Submit your work, meet writers and drop the ads. Become a member
El césped. Desde la tribuna es un tapete verde. Liso, regular,
aterciopelado, estimulante. Desde la tribuna quizá crean que,
con semejante alfombra, es imposible errar un gol y mucho menos errar
un pase. Los jugadores corren como sobre patines o como figuras de
ballet. Quien es derrumbado cae seguramente sobre un colchón de
plumas, y si se toma, doliéndose, un tobillo, es porque el gesto
forma parte de una pantomima mayor. Además, cobran mucho dinero
simplemente por divertirse, por abrazarse y treparse unos sobre otros
cuando el que queda bajo ese sudoroso conglomerado hizo el gol
decisivo. O no decisivo, es lo mismo. Lo bueno es treparse unos sobre
otros mientras los rivales regresan a sus puestos, taciturnos, amargos,
cabizbajos, cada uno con su barata soledad a cuestas. Desde la tribuna
es tan disfrutable el racimo humano de los vencedores como el drama
particular de cada vencido. Por supuesto, ciertos avispados
espectadores siempre saben cómo hacer la jugada maestra y no
acaban de explicarse, y sobre todo de explicarlo a sus vecinos, por
qué este o aquel jugador no logra hacerla. Y cuando el
árbitro sanciona el penal, el espectador avispado también
intuye hacia qué lado irá el tiro, y un segundo
después, cuando el balón brinca ya en las redes, no
alcanza a comprender cómo el golero no lo supo. O acaso
sí lo supo y con toda deliberación se arrojó al
otro palo, en un alarde de masoquismo o venalidad o estupidez
congénita. Desde la tribuna es tan fácil. Se conoce la
historia y la prehistoria. O sea que se poseen elementos suficientes
como para comparar la inexpugnable eficacia de aquel zaguero
olímpico con la torpeza del patadura actual, que no acierta
nunca y es esquivado una y mil veces. Recuerdo borroso de una
época en que había un centre-half y un centre-forward,
cada uno bien plantado en su comarca propia y capaz de distribuir el
juego en serio y no jugando a jugar, como ahora, ¿no? El
espectador veterano sabe que cuando el fútbol se
convirtió en balompié y la ball en pelota y el dribbling
en finta y el centre-half en volante y el centre-forward en alma en
pena, todo se vino abajo y ésa es la explicación de que
muchos lleven al estadio sus radios a transistores, ya que al menos
quienes relatan el partido ponen un poco de emoción en las
estupendas jugadas que imaginan. Bueno, para eso les pagan,
¿verdad? Para imaginar estupendas jugadas y está bien.
Por eso, cuando alguien ha hecho un gol y después de los abrazos
y pirámides humanas el juego se reanuda, el locutor
idóneo sigue colgado de la "o" de su gooooooool, que en realidad
es una jugada suya, subjetiva, personal, y no exactamente del delantero
que se limitó a empujar con la frente un centro que, entre todas
las otras, eligió su cabeza. Y cuando el locutor idóneo
llega por fin al desenlace de la "ele" final de su gooooooool privado,
ya el árbitro ha señalado un orsai que favorece,
¿por qué no?, al locatario.

Es bueno contemplar alguna vez la cancha desde aquí, desde lo
alto. Así al menos piensa Benjamín Ferrés,
veintitrés años, digamos delantero de un Club Chico,
alguien últimamente en alza según los cronistas
deportivos más estrictos, y que hoy, después de empatarle
al Club Grande y ducharse y cambiarse, no se fue del estadio con el
resto del equipo y prefirió quedarse a mirar, desde la tribuna
ya vacía (sólo quedan los cafeteros y heladeros y
vendedores de banderitas, que recogen sus bártulos o tal vez
hacen cuentas) aquel campo en el que estuvo corriendo durante noventa
minutos e incluso convirtió uno, el segundo, de los dos goles
que le otorgan al Club Chico eso que suele llamarse un punto de oro.
Sí, desde aquí arriba el césped es una alfombra,
casi un paño verde como el del casino, con la importante
diferencia de que allá los números son fijos,
permanentes, y aquí (él, por ejemplo, es el ocho) cambian
constantemente de lugar y además se repiten. A lo mejor con el
flaco Suárez (que lleva el once prendido en la espalda)
podrían ser una de las parejas negras. O no. Porque de ambos,
sólo el Flaco es oscurito.

Ahora se levanta un viento arisco y las gradas de cemento son
recorridas por vasos de plástico, hojas de diario, talones de
entradas, almohadillas, pelotas de papel. Remolinos casi fantasmales
dan la falsa impresión de que las gradas se mueven, giran,
bailotean, se sacuden por fin el sol de la tarde. Hay papeles que suben
las escaleras y otros que se precipitan al vacío. A
Benjamín (Benja, para la hinchada) le sube una bocanada de
desconsuelo, de extraña ansiedad al enfrentarse, ¿por
primera vez?, con la quimera de cemento en estado de pureza (o de
basura, que es casi lo mismo) y se le ocurre que el estadio
vacío, desolado, es como un esqueleto de multitud, un eco
fantasmal de esa misma muchedumbre cuando ruge o aplaude o insulta o
agita banderas. Se pregunta cómo se habrá visto su gol
desde aquí, desde esta tribuna generalmente ocupada por las
huestes del adversario. Para los de abajo en la tabla, el estadio
siempre es enemigo: miles y miles de voces que los acosan, los
persiguen, los hunden, porque generalmente el que juega aquí, el
permanente locatario, es uno de los Grandes, y los de abajo sólo
van al estadio cuando les toca enfrentarlos, y en esas ocasiones apenas
si acarrean, en el mejor de los casos, algunos cientos de
fanáticos del barrio, que, aunque se desgañitan y agitan
como locos su única y gastada bandera, en realidad no cuentan,
es imposible que tapen, desde su islote de alaridos, el gran rugido de
la hinchada mayor. Desde abajo se sabe que existen, claro, y eso es
bueno, y de vez en cuando, cuando se suspende el juego por
lesión o por cambio de jugadores, los del Club Chico van con la
mirada al encuentro de aquel rinconcito de tribuna donde su bandera
hace guiños en clave, señales secretas como las del
truco. Y ésta es la mejor anfetamina, porque los llena de
saludable euforia y además no aparece en los controles
antidopping.

