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Piramidal, funesta de la tierra
nacida sombra, al cielo encaminaba
de vanos obeliscos ***** altiva,
escalar pretendiendo las estrellas;
si bien sus luces bellas
esemptas siempre, siempre rutilantes,
la tenebrosa guerra
que con negros vapores le intimaba
la vaporosa sombra fugitiva
burlaban tan distantes,
que su atezado ceño
al superior convexo aún no llegaba
del orbe de la diosa
que tres veces hermosa
con tres hermosos rostros ser ostenta;
quedando sólo dueño
del aire que empañaba
con el aliento denso que exhalaba.
Y en la quietud contenta
de impero silencioso,
sumisas sólo voces consentía
de las nocturnas aves
tan oscuras tan graves,
que aún el silencio no se interrumpía.
Con tardo vuelo, y canto, de él oído
mal, y aún peor del ánimo admitido,
la avergonzada Nictímene acecha
de las sagradas puertas los resquicios
o de las claraboyas eminentes
los huecos más propicios,
que capaz a su intento le abren la brecha,
y sacrílega llega a los lucientes
faroles sacros de perenne llama,
que extingue, sino inflama
en licor claro la materia crasa
consumiendo; que el árbol de Minerva
de su fruto, de prensas agravado,
congojoso sudó y rindió forzado.
Y aquellas que su casa
campo vieron volver, sus telas yerba,
a la deidad de Baco inobedientes
ya no historias contando diferentes,
en forma si afrentosa transformadas
segunda forman niebla,
ser vistas, aun temiendo en la tiniebla,
aves sin pluma aladas:
aquellas tres oficiosas, digo,
atrevidas hermanas,
que el tremendo castigo
de desnudas les dio pardas membranas
alas, tan mal dispuestas
que escarnio son aun de las más funestas:
éstas con el parlero
ministro de Plutón un tiempo, ahora
supersticioso indicio agorero,
solos la no canora
componían capilla pavorosa,
máximas negras, longas entonando
y pausas, más que voces, esperando
a la torpe mensura perezosa
de mayor proporción tal vez que el viento
con flemático echaba movimiento
de tan tardo compás, tan detenido,
que en medio se quedó tal vez dormido.
Este. pues, triste son intercadente
de la asombrosa turba temerosa,
menos a la atención solicitaba
que al suelo persuadía;
antes si, lentamente,
si su obtusa consonancia espaciosa
al sosiego inducía
y al reposo los miembros convidaba,
el silencio intimando a los vivientes,
uno y otro sellando labio obscuro
con indicante dedo, Harpócrates la noche silenciosa;
a cuyo, aunque no duro, si bien imperioso
precepto, todos fueron obedientes.
El viento sosegado, el can dormido:
éste yace, aquél quedo,
los átomos no mueve
con el susurro hacer temiendo leve,
aunque poco sacrílego ruido,
violador del silencio sosegado.
El mar, no ya alterado,
ni aún la instable mecía
cerúlea cuna donde el sol dormía;
y los dormidos siempre mudos peces,
en los lechos 1amosos
de sus obscuros senos cavernosos,
mudos eran dos veces.
Y entre ellos la engañosa encantadora
Almone, a los que antes
en peces transformó simples amantes,
transformada también vengaba ahora.
En los del monte senos escondidos
cóncavos de peñascos mal formados,
de su esperanza menos defendidos
que de su obscuridad asegurados,
cuya mansión sombría
ser puede noche en la mitad del día,
incógnita aún al cierto
montaraz pie del cazador experto,
depuesta la fiereza
de unos, y de otros el temor depuesto,
yacía el vulgo bruto,
a la naturaleza
el de su potestad vagando impuesto,
universal tributo.
Y el rey -que vigilancias afectaba-
aun con abiertos ojos no velaba.
El de sus mismos perros acosado,
monarca en otro tiempo esclarecido,
tímido ya venado,
con vigilante oído,
del sosegado ambiente,
al menor perceptible movimiento
que los átomos muda,
la oreja alterna aguda
y el leve rumor siente
que aun le altera dormido.
Y en 1a quietud del nido,
que de brozas y lodo instable hamaca
formó en la más opaca
parte del árbol, duerme recogida
la leve turba, descansando el viento
del que le corta alado movimiento.
De Júpiter el ave generosa
(como el fin reina) por no darse entera
al descanso, que vicio considera
si de preciso pasa, cuidadosa
de no incurrir de omisa en el exceso,
a un sólo pie librada fía el peso
y en otro guarda el cálculo pequeño,
despertador reloj del leve sueño,
porque si necesario fue admitido
no pueda dilatarse continuado,
antes interrumpido
del regio sea pastoral cuidado.
¡Oh de la majestad pensión gravosa,
que aun el menor descuido no perdona!
Causa quizá que ha hecho misteriosa,
circular denotando la corona
en círculo dorado,
que el afán es no menos continuado.
El sueño todo, en fin, lo poseía:
todo. en fin, el silencio lo ocupaba.
Aun el ladrón dormía:
aun el amante no se desvelaba:
el conticinio casi ya pasando
iba y la sombra dimidiaba, cuando
de las diurnas tareas fatigados
y no sólo oprimidos
del afán ponderosos
del corporal trabajo, más cansados
del deleite también; que también cansa
objeto continuado a 1os sentidos
aún siendo deleitoso;
que la naturaleza siempre alterna
ya una, ya otra balanza,
distribuyendo varios ejercicios,
ya al ocio, ya al trabajo destinados,
en el fiel infiel con que gobierna
la aparatosa máquina del mundo.
Así pues, del profundo
sueño dulce los miembros ocupados,
quedaron los sentidos
del que ejercicio tiene ordinario
trabajo, en fin, pero trabajo amado
-si hay amable trabajo-
si privados no, al menos suspendidos.
Y cediendo al retrato del contrario
de la vida que lentamente armado
cobarde embiste y vence perezoso
con armas soñolientas,
desde el cayado humilde al cetro altivo
sin que haya distintivo
que el sayal de la púrpura discierna;
pues su nivel, en todo poderoso,
gradúa por esemptas
a ningunas personas,
desde la de a quien tres forman coronas
soberana tiara
hasta la que pajiza vive choza;
desde la que el Danubio undoso dora,
a la que junco humilde, humilde mora;
y con siempre igual vara
(como, en efecto, imagen poderosa
de la muerte) Morfeo
el sayal mide igual con el brocado.
El alma, pues, suspensa
del exterior gobierno en que ocupada
en material empleo,
o bien o mal da el día por gastado,
solamente dispensa,
remota, si del todo separada
no, a los de muerte temporal opresos,
lánguidos miembros, sosegados huesos,
los gajes del calor vegetativo,
el cuerpo siendo, en sosegada calma,
un cadáver con alma,
muerto a la vida y a la muerte vivo,
de lo segundo dando tardas señas
el de reloj humano
vital volante que, sino con mano,
con arterial concierto, unas pequeñas
muestras, pulsando, manifiesta lento
de su bien regulado movimiento.
Este, pues, miembro rey y centro vivo
de espíritus vitales,
con su asociado respirante fuelle
pulmón, que imán del viento es atractivo,
que en movimientos nunca desiguales
o comprimiendo yo o ya dilatando
el musculoso, claro, arcaduz blando,
hace que en él resuelle
el que le circunscribe fresco ambiente
que impele ya caliente
y él venga su expulsión haciendo activo
pequeños robos al calor nativo,
algún tiempo llorados,
nunca recuperados,
si ahora no sentidos de su dueño,
que repetido no hay robo pequeño.
Estos, pues, de mayor, como ya digo,
excepción, uno y otro fiel testigo,
la vida aseguraban,
mientras con mudas voces impugnaban
la información, callados los sentidos
con no replicar sólo defendidos;
y la lengua, torpe, enmudecía,
con no poder hablar los desmentía;
y aquella del calor más competente
científica oficina
próvida de los miembros despensera,
que avara nunca v siempre diligente,
ni a la parte prefiere más vecina
ni olvida a la remota,
y, en ajustado natural cuadrante,
las cuantidades nota
que a cada cual tocarle considera,
del que alambicó quilo el incesante
calor en el manjar que medianero
piadoso entre él y el húmedo interpuso
su inocente substancia,
pagando por entero
la que ya piedad sea o ya arrogancia,
al contrario voraz necio la expuso
merecido castigo, aunque se excuse
al que en pendencia ajena se introduce.
Esta, pues, si no fragua de Vulcano,
templada hoguera del calor humano,
al cerebro enviaba
húmedos, mas tan claros los vapores
de los atemperados cuatro humores,
que con ellos no sólo empañaba
los simulacros que la estimativa
dio a la imaginativa,
y aquesta por custodia más segura
en forma ya más pura
entregó a la memoria que, oficiosa,
gravó tenaz y guarda cuidadosa
sino que daban a la fantasía
lugar de que formase
imágenes diversas y del modo
que en tersa superficie, que de faro
cristalino portento, asilo raro
fue en distancia longísima se veían,
(sin que ésta le estorbase)
del reino casi de Neptuno todo,
las que distantes le surcaban naves.
Viéndose claramente,
en su azogada luna,
el número, el tamaño y la fortuna
que en la instable campaña transparente
arriesgadas tenían,
mientras aguas y vientos dividían
sus velas leves y sus quillas graves,
así ella, sosegada, iba copiando
las imágenes todas de las cosas
y el pincel invisible iba formando
de mentales, sin luz, siempre vistosas
colores. las figuras,
no sólo ya de todas las criaturas
sublunares, mas aun también de aquellas
que intelectuales claras son estrellas
y en el modo posible
que concebirse puede lo invisible,
en sí mañosa las representaba
y al alma las mostraba.
La cual, en tanto, toda convertida
a su inmaterial ser y esencia bella,
aquella contemplaba,
participada de alto ser centella,
que con similitud en sí gozaba.
I juzgándose casi dividida
de aquella que impedida
siempre la tiene, corporal cadena
que grosera embaraza y torpe impide
el vuelo intelectual con que ya mide
la cuantidad inmensa de la esfera,
ya el curso considera
regular con que giran desiguales
los cuerpos celestiales;
culpa si grave, merecida pena,
torcedor del sosiego riguroso
de estudio vanamente juicioso;
puesta a su parecer, en la eminente
cumbre de un monte a quien el mismo Atlante
que preside gigante
a los demás, enano obedecía,
y Olimpo, cuya sosegada frente,
nunca de aura agitada
consintió ser violada,
aun falda suya ser no merecía,
pues las nubes que opaca son corona
de la más elevada corpulencia
del volcán más soberbio que en la tierra
gigante erguido intima al cielo guerra,
apenas densa zona
de su altiva eminencia
o a su vasta cintura
cíngulo tosco son, que mal ceñido
o el viento lo desata sacudido
o vecino el calor del sol, lo apura
a la región primera de su altura,
ínfima parte, digo, dividiendo
en tres su continuado cuerpo horrendo,
el rápido no pudo, el veloz vuelo
del águila -que puntas hace al cielo
y el sol bebe los rayos pretendiendo
entre sus luces colocar su nido-
llegar; bien que esforzando
mas que nunca el impulso, ya batiendo
las dos plumadas velas, ya peinando
con las garras el aire, ha pretendido
tejiendo de los átomos escalas
que su inmunidad rompan sus dos alas.
Las pirámides dos -ostentaciones
de Menfis vano y de la arquitectura
último esmero- si ya no pendones
fijos, no tremolantes, cuya altura
coronada de bárbaros trofeos,
tumba y bandera fue a los Ptolomeos,
que al viento, que a las nubes publicaba,
si ya también el cielo no decía
de su grande su siempre vencedora
ciudad -ya Cairo ahora-
las que, porque a su copia enmudecía
la fama no contaba
gitanas glorias, menéficas proezas,
aun en el viento, aun en el cielo impresas.
Estas que en nivelada simetría
su estatura crecía
con tal disminución, con arte tanto,
que cuánto más al cielo caminaba
a la vista que lince la miraba,
entre los vientos se desaparecía
sin permitir mirar la sutil *****
que al primer orbe finge que se junta
hasta que fatigada del espanto,
no descendida sino despeñada
se hallaba al pie de la espaciosa basa.
Tarde o mal recobrada
del desvanecimiento,
que pena fue no escasa
del visual alado atrevimiento,
cuyos cuerpos opacos
no al sol opuestos, antes avenidos
con sus luces, si no confederados
con él, como en efecto confiantes,
tan del todo bañados
de un resplandor eran, que lucidos,
nunca de calurosos caminantes
al fatigado aliento, a los pies flacos
ofrecieron alfombra,
aun de pequeña, aun de señal de sombra.
Estas que glorias ya sean de gitanas
o elaciones profanas,
bárbaros hieroglíficos de ciego
error, según el griego,
ciego también dulcísimo poeta,
si ya por las que escribe
aquileyas proezas
o marciales, de Ulises, sutilezas,
la unión no le recibe
de los historiadores o le acepta
cuando entre su catálogo le cuente,
que gloría más que número le aumente,
de cuya dulce serie numerosa
fuera más fácil cosa
al temido Jonante
el rayo fulminante
quitar o la pescada
a Alcídes clava herrada,
que un hemistiquio solo
-de los que le: dictó propicio Apolo-
según de Homero digo, la sentencia.
Las pirámides fueron materiales
tipos solos, señales exteriores
de las que dimensiones interiores
especies son del alma intencionales
que como sube en piramidal *****
al cielo la ambiciosa llama ardiente,
así la humana mente
su figura trasunta
y a la causa primera siempre aspira,
céntrico punto donde recta tira
la línea, si ya no circunferencia
que contiene infinita toda esencia.
Estos pues, montes dos artificiales,
bien maravillas, bien milagros sean,
y aun aquella blasfema altiva torre,
de quien hoy dolorosas son señales
no en piedras, sino en lenguas desiguales
porque voraz el tiempo no ]as borre,
los idiomas diversos que escasean
el sociable trato de las gentes
haciendo que parezcan diferentes
los que unos hizo la naturaleza,
de la lengua por solo la extrañeza; .
si fueran comparados
a la mental pirámide elevada,
donde, sin saber como colocada
el alma se miró, tan atrasados
se hallaran que cualquiera
graduara su cima por esfera,
pues su ambicioso anhelo,
haciendo cumbre de su propio vuelo,
en lo más eminente
la encumbró parte de su propia mente,
de sí tan remontada que creía
que a otra nueva región de sí salía.
En cuya casi elevación inmensa,
gozosa, mas suspensa,
suspensa, pero ufana
y atónita, aunque ufana la suprema
de lo sublunar reina soberana,
la vista perspicaz libre de antojos
de sus intelectuales y bellos ojos,
sin que distancia tema
ni de obstáculo opaco se recele,
de que interpuesto algún objeto cele,
libre tendió por todo lo criado,
cuyo inmenso agregado
cúmulo incomprehensible
aunque a la vista quiso manifiesto
dar señas de posible,
a la comprehensión no, que entorpecida
con la sobra de objetos y excedida
de la grandeza de ellos su potencia,
retrocedió cobarde,
tanto no del osado presupuesto
revocó la intención arrepentida,
la vista que intentó descomedida
en vano hacer alarde
contra objeto que excede en excelencia
las líneas visuales,
contra el sol, digo, cuerpo luminoso,
cuyos rayos castigo son fogoso,
de fuerzas desiguales
despreciando, castigan rayo a rayo
el confiado antes atrevido
y ya llorado ensayo,
necia experiencia que costosa tanto
fue que Icaro ya su propio llanto
lo anegó enternecido
como el entendimiento aquí vencido,
no menos de la inmensa muchedumbre
de tanta maquinosa pesadumbre
de diversas especies conglobado
esférico compuesto,
que de las cualidades
de cada cual cedió tan asombrado
que, entre la copia puesto,
pobre con ella en las neutralidades
de un mar de asombros, la elección confusa
equívoco las ondas zozobraba.
Y por mirarlo todo; nada veía,
ni discernir podía,
bota la facultad intelectiva
en tanta, tan difusa
incomprensible especie que miraba
desde el un eje en que librada estriba
la máquina voluble de la esfera,
el contrapuesto polo,
las partes ya no sólo,
que al universo todo considera
serle perfeccionantes
a su ornato no más pertenecientes;
mas ni aun las que ignorantes;
miembros son de su cuerpo dilatado,
proporcionadamente competentes.
Mas como al que ha usurpado
diuturna obscuridad de los objetos
visibles los colores
si súbitos le asaltan resplandores,
con la sombra de luz queda más ciego:
que el exceso contrarios hace efectos
en la torpe potencia, que la lumbre
del sol admitir luego
no puede por la falta de costumbre;
y a la tiniebla misma que antes era
tenebroso a la vista impedimento,
de los agravios de la luz apela
y una vez y otra con la mano cela
de los débiles ojos deslumbrados
los rayos vacilantes,
sirviendo va piadosa medianera
la sombra de instrumento
para que recobrados
por grados se habiliten,
porque después constantes
su operación más firme ejerciten.
Recurso natural, innata ciencia
que confirmada ya de la experiencia,
maestro quizá mudo,
retórico ejemplar inducir pudo
a uno y otro galeno
para que del mortífero veneno,
en bien proporcionadas cantidades,
escrupulosamente regulando
las ocultas nocivas cualidades,
ya por sobrado exceso
de cálidas o frías,
o ya por ignoradas simpatías
o antipatías con que van obrando
las causas naturales su progreso,
a la admiración dando, suspendida,
efecto cierto en causa no sabida,
con prolijo desvelo y remirada,
empírica
Alev May 2014
Te amo
Te amo de una manera inexplicable.
De una forma inconfesable.
De un modo contradictorio.

