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Don Juan Rodríguez Fresle... sabréis quién fue Don Juan,
No aquel de la leyenda, sevillano galán
Que escalaba conventos, sino el burlón vejete,
Buen cristiano, que oía siempre misa de siete,
La ancha capa luciendo, ya un poco deslustrada,
Que le dejó en herencia Jiménez de Quesada;
Que fue amigo de Oidores, vivaz, dicharachero,
Que escribió muchas resmas de papel, y «El Carnero»;
Que de un tiempo lejano, casi desconocido,
Supo enredos y chismes, que narró y se han perdido;
Tiempo dichoso, cuando (lo que es y lo que fue)
tan sólo tres mil almas tenía Santa Fe,
Y ahora, según dicen, casi 300.000,
Con «dancings», automóviles, cines, ferrocarril
Al río, clubs, y todo lo que la mente fragua
En «confort» y progreso, verdad... ¡pero sin agua!
Tiempo de las Jerónimas, Tomasas, Teodolindas,
De nombres archifeos, pero de cara, lindas,
Y que además tenían, de Oidores atractivo,
Lo que en todas las épocas llaman «lo positivo»;
Cuando no acontecía nada de extraordinario,
Y a las seis, en las casas, se rezaba el rosario;
Días siempre tranquilos y de hábitos metódicos,
Sin petróleos, reclamos de ingleses ni periódicos,
Y cuando con pañuelos, damas de alcurnias rancias
Tapaban, en el cuello, ciertas protuberancias,
Que alguien llamó «colgantes, molestos arrequives»,
Causados por las aguas llovidas o de aljibes;
Cuando como en familia se arreglaban las litis
Y nadie sospechaba que hubiera apendicitis;
Cuando en vez de champaña se obsequiaba masato
De Vélez, y era todo barato, muy barato,
Y tanto, que un ternero (y eso era «toma y daca»)
Lo daban por un peso y encimaban la vaca;
Cuando las calles eran iguales en un todo
A éstas, polvo en verano, y en el invierno, lodo,
Por donde hoy es difícil que los «autos» circulen,
Y esto, cual muchos dicen, por culpa de la Ulen,
Mas afirman (en crónicas muchas cosas yo hallo)
Que entonces las visitas se hacían a caballo,
Y hoy ni así, pues es tanta la tierra que bazucan
Que en tan grandes zanjones los perros se desnucan.

Pero basta de «Introito», porque caigo en la cuenta
De que esto ya está largo...
                                                    Fue en 1630
O 31. A veces se me va la memoria
Y siempre quitan tiempo las consultas de Historia,
Y en años -no habrá nadie que a mal mi dicho tome-
Una cuarta de menos o de más no es desplome.
(Y antes de que los críticos se me vengan encima
Digo que «treinta» y «cuenta» no son perfecta rima,
Pero tengo en mi abono que ingenios del Parnaso,
Por descuido, o capricho, o por salir del paso,
Que es lo que yo confieso me ocurre en este instante,
Hicieron «mente» y «frente», de «veinte» consonante).

Diré, pues: «Hace siglos». Mi narración, exacta
Será, cual de elecciones ha sido siempre una acta,
Y escribiendo: «Hace siglos», nadie dirá que invento
O adultero las crónicas.
                                            Y sigo con mi cuento.
Don Juan Rodríguez Fresle (así yo di principio
A esta historia, que alguno dirá que es puro ripio);
Don Juan, en aquel día (la fecha no recuerdo
Pues en fechas y números el hilo siempre pierdo,
Aunque ya es necesario que la atención concentre
Y de lleno, en materia, sin más preámbulos entre).

Don Juan, el de «El Carnero», yendo para la Audiencia,
Donde copiaba Cédulas, le hizo gran reverencia
Al Arzobispo Almansa, que en actitud tranquila
A los trabajadores en el atrio vigila.
(Se decía «altozano», pero «atrio»
escribo, porque
No quiero que un «magíster» por tan poco me ahorque).

