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Tú sufres de una glándula endocrínica, se ve,
o, quizá,
sufres de mí, de mi sagacidad escueta, tácita.
Tú padeces del diáfano antropoide, allá, cerca,
donde está la tiniebla tenebrosa.
Tú das vuelta al sol, agarrándote el alma,
extendiendo tus juanes corporales
y ajustándote el cuello; eso se ve.
Tú sabes lo que te duele,
lo que te salta al anca,
lo que baja por ti con soga al suelo.
Tú, pobre hombre, vives; no lo niegues,
si mueres; no lo niegues,
si mueres de tu edad ¡ay! y de tu época.
Y, aunque llores, bebes,
y, aunque sangres, alimentas a tu híbrido colmillo,
a tu vela tristona y a tus partes.
Tú sufres, tú padeces y tú vuelves a sufrir
horriblemente,
desgraciado mono,
jovencito de Darwin,
alguacil que me atisbas, atrocísimo microbio.
Y tú lo sabes a tal punto,
que lo ignoras, soltándote a llorar.
Tú, luego, has nacido; eso
también se ve de lejos, infeliz y cállate,
y soportas la calle que te dio la suerte
y a tu ombligo interrogas: ¿dónde? ¿cómo?

Amigo mío, estás completamente, .
hasta el pelo, en el año treinta y ocho,
nicolás o santiago, tal o cual,
estés contigo o con tu aborto o conmigo
y cautivo en tu enorme libertad,
arrastrado por tu hércules autónomo...
Pero si tú calculas en tus dedos hasta dos,
es peor; no lo niegues, hermanito.

¿Que nó? ¿Que sí, pero que nó?
¡Pobre mono!... ¡Dame la pata!... No. La mano, he dicho.

¡Salud! ¡Y sufre!
Este campo fue mar
de sal y espuma.
Hoy oleaje de ovejas,
voz de avena.

Más que tierra eres cielo,
campo nuestro.
Puro cielo sereno...
Puro cielo.

¿De tu origen marino no conservas
más caracol que el nido del hornero?

No olvides que el azar hinchó sus velas
y a través de otra mar dio en tus riberas.

Ante el sobrio semblante de tus llanos
se arrancó la golilla el castellano.

Tienes, campo, los huesos que mereces:
grandes vértebras simples e inocentes,
tibias rudimentarias,
informes maxilares que atestiguan
tu vida milenaria;
y sin embargo, campo, no se advierte
ni una arruga en tu frente.

Ya sólo es un silencio emocionado
tu herbosa voz de mar desagotado.

¡Qué cordial es la mano de este campo!

Sobre tu tersa palma distendida
¡quién pudiese rastrear alguna huella
que revelara el rumbo de su vida!

Tus mismos cardos, campo, se estremecen
al presentir la aurora que mereces.

Une al don de tu pan y de tu mano
el de darle candor a nuestro canto.

¿Oyes, campo, ese ritmo?
¡Si fuera el mío!...
sin vocablos ni voz te expresaría
al galope tendido.

Estas pobres palabras
¡qué mal te quedan!
Pero qué quieres, campo,
no soy caballo
y jamás las diría
si tú me oyeras.

Por algo ante el apremio de nombrarte
he preferido siempre galoparte.

Ritmo, calma, silencio, lejanía...
hasta volverte, campo, melodía.

Sólo el viento merece acompañarte.

¿No podrá ni mentarse tu presencia
sin que te duela, campo, la modestia?

Eres tan claro y limpio y sin dobleces
que el vuelo de una nube te ensombrece.

¡Hasta las sombras, campo, no dan nunca
ni el más leve traspiés en tu llanura!

¿Cómo lograste, campo tan benigno,
asistir a los cruentos cataclismos
que describen tus nubes
y ver morir flameantes continentes,
inaugurarse mares,
donde jóvenes islas recalaban
en bahías de fuego,
con el vivo y remoto dramatismo
que recuerdan tus cielos?

Al galoparte, campo, te he sentido
cada vez menos campo y más latido.

Tenso y redondo y manso,
como un grávido vientre
virgen campo yacente.

