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Kiara del Valle Jun 2014
La sonrisa con que me visto hoy
ha visto el mundo de maneras en el que el mundo no estaba diseñado para ser visto
La sonrisa que retumba en tus labios es el ingrediente secreto
para dar el paso y hacer eso
Eso que nunca me atreví hacer
Dejar un futuro seguro
por una predicción incierta.

La sonrisa con que me visto hoy
no es la misma de ayer
pues se ha cansado de sonreir a cambio de puñales
Esta sonrisa es innata, pero ya no siente
Esta sonrisa agoniza por un mundo que no escucha
Es poca la salvación, pero mucha la esperanza
Santiago Nov 2015
no le des espacio a lo negativo
aunque pronostiquen días de mal tiempo
se escucha un polluelo que calló del nido
expande hoy tus alas y remonta el vuelo
tu naciste para ver las cosas desde arriba
conquista las alturas piensa positivo
renueva hoy tu mente, pues

coro
La sangre de Cristo es vida
hay victoria segura en él
estudiando y guardando su palabra
lo esperaras y todo te saldrá bien.

II
Procura no mirar ese panorama
que hacen que tus sueños sean como desvelos
no escuches voces incierta y extrañas
que solo ponen peso sobre tus espaldas
Tú naciste para ver las cosas desde arriba
conquista las alturas piensa positivo
renueva hoy tu mente pues.

coro
La sangre de Cristo es vida
hay victoria segura en él
estudiando y guardando su palabra
lo esperaras y todo te saldrá bien.

La sangre de Cristo es vida
hay victoria segura en él
estudiando y guardando su palabra
lo esperaras y todo te saldrá bien.

La sangre de Cristo es vida.
¿Fue en las islas de las rosas,
en el país de los sueños,
en donde hay niños risueños
y enjambre de mariposas?
Quizá.
              En sus grutas doradas,
con sus diademas de oro,
allí estaban, como un coro
de reinas, todas las hadas.
  Las que tienen prisioneros
a los silfos de la luz,
las que andan con un capuz
salpicado de luceros.
  Las que mantos de escarlata
lucen con regio donaire,
y las que hienden el aire
con su varita de plata.
  ¿Era día o noche?
                                        El astro
de la niebla sobre el tul,
florecía en campo azul
como un lirio de alabastro.
  Su peplo de oro la incierta
alba ya había tendido.
Era la hora en que en su nido
toda alondra se despierta.
  Temblaba el limpio cristal
del rocío de la noche,
y estaba entreabierto el broche
de la flor primaveral.
  Y en aquella región que era
de la luz y la fortuna,
cantaban un himno, a una,
ave, aurora y primavera.
  Las hadas -aquella tropa
brillante-, Delia, que he dicho,
por un extraño capricho
fabricaron una copa.
  Rara, bella, sin igual,
y tan pura como bella,
pues aún no ha bebido en ella
ninguna boca mortal.
  De una azucena gentil
hicieron el cáliz leve,
que era de polvo de nieve
y palidez de marfil.
  Y la base fue formada
con un trémulo suspiro,
de reflejos de zafiro
y de luz cristalizada.
  La copa hecha se pensó
en qué se pondría en ella
(que es el todo, niña bella,
de lo que te cuento yo).
  Una dijo: -La ilusión;
otra dijo: -La belleza;
otra dijo: -La riqueza;
y otra más: -El corazón.
  La Reina Mab, que es discreta,
dijo a la espléndida tropa:
-Que se ponga en esa copa
la felicidad completa.
  Y cuando habló Reina tal,
produjo aplausos y asombros.
Llevaba sobre sus hombros
su soberbio manto real.
  Dejó caer la divina
Reina de acento sonoro,
algo como gotas de oro
de una flauta cristalina.
  Ya la Reina Mab habló;
cesó su olímpico gesto,
y las hadas tanto han puesto
que la copa se llenó.
  Amor, delicia, verdad,
dicha, esplendor y riqueza,
fe, poderío, belleza...
¡Toda la felicidad!...
  Y esta copa se guardó
pura, sola, inmaculada.
¿Dónde?
                    En una isla ignorada.
¿De dónde?
                            ¡Se me olvidó!...
  ¿Fue en las islas de las rosas,
en el país de los sueños,
en donde hay niños risueños
y enjambres de mariposas?   Esto nada importa aquí,
pues por decirte escribía
que esta copa, niña mía,
la deseo para ti.
Adrián Poveda May 2014
Escribir, para enredarme entre las ideas, ir desapareciendo con la tinta sobre este fondo blanco, desaparecer en mis sequías, en mis grises y colores, en esta cordura incierta de encontrarme cada día en el mismo lugar, sin recordar quien soy.

