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Vuelve otra vez tu día,
oh patria amada, el día de tu gloria.

Vuelve de nuevo a resonar triunfales
los himnos que eternizan tu memoria,
y el espléndido cielo de tu historia,
vuelve el sol de tus días inmortales.

Y otra vez a tu ara sacrosanta
llevan tus hijos fieles
flores que fecundaron tus vergeles;
y músicas marciales
al aire asordan, y doquier se oye,
en valles, montañas y llanuras,
en la extensión del suelo colombiano,
el canto jubiloso de los libres
que sube a las alturas,
de la gloria al alcázar soberano.

Y de nuevo flamea,
no como en días trágicos de horrores,
entre el ronco fragor de la pelea,
sino bajo arcos de laurel y flores,
el pendón de la patria,
la santa enseñanza de los tres colores...
la bandera inmortal que oyó las dianas
de los heroicos triunfos legendarios.

La que fue a despertar  los cóndores
a la cumbre más alta de los Andes
y fue más tarde a despertar la gloria;
la bandera inmortal, la santa egida,
que el camino marcó de la Victoria.

Besada por ondas de tus mares,
bajo el palio infinito de tu cielo,
tachonado de ardientes luminares;
lleno de flores tu fecundo suelo.
Y adormida el rumor de tus palmares,
lloras en silencio, Patria mía,
cansada de esperar luz en tu noche,
en la callada noche de tus penas;
cansada de esperar en tu agonía
el hierro que limara tus cadenas.

No, ya los hijos tuyos,
de las selvas antiguos moradores,
vagan libres, bajo el sol fulgente
que vio la gloria de tus días grandes,
ya desde la cima de los Andes
alumbraba ruinas solamente;
ni llevaban vencidos y humillados
por la invasora gente,
el cintillo de oro en la garganta
y el penacho de plumas en la frente,
ni ya el aire cortaba
las voladoras flechas,
ni en las noches de luna sollozaban
de la indígena raza los endechas.

Donde el templo del sol brilla espléndido
y sus láminas de oro refulgían,
ya los dolientes ojos no veían
sino campo infecundo y desolado.
Y el áureo trono de los reyes indios
en el polvo yacía destrozado.
Todo lo derribó cual hacha impía
del duro vencedor el brazo fuerte,
y al fin, de esa grandeza en los escombros
parecía vivir sólo la muerte...
eres, patria, la esclava envilecida;
eres, patria, el girón abandonado;
eres cual hado de baldón tu hado,
y cual vida de baldón tu vida
mas del mal el reinado no es eterno...
no su imperio perdura;
ni es eterna la noche pavorosa,
ni es eterna la humana desventura.

Que en las grandes catástrofes sombrías,
en las horas de angustia y desconsuelo,
cuando a las almas el dolor avanza,
siempre se ve la escala milagrosa
por donde sube la plegaría al cielo,
baja de los cielos la esperanza...
y llega por fin el día.

En que estallan, rugiendo los dolores
en los esclavos pechos comprimidos,
cuando alzan la cerviz los oprimidos
y bajo la cerviz los opresores,
y que tiemblen entonces los verdugos,
porque de sus dolores y sus lágrimas
pedirán los esclavos cuenta un día;
porque el llanto de un pueblo entre cadenas,
de su agonía en el mortal desmayo,
¡se alzan a los cielos, se condensa en nube,
y baja al suelo convertido en rayo!...

Y de lauro inmortal la sien ornada,
no retando a los duros opresores,
no al escape de caballos voladores,
sino en doliente precisión callada,
finge la mente que a la tierra vuelven
de las altas mansiones siderales,
al oír las alabanzas de los libres,
los que valientes en lid cayeron
y hogar y patria libertad nos dieron.

Y al fin llegó a la libertad la hora;
rompió en brillante aurora
la noche de tus penas,
y trocaste por cánticos de triunfo
los rumores de tus ayes y cadenas,
bajó a ti la victoria,
y sonaron las músicas marciales,
y empezaste el camino de la gloria,
el que lleva a las cumbres inmortales.

Y el combate se traba,
pero combate desigual, los unos
son los heroicos en sangrientas lides,
los que en el brazo llevan
empuje de Pelayos y de Cides;
Los que el paso cerraron
al corso altivo, forjadores de cetros,
y altas hazañas de una nueva aliada,
en Lepanto y Pavía renovaron...
Y los otros... Los parias infelices,
los que aun llevan en la espalda impresas
del tormento cruel las cicatrices
y del esclavo la ominosa marca,
más tenían la fe que salva montes,
la sacra fe que lo imposible abarca;
y busca de los amplios horizontes,
donde el sol de los libres centellea,
a la lid se lanzaron.

De esperanza inmortal henchido el pecho,
porque sabían que jamás sucumbe
quien lucha por una patria y su derecho.
Rota por la metralla
su bandera se vio, tintos en sangre
corrieron a la mar los patrios ríos,
y en la atónita tierra no se oía,
cual ronca marejada,
más que en el estruendo de la lid bravía,
fueron los días de la amarga prueba;
fueron los días de orfandad y  llanto
y de muerte y de horrores,
pero nada importaba los reversos
ni de la adversa suerte los rigores.

Y de inmortal la sien ornada,
no retando a los duros opresores,
no al escape de caballos voladores,
sino en doliente procesión callada,
finge la mente que a la tierra vuelven
de las altas misiones siderales,
al oír las alabanzas de los libres,
los que valientes en la lid cayeron
y  hogar y patria y libertad nos dieron.

Sonríen al ver que siempre grande
Por glorioso camino
la patria sigue a su inmortal destino;
y sonríen al ver que limpio brilla
el pendón colombiano
bajo el brillante cielo americano;
Que con amor guardamos su memoria,
Que somos dignos de sus altos hechos
Y dignos herederos de su gloria.
Y también surgen como blancos lirios,
como estrellas en diáfanas neblinas,
alta la sien, con nimbo esplendoroso,
de la patria las bellas heroínas.

También al resonar de las cadenas
indignas sus almas palpitaron;
también las cumbres del dolor hallaron...

También ellas, heroicas y serenas,
de la patria en las aras se inmolaron.
También los hechos brillan
como los hechos de los grandes hombres;
y también tienen la fama
corona de laureles para sus sienes.
Himnos de admiración tienen sus nombres;
que el corazón de la mujer, santuarios
de los puros y nobles idealismos,
también sube a la cima de la Gloria
y es capaz de los grandes heroísmos
para el amor y la virtud nacida
Ella es cordial de toda desventura;
doquiera su piedad enjuga lágrimas
y en toda sombra de dolor fulgura.
Por eso nunca desoyó el lamento
ni vio imposible el horrido quebranto
de la patria llorosa y desvalida.
¡Cuando llanto pidió, le dio su llanto;
cuando vidas pidió, le dio su vida!
¡Vuelve, oh patria, de nuevo
el día de tu gloria inmarcesible!
y otra vez a tu ara sacrosanto,
sube el himno de un pueblo redimido
de la grandeza de tus héroes canta.

Palpite eternamente en nuestros labios
y en nuestras almas su inmortal recuerdo,
porque ensalzando tus radiantes glorias,
oh patria, oh sol que sin ocaso brillas,
estaremos en pie para la tierra,
más para el cielo estamos de rodillas.
En la noche callada, muchas veces,
Cuando el sueño se aleja de mis ojos,
El recuerdo de días que pasaron
Flota como una luz... y entonces oigo
Juramentos de amor, gratas canciones,
y veo en un crepúsculo radioso
Dulces sonrisas en amados labios
y en brillantes pupilas dulce lloro,
Ojos que se apagaron para siempre,
y corazones en la tumba rotos.
y al recordar a los amigos caros
Al corazón, que de mi vida en torno
Fueron cayendo, por la muerte heridos,
Cual hojas amarillas en otoño,
De un banquete el salón abandonado
Entonces me parece que recorro,

Donde las luces a extinguirse empiezan,
y las guirnaldas a secarse... y todos
Los convidados veo que se alejan,
¡Todos... excepto yo, que vago solo!
En la noche callada, cuando el sueño
No ha cerrado mis párpados piadoso,
El recuerdo tenaz que nunca duerme
Flota como una luz ante mis ojos.
Dry Saphhire Gin Nov 2012
Me gustas cuando callas porque estas como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas estan llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mia.
Mariposa de sueno, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolia.

Me gustas cuando callas y estas como distante.
Y estas como quejandote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
dejame que me calle con el silencio tuyo.

Dejame que te hable tambien con tu silencio
claro como una lampara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estas como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.


I like you when you are quiet because it is as though you are absent,
and you hear me from far away, and my voice does not touch you.
It looks as though your eyes had flown away
and it looks as if a kiss had sealed your mouth.

Like all things are full of my soul
You emerge from the things, full of my soul.
Dream butterfly, you look like my soul,
and you look like a melancoly word.

I like you when you are quiet and it is as though you are distant.
It is as though you are complaining, butterfly in lullaby.
And you hear me from far away, and my voice does not reach you:
let me fall quiet with your own silence.

Let me also speak to you with your silence
Clear like a lamp, simple like a ring.
You are like the night, quiet and constellated.
Your silence is of a star, so far away and solitary.

I like you when you are quiet because it is as though you are absent.
Distant and painful as if you had died.
A word then, a smile is enough.
And I am happy, happy that it is not true.
Fabio, las esperanzas cortesanas
Prisiones son do el ambicioso muere
Y donde al más astuto nacen canas.

El que no las limare o las rompiere,
Ni el nombre de varón ha merecido,
Ni subir al honor que pretendiere.

El ánimo plebeyo y abatido
Elija, en sus intentos temeroso,
Primero estar suspenso que caído;

Que el corazón entero y generoso
Al caso adverso inclinará la frente
Antes que la rodilla al poderoso.

Más triunfos, más coronas dio al prudente
Que supo retirarse, la fortuna,
Que al que esperó obstinada y locamente.

Esta invasión terrible e importuna
De contrario sucesos nos espera
Desde el primer sollozo de la cuna.

Dejémosla pasar como a la fiera
Corriente del gran Betis, cuando airado
Dilata hasta los montes su ribera.

Aquel entre los héroes es contado
Que el premio mereció, no quien le alcanza
Por vanas consecuencias del estado.

Peculio propio es ya de la privanza
Cuanto de Astrea fue, cuando regía
Con su temida espada y su balanza.

El oro, la maldad, la tiranía
Del inicuo procede y pasa al bueno.
¿Qué espera la virtud o qué confía?

Ven y reposa en el materno seno
De la antigua Romúlea, cuyo clima
Te será más humano y más sereno.

Adonde por lo menos, cuando oprima
Nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno:
«Blanda le sea», al derramarla encima;

Donde no dejarás la mesa ayuno
Cuando te falte en ella el pece raro
O cuando su pavón nos niegue Juno.

Busca pues el sosiego dulce y caro,
Como en la obscura noche del Egeo
Busca el piloto el eminente faro;

Que si acortas y ciñes tu deseo
Dirás: «Lo que desprecio he conseguido;
Que la opinion ****** es devaneo».