Sin rubores, ni gestos excesivos,
-acaso un poco triste y resignada-
con el mismo candor que usan tus chinas
y reprimiendo, campo, su ternura,
-más allá del bañado, entre las parvas-
se te entrega la tarde ensimismada.

Pasan las nubes, pasan
-¿Quién las arrea?-
tobianas, malacaras,
overas, bayas;
pero toditas llevan,
campo, tu marca.

Dime, campo tendido cara  al cielo,
¿esas nubes son hijas de tu sueño?...

¡Cómo no han de llorarte las tropillas
de tus nubes tordillas
al otear, desde el cielo, esas praderas
y sentir la nostalgia de sus yerbas!

Lo que prefiero, campo, es tu llaneza.

Ya sé que tierra adentro eres de piedra,
como también de piedra son tus cielos,
y hasta esas pobres sombras que se hospedan
en tus valles de piedra;
pero al pensarte, campo, sólo veo,
en vez de esas quebradas minerales
donde espectros de muías se alimentan
con las más tiernas piedras,
una inmensa llanura de silencio,
que abanican, con calma, tus haciendas.

En lo alto de esas cumbres agobiantes
hallaremos laderas y peñascos,
donde yacen metales, momias de alga,
peces cristalizados;
peto jamás la extensa certidumbre
de que antes de humillarnos para siempre,
has preferido, campo, el ascetismo
de negarte a ti mismo.

Fuiste viva presencia o fiel memoria
desde mi más remota prehistoria.

Mucho antes de intimar con los palotes
mi amistad te abrazaba en cada poste.

Chapaleando en el cielo de tus charcos
me rocé con tus ranas y tus astros.

Junto con tu recuerdo se aproxima
el relente a distancia y pasto herido
con que impregnas las botas... la fatiga.

Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?
hasta encontrarlo dentro de uno mismo.

Siempre volvemos, campo,
de tus tardes con un lucero humeante...
entre los labios.

Una tarde, en el mar, tú me llamaste,
pero en vez de tu escueta reciedumbre
pasaba ante la borda un campo equívoco
de andares voluptuosos y evasivos.

Me llamaste, otra vez, con voz de madre
y en tu silencio sólo hallé una vaca
junto a un charco de luna arrodillada;
arrodillada, campo, ante tu nada.

Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,
te me vas, despacito, para adentro...
al trote corto, campo, al trotecito.

Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.

Entra y descansa, campo. Desensilla.
Deja de ser eterna lejanía.

Cuanto más te repito y te repito
quisiera repetirte al infinito.

Nunca permitas, campo, que se agote
nuestra sed de horizonte y de galope.

Templa mis nervios, campo ilimitado,
al recio diapasón del alambrado.

Aquí mi soledad. Esta mi mano.
Dondequiera que vayas te acompaño.

Si no hubieras andado siempre solo
¿todavía tendrías voz de toro?

Tu soledad, tu soledad... ¡la mía!
Un sorbo tras el otro, noche y día,
como si fuera, campo, mate amargo.

A veces soledad, otras silencio,
pero ante todo, campo: padre-nuestro.

"No eres más que una vaca -dije un día-
con un millón de ubres maternales"...
sin recordar -¡perdona!- que enarbolas
entre el lírico arranque de tus cuernos
un gran nido de hornero.

"Si no tiene relieve, ni contornos.
Nada que lo limite, que lo encuadre;
allí... a las cansadas, un arroyo,
quizás una lomada..."
seguirán -¡perdonadlos!- murmurando,
aunque tu inmensa nada lo sea todo.

Comprendo, campo adusto, que sonrías
cuando sólo te habitan las espigas.

Aunque no sueñen más que en esquilmarte
e ignoren el sabor de tus raíces,
el rumbo de tus pájaros,
nunca te niegues, pampa, a abrir los brazos.
Has de ser para todos campo santo.

Al verte cada vez más cultivado
olvidan que tenías piel de puma
y fuiste, hasta hace poco, campo bravo.

No te me quejes, campo desollado.
Cubierto de rasguños y de espinas
-después de costalar entre tus cardos-
anduve yo también desamparado,
con un dolor caballo en las costillas.

Recuerda que tus nubes se desangran
sin decir, campo macho, ni palabra.

Son tan grandes tus noches, que avergüenzan.

