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Y entre las piernas destruidas del imperio azul
Navegamos negadas gaviotas del sur buscando el sustento
Aros de plástico nos traban los picos
Y vemos miles de posibilidades más solo nos queda volar, imaginar y morir de hambre
Cuántas gaviotas cansadas no venderían sus alas por un bocado
Por hallar un puerto en medio del acantilado
Por caer al vacío en medio de un cielo oscuro y estrellado
Gaviotas pendejas
Acostumbradas a los vuelos tan normales
No sabiendo que ellas son tan desiguales
Y que a su imperio no le hacen falta más que para morir de hambre
Gaviotas acomplejadas
Que se limpian el plumaje
Y se quedan viendo las olas
En medio de las corrientes atravesadas
Y entre las piernas destruidas del imperio azul
Navegamos negadas gaviotas del sur buscando el sustento
Aros de plástico nos traban los picos
Y vemos miles de posibilidades más solo nos queda volar, imaginar y morir de hambre
Cuántas gaviotas cansadas no venderían sus alas por un bocado
Por hallar un puerto en medio del acantilado
Por caer al vacío en medio de un cielo oscuro y estrellado
Gaviotas pendejas
Acostumbradas a los vuelos tan normales
No sabiendo que ellas son tan desiguales
Y que a su imperio no le hacen falta más que para morir de hambre
Gaviotas acomplejadas
Que se limpian el plumaje
Y se quedan viendo las olas
En medio de las corrientes atravesadas
Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.
Mar de invierno. El agua gris
mancha de frío las rocas.
Tus piernas, tus dulces piernas,
enternecen a las olas.
Un cielo sucio se vuelca
sobre el mar. El viento borra
el perfil de las colinas
de arena. Las tediosas
charcas de sal y de frío
copian tu luz y tu sombra.
Algo gritan, en lo alto,
que tú no escuchas, absorta.
Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.
Hoy amanecí con los puños cerrados
pero no lo tomen al pie de la letra
es apenas un signo de pervivencia
declaración de guerra o de nostalgia
a lo sumo contraseña o imprecación
al ciclo sordomudo y nubladísimo

sucede que ya es el tercer año
que voy ele gente en pueblo
ele aeropuerto en frontera
ele solidaridad en solidaridad
de cerca en lejos
de apartado en casilla
de hotelito en pensión
de apartamentito casi camarote
a otro con teléfono y water-comedor

además
de tanto mirar hacia el país
se me fue desprendiendo la retina
ahora ya la prendieron de nuevo,
así que miro otra vez hacia el país

llena pletórica de vacíos
mártir de su destino provisorio
patria arrollada en su congoja
puesta provisoriamente a morir
guardada por sabuesos no menos provisorios

pero los hombres de mala voluntad
no serán provisoriamente condenados
para ellos no habrá paz en la tierrita
ni de ellos será el reino de los cielos
ya que como es público y notorio
no son pobres de espíritu

los hombres de mala voluntad
no sueñan con muchachas y justicia
sino con locomotoras y elefantes
que acaban desprendiéndose de un guinche ecuánime
que casualmente pende sobre sus testas
no sueñan como nosotros con primaveras y alfabetizaciones
sino con robustas estatuas al gendarme desconocido
que a veces se quiebran como mazapán

los hombres de mala voluntad
no todos sino los verdaderamente temerarios
cuando van al analista y se confiesan
somatizan el odio y acaban vomitando

a propósito
son ellos que gobiernan
gobiernan con garrotes expedientes cenizas
con genuflexiones concertadas
y genuflexiones espontáneas
minidevaluaciones que en realidad son mezzo
mezzodevaluaciones que en realidad son macro

gobiernan con maldiciones y sin malabarismos
con malogros y malos pasos
con maltusianismo y malevaje
con malhumor y malversaciones
con maltrato y malvones
ya que aman las flores como si fueran prójimos
pero no viceversa

los hombres de pésima voluntad
todo lo postergan y pretergan
tal vez por eso no hacen casi nada
y ese poco no sirve

si por ellos fuera le pondrían
un durísimo freno a la historia
tienen pánico (le que ésta se desboque
y les galopo por encima pobres
tienen otras inquinas verbigracia
no les gustan los jóvenes tú el himno
los jóvenes bah no es una sorpresa
el himno porque dice tiranos temblad
y eso les repercute en el duodeno
pero sobre todo les desagrada
porque cuando lo oyen
obedecen y tiemblan
sus enemigos son cuantiosos y tercos
marxistas economistas niños sacerdotes
pueblos y más pueblos
qué lata es imposible acabar con los pueblos
y casi cien catervas internacionales
due tienen insolentes exigencias
como pan nuestro y amnistía
no se sabe por qué
los obreros y estudiantes no los aman

sus amigos entrañables tienen
algunas veces mala entraña
digamos Pinochet y el apartheid
dime con quién andas y te diré go home

también existen leves contradicciones
algo así como una dialéctica de oprobio
por ejemplo un presidio se llama libertad
de modo que si dicen con orgullo
aquí el ciudadano vive en libertad
significa que tiene diez años de condena

es claro en apariencia nos hemos ampliado
ya que invadimos los cuatro cardinales
en venezuela hay como treinta mil
incluidos cuarenta futbolistas
en sidney oceanía
hay una librería de autores orientales
que para sorpresa de los australianos
no son confucio ni lin yu tang
sino onetti vilariño arregui espínola
en barcelona un café petit montevideo
y otro localcito llamado el quilombo
nombre que dice algo a los rioplatenses
pero muy poca cosa a los catalanes
en buenos aires setecientos mil o sea no caben más
y así en méxico nueva york porto alegre la habana
panamá quito argel estocolmo parís
lisboa maracaibo lima amsterdam madrid
roma xalapa pau caracas san francisco montreal
bogotá londres mérida goteburgo moscú
efe todas partes llegan sobres de la nostalgia
narrando cómo hay que empezar desde cero
navegar por idiomas que apenas son afluentes
construirse algún sitio en cualquier sitio
a veces           lindas
veces             con manos solidarias
y otras           amargas
veces               recibiendo en la nunca
la mirada xenófoba

de todas partes llegan serenidades
de todas partes llegan desesperaciones
oscuros silencios de voz quebrada
uño de cada mil se resigna a ser otro

y sin embargo somos privilegiados

con esta rabia melancólica
este arraigo tan nómada
este coraje hervido en la tristeza
este desorden este no saber
esta ausencia a pedazos
estos huesos que reclaman su lecho
con todo este derrumbe misterioso
con todo este fichero de dolor
somos privilegiados

después de todo amamos discutimos leemos
aprendemos sueco catalán portugués
vemos documentales sobre el triunfo
en vietnam la libertad de angola
fidel a quien la historia siempre absuelve
y en una esquina de carne y hueso
miramos cómo transcurre el mundo
escuchamos coros salvacionistas y afónicos
contemplamos viajeros y laureles
aviones que escriben en el cielo
y tienen mala letra
soportamos un ciclón de trópico
o un diciembre de nieve

podemos ver la noche sin barrotes
poseer un talismán         o en su defecto un perro
hostezar escupir lagrimear
soñar suspirar confundir
quedar hambrientos o saciados
trabajar permitir maldecir
jugar descubrir acariciar
sin que el ojo cancerbero vigile

pero
         y los otros
qué pensarán los otros
si es que tienen ánimo y espacio
para pensar en algo

qué pensarán los que se encaminan
a la máquina buitre         a la tortura hiena
qué quedará a los que jadean de impotencia
qué a los que salieron semimuertos
e ignoran cuándo volverán al cepo
qué rendija de orgullo
qué gramo de vida
ciegos en su capucha
mudos de soledad
inermes en la espera

ni el recurso les queda de amanecer puteando
no sólo oyen las paredes
también escuchan los colchones si hay
las baldosas si hay
el inodoro si hay
y los barrotes que ésos siempre hay

cómo recuperarlos del suplicio y el tedio
cómo salvarlos de la muerte sucedánea
cómo rescatarlos del rencor que carcome

el exilio también tiene barrotes

sabemos dónde está cada ventana
cada plaza cada madre cada loma
dónde está el mejor ángulo ele cíelo
cómo se mueven las dunas y gaviotas
dónde está la escuelita con el hijo
del laburante que murió sellado
dónde quedaron enterrados los sueños
de los muertos y también de los vivos
dónde quedó el resto del naufragio
y dónde están los sobrevivientes

sabemos dónde rompen las olas más agudas
y dónde y cuándo empalaga la luna
y también cuándo sirve como única linterna

sabemos todo eso y sin embargo
el exilio también tiene barrotes

allí donde el pueblo a durísimas penas
sobrevive entre la espada tan fría que da asco
y la pared que dice libertad o muer
porque el adolesente ya no pudo

allí pervierte el aire una culpa innombrable
tarde horrenda de esquinas sin muchachos
hajo un sol que se desploma como buscando
el presidente ganadero y católico
es ganadero basta en sus pupilas bueyunas
y preconciliar pero de trento
el presidente es partidario del rigor
y la exigencia en interrogatorios
hay que aclarar que cultiva el pleonasmo
ya que el rigor siempre es exigente
y la exigencia siempre es rigurosa
tal vez quiso decir algo más simple
por ejemplo que alienta la tortura

seguro el presidente no opinaría lo mismo
si una noche pasara de ganadero a perdidoso
y algún otro partidario kyric eleison
del rigor y la exigencia kyrie eleison
le metiera las bueyunas en un balde de mierda
pleonasmo sobre el que hay jurisprudencia

parece que las calles ahora no tienen baches
y después del ángelus ni baches ni transeúntes
los jardines públicos están preciosos
las estatuas sin **** de palomas

después de todo no es tan novedoso
los gobiernos musculosos siempre se jactan
de sus virtudes municipales