Te amo
Con mis estados de ánimo que son muchos
y cambian de humor continuamente.
Por lo que ya sabes... el tiempo... la vida... la muerte.

Te amo
Con el mundo que no entiendo.
Con la gente que no comprende.
Con la ambivalencia de mi alma.
Con la incoherencia de mis actos.
Con la fatalidad del destino.
Con la conspiración del deseo.
Con la ambigüedad de los hechos.

Aún cuando te digo que no te amo, te amo.
Hasta cuando te engaño, no te engaño.
En el fondo, llevo a cabo un plan, para amarte mejor.

Te amo
Sin reflexionar, inconscientemente,
irresponsablemente, espontáneamente,
involuntariamente, por instinto,
por impulso, irracionalmente.

En efecto, no tengo argumentos lógicos,
ni siquiera improvisados
para fundamentar este amor que siento por ti,
que surgió misteriosamente de la nada,
que no ha resuelto mágicamente nada,
y que milagrosamente, de a poco,
con poco y nada ha mejorado lo peor de mi.

Te amo.
Te amo con un cuerpo que no piensa,
con un corazón que no razona,
con una cabeza que no coordina.

Te amo
incomprensiblemente.
Sin preguntarme por qué te amo.
Sin importarme por qué te amo.
Sin cuestionarme por qué te amo.

Te amo
sencillamente porque te amo.
Yo mismo no se por qué te amo.*

― Pablo Neruda
pablo neruda teamo amor alev
Suas unhas penetram os corações corrompidos. Me deixa rasgar você. Me deixa matar você. Ela aparece como um delírio. Me deixa provar o seu sangue. Me deixa comer você. Seu corpo alto e esguio. Sua pele feita de látex preto. Me deixa mutilar você. Sua pélvis curvada para frente e suas costas arqueadas para trás. Me deixa estuprar você. Sua longa calda que se projeta por vezes parecendo um pênis gigante. Me deixa destruir tudo o que você já construiu. Carne, eu quero carne. Seus olhos são como tontura. Sua língua é uma navalha. Seus cabelos fumaça tóxica. Matar, matar. Eu quero matar.

A rua está escura. Alguém se aproxima. Mate-o!!! Está passando ao meu lado. Não olhou, não olhou. Bata na cabeça dele! A faca! A faca! O sangue jorrando pela nuca. O corpo em convulsão dita o ritmo do gozo. Assim! Delícia!!! Quase!!! Está vindo!!! Ahhhhhhhh! O corpo inerte caído na rua. Me deixa dilacerar a carne. Me deixa rasgar a carne. Sangue, eu quero sangue! Me deixa provar. Minha faca corta freneticamente. A Avulvva está comendo. Está gostoso? Prove a carne!!!! Venha, prove.