Debéis saber que entonces, frente a la Catedral
El agua de las lluvias formaba un barrizal,
Y para que los fieles cuando entraban a misa
Evitaran el barro de las charcas, aprisa
Puentecitos hacían frailes y monaguillos
Con tablas y cajones y piedras y ladrillos.

(Pobres santafereñas: tendrían malos ratos
Cuando allí se embarraban enaguas y zapatos,
Y también los tendrían los pobres «chapetones»
Porque sabréis que entonces no había zapatones.
Que yo divago mucho, me diréis impacientes;
Es verdad, pero tengo buenos antecedentes,
Como Byron, y Batres y Casti, el italiano,
A quienes en tal vicio se les iba la mano;
Mas sé que al que divaga poca atención se presta,
Y os prometo que mi última divagación es ésta).

Y sigo: El Arzobispo con el breviario en mano,
El atrio dirigía -que él llamaba «altozano».
Aquéllo a todas horas parecía colmena:
Unos, la piedra labran, traen otros arena
Del San Francisco, río donde pescando en corro
Se veía a los frailes, y que hoy es simple chorro.
Apresurados, otros, traen cal y guijarros.
Grandes yuntas de bueyes, tirando enormes carros
Llegan.
              El Arzobispo, puesta en Dios la esperanza,
Ve que es buena su obra. Y el altozano avanza.

Don Juan Rodríguez Fresle, la tarde de aquel día,
«Estas misas parece que acaban mal», decía.
Luego se santiguaba, pues no sé de qué modo,
De la vida de entonces era el sabelotodo.

El Marqués de Sofraga, Don Sancho; a quien repugna
Santa Fe; con Oidores y vasallos en pugna
Y con el Arzobispo, sale al balcón, y airado,
Airado como siempre, viendo que el empedrado
A su palacio llega cerrándole la entrada
A su carroza, grita con voz entrecortada
Por la cólera: «¡Basta! Se ha visto tal descaro?
Al que no me obedezca le costará muy caro.
Quiero franca mi puerta!»
                                                  Todos obedecieron,
Y dejando herramientas, aquí y allá corrieron.

Viendo esto los Canónigos que salían del coro,
Tiraron los manteos, y sin juzgar desdoro
El trabajo, que sólo a débiles arredra,
La herramienta empuñaron para labrar la piedra.
Luego vinieron frailes, vinieron monaguillos;
Y sonaban palustres, escoplos y martillos.

Don Juan Rodríguez Fresle, la tarde de aquel día,
De paseo a San Diego, burlón se sonreía,
Pensando en los Canónigos que en trabajos serviles
Estaban ocupados cual simples albañiles.

Ya de noche, a su casa fue y encendió su lámpara.
Cenó, rezó el rosario, después apartó el pan para
Su desayuno. (Advierto como cosa importante
Que «pan» y «para», juntos, son un buen consonante
De «lámpara». Es sabido que nuestra lengua, sobre
Ser difícil, en rimas esdrújulas es pobre,
Mas cargando el acento sobre «pan», y si «para»
Sigue, las dos palabras sirven de rima rara).

(Y el pan guardaba, porque con el vientre vacío
No gustaba ir a misa, y entonces por el frío
O miedo a pulmonías, en esta andina zona
Eran los panaderos gente muy dormilona;
Y Don Juan que fue en todo previsor cual ninguno,
No salía a la calle jamás sin desayuno).
Prometí los paréntesis suprimir, y estoy viendo
Que en esto de promesas ya me voy pareciendo
A todos los políticos tras la curul soñada:
Que prometen... prometen, pero no cumplen nada.

«¿Y qué fin tuvo el atrio?» diréis quizás a dúo.
Es verdad. Lo olvidaba. La historia continúo,
Sin que nada suprima ni cambie, pues me jacto
De ser de viejas crónicas siempre copista exacto,
Y porque a mano tengo de apuntes buen acopio
Que en polvosos archivos con buen cuidado copio.
Y como aquí pululan gentes asaz incrédulas,
Me apoyo siempre en libros, o Crónicas o Cédulas;
Y para que no afirmen que es relumbrón de talco
Cuanto escribo, mis dichos en la verdad yo calco,
Pues perdón no merece quien por la rima rica
A pasajero aplauso la Historia sacrifica,
La Historia, que es la base del patrimonio patrio...