Hoy empataron, no está mal, se dice Benja, el número
ocho. Y está mejor porque todos sus huesos están enteros,
a pesar de la alevosa zancadilla (esquivada sólo por
intuición) que le dedicaran en el toletole previo al primer gol,
dos segundos antes de que el Colorado empujara nuevamente la globa con
el empeine y la colocara, inalcanzable, junto al poste izquierdo.
Después de todo, la playa es mía. Desde hace quince
años la vengo adquiriendo en pequeñas cuotas. Cuotas de
sol y dunas. Todos esos prójimos, prójimas y projimitos
que se ven tendidos sobre las rocas o bajo las sombrillas o corriendo
tras una pelota de engañapichanga o jugando a la paleta en una
cancha marcada en la arena con líneas que al rato se borran,
todos esos otros, están en la playa gracias a que yo les permito
estar. Porque la playa es mía. Mío el horizonte con
toninas remotas y tres barquitos a vela. Míos los peces que
extraen mis pescadores con mis redes antiguas, remendadas. El aire
salitroso y los castillos de arena y las aguas vivas y las algas que ha
traído la penúltima ola. Todo es mío.
¿Qué sería de mí, el número ocho,
sin estas mañanas en que la playa me convence de que soy libre,
de que puedo abrazar esta roca, que es mi roca mujer o tal vez mi roca
madre, y estirarme sin otros límites que mi propio límite
o hasta que siento las tenazas del cangrejo barcino sobre mi dedo
gordo? Aquí soy número ocho sin llevarlo en la espalda.
Soy número ocho sencillamente porque es mi identidad. Un cura o
un teniente o un payaso no necesitan vestir sotana o uniforme o traje
de colores para ser cura o teniente o payaso. Soy número ocho
aunque no lo lleve dibujado en el lomo y aunque ningún botija se
arrime a pedirme autógrafos, porque sólo se piden
autógrafos a los de los Clubes Grandes. Y creo que siempre
seré de Club Chico, porque me gusta amargarles la fiesta, no a
los jugadores que después de todo son como nosotros, sólo
que con más suerte y más guita, ni siquiera a la hinchada
grande por más que nos insulte cuando hacemos un fau y festeje
ruidosamente cuando el otro nos propina un hachazo en la canilla. Me
gusta arruinarles la fiesta, sobre todo a los dirigentes, esos
industriales bien instalados en su cochazo, en su piso de la Rambla y
en su mondongo, señores cuya gimnasia sabatina o dominical
consiste en sentarse muy orondos, arriba en el palco oficial, y desde
ahí ver cómo allá abajo nos reventamos, nos
odiamos, nos derretimos en sudores, y cuando sus jugadores ganan,
condescienden a llegar al vestuario y a darles una palmadita en el
hombro, disimulando apenas el asco que les provoca aquella piel
todavía sudada, y en cambio, cuando sus jugadores pierden, se
van entonces directamente a su casa, esta vez por supuesto sin ocultar
el asco. En verdad, en verdad os digo que yo ignoro si hacen eso, pero
me lo imagino. Es decir, tengo que imaginarlo así, porque una
cosa son las instrucciones del entrenador, que por supuesto trato de
cumplir si no son demasiado absurdas, y otra cosa son las instrucciones
que yo me doy, verbigracia vamo vamo número ocho hay que aguarle
la fiesta a ese presidente cogotudo, jactancioso y mezquino, que viene
al estadio con sus tres o cuatro nenes que desde ya tienen caritas de
futuros presidentes cogotudos. Bueno, no sé ni siquiera si tiene
hijos, pero tengo que imaginarlo así porque soy el número
ocho, insustituible titular de un Club Chico y, ya que cobro poco,
tengo que inventarme recompensas compensatorias y de esas recompensas
inventadas la mejor es la posibilidad de aguarle la fiesta al cogotudo
presidente del Grande, a fin de que el lunes, cuando concurra a su
Banco o a su banca, pase también su vergüenza rica, su
vergüenza suntuosa, así como nosotros, los que andamos en
la segunda mitad de la tabla, sufrimos, cuando perdemos, nuestra
vergüenza pobre. Pero, claro, no es lo mismo, porque los Grandes
siempre tienen la obligación de ganar, y los Chicos, en cambio,
sólo tenemos la obligación de perder lo menos posible. Y
cuando no ganamos y volvemos al barrio, la gente no nos mira con
menosprecio sino con tristeza solidaria, en tanto que al presidente
cogotudo, cuando vuelve el lunes a su Banco o a su banca, la gente, si
bien a veces se atreve a decirle qué barbaridad doctor porque
ustedes merecieron ganar y además por varios goles, en realidad
está pensando te jodieron doctor qué salsa les dieron
esos petizos. Por eso a mí no me importa ser número ocho
titular y que no me pidan autógrafos aquí en la playa ni
en el cine ni en Dieciocho. Los partidos no se ganan con
autógrafos. Se ganan con goles y ésos los sé
hacer. Por ahora al menos. También es un consuelo que la playa
sea mía, y como mía pueda recorrerla descalzo, casi
desnudo, sintiendo el sol en la espalda y la brisa en los ojos, o
tendiéndome en las rocas pero de cara al mar, consciente de que
atrás dejo la ciudad que me espía o me protege,
según las horas y según mi ánimo, y adelante
está esa llanura líquida, infinita, que me lame, me
salpica, a veces me da vértigo y otras veces me brinda una
insólita paz, un extraño sosiego, tan extraño que
a veces me hace olvidar que soy número ocho.
Alejandra. Lo extraño había sido que Benja conociera sus
manos antes que su rostro, o mejor aún, que se enamorara de sus
manos antes que de su rostro. Él regresaba de San Pablo en un
vuelo de Pluna. El equipo se había trasladado para jugar dos
amistosos fuera de temporada, pero Benja sólo había
participado en el primero porque en una jugada tonta había
caído mal y el desgarramiento iba a necesitar por lo menos cinco
días de cuidado, así que el preparador físico
decidió mandarlo a Montevideo para que allí lo atendieran
mejor. De modo que volvía solo. A la media hora de vuelo se
levantó para ir al baño y cuando regresaba a su sitio
tuvo la impresión de ser mirado pero él no miró.
Simplemente se sentó y reinició la lectura de Agatha
Christie, que le proponía un enigma afilado, bienhumorado y
sutil como todos los suyos.