A faca está no fundo do rio. As roupas estão queimando. O sangue já tinha secado. O fogo é atraente. Não é? Coloque sua mão no fogo! Vá, coloque! Isso eu não quero! Quer, eu sei que quer. Vamos, queime! Não vou! Ela está rindo de mim. Está me chamando de fraco. Merda, estou atrasado. Lavo meu corpo, o sangue escorrendo pelo ralo. A Avulvva está me olhando. Seus olhos são como tontura. Acho que vou vomitar! Que merda! Que nojo! Ela está rindo. Que merda... Sangue, eu quero matar! Me deixa matar! Hahahahahahaha.

Há um verme se alimentando das minhas entranhas, tomando o controle deste hospedeiro,  me fala aos ouvidos como a serpente sussurrou a Eva, provei o fruto proibido da carne crua, viva, sangrenta, provei o metálico sabor do líquido que jorra das artérias e nele me banhei, infinitamente gozei e a voz gritava ao mundo a ópera de sua ruína. Fui aos confins da lógica e ultrapassei a linha, nada significa nada, impulso: isso me faz existir.

Hoje quero amar a vida, quero que cantem os rouxinóis ao alvorecer, vou atravessar os sonhos encantados das noites de verão, gincanas e cirandas, CRIANCINHAS. Adoro criancinhas. Vinde a mim as criancinhas. Tão inocentes. Corpinhos tão pequenos. Tão macios... e cheirosos. A Avulvva gosta de crianças, ela gosta de machucar as crianças. Criança levada, cuidado cuidado que a Avulvva te pega, cuidado cuidado que a Avulvva te leva. Olá quem é o senhor? Eu sou um amiguinho e tem um lugar cheio de jogos e doces que eu posso te mostrar. É mesmo? É mesmo! Cuidado cuidado que a Avulvva te pega, cuidado cuidado que a Avulvva te leva. Carne de vitela é a mais suculenta, é porque o mundo ainda não corrompeu o filhote. A princípio  geralmente eles não entendem o que está acontecendo, mas depois... Depois é possível contemplar o pavor genuíno, um pavor que não sabe conscientemente o que está acontecendo, mas o impulso grita que é algo muito ruim, então eles berram e choram. A Avulvva sempre bebe as lágrimas primeiro, ela escorrega sua língua de navalha pelas bochechas até os olhos. Se farta das lágrimas, escorre o sangue, se farta de sangue, dilacera a carne, a carne é macia, delícia delícia, Avulvva te COME, cuidado cuidado.. As garras te apertam, você fica preso. Os olhos te fitam, você vê o medo. Cuidado cuidado, criança levada.

Já trepou com a morte? A morte tem os lábios frios, um hálito quase podre que se prolifera pelo corpo. Imóvel. Inanimada. A morte tem a boceta seca. O pau amolecido. E o cú cheio de bosta. Ó morte, amante perversa. Amante passiva e voraz. Me deixa provar a carne podre. Me deixa sugar o sangue frio. A Avulvva está vindo. Ela caminha velozmente. Ela é o trovão e a tempestade. Me deixa enfiar a cauda neste cú. Me deixa comer as fezes mortas. A Avulvva nunca se sacia. O horror pulsa em seus olhos de tontura. Me deixa brincar um pouquinho. Ela está quase sempre rindo. Suas gargalhadas perversas. Não há nada além de prazer. Nada além da maldade. Me deixa estuprar a morte.
Sonhei com a Avulvva ontem. Anteontem. E antes mais. Meu sonho é Avulvva. Ela é a voz que guia minhas visões. Terríveis. Maliciosas. Deliciosas. O que há além da carne? Se algum dia houve algo, já não existe mais . Ó Carne, és minha única e verdadeira deusa, a qual posso provar, a ti devoro toda minha paixão, a ti devoto todo meu rancor.
VS Sep 2014
Raiva. ****. Dança. Um bipe, susto, esquecimento, raiva, dois bipes, três, soneca. Cinco minutos.

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Bipe. Resmungo. Piscar. Interruptor, luz, ardência, explosão. Porta, cozinha. Frigideira, ovos, omelete, engasgue, tosse, água. Maçã.

Quarto, vestimentas, capacete. Mochila: 15kg.
Rua, bicicleta. Firmeza, foco, parábola, impulso. Curvas, carro, fechada. Porra! Esquece. Vocalise. Caminho: metade → Calor, suor. Vestimentas, despir, mochila, guardar, impulso. Partir.

Subida: força, constância, relaxamento, foco. Acidente. Morte? Não. *****, olhos, claridade. Gelo. Suspiro. Rua, asfalto. Inferno? Subterrâneo, ainda...
Chegada, contra-mão.

Bom-dia. Raiva.
La cosa va así: no sé cómo nombrar este libro,
como si nombrar esto fuera la hipérbole de la hermandad,
no temerle a lo cierto, pasar del alimento cotidiano al polvo de un paisaje,
saltar por lo sencillo de la imagen de un pájaro blanco que irrumpe sin respeto,
a lo que nunca supe.

Escribir es escribir lo que no se sabe, por lo demás, un impulso que tienta definir la sonrisa de alguien, con la estampa accesible de un nombre propio.

Pero la cosa va así amor: no sé cómo nombrar este libro,
susceptible todo desde lo nada,
por eso el tema del clima, árboles totales,
victorias contundentes de insectos,
lo que contiene decir un niño ambiguo:
para alguien la carcajada, para otro el asco,
para alguien más, horas claras,
semanas marcadas para siempre-nunca.

Al escribir tenemos reservas, al ver de frente tenemos reservas,
al poner el pie derecho pensando en las serpientes tenemos reservas,
al dormir al lado de algún desconocido tenemos reservas.

Al menos hoy, al no saber cómo darle nombre a esto que ha ocurrido,
mientras los truenos marcan distancia y certidumbre.
¿Suspiros?... ¡Aire!... ¿Lágrimas?... ¡Agua!
¿Insomnios?... ¡Nervios! Tenéis razón:
¡Y yo no duermo, llorando penas!
¡Y yo suspiro, sintiendo amor!
Seres felices los que ignoramos
Que amor, ternura, dicha y pesar,
Sólo son causas que determinan
Las secreciones del lagrimal.
Hay algo oculto, misterio santo,
De nuestra vida fuerza y poder,
Ignota llama, constante impulso
Que todos sienten, que nadie ve.
¿La sangre acaso? ¡callad, ilusos!
¿La sangre puede reír, llorar?
¿Guardan sus globos los pensamientos,
Las esperanzas, lo inmaterial?
¿Quizá los nervios? Hilos que llevan
Hasta el cerebro la sensación,
¿También trasmiten los sentimientos
Que nos elevan buscando a Dios?
Duermo en la alcoba sola y oscura,
Y no es tan negra mi soledad,
Pues ya dormido, con otros ojos
Miro las formas de lo ideal.
¿En qué pupilas y en qué retina
Se graba el ángel que alcanzo a ver?
¿Por qué sin ojos mirarlo puedo,
Y estando mudo, le hablo también?
¡Sangre! No bastas para la mente.
Prestas al barro tinte y color;
Y de igual modo correr podrías
Dentro la estatua de Pigmalión.
Mas este impulso secreto y vago
Que le llamamos sentir, pensar;
Que nos eleva, que nos contiene,
Que deja al barro, y al cielo va;
Esta secreta llama que encierra
Conciencia, juicio, talento, amor;
Que no se palpa, que no se mide:
La fe, la gloria, la inspiración;
No está en los nervios ni está en la sangre;
¡No! que si fuese materia vil,
Cuando se duerme bajo la tumba,
Con sangre y nervios quedara allí.
Eso es eterno. La ciencia, el arte,
Reflejos suyos siempre serán.
Fuera del alma ¡cuán pobres somos!
¡Todo se muere! ¡Todo se va!
17th May 2017
vuelve a acariciar mi cara y rómpeme
ya de verdad no me importa
tú seguirás y yo me quedaré aquí
con miles de pedazos de lo que solía ser mi persona
con miles de sueños y esperanzas
con un corazón roto
una mente destrozada
un impulso
un latido
nada
Cuando yo amo
amo sin tiempo
sin espacio
amo muy  imperfecto(así me sale)
y generalmente por impulso.
Amo como un espejo deformado
muy desordenada,
amo en secreto
y bajo la lluvia
amo profundo y de verdad
con alma corazón y  sin razón.

Amo con el pensamiento más puro
y bajo las tormentas oscuras de las palabras.
Amo más allá de toda  conspiración
y los puñales que las ausencias me clavan .
Amo para toda la vida
o hasta mañana.

¡Qué gris  frío dolor
atraviesa entre relámpagos mi vida hoy
al darme cuenta que nadie existe en ésta tierra
que  pueda  amar como lo hago  yo!.
Almendra Isabel Jun 2014
La molesta ansiedad de sentirse querido,
el nerviosismo que causa el pensamiento de poder ser olvidado,
los rencores,
la apatía,
los arrepentimientos,
las dependencias y las decadencias.

         Y de pronto todo se suprime.
      Todo se transforma.
Todo cambia.

Me libero de todo ciclo.      De toda rutina.
Me adueño de mi camino, y mi camino de mi vida otra vez pero como nunca.
  Las ganas de aprender, conocer y desprender dominan las dudas.
El rápido impulso sentir que todo es grande, y el tiempo es corto
lo mueve todo.  

          Me protege mi libertad, y yo a ella la protejo.
Dime, háblame
Tú, esencia misteriosa
De nuestra raza
Tras de tantos siglos,
Hálito creador
De los hombres hoy vivos,
A quienes veo por el odio impulsados
Hasta ofrecer sus almas
A la muerte, la patria más profunda

Cuando la primavera vieja
Vuelva a tejer su encanto
Sobre tu cuerpo inmenso,
¿Cuál ave hallará nido
y qué savia una rama
Donde brotar con verde impulso?