Y os oigo ya impacientes decirme:
                                                              -«¿Pero el atrio?»
El atrio... Lo olvidaba, y hasta a Rodríguez Fresle;
Mas sabed que en Colombia, y en todas partes, esle
Necesario al poeta que busque algún remanso
En las divagaciones, y es divagar, descanso;
Porque es tarea dura, que aterra y que contrista,
Pasar a rima, y verso la prosa ele un cronista,
Que tan sólo a la prosa de diaristas iguala,
La que en todos los tiempos ha sido prosa mala;
Y aunque en rimas y verso yo sé que poco valgo,
Veré si de este apuro con buena suerte salgo...
Y en olla fío, porque... repararéis, supongo,
Que nunca entre hemistiquios, palabra aguda pongo,
Ni hiato, y de dos llenas no formo yo diptongo
Como hizo Núñez ele Arce (Núñez de Arce ¡admiraos!
Que en dos o tres estrofas nos dijo «cáus» por «caos»,
Y hay poetas, y buenos, de fuste y nombradía,
Que hasta en la misma España ¡qué horror! dicen
«puesía»,
Cual si del Arte fuera, para ellos, la Prosodia
De nuestra hermosa lengua, ridícula parodia);
Que duras sinalefas nunca en un verso junto
Y que jamás el ritmo, cual otros, descoyunto,
Porque eso siempre indica pereza o ningún tino,
Y al verso quita encanto, más al alejandrino,
Que es sin duela el más bello, que más gracia acrisola,
Entre todos los versos en Métrica española.
Que lo digan Valencia, Lugones y Chocano,
todos ellos artífices del verso castellano,
Y que al alejandrino, que es rítmico aleteo,
Dan el garbo y la música que adivinó Berceo.

Y sigo con el atrio.
                                Después de madrugada
Volvieron los canónigos a la obra empezada.

Al Marqués de Sofraga la ira lo sofoca.
Alcaldes, Regidores al Palacio convoca;
Y Alcaldes, Regidores, ante él vienen temblando,
Y díceles colérico: «¡A obedecer! Os mando
Que a todos los Canónigos llevéis a la prisión.
Mis órdenes, oídlo, mandatos del Rey son».

Don Juan Rodríguez Fresle rezó cual buen cristiano;
No escribió, y sin reírse se acostó muy temprano,
Porque muy bien sabía que el Marqués no se anda
Por las ramas, con bromas, y cuando manda, manda.
Mas desvelado estuvo pensando y repensando
En la noche espantosa que estarían pasando
Sin dormir, los Canónigos, en cuartucho sombrío
De la cárcel, sin camas, y temblando de frío.

La siguiente mañana no hubo sol.
                                                              Turbio velo
De llovizna y de brumas encapotaba el cielo.

Fray Bernardino Almansa llega a la Catedral.
Está sobrecogida la ciudad colonial.
Salmos penitenciales se elevan desde el coro,
Y en casullas y capas brilla a la luz el oro.
El Prelado aparece como en unción divina
En el altar, y toda la multitud se inclina;
Entre luces ele cirios destella el tabernáculo;
Hay indecible angustia y hay dolor. Alza el báculo,
Y mientras que en la torre se oye el gran esquilón,
Erguido el Arzobispo lanza la excomunión.
Alcaldes, Regidores, todos excomulgados
Porque al Cielo ofendieron.
                                                  Los fieles congregados
En la Iglesia, de hinojos, y en cruz oraban.

                                                                            Fue
Aquel día de llanto y duelo en Santa Fe.
Cerradas se veían las puertas y ventanas,
Y en todas las iglesias doblaban las campanas.

