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Adrián Poveda Nov 2018
Bus de las 8:00, 8:04. Sol en la ventana, camino de adoquín, irregular, vías trizadas de cotidianidad; luz roja, luz verde, la amarilla no funciona, acelera, quema el neumático, 10, 20, 40, 50 y frena de golpe.

Vista a la ciudad, azul, sin nubes y seca; te incorporas al bajar, la montaña se humedece, también la ciudad. Av. Amazonas, CCI, Av. La Prensa. Abordas das vueltas te sientas, "tome sin compromiso, $1" sino me devuelve, 10, 20, 40, 50 y frena nunca en la parada. "Soy de Ibarra mi hijo en el hospital Baca Ortiz", frena bajas, viejas pisadas.

Haces fila, pagas, otra fila; firme aquí, no puede sonreír. "Espere 20 minutos", te sientas, turno WT64, WT65, WT66. "la niña no puede comer aquí" WT77, WT 78, WT79.  Juan Arboleda, Gustavo Betancourt, José Efrén, Adrián Poveda; revise si está todo bien, firme aquí, sello, sello, queda registrado. Escalera eléctrica, salida, aire no fresco, "le emplástico", "le limpio", caminas, te detienes, ojeas, sueñas. Esperas, Chillogallo - Estadio, Camal - Hipódromo, ¿y el Batán - Colmena? ni modo al Cía. Nacional.

El bus va lento a penas atraviesa la brisa, el sol rebota en el parabrisas, Av. 10 de Agosto, acelera, acelera, frena, en la Av. Versalles el bus es un huracán, y frena, te bajas, tu decencia se queda y en la calle colonial vuelves a soñar, fotografía militar, vuelves a filtrar, 11:23, relojería, confitería parada de bus, fanático religioso, sonidos afro, plaza, museo, buenos días, árbol con hojas de otro árbol. "Pide un deseo y escribelo en un pedazo de papel".

Amor valiente, amor invisible, beso beso, no puedo aterrizar, sala 5, hombre en llamas, síndrome de resignación, refugiados, reflexión, cerveza, amor, amor, $13.60. Carne salteada, ají, limonada, besos, botella extraviada, agua.

Pequeño adiós, Marín, intento de robo,   25 ctvs, gente casas coloridas, montaña, subes, subes, das vueltas, valle azul y verde, baja, frena. Cash, salta se sacude, un torbellino de pelos, en la luz, en mi ropa, un torbellino de amor, pelota, pelota, rock n roll, cable, cable, pedal, camisa blanca, botas negras, peinado a lo morrisey, guitarra, vingala, Blues, Blues, saxo, taxi, maestro, bajo, guitarra, mente extraviada, extraviada, extraviada.
Mi 16 de Agosto 2018 en Quito - Ecuador
Frente al mar, y en la puerta de su pobre morada,
La viuda del marino con su hijo está sentada.
Se ve tristeza en ambos. Los rudos temporales
De esos días de otoño causaron tantos males,
Tanto destrozo hicieron, fue tal del mar la saña,
Cual nunca visto había la costa de Bretaña.
Por eso ante el crepúsculo se encuentran abstraídos
Y silenciosos, y ambos de luto están vestidos.

En ese lago quieto, de aguas murmuradoras,
En donde se deslizan las barcas pescadoras,
Cuyas velas se extienden bajo el oro del día,
¡Quién, al ver esa calma, reconocer podría
Aquel mar tempestuoso, que sólo en un momento,
En el pasado otoño, con ímpetu violento
Destrozó veinte barcas, y que a esa pobre madre
Dejó  trocada en viuda y a ese niño sin padre!

El agua azul sonríe; sin nubes brilla el cielo;
Y ella sigue sombría, con hondo desconsuelo
Recordando la tarde trágica de su vida,
Cuando hundió en sus abismos la mar embravecida
A su esposo. «Mas suya fue la culpa», a su hijo,
Que seguía en silencio, sollozando le dijo.
«A desgraciados náufragos que el temporal hundía,
¿Cómo sin un socorro dejárseles podría?