¿Qué rayo de la luz alegre,
Qué nube sobre el campo solitario,
Hallarán agua, cristal de hogar en calma
Donde reflejen su irisado juego?

Háblame, madre;
y al llamarte así, digo
Que ninguna mujer lo fue de nadie
Como tú lo eres mía.
Háblame, dime

Una sola palabra en estos días lentos.

En los días informes

Que frente a ti se esgrimen

Como cuchillo amargo

Entre las manos de tus propios hijos.

No te alejes así, ensimismada
Bajo los largos velos cenicientos
Que nos niegan tus anchos ojos bellos.
Esas flores caídas,
Pétalos rotos entre sangre y lodo,
En tus manos estaban luciendo eternamente
Desde siglos atrás, cuando mi vida
Era un sueño en la mente de los dioses.

Eres tú, son tus ojos lo que busca
Quien te llama luchando con la muerte,
A ti, remota y enigmática
Madre de tantas almas idas
Que te legaron, con un fulgor de piedra clara,
Su afán de eternidad cifrado en hermosura.
Pero no eres tan sólo
Dueña de afanes muertos;
Tierna, amorosa has sido con nuestro afán viviente,
Compasiva con nuestra desdicha de efímeros.
¿Supiste acaso si de ti éramos dignos?

Contempla ahora a través de las lágrimas:

Mira cuántos cobardes
Lejos de ti en fuga vergonzosa,
Renegando tu nombre y tu regazo,
Cuando a tus pies, mientras la larga espera,
Si desde el suelo alzamos hacia ti la mirada,
Tus hijos sienten oscuramente
La recompensa de estas horas fatídicas.

No sabe qué es la vida
Quien jamás alentó bajo la guerra.
Ella sobre nosotros sus alas densas cierne,
y oigo su silbo helado,
y veo los muertos bruscos
Caer sobre la hierba calcinada,
Mientras el cuerpo mío

Sufre y lucha con unos enfrente de esos otros.

No sé qué tiembla y muere en mí
Al verte así dolida y solitaria,
En ruinas los claros dones
De tus hijos, a través de los siglos;
Porque mucho he amado tu pasado,
Resplandor victorioso entre sombra y olvido

Tu pasado eres tú
Y al mismo tiempo es
La aurora que aún no alumbra nuestros campos.
Tú sola sobrevives.
Aunque venga la muerte;
Sólo en ti está la fuerza
De hacernos esperar a ciegas el futuro

Que por encima de estos yesos muertos
Y encima de estos yesos vivos que combaten,
Algo advierte que tú sufres con todos.
Y su odio, su crueldad, su lucha,
Ante ti vanos son, como sus vidas,
Porque tú eres eterna
Y sólo los creaste
Para la paz y gloria de su estirpe.
[ ]
No se agotará la distancia
Por lo tanto no me quedaré vacío

Es un plan a seguir así sin la prisa
De quien sólo piensa en llegar

Me quedo aquí suave y demorado
Viendo al ritmo elegir cómo hacerse

Me libro de cúspides y aprendo
Que amar es que se esparza el impulso

Renovar al yo entregarse sin sed
Darse por entero hasta ya no ser uno

Pero ni así se agota la distancia
Ni así la luz o el silencio nos adoptan

Yo me quedo aquí sirviéndole al ritmo
Que acaso es más rico diseminar lo vital
(mayo 2014)
Natalia Rivera Jun 2014
Todo está tranquilo & quieto como una típica noche de verano. Todos duermen profundamente, menos tu & yo. Nadie se da cuenta que estamos en el auto envolviéndonos entre caricias & besos bajo la luna menguante. Tus manos acariciando cada detalle pequeño de mi cuerpo, mis labios besando cada lunar que yace en tu piel, teniendo el más placentero contacto ****** con la delicadeza que puede poseer un  artesano. Ahí estábamos, dos adolescentes enamorados dejándose llevar por un impulso ****** que no podían controlar, devorándose bajo las estrellas, dejando que su amor fluyera entre sus cuerpos. Entre gemidos, chupones, rasguños, mordiscos & mil cosas más culminaron su orgásmico encuentro ******. Al terminar el la toma en sus brazos, la mira a sus brillantes ojos hazel & le dice “Teamo, siempre lo hare & jamás voy a dejar que te vayas de mi lado”
Un monte azul, un pájaro viajero,
un roble, una llanura,
un niño, una canción... Y, sin embargo,
nada sabemos hoy, hermano mío.
Bórranse los senderos en la sombra;
el corazón del monte está cerrado;
el perro del pastor trágicamente
aúlla entre las hierbas del vallado.
Apoya tu fatiga en mi fatiga,
que yo mi pena apoyaré en tu pena,
y llora, como yo, por el influjo
de la tarde traslúcida y serena.
Nunca sabremos nada...
¿Quién puso en nuestro espíritu anhelante,
vago rumor de mares en zozobra,
emoción desatada,
quimeras vanas, ilusión sin obra?
Hermano mío, en la inquietud constante,
nunca sabremos nada...
¿En qué grutas de islas misteriosas
arrullaron los Números tu sueño?
¿Quién me da los carbones irreales
de mi ardiente pasión, y la resina
que efunde en mis poemas su fragancia?
¿Qué voz suave, que ansiedad divina
tiene en nuestra ansiedad su resonancia?
Todo inquirir fracasa en el vacío,
cual fracasan los bólidos nocturnos
en el fondo del mar; toda pregunta
vuelve a nosotros trémula y fallida,
como del choque en el cantil fragoso
la flecha por el arco despedida.
Hermano mío, en el impulso errante,
nunca sabremos nada...
Y sin embargo...
¿Qué mística influencia
vierte en nuestros dolores un bálsamo radiante?
¿Quién prende a nuestros hombros
manto real de púrpuras gloriosas,
y quién a nuestras llagas
viene y las unge y las convierte en rosas?
Tú, que sobre las hierbas reposabas
de cara al cielo, dices de repente:
-«La estrella de la tarde está encendida».
Ávidos buscan su fulgor mis ojos
a través de la bruma, y ascendemos
por el hilo de luz...
Un grillo canta
en los repuestos musgos del cercado,
y un incendio de estrellas se levanta
en tu pecho, tranquilo ante la tarde,
y en mi pecho en la tarde sosegado...
Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina.

Forjado por el día, mi corazón que quema
lleva su gran pisada de sol a donde quieres,
con un solar impulso, con una luz suprema,
cumbre de las mañanas y los atardeceres.

Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje
su avaricioso anhelo de imán y poderío.
Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
incendia mi osamenta con un escalofrío.

El aire de la noche desordena tus pechos,
y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
Como una tempestad de enloquecidos lechos,
eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.

La noche se ha encendido como una sorda hoguera
de llamas minerales y oscuras embestidas.
Y alrededor la sombra late como si fuera
las almas de los pozos y el vino difundidas.

Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,
la visible ceguera puesta sobre quien ama;
ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.

La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
besos que la constelen de relámpagos largos,
bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
arrullos que hagan música de sus mudos letargos.

Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
con todo el firmamento, la tierra estremecida.

El hijo está en la sombra que acumula luceros,
amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
Brota de sus perezas y de sus agujeros,
y de sus solitarias y apagadas ciudades.

El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
y a su origen infunden los astros una siembra,
un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.

Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,
tendiendo está la sombra su constelada umbría,
volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.
Tú eres el alba, esposa: la principal penumbra,
recibes entornadas las horas de tu frente.
Decidido al fulgor, pero entornado, alumbra
tu cuerpo. Tus entrañas forjan el sol naciente.

Centro de claridades, la gran hora te espera
en el umbral de un fuego que el fuego mismo abrasa:
te espero yo, inclinado como el trigo a la era,
colocando en el centro de la luz nuestra casa.

La noche desprendida de los pozos oscuros,
se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
Y tú te abres al parto luminoso, entre muros
que se rasgan contigo como pétreas matrices.

La gran hora del parto, la más rotunda hora:
estallan los relojes sintiendo tu alarido,
se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
y el sol nace en tu vientre donde encontró su nido.

El hijo fue primero sombra y ropa cosida
por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
Con sombras y con ropas anticipó su vida,
con sombras y con ropas de gérmenes humanos.

Las sombras y las ropas sin población, desiertas,
se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
que en nuestra casa pone de par en par las puertas,
y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.

¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!
Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.

Hijo del alba eres, hijo del mediodía.
Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas.

Hablo y el corazón me sale en el aliento.
Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
Tú eres el alba, esposa.  Yo soy el mediodía.
Tejidos en el alba, grabados, dos panales
no pueden detener la miel en los pezones.
Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
luchan y se atropellan con blancas efusiones.

Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
tú toda una colmena de leche con espuma.

Es como si tu sangre fuera dulzura toda,
laboriosas abejas filtradas por tus poros.
Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
junto a ti, recorrida por caudales sonoros.

Caudalosa mujer, en tu vientre me entierro.
Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
verían qué grabada llevo allí tu figura.

Para siempre fundidos en el hijo quedamos:
fundidos como anhelan nuestras ansias voraces:
en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
en un haz de caricias, de pelo, los dos haces.

Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,
laten junto a los vivos de una manera terca.
Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.

Haremos de este hijo generador sustento,
y hará de nuestra carne materia decisiva:
donde sienten su alma las manos y el aliento,
las hélices circulen, la agricultura viva.

Él hará que esta vida no caiga derribada,
pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
que de nuestras dos bocas hará una sola espada
y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.

No te quiero a ti sola: te quiero en tu ascendencia
y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
Porque la especie humana me han dado por herencia,
la familia del hijo será la especie humana.

Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.
Vengo a expresar mi desazón suprema
y a perpetuarla en la virtud del canto.
Yo soy Maín, el héroe del poema,
que vio, desde los círculos del día,
regir el mundo una embriaguez y un llanto.

¡Armonía! ¡Oh profunda, oh abscóndita Armonía!

Y velaré mi arduo pensamiento
sotto il velame degli versi strani,
fastuoso, de pompas seculares;
perfecta en sí la estrofa del lamento
y a impulso de los ritmos estelares.