Más precia el ruiseñor su pobre nido
De pluma y leves pajas, más sus quejas
En el bosque repuesto y escondido,

Que halagar lisonjero las orejas
De algun príncipe insigne; aprisionado
En el metal de las doradas rejas.

Triste de aquel que vive destinado
A esa antigua colonia de los vicios,
Augur de los semblantes del privado.

Cese el ansia y la sed de los oficios;
Que acepta el don y burla del intento
El ídolo a quien haces sacrificios.

Iguala con la vida el pensamiento,
Y no le pasarás de hoy a mañana,
Ni quizá de un momento a otro momento.

Casi no tienes ni una sombra vana
De nuestra antigua Itálica, y ¿esperas?
¡Oh error perpetuo de la suerte humana!

Las enseñas grecianas, las banderas
Del senado y romana monarquía
Murieron, y pasaron sus carreras.

¿Qué es nuestra vida más que un breve día
Do apena sale el sol cuando se pierde
En las tinieblas de la noche fría?

¿Qué más que el heno, a la mañana verde,
Seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío!
¿Será que de este sueño me recuerde?

¿Será que pueda ver que me desvío
De la vida viviendo, y que está unida
La cauta muerte al simple vivir mío?

Como los ríos, que en veloz corrida
Se llevan a la mar, tal soy llevado
Al último suspiro de mi vida.

De la pasada edad ¿qué me ha quedado?
O ¿qué tengo yo, a dicha, en la que espero,
Sin ninguna noticia de mi hado?

¡Oh, si acabase, viendo cómo muero,
De aprender a morir antes que llegue
Aquel forzoso término postrero;

Antes que aquesta mies inútil siegue
De la severa muerte dura mano,
Y a la común materia se la entregue!

Pasáronse las flores del verano,
El otoño pasó con sus racimos,
Pasó el invierno con sus nieves cano;

Las hojas que en las altas selvas vimos
Cayeron, ¡y nosotros a porfía
En nuestro engaño inmóviles vivimos!

Temamos al Señor que nos envía
Las espigas del año y la hartura,
Y la temprana pluvia y la tardía.

No imitemos la tierra siempre dura
A las aguas del cielo y al arado,
Ni la vid cuyo fruto no madura.

¿Piensas acaso tú que fue criado
El varón para rayo de la guerra,
Para surcar el piélago salado,

Para medir el orbe de la tierra
Y el cerco donde el sol siempre camina?
¡Oh, quien así lo entiende, cuánto yerra!

Esta nuestra porción, alta y divina,
A mayores acciones es llamada
Y en más nobles objetos se termina.

Así aquella que al hombre sólo es dada,
Sacra razón y pura, me despierta,
De esplendor y de rayos coronada;

Y en la fría región dura y desierta
De aqueste pecho enciende nueva llama,
Y la luz vuelve a arder que estaba muerta.

Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,
Y callado pasar entre la gente,
Que no afecto los nombres ni la fama.

El soberbio tirano del Oriente
Que maciza las torres de cien codos
Del cándido metal puro y luciente

Apenas puede ya comprar los modos
Del pecar; la virtud es más barata,
Ella consigo misma ruega a todos.

¡Pobre de aquel que corre y se dilata
Por cuantos son los climas y los mares,
Perseguidor del oro y de la plata!

Un ángulo me basta entre mis lares,
Un libro y un amigo, un sueño breve,
Que no perturben deudas ni pesares.

Esto tan solamente es cuanto debe
Naturaleza al simple y al discreto,
Y algún manjar común, honesto y leve.

No, porque así te escribo, hagas conceto
Que pongo la virtud en ejercicio:
Que aun esto fue difícil a Epicteto.

Basta al que empieza aborrecer el vicio,
Y el ánimo enseñar a ser modesto;
Después le será el cielo más propicio.

Despreciar el deleite no es supuesto
De sólida virtud; que aun el vicioso
En sí propio le nota de molesto.

Mas no podrás negarme cuán forzoso
Este camino sea al alto asiento,
Morada de la paz y del reposo.

No sazona la fruta en un momento
Aquella inteligencia que mensura
La duración de todo a su talento.

Flor la vimos primero hermosa y pura,
Luego materia acerba y desabrida,
Y perfecta después, dulce y madura;

Tal la humana prudencia es bien que mida
Y dispense y comparta las acciones
Que han de ser compañeras de la vida.

No quiera Dios que imite estos varones
Que moran nuestras plazas macilentos,
De la virtud infames histriones;

Esos inmundos trágicos, atentos
Al aplauso común, cuyas entrañas
Son infaustos y oscuros monumentos.

¡Cuán callada que pasa las montañas
El aura, respirando mansamente!
¡Qué gárrula y sonante por las cañas!

¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Qué redundante y llena de ruido
Por el vano, ambicioso y aparente!

Quiero imitar al pueblo en el vestido,
En las costumbres sólo a los mejores,
Sin presumir de roto y mal ceñido.

No resplandezca el oro y los colores
En nuestro traje, ni tampoco sea
Igual al de los dóricos cantores.

Una mediana vida yo posea,
Un estilo común y moderado,
Que no lo note nadie que lo vea.

En el plebeyo barro mal tostado
Hubo ya quien bebió tan ambicioso
Como en el vaso múrrimo preciado;

Y alguno tan ilustre y generoso
Que usó, como si fuera plata neta,
Del cristal transparente y luminoso.

Sin la templanza ¿viste tú perfeta
Alguna cosa? ¡Oh muerte! ven callada,
Como sueles venir en la saeta,

No en la tonante máquina preñada
De fuego y de rumor; que no es mi puerta
De doblados metales fabricada.

Así, Fabio, me muestra descubierta
Su esencia la verdad, y mi albedrío
Con ella se compone y se concierta.

No te burles de ver cuánto confío,
Ni al arte de decir, vana y pomposa,
El ardor atribuyas de este brío.

¿Es por ventura menos poderosa
Que el vicio la virtud? ¿Es menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.

La codicia en las manos de la suerte
Se arroja al mar, la ira a las espadas,
Y la ambición se ríe de la muerte.

Y ¿no serán siquiera tan osadas
Las opuestas acciones, si las miro
De más ilustres genios ayudadas?

Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
De cuanto simple amé; rompí los lazos.
Ven y verás al alto fin que aspiro,
Antes que el tiempo muera en nuestros brazos.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Yo la amé, y era de otro, que también la quería.
Perdónala Señor, porque la culpa es mía.

Después de haber besado sus cabellos de trigo,
nada importa la culpa, pues no importa el castigo.

Fue un pecado quererla, Señor, y, sin embargo
mis labios están dulces por ese amor amargo.

Ella fue como un agua callada que corría...
Si es culpa tener sed, toda la culpa es mía.
Perdónala Señor, tú que le diste a ella
su frescura de lluvia y esplendor de estrella.

Su alma era transparente como un vaso vacío.
Yo lo llené de amor. Todo el pecado es mío.

Pero, ¿cómo no amarla, si tú hiciste que fuera
turbadora y fragante como la primavera?

¿Cómo no haberla amado, si era como el rocío
sobre la yerba seca y ávida del estío?

Traté de rechazarla, Señor, inútilmente,
como un surco que intenta rechazar la simiente.

Era de otro. Era de otro, que no la merecía,
y por eso, en sus brazos, seguía siendo mía.

Era de otro, Señor. Pero hay cosas sin dueño:
Las rosas y los ríos, y el amor y el ensueño.

Y ella me dio su amor como se da una rosa,
como quien lo da todo, dando tan poca cosa...

Una embriaguez extraña nos venció poco a poco:
ella no fue culpable, Señor... ¡ni yo tampoco!

La culpa es toda tuya, porque la hiciste bella
y me diste los ojos para mirarla a ella.

Toda la culpa es tuya, pues me hiciste cobarde 1
para matar un sueño porque llegaba tarde. 1

Sí. Nuestra culpa es tuya, si es una culpa amar 2
y si es culpable un río cuando corre hacia el mar.

Es tan bella, Señor, y es tan suave, y tan clara,
que sería un pecado mayor si no la amara. 3

Y, por eso, perdóname, Señor, porque es tan bella,
que tú que hiciste el agua, y la flor, y la estrella,

tú, que oyes el lamento de este dolor sin nombre,
¡tú también la amarías, si pudieras ser hombre!
Sentado ante su mesa de trabajo
Estaba, en tanto que visiones blancas
y vaporosas, en azul ensueño,
En torno de su lámpara flotaban,
y níveos copos de menuda nieve
Daban en el cristal de su ventana.

Y de repente vino a su memoria,
En el hondo silencio de la estancia,
El recuerdo de un hombre conocido
Hacía muchos años. La garganta
Sintió oprimida, y algo de tristeza
y de vergüenza conmovió su alma.

Recordó la humildad de ese hombre triste.
Humildad en acciones y palabras,
Que don ninguno recibió del cielo
y llevó siempre vida solitaria
Como un árbol en áspera llanura.
Recordó sus promesas reiteradas
De ir a verlo en su plácido retiro,
y que aquel hombre en su mansión callada
Esas ofertas siempre agradecía,
Pero creyendo sus promesas vanas.
Y se acordó también de que ese hombre
En su silencio y su humildad lo amaba.

Todos esos recuerdos se agolparon
De pronto en su memoria, en la callada
Sombra que lo envolvía. En su hondo ensueño
Quiso apartarlos, pero voz del alma,
Voz imperiosa estremecer lo hizo.
Se puso en pie. Lucía en su mirada
luz de sonrisa, y respiró, ya libre
del nudo que oprimía su garganta.

Y apresurado se vistió. La noche
Cubría la llanura solitaria,
Y dirigió los pasos en la nieve
Del hombre humilde a la tranquila casa.

Y entró. Después de familiar saludo
y ya sentado cerca de la llama
Entre ese hombre y su humilde compañera,
Que con muda sorpresa se miraban,
Observó pensativo esos silencios
Que interrogan, y son como en las páginas
Esos espacios que la pluma deja
A veces entre frases y palabras.

Y en ambos rostros observó de pronto
como inquietud furtiva, entre las pausas
del lento hablar, mas comprendió en seguida
La causa: No creían, no esperaban
Que viniera, tan tarde, y de tan lejos,
En medio de la nieve y entre charcas,
Sólo por darles un placer, y sólo
Por cumplir su promesa. Y se miraban
Aguardando angustiados que dijera
De ese visita la razón. ¿Qué causa
lo hizo venir en semejante noche?
¿Qué servicio quería? ¿Era una infausta
o grata nueva, la que así, tan tarde,
Lo traía al silencio de esa casa?

Comprendiendo esa íntima zozobra
Quería hablar para infundirles calma,
Pero seguían los silencios lentos,
y seguían pesando las palabras;
y como él temerosos los veía
de una revelación inesperada,
Ante ellos se sintió como acusado,
Confuso, torpe, y en angustia el alma.