Don Juan Rodríguez Fresle se dijo: «¡Ya está hecho!»
Se dio, cual buen cristiano, tres golpes en el pecho;
Pero volvió de pronto su espíritu zumbón,
Y pensando en la hora suprema del perdón,
Vio a los excomulgados con sus blancos ropones,
Al cuello sendas sogas, y en las manos blandones,
Y murmuró: «Del cielo la voluntad se haga,
Donde las dan, las toman. Quien la debo la paga».

Y escribiendo, escribiendo, la noche de aquel día,
De los excomulgados, socarrón se reía,
Porque le fue imposible su sueño conciliar
Sin que viera en las sombras por su mente pasar
Regidores y Alcaldes, cada uno en su ropón,
Cual niños que reciben primera comunión.

Don Juan Rodríguez Fresle, siempre que los veía,
Del ropón se acordaba y a solas se reía.
Había un hombre que tenía una doctrina.
Una doctrina que llevaba en el pecho,
(junto al pecho, no dentro del pecho),
una doctrina escrita que guardaba 
en el bolsillo interno del chaleco.
Y la doctrina creció. Y tuvo que meterla en un arca,
en un arca como la del Viejo Testamento.
Y el arca creció. Y tuvo que llevarla a una casa muy grande. 
Entonces nació el templo.
Y el templo creció. Y se comió al arca, al hombre 
y a la doctrina escrita que guardaba
en el bolsillo interno del chaleco.
Luego vino otro hombre que dijo:
El que tenga una doctrina que se la coma,
antes de que se la coma el templo;
que la vierta, que la disuelva en su sangre,
que la haga carne de su cuerpo...
y que su cuerpo sea
bolsillo,
arca
y templo.
Adrián Poveda Feb 2016
Ojalá todo fuera un circulo que vuelve a girar, así podría hacerme de sus oídos de nuevo y decirle querida dama que fui nefasto, de cierto modo tuve miedo, sus ojos esquivos turbaron mi cabeza y un laberinto imaginario caminé, un laberinto entre su cabello rizado a mano y sus expresiones extrañas , sus ganas de no perseguirme a pesar de haber robado su mochila y de haberla hecho esperar en aquel lugar cerrado, le aseguro que su abrigo gris de aquel día no solo guardaba su cuerpo del frío sino que también supo mágicamente envolverme de calor sin tocarme;

y aquellos besos que siempre quiso y que yo también quedaron afuera del café, pero no intente recogerlos tal vez alguien ya los pisó,  o alguien que pasó por ahí se nos robó las ganas de un beso, de explotar.

Admito sin lugar a dudas que hice que perdiera el tiempo fijándose en mí, pero le confieso que no era yo, o era un yo que no pudo ver ni sentir,

El tiempo pasa y los pesares se vuelven más pesados, en mi caso le agradezco por que fue la paciencia que necesité para encontrarme envuelto en su laberinto, solo lamento que hoy la paciencia se ha terminado.
Copyright © 2016 Adrián Poveda All Rights Reserved
¡Mañana de primavera! Vino ella a besarme, cuando,
del lado de la ribera por donde latía andando,
una alondra mañanera subió del surco cantando
«¡Mañana de primavera!»

Le hablé de la mariposa blanca que vi en el sendero.
Me miraba deleitosa esperando mi «Te quiero».
Y cediéndome la rosa, me dijo «¡Cuánto te
quiero,
no sabes lo que te quiero!»

En sus labios me guardaba tantos besos para mí.
Los ojos yo le besaba: Me dijo: «Son para ti.
Tú para quien te esperaba. Mis ojos son para ti
Tú para quien te esperaba».

La besé ciego de amores labios y ojos con quereres,
con tan preciosos fervores que me dijo: «¿Tú
no quieres
bajar al jardín? Las flores ayudan a las mujeres
cuando cuentan sus amores».

El cielo de primavera era azul de paz y olvido...
Una alondra mañanera cantó en el huerto aún
dormido.
Luz de cristal su voz era en el terrón removido...
¡Mañana de primavera!
Karl Gustav Van der Meyer
era un gran jardinero.