Escribir para huir del tiempo, y sin ser inoportuno, atravesando dimensiones y algunas decisiones para al final tomar el lápiz, como se toma la vida, escribiendo sin regresar, aunque queden dudas.

Escribir los pasos, tomar palabras de manera que la mente y el cuerpo se junten en el mismo universo, en cada verso, y en cada estrofa de la historia.
Copyright © 2014 Adrián Poveda All Rights Reserved
En mitad de la noche sombría y tempestuosa,
cuando la raza humana sus fatigas reposa,
alguien toca a mi puerta con tímido reclamo.

-«¿Quién me busca a estas horas? - sobresaltado exclamo-,
Quién perturba el silencio de mis dichas supremas?»
Y una voz me responde: -«Soy un niño; no temas:
Me he extraviado en la noche, y ando errante y hambriento,
bajo el gélido azote de la lluvia y del viento…»

Y yo, compadecido por la súplica incierta,
prendo fuego a mi lámpara y entreabro la puerta.
Y al instante entra un niño de dorados cabellos,
grandes ojos azules de adorables destellos,
frescos labios purpúreos y mejillas de rosa.
Y entra alegre, ágil, frívolo, como una mariposa…

Bajo el brazo derecho trae un arco potente,
y un gajo de amaranto le enguirnalda la frente;
un haz de agudas flechas en su carcaj asoma,
y en su espalda palpitan dos alas de paloma.

Y al ver su desamparo sentí tal pesadumbre,
que sequé sus cabellos al amor de la lumbre,
entibié sus manitas entre mis manos rudas,
y alisé el terciopelo de sus plantas desnudas.

Poco después, el niño de rosadas mejillas
se sintió confortado, y huyó de mis rodillas.
Curioseó por la estancia con pueril regocijo,
escogió una saeta, tendió el arco, y me dijo:
-«Quiero ver si la lluvia me ha dejado inservible mi juguete…»
Y al punto lancé un grito terrible,
pues la rígida flecha se me clavó en el pecho!

El falaz diosecillo palmoteó satisfecho,
se echó al hombro la aljaba, me miró sonriente,
clavó en tierra un extremo de su arco inclemente,
y crispando sus manos en la cuerda tirante,
le arrancó cuatro veces un zumbido vibrante.

-Extranjero: Sonríe… -dijo el niño-. En efecto,
la tensión de mi arco no sufrió desperfecto.
Y en pago a tus bondades, como el más alto don,
perpetuamente herido te dejo el corazón!
Te hubiera dado el mundo,
muchacho que surgiste
al caer de la luz por tu Conquero,
tras la colina ocre,
entre pinos antiguos de perenne alegría.

¿Eras emanación del mar cercano?
Eras el mar aún más
que las aguas henchidas con su aliento,
encauzadas en río sobre tu tierra abierta,
bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de rotos resplandores.

Eras el mar aún más
tras de las pobres telas que ocultaban tu cuerpo;
eres forma primera,
eras fuerza inconsciente de su propia hermosura.

Y tus labios, de bisel tan terso,
eran la vida misma,
como una ardiente flor
nutrida con la savia
ee aquella piel oscura
que infiltraba nocturno escalofrío.

Si el amor fuera un ala.
la incierta hora con nubes desgarradas,
el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa,
la rojiza colina con sus pinos cargados de secretos,
te enviaban a mí, a mi afán ya caído,
como verdad tangible.