Y se vio como lejos...  lejos de ellos,
Como si frente a frente no se hallaran,
Hasta que en pie, para salir, se puso.
La angustia que sus almas embargaba
Al fin cesó. Lo comprendieron todo...
Vino por ellos, para hacerles grata
Esa noche de invierno; solamente
Por ellos... y en sus ojos irradiaba
Luz de alegría. Quiso verlos alguien
En su vida tranquila y solitaria;
Visitarlos, oírlos... Y más fuerte
Que la nieve, y el frío y la distancia
Fue ese deseo. Vino a verlos alguien
En el hondo silencio de sus almas...
Alguien al fin llegó. ¡Cuánto alborozo!
Fluían de sus labios las palabras,
y para retenerlo, sonreían,
y entusiasmados a la vez hablaban.

Les prometió que volvería. Y antes
De llegar a la puerta, la mirada
Tendió en redor,  porque en la mente quiso
La memoria fijar de aquella casa.
Clavó la vista en cada mueble; luego,
Como queriendo concentrar el alma
En un recuerdo, los miró callado
Porque en el fondo de su ser dudaba
Si volvería... Y se perdió su sombra
En la llanura, por la nieve, blanca.
Tú que aun sigues  profundo implantado en mi piel
y prendido  en mi pálida memoria
bajo la misma corriente mortal,
no sebes cuánto  desearía que nadie, nadie,
nos sujeten  las palabras.
¿A quién le escribiré yo ahora,
quién me hablará de filosofía
y me contará raras historias ?

Anoche…me haz vendido una ilusión desnuda,
amarga , sin polen,  muy atroz y visceral
que arde  como braza mi garganta
y muerde... muerden demasiadas sombras
de mis esquinas cóncavas,
espacio sin negrura, donde yo me permitía existir callada
mezclándome en los espejismos que  envolvían suave
cada una de mis  fracturas.
y aunque hayas conspirado en contra de mi razón,
de mis puntos cardinales
y los eslabones de mis crepúsculos que estaban calmo...te perdono

A menudo corazón, el vacío fue el único escape
que me salvó de intoxicarme de singulares
maniobras  oscuras o lo que es peor ,
seguir la corriente como todos hacen
y adaptarme a los discursos narcisistas,
a lo cómodo a la farsa.

Soy escurridiza, lo sé, pero muy exacta
muy carne, muy pecado en mis palabras,
indefensa  muchas veces,
detenida a la orilla de algún terrible  miedo
aun no curado.

No sabes cuánto lamento que ya mi corazón
no te pueda abrazar más,
ya no siento tus susurros
En vano intentaran una y mil veces mis oídos escucharlos
pero sé muy bien, que nunca más volverán,
no podrán, porque ahora estoy
encontrando mi nueva tumba.


De:Diario de una Maldita poeta condenada

AZUL STRAUSS MARKUART
TITULO :Ilusión Desnuda
[Poema: Texto completo.]
Autora :Azul Strauss M.
10/02/2015
BUENOS AIRES.ARGENTINA
©Copyright –Derecho de Autor Reservado
De miradas polvorientas caídas al suelo
o de hojas sin sonido y sepultándose.
De metales sin luz, con el vacío,
con la ausencia del día muerto de golpe.
En lo alto de las manos el deslumbrar de mariposas,
el arrancar de mariposas cuya luz no tiene término.

Tú guardabas la estela de luz, de seres rotos
que el sol abandonado, atardeciendo, arroja a las iglesias.
Teñida con miradas, con objeto de abejas,
tu material de inesperada llama huyendo
precede y sigue al día y a su familia de oro.

Los días acechando cruzan el sigilo
pero caen adentro de tu voz de luz.
Oh dueña del amor, en tu descanso
fundé mi sueño, mi actitud callada.

Con tu cuerpo de número tímido, extendido de pronto
hasta cantidades que definen la tierra,
detrás de la pelea de los días blancos de espacio
y fríos de muertes lentas y estímulos marchitos,
siento arder tu regazo y transitar tus besos
haciendo golondrinas frescas en mi sueño.

A veces el destino de tus lágrimas asciende
como la edad hasta mi frente, allí
están golpeando las olas, destruyéndose de muerte:
su movimiento es húmedo, decaído, final.
El día de los desventurados, el día pálido se asoma
con un desgarrador olor frío, con sus fuerzas en gris,
sin cascabeles, goteando el alba por todas partes:
es un naufragio en el vacío, con un alrededor de llanto.

Porque se fue de tantos sitios la sombra húmeda, callada,
de tantas cavilaciones en vano, de tantos parajes terrestres
en donde debió ocupar hasta el designio de las raíces,
de tanta forma aguda que se defendía.

Yo lloro en medio de lo invadido, entre lo confuso,
entre el sabor creciente, poniendo el oído
en la pura circulación, en el aumento,
cediendo sin rumbo el paso a lo que arriba,
a lo que surge vestido de cadenas y claveles,
yo sueño, sobrellevando mis vestigios morales.

Nada hay de precipitado ni de alegre, ni de forma orgullosa,
todo aparece haciéndose con evidente pobreza,
la luz de la tierra sale de sus párpados
no como la campanada, sino más bien como las lágrimas:
el tejido del día, su lienzo débil,
sirve para una venda de enfermos, sirve para hacer señas
en una despedida, detrás de la ausencia:
es el color que sólo quiere reemplazar,
cubrir, tragar, vencer, hacer distancias.

Estoy solo entre materias desvencijadas,
la lluvia cae sobre mí, y se me parece,
se me parece con su desvarío, solitaria en el mundo muerto,
rechazada al caer, y sin forma obstinada.
Estoy aquí, contigo. Y pienso en ti, a tu sombra,
a tu sombra callada como un agua de otoño.
Aquí, con la cabeza caída en tu regazo,
como para que pienses que contemplo las nubes.

En tu rostro apacible se refleja el crepúsculo,
y eres tan bella, amiga, que me duele mirarte.
Aquí estoy, a tu sombra, pensando en ti, contigo.
Y tú piensas, acaso, que estoy pensando en otra.

Tú sonríes, segura del poder de tu beso,
y yo cierro los ojos para sentir tu ausencia.
Ah, pobre amiga mía, cómo quisiera amarte,
amarte como entonces, cuando tú no me amabas...

Ah, sí, qué pronto pasan el amor y las nubes...
Qué irreparablemente se mustian las espigas...
Aquí, bajo este árbol que ignora su silencio,
mí corazón se aleja tristemente del tuyo.

Y, sin embargo, amiga, ya ves que te sonrío.
Y mi boca recorre la distancia del beso.
Pero pienso en el modo de dejar de besarte,
y en una despedida que no te haga llorar...
Esto habrá de ser largo. Todo un mes. ¡Qué cansada
Durante un mes mi vida, sin tu charla adorada!

En mi última carta te dije que creía,
Que pensaba habituarme, que al fin valor tendría.
Sí, valor... pero sólo valor por un momento.
Después, mi dolor vuelve, vuelve como tormento.
Aquí está, lo percibo, lo siento aquí en mi alcoba;
Me persigue, me arrastra, y el sosiego me roba;
Va por entre los muebles, por las salas sombrías...
¡Ah! Estas noches sin besos, en soledad profunda.
Estas tristes mañanas sin oír «¡Buenos
días!»
Estas noches sin sueño,
En que tantos recuerdos de un pasado risueño
Se agolpan a mi mente conturbada;
Recuerdos que tu aliento no llena, ni el aroma
Que los cabellos tuyos dejan en tu almohada.
Si supieras qué horrible fastidio es verse solo,
¡Qué tristes noches, qué angustiosos días!

La alcoba me parece como muerta, la alcoba
En que orden y desorden siempre poner sabías.
Y después los armarios y puertas, un ruido
Hacen tan diferente, tan raro, entre la sombra,
Como un eco de queja dolorida,
De malestar muy hondo que persiste,
Y que en este vacío va poniendo algo triste,
Como la lluvia en torno de una cita incumplida.

Un son lúgubre todo va adquiriendo:
Ya voz que canta en notas desoladas,
O ya el grito de un niño, él son de un piano,
O en la escalera, al lado, fugitivas pisadas;
Y de pronto, en la calle, sordo rumor lejano,
Que se va, que se extingue... se extingue lentamente,
Y después, en la casa, las voces de las criadas...
Y Marta qué se queja, que regaña insistente,
Y para la comida pide órdenes. ¿Qué puedo
Decirle? Ni tengo hambre. Pues sabrás que en mi mente
Una idea grabada se encuentra solamente:
Esperar, solitario -mi angustia el cielo sabe-
Que este mes ¡ay! tan largo, tan largo, pronto acabe.
Para muchos el tiempo pasa siempre volando.
Y por creer me esfuerzo, con el alma dolida,
Que este mes, para ellos y para mí, en la vida
Será un mes como todos, que irá veloz pasando.

Y mientras tanto, cartas me ocupo en escribirte,
En que nunca he encontrado gran cosa que decirte;
De esas cartas que poco siempre dicen o nada,
Sin la voz, las sonrisas, el gesto y la mirada,
Y que sin eso siempre mal decimos
Todo lo que sentimos;
Y entonces ¿con qué fin ese deseo
Que nos hace escribir lo que escribimos?
Tenemos fe que en charlas de correo
Algo del alma va; pero esos largos
Monólogos de pluma deficiente
Siempre han hecho en la vida que la distancia aumente
La retórica indócil a que siempre le falta
En desoladas horas,
Y cual solaz de fiesta,
Lo que esas charlas hace encantadoras:
El íntimo placer de la respuesta.

Solo estoy. Hasta pronto, tú, ¡vida de mi vida!
¿Cierto es lo que me escribes en tu carta adorada?
¿Conque pensaste en ambos al quedarte dormida?
Mi corazón te envío, mi alma destrozada.
Te envío mi amargura, mi vida desolada,
Sin placer, sin los dulces pasados embelesos;
Y, corno suave arrullo de tu noche callada,
Muchos besos, más besos, siempre besos y besos.
Andrés, aunque te quitas la boina cuando paso
y me llamas «señor», distanciándote un poco.
reprobándome -veo- que no lleve corbata,
que trate falsamente de ser un tú cualquiera,
que cambie los papeles -tú por tú, tú barato-,
que no sea el que exiges -el amo respetable
que te descansaría-,
y me tiendes tu mano floja, rara, asusta
como un triste estropajo de esclavo milenario,
no somos dos extraños.
Tus penas yo las sufro. Mas no puedo aliviarte
de las tuyas dictando qué es lo justo y lo injusto.

No sé si tienes hijos.
No conozco tu casa, ni tus intimidades.
Te he visto en mis talleres, día a día, durando,
y nunca he distinguido si estabas triste, alegre,
cansado, indiferente, nostálgico o borracho.
Tampoco tú sabías cómo andaban mis nervios,
ni que escribía versos -siempre me ha avergonzado-,
ni que yo y tú, directos,
podíamos tocarnos, sin más ni más, ni menos,
cordialmente furiosos, estrictamente amargos,
anónimos, fallidos, descontentos a secas,
mas pese a todo unidos como trabajadores.