Columpia el mar su cauda nacarina,
e imbuida en la clámide del río
pasa en la bruma fúlgida la carne de la ondina.
Grana el campo nutricio, fluyen mieles,
una deidad inflama las horas con su llama
y loa el día azul un coro de donceles.

Romero: ¿no rebosa el corazón
por la noche de sombras evocadas,
por la tierra de arrugas trabajadas,
del Tiempo y el Espacio la múltiple emoción?

Brilla en las lejanías invioladas
vaga ciudad, e! viento da en los juncos,
los juncos gimen bajo el viento rudo...
Romero, ¡que se vierta el corazón!
y la ternura y la tristeza mía
canten en el crepúsculo: ¡Armonía!
Yo, Rey del reino estéril de las lágrimas,
yo, Rey del reino vacuo de las rimas,
con mis canciones ebrias
que un son nocturno hechiza
y con mis voces pávidas,
anuncio las cavernas del Enigma.
En mis siete dolores primarios se resume,
como en alejandrino paradigma,
la escala del dolor que el mal asume.

Tenebrosa, recóndita Armonía...

Mi numen, fuerte, no es aquel tan puro
como el cerrado corazón de un monte;
pero sobre sus ruinas de inocencias
haré brillar, ebrio del dolor puro,
una gota de luz del corazón del monte.
Allá en las horas más dulces
De mi fugitiva infancia,
Sirvióme de cuidadora
Una mujer muy anciana,
Con su rostro todo arrugas,
Su cabeza toda canas
Y su corazón tranquilo
Todo bondad y esperanzas.

De noche junto a mi lecho
Mil historias me contaba
De geniecillos y ninfas,
De trasgos y de fantasmas.

¡Pobrecilla! ¡cuántas veces
En estas noches amargas
En que repaso tristezas
En mi alcoba solitaria,
Al oír que de la torre
Vuelan en lentas parvadas
Las mismas horas que entonces
Pasé a su lado tan gratas,
He pensado en ella y visto
Llegar su sombra a mi estancia
Pretendiendo como en antes
Secar con cuentos mis lágrimas!

En cierta vez, caí enfermo,
La fiebre me devoraba,
Y en mi delirio quería
Para volar tener alas.
«Dámelas tú»: -grité altivo-
«Tú, nunca me niegas nada»:
-«Es verdad, nada te niego,

»Pero no sufras, ten calma,
Las alas que Dios te ha dado
Las tiene tu ángel de guarda;
Esta noche se las pido
Y te las daré mañana».

Nunca le faltó manera
De responder a mis ansias,
Y siempre al verme llorando,
Con la paciencia más santa,
Me dijo tales ternuras
Que aun me conmueven el alma.
Ella, que al velar mi sueño
De puntillas caminaba,
Y porque rumor ninguno
A mis oídos llegara
Iba a sosegar el péndulo
De un viejo reloj de sala;
Ella, que jamás hubiera
Permitido a gente extraña
Lanzar un débil suspiro
A dos pasos de mi cama;
Que en balcones y rendijas
Cortaba al aire la entrada
Y por no causarme susto
Rezaba siempre en voz baja;
Una noche fue a mi lecho
Alegre y entusiasmada
Diciéndome: -¡Ven, despierta,
Ya es hora... no tardes... anda!

Sobrecogido de miedo
Yo le pregunté: ¿Qué pasa?
-Ya lo sabrás cuando escuches
El vuelo de las campanas,
El tronar de los petardos
Y el disparo de las salvas-.

Abrigado hasta los ojos
Salí con la pobre anciana,
Y un sueño del paraíso
Me fingió lo que miraba.
Desde las enhiestas torres
A las humildes ventanas,
Lo mismo en extensas calles
Que en las más estrechas plazas,
Faroles y gallardetes,
Banderolas y oriflamas
Con los hermosos colores
De la bandera de Iguala.
Y al escuchar tantos gritos,
Tantos himnos, tantas dianas,
El rumor de los repiques
Y el estallar de las salvas,
En brazos de mi niñera
Lloré sin saber la causa.
-Lloras de placer-, me dijo
Esta es una fiesta santa,
La sola fiesta que alegra
Mi corazón y mis canas.
Hoy es quince de setiembre,
Y en esta noche sagrada,
Hace cuarenta y cuatro años,
Si mi memoria no es mala,
Un cura humilde en Dolores
Hizo nacer a la Patria.
Cuando era yo jovencita
Mi padre, que en paz descansa
Me traia de la mano
En esta noche a la plaza
Para repetir con todos
Los que aquí gozan y cantan,
El grito de independencia
Que repercute en el alma;
Mi padre, mi pobre padre,
Fue soldado de Galeana;
Pero mira... allí está el héroe
Alcé mis ojos con ansia
Y vi un inmenso retrato
Entre lucientes guirnaldas
Bañado por los reflejos
De las luces de Bengala.

Un rostro apacible y dulce,
Una frente limpia y ancha,
Una mirada de apóstol,
Una cabeza muy cana...
¡Era Hidalgo, el Padre Hidalgo,
El salvador de la Patria!

¿Lo ves? me dijo temblando
De regocijo la anciana...
-Sí, le respondí, sintiendo
No sé qué dentro del alma,
Y entonces a un mismo impulso
Con las manos enlazadas,
Nos pusimos de rodillas
Llenos los ojos de lágrimas.
Le pedí un sublime canto que endulzara
mi rudo, monótono y áspero vivir.
El me dio una alondra de rima encantada...
¡Yo quería mil!
Le pedí un ejemplo del ritmo seguro
con que yo pudiera gobernar mi afán.
Me dio un arroyuelo, murmurio nocturno...
¡Yo quería un mar!
Le pedí una hoguera de ardor nunca extinto,
para que a mis sueños prestase calor.
Me dio una luciérnaga de menguado brillo...
¡Yo quería un sol!
Qué vana es la vida, qué inútil mi impulso,
y el verdor edénico, y el azul Abril...
¡Oh sórdido guía del viaje nocturno:
¡Yo quiero morir!
Los quince y los dieciocho,
los dieciocho y los veinte...
Me voy a cumplir los años
al fuego que me requiere,
y si resuena mi hora
antes de los doce meses,
los cumpliré bajo tierra.
Yo trato que de mí queden
una memoria de sol
y un sonido de valiente.

Si cada boca de España,
de su juventud, pusiese
estas palabras, mordiéndolas,
en lo mejor de sus dientes:
si la juventud de España,
de un impulso solo y verde,
alzara su gallardía,
sus músculos extendiese
contra los desenfrenados
que apropiarse España quieren,
sería el mar arrojando
a la arena muda siempre
varios caballos de estiércol
de sus pueblos transparentes,
con un brazo inacabable
de perpetua espuma fuerte.

Si el Cid volviera a clavar
aquellos huesos que aún hieren
el polvo y el pensamiento,
aquel cerro de su frente,
aquel trueno de su alma
y aquella espada indeleble,
sin rival, sobre su sombra
de entrelazados laureles:
al mirar lo que de España
los alemanes pretenden,
los italianos procuran,
los moros, los portugueses,
que han grabado en nuestro cielo
constelaciones crueles
de crímenes empapados
en una sangre inocente,
subiera en su airado potro
y en su cólera celeste
a derribar trimotores
como quien derriba mieses.

Bajo una zarpa de lluvia,
y un racimo de relente,
y un ejército de sol,
campan los cuerpos rebeldes
de los españoles dignos
que al yugo no se someten,
y la claridad los sigue,
y los robles los refieren.
Entre graves camilleros
hay heridos que se mueren
con el rostro rodeado
de tan diáfanos ponientes,
que son auroras sembradas
alrededor de sus sienes.
Parecen plata dormida
y oro en reposo parecen.

Llegaron a las trincheras
y dijeron firmemente:
¡Aquí echaremos
raíces
antes que nadie nos eche!
Y la muerte se sintió
orgullosa de tenerles.

Pero en los negros rincones,
en los más negros, se tienden
a llorar por los caídos
madres que les dieron leche,
hermanas que los lavaron,
novias que han sido de nieve
y que se han vuelto de luto
y que se han vuelto de fiebre;
desconcertadas viudas,
desparramadas mujeres,
cartas y fotografías
que los expresan fielmente,
donde los ojos se rompen
de tanto ver y no verles,
de tanta lágrima muda,
de tanta hermosura ausente.


Juventud solar de España:
que pase el tiempo y se quede
con un murmullo de huesos
heroicos en su corriente.
Echa tus huesos al campo,
echar las fuerzas que tienes
a las cordilleras foscas
y al olivo del aceite.
Reluce por los collados,
y apaga la mala gente,
y atrévete con el plomo,
y el hombro y la pierna extiende.

Sangre que no se desborda,
juventud que no se atreve,
ni es sangre, ni es juventud,
ni relucen, ni florecen.
Cuerpos que nacen vencidos,
vencidos y grises mueren:
vienen con la edad de un siglo,
y son viejos cuando vienen.

La juventud siempre empuja
la juventud siempre vence,
y la salvación de España
de su juventud depende.

La muerte junto al fusil,
antes que se nos destierre,
antes que se nos escupa,
antes que se nos afrente
y antes que entre las cenizas
que de nuestro pueblo queden,
arrastrados sin remedio
gritemos amargamente:
¡Ay España de mi vida,
ay España de mi muerte!
No con altos ejemplos se modela
la perfección del alma, ni el tesoro
de un buen libro nos dona el del decoro
que a las bajas acciones se rebela.

La enseñanza no es feudo de la escuela,
que es la necesidad lección de oro,
y por impulso nato rompe en lloro
el niño, nada el pez y el ave vuela.