es cierto que esos méritos no salvan un país
tal vez haya algún coronel que lo sepa

al pobre que quedó a solas con su hambre
no le importa que esté cortado el césped
los padres que pagaron con un hijo al contado
ignoran esos hoyos que tapó el intendente

a juana le amputaron el marido
no le atañe la poda de los plátanos

los trozos de familia no valoran
la sólida unidad de las estatuas

de modo que no vale la gloria ni la pena
que gasten tanto erario en ese brillo

aclaro que no siempre
amanezco con los puños cerrados

hay mañanas en que me desperezo
y cuando el pecho se me ensancha
y abro la boca como pez en el aire
siento que aspiro una tristeza húmeda
una tristeza que me invade entero
y que me deja absorto suspendido
y mientras ella lentamente se mezcla
con mi sangre y hasta con mi suerte
pasa por viejas y nuevas cicatrices
algo así como costuras mal cosidas
que tengo en la memoria en el estómago
en el cerebro en las coronarias
en un recodo del entusiasmo
en el fervor convaleciente
en las pistas que perdí para siempre
en las huellas que no reconozco
en el rumbo que oscila como un péndulo

y esa tristeza madrugadora y gris
pasa por los rostros de mis iguales
Unos lejanos perdidos en la escarcha
otros no sé dónde       deshechos o rehechos

el viejo que aguantó y volvió a aguantar
la llaca con la boca destruida
el gordo al que castraron
y los otros los otros y los otros
otros innumerables y fraternos
mi tristeza los toca con abrupto respeto
y las otras las otras y las otras
otras esplendorosas y valientes
mi tristeza las besa una por una

no sé qué les debemos
pero eso que no sé
sé que es muchísimo

esto es una derrota
hay cine decirlo
vamos a no mentirnos nunca más
a no inventar triunfos de cartón

si quiero rescatarme
si quiero iluminar esta tristeza
si quiero no doblarme de rencor
ni pudrirme de resentimiento
tengo que excavar hondo
hasta mis huesos
tengo que excavar hondo en el pasado
y hallar por fin la verdad maltrecha
con mis manos que ya no son las mismas

pero no sólo eso
tendré que excavar hondo en el futuro
y buscar otra vez la verdad
con mis manos que tendrán otras manos

que tampoco serán ya las mismas
pues tendrán otras manos

habrá que rescatar el vellocino
que tal vez era sólo de lana
rescatar la verdad más sencilla
y una vez que la hayamos aprendido
y sea tan nuestra como
las articulaciones o los tímpanos
entonces basta basta basta
de autoflagelaciones y de culpas
todos tenemos nuestra rastra
claro
pero la autocrítica
                               no es una noria
no voy a anquilosarme en el reproche
y no voy a infamar a mis hermanos
el baldón y la ira los reservo
para los hombres de mala voluntad
para los que nos matan nos expulsan
nos cubren de amenazas nos humillan
nos cortan la familia en pedacitos
nos quitan el país verde y herido
nos quieren condenar al desamor
nos queman el futuro
nos hacen escuchar cómo crepita

el baldón y la ira
que esto quede bien claro
yo los reservo para el enemigo

con mis hermanos porfiaré
es natural
sobre planes y voces
trochas atajos y veredas
pasos atrás y pasos adelante
silencios oportunos       omisiones que no
coyunturas mejores o peores
pero tendré a la vista que son eso
hermanos

si esta vez no aprendemos
será que merecemos la derrota
y sé que merecemos la victoria

el paisito está allá
                              y es una certidumbre
a lo mejor ahora está lloviendo
allá sobre la tierra

y aquí
bajo este transparente sol de libres
aquella lluvia cala hasta mis bronquios
me empapa la vislumbre
me refresca los signos
lava mi soledad

la victoria es tan sólo
un tallito que asoma
pero esta lluvia patria
le va a hacer mucho bien
creo que la victoria estará como yo
ahí nomás germinando
digamos aprendiendo a germinar
la buena tierra artigas revive con la lluvia
habrá uvas y duraznos y vino
barro para amasar
muchachas con el rostro hacia las nubes
para que el chaparrón borre por fin las lágrimas

ojalá que perdure
hace bien este riego
a vos a mí al futuro
a la patria sin más

hace bien si llovemos mi pueblo torrencial
donde estemos
                            allá
                                   o en cualquier parte

sobre todo si somos la lluvia y el solar
la lluvia y las pupilas y los muros
la bóveda la lluvia y el ranchito
el río y los tejados y la lluvia

furia paciente
                        lluvia
                                  iracundo silencio
allá y en todas partes

ah tierra lluvia pobre
modesto pueblo torrencial

con tan buen aguacero
la férrea dictadura
acabará oxidándose

y la victoria crecerá despacio
como siempre han crecido las victorias.
Más gallarda que el nenúfar
Que sobre las verdes ondas,
Al soplo del manso viento
Se mece al rayar la aurora,
Es una linda doncella
Que tiene por nombre Rosa,
Y a fe que no hay en los campos
Igual a sus gracias otra.
Vive en Pátzcuaro, en la Villa
De hermoso lago señora,
Lago que retrata un cielo
Limpio y azul, donde flotan
Blancas nubes que semejan
Grupos de errantes gaviotas.

Está en la flor de la vida,
No empaña ninguna sombra
Las primeras ilusiones
Con que el amor ia corona
Ama Rosa y es amada
Con un amor que no estorban
Sus padres, porque comprenden
Que ei joven que para esposa
La pretende, nobies prendas
Y honrado nombre atesora.
Cuentan ios que io conocen
Que tal mérito le abona,
Que no hay otro que le iguale
Cien leguas a la redonda.

Y aunque alabanza de amigo
Pueda tacnarse de impropia,
Nadie niega que remando
Tiene ei alma generosa;
Que sus riquezas divide
Con ios que sufren y lloran,
Que es tan bravo, que el peligro
Desdeña y jamas provoca,
Pero io humilla y io vence
Cuando en su camino asoma.

No hay jinete más garboso
Ni más diestro, porque asombra
Cuando de potro rebelde
Los fieros ímpetus doma,
Y es tan amable en su trato,
Tan cumplido en su persona,
Tan generoso en sus hechos
Y tan resuelto en sus obras,
Que la envidia no se atreve
Con su lengua ponzoñosa
A manchar su justa fama
Cuando cualquiera lo nombra.

Ya se prepara la fiesta,
Cercanas están las bodas.
Los padres cuentan los días,
Los prometidos las horas;
Los amigos se disponen
Para obsequiar a la novia
Dando brillo con sus galas
A la nupcial ceremonia.
Y aunque es tiesta de familia
Por suya el pueblo la toma.
Y en llevarla bien al cabo
Se empeña la Villa toda.
¡Con qué profunda tristeza
Vive Rosa en su retiro!
Está pálida su frente
Y están sus ojos sin brillo;
De la noche a la mañana
Corre de su llanto el hilo,
Sus padres sufren con ella
Y están tristes y abatidos.

No le da el sueño descanso
Ni el sol le procura alivio,
Que son la luz y las sombras
Para el que sufre lo mismo.
Está muy lejos Fernando,
Muy lejos y en gran peligro
Por que al llegar de la boda
El instante apetecido,
Invadió como un torrente
La ciudad el enemigo.

El pabellón del imperio
Halla en Patzcuaro un asilo,
Los franceses se apoderan
Del sosegado recinto,
Su ley imponen a todos,
Subyugan al pueblo altivo,
Y Fernando en su caballo,
De pocos hombres seguido,
Sale a buscar la bandera
Que veneró desde niño,
Y que agita en las montañas
El viento del patriotismo.

Ni el amor ni la esperanza
Le cerraron el camino,
Que ciego a todo embeleso
Y sordo a todo atractivo,
La Patria, sólo la Patria
En tales horas ha visto,
Y por ella deja todo
A salvarla decidido.

Rosa se queda llorando
Y como agostado lirio,
No hay fuerza que la levante
Ni sol que le infunda brío;
De su amoroso Fernando
Sólo sabe lo que han dicho;
Fue a la guerra y lo conoce,
Firme, noble y decidido;
Lo sueña entre los primeros
Que acometen los peligros;
Sabe que en todos los casos,
Entre muerte y servilismo
Ha de preferir la muerte
Que es vida para los dignos
Y con profunda tristeza
Vive Rosa en su retiro
Sin consuelo ni descanso,
Sin esperanza ni alivio,
Que son la luz y las sombras
Para el que sufre lo mismo.
A la habitación de Rosa,
Al rayar de la mañana
Llega un indígena humilde
Que viene de la montaña,
Y sin despertar sospechas
Cruzó por las avanzadas
Trayendo un papel oculto
En su sombrero de palma.
En hablar con Rosa insiste
Cuando de oponerse tratan
Sus padres que en todo miran
Espionajes y asechanzas.
Oye la joven las voces
Y con interés indaga,
Porque el corazón le dice
Que la nueva será grata,
Y lo confirma mirando
Que al borde de su ventana
Un «salta-pared» ligero
Tres veces alegre canta,
Nuncio de buena fortuna
Del pueblo entre las muchachas.

Llama al indio presurosa,
Este con faz animada
La saluda, y del sombrero
Descose la tosca falda,
Y de allí con mano firme
Saca y le entrega una carta
Que vino tan escondida,
Que a ser otro no la hallara.

Rosa trémula no acierta
En su gozo a desplegarla
Y ya febril e impaciente
Tanta torpeza le enfada;
Abre al fin y reconoce
Que Fernando se la manda
Y en cortas frases le dice,
Esto que en su pecho guarda:

«Mi único amor, vida mía,
Mi pasión, alma del alma,
No puedo vivir sin verte,
Que sin ti todo me falta;
Y aunque tu amor me da aliento
Y tu recuerdo me salva,
Tengo sed de tu presencia,
Tengo sed de tus palabras.