Expresión armoniosa de aquel mismo paraje,
entre los ateridos fantasmas que habitan nuestro mundo,
eras tú una verdad,
sola verdad que busco,
más que verdad de amor, verdad de vida;
y olvidando que sombra y pena acechan de continuo
esa cúspide virgen de la luz y la dicha,
quise por un momento fijar tu curso ineluctable.
creí en ti, muchachillo.

Cuando el mar evidente,
con el irrefutable sol de mediodía,
suspendía mi cuerpo
en esa abdicación del hombre ante su dios,
un resto de memoria
levantaba tu imagen como recuerdo único.

Y entonces,
con sus luces el violento Atlántico,
tantas dunas profusas, tu Conquero nativo,
estaban en mí mismo dichos en tu figura,
divina ya para mi afán con ellos,
porque nunca he querido dioses crucificados,
tristes dioses que insultan
esa tierra ardorosa que te hizo y deshace.
Cerrado el horizonte hasta mi puerta
y ni menta ni cardo en el camino.
Yo me decía a solas: ¡el destino!
callé mis truenos y tendime a muerta.

En el silencio al fin hubo una incierta,
mínima melodía, casi un trino
de agua o de flauta, en el vespertino
palor como de tierna aurora alerta.

Y llegó, ah, llegó lo inesperado
y lo irreal. El ensueño no soñado,
la libertad de alondras y laureles.

En el umbral de paz reconquistada,
oteo, sin terror en la mirada
hambrientos tigres, jerifaltes crueles.
La ciudad, silenciosa,
En sueño profundo reposa.

Parpadean los luceros
En la bóveda tranquila;
En los viejos reverberos
Gas indigente vacila.
Entre negros nubarrones
La luna empieza a brillar,
y hace en rejas y balcones
Las vidrieras fulgurar.

La noche en los castaños de la plaza suspira,
La noche en donde un resto de fulgor flota y gira;
Todo es quietud y sueño bajo el boscaje umbrío...
¡Alma!, ponte de codos en el puente, y aspira
La frescura que sube, la frescura del río.

Tan grande es el silencio, que siento miedo y frío...
Sólo en la calle se oyen mis pasos... Está llena
De silencio mi  alma... La media noche suena.

Sobre los altos muros del convento
Mueve las ramas susurrando el viento.
Huérfanas... Colegialas parlanchinas...
Cintas azules en las esclavinas...
Jardín fragante de las Ursulinas.

Por la verja del parque abandonado
Pasa el aura con trémulo suspiro;
y una estrella, con brillo opalizado,
Parpadea al través del emparrado,
Como una lamparilla de zafiro.

¡Oh los techos de pizarra, negros y altos campanarios,
Vírgenes que en hondo sueño reclinasteis la cabeza,
Cuellos que lleváis pendientes azules escapularios,
Oh los cuerpos sin pecado sobre lechos de pureza!

Aquí la hora que pasa de igual hora va seguida,
y en paz la inocencia duerme sobre el umbral de la vida .

A la incierta
Claridad
De la luna, más desierta
y más triste, en esta calma,
Mira el alma
La plaza de la ciudad.

Una ventana brilla sobre una oscura casa;
En la alcoba una lámpara riega su claridad,
y a la luz que tamiza velo de nívea gasa,
Furtiva, por instantes, se ve que pasa y pasa
De una mujer la sombra, con íntima ansiedad.

Los brazos levanta al cielo
Por la ventana entreabierta.
Es un alma que solloza, es un alma en hondo duelo,
Que deja caer sus lágrimas sobre una esperanza muerta.

¡Oh secretos ardores en noches provinciales,
Almas que se consumen, almas no comprendidas!..
¡Oh senos devorados por deseos carnales!
¡Oh desoladas súplicas, jamás de nadie oídas!

¡Yo os evoco en las sombras, amantes ignoradas,
Cuya carne se agosta, bajo contraria suerte,
Que en solitarias noches lloráis desesperadas,
y para amar nacidas, y de amor devoradas,
Iréis a dormir vírgenes en brazos de la muerte!...

y el alma pensativa.
En esta noche azul de primavera,
Fija está en la vidriera
Dónde pasa la sombra fugitiva.

