugido: «¡Pido gracia!
¡Pido gracia a la nobleza
De nuestro amado monarca!»

Y corchetes y alguaciles
Y arcabuceros y guardias
Se quedaron asombrados
Y sin responder palabra.

Porque sabido de todos era
Que en aquella casa vivía
Un señor de abolengo
Entre los grandes de España,

Que por fuero de linaje
En sus títulos estaba
Tener cadena en su puerta
Y pendón en la fachada.

El reo que esa cadena,
Por su fortuna tocara
Al marchar para el cadalso,
De la muerte se libraba.

Y el *****, que esto sabía,
Tuvo la fortuna extraña
De alcanzar tal privilegio
Que otro ninguno lograra.

Mirando lo sucedido,
Nobles, corchetes y guardias,
Con gran susto de la escena
No siguieron a la plaza,

Pues tornaron al presidio
La víctima afortunada;
Al Virrey le dieron parte
Y todo quedóse en calma.

Hoy sólo existen los muros
De la mansión legendaria,
Sin huellas de las almenas
Ni escudo de la portada.

Y dicen los que lo saben,
Doctos en antiguas causas,
Que la angosta callejuela
De «La Cadena» hoy se llama.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
Cuando asqueados de la bajeza humana,
Cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.

En 1961 y en ciudad extraña,
Más de un cuarto de siglo
Después. Trivial la circunstancia,
Forzado tú a pública lectura,
Por ella con aquel hombre conversaste:
Un antiguo soldado
En la Brigada Lincoln.

Veinticinco años hace, este hombre,
Sin conocer tu tierra, para él lejana
Y extraña toda, escogió ir a ella
Y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
Juzgando que la causa allá puesta al tablero
Entonces, digna era
De luchar por la fe que su vida llenaba.
Que aquella causa aparezca perdida,
Nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
Sólo atendieran a ellos mismos,
Importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
Por eso otra vez hoy la causa te aparece
Como en aquellos días:
Noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
A través de los años la derrota,

Cuando todo parece traicionarla.

Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.

Gracias, Compañero, gracias

Por el ejemplo. Gracias porque me dices

Que el hombre es noble.

Nada importa que tan pocos lo sean:

Uno, uno tan sólo basta

Como testigo irrefutable

De toda la nobleza humana.
En la amplitud benigna del contorno
y rompiendo el mutismo del paisaje
flotan como poema de consuelo
las estrofas metálicas
de las torres parleras;
retratan el matiz de la llanura
en su inmóvil pupila
las vacadas dispersas en la margen
del río que abandona en su corriente
sus vellones de armiño
y refleja del puente en las columnas
su música de acentos virgilianos;
y parece que el alma de las cosas
más imponentes del nativo suelo
me saluda con voces fraternales.
El rumor de una interna clarinada
resucita del fondo de mi mente
a los preclaros héroes del terruño
y me siento orgulloso de la sangre
que hincha mis arterias juveniles;
miro que están en pie los viejos muros
de la casa paterna
y con los hilos frágiles del sueño
reconstruyo el momento de la dicha;
las jardines fragantes
disipan con sus prados luminosos
las obstinadas nieblas de mi invierno,
y con su nota azul me torna alegre
la familiaridad de las montañas.
Vuelvo otra vez a tu clemente asilo,
tierra de amor donde mis ojos vieron
de la existencia las primeras luces,
y al llegar a tu abrigo me conforto
con el sano perfume de tus brisas;
en el mudo jardín de mi tristeza
evocan las escenas de la infancia
de la dicha los pájaros locuaces;
oigo la voz solemne del pasado
sonar alegremente en el silencio
de mis desolaciones interiores;
y al ver el apiñado caserío
que guarda entre sus muros paternales
a la mujer que iluminó mi senda
haciendo que brotara mi cariño
en románticas flores,
miro apuntar la aurora sonriente
en la noche sin fin de mi congoja,
charlando en los aleros de mi alma
la errante golondrina del recuerdo.
¡Oh tierra bendecida que idolatro
con el más reverente de los cultos,
con qué júbilo inmenso reconozco
la religiosidad de tus matronas
y la hidalga nobleza de tus hijos!
En tu regazo amante se mitiga
el rigor de mis duelos incurables,
me das el dulce título de hermano
y con ansias anhelo,
como en un insinuante panteísmo,
ser el bronce que suena en tus esquilas,
una roca prendida en tus picachos
o un álamo llorón junto a las tapias
de tu dormido y grave cementerio.
Su nombre: Pantaleón
Gutiérrez de ilustre estirpe,
Enaltecida en España
Con heroicidad en lides,
Y de nobleza de alma
Con altos y claros timbres.
Era «Patriarca» llamado
En toda la altiplanicie.
Con la mano siempre abierta
Lo vieron los infelices,
Porque él sabía que al cielo
Se presta cuanto reciben,
Como dádiva en la tierra,
Los que en la miseria gimen
Con hambre, y en el invierno
Sin techo que los abrigue.