Allá, en su alegre Holanda de cofias y molinos,
de canales y zuecos,
Karl Gustav cultivaba tulipanes extraños
en la penumbra de su invernadero.

Karl Gustav Van der Mayer soñaba con la gloria
de un tulipán fastuosamente *****,
íntegramente *****, como las noches árticas,
como un luto total en terciopelo.

Y era así, día a día y año tras año.
Y su sueño era un sueño.

Pero él, imperturbable, regaba sus macetas,
meditando en abonos y en injertos.
(A veces, distraído, se guardaba los bulbos
en los bolsillos del chaleco...)

Karl Gustav Van der Mayer, indiferentemente,
vio blanquear sus cabellos.
Pasó el amor un día y él se encogió de hombros,
para seguir soñando con tulipanes negros...
Pero, una noche, alguien saltó la tapia.
Alguien, con un puñal.
Y el jardinero
cayó de bruces sobre sus macetas,
muerto.

Y alguien cavó en la tierra,
y echó el cadáver y tapó aquel hueco.

Karl Gustav Van der Mayer se quedó para siempre
en la penumbra de su invernadero.
Ah, pero un día, un día
se vio brotar del suelo
un tulipán de luto,
fastuosamente, íntegramente *****.

Karl Gustav Van der Mayer no pudo ver su gloria,
pues la abonó su propio cuerpo.

Karl Gustav Van der Mayer
no supo que su muerte le dio vida a su sueño...

(Karl Gustav Van der Mayer siempre llevaba bulbos
en los bolsillos del chaleco...)
Por los viejos canales siguen pasando barcas,
y aún giran, como entonces, los molinos de viento.

Las muchachas sin novio regresan del domingo
entre un blancor de cofias y un trepidar de zuecos.

Ah, y, sin embargo,
Karl Gustav Van der Mayer era un gran jardinero!
24
Cerrado te quedaste, libro mío.
Tú, que con la palabra bien medida
me abriste tantas veces la escondida
vereda que pedía mi albedrío,

esta noche de julio eres un frío
mazo de papel blanco. Tu fingida
lumbre de buen amor está encendida
dentro de mí con no fingido brío.

Pero no has muerto, no, buen compañero
 que para vida superior te acreces:
el oro que guardaba tu venero