De pronto percibió que algo singular estaba ocurriendo. En el
respaldo que estaba frente a él apareció una mano de
mujer. Era una mano delgada, de dedos largos y finos, con uñas
cuidadas pero sin color. Una mano expresiva, o quizá que
expresaba algo, pero qué. A los dos o tres minutos hizo
irrupción la otra mano, que era complementaria pero no igual.
Cada mano tenía su carácter, aunque sin duda
compartían una inquietante identidad. Benja no pudo continuar su
lectura. Adiós enigma y adiós Agatha. Las manos se
movían con sobriedad, se rozaban a veces. Él
imaginó que lo llamaban sin llamarlo, que le contaban una
historia, que le ofrecían respuestas a interrogantes que
aún no había formulado; en fin, que querían ser
asidas. Y lo más preocupante era que él también
quería asirlas, con todos los riesgos que un acto así
podía implicar, verbigracia que la dueña de aquellas
manos llamara inmediatamente a la azafata, o se levantara, enfrentada a
su descaro, y le propinara una espléndida bofetada, con toda la
vergüenza, adicional y pública, que semejante castigo
podía provocar. Hasta llegó a concebir, como un destello,
un título, a sólo dos columnas (porque era número
ocho, pero sólo de un Club Chico): conocido futbolista uruguayo
abofeteado en pleno vuelo por dama que se defiende de agresión
******.

Y sin embargo las manos hablaban. Sutiles, seductoras,
finísimas, dialogaban uña a uña, yema a yema, como
creando una espera, construyendo una expectativa. Y cuando fue ordenado
el ajuste de los cinturones de seguridad, desaparecieron para cumplir
la orden, pero de inmediato volvieron a poblar el respaldo y con ello a
convocar la ansiedad del número ocho, que por fin decidió
jugarse el todo por el todo y asumir el riesgo del ridículo, el
escándalo y el titular a dos columnas que acabaran con su
carrera deportiva. De modo que, tomada la difícil
decisión y tras ajustarse también él el
cinturón, avanzó su propia mano hacia los dedos
cautivantes, que en aquel preciso momento estaban juntos. Notó
un leve temblor, pero las manos no se replegaron. La suya
prolongó aquel extraño contacto por unos segundos, luego
se retiró. Sólo entonces las otras manos desaparecieron,
pero no pasó nada. No hubo llamada a la azafata ni bofetada.
Él respiró y quedó a la espera. Cuando el
avión comenzaba el descenso, una de las manos apareció de
nuevo y traía un papel, más bien un papelito, doblado en
dos. Benja lo recogió y lo abrió lentamente. Conteniendo
la respiración, leyó: 912437.

Se sintió eufórico, casi como cuando hacía un gol
sobre la hora y la hinchada del barrio vitoreaba su nombre y él
alzaba discretamente un brazo, nada más que para comunicar que
recibía y apreciaba aquel apoyo colectivo, aquel afecto, pero
los compañeros sabían que a él no le gustaba toda
esa parafernalia de abrazos, besos y palmaditas en el trasero, algo que
se había vuelto habitual en todas las canchas del mundo.
Así que cuando metía un gol sólo le tocaban un
brazo o le hacían desde lejos un gesto solidario. Pero ahora,
con aquel prometedor 912437 en el bolsillo, descendió del
avión como de un podio olímpico y diez minutos
después pudo mirar discretamente hacia la dueña de las
manos, que en ese instante abría su valija frente al funcionario
aduanero, y Benja comprobó que el rostro no desmerecía la
belleza y la seducción de las manos que lo habían enamorado.
Benja y Martín se encontraron como siempre en la pizzería
del sordo Bellini. Desde que ambos integraran el cuadrito juvenil de La
Estrella habían cultivado una amistad a prueba de balas y
también de codazos y zancadillas. Benja jugaba entonces de
zaguero y sin embargo había terminado en número ocho.
Martín, que en la adolescencia fuera puntero derecho, más
tarde (a raíz de una sustitución de emergencia, tras
lesiones sucesivas y en el mismo partido del golero titular y del
suplente) se había afincado y afirmado en el arco y hoy era uno
de los guardametas más cotizados y confiables de Primera A.

El sordo Bellini disfrutaba plenamente con la presencia de los dos
futbolistas. Él, que normalmente no atendía las mesas
sino que se instalaba en la caja con su gorra de capitán de
barco, cuando Martín y Benja aparecían, solos o
acompañados, de inmediato se arrimaba solícito a dejarles
el menú, a recoger los pedidos, a recomendarles tal o cual plato
y sobre todo a comentar las jugadas más notables o más
polémicas del último domingo.

Era algo así como el fan particular de Benja y Martín y
su caballito de batalla era hacerles bromas c
Natalia Rivera Jun 2014
En la vida de una mujer existen muchos hombres que le marcan la vida de por vida, la mayoría amores. La mía fue marcada por un jugador de soccer, la persona más idiota del mundo. Reservada, hostil, difícil por demás, con un sentido del humor un tanto cínico, la persona que me marcó la vida. No lleva en mi vida 10 años pero supo dejar una gran huella dentro de mi, mi jugador de soccer. El niño más terco y hermoso que existe en el mundo el cual estoy muy orgullosa de llamarlo mejor amigo. No un mejor amigo típico de esos que salen y se regalan cosas o se envían párrafos cada segundo del día. No, nuestra relación es más completa que eso, completa en todos los sentidos. Siempre esta aquí, siempre me apoya, siempre sabe que decir, siempre me trata a su manera ¿y que más puedo pedir? Si lo aprendí a amar así. Ese niño, hombre, amigo, mejor amigo me marcó la vida y estoy agradecida por eso.
No es un poema, no es un verso, es simplemente algo inspirado para el aunque no lo lea.
Era su nombre Betsy y era de Ohio.
                                                       
Un día,
En que al azar vagaba por mi ruta sombría,
Los dos nos encontramos.  Y la quise por bella;
Después amé su alma, porque mi alma en ella
Vio una luz casta y blanca, vio piedad y ternura.