¡Qué tarde horrible! ¡Nadie recordaba en la aldea
Haber visto en su vida semejante marea!
¡Era tentar al cielo y era jugar la suerte
Socorrer a los náufragos... era afrontar la muerte!
Tu padre con nosotros estaba. En la bahía,
Recién entrada al puerto su barca se veía».
-«Sin duda están malditos, decíame comiendo,
Los que en el mar aguantan ese chubasco horrendo».

Como era su costumbre, después de la comida
Saliose de la casa con su pipa encendida,
Y a pesar de la lluvia, varios iban al puerto,
A ver saltar las olas sobre el muelle desierto;
Cuando de pronto observa tu padre en lontananza
Que contra los peñascos un bergantín se lanza.
Aquello fue un instante. Lo empuja el mar, y choca,
Y roto allí en pedazos quedó contra la roca.

-«Un bote», grita al punto. Yo lo miré aterrada.
Y en tanto que los otros le muestran la oleada
Que viene sobre el puerto rugiendo amenazante,
Grita otra vez: - ¡Salvémoslos! !Un bote... ¡En el instante!
Un bote al mar! ¡Un bote!... ¡Cobardes no seamos!»
Y seguían sus gritos: -«A socorrerlos vamos!
¡Mi barca! ¡Arriba! ¡Es tiempo! Mi barca no ha temido
Jamás las tempestades ni el mar embravecido,
Y por eso Adelante la bauticé»...

                                             
Salieron
Todos al mar entonces... y ¡nunca más volvieron!...

De tarde, en este invierno, y al bajar la marea,
Hasta allá, donde ves la espuma que blanquea,
Ir me has visto abatida. Mas todo ha sido en vano...
Nada de entre sus olas devuelve el océano...
¡Y ese mar que a mis plantas expira en la ribera,
De la barca no arroja ni una tabla siquiera!

Hijo: me prometiste no ser, jamás marino:
Cumplirás tu promesa. Será otro tu destino.
El cura, que te quiere, te seguirá enseñando;
Aprenderás las letras, luego a escribir. Y cuando
Grande estés, serás cura. ¡Pasará el tiempo aprisa...
Veré el día dichoso de tu primera misa!...
Yo misma pondré flores en el altar... ¡Oh, cuánta
Será mi dicha, lejos de este mar que me espanta!

Calla el niño pensando sin duda en los chicuelos
Que ve sobre chalupas y ágiles barquichuelos,
En las azules aguas, desde que el día brilla,
Caminar en la borda, bajar a la escotilla,
Mientras que él no se atreve, ni nunca se ha atrevido,
Un cable a atar siquiera. Cumple lo prometido.
Y cuando terminada la lección de lectura,
El viejo silabario cierra de tarde el cura,
Y le dice que es hora de que a jugar se vaya,
Descalzo, arremangado, se aleja por la playa,
Y así engaña sus sueños el hijo del marino;
Pero entre los cabellos el áspero y salino
Viento sentir que sopla; sentir el agua fría
Que a la rodilla sube; ver en la lejanía
Las olas que se rompen bajo azulada bruma
Y que el peñasco cubre de iridiscente espuma;
Ir conchas o mariscos buscando por la costa,
O saltar, sobre piedras, detrás de una langosta,
Eso no le bastaba; quería más; quería
La barca que se aleja bajo el fulgor del día,
Con sus palos erectos y sus velas redondas;
Quería el horizonte, los tumbos de las ondas,
Y la embriaguez del alma sobre la mar rugiente,
Cuyos acres aromas hablaban a su mente
De países lejanos... ¡Tal era su delirio!
¡Y hacía muchos meses que ese era su martirio!