La cortina al viento vaga.
y la lámpara se apaga.

En las tinieblas no hay luz que irradie.
Se hunde la luna...
                            Suena la una
y en la calle triste, nadie                 nadie... nadie.
¿Por qué persistes, incesante espejo?
¿Por qué duplicas, misterioso hermano,
el movimiento de mi mano?
¿Por qué en la sombra el súbito reflejo?

Eres el otro yo de que habla el griego
y acechas desde siempre. En la tersura
del agua incierta o del cristal que dura
me buscas y es inútil estar ciego.

El hecho de no verte y de saberte
te agrega horror, cosa de magia que osas
multiplicar la cifra de las cosas

que somos y que abarcan nuestra suerte.
Cuando esté muerto, copiarás a otro
y luego a otro, a otro, a otro, a otro…
En estos hiperbólicos minutos
en que la vida sube por mi pecho
como una marea de tributos
onerosos, la plétora de vida
se resuelve en renuncia capital
y en miedo se liquida.
Mi sufrimiento es como un gravamen
de rencor, y mi dicha como cera
que se derrite siempre en jubileos,
y hasta mi mismo amor es como un tósigo
que en la raíz del corazón prospera.
Cobardemente clamo, desde el centro
de mis intensidades corrosivas,
a mi parroquia, el ave moderada,
a la flor quieta y a las aguas vivas.
Yo quisiera acogerme a la mesura,
a la estricta conciencia y al recato
de aquellas cosas que me hicieron bien...
Anticuados relojes del Curato
cuyas pesas de cobre
se retardaban, con intención pura,
por aplazarme indefinidamente
la primera amargura.
Obesidad de aquellas lunas que iban
rodando, dormilonas y coquetas,
por un absorto azul
sobre los árboles de las banquetas.
Fatiga incierta de un incierto piano
en que un tema llorón se decantaba,
con insomnio y desgano,
en favor del obtuso centinela
y contra la salud del hortelano.
Santos de piedra que en el atrio exponen
su casulla de piedra a la herejía
del recio temporal.
Garganta criolla de Carmen García
que mandaba su canto hasta las calles
envueltas en perfume vegetal.
Cromos bobalicones,
colgados por estímulo a la mesa,
y que muestran sandías y viandas
con exageraciones
pictóricas; exánimes gallinas,
y conejos en quienes no hizo sangre
lo comedido de los perdigones.
Canteras cuyo vértice poroso
destila el agua, con paciente escrúpulo,
en el monjil reposo
del comedor, a cada golpe neto
con que las gotas, simples y tardías,
acrecen el caudal noches y días.
Acudo a la justicia original
de todas estas cosas;
mas en mi pecho siguen germinando
las plantas venenosas,
y mi violento espíritu se halla
nostálgico de sus jaculatorias
y del pío metal de su medalla.
¡Oh sombra vaga, oh sombra de mi primera novia!
Era como el convólvulo -la flor de los crepúsculos-,
y era como las teresitas: azul crepuscular.
Nuestro amor semejaba paloma de la aldea,
grato a todos los ojos y a todos familiar.
En aquel pueblo, olían las brisas a azahar.
Aún bañan, como a lampos, mi recuerdo:
su cabellera rubia en el balcón,
su linda hermana Julia,
mi melodía incierta... y un lirio que me dio...
y una noche de lágrimas...
y una noche de estrellas
fulgiendo en esas lágrimas en que moría yo...
Francisco, hermano de ellas, Juan-de-Dios y Ricardo
amaban con mi amor las músicas del río;
las noches blancas, ceñidas de luceros;
las noches negras, negras, ardidas de cocuyos;
el son de las guitarras,
y, entre quimeras blondas, el azahar volando...
Todos teníamos novia
y un lucero en el alba diáfana de las ideas.
La Muerte horrible -¡un tajo silencioso!-
tronchó la espiga en que granaba mi alegría:
¡murió mi madre!... La cabellera rubia de Teresa
me iluminaba el llanto.
Después... la vida... el tiempo... el mundo,
¡y al fin, mi amor desfalleció como un convólvulo!
No ha mucho, una mañana, trajéronme una carta.
¡Era de Juan-de-Dios! Un poco acerba,
ingenua, virilmente resignada:
refería querellas
del pueblo, de mi casa, de un amigo:
«Se casó; ya está viejo y con seis hijos...
La vida es triste y dura; sin embargo,
se va viviendo... Ha muerto mucha gente:
Don David... don Gregorio... Hay un colegio
y hay toda una generación nueva.
Como cuando te fuiste, hace veinte años,
en este pueblo aún huelen las brisas a azahar...»
¡Oh Amor! Tu emblema sea el convólvulo,
la flor de los crepúsculos!
Ruidos confusos, claridad incierta
Otro día comienza.
Es un cuarto en penumbra
y dos cuerpos tendidos.
En mi frente me pierdo
por un llano sin nadie.
Ya las horas afilan sus navajas.
Pero a mi lado tú respiras;
entrañable y remota
fluyes y no te mueves.
Inaccesible si te pienso,
con los ojos te palpo,
te miro con las manos.
Los sueños nos separan
y la sangre nos junta:
somos un río de latidos.
Bajo tus párpados madura
la semilla del sol.
                                El mundo
no es real todavía,
el tiempo duda:
                              sólo es cierto
el calor de tu piel.
En tu respiración escucho
la marea del ser,
la sílaba olvidada del Comienzo.
Huérfano quedará mi corazón,
alma del alma, si te vas de ahí,
y para siempre lloraré por ti
enfermo de amorosa consunción.
Triste renuncio a las venturas todas
de tu suave y eterna compañía,
hoy que se apaga, con la dicha mía,
el altar que soñé para mis bodas.
Y el templo aquel de claridad incierta
y tú, como las vírgenes vestida,
brillarán en la noche de mi vida
como la luz de la esperanza muerta.
En la buhardilla, a donde luz incierta
Entra por los resquicios de la puerta,
Riñen con ademán amenazante.
Ebrio llegó a acostarse, y ya mediado
El día despertó... brutal, airado,
Turbia la vista y lívido el semblante.