Jirón azul de cielo rompió mi noche oscura,
Y la luz de una estrella de fulgores risueños,
Hizo abrir la dormida floración de mis sueños.

¿Qué fuerza misteriosa la puso en mi camino?...
¿Fue una intuición secreta quizá de mi destino
La que a la senda suya llevó mi errante paso?
¿Fue casual ese encuentro?... ¿Fue presentido
acaso?
No lo sé... ni me importa.

                                                 
De raza puritana,
De aquella raza austera que a la costa britana,
Buscando hogar y patria, dijo adiós sin tristeza;
De los lagos del Norte rubia flor de belleza;
Los libros y la música su amada compañía,
Y esquiva a los arranques de ruidosa alegría;
Su flor dilecta, el lirio; mística en sus anhelos,
 -Palomas que sus alas tendían a los cielos;-
En contraste sus hábitos y su elación divina
Con todos los impulsos de mi raza latina;
De regiones distantes dos solitarias palmas,
¿Qué fuerza misteriosa juntó nuestras dos almas?
De su idioma, al principio, pocas frases sabía,
Mas mezclando palabras de su lengua y la mía,
Con versos que copiaba de antiguo Florilegio,
Y dísticos de Byron que aprendí en el Colegio,
Le dije muchas cosas... muchas, en el balneario
Donde por vez primera la vi.
                                              (Del solitario
Poeta fue la Musa desde entonces).

                                      Su gracia
Y atractiva belleza; su aire de aristocracia;
Su cabellera blonda, de un rubio veneciano,
Y su perfil de antiguo camafeo romano;
Sus ojos pensativos y de mirar risueño
Donde flotaba a veces el azul de un ensueño;
Sus mejillas rosadas como un durazno; el breve;
Esbelto busto, en donde tuvo vida la nieve;
Sus veinte años... ¡Qué hermosa primavera florida!
¡Todo en ella era un himno que cantaba la vida!
En bailes, en paseos, en la playa...  doquiera
De todos los galanes la preferida era.

Con su traje de lino, con su blanca sombrilla,
Con sus zapatos grises de reluciente hebilla,
Y el sombrero de paja con una cinta angosta,
Nunca se vio más bella mujer en esa costa.

Quiso aprender mi lengua: cambiábamos lecciones,
Y así fueron frecuentes nuestras conversaciones;
Hasta que al fin un día-mi alma de ella esclava,
-Le dije que era bella... muy bella y que la amaba.

Pasado ya el verano, adiós al mar dijimos,
Y en tren, expreso, todos a la ciudad volvimos.
Rodaban... y rodaban las hojas, desprendidas
En raudos torbellinos, por parques y avenidas;
Del ábrego se oían los resoplidos roncos,
Y entre brumas se alzaban casi escuetos  los troncos;
En las calles formaba la lluvia barrizales
Y eran soplos de invierno las brisas otoñales.
Rodaban... y rodaban las hojas. De ceniza
Parecía el crepúsculo con su niebla plomiza,
Y alzábase doliente la luna, en la gris y ancha
Lámina de los cielos, como amarilla mancha.

Con sombrero de plumas, sobretodo entallado,
Y traje azul oscuro, su rostro sonrosado
Era una nota viva y alegre, era un celaje
En la helada y sombría tristeza del paisaje.

«¡Qué triste es el otoño... qué triste!» me decía;
«Todo se está muriendo... todo está en la agonía,
Mas nuestro amor...»:

                                             
(De pronto cayó. Vivos sonrojos
La hicieron al instante bajar los castos ojos).
«También!» dije riendo, «cual todo lo que vuela».
Y reía... reía como alegre chicuela,
Porque su claro instinto de mujer le decía
Que la amaba y que nunca mi pasión moriría.

En bailes, en conciertos, en salones... doquiera

De todos los galanes la preferida era,
Y aunque su amor, a veces, riendo me negaba,
También reía, porque... sabía que me amaba.
Una tarde de invierno, cuando como un sudario
La nieve en albos copos, el parque solitario
Y las calles desiertas cubría; cuando el cielo
Era blanca mortaja; cuando espectros en duelo
Parecían los árboles quemados por el frío,
En un diván sentados, en el salón sombrío,
Junto a la chimenea que con su alegre y clara
Luz daba un vago tinte sonrosado a su cara,
Enjugando una lágrima silenciosa y furtiva,
«Me siento enferma y triste», me dijo pensativa.

Los aullidos del viento vibraban en la sombra...
Y se alejó. Y el roce de su traje en la alfombra
Me arrancó de mis sueños. Incliné la cabeza,
Y solo, y en silencio, quedé con mi tristeza.
Pasó el invierno.
                                     
El cielo fue todo resplandores;
El bosque, lira inmensa, y el campo, todo flores.
Y una tarde, su alcoba, después de muchos días,
Dejó por vez primera la enferma.
                                               
¡Oh, las sombrías
Noches en vela, noches de indecible martirio,
Noches interminables de fiebre y de delirio,
Cuando todos, henchidos de lágrimas los ojos,
Su vida amada al cielo pedíamos de hinojos,
Mientras que en el silencio de esa calma profunda
Se oía, delirando, su voz de moribunda!

Abierta la ventana que daba al parque, en ondas
De fragancia entró el aura susurrando.  Las frondas
De las viejas encinas sus más gratos rumores
Dieron en el crepúsculo.  Fue el triunfo de las flores
Sobre el verde sombrío de los boscajes.  Era
Una tarde rosada, tarde de primavera.