hoy está libre en mí, no en ti cautivo,
y lo que me fingiste tantas veces
aquí en mi corazón lo siento vivo.
En la imponente nave
del templo bizantino,
vi la gótica tumba a la indecisa
luz que temblaba en los pintados vidrios.
Las manos sobre el pecho,
y en las manos un libro,
una mujer hermosa reposaba
sobre la urna, del cincel prodigio.
Del cuerpo abandonado,
al dulce peso hundido,
cual si de blanda pluma y raso fuera
se plegaba su lecho de granito.
De la sonrisa última
el resplandor divino
guardaba el rostro, como el cielo guarda
del sol que muere el rayo fugitivo.
Del cabezal de piedra
sentados en el filo,
don ángeles, el dedo sobre el labio,
imponían silencio en el recinto.
No parecía muerta;
de los arcos macizos
parecía dormir en la penumbra,
y que en sueños veía el paraíso.
Me acerqué de la nave
al ángulo sombrío
con el callado paso que llegamos
junto a la cuna donde duerme un niño.
La contemplé un momento,
y aquel resplandor tibio,
aquel lecho de piedra que ofrecía
próximo al muro otro lugar vacío,
en el alma avivaron
la sed de lo infinito,
el ansia de esa vida de la muerte
para la que un instante son los siglos...
Cansado del combate
en que luchando vivo,
alguna vez me acuerdo con envidia
de aquel rincón oscuro y escondido.
De aquella muda y pálida
mujer me acuerdo y digo:
-¡Oh, qué amor tan callado, el de la muerte!
¡Qué sueño el del sepulcro, tan tranquilo!
Las palomas de la plaza de San Marcos
que el municipio de Venecia cebaba para los turistas
se han muerto todas de repente...
La paloma de Picasso que yo guardaba como una reliquia
en un viejo cartapacio
ha desaparecido...
En el Concilio Ecuménico nadie sabe por dónde anda
la paloma de la anunciación...
Y el Vaticano está consternado
porque se halla enferma la paloma del Espíritu Santo.
Se dice que en el mundo hay ahora
una mortífera epidemia de palomas...
Y el Consejo de la Paz no encuentra
por ninguna parte una paloma.
Hoy, como nunca, me enamoras y me entristeces;
si queda en mí una lágrima, yo la excito a que lave
nuestras dos lobregueces.
Hoy, como nunca, urge que tu paz me presida;
pero ya tu garganta sólo es una sufrida
blancura, que se asfixia bajo toses y toses,
y toda tú una epístola de rasgos moribundos
colmada de dramáticos adioses.
Hoy, como nunca, es venerable tu esencia
y quebradizo el vaso de tu cuerpo,
y sólo puedes darme la exquisita dolencia
de un reloj de agonías, cuyo tic-tac nos marca
el minuto de hielo en que los pies que amamos
han de pisar el hielo de la fúnebre barca.
Yo estoy en la ribera y te miro embarcarte:
huyes por el río sordo, y en mi alma destilas
el clima de esas tardes de ventisca y de polvo
en las que doblan solas las esquilas.
Mi espíritu es un paño de ánimas, un paño
de ánimas de iglesia siempre menesterosa;
es un paño de ánimas goteando de cera,
hollado y roto por la grey astrosa.
No soy más que una nave de parroquia en penuria,
nave en que se celebran eternos funerales,
porque una lluvia terca no permite
sacar el ataúd a las calles rurales.
Fuera de mí, la lluvia; dentro de mí, el clamor
cavernoso y creciente de un salmista;
mi conciencia, mojada por el hisopo, es un
ciprés que en una huerta conventual se contrista.
Ya mi lluvia es diluvio, y no miraré el rayo
del sol sobre mi arca, porque ha de quedar roto
mi corazón la noche cuadragésima;
no guardaba mis pupilas ni un matiz remoto
de la lumbre solar que tostó mis espigas;
mi vida sólo es una prolongación de exequias
bajo las cataratas enemigas.
bondad verdad belleza dijo
son las tres caras de Dios dijo
y se le caía una luz
de la memoria la mitad
donde Dios era como muerte
que persuadía al niño para
que corriera a la selva en traje
de 780 años
o como-cuando sedució
a la comtessa de dia alta
que sus graves penas pasó
por no entregar querer o amor
