A orillas, de rodillas, se sentó y me hablo.
Me plasmo la puesta de sol que había presenciado,
Canto su poema favorito.
Hablo sobre el amor de mis días,
Y la soledad que reencarnaba mi silueta.
Yo la escuchaba, cual sonido de las gaviotas,
Como si la vida que ella recitaba fuese de admirar.
Su sonrisa era como brisa,
Le devolvía el brillo a mi piel.
Pero sin importar el brillo,
En su regazo,
Se encontraba mi alma.
Alma descolorada, sin algo adentro;
Que lloraba sin lágrimas por falta de esencia.
“Triste vida mía, ¿qué ha sucedido contigo?”
Pregunta con ternura.
Y allí yacía,
Esperando alguna contestación.
Las pocas lágrimas que quedaban
Brotaron como flores en pradera
La tenía frente a mí,
Mi parte desnuda, cristalizada, pura.
Seque mis lágrimas y le di las gracias,
Por su visita inesperada.