Envuelta en amplia bata de rojo terciopelo,
Suelta la cabellera, como un dorado velo,
Y en la pálida boca, pálida flor sin vida,
Una sonrisa casta, como estrella dormida,
Tendiéndome la mano, pero baja la frente,
Y esquivando los ojos, avanzó lentamente.

Unidas nuestras manos, a mi lado sentada,
Y un instante en mi hombro su frente reclinada,
Quedamos en silencio...

                                                   
¡Cuántas veces, de noche,
Lloroso, y en los labios el blasfemo reproche,
Desde ese mismo sitio sus quejidos oía,
Los ahogados quejidos de su larga agonía!
¡Cuántas veces a solas, cerca de esa ventana,
Me sorprendió sin sueño la luz de la mañana,
Mientras que de la Muerte, furtiva y en acecho,
Oíanse los pasos en torno de su lecho!...
De pronto alzó los ojos, llenos de honda dulzura,
Donde brillaba siempre su alma blanca y pura,
Y con su voz de arrullo, voz de celeste encanto,
-«Sé que lloraste... Gracias», me dijo, y rompió en llanto.

Por la abierta ventana soplos primaverales
La fragancia traían de los verdes rosales.

Luego al parque salimos.
                                                     
Su palidez de cera;
Sus pasos vacilantes al bajar la escalera,
Al andar, su cansancio; los círculos violados
En torno de las claras pupilas; los holgados
Pliegues de su vestido; la enfermiza blancura
De las manos; los dedos, en donde con holgura
Los anillos giraban; la tos, triste presagio
De que estaba marcada para el final naufragio
En la roca sombría de la Muerte; la lenta,
Triste voz; la dulzura de la faz macilenta,
Sus ahogados suspiros, plegarias de su anhelo,
-Plegarias sin palabras para un remoto cielo,-
Su laxitud... ¡Cuán pura, cuán ideal belleza,
Allí mis ojos vieron con su halo de tristeza!...
Y como presintiendo su eterna despedida
En ese dulce instante reconcentré mi vida
Y fue mi amor más grande, fue más intenso y fuerte
Al pensar que muy pronto sería de la Muerte!

Era música el vago rumor de la arboleda,
Y seguimos callados por la oscura alameda.

Al verla se agitaron en sus tallos las rosas;
Más aromas regaron las auras bulliciosas;
Entre arbustos tupidos y fragantes macetas
Asomaron sus ojos azules las violetas;
Todas las campanillas en el verde boscaje
Como que repicaron al ver su rojo traje;
Los pájaros miraban a la convaleciente,
Del parque solitario tantos días ausente;
Se oyeron en las frondas cual vagos cuchicheos,
Y al fin la alada orquesta preludió sus gorjeos
Los cisnes, como góndolas de alba plata bruñida
Enarcaron sus cuellos en el agua dormida
Y del sol a los tibios fulgures vesperales;
Destellaron las colas de los pavos reales.

«La vida es la tristeza», me dijo. «¡Todo anhelo
Del presente, mañana será amargura y duelo;
La vida es desencanto. Feliz creíme un día,
Y ya ves, cuan traidora la suerte y cuan impía!
Como flor, en mi pecho, se abría la Esperanza,
Y ya la desventura por mi camino avanza.
Lentamente mi vida se extingue. Triste, enferma,
¿A qué traer tus sueños a la sombría y yerma
Soledad de mi alma? ¿Para qué tu alegría
Trocar en amargura con mi lenta agonía?
Del árbol de la Vida fui pálido retoño,
Y me iré con las hojas marchitas del otoño;
Para toda esperanza ya soy despojo inerte...
Tú vas para la Vida... ¡yo voy hacia la Muerte!»

«Tus temores», le dije, «son de niña mimada;
Tú todo lo exageras...»

                                                   
En mi brazo apoyada
El parque abandonamos, y al subir la escalera
Parecía un crepúsculo su rubia cabellera.

Un día, para Ohio, tomó el tren.,.., ¡triste día!
Y alzando la vidriera, cuando el tren ya partía
De la Estación, me dijo:
                                             
«Te escribiré primero,
Pero escribe. Hasta pronto...  No olvides que te espero».
Y después.... en sus cartas decía:
                                                         
«Si vinieras,
¡Qué sorpresa la tuya! ¡Qué cambio...! ¡Si me vieras!
Las brisas de mi lago fueron auras de vida.
Razón tuviste. Ha vuelto la esperanza perdida.
Recuerdas? Tú decías: todo eso pronto pasa,
Y es verdad.  La alegría de nuevo está en mi casa.
Soy otra.... y soy la misma: tú entiendes.  Frescas rosas
Se abren en mis mejillas, que eran dos tuberosas.
(Bien sé que de esta frase burla harás con tu flema,
Mas no importa.  No es mía: la copié de un poema).
Hoy río, canto y juego como chiquilla. El piano,
Cerrado tanto tiempo, ya al roce de mi mano
Es música perenne.  Las viejas Melodías
¡Cómo evocan recuerdos de venturosos días!
Soy otra.... habrás de verlo.  Pasaron mis congojas,
¡Y creí que me iría con las marchitas hojas!».
Sueños de un alma casta... ¡Visión desvanecida!
Creyó en la Vida ... ¡Y pronto la traicionó la Vida!