Hambre sentía y bostezó. La frente
Se apretó con las manos impaciente;
Tendió en torno la estúpida mirada,
y al observar que en la buhardilla todo
Se encontraba en desorden, el beodo
Le dijo a la mujer con voz airada:

¿Qué has hecho toda la mañana? ¿En dónde
Te estuviste?... ¡Respóndeme! ¡Responde!
«Siempre en la calle»

«Y tú, siempre en el juego
y en la taberna. Voy de arriba abajo,
Mientras tú bebes, a buscar trabajo,
Que es preciso comer y encender fuego».

«¡Hago lo que me place!»
¿Y qué me importa?
Yo haré lo mismo, que la vida es corta...
«Busco lo que me gusta».
«¡Y yo al que quiero!»
«¡Miserable!» «¡Canalla!»
Y cual dos furias,
ambos se lanzan a la faz injurias,
como vaho de inmundo estercolero.
Y el hombre dijo de repente: «Nada
Sacamos con gritar. Si estás cansada
También reniego de vivir contigo.
Cada día que asoma, una rencilla...
Aborrezco esta mísera buhardilla.
Donde es la vida para mí castigo».
Y la mujer repuso: ¡Ya comprendo!...
Que acabe pronto este suplicio horrendo.
¡Porque vivir contigo es imposible!
¡Debemos separamos!... A ti unida