Era noche tormentosa,
Sin una estrella visible
En Santa Fe. Luces trémulas
En lejanos camarines
Algún retablo alumbraban
O la imagen de la Virgen.
En las calles solitarias
El agua corría libre,
Y en los cercados conventos
Se oían salmodias tristes
De todos cuantos en éxtasis
Lejos ya del mundo viven.

El «Patriarca» terminaba
Su rosario, y golpes firmes
Oyó en el portón. Abierto,
Entra, de mirada humilde,
Un visitante. Abatido,
Y con débil voz le dice:
-«Todo ha sido en vano, todo;
No hallé a nadie que me fíe.
A su bondad apelando,
A su casa anoche vine;
Usted me ofreció el dinero,
Pero fiador me exige.

»Acudí a muchos, y todos
Me han dicho que es imposible...
De malos negocios me hablan
Y de situación difícil...
Que aunque me juzgan honrado
El plazo puede cumplirse
Sin que la deuda se pague...
Y, en tanto, miseria horrible
En mi hogar. Esposa e hijos
Con harapos, pan me piden.
Comprometida mi honra,
Y la suerte me sonríe
Ahora por vez primera,
El corazón me lo dice,
Pero necesito el préstamo;
De otro modo habré de hundirme
Sin que una luz, aunque débil,
De esperanza ante mí brille».

El «Patriarca» le responde
Con voz en que se percibe
 La caridad de las almas
Que del bien nunca se eximen:
-«Tendrá el dinero al instante
Como anoche se lo dije,
Y sin interés, mas debe
Traerme aquí quién lo fíe.
El dinero es de mi hijos...
Mi conciencia así lo exige».

-«Lo comprendo. Sin descanso
Me moví, y esfuerzo hice.
A un amigo y a otro amigo
La fianza fui a pedirles,
Más la pobreza es pobreza,
Y el egoísmo invencible,
Y la honradez de otros años
Se olvida, y de nada sirve.
Pero un fiador yo tengo:
Mi corazón, siempre libre
De doblez, en Él reposa;
Sobre el dolor que me aflige...
Más ignoro si le basta».

El «Patriarca» entonces dice:
-«No exijo mucho. Tan solo
Un testigo».
Abrió su humilde
Capa. Bajo ella traía
Un crucifijo
Él, que vive
Consolándome en mis penas;
Él, que en horas de indecible
Amargura, ve en mi alma,
Me  conoce, y será firme
Garantía de mi deuda,
Así sollozando dice.
-«Es más e lo que pedía».
Responde.
Al punto recibe
El dinero. Y el «Patriarca».
De Cristo la santa efigie
Que le daba por testigo
En devolvérsela insiste.

