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Nicole Mar 2015
Mujer, pisoteada por la sociedad,
denegada ante la realidad.

Sometida por los ideales creados
y eventualmente evolucionados.

Mujer, tú que haz parido,
tú que haz criado y mantenido,
eres nada ante los demás.

Culturalmente degradada,
religiosamente alabada.

Mujer, dando frutos y alegrías
en la vida de alguien que luego te va a dejar.

Tu color, tu tamaño, tu estilo, tu manera de expresar,
nada importará, todo ya definido está,
los estereotipos podrán más que tu bondad.

Mujer, tan trabajadora como siempre,
pero preocupada de lo que dirá la gente.

Las salidas, el ****, los viajes, los lujos, la comida, los placeres,
todo aquello de lo que quisieras disfrutar,
jamás podrás hacerlo con tranquilidad.

Siempre habrá alguien que manejará tu vida,
siempre habrá ese miedo que contigo acabará.

Mujer, es hora de que te des tu lugar,
eres bella, eres importante,
ignora si aquel no piensa igual.

Demuéstrale al mundo que no eres un objeto ******,
que no importa si eres de color o gruesa,
siempre va haber alguien que te va a amar.

Mujer, valórate y quiérete tal y como eres,
eres símbolo de pureza y calidad.

Pisoteada por la sociedad,
denegada ante la realidad,
es momento de gritar:
"¡YA NO MÁS!"
Escrito de última hora
Nicole Apr 2015
...
Frustrada, sí, estoy frustrada.
Necesito un orden, quiero un orden.
No puedo seguir con la mirada extraviada,
vagando por las calles como si nada pasara.
Me siento frustrada, desdichada.
Mi felicidad se la llevaron y ahora lo que me queda es nada.
A veces no sé qué me pasa,
pretendo que con las salidas y los hombres,
todo será como si no importara,
que ellos me darán lo que yo buscaba.
Quiero gritar,
mirarme al espejo y decirme lo sucia que me encuentro.
Antes me quejaba,
pero ahora soy parte de las mismas jugadas,
estoy cometiendo las mismas faltas.
No estoy con nadie,
pero con todos a la vez.
Si continúo así, mi reputación quedará pisoteada.
Cada vez que encuentro la salida, siento que algo me hala,
es como una fuerza que no quiere que de este mundo salga.
Necesito paz, quiero paz.
Mi mente está muy ocupada
y no en los asuntos que debería estar concentrada.
Me siento agobiada, estoy frustrada.
Aborresco el monstruo que que ha ocupado mi alma.
No quiero seguir así.
¿Quién te verá, ciudad de manzanilla,
amorosa ciudad, la ciudad más esbelta,
que encima de una torre llevas puesto: Sevilla?

Dolor a rienda suelta:
la ciudad de cristal se empaña, cruje.
Un tormentoso toro da una vuelta
al horizonte y al silencio, y muge.

Detrás del toro, al borde de su ruina,
la ciudad que viviera
bajo una cabellera de mujer soleada,
sobre una perfumada cabellera,
la ciudad cristalina
yace pisoteada.

Una bota terrible de alemanes poblada
hunde su marca en el jazmín ligero,
pesa sobre el naranjo aleteaste:
y pesa y hunde su talón grosero
un general de vino desgarrado,
de lengua pegajosa y vacilante,
de bigotes de alambre groseramente astado.

Mirad, oíd: mordiscos en las rejas,
cepos contra las manos,
horrores reluciendo por las cejas,
luto en las azoteas, muerte en los sevillanos.

Cólera contenida por los gestos,
carne despedazada ante la soga,
y lágrimas ocultas en los tiestos,
en las roncas guitarras donde un pueblo se ahoga.

Un clamor de oprimidos,
de huesos que exaspera la cadena,
de tendones talados, demolidos
por un cuchillo siervo de una hiena.

Se nubló la azucena,
la airosa maravilla:
patíbulos y cárceles degüellan los gemidos,
la juventud, el aire de Sevilla.


Amordazado el ruiseñor, desierto
el arrayán, el día deshonrado,
tembloroso el cancel, el patio muerto
y el surtidos, en medio, degollado.

¿Qué son las sevillanas
de claridad radiante y penumbrosa?
Mantillas mustias, mustias porcelanas
violadas a la orilla de la fosa.

Con angustia y claveles oprime sus ventanas
la población de abril. La cal se altera
eclipsada con rojo zumo humano.

Guadalquivir, Guadalquivir, espera:
¡no te lleves a tanto sevillano!
Buscad, buscadlos:
en el insomnio de las cañerías olvidadas,
en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,
unos ojos perdidos,
una sortija rota
o una estrella pisoteada.
  Porque yo los he visto:
en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas.
Porque yo los he tocado:
en el destierro de un ladrillo difunto,
venido a la nada desde una torre o un carro.
Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban,
ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos.
  En todo esto.
Más en esas astillas vagabundas que se consumen sin fuego,
en esas ausencias hundidas que sufren los muebles desvencijados,
no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfrían en las paredes.
  Buscad, buscadlos:
debajo de la gota de cera que sepulta la palabra de un libro
o la firma de uno de esos rincones de cartas
que trae rodando el polvo.
Cerca del casco perdido de una botella,
de una suela extraviada en la nieve,
de una navaja de afeitar abandonada al borde de un precipicio.

— The End —