Si los grillos dejasen de apretarle
una sola clavija a tu silencio,
¿alcanzarías, campo, el delirante
y agudo diapasón de las estrellas?

Hasta la oscura voz de tus pantanos
da fervor a tu sacro canto llano.

¡Qué buenos confesores son tus sapos!

Nada logra expresar, campo nocturno,
tu inmensa soledad desamparada
como el presentimiento que ensombrece
el insomne mugir de tus manadas.

Vierte, campo, sin tregua, en nuestras
venas la destilada luz de tus estrellas.

Tu santa luna, campo solitario,
convierte nuestro pecho en un hostiario.

Déjanos comulgar con tu llanura...
Danos, campo eucarístico, tu luna.

¿A qué sabrán tus pastos
cuando logren, por fin, domesticarte
y en vez de campo potro desbocado
te transformes en campo endomingado?

Cómo ríen tus sapos, tus maizales,
con dientes de potrillo,
del candor con que todas tus ciudades,
no bien salen del horno,
ya ostentan capiteles, frontispicios,
y arquitrabes postizos.

Sólo soportas, campo, los aleros
que aconsejan vivir como el hornero.

Te llevé de la mano
hacia aldeas y rutas patinadas
por leyendas doradas;
pero tú sonreías, campo niño,
y yo junto contigo...
siempre, siempre contigo
campo recién nacido.

Tantos viejos modales resobados
y tanta historia
con tantas mezquindades,
desde la ausencia, campo, musitaban
tus ingenuos yuyales.

-¡Qué tierras sin aliento! -balbuceabas-.
Sólo produce muertos...
grandes muertos insomnes y locuaces
que en vez de reposar y ser olvido
desertan de sus tumbas, vociferan,
en cada encrucijada,
en cada piedra.
Los míos, por lo menos, son modestos.
No incomodan a nadie.

Y el eco de tu voz, entre las ruinas:
"Dadle muerte a esos muertos", repetía.

¿Dónde apoyarnos, campo?
¡Ni una piedra!
Nada que indique el rumbo de tus huellas.
Persiste, campo nada, en acercarnos
la ocasión de perdernos... o encontrarnos.

Gracias, campo, por ser tan despoblado
y limpito de muertos,
que admites arriesgar cualquier postura
sin pedirle permiso a los espectros.

Muchas gracias por crearnos una muerte
de tu mismo tamaño y tan perfecta
que no deja ni el rastro de una huella.

Y mil gracias por darnos la certeza
de poder galopar toda una vida
sin hallar otra muerte que la nuestra.

Con sólo descansar sobre tu suelo
ya nos sentimos, campo, en pleno cielo.

-"¿Y si en vez de ser campo fuera ausencia?"
-"En mí perduraría tu presencia."

Espera, campo, espera.
No me llames.
¿Por qué esa voz tan negra,
campo madre?

-"¿Es tu silencio mar quien me reclama?"
-"Ven a dormir a orillas de mi calma."

Tú que estás en los cielos, campo nuestro.
Ante ti se arrodilla mi silencio.
It Aug 2013
Poeta,
no temas caer en audacia
o que versos anteriores
limiten tu poesia,
esta no es un fragmento para comparación,
y al nacer una obra, ten dado
que su resolución es inaudita;
ya que un sueño profundo nunca cesa.

Solo rie en el pudor
que bajo la luna palpita,
recitandole a un sueño
un mercurio de risas.

No tomes a Melancolia como tu enemiga,
endulza el alma con un breve remordimiento.
No necesitas cambiar al mundo
ni tu vida en una palabra;
solo sentir la brisa
que respira cada grano
y cada gota que incita.

No necesitas ni lápiz,
ni papel,
ni harmonia,
solo una rima cambiante
que en su intangible ardor
rescata tu sonrisa.

No te niegues a preservarla
en el valiente rumbo de la neblina,
ya que las palabras sinceras
nunca han de ser escritas.
I take into account that given to the language, many will be unable to understand this poem but I hope that it brings pleasure upon those who do. :)
No me llores, tonterías
No me cuentes mas teorias
solo quiero que te alejes
Pues mi vuelo es esta noche.

Ya no quiero tus mensajes
he perdido mi equipaje
Te has robado mis tatuajes
Por favor deja ya de mirarme.