Para siempre descansa del rigor de la suerte,
Con su velo de novia tejido por la Muerte,
Con todas sus quimeras, con todos sus anhelos,
Junto al nativo lago... bajo brumosos cielos.
Chris Casasola Dec 2012
Sus ojos son de bronce cuando esta ilusionada
y de un fuego ardiente cuando está enamorada.
Su mirada penetrante puede ver a través de mi alma
y su simple presencia me mantiene en calma.
Ella vive en un lugar con aroma a cedro al que el destino solo me llevó
lugar testigo de mis palabras del cual el eco solo quedó
Ahí transcurre el tiempo volando
y ahí sano mi corazón cuando está muy dañado.
Sentimientos encontrados regresan,
una sensación marcada eh impresa.
Amor porque  ella es mi salvación
y es que es mi pedacito de cielo en este infierno lleno de dolor.
Nada cambia cuando el tiempo para, nada muere mientras todo se consuma en el alba
y es cierto que solo nace alegría y esperanza
"para una amiga muy querida"
em Aug 2019
quiero gritar mientras chicho
quiero estar brincando como
si estuviese corriendo caballo
quiero brincar encima de
ese bicho, sea de plastico o real

necesito brincar
necesito tener mis cachetes rojos
de lo duro y rico que me estan dando
quiero gritar
que todos los vecinos me escuchen
y piensen "diablo a esa la estan matando"
quiero que me den duro, que me duela
que parezca que me metieron una pela
moretones, mordidas, aruñasos
de to'

quiero recordarlo y que me de cosquillas alla bajo
quiero que mi toto este bien mojado
de solo bellaquiar, de solo besarnos
quiero que me lo ******* metan bien rico
quiero un bicho grande y gordo
que me vire como media
que me deje despeinada
quiero que sea nasty
que me ahorque y me de un bofeton
que mis nalgas esten rojas con tu mano marcada


por favor knockeame'
Traspasada por junio,
por España y la sangre,
se levanta mi lengua
con clamor a llamarte.

Campesino que mueres,
campesino que yaces
en la tierra que siente
no tragar alemanes,
no morder italianos:
español que te abates
con la nuca marcada
por un yugo infamante,
que traicionas al pueblo
defensor de los panes:
campesino, despierta,
español, que no es tarde.

Calabozos y hierros,
calabozos y cárceles,
desventuras, presidios,
atropellos y hambres,
eso estás defendiendo,
no otra cosa más grande.
Perdición de tus hijos,
maldición de tus padres,
que doblegas tus huesos
al verdugo sangrante,
que deshonras tu trigo,
que tu tierra deshaces,
campesino, despierta,
español, que no es tarde.

Retroceden al hoyo
que se cierra y se abre,
por la fuerza del pueblo
forjador de verdades,
escuadrones del crimen,
corazones brutales,
dictadores del polvo,
soberanos voraces.

Con la prisa del fuego,
en un mágico avance,
un ejército férreo
que cosecha gigantes
los arrastra hasta el polvo,
hasta el polvo los barre.

No hay quien sitie la vida,
no hay quien cerque la sangre
cuando empuña sus alas
y las clava en el aire.

La alegría y la fuerza
de estos músculos parte
como un hondo y sonoro
manantial de volcanes.

Vencedores seremos,
porque somos titanes
sonriendo a las balas
y gritando: ¡Adelante!
La salud de los trigos
sólo aquí huele y arde.

De la muerte y la muerte
sois: de nadie y de nadie.
De la vida nosotros,
del sabor de los árboles.

Victoriosos saldremos
de las fúnebres fauces,
remontándonos libres
sobre tantos plumajes,
dominantes las frentes,
el mirar dominante,
y vosotros vencidos
como aquellos cadáveres.

Campesino, despierta,
español, que no es tarde.
A este lado de España
esperamos que pases:
que tu tierra y tu cuerpo
la invasión no se trague.
Leydis Jun 2017
Almas rayadas
la vida trazada
rayadas en tristeza,
de alguna vez,
algún talvez,
algún ves cómo es?
como pudo ser?

Almas rayadas
el alma desgarrada!
La vida marcada en tu cuerpo.
Cada error marcando su territorio,
reclamando espacios no transitorios;
en el cuerpo,
en la mente,
en el espíritu,
y
los va silenciando,
los va alejando,
los va aislando,
los va embriagando en el vino del engaño,
el vino de la desilusión,
por el que no vino
y
por el que regreso.

Cuerpos rayados
por relámpagos del presente ausente,
delineados en temor,
vergonzosamente viviendo el futuro en un pasado latente,
que se presenta con mil sorpresas
y uno sin poder subir la cabeza.

La ropa no encubre,
el miedo a la vida,
la vida sin aire,
el aire sin brisa,
la brisa sin risas,
las risas a media.

Las rayas se ven por encima de la ropa,
te evidencia el caminar,
los rayas se ven a leguas,
no las puedes abortar.

Las rayas del mundo,
tu cuerpo azotan
lo cansan,
lo cortan,
Y ya,
en tu cuerpo rayado
no cabe una línea más!

Pero el mundo que te vistio de esas rayas
te dice
“vive con tus rayas ...de algo te servirán”

LeydisProse
6/16/2017
https://www.facebook.com/LeydisProse/about/
Mariana Seabra Mar 2022
Da menina que nasceu azul,

Conto-te esta breve história.



Sei que foi em dia de sol…

Até o céu

Se abriu no espaço,

Até ele

Se manchou de glória.



Por entre os sete mares

Se espalharam; Aí e  

Em todos os lugares,

Violentas ondas  

em sua memória.



Assim nasceu,

Tão alegre…

Uma bela tela…

Era o que ela  

Me parecia.

Com o seu cheiro  

A maresia,

Amarela e só de alma.



Assim cresceu,

Tão sonhadora…

Rodava o universo

Na sua palma.

E ao passar, todos lhe diziam

“Não vás!”.



Os desassossegados,

Esses faziam tudo aquilo que podiam

Porque sentimento fútil

Não a satisfaz.



Enjaulados,

Os homens tremiam!

Piores que loucos  

Repetiam

“Olha o diabo que a moça traz!”.



Mas ela nem ouvia…

Sonhava, e não caía;

Voava; pela sua própria asa.



Como o verde, florescia

Uma flor dentro de mim.

E assim ela crescia,

Fosse de noite; fosse de dia;

Não se molhava em água rasa.



Menina nobre,

De ti brotou  

Tanta bondade

Que se espalhou.

Ofereceste-a! A quem passava.

Nem um cêntimo

Sequer cobrou.



Menina pura,

Que se isolava,

Nunca tirava  

O pé da estrada.

E mais azul ela ficou.



Com aparências?

Não se importava.

Tudo o que tinha, ela doou.

