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Si fueras tú un árbol,
Quisiera ser el leñador
Quisiera un alma de valor,
Quisiera un hacha de mármol.

Quisiera poder pasar
Mi mano por tu coraza
Y si más no se desplaza,
Tumbarte horizontal.

Quisiera hacer un hogar
De tu torso de madera,
Y en tu pecho, si se abriera,
Una cuna de anidar,

Quiero dormir sobre tu pelo,
Bajo tus ojos de ventana,
Y despertar cada mañana
Besando los pies de tu suelo.

Si fueras para mí,
Tus semillas guardaría
Y en la noche sembraría
Todo un bosque de ti.
Buscando raíces de alas
la frente
se le desplaza
a derecha
e izquierda.
Y sobre el remolino
de la cara
se le fija,
telón del más allá,
comba y ancha.
Una alimaña
le grita en la nariz
que intenta aplastársele
enfurecida...
Irrumpe un griego
por sus ojos distantes.
Un griego
que sofocan de enredaderas
las colinas andaluzas
de sus pómulos
y el valle trémulo
de su boca.
Salta su garganta
hacia afuera
pidiendo
la navaja lunada
de aguas filosas.
Cortádsela.
De norte a sud.
De este a oeste.
Dejad volar la cabeza,
la cabeza sola,
herida de ondas marinas
negras...
Y de caracolas de sátiro
que le caen
como campánulas
en la cara
de máscara antigua.
Apagadle
la voz de madera,
cavernosa,
arrebujada
en las catacumbas nasales.
Libradlo de ella,
y de sus brazos dulces,
y de su cuerpo terroso.
Forzadle sólo,
antes de lanzarlo
al espacio,
el arco de las cejas
hasta hacerlos puentes
del Atlántico,
del Pacífico...
Por donde los ojos,
navíos extraviados,
circulen
sin puertos
ni orillas...

— The End —