»Hoy por fortuna muy cerca
Me encuentro de tu morada,
Y he de verte aunque se oponga
Todo el poder de la Francia.

»Esta noche, a media noche
Antes de rayar el alba,
Para verme y para hablarme
Asómate a la ventana.

»Adiós vida de mi vida
No tengas miedo, y aguarda
Al que adora tu recuerdo
Luchando entre las montañas».
Es pasada media noche,
Reina profundo silencio
Que sólo interrumpe a veces
El ladrido de los perros,
O el grito del centinela
Que lleva perdido el viento.

En su ventana está Rosa,
Entre las sombras queriendo
Penetrar con la mirada
De sus grandes ojos negros,
Las tinieblas que sepultan
Los callejones estrechos.

Para no inspirar sospechas
Oscuro está su aposento,
Y ni a suspirar se atreve
Por no vender su secreto.

De súbito, escucha pasos
Cautelosos a lo lejos,
Y al oírlos no le cabe
El corazón en el pecho.

Entre las sombras divisa
Algo que tomando cuerpo
A la ventana se llega
Y casi con el aliento,
Le dice: -Prenda del alma.
Aquí estoy-.
                    ¡Bendito el cielo!-
Contesta Rosa y las manos
En la oscuridad tendiendo
Halla el rostro de su amante
Que las cubre con sus besos.
-¿Dudabas de que viniera?
-¿Como dudar, si yo creo
Cuanto me dices lo mismo
Que si fuera el Evangelio?
-¡Tantas semanas sin verte!
-¡Tanto tiempo!
                        -¡Tanto tiempo!

-Pero temo por tu vida...
-No temas, Dios es muy bueno.
Ahora dime que me amas,
A que me lo digas vengo
Y a decirte que te adoro...
-¿Más que yo a ti, cuando siento
Hasta de la misma patria
El aguijón de los celos?
No te culpo, mi Fernando,
No te culpo, bien has hecho
Pero dudo y me atormenta
Pensar que esconde tu seno
Amor más grande que el mío
Y otro vínculo más tierno.

Escúchame: si algún día
Merced a tu noble esfuerzo,
Victoriosa tu bandera,
Por héroe te aclama el pueblo,
Yo disputaré a tu frente
Ese laurel, porque tengo
Ante la patria que gime,
Para adquirirlo derecho;
Tú, sacrificas tu vida,
Yo, débil mujer, le ofrezco,
Alentando tu constancia,
Todo el amor que te tengo.
¡Ay Fernando! ¿tú no mides
Este sacrificio inmenso?
Y al decir así, la mano
Atrajo del guerrillero
Y con su llanto al bañarla
La oprimió contra su pecho.
Limpia despunta la aurora
Y en la ventana Fernando
No se atreve a despedirse
Sin hacer del tiempo caso.

Mas de pronto, por la esquina,
Sobre fogoso caballo,
De la brida conduciendo
Un potro alazán tostado,
Un guerrillero aparece
Con el mosquete en la mano.

Acércase a la pareja,
Aquel coloquio turbando,
Y dirigiéndose al joven
Le dice: «Mi Jefe, vamos,
Monte, que nos han sentido
Y somos dos contra tantos».

-iVete, por Dios!-grita Rosa.
Salta a su corcel Fernando,
Toma su pistola, besa
A la doncella en los labios,
Y a tiempo que se despide,
Por un callejón cercano
Desembocan en desorden
Argelinos y zuavos.
-iAlto!-gritan los que vienen.
-¡Primero muerto que dado!-
Contesta el otro y se lanza
Para abrir en ellos paso...
Suenan discordantes gritos,
Y se escuchan los disparos
Y álzanse nubes de polvo
De los pies de los soldados;
Y al punto que Rosa enjuga
Sus ojos que anubla el llanto,
Ya mira como se alejan
A galope por el campo,
Libres de sus enemigos,
Ei asistente y Fernando.
Algunos años más tarde,
Y cuando pagó a su patria
La deuda de sus servicios
Y la vió libre y sin mancha,
Volvió Fernando a sus lares;
Colgó en el hogar su espada,
Y no quiso ser soldado
Después de triunfar su causa;
Que fue guerrero del pueblo,
Luchador en la montaña,
De los que sólo combaten
Si está en peligro la Patria.

Entonces cumplióle a Rosa
Sus ofertas más sagradas,
Y fue la boda una fiesta
Popular, risueña y franca.

Al verlos salir del templo,
Según refiere la fama,
Recordando aquellas frases
De la inolvidable carta,
Formando vistoso grupo
A las puertas de su casa,
Las más bonitas del pueblo,
Las más festivas muchachas,
Con melancólicas notas
(Que a nuestros tiempos alcanzan
En canción que «Los Capiros»
En Michoacán se la llama),
Al compás de las vihuelas,
De esta manera cantaban:

«Esta noche a media noche,
Y antes que llegue mañana
Si oyes que al pasar te silbo
Asómate a tu ventana».
Yo tuve una prima
como un lirio bella,
como un mirlo alegre,
como un alba fresca,
rubia como una
mañana abrileña.   Amaba los versos aquella rapaza
con predilecciones a su edad ajenas.
La música augusta del rtimo cantaba
dentro de su espíritu como ignota orquesta;
todo lo que un astro le dice a otro astro,
todo lo que el cielo le dice a la tierra,
todo lo que el alma pregunta a la Esfinge,
todo lo que al alma la Esfinge contesta.   Pobre prima rubia,
pobre prima buena;
hace muchos años que duerme ese sueño
del que ni los pájaros, alegres como ella,
ni el viento que pasa, ni el agua que corre,
ni el sol que derrocha vida, la recuerdan.   Yo suelo, en los días
de la primavera,
llevar a su tumba
versos y violetas;
versos y violetas, ¡lo que más amaba!   En torno a su losa riego las primeras,
luego las estrofas recito que antaño
su deleite eran:
las más pensativas, las más misteriosas,
las más insinuantes, las que son más tiernas;
las que en sus pestañas, como en blonda de oro,
ponían las joyas de lágrimas, trémulas,
con diafanudades de beril hialino
y oriente de perlas.
  Se las digo bajo, bajito, inclinándome
hacia donde yace, por que las entienda.
Pobre prima rubia, ¡pero no responde!
Pobre prima rubia, ¡pero no despierta!   Cierto día, una joven condiscípula,
con mucho sigilo le prestó en la escuela
un libro de versos musicales, hondos.
¡Eran los divinos versos de Espronceda!   Se los llevó a casa bajo el chal ocultos,
y los escondimos, con sutil cautela,
del padre y la madre, y hasta de su sombra;
de la anciana tía, devota e ingenua,
que sólo gustaba de jaculatorias
y sólo entendía los versos de Trueba.   En aquellas tardes embermejecidas
por conflagraciones de luz, en que bregan
gigánticamente monstruos imprecisos
del Apocalipsis o de las leyendas;
de aquellas tardes que fingen catástrofes;
en aquellas tardes en que el iris vuelca
todos sus colores, en que el sol vacía
toda su escarcela;
en aquellas tardes del trópico, juntos
los dos, en discreto rincón de la huerta,
bajo de la trémula hospitalidad
de nuestras palmeras,
a furto de extraños, vibrantes leíamos
el Canto a Teresa.   ¡Qué revelaciones nos hizo ese canto!
Todas las angustias, todas las tristezas,
todo lo insondable del amor, y todo
lo desesperante de las infidencias:
todo el doloroso mundo que gravita
sobre el alma esclava que amó quimeras,
del que puso estrellas en la frente amada,
y al tornar a casa ya no encontró estrellas.   Todo el ansia loca de adorar en vano
tan sólo a una sombra, tan sólo a una muerta;
todos los despechos y las ironías
del que se revuelca
en zarzal de dudas y de escepticismos;
todos los sarcasmos y las impotencias.   Y después, aquellas ágiles canciones
de prosodia alada, de gracia ligera,
que apenas si tocan el polvo del mundo
con la orla de oro del brial de seda;
que, como el albatros, se duermen volando
que, como el albatros, volando despiertan:
  La ideal canción del bravo Pirata
que iba viento en popa, que iba a toda vela,
y a quien por los mares nuestros pensamientos,
como dos gaviotas, seguían de cerca;   Y la del Mendigo, cínico y osado,
y la del Cosaco del Desierto, bélica,
bárbara, erizada de ferrados hurras,
que al oído suenan
como los tropeles de potros indómitos
con jinetes rubios, sobre las estepas...   Pasaba don Félix, el de Montemar,
con una aureola roja en su cabeza,
satánico, altivo; luego, doña Elvira,
«que murió de amor», en lirios envuelta.
¡Con cuántos prestigios de la fantasía
ante nuestros ojos se alejaba tétrica!   Y el Reo de muerte que el fatal instante,
frente a un crucifijo, silencioso espera;
y aquella Jarifa, cuya mano pálida
la frente ardorosa del bardo refresca.
  Poco de su Diablo Mundo comprendíamos;
pero adivinábamos, como entre una niebla,
símbolos enormes y filosofías
que su Adán desnudo se llevaba a cuestas   ¡Oh mi gran poeta de los ojos negros!,
¡oh mi gran poeta de la gran melena!,
¡oh mi gran poeta de la frente vasta
cual limpio horizonte!, ¡oh mi gran poeta!   Te debo las horas más inolvidables;
y un día leyendo tu Canto a Teresa.,
muy juntos los ojos, muy juntos los labios,
te debí también, cual Paolo a Francesca,
un beso, el más grande que he dado en mi vida;
un beso, más dulce que miel sobre hojuelas;
¡un beso florido que envolvió en perfumes
toda mi existencia!   Un beso que, siento, eternizaría
del duro Gianciotti la daga violenta,
para que en la turba de almas infernales,
como en la terrible página dantesca,
fuera resonando por los anchos limbos,
fuera restallando por la noche inmensa,
y uniendo por siempre mi boca golosa
con la boca de ella!   ¡Oh, mi gran poeta de los ojos negros!
¡Quién hubiera dicho que yo te trajera,
como pobre pago de los inefables
éxtasis de entonces, esta humilde ofrenda!...
¡Oh, gallardo príncipe de la poesía!
Pero tú recíbela con la gentileza
de un Midas que en oro todo lo transmuta;
en claros diamantes mi abalorio trueca,
y en los viles cobres de mis estrofillas,
para acaudalarlos, engasta tus gemas.
Así tu memoria por los siglos dure,
¡oh, mi gran poeta de la gran melena!,
¡oh, mi gran poeta de los ojos negros!
¡oh, mi gran poeta!
Natalia Rivera Mar 2015
A orillas, de rodillas, se sentó y me hablo.
Me plasmo la puesta de sol que había presenciado,
Canto su poema favorito.
Hablo sobre el amor de mis días,
Y la soledad que reencarnaba mi silueta.
Yo la escuchaba, cual sonido de las gaviotas,
Como si la vida que ella recitaba fuese de admirar.
Su sonrisa era como brisa,
Le devolvía el brillo a mi piel.
Pero sin importar el brillo,
En su regazo,
Se encontraba mi alma.
Alma descolorada, sin algo adentro;
Que lloraba sin lágrimas por falta de esencia.
“Triste vida mía, ¿qué ha sucedido contigo?”
Pregunta con ternura.
Y allí yacía,
Esperando alguna contestación.
Las pocas lágrimas que quedaban
Brotaron como flores en pradera
La tenía frente a mí,
Mi parte desnuda, cristalizada, pura.
Seque mis lágrimas y le di las gracias,
Por su visita inesperada.
No cantaré ya nunca más. El canto
se me ha secado en la garganta.
Como una rosa.