Nace la previsión, de lo imprevisto,
pero no la virtud con ir al templo,
ni término el saber da a nuestras dudas;

y, si de algo valiera el buen ejemplo,
¿se explica que el discípulo de un Cristo
Maestro de maestros, fuera un Judas?
O fulgor do ódio incauto, a devastação em chama ardente, faz cambalear o ser andante. Carrego o que fiz do destino como se embalasse um filho morto. Um aborto deformado e coberto por repugnância. Engendrado em ventre seco. Fruto interrompido de um estupro incestuoso. Esquartejado pelo bisturi de um hospital clandestino e imundo. Levo as partes dilaceradas deste feto hediondo à boca, devorando-as, freneticamente saboreio o sangue ainda morno e a carne mole desossada, elas descem entalando pela garganta, me engasgo, tropeço, vou de encontro ao chão, superfície áspera de concreto, me fere a face queimando minha pele, me observo nu enquanto vestido, vejo transeuntes vivendo suas vidas pacatas, com suas roupas da moda, seus farrapos, com seus carros de passeio, populares ou de luxo, com seus apartamentos, suas casas, sobrados ou mansões, os vejo em bares, em igrejas, no trabalho, alegres, tristes, esperançosos, desiludidos, preocupados, já não pertenço a este lugar.

Ando léguas sem freio em meus devaneios, meus pés estão em carne viva, os calos sangram, continuo a caminhar carregando um destino morto, estou sozinho em uma estrada deserta, me desfiz de tudo. Abandonei qualquer esperança, qualquer desejo, o impulso me movimenta.

A estrada de terra levanta ao longe uma nuvem de poeira, a nuvem é carregada pela ventania em minha direção, a poeira adentra aos meus olhos como vidro cortante, tento me proteger me encolhendo em posição fetal, está escuro, e mais, meus olhos não conseguem se abrir, a tempestade de poeira já passou, restando apenas uma bruma que permanece sem alvoroço, mas que se misturando com a noite transforma-se em uma parade opaca, intransponível, impossível de se enxergar através, algo parece se mover dentro dela, e trazer de volta a tempestade, está se aproximando de mim rapidamente.

Um ônibus velho e cheio de ferrugem pára ao meu lado, escuto o ranger metálico estridente das portas se abrindo, todos os meus pêlos se arrepiam, sou derrubado novamente à realidade, à estranheza deste evento inesperado, mais uma vez o impulso me guia, pela primeira vez desde aquele dia sinto medo, pânico. Qual ser atroz faria ali, no meio do nada, esta parada insidiosa? O interior do veículo está completamente coberto pela poeira e a escuridão.
Sobre la piel del cielo, sobre sus precipicios
se remontan los hombres. ¿Quién ha impulsado el vuelo?
Sonoros, derramados en aéreos ejercicios,
              raptan la piel del cielo.

Más que el cálido aceite, sí, más que los
motores,
el ímpetu mecánico del aparato alado,
cóleras entusiastas, geológicos rencores,
              iras les han llevado.

Les han llevado al aire, como un aire rotundo
que desde el corazón resoplara un plumaje.
Y ascienden y descienden sobre la piel del mundo
              alados de coraje.

En un avance cósmico de llamas y zumbidos
que aeródromos de pueblos emocionados lanzan,
los soldados del aire, veloces, esculpidos,
              acerados avanzan.

El azul se enardece y adquiere una alegría,
un movimiento, una juventud libre y clara,
lo mismo que si mayo, la claridad del día
              corriera, resonara.

Los estremecimientos del valor y la altura,
los enardecimientos del azul y el vacío:
el cielo retrocede sintiendo la hermosura
              como un escalofrío.

Impulsado, asombrado, perseguido, regresa
al aire al torbellino nativo y absorbente,
mientras evolucionan los héroes en su empresa
              inverosímilmente.

Es el mundo tan breve para un ala atrevida,
para una juventud con la audacia por pluma;
reducido es el cielo, poderosa la vida,
              domada y con espuma.

El vuelo significa la alegría más alta,
la agilidad más viva, la juventud más firme.
En la pasión del vuelo truena la luz, y exalta
              alas con que batirme.

Hombres que son capaces de volar bajo el suelo,
para quienes no hay ámbitos ni grandes ni imposibles,
con la mirada tensa, prorrumpen en el vuelo
              gladiadores, temibles.

Arrebatados, tensos, peligrosos, tajantes,
igual que una colmena de soles extendidos,
de astros motorizados, de cigarras tremantes,
              cruzan con sus bramidos.

Ni un paso de planetas, ni un tránsito de toros
batiéndose, volcándose por un desfiladero,
darán al universo ni acentos más sonoros
              ni resplandor más fiero.

Todos los aviadores tenéis este trabajo:
echar abajo el pájaro fraguador de cadenas,
las ciudades podridas abajo, y más abajo
              las cárceles, las penas.

En vuestra mano está la libertad del ala,
la libertad del mundo, soldados voladores:
y arrancaréis del cielo la codiciosa y mala
              hierba de otros motores.

El aire no os ofrece ni escudos ni barreras:
el esfuerzo ha de ser todo de vuestro impulso.
Y al polvo entregaréis el vuelo de las fieras
              abatido, convulso.

Si ardéis, si eso es posible, poseedores del fuego,
no dejaréis ceniza ni rastro, sino gloria.
Espejos sobrehumanos, iluminaréis luego
              la creación, la historia.
Jerezanas, paisanas,
institutrices de mi corazón,
buenas mujeres y buenas cristianas...
Os retrató la señora que dijo:
«Cuando busque mi hijo
a su media naranja,
lo mandaré vendado hasta Jerez».
Porque jugando a la gallina ciega
con vosotras, el jugador
atrapa una alma linda y una púdica tez.
Jerezanas,
os debo mis virtudes católicas y humanas,
porque en el otro siglo, en vuestro hogar,
en los ceremoniosos estrados me eduqué,
velándome de amor, como las frentes
se velaban debajo del tupé.
Acababan de irse
la polisión y la crinolina,
pero alcancé las caudalosas colas
que alargan el imán del ave femenina
de las cinturas hasta las consolas.
Así se reveló, por las colas profusas,
mi cordial abundancia,
y también por los moños enormes que en mi infancia
trocaban a las plantas bizantinas
en rodel de palomas capuchinas.
  Jerezanas,
  genio y figura
  del tiempo en que los ávidos pimpollos
  teníamos, de pie,
  la misma clementísima estatura
  que tenía, sentada, nuestra Fe.
Jerezanas,
traslúcidas y beatas dentaduras
en que se filtra el sol, creando en cada boca
las atmósferas claroscuras
en que el Cielo y la Tierra se dan cita
y en que es visitada Bernardita.
Jerezanas,
de quien aprendí a ser generoso,
mirando que la mano anacoreta
era la propia que en la feria anual
aplaudía en el coso
y apostaba columnas de metal
en el escándalo de la ruleta.
Jerezanas,
grito y mueca de azoro
a las tres de la tarde, por el humor del toro
que en la sala se cuela babeando, y está
como un inofensivo calavera
ante la señorita tumbada en el sofá.
Jerezanas,
panes benditos,
por vosotras, el Miércoles de Ceniza, simula
el pueblo una gran frente llena de Jesusitos.
Jerezanas,
abísmase mi ser
en las aguas de la misericordia
al evocar la máquina de coser
que al impulso de vuestra zapatilla,
sobre mi vocación y vuestros linos
enhebraba una bastilla.
Dios quiera que esté salvada
la máquina de acústicos galopes,
por la cual fue mi ayer melódica jornada
y un sobresalto mi vida
ante los pulcros dedos hacendosos
resbalando a la aguja empedernida.
Jerezanas,
he visto el menoscabo
de los bucles que alabo,
de los undosos bucles
que enjugaron sin mofa mis pucheros,
de los bucles rielantes,
cabrilleo lunar, blanco de la llovizna
y trono de los lápices caseros;
he visto revolar la última brizna
de vuestras gracias proverbiales;
he visto deformada vuestra hermosura
por todas las dolencias y por todos los males;
he visto el manicomio en que murmura
vuestra cabeza rota sus delirios;
he visto que os ganáis
el pan con las agujas a la luz del quinqué;
he sido el centinela de vuestros cuatro cirios;
pero ninguna chanza del presente
logra desprestigiaros, porque sois el tupé,
los moños capuchinos y la gruta de Lourdes
de la boca indulgente.Jerezanas,
colibríes de tápalo y quitasol,
que vagabundas en la gloria matutina
paraban junto a mis rejas,
por espiar la joyante canción de mi madrina
rememorando a Serafín Bemol:
«Si soy la causa de lo que escucho,
amigo mío, lo siento mucho...»
Jerezanas,
a cuyos rostros que nimbaba el denso
vapor estimulante de la sopa,
el comensal airado y desairado
disparaba el suspiro a quemarropa.
Jerezanas,
que al cumplir con la ley
de la anual comunión, miráis a la primera
golondrina de marzo en la Casa del Rey
de los Reyes; la párvula golondrina que entró
a enseñarnos su pecho de mamey.
Jerezanas,
cuyo heroico destino
desemboca en la iglesia y lucha con el vino,
vistiendo santos
o desvistiendo ebrios, con la misma
caridad de los cantos
que os hinchan las arterias en el cuello.
Jerezanas,
briosas cual el galope que me llenó de espantos
al veros devorar la llanura y el río
sobre el raudo señorío
del albardón de las abuelas;
erguidas como la araucaria,
y débiles como el futuro
de un huevecillo de canaria.
Jerezanas,
cuando el sol vespertino amorate
vuestros vidrios, y os heléis
en el diario silencio del inútil combate,
tomad las flechas de mi vida
como hilas del pañuelo de un hermano
para curar vuestra herida
según la vieja usanza,
y para abrigar el nido
del pájaro consentido.
Jerezanas,
yo aspiro a ser el casto reyezuelo
de los días en que os sentí
probadas por el Cielo
Marchitas, locas o muertas,
sois las ondas del manantial
que ondula arriba de lo temporal,
y en el eterno friso de mi alma
cada paisana mía se eslabona
como la letra de la Virgen:
encima de una nube y con una corona.
Yo descendí de la antioqueña cumbre,
de austera estirpe que el honor decora,
el alma en paz y el corazón en lumbre,
y el claro sortilegio de la aurora
bruñó mi lira y la libró de herrumbre.

Y fui, viajero de nivoso monte
y umbría roza de maíz, al valle
que da a la luz su fruta entre su llama:
había miel de filtros de sinsonte
que derrama canción de rama en rama.

Y el mar abierto, a mí divinamente
su honda virtud hizo afluir entera:
gusté su yodo... y la embriaguez ignota
de no sé qué sagrada primavera
bajo la paz de una ciudad remota.