-«No, Guarde ese Crucifijo,
Fiador que me permite
Rescatar mi honra. Algún día
Vendré por él».
Otra triste
Noche vuelve el visitante,
Más, ¡cuán distinto! Despiden
Luz animada sus ojos,
Y al «Patriarca» se dirige
Con el dinero prestado.
En tanto, feliz sonríe,
-«Reciba las bendiciones
A la que ha salvado», exclama.
Y el «Patriarca», de apacible
Mirada, descuelga el Cristo.
-«No. Reténgalo», le dice,
«Guarde e fiador que un día,
En mi desventura horrible
No me abandonó. Que Él sea
De mi gratitud sin límites
Memoria imperecedera;
Y esas manos que redimen
Sobre la cruz enclavadas,
Manos del Mártir sublime,
Sean manos adorables
Que siempre su hogar bendicen».
Leydis Jun 2018
Somos dos bestias
con deseos silvestres,
sandias nos llaman
porque conquistando
nuestro destino a
paso fino vamos,
sin pedir permiso
y sin dar cuentas,
damos riendas suelta
a quien se piense nuestro
dueño y amo.

Abriendo camino,
vamos cabalgando,
el camino corrido
detrás vamos dejando.
Cada trote nos va preparando
para el inevitable cruce
atesorado detrás de cada frontera,
mas con gran esfuerzo hay
que afrontar la senda,
para explorar sus aguas
y cultivar la tierra.

Cada azote nos obliga a bajar
la cabeza, para inhalar
un suspiro que nos llene de fuerzas,
pugnando el desafió
con elegancia y braveza.

Somos dos bellas bestias
con fuerza tan intensas,
que la fusta no asusta a
nuestra indomable esencia..,
al contrario nos empuja
a destronar a quien se piensa,
que con su fuerza podrá
subyugar nuestra bondad y nobleza.

Bestias negras, bestias bellas,
guiadas por la entraña,
escuchando la plegaria del
viento, el mar y la tierra,
que en cada mañana nos piden
que peguemos fuerzas
para compartir con ellos parte
de nuestra sutileza.

Somos dos bestias,
suave bruta fuerza
que van alelando aquellos
príncipes de arabia
que buscan contener
nuestra rabia
con pasiones lerdas,
que no inspiran y que no llenan.

Nuestro lomo a
nadie le pertenece,
solo al glorioso polvo
que nos enternece,
cuando cabalgando
a paso fino vamos,
zarandeando el camino
que evite nuestro paso.

Bestias elegantes,
dócil, bellas y salvajes,
comiendo el pasto de la
vida vamos, explorando sierras
nunca vistas, recordando con
vehemente insistencia…
¡que ni yo soy tu gaucha, ni tú eres mi bestia!

Mas por siempre seremos…almas gemelas.


LeydisProse
6/4/2018
https://m.facebook.com/LeydisProse//
Gracias, compañero Cernuda,
gracias por recordamos la nobleza humana
en este tiempo de la despasión.
Gracias por recordarla con belleza,
como sol que entra en una casa vacía.
La llenás con la memoria de los sueños
y más, con sueños y horizontes
que pueden volver.
Gracias por dejamos la palabra
que vuela en un claro de la tempestad
a ciertas dichas, ciertas esperanzas.
Transparente de niños te fuiste, pero no.
Bailamos nuestra danza contra
clausuras de la nada.
Siempre, Melchor, fue bienaventurada
Tu vida en tantos trances en el suelo;
Y es bienaventurada ya en el Cielo,
En donde sólo pudo ser premiada.
Sin ti quedó la Guerra desarmada
Y el mérito agraviado sin consuelo;
La Nobleza y Valor en llanto y duelo
Y la satisfacción mal difamada.
Cuanto no te premiaron, mereciste,
Y el premio en tu valor acobardaste,
Y el excederle fue lo que tuviste.
El cargo que en el mundo no alcanzaste
Es el que yace, el huérfano y el triste,
Que tú de su desdén te coronaste.
Mila Aug 23
Recordar lo que fuimos, lo que soñamos, lo que sentimos.

Ver tu sonrisa,tus lágrimas,tu cercanía, hizo cálido mi corazón , fui un girasol mirando a tu sol.

Tu nobleza era mi fuerza, tu calidez era mi razón de ser.

Qué fue de mi ante tu partida?

— The End —