Ay, misterioso ruiseñor
que gorjeabas bajo el agua,
que me clavabas en el pecho
tu pico: sueño, vida, espada.

Se derramaba por el mar mi sangre.
Cantar de bienaventuranza.
Iluminaba los amaneceres
con su doliente luz de plata.

Alca carmín y mediodía de oro.
Trompas de fuego en la mañana.
En cada hojilla de la primavera
una menuda y verde daga.

Dedos que tañen cuerdas invisibles.
Músicas que desnudan al que pasa.
Cuánto tesoro derruido
en el silencio de tu caja.

Ay, mis héroes, mis álamos, mis ríos,
mis playas, frutas y distancias.
(Ay, Dios mío, sin nombre ya, sin hombre).
Ay, enterradas y borradas.

Ay. Y podridas. Y dormidas.
Y asesinadas. Y apagadas.
Las olas que me hundieron hasta el fondo
sabían bien lo que arrastraban.

Ay, las canciones sin medida.
Las medidas sin notas, sin palabras.
Ay, las columnas en que puse
el peso dulce de mis alas.

Y todo: norte y sur, este y oeste,
ofrendándome sus campanas,
sus instrumentos de cristal,
humos, piedras, plumas y almas.

Ay, sin medida ya. Fundidas
las fronteras y las distancias.
Ay, la vida que no venía
a ofrecerme su boca grana.

Cárcel de hierro, más sin fuego.
Piedra sin alas y sin alma.
Ay, estíos, otoños, primaveras,
inviernos que nacían y pasaban.

Ay, gaviotas, alondras, horas,
manos, estrellas, peces, ramas.
Ay, vida que no viene. Y si venía
no había voz para cantarla.

No cantaré ya nunca más. El canto
se me ha secado en la garganta.
Se ha dormido en mi corazón
como una rosa.
Corta los dedos momias
la yugular marina
de los algosos huéspedes que agobian tu pensativo omóplato
de lluvia
la veta de presagios que labran en tu arena los cangrejos
escribas
el tendón que te amarra a tanto ritmo muerto entre gaviotas
y huye con tu terráquea estatua parpadeante
sin un mítico cuerno bajo la nieve niña recostada en tus sienes
pero con once antenas fluorescentes embistiendo el misterio.

Huye con ella en llamas del brazo de su miedo
tómala de las rosas si prefieres llagarte la corteza
pero abandona el eco de ese hipomar hidrófobo
que fofopulpoduende te dilata el abismo con sus viscosos ceros
absorbentes
cuando no te trasmuta en migratorio vuelo circunflexo de
nostalgias sin rumbo.
Furiosamente aleja tu Segismunda rata introspectiva
tu telaraña hambrienta
de ese trasmundo hijastro de la lava en mística abstinencia
de cactus penitentes
y con tu dogoarcángel auroleado de moscas
y tus fieles botines melancólicos
de ensueños disecados y gritos de entrecasa color crimen
huye con ella dentro de su claustral aroma
aunque su cieloinfierno te condene a un eterno "Te quiero".

Deja ya desprenderse el cálido follaje que brota de tus manos
junto a ese móvil tótem de muslos agua viva
flagélate si quieres con las violentas trenzas que le hurtaste
al olvido
pero por más que sufras en cada cruz vacante una pasión suicida
y tu propia cisterna con semivirgen luna reclame tu cabeza
ya sin velero ocaso
ni chicha de pestañas
ni cajas donde late la agónica sequía
huye por los senderos que arrancan de tu pecho
con tu hijo entre paréntesis
tu hormiguero de espectros
tus bisabuelas lámparas
y todos los frutales recuerdos florecidos que alimentan tu siesta.

Huye con ella envuelto en su orquestal cabello
y su mirar sigilo
aunque te cruces de alas
y el averritmo herido que anida en el costado donde te sangra
el tiempo
atardezca su canto entre sus senoslotos
o en sus brazos de estatua
que ha perdido los brazos en aras de vestales y faunos inhumados
y huye con tus grilletes de prófugo perpetuo
tu nimbo sin eclipses
tus desnudos complejos
y el sempiterno tajo de fluviales tinieblas que te parte los ojos
para que viertan coágulos de rancia angustia padre
impulsos prenatales
y meteóricas ansias que le muerden los crótalos
a los sueñosculebras del lecho donde boga ámbarmente desnuda
tu ninfómana estrella
mientras tu cuervo grazna un "Nunca más" de piedra.
Ay hijo, sabes, sabes
de dónde vienes?
De un lago con gaviotas
blancas y hambrientas.
Junto al agua de invierno
ella y yo levantamos
una fogata roja
gastándonos los labios
de besarnos el alma,
echando al fuego todo,
quemándonos la vida.
Así llegaste al mundo.
Pero ella para verme
y para verte un día
atravesó los mares
y yo para abrazar
su pequeña cintura
toda la tierra anduve,
con guerras y montañas,
con arenas y espinas.
Así llegaste al mundo.
De tantos sitios vienes,
del agua y de la tierra,
del fuego y de la nieve,
de tan lejos caminas
hacia nosotros dos,
desde el amor terrible
que nos ha encadenado,
que queremos saber
cómo eres, qué nos dices,
porque tú sabes más
del mundo que te dimos.
Como una gran tormenta
sacudimos nosotros
el árbol de la vida
hasta las más ocultas
fibras de las raíces
y apareces ahora
cantando en el follaje,
en la más alta rama
que contigo alcanzamos.
No era la música divina
de las esferas. Era otra
humana: de aire y agua y fuego.
Era una música sin hora
y sin memoria. Carne y sangre
sin final ni principio. Bóveda
de alondras nocturnas. Panal
de llama en las cumbres remotas.

Perfectamente lo recuerdo.
Luminoso, por gracia y obra
del misterio. Transfigurado
de eternidad y fiebre y sombra.
Era una música imposible
como un ser vivo. Prodigiosa
como un presente, eternizado
en su cenit. Oí sus ondas
candentes. Rocé con mis dedos
la palpitación de su forma.

Aquí principia el tiempo. Urna
de luna, cárcel de aroma.
Es ya todo celestemente
material. Suenan venas-violas,
trompas -nostalgias, corazones-
claveles-oboes... ¿Quién deshoja
la subterránea luz, los números
armoniosos? ¿Qué cuerdas roban
vida a lo mudo, melodía
a la carne, beso a las bocas?
Vidrio de siglos de la fuente
de donde toda mudez brota.
¿Tú también, hija mía, música,
tú también...?

                      Águila, corona
errabunda, ¿tú también? Mágica,
solitaria, majestuosa,
arriba, inmóvil, ¿reinas, riges
la noche?... Y bajas a la roca
donde la carne prometea
sufre sus viejas sedes nómadas.
Y hundes el pico en sus entrañas,
la atormentas hasta que implora.

De tierra y aire y agua y fuego
y carne y sangre... Prodigiosa
como un presente eternamente
presente. Bebes gota a gota
las estrellas sonoras; sorbo
a sorbo, todo el dolor, toda
la vida, todo lo soñado:
el Universo. Ya no importa
morir, hacernos eco tuyo.
La muerte rompe con su proa
la tristeza; tú eres su estela:
pulverizada luz. Ahondas
en el alma: la haces más alma;
en la carne helada: la tornas
primaveral, la vistes de alma,
encadenándola a tu órbita.

No era la música celeste
de las esferas. Era cosa
de nuestro mundo. Era la muerte
en movimiento. Era la sombra
de la muerte. Paralizaba
la vida al borde de la aurora.

Y, de pronto, se oye el silencio.
Todo recobra su luz propia.
La carne -oía nuestra carne-,
vuelve a ser piedra, cárcel, fosa.
Hundí mis manos de diamante
entre las pálidas corolas.
Alcé las crestas de las aguas
hasta el reino de las gaviotas.
Manos que habían recorrido
muchos kilómetros de olas.
Que habían sido, un sólo instante,
boca ardiendo contra otra boca.
Que habían sido vida, y eran
nube y ceniza en la memoria.