Nunca más viviré... ¡Qué amarga vida!
¡Es un martirio!... «¡Es un infierno horrible!»
«¡Vete, pues! ¡Pero ahora! ¡Te lo exijo!...
¡En el instante!»... la mujer le dijo
Colérica, mirándolo de frente.
«Tu libertad recobra y yo la mía:
Hace tiempo ser libre yo quería...
De hambre no moriré... tenlo presente».
«Vete; de trabajar estoy rendida
Para ti. Trabajar, eso es mi vida,
y llorar en silencio y resignada.
¡Vete a beber, y en la taberna duerme,
y si vuelves de noche no has de verme,
Porque la puerta encontrarás cerrada!»
«¡Sea! Comprendo lo que estás pensando.
¿Juzgas que al irme para siempre, cuando
Deje tu compañía y lejos huya,
Quedarás con los muebles, la vajilla,
La ropa y cuanto ves en la buhardilla?
¡Te engañas! Sólo la mitad es tuya».
Y el mobiliario, mío lo creía...
Mas como sólo la mitad es mía,
Según dices, hagamos el reparto.
Y entre gritos y horrendas maldiciones,
y vaciando gavetas y cajones
Queda en desorden, al momento, el cuarto.
Aquí una mesa, más allá una silla,
Retablos, ropa, vasos y vajilla,
El piso obstruyen, y el reparto empieza...
y sigue la faena comenzada,
Hasta que ven, con infernal mirada,
Dos montones iguales en la pieza.
Y de pronto el obrero, jadeante,
En la tabla más alta de un estante
Un bulto vio, con un cordón atado.
Empezó a abrirlo y ¿qué será? decía;
¿Una blusa tal vez?... ¿Mía, muy mía?
¿Será un vestido que dejé olvidado?

¡Un ajuarcito blanco!... y al momento
Un recuerdo vivaz el pensamiento
A herirles viene y su dolor despierta.
Sorprendidas se encuentran sus miradas,
y reconocen ambos las amadas
Tristes reliquias de su niña muerta.
Sienten el corazón atravesado
Por una luz que viene del pasado...
Callan ambos y trémulos suspiran,
y ven que surge en la buhardilla oscura
La hija amada, angelical y pura.
Con el vestido que sus ojos miran.

«¡Es mío!», dijo pálido el obrero;
«¡Jamás!», repuso la mujer; «¡Lo quiero,
Lo cosí, lo bordé!... ¡Pobre hija mía!...
No podrás a mis manos arrancarlo...
¡Déjalo en mi poder para besarlo
Como solo consuelo en mi agonía!
¡Tres años hace que partiste al cielo,
Encanto, amor!... ¡Tres años ya de duelo!...
Tres años de amarguras en la vida!
¡Hija mía! ¡Sin ti, todo ha acabado!»...
y al vestido, en un mueble desdoblado,
Acercose en silencio y conmovida.
Tomó las prendas de su amor, e impreso
Dejó en sus pliegues el calor de un beso;
Luego volvió a doblarlas con cuidado,
E inclinando en silencio la cabeza,
Dijo con hondo acento de tristeza:
«¡Ya todo, para siempre, ha terminado!»
¿Para siempre? ¿Eso dices?.. ¡Si ella vive!
¿Acaso no la has visto?... ¡Ella prohíbe
Que dividamos su vestido blanco;
Para traer a nuestro hogar la calma,
Para hablamos de amor, volvió su alma!..
¡Aquí me quedo! y se sentó en un banco.

«¡Perdonémonos!» díjole el obrero
Con hondo acento de un dolor sincero;
y ella repuso: «¡Ya no más rencillas!
¿Lloras? ¡Tiembla tu mano, y está yerta!»
Y besando el vestido de la muerta,
Abrazados cayeron de rodillas.
Allá en la oscura hondonada,
Del sol a la luz incierta,
Se ve la casa desierta
En donde vivió mi amada.

En medio al maizal tupido,
Que se extiende hasta la loma,
Parece blanca paloma
Que cubre amorosa un nido.

Cuando es de noche en la honda
Y rumorosa cañada,
Voy a la casa olvidada,
Como alma en pena que ronda.

En el largo corredor
Sordo mi paso retumba...
Aquello parece tumba
Que no embalsama una flor!

Y me encamino a su reja
Y pongo el oído atento,
Y tan sólo escucho el viento
Que alza, al pasar, una queja.