Y va pasando el tiempo. Llega otro otoño horrible;
Y un día los marinos, a la luz apacible
De un cielo gris, entre ellos hablando, hacia el poniente
Sobre el mar tempestuoso, señalan de repente
Un velero que avanza contra las rocas. Brava
Marejada envolvíalo... Más y más se encrespaba...

¡En las revueltas olas aquello parecía
El estertor postrero del barco en la agonía!

-«¡Un bote al mar! ¡Un bote!», dice alguien con voz ruda,
 ¡Al mar! ¡A socorrerlos! ¡A prestarles ayuda!»

Y todos recordaban a los que al mar salieron
A salvar a unos náufragos, y nunca más volvieron;
Mas de pronto a una barca se abalanzan, y en tanto,
Todo lo ve la madre con indecible espanto;
Y a su hijo abrazando le murmura al oído:
-«¿Sabes? Me lo ofreciste... lo tienes prometido,
¡No irás!...» Con las pupilas dilatadas, la frente
Pensativa,   y el labio mordiéndose impaciente,
Nada responde, y mira con absorta mirada
Que ya los hombres tienen la barca aparejada.
De repente, una ola gigantesca y sombría,
 Que avanza rugidora por la turbia bahía.
Se estrella con fracaso, toda la playa moja, fe...
Y a las plantas del niño, tabla podrida arroja.

En la tabla estas letras leíanse: Adelante.

De su abismo esa tabla sacaba el mar de Atlante.
¡Mandato de su padre sobre las olas era!
Listos los remadores sacan de la ribera
La barca. De los brazos maternos se desprende;
Detrás de los marinos veloz carrera emprende;
Salta al bote con ellos, y al punto un remo ensaya...
 ¡Y allá van con la ola que vuelve de la playa!

¡Cómo con la mirada todos los van siguiendo!
¡Virgen Santa! ¡Las olas cuan altas y qué estruendo!
¡Parece que se hunden! ¡Jesús! ¡Naufraga el bote!
¡Mas no!... ¡Las olas pasan y ellos están a flote!
¡Y siguen!... Van llegando... ¡Ya se les ve acercarse!
¡Ya era tiempo !... ¡ Ya el barco comenzaba a inclinarse

¡Ya vuelven! ¡Los pañuelos agitan! ¡Qué arrojados!
¡El bote viene lleno!...
-«¿Cuántos?»
-« ¡Todos salvados!»
-«¡Hurra! ¡Pronto una amarra!»
Y en tanto que gozosos,
Náufragos y marinos, saltando presurosos
De piedra en piedra vienen, hacia la madre el niño
Se lanza. Ella lo abraza; lo besa; y con cariño
Él le dice al oído: «No me regañes, madre...
¡Tan contento estaría mirándome mi padre!»
Irene Jan 2015
Una curva comienza a delinearse en tus labios
Se asoma la felicidad en tus ojos
Se desprende de ti el dolor
Desparece la angustia
Te encuentras en la curva imperfecta que refleja tu alma

Parece que estaba extraviada
Vagando alrededor tuyo sin saber cómo volver
Pero ha encontrado el camino de vuelta a su hogar
Y hoy más que nunca
Vive en tu rostro
Y finalmente le devuelve al mundo lo que tanto extrañaba

El fenómeno detiene el tiempo
Por segundos esa curva es todo lo que existe
La vida depende de su presencia
Las miradas se suspenden en el aire
Y cuando se queda a vivir en ti
El corazón comienza a moverse en tu pecho
Y el mundo puede escuchar cada uno de sus latidos
El flujo de la vida por tu cuerpo
Y todo por esa curva en tu rostro
Si pudiera elegir mi paisaje
de cosas memorables, mi paisaje
de otoño desolado,
elegiría, robaría esta calle
que es anterior a mí y a todos.

Ella devuelve mi mirada inservible,
la de hace apenas quince o veinte años
cuando la casa verde envenenaba el ciclo.
Por eso es cruel dejarla recién atardecida
con tantos balcones como nidos a solas
y tantos pasos como nunca esperados.