y ese fue su más grande yerro
en el lecho o cuando vestida
se miraba bajo la tela
el brazo solo el brazo oscuro
que no fue almohada para nadie
y se secó y trajo el otoño
y los días se le cayeron
como hojas que crujían y
parecían padecimientos
y nunca más las dulces cuitas
ese Leopoldo Marechal
bondad verdad belleza dijo
y se le caía una luz
y las mentiras viajan 100
años y jamás llegan la
verdad revela que es mejor
decir la verdad y morir
y Leopoldo se murió
no furioso contra los que
lo orinaron vivo y sangrante
o le pisaron el gran pájaro
que cantó y saltó como vivo
toda la tiempo que viviera
o le echaban en la mitad
tierrita sucia que les sobra
cada vez que la boca abren
ya que los polvos de la mundo
se depositan en algún
sitio o lugar y ciertamente
hay hambre por toda la cielo
se bajan a matar espadas
alzan un viento de caballo
eh don Leopoldo Marechal
por sus dos tiempos transcurrió
lo vestía como una túnica
tejida por el pueblo a
los buenos bellos verdaderos
que amasan pan atrás de todo
o dan de comer al claror
que sube de la muerte aunque
empuje niños a la selva
porque no hay Dios como la boca
hay que ofrendarse diariamente
para no hablar o no digamos
lo que es la garganta del alma
ea esas hambres vamos quiá
o ca mejor disimulemos
de Leopoldo saltó un leopardo
lleno de trágico valor
que se comía toda la hambre
la más violeta de guardar
el polvo o pardo en su león
o astro que ardía con sus noches
sin saber si iba alzarse otra
como temiendo por la luz
ea Leopoldo Marechal
cuando cesó se le pararon
todos los ojos que guardaba
donde llorar en la cocina
o cocinar el lloro como
un tallo de maíz cargado
de hijitos en la espalda o como
espada la más vengadora
la del pueblo que dulce viste
sus heridas como soldados
agradecidos a la mama
fue así que Leopoldo hizo:
un búfalo que anda en el aire
un falo que anda en la nación
un lo que anda hoy no andará
mañana cuando estemos suaves
como olvidados apagados
bajo la patria o tierrecita
que Leopoldo regó y amó
y levantaba ciudadelas
para cuidarla humanamente
y dejándose bien atrás
se puso delante de todos
y así le crecieron noches
al bueno bello verdadero
un gran silencio lo cubrió
un gran amor lo destapó
y de sus brazos descendían
calores para la mitad
herida donde se inclinaba
pasaba como ungüentos sobre
los como tristes leopardos
que crepitan en el país
ea esas hambres vamos quiá
de Leopoldo caía una luz
y cuando se fue su caballo
se encaminaba lento a
la grande sombra do lo pacen
y él sigue dando de comer
y su belleza se transforma
en otra parte de la mundo
diseminado como un pueblo
como si amaran no distintos
si dulcemente por tu cabeza pasaban las olas
del que se tiró al mar/ ¿qué pasa con los
hermanitos
que entierraron?/¿hojitas les crecen de los
dedos?/¿arbolitos/otoños
que los deshojan como mudos?/en silencio
los hermanitos hablan de la vez
que estuvieron a dostres dedos de la muerte/sonríen
recordando/aquel alivio sienten todavía
como si no hubieran morido/como si
paco brillara y rodolfo mirase
toda la olvidadera que solía arrastrar
colgándole del hombro/o Haroldo hurgando su amargura (siempre)
sacase el as de espadas/puso su boca contra el viento/
aspiró vida/vidas/con sus ojos miró la terrible/
pero ahora están hablando de cuando
operaron con suerte/nadie mató/nadie fue muerto/el enemigo
fue burlado y un poco de la humillación general
se rescató/con corajes/con sueños/tendidos
en todo eso los compañeros/mudos/
deshuesándose en la noche de enero/
quietos por fin/solísimos/ sin besos
María José Feb 2018
Descendía lentamente los escalones del bus mientras me preguntaba cómo me iba a sentir. Habían pasado tantos meses, pero bien podría haber sido ayer. El tiempo no cura este tipo de dolores, solo aprendes a vivir con ellos como con el ruido constante de los carros en la ciudad.