Jirón fatal de la belleza,
sólo queda llorar a solas.
Pero ya sin lágrimas, ya
sin palabras, las misteriosas
que dicen aquello que ocultan,
callan aquello que pregonan.
Sin transparencia si se miran.
De granito, cuando se tocan.

Jirón fatal de la belleza,
imposible cuando se nombra.
Sobre la escarcha de la música
pétalo a pétalo se agosta.
Arcos de plumas la arrebatan...

Y la noche, de nuevo, cobra
su realidad de ruinas pálidas
bajo la luz de las antorchas.
Mientras Juárez indomable
Va a los desiertos del Paso
A defender su bandera,
Firme como un espartano;
En Méjico, sostenido
Por el invasor extraño
Se erige un trono y le ocupa,
Más que ambicioso, engañado,
Un ilustre descendiente
Del más grande de los Carlos.

Joven, soñador y apuesto
Asciende a lugar tan alto,
Sin ver que a lo lejos flota
El pendón republicano,
Y sin recordar que el pueblo
Por quien, se sueña llamado,
En otro tiempo a un monarca
Lanzó del trono al cadalso

Recibiéronle animosos
Los que el cetro le entregaron,
Y al entrar por nuestras calles
Fue tan grande el entusiasmo
Que del nuevo rey los ojos
No pudieron, deslumbrados,
Mirar que las bayonetas
Que lo estaban custodiando
Eran de extranjeras tropas
Capaces de abandonarlo
Joven príncipe, ¿a qué vienes
¿Por qué dejas tu palacio
En medio de las azules
Ondas del Mediterráneo
Como un nido de gaviotas
Sobre un peñón solitario?

Este cielo azul no es tuyo,
No son tuyos estos lagos,
Ni estos sabinos del bosque
Que de viejos están canos.

Nada es tuyo, nada entiende
Tu acento, nada ha guardado
Cenizas de tus mayores
Que en otras tierras brillaron.

Tu sangre azul no es la sangre
De Cuauhtemoc ni de Hidalgo;
Cuanto te cerca es ajeno,
Cuanto te vela es extraño.

Príncipe noble ¿a qué vienes?
¿Por qué dejas tu palacio
Y aquellas ondas azules
De tu hermoso mar Adriático?

En medio de las tormentas
Que se alzarán a tu paso,
Cuando pronto te abandonen
Los que te están custodiando,
Hallarás como consuelo.
Como abrigo, como amparo,
La firmeza y el arrojo
Del soldado mejicano
Que cumple con su bandera
Satisfecho y resignado.

¡Torna príncipe al castillo
Donde viviste soñando,
Que por las gradas de un trono
Subir se puede a un cadalso!
Con inusitada pompa
En el ya imperial palacio
Se celebran los natales
Del reciente soberano.

Ya las guardias palatinas
De uniformes encarnados
Apuestos forman la valla
Luciendo adargas y cascos.

Ministros y chambelanes,
Consejeros y vasallos,
Ostentan con arrogancia
Sus pechos condecorados.

El salón de embajadores
Por su lujo aristocrático,
Recuerda a los que lo miran
De antiguos tiempos el fausto.

De pronto, por todas partes
Se extiende un rumor extraño
Y es que las gradas del trono
El Archiduque ha pisado.

Diversas clases sociales
Deben de felicitarlo
Y ya están los oradores
Por cada clase nombrados.

Un jurisconsulto experto,
Elocuente, pulcro y sabio
Es de la magistratura
El representante nato.

Le toca el lugar primero,
Habla con acento claro,
Con respeto se le escucha,
Se le mira con agrado,
Y estudio y saber revela
Cada frase de sus labios.

Su discurso no fue breve,
Su estilo elegante y franco
Y al acabar dijo alguno:
¡Bien por Lares! anhelando
Aplaudirlo, sin hacerlo
Por respeto al soberano.

Con elegancia vestido
Al clero representando
Se acercó un obispo al trono
Y dijo un discurso largo,
Lleno de notas y citas
Latinas, propias del caso.

Era el orador de fama
Por su elocuencia y su rango,
Célebre en aquellos tiempos
Entre oradores sagrados.

«No estuvo corto Ormachea»
Dijo después de escucharlo
Alguno a quien ya cansaba
La severidad del acto.

Nuevo rumor se produjo
Después en aquellos ámbitos
Al ver que al trono llegaba
A paso lento un soldado
De cabellos y ojos negros,
Tez cobriza, aspecto huraño,
Descendiente de las razas
Que en Anáhuac habitaron
Antes de que la conquista
Empobreciera a sus vástagos.

¡Formaba contraste brusco
La oscura tez del soldado
Con la tez brillante y blanca
Del Archiduque germano!

Quedó el indígena absorto,
Meditabundo y cortado,
Sin articular palabra,
La frente y los ojos bajos.

¿Quién es? preguntó un curioso
Y le respondió un anciano:
Se llama Tomás Mejía,
Y es general reaccionario:
Viene a hablar por el ejército.
-¿Y él hizo el discurso?
                                  -Varios
Le escribieron y ninguno,
Según dicen, le ha gustado;
El que dirá lo habrá escrito
O Muñoz Ledo o Arango

-Escuchemos:
                      -Trascurrían
Unos minutos muy largos;
Mejía estaba en silencio
Todo tembloroso y pálido,
En silencio los presentes
Y en silencio el soberano.

De pronto ven con asombro
Que el indígena soldado,
Abriendo los negros ojos
Que brillaban animados,
Perora sin dar lectura
Al papel que está en sus manos

-«Majestad -calló un momento;
Majestad -siguió turbado
Majestad -yo no he aprendido
Lo que otros por mí pensaron,
Pero si usted lo que busca
Es un corazón honrado,
Que lo quiera, lo respete,
Lo defienda sin descanso
Y la sirva sin dobleces,
Sin interés, sin engaño,
Aquí está mi corazón,
Aquí están, señor, mis brazos
Y en las horas de peligro,
Si al peligro juntos vamos,
Lo juro por mi bandera,
Sabré morir a su lado».

Con lágrimas en los ojos,
Trémulo Maximiliano,
Las fórmulas de la corte
Por un instante olvidando,
Bajó del trono y al punto
Dio al General un abrazo,
Que aplaudieron los presentes
Con lágrimas de entusiasmo.
Cayó el Príncipe más tarde
Y con él cayó el soldado
Que le dijo esas palabras
Llenos los ojos de llanto.

A don Tomás le ofrecieron
Del patíbulo salvarlo
Y él respondió: «Solamente
Que salven al soberano».

Un general victorioso,
De gran poder y alto rango,
Que le estaba agradecido
Por algún hecho magnánimo,
Fue y le dijo: «Yo podría
Lograr veros indultado;
Os estimo y necesito
A toda costa salvaros.
¿Queréis que os salve? decidlo,
Que no me daré descanso
Hasta que al fin me concedan
Lo que para vos reclamo».

-«Sólo admitiré el indulto,
Respondió el indio soldado,
Si me viene juntamente,
Con el de Maximiliano».

-Me pedís un imposible.
-Pues me moriré a su lado.
-Pensad que tenéis familia.
-Tan sólo a Dios se la encargo.

-Soy capaz de protegeros
Si os resolvéis a fugaros.
-¿Yal Emperador? -No; nunca.
-Pues su misma suerte aguardo.