Estábamos unidos por la común tarea,
por quehaceres viriles, por cierto ser conjunto,
por labores sin duda poco sentimentales
-cumplir este pedido con tal costo a tal fecha;
arreglar como sea esta máquina hoy mismo-
y nunca nos hablamos de las cóleras frías,
de los milagros machos,
de cómo estos esfuerzos serán nuestra sustancia,
y el sueldo y la familia, cosas vanas, remotas,
accesorias, gratuitas, sin último sentido.
Nunca como el trabajo por sí y en sí sagrado
o sólo necesario.

Andrés, tú lo comprendes. Andrés, tú eres un vasco.
Contigo sí que puedo tratar de lo que importa,
de materias primeras,
resistencias opacas, cegueras sustanciales,
ofrecidas a manos que sabían tocarlas,
apreciarlas, pesarlas, valorarlas, herirlas,
orgullosas, fabriles, materiales, curiosas.
Tengo un título bello que tú entiendes: Madera,
Pino rojo de Suecia y Haya brava de Hungría,
Samanguilas y Okolas venidas de Guinea,
Robles de Slavonía y Abetos del Mar Blanco,
Pinoteas de Tampa, Mobile o Pensacola.

Maderas, las maderas humildemente nobles,
lentamente crecidas, cargadas de pasado,
nutridas de secretos terrenos y paciencia,
de primaveras justas, de duración callada,
de savias sustanciadas, felizmente ascendentes.
Maderas, las maderas buenas, limpias, sumisas,
y el olor que expandían,
y el gesto, el nudo, el vicio personal que tenían
a veces ciertas rollas,
la influencia escondida de ciertas tempestades,
de haber crecido en esta, bien en otra ladera,
de haber sorbido vagas corrientes aturdidas.

Hay gentes que trabajan el hierro y el cemento;
las hay dadas a espartos, o a conservas, o a granos,
o a lanas, o a anilinas, o a vinos, o a carbones;
las hay que sólo charlan y ponen telegramas
mas sirven a su modo;
las hay que entienden mucho de amiantos o de grasas,
de prensas, celulosas, electrodos, nitratos; 
las hay, como nosotros, dadas a la  madera,
unidas por las sierras, los tupis, las machihembras,
las herramientas fieras del héroe prometeico
que entre otras nos concretan
la tarea del hombre con dos manos, diez dedos.

Tales son los oficios. Tales son las materias.
Tal la forma de asalto del amor de la nuestra,
la tuya, Andrés, la mía.
Tal la oscura tarea que impone el ser un hombre.
Tal la humildad que siento. Tal el peso que acepto.
Tales los atrevidos esfuerzos contra un mundo
que quisiera seguirse sin pena y sin cambio,
pacífico y materno,
remotamente manso, durmiendo en su materia.
Tales, tercos, rebeldes, nosotros, con dos manos,
transformándolo, fieros, construimos un mundo
contra naturaleza, gloriosamente humano.

Tales son los oficios. Tales son las materias.
Tales son las dos manos del hombre, no ente abstracto.
Tales son las humildes tareas que precisan
la empresa prometeica.
Tales son los trabajos comunes y distintos;
tales son los orgullos, las rabias insistentes,
los silencios mortales, los pecados secretos,
los sarcasmos, las llamas, los cansancios, las lluvias;
tales las resistencias no mentales que, brutas,
obligan a los hombres a no explicar lo que hacen;
tales sus peculiares maneras de no hablarse
y unirse, sin embargo.

Mira, Andrés, a los hombres con sus manos capaces,
con manos que construyen armarios y dínamos,
y versos y zapatos;
con manos que manejan furiosas herramientas,
fabrican, eficaces, tejidos, radios, casas,
y otras veces se quedan inmóviles y abiertas
sobre ese blanco absorto de una cuartilla muerta.
Manos raras, humanas;
manos de constructores, manos de amantes fieles
hechas a la medida de un seno acariciado;
manos desorientadas que el sufrimiento mueve
a estrechar fuertemente, buscando la una en la otra.

Están así los hombres
con sus manos fabriles o bien sólo dolientes,
con manos que a la postre no sé para qué sirven.
Están así los hombres vestidos, con bolsillos
para el púdico espanto de esas manos desnudas
que se miran a solas, sintiéndolas extrañas.
Están así los hombres y, en sus ojos, cambiadas,
las cosas de muy dentro con las cosas de fuera,
y el tranvía, y las nubes, y un instinto -un hallazgo-,
todo junto, cualquiera,
todo único y sencillo, y efímero, importante,
como esas cien nonadas que pasan o no pasan.

Mira, Andrés, a los hombres, ya sentados, ya andando,
tan raros si nos miran seriamente callados,
tan raros si caminan, trabajan o se matan,
tan raros si nos odian, tan raros si perdonan
el daño inevitable,
tan raros que si ríen nos enseñan los dientes,
tan raros que si piensan se doblan de ironía.
Mira, Andrés, a estos hombres.
Míralos. Yo te miro. Mírame si es que aguantas.
Dime que no vale la pena de que hablemos,
dime cuánto silencio formó tu ser obrero,
qué inútilmente escribo, qué mal gusto despliego.

Mira, Andrés, cómo estamos unidos pese a todo,
cómo estamos estando, qué ciegamente amamos.
Aunque ya las palabras no nos sirven de nada,
aunque nuestras fatigas no puedan explicarse
y se tuerzan las bocas si tratamos de hablarnos,
aunque desesperados,
bien sea por inercia, terquedad o cansancio,
metafísica rabia, locura de existentes
que nunca se resignan, seguimos trabajando,
cavando en el silencio,
hay algo que conmueve y entiendes sin ideas
si de pronto te estrecho febrilmente la mano.
La mano, Andrés. Tu mano, medida de la mía.
Itzel Hdz May 2017
Cielito lindo te escribo por que te extraño, para decirte que las cosas que dejaste se están llenando de polvo, no las he tocado por que la manera exacta en que dejaste todo por aquí y por allá me recuerda a esos discursos tuyos, largos y cambiantes. Me he cubierto con ese enorme suéter de lana que no soltabas mientras estabas aquí y que terminaste dándome aquel día que se acabo la leña para el fuego. Vyvyan me ha traído tus viejos discos de vinilo, me contó que tu tía Hilde se encuentra mucho mejor. Ayer saque a pasear a Balzac, no es lo mismo sin ti, cuando pasamos bajo el puente naranja espera con ansias jugar en el pasto mas allá de las escaleras de concreto, pero sabes que yo no puedo bajar ahí como tu lo hacías. Espero que el cobertor de colores que te envié te haya servido, no se como pases el clima allá. Añoro tus abrazos ahora que enfría tanto, me he empalmado de suéteres incluso el tuyo, pero este frió es diferente, me pregunto por que. Fui al medico por la gripe de Carmen y noto el cardenal en mi mejilla, le he mentido sobre el claro, pero creo que no se lo ha creído. Me acuerdo en este momento preciso de el jueves pasado, hacia las compras en el abastecedor de Darrell, había un anciano, no paraba de hablar, pero no se le entendía nada, deje a Carmencita en el carro y me acerque al hombre, me miro y me tomo por los hombros, me vio directo a los ojos, oh Noel si supieras lo penetrante que era su mirada, se callo un largo rato, y me dijo en voz baja: Usted debe saberlo, !Usted!, el hombre esta acabando con sus iguales mi querida señora, se devora así mismo ... pero...nadie hace nada. Me quede callada mirándolo asustada, y luego no supe que contestar, me soltó, volvió a su farfulle y alcance a escuchar que decía: para que mas querría alguien comida enlatada...
Fue tan extraño cariño, pero me dejo pensando y pensando, me gustaría saber tu que opinas. Quería decirte también que para cuando vuelvas podre usar ese vestido rojo que me regalaste, los golpes ya casi no se me notan, con un poco de maquillaje podría arreglarlo pero solo usare mis vestidos para ti, perdóname por aquella otra vez sabes que no se repetirá.
Te necesito tanto aquí a mi lado por las noches, he dejado a Carmen dormir conmigo últimamente espero que no te moleste.
Los días pasan como una película antigua, lento y muy confusamente, espero que puedas venir pronto, las heridas en mi espalda comienzan a cicatrizar, ha sido ya mucho tiempo lejos de ti no ¿crees? puedes volverlo a hacer para que piense en ti cuando me acuesto por las noches, o cuando me recargo en las sillas del comedor, sabes que no me importa.
Te envío todo mi cariño en esta carta para que sepas que no te olvido, que siempre te pienso, y que a donde mire siempre te veo.
Vuele pronto.
Siempre Tuya
Agnes
Nov 4/2012
Well this is not a poem but it's a little bit hmm lyrical(?) I think I wrote this because at the time I was in a problematic relationship, in which my partner hurt me emotionally but I stuck with him anyways for a long time..take care of you guys
Por quietas calles andaba
Juanita Fernández, que era
muchacha como de pájaros
y naranjas y colmenas.
Nadie veía su guardia
callada de serafines,
nadie veía en sus sienes,
invisible, el arco iris.

Nadie, ni padre, ni madre,
ni parientes, ni padrinos,
sabía que a aquella niña
la había marcado el Destino.
«¡Qué inteligente, Juanita!
¡Qué fina piel de durazno!
¡Qué dos ojos de lucero
en un cielo de verano!»

Y andaba Juanita, andaba,
con sus muñecas, su perro
Tilo y sus libros de estudio
por las callejas del pueblo.
Andaba Juanita, andaba,
con su ángel de custodia,
y su pobreza tan rica
y sus ensueños de novia.

Primero, novia del aire,
y después, de un capitán.
Andaba Juanita, andaba,
y era rica más y más.
¿Qué importan la casa pobre,
los vestidos de algodones,
los zapatitos de cuero,
la blusa sin prendedores?

Veinte años casi sin crónica
con sólo el hijo y la paz
de sus versos y sus flores
de alambres y de cambray.
Alegre, tierna y callada,
amante y sin ambición,
gorjeaba en cantos y canto
de vida y callado amor.

Ya sobre el pecho una estrella,
ya otra más sobre la sien,
ya mil clarines al viento
y el toque de somatén.
Ya el llanto por sus mejillas,
ya grises fuegos su luna.
Mañanas de helada niebla,
noches a desvelo y bruma.

Ya zapatos de gamuza
y vestidos de París.
Ya la sonrisa perdida,
ya el deseo de morir.
El amor, como una rosa;
la vida, cáliz y cruz.
Tilo, borrado en la sombra,
brumosa la Cruz del Sur.

Y en su Río de la Plata
sólo el barco de su fe,
aunque sigan los clarines
y el toque de somatén.
¡Qué sola y sola Juanita
en su casona vacía!
América por sus salas
pasa, y Juanita perdida.