Aquí estarán siempre, aquí, los enemigos,
los espías aleves de la soledad,
las piernas de mujer que arrastran a mis ojos
lejos de la ecuación de dos incógnitas.
Aquí hay pájaros, lluvia, alguna muerte,
hojas secas, bocinas y nombres desolados,
nubes que van creciendo en mi ventana
mientras la humedad trae larnentos y moscas.

Sin embargo existe también el pasado
con sus súbitas rosas y modestos escándalos
con sus duros sonidos de una ansiedad cualquiera
y su insignificante comezón de recuerdos.

Ah si pudiera elegir mi paisaje
elegiría, robaría esta calle,
esta calle recién atardecida
en la que encarnizadamente revivo
y de la que sé con estricta nostalgia
el número y el nombre de sus setenta árboles.
Tardan las cartas y son poco
para decir lo que uno quiere.
Después pasan los años, y la vida
(demasiado confusa para explicar por carta)
nos hará más perdidos.
Los unos en los otros, iguales a las sombras
al fondo un pasillo desvayéndonos,
viviremos de luz involuntaria
pero sólo un instante, porque ya el recuerdo
será como un puñado de conchas recogidas,
tan hermoso en sí mismo que no devuelve nunca
las palmeras felices y el mar trémulo.
Todo fue hace minutos: dos amigos
hemos visto tu rostro terriblemente serio
queriendo sonreír.
                            Has desaparecido.
Y estamos los dos solos y en silencio,
en medio de este día de domingo,
bellísimo de mayo, con matrimonios jóvenes
y niños excitados que gritaban
al levantarse tu avión.
Ahora las montañas parecen más cercanas.
Y, por primera vez,
pensamos en nosotros.
A solas con tu imagen,
cada cual se conoce por este sentimiento
de cansancio, que es dulce -como un brillo de lágrimas
que empaña la memoria de estos días,
esta extraña semana.
Y el mal que nos hacemos,
como el que a ti te hicimos, lo inevitablemente
amargo de esta vida en la que siempre, siempre,
somos peores que nosotros mismos,
acaso resucite un viejo sueño
sabido y olvidado.
El sueño de ser buenos y felices.
Porque sueño y recuerdo tienen fuerza
para obligar la vida,
aunque sean no más que un límite imposible.
Si este mar de proyectos
y tentativas naufragadas,
este torpe tapiz a cada instante
tejido y destejido,
esta guerra perdida,
nuestra vida,
da de sí alguna vez un sentimiento digno,
un acto verdadero,
en él tu estarás para siempre asociado
a mi amigo y a mí. No te habremos perdido.
Sacudimiento extraño
que agita las ideas,
como huracán que empuja
las olas en tropel.Murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo
como volcán que sordo
anuncia que va a arder.Deformes siluetas
de seres imposibles;
paisajes que aparecen
como al través de un tul.Colores que fundiéndose
remedan en el aire
los átomos del iris
que nadan en la luz.Ideas sin palabras,
palabras sin sentido;
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás.Memorias y deseos
de cosas que no existen;
accesos de alegría,
impulsos de llorar.Actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse;
sin riendas que le guíen,
caballo volador.Locura que el espíritu
exalta y desfallece,
embriaguez divina
del genio creador...
                                        Tal es la inspiración.Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro
y entre las sombras hace
la luz aparecer.Brillante rienda de oro
que poderosa enfrena
de la exaltada mente
el volador corcel.Hilo de luz que en haces
los pensamientos ata;
sol que las nubes rompe
y toca en el zenít.Inteligente mano
que en un collar de perlas
consigue las indóciles
palabras reunir.Armonioso ritmo
que con cadencia y número
las fugitivas notas
encierra en el compás.Cincel que el bloque muerde
la estatua modelando,
y la belleza plástica
añade a la ideal.Atmósfera en que giran
con orden las ideas,
cual átomos que agrupa
recóndita atracción.Raudal en cuyas ondas
su sed la fiebre apaga,
oasis que al espíritu
devuelve su vigor...
Tal es nuestra razón.Con ambas siempre en lucha
y de ambas vencedor,
tan sólo al genio es dado
a un yugo atar las dos.
Sophia Margarita Sep 2018
Aveces,
igual que el viento,
las personas fluimos,
sentimos, y cambiamos.
Hay brisas fuertes,
parecidas a momentos impactantes
en los cuales logramos desviarnos
del camino que preferimos.
Pero después de chocar
con algo que nos devuelve el sentido
regresamos al camino
por el cual,
igual que el viento,
aveces seguimos .
Jalapa es un vergel de paz y amores
      Que presintió mi anhelo;
Allá en mis sueños conocí sus flores
      Y adiviné su cielo.