Y como lo sabe el mundo,
Juntos fueron al cadalso
Y así selló con su sangre
Lo que dijeron sus labios.
Dicen: «Este señor
habla tan sólo de sí mismo.
Pasa -dicen- cegado,
sin ver lo que sucede alrededor.
Va por el mundo como un barco viejo…,
ese señor…Bueno para cortar
con un hacha, y quemarlo, y calentarnos
si es capaz de calor…
ese señor que hablaba de su vida
y nada más…Ese señor…», han dicho.
Probablemente era ya viejo
cuando nací, cerca de un río.
Aunque yo no me acuerdo de ese río.
sino del mar bajo el sol de septiembre.
Sería complicado explicar las razones
por las que yo me hallaba allí
entre las olas y los estudiantes,
estrujando el momento
como quien quiere anclarse
a un trozo hermoso de la realidad.
Un sueño de oro entre las dos sirenas
que interrumpían el trabajo.
Era algo así como nostalgia
lo que me hacía estar allí
hasta mi encuentro con la máquina.
Ese señor que pasa por la vida
metido dentro de sí mismo,
entonces
era cilindrador. ¿Sabéis qué es eso,
vosotros que le habláis a este señor
de realidades? Es posible que haya
entre los libros de la biblioteca
de vuestros padres, uno que os aclare
ciertas palabras; apuntad: palero
moldeador, listero en unas obras,
transportista de leña a domicilio,
comisionista para la venta a plazos
de libros, ***** de escritor…Acaso
alguno de los libros que tenéis
en vuestra casa me haya a mí dejado
un porcentaje (un diez por ciento, creo).
No son éstas las únicas palabras.
Hay otras. Por ejemplo: Condenados
por auxilio a la rebelión.
(Creo que ese era el término jurídico).
Auxilio o adhesión: no estoy seguro.
O uno le fue aplicado
a mi padre, y el otro a mí.
No estoy seguro. Ya ha pasado el tiempo
y él ha muerto. Y han muerto muchas gentes
que estuvieron en una situación
semejante o peor. Y los demás
envejecimos. No hemos muerto,
afortunadamente.
Este señor
oyó una vez llorar a un niño
en el momento de la elevación
en una misa. (Necesitaría
demasiadas palabras
para que comprendierais por qué un hecho
tan aparentemente natural
me parecía irreal entonces, y ahora.
¿Cómo hacerlo sentir?…En cuatro años
no había oído voz de niño.
La de mujer, al otro lado,
desgarrada, voz casi masculina
por el esfuerzo para destacarse
del griterío. No podría
explicarlo. No es cosa de palabras
como estas mías. Solo un gran poeta
podría contagiarnos la emoción:
mis palabras no bastan). Lloró el niño.
Por las triples vidrieras entró el sol.
El corazón estaba
a punto de romperse hermosamente.
Después, fue un hombre muerto,
y otro hombre, muchos más…
He perdido la cuenta.
En los balcones los dejaban
por la noche, delante de la fuente
de aquel patio interior. Muertos calzados
con alpargatas nuevas, su sudario.
Amanecía y se les despedía
cantando el Dies irae
(ya no recuerdo si el de Verdi,
o es muy probable que el de Mozart).
Este señor apetecía ser
el Desdichado de la tierra,
el más miserable que nadie,
el más solitario que todos.
No se tenía lástima a sí mismo
y solo así sería libre,
sin nadie a quien compadecer…
Y un día volvió al mar. Fueron las olas
a lamerle las manos. «Aquí estás
-le dijeron-de nuevo-» Desplegaron
sus colores, olores y sonidos.
Pusieron en sus manos pan de amor.
Las gaviotas bajaron a picarlo.
pero las alas eran alpargatas
en los pies de los muertos. Y la música
del mar era el Dies irae…Sólo un día,
un momento, tendido-la cabeza
junto a un tronco rugoso de sabina-,
olvidó. Fue un momento. Eternidad
que le duró un momento. Se creía
tierra de paz. Y el árbol le nacía
de la frente, y las nubes…
(¿Quién no ha visto,
quién no ha vivido nubes, árbol, mar?…
Será mejor cambiar de tema,
dejar de hablar, aunque necesitaba
deciros esto. La palabra
es de piedra, impermeable a la emoción
lo vuelvo a recordar).
Lo del mar duró muy poco.
Todo duraba cada vez más poco.
Era lo mismo que un pantano.
Yo me hundía en el fango.
Y cada vez era mi cuerpo
menos libre. Gritaba, respiraba,
enloquecía, enloquecía, enloquecía.
Convocaba mi muerte
a aquellas gentes que yo vi morir.
Y yo escondía la cabeza
para no verlos, y que me dejaran
vivir, morir a gusto.
Y yo escondía la cabeza
bajo un acordeón. Yo le arrancaba
sonidos-lo recuerdo-, y las mujeres
bailaban , y Madama Leontine,
gorda y espiritual, recomendaba
silencio, por si acaso la multaba
la policía…
Ya ha pasado el tiempo
sobre todos nosotros.
Muchos se han liberado ya del tiempo.
Nuestros pequeños heroísmos
adquirieron su dimensión
verdadera. Aquel verdor de luna
de febrero, con nieve, entre vagones,
no es más que una viñeta. Aquella luna
de agosto, sobre el mar y las montañas,
se ha apagado. Es ******. Y tantas cosas
que fueron mías, nunca vuestras,
y hoy ni siquiera son ya mías.
Recorrí mi camino repicando
las sonoras campanas, encendiendo
las estrellas -creía en las campanas
y en las estrellas-… Todo fue rompiéndome
el corazón. Y me encontré de pronto
Nel mezzo del camin di nostra vita
(hago la cita para que digáis
que en esta historia existe, por lo menos,
un verso bueno: justo el que no es mío).
Ya no me importan nada
Mis versos ni mi vida.
Lo mismo exactamente que a vosotros.
Versos míos y vida mía, muertos
para vosotros y para mí.
Pero en vosotros, por lo menos, queda
vuestra vida, y en mí sólo momentos
inasibles, recuerdos o proyectos,
Alguna imagen descuajada
de mis años pasados o futuros.
Como ésta que me asalta en el instante
En que estoy escribiendo: un hombre esbelto,
con su cadena de oro en el chaleco.
Habla con alguien. Detrás de él, un fondo
de grúas en el puerto. Y hay un niño
que soy yo. Él es mi padre.
«El niño tiene cuatro años»,
acaba de decir.
La hélice deja de latir;
así las casas no se vuelan,
como una bandada de gaviotas.

Erizadas de manos y de brazos
que emergen de unas mangas enormes,
las barcas de los nativos nos abordan
para que, en alaridos de gorila,
ellos irrumpan en cubierta
y emprendan con fardos y valijas
un partido de "rugby".

Sobre el muelle de desembarco,
que, desde lejos,
es un parral rebosante de uvas negras,
los hombres, al hablar,
hacen los mismos gestos
que si tocaran un "jazz-band",
y cuando quedan en silencio
provocan la tentación
de echarles una moneda en la tetilla
y hundirles de una trompada el esternón.

Calles que suben,
titubean,
se adelgazan
para poder pasar,
se agachan bajo las casas,
se detienen a tomar sol,
se dan de narices
contra los clavos de las puertas
que les cierran el paso.

¡Calles que muerden los pies
a cuantos no los tienen achatados
por las travesías del desierto!

A caballo en los lomos de sus mamas,
los chicos les taconean la verija
para que no se dejen alcanzar
por los burros que pasan
con las ancas ensangrentadas
de palos y de erres.

Cada ochocientos metros
de mal olor
nos hace "flotar"
de un "upper-cut".

Fantasmas en zapatillas,
que nos miran con sus ojos desnudos,
las mujeres
entran en zaguanes tan frescos y azulados
que los hubiera firmado Fray Angélico,
se detienen ante las tiendas,
donde los mercaderes,
como en un relicario,
ensayan posturas budescas
entre las nubes tormentosas
de sus pipas de "kiff".

Con dos ombligos en los ojos
y una telaraña en los sobacos,
los pordioseros petrifican
una mueca de momia;
ululan lamentaciones
con sus labios de perro,
o una quejumbre de "cante hondo";
inciensan de tragedia las calles
al reproducir sobre los muros
votivas actitudes de estela.

En el pequeño zoco,
las diligencias automóviles,
¡guardabarros con olor a desierto!,
ábrense paso entre una multitud
que negocia en todas las lenguas de Babel,
arroja y abaraja los vocablos
como si fueran clavas,
se los arranca de la boca
como si se extrajera los molares.

Impermeables a cuanto las rodea,
las inglesas pasean en los burros,
sin tan siquiera emocionarse
ante el gesto con que los vendedores
abren sus dos alas de alfombras:
gesto de mariposa enferma
que no puede volar.

Chaquets de cucaracha,
sonrisas bíblicas,
dedos de ave de rapiña,
los judíos realizan la paradoja de vender
el dinero con que los otros compran;
y cargados de leña y de jorobas
los dromedarios arriban
con una escupida de desprecio
hacia esa humanidad que gesticula
hasta con las orejas,
vende hasta las uñas de los pies.

¡Barrio de panaderos
que estudian para diablo!
¡Barrio de zapateros
que al rematar cada puntada
levantan los brazos
en un simulacro de naufragio!
¡Barrio de peluqueros
que mondan las cabezas como papas
y extraen a cada cliente
un vasito de "sherry-brandy" del cogote!

Desde lo alto de los alminares
los almuédanos,
al ver caer el Sol,
instan a lavarse los pies
a los fieles, que acuden
con las cabezas vendadas
cual si los hubieran trepanado.

Y de noche,
cuando la vida de la ciudad
trepa las escaleras de gallinero
de los café-conciertos,
el ritmo entrecortado
de las flautas y del tambor
hieratiza las posturas egipcias
con que los hombres recuéstanse en los muros,
donde penden alfanjes de zarzuela
y el Kaiser abraza en las litografías al Sultán...

En tanto que, al resplandor lunar,
las palmeras que emergen de los techos
semejan arañas fabulosas
colgadas del cielo raso de la noche.
Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
Peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
Y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elegantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los
directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.
Aquí, desde este muro,
mirando el mar abierto,
siento de pronto el descontento oscuro
de un buque abandonado que envejece en el puerto.

Aquí el ancla se aferra,
pero el velamen pugna por volar;
aquí comienza el mar para el que está en tierra,
pero aquí el mar termina, para el que está el mar.

Y por eso quizás amo este muro
sobre el que salta a veces el oleaje;
este muro que mira hacia el futuro
con la esperanza de emprender un viaje...

Amo este puerto claro,
y este Morro que puja su montaña,
y el giratorio resplandor del faro,
única luz que supo dar España...

Y amo el manso canal de entrada angosta,
que hasta sus arrecifes se conmueve,
cuando, a todo lo largo de la costa,
retiembla el cañonazo de las nueve.

Amo este puerto de hálitos salobres,
con un gran muro que parece chico
para el coloquio de los novios pobres
y para los bostezos del matrimonio rico.

Amo este puerto femenino y macho,
con su agua honda y su emoción sencilla,
igual que la mirada de un muchacho
que remienda sus redes en la orilla;

o como la sonrisa del marino
de idioma gutural y vacilante pierna,
que nadie ha de saber de dónde vino,
pero que siempre va hacia la taberna;

como esos buques de actitud mendiga,
mugriento casco y remendadas lonas,
tan llenos de humildad y de fatiga,
que, sin saber por qué, nos parecen personas.

Amo este puerto, donde tantas veces
el ciclón antillano frenaba sus embates,
entre el súbito brillo de los peces
y la esbelta blancura de los yates.

Y amo los botes lentos,
de remo largo y corta travesía,
con las maderas llenas de lamentos,
donde viajan de noche los amores de un día...

Amo este puerto, donde las gaviotas
hacen su nido en las arboladuras,
respirando fragancias de las islas remotas
donde no llegarían sus alas inseguras.