Ya no sabe de laureles
ni de nardos en el alba.
Traen orquídeas a sus manos
y mendiga un vaso de agua.
Secreto, ¡ay secreto, oh Dios,
oculto el romance puro!
Vela el ángel con su túnica
el préstamo sin futuro.

Y cuando muera Juanita
a gritos todos dirán
que fue bendito aquel día
ocho de Marzo, San Juan
de Dios, en tierras de Melo
que la historia alabará.
Y ha de dormirse llevando
sobre la mortaja un sol:
el de un amor silencioso
que nadie le adivinó.
que piensas de la noche..
cuando yace callada
eterna y desvelada
como bohemia dormida
;
las estrellas colgadas
en aquel libro *****
son iguales que versos
son como una caricia
;
los arboles ya secos
alzan sus pobres brazos
intentando tocar
un pedazo de cielo
;
las aves se acurrucan
en las tristes palmeras
los carros pasan secos
como aire en primavera
;
lo opaco de la noche
me llena de cenizas
los techos y las luces
luciernagas que pintan
;
pintan mi invierno triste
lo llenan de resina
y yo me sueño libre
como la noche fria
;
la noche nunca pregunta
siempre llega campante
invade cada parte
sin dar explicaciones
;
la noche se destaca
por ser bien libertina
la noche es un poema
repleto de caricias
;
las estrellas colgadas
del libro de la noche
vamonos a lo oscuro
vamonos a otro mundo
vamonos en un verso
al lugar mas profundo
al ***** de la noche
al lugar mas oscuro...
naomivdwoodsen Nov 2013
Una mujer camina hacia su casa,
es la hora de salir más ella llega.
Se quita el maquillaje de la cara,
su hermano impaciente la espera.

Por el día es una dama callada,
viste de uniforme con la cara lavada.

Cae la noche y ya no es lo que era
hace lo que quiere, es una pantera.

Por el día observa y por la noche olvida,
que sus problemas aparecen con la luz del día.
Inspirada en Effy, personaje de Skins.
Es media noche; la luna
Irradia en el firmamento;
Y riza al pasar el viento
Las ondas de la laguna.

En el bosque secular,
Y entre el tupido ramaje,
Turba el pájaro salvaje
La quietud con su cantar.

Y entre los contornos vagos
Del horizonte, a lo lejos
Brillan cual claros espejos,
Al pie del monte, los lagos.

Yace en paz, sola y rendida
De Tenoch la ciudad bella,
Parece que impera en ella
La muerte más que la vida.

Y no es ficción, es verdad;
Que fue tan triste su suerte
Que la orillan a la muerte
El luto y la soledad.
Su esplendor está apagado
De la guerra al terremoto;
El gran huebuetl está roto
Y el teponaxtle callado.

No alumbra el teocal, la luz
Del copal de suave aroma,
Porque el teocal se desploma
Bajo el peso de la cruz.

No cubren mantos de pluma
Los cuerpos de altivos reyes;
Tiene otro Dios y otras leyes
La tierra de Moctezuma.

Y ante este Dios y esta ley
Que transforman su recinto
Sólo al César Carlos Quinto
Reconoce como rey.

¡Cuántos heroicos afanes!
¡Cuántos horribles estragos
Han visto bosques y lagos,
Ventisqueros y volcanes!

Está el palacio vacío
Sin pompas ni ricas galas;
Desiertas se ven sus salas
Su exterior mudo y sombrío.

Y zumba en su derredor
Sel viento la aguda queja,
Como un suspiro que deja
Honda impresión de dolor.

Es el profundo lamento
De una raza sin fortuna:
¡La sangre que en la laguna
Flota y se queja en el viento!

Por eso duerme rendida
De Tenoch la ciudad bella,
Como si imperase en ella
La muerte más que la vida.
Frente a la anchurosa plaza,
Cerca del teocal sagrado
Y del palacio olvidado
Que pronta ruina amenaza,

Donde con riqueza suma
Viviera, en tiempo mejor,
Axayacatl el señor
Y padre de Moctezuma,

En corta y estrecha calle
Desde la cual, el que pasa
Mira fabricar la casa
Del alto marqués del Valle.

Así en la noche sombría
Como en la tarde callada
Y al fulgor de la alborada
Con que nace el nuevo día,

En toscas piedras sentado
Y con harapos vestido,
Entre las manos hundido
El semblante demacrado;

Un hombre de aspecto rudo,
Imagen de desventura,
Siempre en la misma postura,
Y como una estatua muda,

Inclinada la cabeza,
Allí lo encuentra la gente,
como la expresión viviente
De la más honda tristeza.

¿En qué piensa? ¿Qué medita?
¿Qué dolor su alma destroza
Que ni llora, ni solloza,
Ni se queja, ni se agita?

En su conjunto reviste
Tanta tristeza ignorada,
Que la gente acostumbrada
clama al verlo: «¡el indio triste!»

Le conocen por tal nombre
En el pueblo y la nobleza,
Y dicen: es la tristeza
Que tiene formas de hombre.

A nadie llegó a contar
Su tenaz dolor profundo;
Siempre triste lo vio el mundo
En aquel mismo lugar;

Tal vez fue algún descendiente
De los nobles mejicanos,
Que al ver en extrañas manos
Y en poder de extraña gente

La nación que libre un día
Vivió con riqueza y calma
Sintió en el fondo del alma
Horrible melancolía.

Y sin ninguna amenaza,
Viendo a su nación cautiva,
Fue la expresión muda y viva
De la aflicción de su raza.

Muchos años se le vio
En igual sitio sentado,
Y allí pobre y resignado
De su tristeza murió.

Su desconocida historia
Al vulgo pasma y arredra,
Y en tosca estatua de piedra
Honrar quiso su memoria.

La estatua al cabo cayó,
Que al tiempo nada resiste,
Y «Calle del Indio Triste»
Esa calle se llamó,

Sin poder averiguar
Con ciencia ni sutileza
La causa de la tristeza
Del indio de aquel lugar;

Pero en nuestro hermoso valle,
Y en nuestra mejor ciudad,
Pasan de edad en edad
Ese nombre y esa calle.
¡Oh muerte, en otros días, que recordar no puedo
sin emoción profunda, te tenía yo miedo!...
En medio de la noche, incapaz de dormir,
clamaba congojado: "Yo tengo que morir...
¡Yo tengo que morir irremisiblemente!"
Y sudores glaciales empapaban mi frente.

¿A quién tender la mano ni de quién esperar?
Estaba solo, solo de la vida en el mar...
Tenía un formidable aislador: la pobreza,
y ningún seno de hembra brindaba a mi cabeza
febril una almohada.
Estaba solo, solo; ¿de quién esperar nada?
Mas pasaron los años, y un día, una chiquilla
bondadosa me quiso. ¡Era noble, sencilla;
la fortuna la había tratado con rigor:
nos unimos... y, juntos, nos hallamos mejor!

Entonces, si la muerte volvía , con su quedo
andar, yo le tenía ya mucho menos miedo.
Buscaba, despertando, la diestra tan leal
de mi amiga, y con ímpetu resuelto, fraternal,
la estrechaba, pensando: "¡Con ella nada temo!
Con tal de marchar juntos, ¿qué importan tu supremo
horror y tus supremos abismos, oh, callada
Eternidad?... Con ella no temo nada, nada.

¿El infierno? -¡El infierno será donde ella falte!
¿Y el cielo? -Pues donde ella se encuentre... Que me exalte
o me deprima tanto como quiera mi estrella:
¿Qué importa, si desciendo y asciendo yo con ella?
¿Que más me dan las hondas negruras del Arcano,
si voy por los abismos cogido de su mano?"
¡Pero tanta ventura enojó no sé a quién
en las tinieblas, y una hoz me segó mi bien!
Una garra de sombra solapando su dolo,
me la mató... ¡y entonces me volví a quedar solo!
Solo, pero con una soledad más terrible
que antes.

                    Sollozando,
buscaba a la Invisible
y pedía piedad a lo desconocido;
abriendo bien los ojos y aguzando el oído,
en un mutismo trágico, pretendía escuchar
siquiera una palabra que me hiciese esperar...

Mas no plugo a la Esfinge responder a mi grito,
y ante el inexorable callar del Infinito
(tal vez indiferente, tal vez hosco y fatal)
escondí en lo más hondo del corazón mi mal,
y apático y ayuno de deseo y de amor,
entré resueltamente dentro de mi Dolor
como dentro de una gran torre silenciosa...

Mis pobres rimas fieles me decían: "Reposa,
y luego, con nosotras, canta el mal que sufriste;
ven, duerme en nuestro dulce regazo, no estés triste.
¡Aún hay muchas cosas que cantar..., cobra fe!"

Y yo les respondía: "¡Para qué! ¡para
qué!..."
Mas ellas insistían; en mi redor volaban,
y como eran las únicas que no me abandonaban,
acabé por oírlas...

                         Un libro, gota a gota,
se rezumó, con lágrimas y sangre, de la rota
entraña; un haz de rimas brotó para el Lucero
inaccesible, un libro de tal suerte sincero,
tan íntimo, tan hondo, que si desde su fría
quietud ella lo viese... me lo agradecería.

Después de haber escrito, quéde más resignado,
como si en su fiel ánfora hubiese yo vaciado
todo lo crespo y turbio de mi dolor presente,
dejando en la alma sólo la linfa transparente,
el caudal cristalino, diáfano, de mi pena,
profundo cual la noche, cual la noche serena.

Y aquel fantasma *****, que miraba temblando
yo antes, blandamente se fue transfigurando...
En la pálida faz del espectro, indecisa
como un albor naciente, brotaba una sonrisa;
brotaba una sonrisa tan cordial, de tal suerte
hospitalaria, que me pareció la Muerte
más madre que las madres; su boca, ayer horrible,
más que todas las bocas de hembra apetecible;
sus brazos, más seguros que todos los regazos...
¡Y acabé por echarme, como un niño, en sus brazos!

Hoy, ella es la divina barquera en quien me fío;
con ella, nada temo; con ella, nada ansío.
En su gran barca de ébano, llena de majestad,
me embarcaré tranquilo para la Eternidad.
Bajo un cámbulo en flor, en la llanura,
cerca de clara fuente rumorosa
que va regando a su rededor frescura,
sin cruz la abandonada sepultura,
el poeta suicida en paz reposa.

Caprichoso juguete del destino,
pálido, siempre triste, torvo y ceño,
fue en extrañas regiones peregrino,
siempre buscando su ideal divino,
y siempre en pos de su imposible sueño.

Una tarde, a los últimos fulgores
de Sol, cuando en el viejo campanario
del Ángelus vibraban los clamores,
regresó, con su fardo de dolores,
a su hogar el poeta solitario.

«Mi corazón, nos dijo, paz desea;
escribiré»... Para luchar cobarde
Nada más escribió. Su sola idea
era la de la muerte... Y otra tarde
lo vimos que salía de la aldea.

«Dónde vas?» Le dijimos
                                «Una cita;
Voy de prisa... me esperan...» Infinita
calma brillaba en su pupila inerte
«¿Quien? No lo sé. Beatriz... o Margarita».
...Y su cita... ¡era cita con la muerte!

