Submit your work, meet writers and drop the ads. Become a member
Mientras Juárez indomable
Va a los desiertos del Paso
A defender su bandera,
Firme como un espartano;
En Méjico, sostenido
Por el invasor extraño
Se erige un trono y le ocupa,
Más que ambicioso, engañado,
Un ilustre descendiente
Del más grande de los Carlos.

Joven, soñador y apuesto
Asciende a lugar tan alto,
Sin ver que a lo lejos flota
El pendón republicano,
Y sin recordar que el pueblo
Por quien, se sueña llamado,
En otro tiempo a un monarca
Lanzó del trono al cadalso

Recibiéronle animosos
Los que el cetro le entregaron,
Y al entrar por nuestras calles
Fue tan grande el entusiasmo
Que del nuevo rey los ojos
No pudieron, deslumbrados,
Mirar que las bayonetas
Que lo estaban custodiando
Eran de extranjeras tropas
Capaces de abandonarlo
Joven príncipe, ¿a qué vienes
¿Por qué dejas tu palacio
En medio de las azules
Ondas del Mediterráneo
Como un nido de gaviotas
Sobre un peñón solitario?

Este cielo azul no es tuyo,
No son tuyos estos lagos,
Ni estos sabinos del bosque
Que de viejos están canos.

Nada es tuyo, nada entiende
Tu acento, nada ha guardado
Cenizas de tus mayores
Que en otras tierras brillaron.

Tu sangre azul no es la sangre
De Cuauhtemoc ni de Hidalgo;
Cuanto te cerca es ajeno,
Cuanto te vela es extraño.

Príncipe noble ¿a qué vienes?
¿Por qué dejas tu palacio
Y aquellas ondas azules
De tu hermoso mar Adriático?

En medio de las tormentas
Que se alzarán a tu paso,
Cuando pronto te abandonen
Los que te están custodiando,
Hallarás como consuelo.
Como abrigo, como amparo,
La firmeza y el arrojo
Del soldado mejicano
Que cumple con su bandera
Satisfecho y resignado.

¡Torna príncipe al castillo
Donde viviste soñando,
Que por las gradas de un trono
Subir se puede a un cadalso!
Con inusitada pompa
En el ya imperial palacio
Se celebran los natales
Del reciente soberano.

Ya las guardias palatinas
De uniformes encarnados
Apuestos forman la valla
Luciendo adargas y cascos.

Ministros y chambelanes,
Consejeros y vasallos,
Ostentan con arrogancia
Sus pechos condecorados.

El salón de embajadores
Por su lujo aristocrático,
Recuerda a los que lo miran
De antiguos tiempos el fausto.

De pronto, por todas partes
Se extiende un rumor extraño
Y es que las gradas del trono
El Archiduque ha pisado.

Diversas clases sociales
Deben de felicitarlo
Y ya están los oradores
Por cada clase nombrados.

Un jurisconsulto experto,
Elocuente, pulcro y sabio
Es de la magistratura
El representante nato.

Le toca el lugar primero,
Habla con acento claro,
Con respeto se le escucha,
Se le mira con agrado,
Y estudio y saber revela
Cada frase de sus labios.

Su discurso no fue breve,
Su estilo elegante y franco
Y al acabar dijo alguno:
¡Bien por Lares! anhelando
Aplaudirlo, sin hacerlo
Por respeto al soberano.

Con elegancia vestido
Al clero representando
Se acercó un obispo al trono
Y dijo un discurso largo,
Lleno de notas y citas
Latinas, propias del caso.

Era el orador de fama
Por su elocuencia y su rango,
Célebre en aquellos tiempos
Entre oradores sagrados.

«No estuvo corto Ormachea»
Dijo después de escucharlo
Alguno a quien ya cansaba
La severidad del acto.

Nuevo rumor se produjo
Después en aquellos ámbitos
Al ver que al trono llegaba
A paso lento un soldado
De cabellos y ojos negros,
Tez cobriza, aspecto huraño,
Descendiente de las razas
Que en Anáhuac habitaron
Antes de que la conquista
Empobreciera a sus vástagos.

¡Formaba contraste brusco
La oscura tez del soldado
Con la tez brillante y blanca
Del Archiduque germano!

Quedó el indígena absorto,
Meditabundo y cortado,
Sin articular palabra,
La frente y los ojos bajos.

¿Quién es? preguntó un curioso
Y le respondió un anciano:
Se llama Tomás Mejía,
Y es general reaccionario:
Viene a hablar por el ejército.
-¿Y él hizo el discurso?
                                  -Varios
Le escribieron y ninguno,
Según dicen, le ha gustado;
El que dirá lo habrá escrito
O Muñoz Ledo o Arango

-Escuchemos:
                      -Trascurrían
Unos minutos muy largos;
Mejía estaba en silencio
Todo tembloroso y pálido,
En silencio los presentes
Y en silencio el soberano.

De pronto ven con asombro
Que el indígena soldado,
Abriendo los negros ojos
Que brillaban animados,
Perora sin dar lectura
Al papel que está en sus manos

-«Majestad -calló un momento;
Majestad -siguió turbado
Majestad -yo no he aprendido
Lo que otros por mí pensaron,
Pero si usted lo que busca
Es un corazón honrado,
Que lo quiera, lo respete,
Lo defienda sin descanso
Y la sirva sin dobleces,
Sin interés, sin engaño,
Aquí está mi corazón,
Aquí están, señor, mis brazos
Y en las horas de peligro,
Si al peligro juntos vamos,
Lo juro por mi bandera,
Sabré morir a su lado».