Bajo cortina de hiedra,
Donde con voz de reproche
El aura gime en la noche,
Se encuentra un banco de piedra,

Y en él me siento a traer
A mi alma, que arropa el duelo,
Aquellas horas de cielo
Que nunca habrán de volver;

Horas en que ya sin calma,
Del amor en el exceso,
Temblaba en su labio el beso
Y en sus pupilas el alma;

Y en que su voz celestial
Mi corazón arrullaba,
Mientras la noche cantaba
En el frondoso maizal.

...¡Oh alma! en vano la nombras,
En vano buscas sus rastros!...
Serenos brillan los astros,
Y el perro ladra en las sombras.
El viento de la estación, el viento verde,
cargado de espacio y agua, entendido en desdichas,
arrolla su bandera de lúgubre cuero:
y de una desvanecida substancia, como dinero de limosna,
así, plateado, frío, se ha cobijado un día,
frágil como la espada de cristal de un gigante
entre tantas fuerzas que amparan su suspiro que teme,
su lágrima al caer, su arena inútil,
rodeado de poderes que cruzan y crujen,
como un hombre desnudo en una batalla,
levantando su ramo blanco, su certidumbre incierta,
su gota de sal trémula entre lo invadido.

Qué reposo emprender, qué pobre esperanza amar,
con tan débil llama y tan fugitivo fuego?
Contra qué levantar el hacha hambrienta?
De qué materia desposeer, huir de qué rayo?
Su luz apenas hecha de longitud y temblor
arrastra como cola de traje de novia triste
aderezada de sueño mortal y palidez.
Porque todo aquello que la sombra tocó y ambicionó el desorden,
gravita, líquido, suspendido, desprovisto de paz,
indefenso entre espacios, vencido de muerte.

Ay, y es el destino de un día que fue esperado,
hacia el que corrían cartas, embarcaciones, negocios,
morir, sedentario y húmedo, sin su propio cielo.
Dónde está su toldo de olor, su profundo follaje,
su rápido celaje de brasa, su respiración viva?
Inmóvil, vestido de un fulgor moribundo y una escama opaca,,
verá partir la lluvia sus mitades
y al viento nutrido de aguas atacarlas.
Mi viejo corazón toca a una puerta,
mi viejo corazón, como un mendigo
con el afán de su esperanza incierta
pero callando lo que yo no digo.

Porque la que me hirió sin que lo advierta,
la que sólo me ve como un amigo
si alguna madrugada está despierta
nunca será porque soñó conmigo...

Y, sin embargo, ante la puerta oscura
mi corazón, como un mendigo loco
va a pedir su limosna de ternura

Y cerrada otra vez, o al fin abierta,
no importa si alguien oye cuando toco,
porque nadie sabrá cuál es la puerta.
Por esa puerta huyó, diciendo: «¡Nunca!»
Por esa puerta ha de volver un día...
Al cerrar esa puerta, dejó trunca
la hebra de oro de la esperanza mía.
Por esa puerta ha de volver un día.
Cada vez que el impulso de la brisa,
como una mano débil, indecisa,
levemente sacude la vidriera
palpita más aprisa, más aprisa
mi corazón cobarde que la espera.
Desde mi mesa de trabajo veo
la puerta con que sueñan mis antojos,
y acecha agazapado mi deseo
en el trémulo fondo de sus ojos.
¿Por cuánto tiempo, solitario, esquivo
he de aguardar con la mirada incierta
a que Dios me devuelva compasivo
a la mujer que huyó por esa puerta?
¿Cuándo habrán de temblar esos cristales
empujados por sus manos ducales
y, con su beso ha de llegarme ella,
cual me llega en las noches invernales
el ósculo piadoso de una estrella?
¡Oh, Señor!, ya la pálida está alerta:
¡oh, Señor, cae la tarde ya en mi vía
y se congela mi esperanza yerta!
¡Oh, Señor, haz que se abra al fin la puerta
y entre por ella la adorada mía!
...¡Por esa puerta ha de volver un día!

— The End —