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Nicole Jun 2015
Estuche polvoriento,
¡cuántas anécdotas has guardado!
Refrescas cada memoria,
revives el pasado.

Son asombrosos los sentimientos
forzados a quedarse en el olvido
junto con las personas
que el tiempo se ha llevado consigo.

Estuche polvoriento,
has desatado sonrisas inesperadas,
acentuando mis mejillas,
detonando lumbradas.

Es como hallar una pieza del rompe cabezas,
que durante el arduo camino de la vida,
había quedado extraviada.

¡Qué gratificante momento;
lo que son los recuerdos!
Siento que el vigor me has devuelto,
oh, pequeño estuche polvoriento.
América, de un grano
de maíz te elevaste
hasta llenar
de tierras espaciosas
el espumoso
océano.
Fue un grano de maíz tu geografía.
El grano
adelantó una lanza verde,
la lanza verde se cubrió de oro
y engalanó la altura
del Perú con su pámpano amarillo.

Pero, poeta, deja
la historia en su mortaja
y alaba con tu lira
al grano en sus graneros:
canta al simple maíz de las cocinas.

Primero suave barba
agitada en el huerto
sobre los tiernos dientes
de la joven mazorca.
Luego se abrió el estuche
y la fecundidad rompió sus velos
de pálido papiro
para que se desgrane
la risa del maíz sobre la tierra.

A la piedra
en tu viaje, regresabas.
No a la piedra terrible,
al sanguinario
triángulo de la muerte mexicana,
sino a la piedra de moler,
sagrada
piedra de nuestras cocinas.
Allí leche y materia,
poderosa y nutricia
pulpa de los pasteles
llegaste a ser movida
por milagrosas manos
de mujeres morenas.

Donde caigas, maíz,
en la olla ilustre
de las perdices o entre los fréjoles
campestres, iluminas
la comida y le acercas
el virginal sabor de tu substancia.

Morderte,
panocha de maíz, junto al océano
de cantara remota y vals profundo.
Hervirte
y que tu aroma
por las sierras azules
se despliegue.

Pero, dónde
no llega
tu tesoro?

En las tierras marinas
y calcáreas,
peladas, en las rocas
del litoral chileno,
a la mesa desnuda
del minero
a veces sólo llega
la claridad de tu mercadería.

Puebla tu luz, tu harina, tu esperanza
la soledad de América,
y el hambre
considera tus lanzas
legiones enemigas.

Entre tus hojas como
suave guiso
crecieron nuestros graves corazones
de niños provincianos
y comenzó la vida
a desgranarnos.
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también...Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer.¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!
En el kiosco bien oliente
besé tanto a mi odalisca
en los ojos, en la frente,
y en la boca y las mejillas,
que los besos que le he dado
devolverme no podría
ni con todos los que guarda
la avarienta de la niña
en el fino y bello estuche
de su boca purpurina.
La abuelita guardaba, con olor de vainilla
Su guitarra en estuche forrado en verde pana.
¡Hace ya tantos años!...   Era en la edad lejana
De contradanzas lentas, mantón y redecilla.

La abuelita tocaba, siempre alegre y sencilla;
Y con cuánto donaire, su cabecita cana
Iba el compás llevando, al tocar la pavana
Que bailaba en sus tiempos de noviazgo en Sevilla.

Y tocaba y cantaba la abuelita.   Su canto,
De lo que ha muerto y vive tenía el dulce encanto,
Y siempre el estribillo decía: «¿No te acuerdas?»

Y una tarde -la última- «¿No te acuerdas?» cantaba,
Bajó los ojos tristes, mas la vi que lloraba;
Y sus cabellos blancos cayeron en las cuerdas.
Si eres campana ¿dónde está el badajo?
Si Pirámide andante vete a Egito,
Si Peonza al revés trae sobrescrito,
Si Pan de azúcar en Motril te encajo.
Si Capitel ¿qué haces acá abajo?
Si de disciplinante mal contrito
Eres el cucurucho y el delito,
Llámente los Cipreses arrendajo.
Si eres punzón, ¿por qué el estuche dejas?
Si cubilete saca el testimonio,
Si eres coroza encájate en las viejas.
Si büida visión de San Antonio,
Llámate Doña Embudo con guedejas,
Si mujer da esas faldas al demonio.
En el libro lujoso se advierten
        las rimas triunfales:
bizantinos mozaicos, pulidos
        y raros esmaltes,
fino estuche de artísticas joyas,
        ideas brillantes;
los vocablos unidos a modo
        de ricos collares;
las ideas formando en el ritmo
        sus bellos engarces,
y los versos como hilos de oro
        do irrisadas tiemblan
        perlas orientales.

¡Y mirad! En las mil filigranas
hallaréis alfileres punzantes;
        y, en la
pedrería,
        trémulas facetas
    de color de sangre.

— The End —