Con lágrimas en los ojos,
Trémulo Maximiliano,
Las fórmulas de la corte
Por un instante olvidando,
Bajó del trono y al punto
Dio al General un abrazo,
Que aplaudieron los presentes
Con lágrimas de entusiasmo.
Cayó el Príncipe más tarde
Y con él cayó el soldado
Que le dijo esas palabras
Llenos los ojos de llanto.

A don Tomás le ofrecieron
Del patíbulo salvarlo
Y él respondió: «Solamente
Que salven al soberano».

Un general victorioso,
De gran poder y alto rango,
Que le estaba agradecido
Por algún hecho magnánimo,
Fue y le dijo: «Yo podría
Lograr veros indultado;
Os estimo y necesito
A toda costa salvaros.
¿Queréis que os salve? decidlo,
Que no me daré descanso
Hasta que al fin me concedan
Lo que para vos reclamo».

-«Sólo admitiré el indulto,
Respondió el indio soldado,
Si me viene juntamente,
Con el de Maximiliano».

-Me pedís un imposible.
-Pues me moriré a su lado.
-Pensad que tenéis familia.
-Tan sólo a Dios se la encargo.

-Soy capaz de protegeros
Si os resolvéis a fugaros.
-¿Yal Emperador? -No; nunca.
-Pues su misma suerte aguardo.

Y como lo sabe el mundo,
Juntos fueron al cadalso
Y así selló con su sangre
Lo que dijeron sus labios.
Gonzalitu Mar 2018
Nuestro corazón es músculo.
Por más que esté ya tieso o flojo.
Uno lo tiene dentro suyo,
y hace grande al de los otros.

¿Hace cuánto no lo ejercitas?
Emblandecer un corazón apagado.
¿Recuerdas tu primera cita?
Terminas, dolor y agotado.

Has pensado en abandonarlo
Pero día a día, se sana.
El corazón inanimado,
ahora vivo, siente y ama.

El ejercicio ya es costumbre.
Rutina de amor, la jornada.
Siempre mágico, nunca aburre.
No para, corazón, se agranda.

El que una vez roto y solo.
Callado, oculto y en desuso.
Ahora, inmenso, fuerte y rojo.
Gracias a usted, que se antepuso.
¡Ya coronó la dicha tus amores!
Un hijo tienes ya, que habrá nacido
Oyendo, cual los dulces ruiseñores,
Músicas en los aires y en el nido.

Sé que la madre de ventura loca
Cifra en él sus más dulces embelesos,
Y que en la fresca guinda de su boca
Acendra miel con lágrimas y besos.

Sé que a ti ya te enferman los sonrojos,
Pues cada extraño que en tu bien repara
Te dice que sus ojos son tus ojos.
Que en su cara de cielo está tu cara.

Y hablando la verdad, si se parece
A su progenitor, yo lo bendigo;
Ya verás cómo vive y cómo crece,
Y halla en cada mortal un buen amigo.

¡Todo igual a su padre! el mundo dice,
Y tú lo miras, y con tierno arrullo
Tu mano lo acaricia y lo bendice
Con infinito amor y noble orgullo.

Hoy tiemblas si en la cuna se menea,
Y tiemblas cuando duerme sosegado,
Y al ver que gesticula y pestañea
Dices en tu interior: ¿qué habrá pensado?

Ni la brisa sutil dejas que roce
Su frente angelical; te ve y suspira,
Y dices con pasión: ¡ya me conoce,
Y ya me quiere hablar cuando me mira!

Habrá que verte cuando ufano pasas
Llevando al nuevo rey de tus amores,
En un coche de mimbres y de gasas
En triunfo por los anchos corredores.

Seguro estoy de que gozoso gritas
Cuando ves con qué gracia tu heredero
Alza al aire las blancas manecitas
Y agita el argentado sonajero.

Y que, por más que está recién llegado
A tu hogar, venturoso cual ninguno,
Lo sueñas almirante y abogado,
Capitán general, sabio y tribuno.

Y lo miras del mundo en la faena
Desdeñando lisonjas y oropeles,
Y su mirada cándida y serena
Te habla de gloria, aplausos y laureles.

Siendo tan pequeñito lo ves hombre,
Y hasta pretendes inquirir ufano
Cómo pondrá las letras de su nombre
El jazmín diminuto de su mano.

Comprendo bien que el serafín te engríe,
Que con él van tus horas muy de prisa,
Y que miras a Dios si te sonríe,
Pues está todo el cielo en su sonrisa.

Miro a la joven madre en su recato
Cómo lo baña en su mirar sereno,
Y hallando en él tu amor y tu retrato,
¡Le da toda la savia de su seno!

Comprendo tu alborozo: en tu alma anida
El más augusto y santo regocijo;
¡Ser padre es ser devoto de la vida,
Porque toda la vida está en el hijo!

Hoy pensarás en todo; si te exalta
El más ciego furor, pronto al mirarlo
Exclamarás con miedo: ¡le hago falta!
¡Yo no debo por nadie abandonarlo!

Es nueva religión la que en él tienes;
Al verlo tu esperanza fortificas,
Y la mejor corona de tus sienes
Es el inmenso amor que le dedicas.

¿Nació para cantar? ¡destino santo!
No lo veré; mi vida se derrumba
A un abismo sin fin; pídele un canto
A mi cariño a ti, sobre mi tumba;

Dile que se estrecharon nuestras manos
Cuando viniste a honrar el suelo mío,
Que tú y yo nos quisimos como hermanos,
Que le amo mucho, y que me llame tío.

Que ha visto el claro albor de la existencia
En esa fecha llena de esplendores
En que mi patria ungió su independencia
Con el grito del cura de Dolores.

¡Dios te vele esa joya de valía,
Tenga en el mundo mirtos por alfombra,
Y que mañana puedan tú y María
Entrelazar sus canas a su sombra!

— The End —