Fulgía en mi ilusión Acuarimántima.

Ciudad del bien, fastuosa, legendaria,
ciudad de amor y esfuerzo y ufanía
y de meditación y de plegaria;
una ciudad azúlea, egregia, fuerte,
una Jerusalén de poesía.

Y como los cruzados medioevales,
ceñíme al torso fúlgida coraza
y fuime en pos de la ciudad cautiva,
burlando la guadaña de la Muerte
y la fortuna a mi querer esquiva.

La ondulante odisea rememoro
con amor y dolor... Un linde vago,
de súbito sangriento, ya cetrino...
Un buque... un muelle... un joven noctivago...
y el tono de la voz... y el pan marcino...

La maravilla comba, transparente,
de las noches de junio hacia la hondura
de un huerto viola, en ácidos alcores;
y allí la levadura de mis cantos,
hecha de mezquindad y sinsabores.

Y aquella niña del amor florido
y oloroso, y ritual, y enardecido,
el seno como un fruto no oprimido,
y un dulzor en los besos diluïdo,
y un no sé qué... que túrbame el sentido.

Y la huraña beldad, el mármol yerto
e inconmovible; y la Infantina huraña
que era el postrer jazmín que daba un huerto...
¡Me figuro las luces de sus ojos
como dos cirios de un cariño muerto!

Y el arduo afán en el impulso vario
por resolver el canto en melodía.
Derrame un ruiseñor en el himnario
toda la miel del día.
Un rumor milenario,
y la luz de tu lámpara ¡oh Sophía!

Húmedos los cabellos -cristalinos caireles
de agua y sol-, aún ondulan fantásticas ondinas;
mientras danza en la luz un coro de donceles
por la playa al influjo de las sales marinas...
En libre vuelo, el cielo de mi América
hender he visto un cóndor *****, errante.
¿Qué abismo circunscribe? ¿Qué intacta
nieve augura?
Por las arterias de los ciervos montesinos
discurre para el cóndor la sangre enardecida,
bajo las pieles lúcidas, entre las carnes bellas.

¡La presa viva!, ¡el pico ensangrentado!,
¡el ala pronta!, ¡el ímpetu del vuelo!
y un delirar de cumbres y centellas.

Así mi impulso al aura de la vida,
y así mi Musa en su ilusión liviana
de que brote la carne un lirio místico.
Bestia de los demonios poseída,
¡oh carne, es hora ya del don eucarístico!

Cintila el cielo en gajos de luceros,
y querubes de vuelos melodiosos
revuelan de luceros a luceros.

Tengo la sensación de que discurro
delante de los pórticos sagrados:
alguien dice mi nombre a la distancia;
brotan dulces jardines los collados
y asume mi ternura en su fragancia.

Claridad estelar, templo encendido,
rima errante por noches de pavura,
huerto a la luz de Vésper. En olvido
mi ser se muere, mi canción no dura,
¿y fui no más un lúgubre alarido?

Carne, bestia, mi Amiga y mi Enemiga:
yo soy tú, que por leyes ominosas,
cual vano mimbre que meció una espiga
te haces nada en el polvo de las cosas...

¿Y la divina Psiquis, la Rosa entre las rosas?
¿Y mis amores que irisé de lágrimas?
¿Y mi ciudad nebúlea tras la ilusión del
día?
¿Y mis antorchas que erigí de emblema?
¿Y esta inquietud, y este ímpetu anhelante
hacia una ley o una verdad suprema?

Pesa sobre tus pétalos, ¡oh Rosa
Espiritual! tan lóbrega y cerrada
la noche, tan vacía y rencorosa,
que en vano el brillo de tu broche efunde.
Amor. Deleite. Horror. Pavesas. Nada.

¡Nada, nada por siempre! Y merecía
mi Alma, por los dioses engañada,
la Verdad, y la ley y la Armonía.
¡Sé digna de este horror y de esta nada,
y activa y valerosa, ¡oh alma mía!
En el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma
-ciertamente.
Trae una sed de siglos en los belfos,
una sed fría, en *****, que ara cauces
en el sueño moroso de la tierra,
que perfora sus miembros florecidos,
como una sangre cáustica,
incendiándolos, ay, abriendo en ellos
desapacibles úlceras de insomnio.
Más amor que sed; más que amor, idolatría,
dispersión de criatura estupefacta
ante el fulgor que blande
-germen del trueno olímpico- la forma
en sus netos contornos fascinados.
¡Idolatría, sí idolatría!
Mas no le basta el ser un puro salmo,
un ardoroso incienso de sonido;
quiere, además, oírse.
Ni le basta tener sólo reflejos
-briznas de espuma
para el ala de luz que en ella anida;
quiere, además, un tálamo de sombra,
un ojo,
para mirar el ojo que la mira.
En el lago, en la charca, en el estanque,
en la entumida cuenca de la mano,
se consuma este rito de eslabones,
este enlace diabólico
que encadena el amor a su pecado.
En el nítido rostro sin facciones
el agua, poseída,
siente cuajar la máscara de espejos
que el dibujo del vaso le procura.
Ha encontrado, por fin,
en su correr sonámbulo,
una bella, puntual fisonomía.
Ya puede estar de pie frente a las cosas.
Ya es ella también, aunque por arte
de estas limpias metáforas cruzadas,
un encendido vaso de figuras.
El camino, la barda, los castaños,
para durar el tiempo de una muerte
gratuita y prematura, pero bella,
ingresan por su impulso
en el suplicio de la imagen propia
y en medio del jardín, bajo las nubes,
descarnada lección de poesía,
instalan un infierno alucinante.
Subes de ti misma,
como un surtidor
de una fuente.

                            No
se sabe hasta donde
llegará tu amor,
porque no se sabe
dónde está el venero
de tu corazón.

(Eres ignorada,
eres infinita,
como el mundo y yo)
Rui Serra May 2014
É certo que por vezes
Pode ser tarde
Mas será tarde?
Ou talvez cedo
É certo
Que se procura algo
Um momento
Um instante
Um tempo perdido
Mas mesmo assim
Mesmo que tarde pareça
Talvez o não seja
Mesmo que tudo esteja perdido
Talvez não
É sempre possível sentirmo-nos bem
Inútil?
É inútil discutir
É inútil o gesto que leva à ruptura
O que importa?
O que importa é o impulso
Que de nós sobressai
E nos leva a dizer:
Sejamos realistas, exijamos o impossível.
Turbaban mi conciencia en el precario
vivir, el ala inquieta, el viento vario,
fantasmas familiares,
misterios presentidos,
amores y cantares
de jóvenes floridos,
el vino, el mar, el día en el Acuario.
Y la meliflua vocación interna;
sentir, cantar, en raptos doloridos
"ser yo", -"no ser"-, en sucesión alterna.

Tronco en la plenitud, hundió mi alma
su raíz en el légamo de muerte
que nutre las corolas de la vida,
y dio el perfume infuso en su ramaje.
Vuela el perfume,
mas se consume;
ilusorio celaje
pide al éter sutil
que lo asume
y en el raudal fluïdo de las auras de abril
hace el viaje
y se consume...

¡Oh insaciedad del hálito y la nébula,
y el amor, y el impulso, y el anhelo!
No un dios pagano, pero sí su rastro.
No el himno divo, pero sí el suspiro.
No el mármol, mas el plinto de alabastro.
Y una sensualidad de antiguo giro.
Danielle Furtado Apr 2017
Tenho acreditado por tanto tempo que tudo de errado e ruim que sinto se esvairia quando encontrasse alguém que quisesse passar noites em claro fazendo nada ao meu lado, e que isso fosse o suficiente, que eu fosse o suficiente. Já experimentei esse sentimento e por mais que repita incontáveis vezes o quanto me quer ali, o sentimento não vai embora; De repente sinto o impulso de me levantar e ir embora sem dizer adeus, e nunca, nunca mais, ouvir de você ou deixar que ouça de mim. São as pequenas mortes como essas que me mantiveram viva até agora, não quero ser real. Me desculpe por todos os olhares, dedos entrelaçados, e promessas não ditas mas subentendidas. Me desculpe antecipadamente se eu tiver que ir embora em algumas semanas ou meses, ou dias. Amanhã, talvez. Quando eu estiver em silêncio, segure-se, segure-me.
¡Tantos que van abriéndose, jardines,
                    celestes, y en el agua!

Por el azul, espumas, nubecillas,
                    ¡tantas corolas blancas!

Presente, este vergel, ¿de dónde brota,
                    si anoche aquí no estaba?

Antes que llegue el día, labradora,
                    la aurora se levanta,

y empieza su quehacer: urdir futuros.
                    Estrellas rezagadas.

las luces que aún recoge por los cielos
                    por el mar va a sembrarlas.

Nacen con el albor olas y nubes.
                    ¡Primavera, qué rápida!

Esa apenas capullo -nube-, en rosa,
                    en oro, en gloria, estalla.

Blancas vislumbres, flores fugacísimas
                    florecen por las campas

de otro azul. Si una espuma se deshoja,
                    -pétalos por la playa-,

se abren mil; que el rosal de donde suben
                    es rosal que no acaba.

De esplendores corona el mediodía
                    el trabajo del alba.

Ya se ve en brillo, en ola, en pompa, en nube
                    la cosecha granada.

Una estación se abrevia: es una hora.
                    Lo que la tierra tarda

tanto en llevar a tallos impacientes
                    lo trae una mañana.

¿La aurora? Es la frecuente, la celeste,
                    primavera diaria;

por el azul, sin esperar abriles,
                    sus abriles desata.

¿De dónde su poder, el velocísimo
                    impulso de su savia?

Obediencia. A la luz. Pura obediencia,
                    ella, en su cenit, manda.

Espacios a su seña se oscurecen,
                    a su seña se aclaran.

El mar no cría cosa que dé sombra;
                    para la luz se guarda.

Y ella le cubre su verdad de mitos:
                    la luz, eterna magia.
Por la sierra, una tarde, pasaba el Campeador.
El sol despertaba su flamígera flor,
y bruñía la púrpura de su esplendor postrero
en la resplandeciente coraza del guerrero.