Estoy listo para el viaje
Es muy tarde para hablarme
Y me armado de coraje
con los puños y los guantes.

No me atrevo a mirarte
Mejor te escrito un mansaje:
“Nuca vuelvas a hablarme”

Pues cantaron las noticias
Que tienes un amante
Me has mentido como a un niño
como pude ser tan ciego…
sobreactuar no es necesario
Ya no niegues lo brillante
por favor  no quiero lastimarte…

Y no me digas tonterías,
no me digas que es de dia,
cuando veo que el cielo es nocturno.
Por favor no me digas... no me digas...
No me digas más mentiras...
Grande rumor se levanta   de gritos, armas y voces
en el palacio de Burgos,   donde son los ricoshombres.
Bajó el rey de su aposento   y con él toda la corte,
y a las puertas del palacio   hallan a Jimena Gómez,
desmelenado el cabello,   llorando a su padre el conde;
y a Rodrigo de Vivar   ensangrentado el estoque.
Vieron al soberbio mozo   el rostro airado se pone,
de doña Jimena oyendo   lo que dicen sus clamores:
-¡Justicia, buen rey, te pido   y venganza de traidores;
así se logren tus hijos   y de tus hazañas goces,
que aquel que no la mantiene   de rey no merece el nombre!
Y tú, matador cruel,   no por mujer me perdones:
la muerte, traidor, te pido,   no me la niegues ni estorbes,
pues mataste un caballero,   el mejor de los mejores.
En esto, viendo Jimena   que Rodrigo no responde,
y que tomando las riendas   en su caballo se pone,
el rostro volviendo a todos,   por obligalles da voces,
y viendo que no le siguen   grita: -¡Venganza, señores!
Jr Aug 2018
absurda odisea
llenando tu mente de enormes olas
en este mar colmado de aguas tranquilas

priva tus ideas de la oscuridad
que te persigue
y eres tu

no niegues al mundo
el amanecer de tu sonrisa
que el mar apaciguará el oleaje
y tocaremos tierra firme

finalmente
La culpa ha sido tuya. ¡Sí! Tuya. Te lo he dicho,
Lo repito, y no niegues que lo hiciste ex profeso,
Lo sabes, pues te dejas llevar de tu capricho.
Mas no llores, no llores... ¿Qué sacarás con eso?
Toma el té. Que esto acabe... Dos horas disputando.
Tómate el té; y hablemos de cosa diferente,
Porque inmediatamente
Me iré, te lo prevengo, si has de seguir llorando.
Pero ¿qué es lo que he dicho? ¿Qué tienes? ¿Tu porfía
A qué obedece? ¡Sea! Pues bien, la culpa es mía;
Mas enjúgate el llanto,
¡Porque has llorado tanto!
Y como soy sincero
-¿Y para qué callarlo?- te digo que te quiero;
Bien lo sabes, lo sabes, amor de mis amores,
Bien sabes que te quiero. Pero ¡Por Dios! no llores.

Dices... ¿Qué es lo que dices? ¿Dices que te he pegado?
¿Y cómo dices eso? ¡Si yo no te he tocado!
¿En dónde te he hecho daño? ¿Cómo aseguras eso?

Déjate de esas cosas... y dame pronto un beso;
Y que nuestra disputa quede ya terminada,
Que todo esto se acabe... Di: ¿no estás enojada?
Cálmate en el instante. Tómate el té. Te ruego...
Después te pondrás polvos... cuando venga el sosiego;
Y dime que me quieres, que soy tu solo amado,
Y toma mi pañuelo, que el tuyo está mojado.

¿Y qué quieres ahora?
¿Un poco más de crema? ¿La polvera?... ¡Señora!
¿Ya lo ves? Y ocultarlo tu corazón no puede,
Qué en todas las disputas siempre soy el que cede.

Pero tienes hinchados, muy hinchados, los ojos,
Y los tienes muy rojos.
¡Vamos! Sonríe ahora; que sonreír te vea,
Porque cuando te enojas hasta te pones fea;
Y dame un beso pronto, con labio apasionado,
Porque ya nuestra riña ¿no es cierto? ha terminado.

— The End —