Los recuerdos se aferran a tantas cosas que no he podido evadirlas todas, a pesar de mis esfuerzos. Sin embargo, tenía que regresar a tu casa y las calles reprochaban mi olvido gritando tu memoria. Cada tienda, cada esquina, cada piedra guardaba un pedazo tuyo que iba recogiendo para armar un rompecabezas que rompía mi corazón, de nuevo.

Le agradezco a esas cuadras no intentar borrarte, como yo, por guardar tanto de tus últimos años de vida. Aun así no puedo evitar odiarlas por seguir inmutables a pesar de tu ausencia, ¿cómo es eso posible? Que las calles no sientan la ausencia del sol. Del hombre que fue Superman y todos los demás heroes. Parece imposible, no lo entiendo.

Son tantos los recuerdos que se entretejen entre ellos y se convierten en un desordenado tapiz de anécdotas. Ahora quiero guardarlos todos, todos los que pueda. Busco entre los cajones de mi memoria y los cojo con cuidado, son como flores que planeo dejar entre las páginas de libros para preservarlas, no importa si no siguen igual. Porque incluso si están muertas, todavía huelen a ti.
This poem is about going back to my father's house for the first time after he passed away. It's in Spanish because I felt it more real if I did it in both his and my
La abuelita guardaba, con olor de vainilla
Su guitarra en estuche forrado en verde pana.
¡Hace ya tantos años!...   Era en la edad lejana
De contradanzas lentas, mantón y redecilla.

La abuelita tocaba, siempre alegre y sencilla;
Y con cuánto donaire, su cabecita cana
Iba el compás llevando, al tocar la pavana
Que bailaba en sus tiempos de noviazgo en Sevilla.

Y tocaba y cantaba la abuelita.   Su canto,
De lo que ha muerto y vive tenía el dulce encanto,
Y siempre el estribillo decía: «¿No te acuerdas?»

Y una tarde -la última- «¿No te acuerdas?» cantaba,
Bajó los ojos tristes, mas la vi que lloraba;
Y sus cabellos blancos cayeron en las cuerdas.
Sobre la triste tumba que abandona
El vano deudo que por necio brillo
La ornó ayer con espléndida corona,
Crece el clavel silvestre y amarillo.

Y sobre ese clavel que de áureo manto
Viste la tumba que olvidó el impío,
Sólo viene a llorar al campo-santo
El alba que lo empapa con rocío.

Se rompe al fin la tumba y nadie advierte
Lo que guardaba en su mansión oscura,
Porque ya en polvo lo cambió la muerte
Y el viento esparció el polvo en la llanura

Y en aquel sitio en que ninguna mano
Enciende cirios ni cultiva flores
Libre y feliz el mísero gusano
Se torna en mariposa de colores.

No hay tumba sin adorno en su tristeza.
¡Como que en ella están los ojos fijos
De la que nunca olvida en su grandezal
¡De la madre inmortal Naturaleza
Que vela eternamente por sus hijos!
Como guarda el avaro su tesoro,
        guardaba mi dolor;
quería probar que hay algo eterno
a la que eterno me juró su amor.
Mas hoy le llamo en vano y oigo, al tiempo
        que le acabó, decir:
¡Ah, barro miserable, eternamente
        no podrás ni aun sufrir!
Valeria Chauvel May 2020
Era pasto seco, cascado,
como a quien se le pasan los días
y nada espera.
Sus ojos apuntaban al vacío,
callaban el peso de una guerra.

Al frente de un muro sin puerta
no queda más que la despedida,
esa hermana que acompaña.

Era el tedio que acogía al alba,
y guardaba un silencio atiborrado,
como mármol frío que te aleja.

Fue mi pecho el que recibió el balazo,
desplomando toda frontera.
Busqué en el destierro su alma,
como quien mira y nada encuentra.
Ese hombre era un fantasma.
Adriana Feb 2020
Me deshago en gotas,
Brotes de invierno
Ajustados al punto de su tornar azul.

Agitada el agua, se mueve roja y escrupulosa
Socava mi respiración desde un vértice hasta el vacío.

Vacilas tus hojas en ramas de verano
en un recuerdo fútil.

Innegable tentación,
Sudaste y despertaste en el cuenco de mi lengua

Y te veía dormido en un espejismo
De esa extraña sensación de conocerte
Sin poder anticipar el movimiento de tus labios.

Era una mentira que guardaba
tu sutileza
Aquella misma que no me deja describirte
Porque fuiste ausente en tu acecho
Y aún así dejaste tu olor en mi tejido.

Me ahogo intentando contar tus lunares, en la incertidumbre de las horas cercanas y lejanas
Que ahorita empiezan a contar kilómetros y no suspiros.

No eres tú en tus colores tímidos
No soy yo en mis obsesiones ruidosas
No es ni el afuera ni el adentro

Son las cosas extrañas que van a la deriva en mi agua salada.
Flotan para encontrarlas y se quedan brillantes hasta que la sal las carcome.

— The End —