Y amo este puerto, abierto
derechamente al mar, igual que un río,
que en su dormida paz está despierto
y en su cálido amparo siente frío,
porque mi corazón también es como un puerto
que poco a poco se quedó vacío...
Pero debajo de la alfombra
y más allá del pavimento
entre dos inmóviles olas
un hombre ha sido separado
y debo bajar y mirar
hasta saber de quién se trata.
Que no lo toque nadie aún:
es una lámina, una línea:
una flor guardada en un libro:
una osamenta transparente.

El Oliverio intacto entonces
se reconstituye en mis ojos
con la certeza del cristal,
pero cuanto adelante o calle,
cuanto recoja del silencio,
lo que me cunda en la memoria,
lo que me regale la muerte,
sólo será un pobre vestigio,
una silueta de papel.

Porque el que canto y rememoro
brillaba de vida insurrecta
y compartí su fogonazo,
su ir y venir y revolver,
la burla y la sabiduría,
y codo a codo amanecimos
rompiendo los vidrios del cielo,
subiendo las escalinatas
de palacios desmoronados,
tomando trenes que no existen,
reverberando de salud
en el alba de los lecheros.

Yo era el navegante silvestre
(y se me notaba en la ropa
la oscuridad del archipiélago)
cuando pasó y sobrepasó
las multitudes Oliverio,
sobresaliendo en las aduanas,
solícito en las travesías
(con el plastrón desordenado
en la otoñal investidura),
o cerveceando en la humareda
o espectro de Valparaíso.

En mi telaraña infantil
sucede Oliverio Girondo.

Yo era un mueble de las montañas.

Él, un caballero evidente.
Barbín, barbián, hermano claro,
hermano oscuro, hermano frío,
relampagueando en el ayer
preparabas la luz intrépida,
la invención de los alhelíes,
las sílabas fabulosas
de tu elegante laberinto
y así tu locura de santo
es ornato de la exigencia,
como si hubieras dibujado
con una tijera celeste
en la ventana tu retrato
para que lo vean después
con exactitud las gaviotas.

Yo, soy el cronista abrumado
por lo que puede suceder
y lo que debo predecir
(sin contar lo que me pasó,
ni lo que a mí me pasaron),
y en este canto pasa¡ero
a Oliverio Girondo canto,
a su insolencia: matutina.

Se trata del inolvidable.

De su indeleble puntería:
cuando borró la catedral
y con su risa de corcel
clausuró el turismo de Europa,
reveló el pánico del queso
frente a la francesa golosa
y dirigió al Guadalquivir
el disparo que merecía-

Oh primordial desenfadado!
Hacia tanta falta aquí
tu iconoclasta desenfreno!

Reinaba aún Sully Prud'homme
con su redingote de lilas
y su bonhomía espantosa.
Hacía falta un argentino
que con las escuelas del tango
rompiera todos los espejos
incluyendo aquel abanico
que fue trizado por un búcaro.

Porque yo, pariente futuro
de la itálica piedra clara
o de Quevedo permante
o del nacional Aragón,
yo no quiero que espere nadie
la moneda falsa de Europa,
nosotros los pobres américos,
los dilatados en el viento,
los de metales más profundos,
los millonarios de guitarras,
no debemos poner el plato,
no mendiguemos la existencia.

Me gusta Oliverio por eso:
no se fue a vivir a otra parte
y murió junto a su caballo.
Me gustó la razón intrínseca
de su delirio necesario
y el matambre de la amistad
que no termina todavía:
amigo, vamos a encontrarnos
tal vez debajo de la alfombra
o sobre las letras del río
o en el termómetro obelisco
(o en la dirección delicada
del susurro y de la zozobra)
o en las raíces reunidas
bajo la luna de Figari.

Oh energúmeno de la miel,
patriota del espantapájaros,
celebraré, celebré, celebro
lo que cada día serás
y lo Oliverio que serías
compartiendo tu alma conmigo
si la muerte hubiera olvidado
subir una noche, y por qué?
buscando un número, y por qué?
por qué por la calle Suipacha?

De todos los muertos que amé
eres el único viviente.

No me dedico a las cenizas,
te sigo nombrando y creyendo
en tu razón extravagante!
cerca de aquí, lejos de aquí,
entre una esquina y una ola
adentro de un día redondo,
en un planeta desangrado
o en el origen de una lágrima.
Las he visto varadas en la playa.
Los niños han abandonado
carruseles, montañas rusas,
nubes de azúcar, blanca o rosa, palomitas de maíz
y suspendidos de sus cometas de colores
han llegado a la orilla. Atrás quedó
la música crispada de los altavoces.
Ahora escuchan otra música más sosegada y misteriosa:
jadeo de olas, disnea de cetáceos agonizantes,
chillidos de las aves marinas,
estremecedora polifonía.

Los niños, desconectados de lo fabuloso,
saben que es imposible que a Jonás
se lo tragase una ballena,
como cuenta la Santa Biblia,
porque al final de la caverna amenazadora
una garganta angosta permite sólo el paso
de minúsculos pececillos, plancton, polen marino
que atravesaron las barbas filtradoras.
(Ignoran, sin embargo, que estas barbas
fueron antaño utilizadas
para acentuar la delgadez del talle de las damas.
¡Sólo Dios sabe qué habrá sido de ellas,
dónde estarán ahora pudriéndose!)
Son, desde luego, extraños pero no
infrecuentes  
estos suicidios colectivos.
Los biólogos, oceanógrafos, ecologistas
nada pueden hacer por reintegrar a los cetáceos
a su hábitat, a su medio natural;
no sólo por su peso  y su volumen, sino
porque están decididas  -resignadas-
a morir. (Se barajan hipótesis
diferentes y contradictorias: alguna,
tal vez, resolverá el enigma).
Hay quienes atribuyen el suceso
a una avería, una desconexión
-por el momento indemostrable-
en el sofisticado sistema de radar
que utilizan en sus desplazamientos.
¡Quién sabe cuál será la causa
de esta agonía a la que yo asistí
en las arenas de Long Island!
Yo sí lo sé. Yo he descifrado
el, para los demás, indescifrable código,
- ¡oh mi piedra Rosetta de estrellas y de olas!-
Los ballenatos, los jóvenes, los útiles,
los que regresan a la mar
tras culminar estas expediciones
hablaban en sus asambleas nocturnas,
mientras dormían las ballenas madres,
de la necesidad imperiosa de librarse de este lastre
de ancianas jubiladas,
de toneladas de disnea y sordera.
Con fuegos o aguas de artificio,
pirotecnia, acuatecnia,
comunicaron su resolución:
«Nosotros os conduciremos
a unas playas calientes,
a unos lugares a los que no llegan
tempestades, témpanos, balleneros;
allí disfrutaréis del merecido descanso
después de tantas aventuras,
tantos afanes, tantos riesgos».
Las dejaron varadas en la arena.
«Hasta mañana», les dijeron,
sabiendo que no volverían.
«Hasta mañana».
Misericordioso e implacable
el sol les reseca la piel repujada de algas.
Muy pronto albatros y gaviotas se ensañarán
con estas moles de agonía,
de grasa y carne putrefacta.
El sol es chupado por el horizonte,
se hunde poco a poco en él
despidiéndose con su rayo verde.
Luego es la noche, y otras noches.
El faro intermitentemente
pasa su lengua de luz piadosa sobre la arena.
El mar agita sus espejos negros.
Sobre la seda o terciopelo funeral
chisporrotean las estrellas fugaces,
las ascuas de la luna de azafrán.
El zumbido de las abejas marinas,
el crujido del oleaje que clava sus colmillos
en las rocas de azabache y cristal
resuena en los oídos agonizantes
de las viejas ballenas,
festín de la desolación, el silencio, el olvido, la sombra.
«Hasta mañana». Fue el último mensaje.
Y ya no habrá mañana.
Ahora las moribundas,
ciegas y sordas tienen la mirada del recuerdo
puesta en sus ballenatos, indefensos
frente al testuz terrible de las olas heladas,
los témpanos, las hélices, los arpones,
desvalidos, sin rumbo
por esos mares de Dios.
Abeja blanca zumbas -ebria de miel- en mi alma
y te tuerces en lentas espirales de humo.

Soy el desesperado, la palabra sin ecos,
el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo.

Última amarra, cruje en ti mi ansiedad última.
En mi tierra desierta eres la última rosa.

Ah silenciosa!

Cierra tus ojos profundos. Allí aletea la noche.
Ah desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.

Tienes ojos profundos donde la noche alea.
Frescos brazos de flor y regazo de rosa.

Se parecen tus senos a los caracoles blancos.
Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra.

Ah silenciosa!

He aquí la soledad de donde estás ausente.
Llueve. El viento del mar caza errantes gaviotas.

El agua anda descalza por las calles mojadas.
De aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas.

Abeja blanca, ausente, aún zumbas en mi alma.
Revives en el tiempo, delgada y silenciosa.

Ah silenciosa!
Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.

Collar, cascabel ebrio
para tus manos suaves como las uvas.

Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.

Ellas trepan así por las paredes húmedas.
Eres tú la culpable de este juego sangriento.

Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
Todo lo llenas tú, todo lo llenas.

Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.

Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
para que tú las oigas como quiero que me oigas.

El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
Huracanes de sueños aún a veces las tumban.

Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.
Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.

Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.

Voy haciendo de todas un collar infinito
para tus blancas manos, suaves como las uvas.
Cerca de donde júntase
la Comiá con el Cauca,
Rosa pícara vivía
-del campamento lujuriante Hada.