Habláronme en la infancia, en la alborada
      De mi revuelta vida,
De esta mansión para el amor formada,
      Por el amor nutrida.

Aquí, mi padre disfrutó la calma
      De la ilusión naciente;
Aquí vino sin sombras en el alma
      Sin canas en la frente.

Y guardó fiel hasta el postrer momento
      La memoria hechicera
De este Edén, como guarda el pensamiento
      A la mujer primera.

«El Edén no es un mito, puedes hijo
      Conocerlo algún
día...
Jalapa es un Edén...» y me lo dijo
      Trémulo de alegría.

Murió, me dejó huérfano, teniendo
      Espinas por alfombra;
¡Seis años hace ya que está durmiendo
      Tras de la eterna sombra!

¡Quedé a vivir sufriendo decepciones
      Que consumen y abrasan;
A ver pasar ensueños é ilusiones
      Como las nubes pasan!

En medio de la lucha, solo, triste
      Y de sufrir cansado,
Llegué a pensar: pues el Edén existe
      Iré al Edén
soñado.

Y vine y encantáronse mis ojos
      Cuando en la niebla leve
Vi azules lirios, tulipanes rojos
      Y camelias de nieve.

Cuando de enhiestos montes a la falda
      Vi el naranjal sombrío
Y engarzado entre cuencas de esmeralda
      El blanco caserío.

Curó ese panorama mis heridas,
      Busqué paz y reposo
Y abriéronme las puertas bendecidas
      De tu hogar venturoso.

¡Ay! venturoso entonces, en la aurora
      Del más sereno día,
¡Cuando aun no entraba la traidora,
      La Pálida, la Fría!

Cuando tu santa madre no lloraba
      Inclinando la frente;
¡Cuando, con trece abriles la besaba
      Tu hermano, eterno ausente!

Entonces vine y estreché los lazos
      De esta amistad sincera,
A la que doy, tendiéndole mis brazos,
      De ofrenda el alma entera.

Hoy hace un año que apuré las heces
      De nuestro adiós primero;
Desde entonces he vuelto muchas veces...
      ¿Por qué?...
¡porque las quiero!

¡Ay! si pudiera como fresca brisa
      Animar estas flores;
Poner en cada rostro una sonrisa:
      Curar tantos dolores;

¡Si el dulce bienestar que ayer he visto
      Hoy fuera igual y cierto!
¡Si la amistad pudiera como Cristo
      Resucitar a un muerto!

Mañana, al separarme de este hermoso
      Jardín tierno y amado,
Te dejara la dicha y el reposo
      De que siempre has gozado.

Mas ¿quién a la oropéndola caída,
      A mustia tuberosa,
A la nivea caléndula perdida
      En sirte cenagosa,

Les devuelve el perfume y los colores
      Que ostentaron por galas?...
¡Sus hojas, al morir, cierran las flores,
      Los pájaros sus alas!