Ya duerme... Y a las sombras, a lo ignoto,
a la negra, infinita lontananza,
lanzó el cansado y pálido piloto,
su blanco ensueño, como mástil roto,
como tabla deshecha, la Esperanza.

Como es tierra maldita, no hay camino
a do el triste cantor descansa inerme;
huye su sepultura el campesino,
solo... y en paz, con su laúd divino.

Pero cuando la luna en los desiertos
ámbitos se levantan, como aurora,
como la blanca aurora de los muertos,
desentume el canto los brazos yertos,
y en su huesa callada se incorpora.

¿Qué dulce voz de misterioso encanto
rompe el silencio de la noche? ¿Es una
serenata de amor?... ¿Plegaria o llanto?
¿Notas de arpas celestes?... ¡Es el canto
del poeta, a los rayos de la luna!

Y surgen a su acento, cual visiones,
las bellas heroínas inmortales
de sus castos poemas y canciones...
¡De su vida, las blancas ilusiones;
del poeta, las novias ideales!

Van surgiendo al vibrar de la armonía,
halo de luz sobre la frente, y llenas
de albas rosas las manos... Se diría
de canéforas blanca Teoría,
bajo arcadas de mármol, en Atenas.

En silencio lo escuchan... Ni un acento
Se levanta inoportuno... Ni suspira
Entre las ramas del guadual el viento.
En torno todo es paz, recogimiento;
todo es quietud al sollozar la ira.

Callad al fin las notas armoniosas;
y a la luz de la luna, que en la quieta
llanura se difunde, las hermosas
ponen sobre las sienes del poeta
una corona de laurel y rosas

Vuelve a cantar la brisa... Lentamente
las visiones se extinguen una a una;
como un áureo jardín es el Oriente,
y el poeta en la fosa hunde la frente,
mientras se borra en el azul la luna.
17th May 2017
odio tener que admitir que mis recuerdos siguen tomando vida cada vez que se cruzan con tu mirada

odio tener que sentirme indefensa, inútil e impotente a la vez cada vez que pienso en que tú ya no quieres

cientos de pétalos buscan un escape del cerezo
terminando muertos en el concreto

la última vez que me quedé callada por tanto tiempo no recuerdo haber explotado en llanto

la última vez que me sentí tan estúpida preferí callarme
¿por qué ahora no?

ah, cierto
antes tu sonrisa no me debilitaba
antes fingía tolerar y ser fuerte
antes tu mirada no me afectaba
antes era más
Cantaba.

Cantaba. Y nadie oía
los sónes que cantaba.

Metido por la noche
los hilos teje de su cántiga:
hilos de bronce que son los hilos ásperos de su tedio;
hilos de sangre de su corazón,
hilos de laboriosa araña
-hilos de seda- que es el ensueño que se arrebuja
bajo su melena flava.
Metido por la noche que le rodea
con mallas de silencio, -muelles
sillones de velludo-, mallas
caniciosas como manos queridas
sobre la sien afiebrada:

Cantaba.

Cantaba. Y nadie oía
los sónes que cantaba.

Su voz es como el eco de inauditas
músicas, ni en los sueños sospechadas.

¿Tañer de amorosas guzlas
moriscas? ¿De sacabuches y de flautas
pastorales, y de violas de amor?
O el jadear ciclópeo del órgano
que tientan los dedos o las zarpas
de Bach y Haendel y de Franck? ¿O el prodigio
insólito que logra de la nada
el milagro de la sinfonía
donde no se funden y todas las voces cantan?
Su voz es como el eco de inauditas
músicas ni en los sueños sospechadas:
o de músicas mútilas
urdidas en la propia fábrica
loca, de su cabeza:
porque se mata lo que se ama,
decía -mordicante- el Réprobo:
música supliciada!

Cantaba.

Cantaba. Y nadie oía
los sónes que cantaba.

Ni la selva, ni la noche le oía,
ni tú, ni nadie, ni nada!

¿Le oía el hosco cerco
de la selva cerrada,
cerrada como los oídos
y los caletres de la gente tonta y chata?
Le oyera la selva, le oyera
si a gritos cantara
-tal el viento y al modo de la tormenta:
pero canta muy paso: si -a veces-
su canción es callada,
muda, como los ojos abiertos,
húmedos... que no dicen palabra.
¿Le oyera la noche, de tibias
estrellas colmadas las sienes,
de tibias estrellas estigmatizada?
¿Vestida de ***** suntuoso
le oyera la noche trágica
cuando el vocerío del trueno
y el zig-zaguear de los relámpagos?
¿Le oyera la noche tácita
cuando con paso desfalleciente
cruza sus sendas la luna alunada?
¿Le oyeras tú, la mujer ilusoria
de ojos sombríos y boca macerada?

Ni la noche, ni la selva le oía,
ni tú, ni nadie, ni nada!

Cantaba.

El mismo no se oía
la canción que cantaba.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.
Negra pupila, abierta y fulgurante,
Ancha y tersa la frente pensadora,
Reposado el andar, dulce el semblante,
La mano diminuta y tembladora;
Todo extrañando el peso del turbante,
Del blanco jaique y de la guzla mora:
Así le conocí, cuando sentía
Amor y juventud el alma mía.

Era... ya lo sabéis, el inspirado,
El egregio cantor de los amores;
El que hablaba el idioma delicado
De las brisas, las fuentes y las flores.
Semejaba, en el siglo, un desterrado
De las rondas de antiguos trovadores,
Que en alta noche el mandolín tañía
Al pie de la callada celosía.

Él cantaba el más tierno de los seres,
¡Encarnación de la belleza humana!
Hablaba de ilusiones y placeres,
De una dicha inmortal y soberana;
Del amor que derrama en las mujeres
Más luz que el sol brillando en la mañana,
Y cuyo beso, en alas de su anhelo,
Basta a juntar la tierra con el cielo.

Después... su frente pálida, abatida,
Una sonrisa lúgubre en su boca;
Su voluntad heroica ya vencida,
Semejaba, en lo ñrme, abrupta roca
Gastada por las olas de la vida;
En el vaivén de la fortuna loca...
El alma llena de esplendor y fuego,
Y sus ojos sin luz... ¡ya estaba ciego!

Ya sentada a sus puertas la pobreza,
Conociendo del mundo los rigores,
Hirió su altiva frenta la tristeza;
Cantó libre sus íntimos dolores,
Y halló en premio a sus sueños de grandeza
Tardes nubladas y marchitas flores;
Horas lentas, amargas, intranquilas,
Y la noche en el alma y las pupilas.

¡Gladiador del espíritu! ¿a qué meta
Pretendes ir así? ¿No te imaginas
Que si mirara tu pupila inquieta,
Vieras el jaramago en las rüinas?
Ya ciñes la corona del poeta,
Ya conoces su peso y sus espinas,
Ya del rebelde mundo en el proscenio,
Como un errante sol, brilló tu genio.

Mirad... el genio cruza este desierto,
Entre penas y lágrimas cautivo...
En la tierra es un vivo que está muerto,
Y en la tumba es un muerto que está vivo.
Amar, soñar, creer, mirar abierto
Un templo más allá, luchar altivo,
Y consumirse al fuego que lo abrasa,
Tras un aplauso que resuena y pasa.

Tu patria sabe honrarte, enaltecerte,
Para ser inmortal tienes derecho;
Nadie en tu derredor culpa a la suerte,
Ni sollozos exhala de su pecho;

En las nupcias del genio con la muerte,
La Historia es un hogar, la tumba un lecho,
Y ambas fulguran con eterna llama
Hoy que engendran un hijo de la Fama.
Yo hago la noche del soldado, el tiempo del hombre sin melancolía ni exterminio, del tipo tirado lejos por el
océano y una ola, y que no sabe que el agua amarga lo ha separado y que envejece, paulatinamente y sin miedo, dedicado a lo
normal de la vida, sin cataclismos, sin ausencias, viviendo dentro de su piel y de su traje, sinceramente oscuro. Así, pues, me veo
con camaradas estúpidos y alegres, que fuman y escupen y horrendamente beben, y que de repente caen, enfermos de muerte. Porque
dónde están la tía, la novia, la suegra, la cuñada del soldado? Tal vez de ostracismo o de malaria mueren,
se ponen fríos, amarillos y emigran a un astro de hielo, a un planeta fresco, a descansar, al fin, entre muchachas y frutas
glaciales, y sus cadáveres, sus pobres cadáveres de fuego, irán custodiados por ángeles alabastrinos a dormir
lejos de la llama y la ceniza.
Por cada día que cae, con su obligación vesperal de sucumbir, paseo, haciendo una guardia innecesaria, y paso entre
mercaderes mahometanos, entre gentes que adoran la vaca y la cobra, paso yo, inadorable y común de rostro. Los meses no son
inalterables, y a veces llueve: cae del calor del cielo una impregnación callada como el sudor, y sobre los grandes
vegetales, sobre el lomo de las bestias feroces, a lo largo de cierto silencio, estas plumas húmedas se entretejen y alargan. Aguas de
la noche, lágrimas del viento monzón, saliva salada caída como la espuma del caballo, y lenta de aumento, pobre de
salpicadura, atónita de vuelo.
Ahora, dónde está esa curiosidad profesional, esa ternura abatida qué sólo con su reposo abría brecha, esa
conciencia resplandeciente cuyo destello me vestía de ultra azul? Voy respirando como hijo hasta el corazón de un
método obligatorio, de una tenaz paciencia física, resultado de alimentos y edad acumulados cada día, despojado de
mi vestuario de venganza y de mi piel de oro. Horas de una sola estación ruedan a mis pies, y un día de formas diurnas y
nocturnas está casi siempre detenido sobre mí.
Entonces, de cuando en cuando, visito muchachas de ojos y caderas jóvenes, seres en cuyo peinado brilla una flor amarilla como el
relámpago. Ellas llevan anillos en cada dedo del pie, y brazaletes, y ajorcas en los tobillos, y además collares de color, collares
que retiro y examino, porque yo quiero sorprenderme ante un cuerpo ininterrumpido y compacto, y no mitigar mi beso. Yo peso con mis brazos
cada nueva estatua, y bebo su remedio vivo con sed masculina y en silencio. Tendido, mirando desde abajo la fugitiva criatura, trepando
por su ser desnudo hasta su sonrisa: gigantesca y triangular hacia arriba, levantada en el aire por dos senos globales, fijos ante mis
ojos como dos lámparas con luz de aceite blanco y dulces energías. Yo me encomiendo a su estrella morena, a su calidez de
piel, e inmóvil bajo mi pecho como un adversario desgraciado, de miembros demasiado espesos y débiles, de ondulación
indefensa: o bien girando sobre sí misma como una rueda pálida, dividida de aspas y dedos, rápida, profunda,
circular, como una estrella en desorden.
Ay, de cada noche que sucede, hay algo de brasa abandonada que se gasta sola, y cae envuelta en ruinas, en medio de cosas funerales. Yo asisto
comúnmente a esos términos, cubierto de armas inútiles, lleno de objeciones destruidas. Guardo la ropa y los
huesos levemente impregnados de esa materia seminocturna: es un polvo temporal que se me va uniendo, y el dios de la substitución vela
a veces a mi lado, respirando tenazmente, levantando la espada.
Leydis Jun 2017
I looked at him angrily,
with decoupled fury,
with unchained frenzy,
with worn-out rapture
with an irritable angry outburst!
I was feeling cantankerous,
delicately susceptible.
I was feeling disheartened by...
with him,
with life,
with the stagnant time,
and my time that was still shackled to his life.  