Manteve a essência,

Essa brilhava,

Tornou-se estrela

Que nunca apagou.



Tanto azul!  

Que a matava…

Então outra cor ela criou.



Em balanço perfeito  

Com a água

Nasceu uma cor

Que a transformou.



Agora,

Menina de fogo,

Apaixonada!

E avermelhada ela ficou.



O azul é triste,

E o vermelho engana,

Então a Terra ela explorou.



Num vulcão ardia

A sua gémea-chama

Aquela cor vermelha

Que a fascinou.

Forjou-se; de rocha vulcânica,

E só mais forte isso a tornou.



Lá conheceu

A bela cigana,

Deusa da montanha,

Que a salvou.



Juntou todo o amor

Que a inspirava

E à raça humana regressou.



Menina ingénua!

Chora desolada;

Porque o humano a roubou.



Cor azul; e avermelhada,

Mas que bonito roxo

Que dela jorrou.



Menina pura! destroçada,

Pela ganância de quem não vê nada…

Foi ao mundo que se entregou.



Assim espelhava; como ouro,

A sua pequena alma dourada

Que deu início a esta balada.

Ah!...

É de ti que falo, minha amada,

O meu maior tesouro.

Eterna flecha em mim marcada,

Amor real e duradouro.



Mas o humano triste; insaciado

Que antes de mim a encontrou!

Que nem por ela dar de graça…

Nem assim ele a poupou!

Quis o tesouro de mão beijada,

E pouco ou nada se esforçou.



Daqui veio a desgraça,

De quem esta história narrou.



Foi à noite, na madrugada…

Como um cobarde! Que a apanhou.

Foi arrogância ou maldade?

Qual o motivo que o levou?!

A devorar pela calada

O coração puro

Da minha menina aprisionada

Que nunca mais se recuperou.



A menina ri alto;  

Gargalhadas loucas ao vento;

Ali encostada, envolta em tormento,

Segura o peito; completamente esvaziada  

por dentro.



E o desumano,

Que fez o assalto,  

Vira cinza; não sobra nada.



Escorrem-me as lágrimas pela cara…

Rios de tom arroxeado.

Menina azul, vermelha e rara

Peço-lhe: “Fica! Só mais um bocado”.



Ela ouve-me; e sorri.

Existe afinal alguém que a ama!

Diz-me: “Todos os perigos  

Que corri,

Todo o amor

Que ofereci,

É o que me torna  

Tão humana”.



Penso que a entendi.

Senti a sua dor como se fosse a minha,

Foi por ambas que sofri.



“Há coisas que não podem ser roubadas.

Sobrevivem à guerra, estagnadas…

Mas ficam as memórias assombradas.

Casas em ruína, muros de pedra,

Envolvem as pessoas arrombadas.”



Ah!...

Afinal, foi nesta Terra  

Onde descobri

Que quem não morre,

Sempre quebra.



Há preciosidades que só podem ser dadas…

Sem qualquer valor que lhes possa ser afixado.

E ao ladrão da cor, a esse *******!

Está o inferno destinado!

Pois o humano; ser desgraçado;

É monstro que se apodera; e as desfaz.

Nem seque olha para o que está ao lado…

Tanta crueldade, numa mente tão pequena,

Torna-o um bicho incapaz.



"Meu pequeno ser azulado!

A diferença que isto me faz…

Deita-te aqui, esquece o pecado,

Enquanto quente ainda estás.

Vou viajar, para o outro lado,

E vais passar um mau bocado

Mas isto é apenas um até já.



Meu pequeno ser avermelhado!

Não deixes que essa raiva te consuma.

Lembra-te! Do nosso tom arroxeado,

Do céu, da montanha e do mar.

Olha sempre à tua volta,

Eu estou em todo o lugar.



Que me vejas! Por entre a bruma,

A passar pelo rochedo.

A deixar na praia a minha espuma…

Será esse o nosso segredo.



Ao teu ouvido, eu vou soprar.

Exatamente do meu jeito.

E ao teu ouvido, eu vou falar

Como te fala o búzio

Que carregas ao peito.



Numa linguagem única, por nós escrita,

Escrevo-te um poema; e está perfeito.

Ouve o silêncio quando me quiseres chamar

Para me perguntares o que tenho eu feito.



Se não obtiveres resposta

Naquele exato momento,

E o desespero te abraçar;

Não é porque estou morta,

Inspira-me no vento;

Apesar do meu corpo morto estar.



É que a minha alma insurreta,

Que pela curiosidade se desperta,

Decidiu que uma volta ela queria dar.

Mas é no teu peito, minha poeta,

O lugar! Onde dorme a tua alma

Também inquieta.  

A casa, a doce casa,  

A que ela decide sempre regressar.



Como a andorinha,  

Que carrega a primavera  

Na sua pequena asa,

Assim, para ti, eu vou chegar.

Ouve o som do meu cantar,

De ramo em ramo a saltitar…

E até a chuva, que sempre passa,

Cai aos teus pés e fica em brasa

Com o calor do amor intenso

Que ainda iremos partilhar."
Morning SUN May 2017
Dessa tua pele marcada
Queria ser a boca que te marca
Victor Marques Jun 2023
Viemos ao mundo nus,sem nada ,
De dia, de noite sem hora marcada.
Damos os primeiros passos na escuridão,
Metendo na boca o que vem à mão !


Parece que o mundo foi feito para sobreviver,
Procurando conforto e paz na descoberta de novos seres.
Atravessar a vida por vezes sem ninguém  do nosso lado,
Vivendo e morrendo sós com o coração despedaçado!


Tentamos direcionar nossa vida e por vezes não sabemos lidar com ela,
Vivemos e  morremos sem perceber o quanto ela é formosa e bela.
O homem parece querer viver isolado,
Pondo a sua felicidade de lado .

Solidão quem és tu sem sorrisos e compaixão,
Rosário da meditação e oração.
Contemplar tudo que nos aparece com medo e coração partido,
Solidão do mundo,  do desconhecido.