¡Frente a la eternidad todo se cierra!
      Quien es justo en el suelo
Puede cerrar sus ojos en la tierra...
      ¡Los abrirá en el
cielo!

Hoy que sangra en tu hogar la inmensa herida
      Que abrió alevosa mano,
No olvides que en los campos de la vida
      Tienes en mí un hermano.
¡Si una espina me hiere, me aparto de la espina,
...pero no la aborrezco! Cuando la mezquindad
envidiosa en mí clava los dardos de su inquina,
esquívase en silencio mi planta, y se encamina,
hacia más puro ambiente de amor y caridad.
¿Rencores? ¡De qué sirven! ¡Qué logran los rencores!
Ni restañan heridas, ni corrigen el mal.
Mi rosal tiene apenas tiempo para dar flores,
y no prodiga savias en pinchos punzadores:
si pasa mi enemigo cerca de mi rosal,
se llevará las rosas de más sutil esencia;
y si notare en ellas algún rojo vivaz,
¡será el de aquella sangre que su malevolencia
de ayer, vertió, al herirme con encono y violencia,
y que el rosal devuelve, trocada en flor de paz!
Tres antiguas caras me desvelan:
una el Océano, que habló con Claudio,
otra el Norte de aceros ignorantes
y atroces en la aurora y el ocaso,
la tercera la muerte, ese otro nombre
del insaciado tiempo que nos roe.
La carga secular de los ayeres
de la historia que fue o que fue soñada
me abruma, personal como una culpa.
Pienso en la nave ufana que devuelve
a los mares el cuerpo de Scyld Sceaving
que reinó en Dinamarca bajo el cielo;
pienso en el alto lobo, cuyas riendas
eran sierpes, que dio al barco encendido
la blancura del dios hermoso y muerto;
pienso en piratas cuya carne humana
es dispersión y limo bajo el peso
de los mares errantes que ultrajaron.
Pienso en mi propia, en mi perfecta muerte,
sin la urna, la lápida y la lágrima.
Leydis Jan 2018
Soy trigueña y traviesa,
jueguetona y coqueta,
como el trigal soy un mundo,
que te envuelve en sus granos,
que te devuelve el ánimo,
que sopla a tu oído sonetos y poesías,
que te alivian la vida y te llenan de alegría.

Soy trigueña y fruta divina,
saben mis besos a melocotón,
sé derretirme en la mirada de mi amado
como se disuelve en la boca el algodón azucarado.

Soy trigueña y agraciada,
en el amor nunca he sido frugal
siempre me he entregado de más,
porque a la tumba no quiero llegar
con el cuerpo carente de experiencia
y el amor que mi amado debí entregar.

Soy trigueña y risueña,
mi pelo es reposo de las mariposas,
y ha sido un inmenso placer
moler todo lo que me causa pena.

Si soy trigueña y cómo el trigo
en mi juventud mi juicio fue verde,
y al madurar se reflejan en mi sonrisa,
los ambarinos rayos del sol.

Si soy trigueña y cómo el trigo
ya se está revelando en mi cuello la madurez,
mas todo los que he aprendido,
todo lo que he recolectado en el trigal de mis años,
que se ha cultivado en mi tallo (que es mi mente y mi cuerpo),
y han migrado las espigas (lecciones), haciendo el viaje hacia la razón,
y hoy por hoy son todas esas espigas, cosechas de mi labor.

Como trigo maduro aprendí, que no permito,
¡Que mis raíces la corten oblicuamente con la uña!

Todavía soy trigueña!!