I looked at him with wretchedness,
I wanted to wreck him,
to feel what I felt,
my empty spaces,
vacillating on a lost history,
lost in his dream and him conjuring me up as a nightmare!  

I looked at him with envy,
I envied his ability to love without loving,
to tie himself half way,
measuring the love that he gave,
his ability to leave the dreams of love... for vain conquests.  

I looked at him stupefied,
shaken and saddened.
I looked at him with contempt,
contemplating the love I still felt.
I looked at him quietly,
quietly silencing my pride,
drowning my soul in a deluge brought about in a single tear.  

I looked at him merciless,
suppressing the passion that it my unleashed in me.

I looked at him
the way the fat girl looks at a skinny one,
the way the paper looks at the translucent ink,
the way a poor man looks at the Pastor’s new car,
yet, he doesn’t have a cent in his pocket.
The way the sick  looks at the syringe.
The way the sun looks at the hidden moon.  

I looked at him leisurely,
I looked at him with all the pain in my life,
I looked at him because he did not see me,
I looked at him happily reclaiming his life..

and my eyes which still saw through his eyes,

looked at him…………………lifeless.
______________­___
Lo Mire

Lo mire con rabia,
con furia desacoplada,
con furor encadenado,
con arrebato desgastado,
con un coraje irritable!
Estaba quisquillosa,
susceptible y puntillosa.
Sentida con él,
con la vida,
con el estancado tiempo,
y mi tiempo esposado a su vida.

Lo mire con desdicha, desdicharle la vida quería,
que sintiera lo que yo sentía,
esos espacios vacíos,
vacilando en una historia perdida,
perdida en su sueño y él pesándome pesadilla.

Lo mire con envidia,
envidiaba su habilidad de amar sin amar,
de atarse a medias, midiendo el amor que entregaba,
su habilidad de dejar los sueños de amor…por vanas conquistas.

Lo mire aturdida,
turbada y entristecida.
Lo mire con desprecio, apreciando el amor-que le tenía.
Lo mire callada, callando mi orgullo,
ahogando mi alma, en un diluvio que broto en una sola lagrima.

Lo mire sin compasión,
oprimiendo la pasión que él mi desenlazaba.
Lo mire como mira la gorda a la lánguida,
como mira el papel a la tinta translucida,
como mira el pobre, el carro nuevo del pastor, y él sin un peso en el bolsillo.
como mira el enfermo a la jeringa
como mira el sol la luna escondida.

Lo mire sin prisa,
lo mire con todo el dolor de mi vida,
lo mire porque él ya no me veía,
lo mire rehaciendo felizmente su vida,
y mis ojos que por él,………………………aun veían.

Lo mire sin vida.
LeydisProse
6/22/2017
https://www.facebook.com/LeydisProse/about/
No recordar nada...
Que me hunda la noche callada
como una bandada
blanda y acabada.

(Que no quede nada...
Que pase la mujer amada
por una dejada
estancia soñada).

No desear nada...
Perderme en la idea sagrada
como una dorada
sombra en la alborada.
En los claustros del Alma la herida
Yace callada; mas consume hambrienta
La vida, que en mis venas alimenta
Llama por las medulas extendida.
Bebe el ardor hidrópica mi vida,
Que ya ceniza amante y macilenta,
Cadáver del incendio hermoso, ostenta
Su luz en humo y noche, fallecida.
La gente esquivo y me es horror el día;
Dilato en largas voces ***** llanto
Que a sordo mar mi ardiente pena envía.
A los suspiros di la voz del canto;
La confusión inunda el alma mía;
Mi corazón es reino del espanto.
Madres desventuradas, pobres madres en duelo,
Vuestros gritos de angustia los oye siempre el cielo.
Dios, que guía en los aires al pájaro perdido,
A una misma paloma conduce a un mismo nido.
Madres desventuradas, ¡oh madres sin fortuna,
Siempre se comunican el sepulcro y la cuna!...
¡Cuántos secretos guarda la Eternidad sombría!

La madre cuya historia voy a narrar vivía
En Blois, su hogar quedaba contiguo a nuestra casa;
Lo que Dios da o permite lo tenía sin tasa;
Se casó con el hombre a quien amó rendida,
Y un hijo tuvo: el goce más grande de su vida.

La cuna parecía, bajo un blanco cendal,
Nido de encaje y seda, junto al lecho nupcial.
De noche, a ¡cuántos dulces ensueños se entreabría
Su corazón de madre, y cuál resplandecía
Su mirada en la sombra, cuando ahogando el aliento,
Sin sueño, y en la cuna clavado el pensamiento,
Incorporada oía, con maternal cariño,
La serena y tranquila respiración del niño!

Feliz, al verse madre, cantaba a toda hora;
Su vida, por lo alegre, semejaba una aurora.

Sentado en sus rodillas bajo el materno arrullo,
«¡Ángel mío!», decíale, loca de amor y orgullo;

Mil nombres inventaba para llamarlo, cuanto

Se inventa para un hijo: «¡Tesoro, luz, encanto!»

Lo alzaba, lo ponía sobre el seno. Después
Le devoraba a besos los sonrosados pies,
Tanta dicha en la tierra sueño le parecía...
Con sonrisa de ángel el niño sonreía.

Frágil trémulo, como cervatillo a que espanta
El ruido de una hoja que la brisa levanta,
Crecía, Para el niño crecer es vacilar.
Dio los primeros pasos. Después empezó a hablar,
Tres años tuvo, gárrula edad en que locuela,
La palabra, como ave, las alas bate y vuela.


«Hijo mío», decía con inefable goce;

«¡Cuán grande está, miradlo! Ya las letras conoce;
Pide vestidos de hombre. Ya no quiere el muy pillo
Ni dulces, ni juguetes, ni ropas de chiquillo.
Son el diablo estos niños de ahora. ¡Cómo aprenden!
¡Si todo lo adivinan, si todo ya lo entienden!
El mío irá muy lejos. Será hermoso su sino,
¡Y al correr de los años sabrá abrirse
camino!»
Y al mirarlo con ojos de orgullo y de pasión
Latir sentía en su hijo su propio corazón.

Un día -¡de esas fechas fúnebres quién no tiene!-
El crup, horrible buitre de las sombras, que viene
Siempre a traición, el vuelo para sobre ese techo
Que cubría tres seres felices; en acecho
Espera al niño; rápido cae sobre él; lo agarra,
Y en la garganta frágil hinca la artera garra.

Si acaso no habéis visto la horrorosa agonía
De esos pobres pequeños, de la tierra alegría,
No sabéis de amarguras, ni del dolor que mata.
Luchan y se retuercen bajo el nudo que ata
Sus gargantas; la sombra les invade los ojos
Que sin vida se mueven entre círculos rojos;
El aliento les falta... Se siente angustia y frío...
¿Por qué los niños sufren y uno vive, Dios mío?
Y surge de sus labios tan extraño extertor,
Tan triste y misterioso, que el alma con pavor
Parece oír en esos angustiosos quejidos
Del cuervo del sepulcro los fúnebres graznidos.

Silenciosa, furtiva, la Muerte entra a la alcoba,
Y de ese hogar la dicha como ladrón se roba.

Un padre y una madre de hinojos ante el lecho;
Lágrimas y sollozos que desgarran el pecho,
E impasible ante tanto dolor el infinito...
¡Oh, la palabra expira donde comienza el grito!

Con el alma transida por el dolor, la madre,
En tanto que a su lado lloraba el pobre padre,
Tres meses duró inmóvil, con aspecto sombrío,
Y los ojos clavados en el lecho vacío.

Triste, febril, sin fuerzas, a nadie respondía;
Y a veces en voz baja repetir se le oía
-Los labios temblorosos y el pensamiento fijo-
Como hablando con alguien: «¡Devuélveme a mi hijo!»


El médico, entretanto, viendo dolor tan hondo,
Tanta amargura, al padre decía: «No respondo

De su salud si sigue tan triste y silenciosa;
Es fuerza distraerla, que piense en otra cosa,
Que salga de su encierro».

Pasó el tiempo. Y un día
Volvió a sentirse madre.
Junto a la cuna fría

De aquel ángel efímero recordando el acento,
Sola, muda, dejaba vagar el pensamiento.

Y el día en que de pronto sintió la sacudida
De un ser en sus entrañas, nuncio de amor y vida,
Palideció. «¿Quién llama?
¿Quién viene de otro Mundo?»

Dijo con hondo acento de un gran dolor profundo;
Y en lágrimas de fuego bañadas las mejillas,
Y ante la cuna sola postrada de rodillas:
«¡No... no quiero! clamaba, «porque tendrías celos»

«Tú, mi ángel dormido, que todos los anhelos
Te llevaste y los sueños de mis felices días»;

«Ya otro ocupa mi puesto», sollozando dirías;

«Mi madre lo ama, ríe... lo besa, y yo entretanto
Sin el calor de un beso duermo en el Camposanto,
Olvidado de todos, tiritando de frío...»

«No, nunca!...»

Así lloraba ese dolor sombrío.
Y por la vez segunda se vio madre. Dichoso
Dijo el padre: Es un niño. «¡Cuan rollizo y hermoso!»

Pero ella continuaba llorosa y abatida,
Y en el recuerdo antiguo de su amor abstraída.
Y al acercarle el niño, pensando en el ausente,
En el que fué en su cielo ráfaga refulgente,
Como en delirio trata de incorporarse, y mustia,
«¡Ese ángel está solo!», dice con honda angustia.

Mas de pronto, ¡oh milagro!, con aquel conocido
Acento que no olvida, oye al recién nacido
Que cerca de su seno, y en la sombra callada,
Murmura: «¡Soy el mismo, pero no digas nada!»
Canta en la noche, canta en la mañana,
ruiseñor, en el bosque tus amores;
canta, que llorará cuando tú llores
el alba perlas en la flor temprana.Teñido el cielo de amaranta y grana,
la brisa de la tarde entre las flores
suspirará también a los rigores
de tu amor triste y tu esperanza vana.Y en la noche serena, al puro rayo
de la callada luna, tus cantares
los ecos sonarán del bosque umbrío.Y vertiendo dulcísimo desmayo,
cual bálsamo süave en mis pesares,
endulzará tu acento el labio mío.
Tengo una sed de vinos capitosos
-venusino furor, pugnas salaces,
ojos enloquecidos por el éxtasis,
bocas ebrias, frenéticos enlaces-.

