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Cantaba.

Cantaba. Y nadie oía
los sónes que cantaba.

Metido por la noche
los hilos teje de su cántiga:
hilos de bronce que son los hilos ásperos de su tedio;
hilos de sangre de su corazón,
hilos de laboriosa araña
-hilos de seda- que es el ensueño que se arrebuja
bajo su melena flava.
Metido por la noche que le rodea
con mallas de silencio, -muelles
sillones de velludo-, mallas
caniciosas como manos queridas
sobre la sien afiebrada:

Cantaba.

Cantaba. Y nadie oía
los sónes que cantaba.

Su voz es como el eco de inauditas
músicas, ni en los sueños sospechadas.

¿Tañer de amorosas guzlas
moriscas? ¿De sacabuches y de flautas
pastorales, y de violas de amor?
O el jadear ciclópeo del órgano
que tientan los dedos o las zarpas
de Bach y Haendel y de Franck? ¿O el prodigio
insólito que logra de la nada
el milagro de la sinfonía
donde no se funden y todas las voces cantan?
Su voz es como el eco de inauditas
músicas ni en los sueños sospechadas:
o de músicas mútilas
urdidas en la propia fábrica
loca, de su cabeza:
porque se mata lo que se ama,
decía -mordicante- el Réprobo:
música supliciada!

Cantaba.

Cantaba. Y nadie oía
los sónes que cantaba.

Ni la selva, ni la noche le oía,
ni tú, ni nadie, ni nada!

¿Le oía el hosco cerco
de la selva cerrada,
cerrada como los oídos
y los caletres de la gente tonta y chata?
Le oyera la selva, le oyera
si a gritos cantara
-tal el viento y al modo de la tormenta:
pero canta muy paso: si -a veces-
su canción es callada,
muda, como los ojos abiertos,
húmedos... que no dicen palabra.
¿Le oyera la noche, de tibias
estrellas colmadas las sienes,
de tibias estrellas estigmatizada?
¿Vestida de ***** suntuoso
le oyera la noche trágica
cuando el vocerío del trueno
y el zig-zaguear de los relámpagos?
¿Le oyera la noche tácita
cuando con paso desfalleciente
cruza sus sendas la luna alunada?
¿Le oyeras tú, la mujer ilusoria
de ojos sombríos y boca macerada?

Ni la noche, ni la selva le oía,
ni tú, ni nadie, ni nada!

Cantaba.

El mismo no se oía
la canción que cantaba.
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