LeydisProse
1/11/2018
https://m.facebook.com/LeydisProse/
Yo te digo: «Alma mía, tú saliste
con vestido nupcial de la plomiza
eternidad, como saldría una ala
del nimbus que se eriza
de rayos; y una mañana has de volver
al metálico nimbus,
llevando, entre tus velos virginales,
mi ánima impoluta
y mi cuerpo sin males».
Mas mi labio, que osa
decir palabras de inmortalidad,
se ha de pudrir en la húmeda
tiniebla de la fosa.
Mi corazón te dice: «Rosa intacta,
vas dibujada en mí con un dibujo
incólume, e irradias en mi sombra
como un diamante en un raso de lujo».
Mi corazón olvida
que engendrará al gusano
mayor, en una asfixia corrompida.
Siempre que inicio un vuelo
por encima de todo,
un demonio sarcástico maúlla
y me devuelve al lodo.
Tú misma, blanca ala que te elevas
en mi horizonte, con la compostura
beata de las palomas de los púlpitos,
y que has compendiado en tu blancura
un anhelo infinito,
sólo serás en breve
un lacónico grito
y un desastre de plumas, cual rizada
y dispersada nieve.
Había un ángel cerca de mí,
mas no le vi...
Posó las plantas maravillosas
entre las zarzas de mi erial, y
yo, en tanto, estaba viendo otras cosas.

Cuando, callado, tendió su vuelo
y quedó al irse torvo mi cielo,
mi vida huérfana, mi alma vacía,
comprendí todo lo que perdía.

Alcé los ojos despavorido,
llamé al ausente con un gemido,
plegó mis labios convulso gesto...

Mas pronto el ángel dejó traspuesto,
con vuelo de ímpetu soberano,
las lindes negras del mundo arcano,
y todo vano fué... ¡todo vano!

¡Quién del espacio devuelve un ave!
¡Qué imán atrae a un dios ya ido!
Dice el proloquio que nadie sabe
el bien que tiene... ¡sino perdido!
en el filo de la belleza que
corta la vida / la devuelve
a su no ser / la vida
grita el no ser de la belleza /

en ese estáramos se quema la
cebolla descuidada / la tristeza /
el amor al revés / ¿cuándo se llora
en este valle? / ciudadanos

entreguen su dolor para hacer tiempo /
insoportable es todo viaje
al fondo del cubil / calienten

su pescuezo en la mano que aprieta /
cierren la sufridera alta / abran
el sueño que no quiere dormir/
¡Dios no ha de devolvértela porque llores!
Mientras tú vas y vienes por la casa
vacía; mientras gimes,
la pobre está pudriéndose en su agujero.
¡Ya todo es imposible!

Así llenaras veinte lacrimatorias
con la sal de tus ojos; así suspires
hasta luchar en ímpetu
con el viento que pasa, destrozando
las flores de tus jardines;
así solloces hasta herir la entraña
de la noche sublime,
nada obtendrás: la Muerte no devuelve
sino cenizas a los tristes...
La pobre está pudriéndose en su agujero,
¡Ya todo es imposible!

Dios lo ha querido... Inclina la cabeza,
humíllate, humíllate
y aguarda, recogido, en las tinieblas,
¡el beso de la Esfinge!
Yace, lívido el semblante,
Y una ancha herida en el pecho,
Del Katzbach junto a la orilla,
Moribundo el trompetero.

Y para cerrar los ojos
Y dormir su último sueño
Espera a que suene un hurra
Triunfal en su campamento.

Y en tanto que de la muerte
Las ansias está sintiendo,
Un rumor que bien conoce
Alza, en la llanura, el viento.

Se incorpora, y a caballo
Monta con supremo esfuerzo.
Parece un hombre de piedra,
En su pedestal, erecto.

La trompeta empuña. El brazo
La sostiene apenas trémulo,
y gritos de triunfo suenan
Cual tempestad a lo lejos.

¡Victoria!, doquier se escucha;
¡Victoria!, devuelve el eco,
y ¡Victoria!, el hondo espacio
Responde con voz de trueno.

La gritería se acalla,
La trompeta da en el suelo,
y a los pies de su caballo
Se desploma, al punto, muerto.

El regimiento desfila
Por frente del trompetero;
y dice: «¡Qué muerte hermosa!»
El jefe del regimiento.

— The End —