Tú, Dinarzada, tú, Fogosa Mía,
tú, Melusina, Vid de mis Deseos:

¡dóname tu lagar tibio y recóndito!
quiero oprimir tus uvas! y tus vinos
exprimir! -fulgurante filtro cálido
para mi sed de zumos citereos! 1Tengo una sed de búdicos nirvanas
-zahareño no oír, callada acidia,
ojos enceguecidos por el éxtasis,
espiritual ardor, psíquica lidia-.

Tú, Viaje Azul, Deliquio, Noche Intacta,
Música..., oh tú, mi inasequible Dueño:

¡llévame a tus refugios ataráxicos!
quiero tañer tus fibras! y el prodigio
de tu entraña exprimir! -don inefable
para mi sed de fugas y de ensueño!
Sonreía en sus ojos, esmeraldas oscuras,
-Ondas verdes y trémulas bajo ***** follaje
- El ensueño de un alma que persigue un miraje,
Un miraje en que flotan cosas blancas y puras.

Y de pronto a su vista se extendieron llanuras
Dilatadas y yermas. Y en el frío paisaje
-Mar sin olas-vio un ave de albo y terso plumaje,
Que moría mirando las etéreas alturas.

Y soñaba...  Y sus ojos de esmeralda, a lo lejos,
A la luz de una estrella, de murientes reflejos,
Una barca veían por el viento impulsada.

Y siguió pensativa, la cabeza en las manos,
Con el alma errabunda por los mares lejanos,
Con los ojos hundidos en la sombra callada.
Anda, date a volar, hazte una abeja;
En el jardín florecen amapolas,
Y el néctar fino colma las corolas;
Mañana el alma tuya estará vieja.

Anda, suelta a volar, hazte paloma,
Recorre el bosque y picotea granos,
Come migajas en distintas manos,
La pulpa muerde de fragante poma.

Anda, date a volar, sé golondrina,
Busca la playa de los soles de oro,
Gusta la primavera y su tesoro,
La primavera es única y divina.

Mueres de sed: no he de oprimirte tanto...
Anda, camina por el mundo, sabe;
Dispuesta sobre el mar está tu nave:
Date a bogar hacia el mejor encanto.

Corre, camina más, es poco aquello...
Aún quedan cosas que tu mano anhela,
Corre, camina, gira, sube y vuela:
Gústalo todo porque todo es bello.

Echa a volar... mi amor no te detiene,
¡Cómo te entiendo, Bien, cómo te entiendo!
Llore mi vida... el corazón se apene...
Date a volar, Amor, yo te comprendo.

Callada el alma... el corazón partido,
Suelto tus alas... ve... pero te espero.
¿Cómo traerás el corazón, viajero?
Tendré piedad de un corazón vencido.

Para que tanta sed bebiendo cures
Hay numerosas sendas para ti...
Pero se hace la noche; no te apures...
Todas traen a mí...
Pan
Al través de breñales de floresta no hollada,
Cauteloso, en la sombra, por oculto sendero,
El Fauno, que las ninfas desnudas caza artero,
Se desliza, el pie rápido y ardiente la mirada.

Es grato, divagando, de una fuente ignorada
Oír, bajo las frondas, el rumor placentero,
Cuando sus áureas flechas el Sol, divino arquero,
Lanza en la móvil noche por la extensión callada.

Se extravía una ninfa, se para, y de la Aurora
Oye caer las lágrimas que desde el cielo llora
Y que en el verde musgo temblando se disuelven.

Desde el follaje, el Fauno salta sobre ella; aprisa
La rapta, hiere el aire con su burlona risa,
Y se aleja. Y los bosques a su silencio vuelven.
¿dónde están mis murallas?/
¿dónda la paz de mis muertos/semilla
diseminada en la memoria/o planta
que callada crecés?/¿está en vos?/
no me conozco/¿como conocerte?/
¿con qué nombre te puedo nombrar?/
¿cómo se llama en realidad la alondra?/
silencio sos de la palabra/
cuando no hablo soy en vos/
todo lo que me digo es silencio de vos/
pájaro que no vuela/buey
que no ara/mar que no mara/sol
que no camina por el cielo/¿sos
este abrigo que me desnuda en
tus muchas compasiones?/
¿me hace temblar de vos/¿en vos?/
¿ciego de claridad/animal
que pace en tu paciencia?/
aBeautifulStory Jun 2019
Otra noche acostumbrada a esta soledad. Una mezcla de miedo y curiosidad...

Otra noche acostumbrada y ahora que me hace falta tu mirada mas quiero quedarme callada...

Las luces apagadas, sigo enredada en mi cama,
Mis almohadas llenas de mis lágrimas y mis libros llenos de palabras...

No encuentro mi felicidad.
La noche de verano que amante nos cubría
De ti era digna: ¡el cielo tantos astros tenía!
¡Tan diáfano en las sombras era su azul turquí,
Tan gratos sus rumores en el boscaje umbrío,
y tanta la dulzura que bajaba en rocío
                        Sobre ti y sobre mí!

Tus manos en las mías, mi espíritu de hinojos,
Te admiraba en silencio, porque en tus bellos ojos
Cuanto es amor y dicha veía yo irradiar.
y sin nada decirnos en esa dulce calma,
El ensueño que en tu alma comenzaba, en mí alma
                        Venía a terminar.

y a Dios en lo más íntimo del alma bendecía
Porque a ti y a la noche dio secreta armonía,
y porque una infinita ternura puso en mí,
y os hizo. a ti y la noche, tan puras y tan bellas,
y a la callada noche dio encantos y dio estrellas,
                        y la hermosura a ti.

A Dios, en nuestras almas, con un amor profundo
Bendigamos contritos; hizo tu alma y el mundo,
y es él quien a mi pecho dio anhelos y dio amor.
Es él quien en su fondo todo misterio encierra;
Es él quien brillar hace tus ojos en la tierra,
                        y al astro da fulgor.

Es él quien hizo siempre del amor faro y guía;
El, quien hizo la noche más hermosa que el día,
y al amor dio la fuerza de vencer al dolor.
Es Dios quien en tu cuerpo, don de su mano pura,
Como en celeste copa derramó la hermosura,
                        y en mi alma, el amor.

Déjate amar, bien mío. Sólo vive quien ama;
El amor es la vida, lo que la mente inflama,
Lo que deplora el hombre su vida al declinar.
Sin él, nada es completo, y a él todo se eslabona.
La belleza es la frente, y el amor la corona:
                        ¡Déjate coronar!

Lo que llena el espíritu batallador del hombre
No ha sido nunca el oro, ni aún el mismo renombre,
Polvo vil que traemos de la lucha feral;
Ni la ambición que siempre va tras quimera vana,
y roe lentamente cuanto en la vida humana
                        Es anhelo ideal.

Lo que basta es el cambio risueño de miradas,
Los ahogados suspiros, las manos enlazadas,
El beso, licor de éxtasis, aroma de ilusión;
Todo lo que adivina la mente en otra mente,
y todas las canciones que surgen de la ardiente
                        Lira del corazón.

No hay nada bajo el cielo sin una ley secreta;
Todo tiene su abrigo, su retiro y su meta
Do el instinto nos fija: su barca, el pescador;
El águila, las cumbres do en clara luz se baña,
El lago azul, el cisne; y el ave, la montaña...
                        Las almas, el amor.
Lupus- Jun 2020
Yo la quiero, la amo
Y sé que siente lo mismo por mí
Pero hay veces que dudo de ese amor
No porque no lo dice lo suficiente
No porque no lo enseñe todos los días
Pero porque no creo en mi misma
No veo lo que usted ve
No escucho lo que usted escucha
Estoy toda rota
En pedazos
Destrozada
En necesidad de milagros
No me veo capaz de hacer algo bien
Una buena para nada
Una imbécil
Cerrada y callada
Soy incapaz de
Hacer
Hablar
Escuchar
Pelear
Soñar
No soy digna de su cariño
I am not worthy of your love
eileen Nov 2019
17
son las 17
tiene 17
muy innocente
te quiere

17
ella es 17
una princesa sin principe
te quiere
muy callada

17
miedo a la vida
muy hermosa
17 no
la reina se quiere ir

17
vamos
animo
si se puede
En Cluny, Siglo XV.
                                        Bajo álamos de plata
sus aguas el Saona, rumoroso dilata
por el lento deshielo. La mole ennegrecida
de piedra, corta el llanto que despierta a la vida.
En el parque, vagando, y humilde la mirada,
las manos sobre el pecho y en la oración callada,
pasan monjes, tendida hacia atrás la cogulla
y como una armonía celeste al campo arrulla.

Cielo tranquilo y diáfano.
                                                  La quietud del convento
a la plegaria incita y a hondo recogimiento.
Las ventajas abiertas dan al jardin. Las rosas
sonríen bajo errante vuelo de mariposas;
y en las frondas, de nidos y de aves la algazara
es saludo a la aurora, que surge azul y clara.

En la amplia biblioteca, monje benedictino
tiene abierto en la mesa borroso pergamino,
donde paciente artista de tiempo muy lejano,
al principiar capítulos, pintó con hábil mano,
en grandes iniciales y con vivos colores,
dragones, ninfas, grifos y ultraterrenas flores.

Con sus rubios cabellos sobre la frente vasta,
su palidez y el brillo de su pupila casta,
y con su hábito blanco, parece el monje, efebo,
del jardín ante el tibio primaveral renuevo

Copia un códice antiguo; «Dafnis y Cloe».
                                                                                    Aromas
de los rosales suben y arrullos de palomas.

Absorto escribe.
                                        Y Cloe se yergue ante sus ojos,
Púber, blanca, sin velos y con sus labios rojos,
Así cual Longo un día radiante de verano
La soñó junto a Dafnis, bajo el azul lesbiano.

Aromas, más aromas, va trayendo la brisa.
Cloe sonríe; a Dafnis abraza, y su sonrisa
Es rosa entre sus labios en flor. Y más fragancia,
Arrullos y rumores llenan la quieta estancia.

Cloe pasa, se borra, mas de nuevo aparece.
En su naciente seno ya la vida florece;
Se pierde entre los árboles, vuelve nerviosa y bella,
Y muestra en el boscaje su desnudez de estrella.

Sobre la mesa el monje pensativo se curva;
Inquietud hasta entonces no sentida lo turba;
Se alza rápido y torna a sentarse impaciente;·
Se pone en pie; se inclina, las manos en la frente,
Y aromas... y un deseo el corazón le roe...
Y más vivaz irradia la pubertad de Cloe.

De pronto aparta el códice, y ante la azul mañana
Tiende inquieto las manos, y cierra la ventana;
Y sentado en la silla, pálido y sonreído,
Se queda lentamente y en éxtasis dormido.

En el silencio entonces, bajo el azul y el oro
Del cielo, las campanas se oían; y en el coro
Los monjes, en anhelo que del mal los liberte,
Cantaban de rodillas el Salmo de la Muerte.

— The End —