El oro lo cubría de la frente a los pies:
su escarcela era de oro, y era de oro su arnés,
y un rubí granadino de adorno en la visera,
resplancedía menos que su mirada fiera.
Soberbiamente erguido con marcial bizarría,
no encontrando adversarios ¡con el Sol se batía!

Los pastores en lo alto de las altas montañas,
al ver pasar al héroe de las rudas hazañas
envuelto en su leyenda de osadía y estrago,
entre sí murmuraban: "Es el Cid, o es Santiago".
Pues con el fanatismo que infunde la victoria
unían los dos nombres en una misma gloria.

Así, lento, magnífico, arrogante y severo,
iba por los caminos el radiante viajero,
cuando oyó que del fondo de un barranco surgía
la ronca y débil súplica de una voz de agonía.
Y allí, tendido en tierra, vio un monstruo repugnante
de agarrotadas manos y roído semblante:
Un leproso.
                  De súbito, el corcel de Rodrigo
se encabritó: Tan sórdido y horrible era el mendigo,
que temió el noble bruto contaminar sus cascos
con rozar solamente aquel montón de ascos.

Con un gesto magnánino, el guerrero español,
inclinado su bélico penacho tornasol,
le ofrece al miserable todo lo que le queda:
una moneda de oro y un ademán de seda.

Y entonces, al llameante resplandor del ocaso,
con incrédulos ojos y vacilante paso,
aquella gusanera viviente se incorpora,
y cae de rodillas pesadamente, y llora....

Allí, en aquel oscuro recodo del camino,
lo maldijo una anciana, lo apedreó un campesino,
le fue negada el agua, le fue negado el pan,
y soportó en silencio la injuria y el desmán;
y ahora un caballero de luciente armadura
caritativamente consuela su amargura
sin temer el contagio de su inmunda dolencia,
y le ofrece a sus llagas una flor de clemencia.
Y el monstruo, en un impulso brutalmente sincero,
posa sus labios pútridos sobre el guante de acero.

El paladín lo mira sin desdén, sin temor,
sin cólera: ¡Por algo es el Cid Campeador!

Inmóvil y benigno en su dádiva inmensa,
el gran Rodrigo Díaz de Vivar algo piensa:
¿Qué sentimientos laten bajo su coraza?

De repente, con suave firmeza, lo rechaza;
contempla largamente aquel escombro humano,
se arranca el guantelete... ¡y le tiende la mano!
Mariana Seabra Mar 2022
Deixo de herança todos os pensamentos

Perdidos ao luar,

Escritos na página invisível da vida,

Impossíveis de partilhar.



Deixo de herança todas as garrafas,

Que esvaziei e pousei à beira-mar,

Com uma carta escondida lá dentro,

Incógnita ainda por entregar.



Deixo de herança todo o fumo,

Que compulsivamente inalei

Para tentar matar a doença

Da qual nunca me curei.



Deixo as pegadas na areia,

Que rapidamente se apagaram.

Marcas da efémera passagem dos seres

Que por mim passaram.



Deixo de herança o sol de inverno,

Tão apreciado por toda a gente.

Desejo que aqueça as almas frias,

Que não deixe ninguém indiferente.





Deixo de herança o incenso

Que nunca acendi.

Espalhado pela brisa,

Como qualquer cheiro que senti.



Deixo de herança toda a música

E cada marca que deixou.

Atenciosa companheira,

Que tantas vezes me salvou.



Deixo de herança o rio,

No seu mesmo exato lugar.

Lembrança eterna que existe um sítio seguro

Para onde o desespero nos pode levar.



Deixo de herança a pedra afiada,

Que me esculpiram no lugar do coração.

Memória da crueldade no olhar

De quem a infância me roubou.



Deixo ligadas as luzes da aldeia,

Que me abrigaram no solitário berço.

Agarro o impulso que me levou à procura

De tudo o que ainda desconheço.

  



Deixo de herança em papel amarrotado,

Algum sangue que derramei.

Lágrimas, cicatrizes e o fardo,

De ser tão brutalmente consciente

De tudo aquilo que sei.



Deixo de herança o meu amor,

Sorrisos, abraços e essências,

Partilhadas no pôr-do-sol.

E que nesta viagem de turbulências,

Repares na simplicidade do sentimento

Que achaste saber de cor.



Deixo de herança uma moeda,

Ao pedinte que conheci

E que nunca a chegou a gastar.

Esqueceu-se que para a salvação da vida

Não há dinheiro, nem há fornecedor

Onde ele a possa ir comprar.



Deixo de herança o pássaro branco,

Que ainda não se atreveu a pousar.

Canta mais alto a cada Primavera,

Só para me relembrar,

Que as raízes são uma ilusão

Criadas por quem não as consegue descolar.





Deixo de herança duas mãos quentes,

No peito frágil de uma criança,

Que nasceu órfão de mãe

E cresceu sem esperança.


“Nas noites escuras que te abraçam.

Nos dias cinzentos a que te entregas

Que sintas neste aperto a mensagem

De toda a força que carregas.”




Deixo de herança este poema,

Escrito num sonho que se entranha

E do qual nunca acordei.

Vem…

Traz o mapa que queimei.

E encontra-me para lá da montanha

Onde também eu me encontrei.
Turbome como a un niño
tu cita telefónica.
Una hora antes dije
que nadie me entraría
al cuarto, donde todas
las luces extinguía
para esperarte a oscuras.
Zumbábanme las sienes.
Dudaba si en la sombra
cargada de promesas
fragantes de tu voz
quizás no sentiría
el soplo de tu aliento.
De pronto el llamamiento.
Yo creo que mi pulso
se detuvo un momento.
Hablaste. Yo te oía.
Las voces que dijiste
venían de otro mundo.
De un sólo único impulso
tu pobre voz debía
saltar colinas, llanos
ciudades, campos, selvas,
correr por las riberas
de ríos y a lo largo
de rutas y de sendas.
Por eso me llegaba
tu voz disminuida,
tan tenue y tan cambiada
que quien me conversaba
aquí en el aposento
ya no era tu persona,
más bien era una sombra,
fantasma de tu voz.
Díjeme antes, amada,
que yo te sentiría
en mí como inclinada
sobre mi boca ardiente
y que si no presente
al menos te hallaría
mil veces acercada.
Así no fue; al contrario,
se me hizo ese instante
más largo. La distancia
crecía inmensamente.
Y luego, de repente,
surgiste al fin de ese hilo
engañador, más lejos,
horriblemente lejos,
y me encontré delante
del aparato, triste,
más lúgubre e intranquilo,
más solitario que antes.
Por esa puerta huyó, diciendo: «¡Nunca!»
Por esa puerta ha de volver un día...
Al cerrar esa puerta, dejó trunca
la hebra de oro de la esperanza mía.
Por esa puerta ha de volver un día.
Cada vez que el impulso de la brisa,
como una mano débil, indecisa,
levemente sacude la vidriera
palpita más aprisa, más aprisa
mi corazón cobarde que la espera.
Desde mi mesa de trabajo veo
la puerta con que sueñan mis antojos,
y acecha agazapado mi deseo
en el trémulo fondo de sus ojos.
¿Por cuánto tiempo, solitario, esquivo
he de aguardar con la mirada incierta
a que Dios me devuelva compasivo
a la mujer que huyó por esa puerta?
¿Cuándo habrán de temblar esos cristales
empujados por sus manos ducales
y, con su beso ha de llegarme ella,
cual me llega en las noches invernales
el ósculo piadoso de una estrella?
¡Oh, Señor!, ya la pálida está alerta:
¡oh, Señor, cae la tarde ya en mi vía
y se congela mi esperanza yerta!
¡Oh, Señor, haz que se abra al fin la puerta
y entre por ella la adorada mía!
...¡Por esa puerta ha de volver un día!
En el parque. En un banco. Luz de plata
En cielo y mar, y pensativa ella.
Lejos, canto de alegre serenata,
Y en el azul, muy lejos, rubia estrella.

Esbelta y nívea, con su abrigo blanco,
Y cual pensando en nada, distraída,
Era como alba nube en ese banco,
Como una estrella pálida y dormida.

Alzó la mano con gentil decoro,
Y sorprendido me quedé mirando
En su dedo anular, aro de oro...
«La argolla del deber», dijo llorando.

En mí vio como impulso a su belleza,
Y poniéndose en pie, la frente alta,
«¡No!» me dijo... «Prefiero mi tristeza
Al placer y vergüenza de la falta».
En el áureo esplendor de la mañana,
viendo crecer la enredadera verde,
mi alegría no sabe lo que pierde
y mi dolor no sabe lo que gana.
Yo fui una vez como ese pozo oscuro,
y fui como la forma de esa nube,
como ese gajo verde que ahora sube
mientras su sombra baja por el muro.
La vida entonces era diferente,
y, en mi claro alborozo matutino,
yo era como la rueda de un molino
que finge darle impulso a la corriente.
Pero la vida es una cosa vaga,
y el corazón va desconfiando de ella,
como cuando miramos una estrella,
sin saber si se enciende o si se apaga.
Mi corazón, en tránsito de fuego,
ardió de llama en llama, pero en vano,
porque fue un ciego que extendió la mano
y sólo halló la mano de otro ciego.
Y ahora estoy acodado en la ventana,
y mi dolor no sabe lo que pierde
ni mi alegría sabe lo que gana,
viendo crecer la enredadera verde
en el áureo esplendor de la mañana.
Como Thymos siguiéndolo, Delfos lo vio anhelante,
cuando el estadio hollaba por la turba aclamado,
tal Ladas, sobre el zócalo, corre aún con pie alado,
más raudo que en las cimas el viento vuela, errante.

Tendidos ambos brazos y el torso hacia adelante
sudor de bronce en perlas luce en su sien cuajado;
diríase que afuera del molde hubo saltado,
cuando vida el artista le infundió palpitante.

y tiembla, y la esperanza con frenesí lo enciende.
Parece que a sus labios el aire les faltara,
y el gran esfuerzo que hace sus músculos distiende.

Desatado y frenético impulso lo enajena;
y como si, corriendo, su pedestal salvara,
a la meta y la palma va huyendo por la arena.

— The End —