Sociedade em que vivemos  com guerra e sofrimento,
Fruto da falta de amor que nos leva ao isolamento.
Existe  alegria e penosa dor de por vezes estar caminhando sozinho,
Perdendo o odor de todas as rosas que florescem com carinho,
Solidão de um penar sem encanto,
Feita de dor e pranto.

Victor Marques



Solidão, isolamento, seres
Victor Marques Sep 2020
Me levanto sem hora marcada,
Colhendo uvas maduras
Pela natureza abençoada.
Deus no seu trono divino,
Amou o homem e o vinho.

Cepas tortas coloridas pelo tórrido sol doridas,
O homem labuta com destreza,
Vivendo com alegria e
Tristeza.

Passando pelo Douro com Deus imaculado,
Vejo o socalco consagrado.
Ama o mundo, o vinho,
Deus e o fado.

Victor Marques
Vinho, Deus.
Fortes Jun 2018
se encontram no cruzamento
de uma grande encruzilhada
em cada canto uma paulada
refletida em cada rua
através uma mensagem crua
e nua

que no início não era tua
mas que ecoou na tua mente
até o tempo presente
e agora eu sei que tu sente
aquela sensação pendente
na tua mente

começou com uma frase
e depois veio a emoção
no fim do dia tu sabia
e sentia tudo aquilo que fingia
que não existia

e agora é tu ali
no meio daquelas ruas
gritando aos 4 cantos
se livrando dos teus mantos

chegou em outra encruzilhada
uma ainda não marcada
pelas vozes mascaradas
dentro dessa mente que ferve e emerge a todo tempo


guria, pega tuas palavras
e gruda elas nos ventos
que te cercam
eu sei que alguém vai ouvir
e sem tu precisar pedir
toda essa tua luta vai bater num grande espelho
e logo vai refletir

não te cala
grita
usa tua voz como tinta
e pinta
o tempo
porque mais tarde bate um vento

e aí pronto
ecoou de ti pra outro
Olhos inocentes de criança.
Nascemos para o mundo da vida, da abundância,
Com sorriso ou choro profundo com muita esperança,
Feitos por Deus à sua semelhança.



Nascemos para o mundo e nele sempre reinar,
Sobre todos os animais,  aves e peixes do mar,
Nasceu homem e mulher para procriar,
E Deus com topázio e diamante o homem o idolatrar.





Nascemos com uma imortalidade por Deus abençoada,
Vivemos e morremos sem hora marcada.
Nesta viagem procuramos uma recompensa material,
Vivemos com Deus e sua conexão espiritual,
Todos nós temos direito à felicidade,
No Céu também noutra dimensão e realidade.



Parace que nascer é milagre  e também banalidade,
Pois  não temos nome, nem idade...
Estarei eu por todos os meus antepassados sempre agradecido .
Fruto do  que eles passaram e  de tudo e por tudo eu tenha nascido,
E também como sua semente tenha vivido.
Nascer  antepassados,  Deus
Mariana Seabra Mar 2022
No céu diante de mim escondem-se visões de mundos que vivi.

Escondes-te.

Espera…Mas quem és tu? Espera!

Reconheço-te.

Não de agora, talvez de antes.



Antes…



Antes, quando não sabíamos que o mundo era redondo, mas também não importava.

Antes, quando rezávamos a agradecer pelo sol e pela chuva, pela Primavera e pelas flores, pela lua e pelas boas colheitas, quando ainda se via a magia no ar.

Antes, quando o tempo não tinha ainda esse nome e a noite e o dia não tinham distinção marcada pelas horas que se passavam.



“Calma, não há escuridão que uma fogueira não torne mais aconchegante.”- dizias-me, sei lá onde.



Antes, quando corríamos descalças pela terra mole e pela terra dura, quando passeávamos de mão dada pelos eternos campos de milhos.



“Corre por todo o lado. Vai! Não há propriedades neste mundo, a única coisa que possuímos é tudo o que somos.”- dizias-me, sei lá quando.



Antes, quando fugíamos por entre as árvores aos animais da floresta, e logo depois, quando nos apercebemos que o pior animal é o Homem e tivemos de fugir ainda mais depressa.



“Esconde-te dentro de ti mesma e ninguém jamais te encontrará…a não ser eu, como é óbvio, pois já vou saber onde estás.”- dizias-me, sei lá como.

Antes, quando éramos nómadas de mundo e víamos cada pôr-do-sol no cimo das colinas, e tão verdes que elas eram!



“Abraça-me com força, vem aí o escuro, aconchega-me junto a ti para não me perderes lá fora, como uma memória que carregas e gravas num poema, para a vida toda.”- dizia-te, sei lá onde.



Antes, quando nos sentávamos na areia à espera que a maré crescesse e nos tocasse, quando não havia “loucura” ou “sanidade”, quando fazíamos tinta das algas e colares das conchas que o mar trazia, só para nós.



“Ofereço-te este objeto que o mar trouxe e sempre que o encostares ao ouvido ouve-me a sussurrar as palavras mais bonitas destes mundos, só para ti.”- dizia-te, sei lá quando.



Antes, quando deslizava a mão pelo teu cabelo que escorregava nos meus dedos como ondas a encontrar o caminho por entre as rochas, e percorria cada pedaço da tua alma com pinceladas do sangue que nunca se desgasta.



“Pinto-te com a cor que não existe e que não pode ser inventada, a cor do amor eterno que sinto por ti, pinto-te para que no próximo mundo te possa reconhecer assim que te vir. Não te preocupes, vais sempre brilhar em mim como nenhuma outra cor brilhou. Encontra-me também a mim.”- dizia-te, sei lá como.





Talvez antes.



  

Agora…

Reconheço-te!

Lembras-te?

Que triste!

Nem eu.



Agora…



Agora lembro-me de ti, de uma noite fechar os olhos e já não ser o brilho da lua o meu preferido.
Jorge Rangel Apr 2022
De noche,
de día,
en la alborada
Y la hora dorada.

Al atardecer,
en el ocaso,
en el alba
Y la madrugada.

En cada minuto,
en la hora marcada,
en el ayer,
en mi presente
y lo hare mañana.

— The End —