Guisos cuán apetitosos
mano albi-roja guisaba
-Rosa maritornes única!
(mejor sus manos rosa-albas,
frentes, mejillas que la fiebre dora,
frentes, mejillas que la fiebre exalta,
acariciaban -gaviotas
sobre la mar que hispe la borrasca-)

Oh Rosa la de mis besos
y en su boca vibrátil... (tibia aljaba
de la lengua vivaz -venusina
flecha para mi boca sansebastianizada...-)

Oh Rosa la de los ojos
como la noche cerrada:
y un sutil estrabismo los volvía
pérfidas y malignas azagayas
para mi corazón -al par audaz y tímido-,
para mi corazón: dardos, virotes y macanas!
Y me herían dulcísimos sus ojos
de terciopelo -negros- y de lascivia -en llamas!

Oh Rosa de los abrazos
de fulva leona en brama!
Rosa pícara felina!

Y en sus brazos morenos naufragaba
mi ser -mi ser, a pique, jubiloso!-
Oh mármol móvil en la móvil hamaca!
Oh mármol ágil sobre los yerbales!
Rútilo mármol en las rubias aguas 1
del Cauca río: -retozante Fauno,
flavo Sileno ansioso de la nuda Oreada 2
fogoso mármol, Venus
sapiente, en la alcoba, a la noche insomne y ávida!

Cerca de donde júntase
la Comiá con el Cauca,
Rosa pícara vivía
-síntesis de Ninones y de Aspasias.

Por ella, riñas, enojos,
celos, duelos, algaradas:
Rosa, Helena de esa Troya,
mucho más hembra que la Helena clásica!
Rosa la de los labios gordezuelos
y los perfectos muslos y las róseas cúpulas
elásticas!
Rosa..., fugada con los años idos...:
¿dónde amarás ahora, Venus de Bolombolo, Lais del Cauca?
En la sombra de un sueño donde se estanca un agua turbia
-ceniza de una noche con ríos de silencio-,
el perfil de tu voz suelta sus golondrinas
sobre el error alegre de tu ****.

El agua de ese río seguirá corriendo mañana,
pero ya tu perfume no crecerá en el viento,
porque en tu corazón nacen espigas tristes
cuando tus manos buscan vanamente tus senos.

Pero tus ojos ávidos se alzan sobre el insomnio
y tu mirada enciende las lámparas del tiempo.
-Árboles taciturnos que se deshojan en tus manos
y raíces oscuras en la sed de tu sueño.

Porque te sientes libre y sin embargo
con la sien palpitante de esclavitudes y misterios;
y una resaca de hojas secas enmudece tu júbilo,
y un vértigo de alas surge del fondo de tu miedo.

Y entonces amanecen campanas y nenúfares
y un rumor de agua clara bifurca los senderos,
pues tú, que resucitas con los ojos tranquilos,
sabes que hay una muerte que deja vivo el cuerpo.

Tú sabes que hay florestas de horror en la alta noche
-minutos indecibles de laberintos negros-,
y que hay profundidades de algas y de madréporas
donde las almas se sumergen con los brazos abiertos.

Tú, náufrago en lo alto de tu mástil,
sabes que hay islas verdes en los mares siniestros,
y latitudes cárdenas donde no llegan las gaviotas
y anclas que se olvidaron en la sangre y el beso.

Tú, cazador inmóvil hasta en la ***** de tus flechas,
viste pasar las corzas entre los bosques ebrios,
y en la humedad del alba amotinada en pájaros
tu carcaj quedó intacto y tu ardor satisfecho.

Tú, que has visto morir la vida en los relojes,
cruzas serenamente los puentes del recuerdo
con las manos tendidas a un espejismo fugitivo
y los hombros doblados bajo el peso de un sueño.

Tú sabes que hay cisternas de estupor y de fiebre
y rostros que se asoman al final de tu espejo,
y que hay hoscos picachos y lejanías de mezquitas
en un sabor antiguo perpetuamente nuevo.

Tú conoces, Hyacinthus, el epitafio de la rosa
y has bogado en el agua que corroe los remos,
y exprimiste en tu copa mandrágoras nefastas
para mirar la vida con los ojos de un ciego.

Tú aprendiste a estar solo contemplando los astros,
pero tu instinto, dúplice y frenético,
pone abejas de plata en tus sandalias de oro
y sortijas fenicias en tus dedos;

y entonces, tú, Hyacinthus, que te creíste invulnerable,
te enguirnaldas la frente con los pámpanos frescos,
pues fatalmente el dardo inmemorial
encuentra dos caminos para herirte en el pecho.

Y eres feliz así, moribundo de estrellas,
agitando en tu antorcha telarañas de hielo,
con tu sonrisa ambigua de mujer inconclusa
y tu rencor de hombre incompleto.

Y buscas en tus páramos horizontes de niebla
con un grito de sal desangrándose en ecos…
-Salobre marejada de moluscos y peces
y tentáculos sordos que trepan a tu lecho.

Y eres feliz, Hyacinthus, en soledad y sombra,
con tus talones ágiles y tus cabellos crespos;
con tu mirada egipcia nublada de pirámides
donde alza sus crepúsculos la maldición de los desiertos.
Y eres feliz así, vagabundo del éxtasis,
y despliegas velámenes al soplo del deseo
viendo pasar las nubes para quedarte triste
bajo la indisociable dualidad de tu ****.

Y vas por el camino que no conduce a parte alguna
con el nardo sonámbulo que guarda tu secreto,
con las manos sin sombra, resplandecientes de rocío,
y con el torpe orgullo de haber matado un sueño.
49
Flotante, sin asidero,
nadador fuera del agua,
voluntario a la deriva,
por las horas, por el aire,
por el haz de la mañana.
Todo fugitivo, todo
resbaladizo, se escapa
de entre los dedos el mundo,
la tierra, la arena. Nubes,
velas, gaviotas, espumas,
blancuras desvariadas,
tiran de mí, que las sigo,
que las dejo. ¿Estoy, estaba,
estaré? Pero sin ir,
sin venir, quieto, flotando
en aquí, en allí, en azul.
Una alegría que es
el filo de la mañana
rompe, corta, desenreda
nudos, promesas, amarras.
Tropeles de sombras ninfas
huyendo van de sus cuerpos
en islas desenfrenadas.
Con su cargamento inútil
de recuerdos y de plazos
-¡ya no sirven, ya no sirven!-
el tiempo leva las anclas.
No se le ve ya. Sin tiempo,
prisa y despacio lo mismo,
¡qué de prisa, qué despacio
juegan los lejos a cercas
colgados del verdiazul
columpio de las distancias!
Su silencio echan a vuelo
enmudecidas campanas
y cumplen su juramento
los horizontes del alba:
la vida toda de día,
sin lastre, pura, flotando
ni en agua, ni en aire, en nada.
En la cúspide radiante
que el metal de mi persona
dilucida y perfecciona,
y en que una mano celeste
y otra de tierra me fincan
sobre la sien la corona;
en la orgía matinal
en que me ahogo en azul
y soy como un esmeril
y central y esencial como el rosal;
en la gloria en que melifluo
soy activamente casto
porque lo vivo y lo inánime
se me ofrece gozoso como pasto;
en esta mística gula
en que mi nombre de pila
es una candente cábala
que todo lo engrandece y lo aniquila;
he descubierto mi símbolo
en el candil en forma de bajel
que cuelga de las cúpulas criollas
su cristal sabio y su plegaria fiel.
¡Oh candil, oh bajel, frente al altar
cumplimos, en dúo recóndito,
un solo mandamiento: venerar!
Embarcación que iluminas
a las piscinas divinas:
en tu irisada presencia
mi humildad se esponja y se anaranja,
porque en la muda eminencia
están anclados contigo
el vuelo de mis gaviotas
y el humo sollozante de mis flotas.
¡Oh candil, oh bajel: Dios ve tu pulso
y sabe que anonadas
en las cúpulas sagradas
no por decrépito ni por insulso!
Tu alta oración animas
con el genio de los climas.
Tú conoces el espanto
de las islas de leprosos,
el domicilio polar
de los donjuanescos osos,
la magnética bahía
de los deliquios venéreos,
las garzas ecuatoriales
cual escrúpulos aéreos,
y por ello ante el Señor
paralizas tu experiencia
como el olor que da tu mejor flor.
Paralelo a tu quimera,
cristalizo sin sofismas
las brasas de mi ígnea primavera,
enarbolo mi júbilo y mi mal
y suspendo mis llagas como prismas.
Candil, que vas como yo
enfermo de lo absoluto,
y enfilas la experta proa
a un dorado archipiélago sin luto;
candil, hermético esquife:
mis sueños recalcitrantes
enmudecen cual un cero
en tu cristal marinero,
inmóviles excelsos y adorantes.
Desde esta cárcel podía
verse el mar, seguirse el giro
de las gaviotas, pulsar
el latir del tiempo vivo.

Esta cárcel es como una
playa: todo está dormido
en ella. Las olas rompen
casi a sus pies. El estío,
la primavera, el invierno,
el otoño, son caminos
exteriores que otros andan:
cosas sin vigencia, símbolos
mudables del tiempo. (El tiempo
aquí no tiene sentido).

Esta cárcel fue primero
cementerio. Yo era un niño
y algunas veces pasé
por este lugar. Sombríos
cipreses, mármoles rotos.
Pero ya el tiempo podrido
contaminaba la tierra.
La hierba ya no era el grito
de la vida. Una mañana
removieron con los picos
y las palas la frescura
del suelo, y todo -los nichos,
rosales, cipreses, tapias-
perdió su viejo latido.
Nuevo cementerio alzaron
para los vivos.

Desde esta cárcel podría
tocarse el mar; mas el mar,
los montes recién nacidos,
los árboles que se apagan
entre acordes amarillos,
las playas que abren al alba
grandes abanicos,
son cosas externas, cosas
sin vigencia, antiguos mitos,
caminos que otros recorren.
Son tiempo
y aquí no tiene sentido.

Por lo demás todo es
terriblemente sencillo.
El agua matinal tiene
figura de fuente...
                    (Grifos
al amanecer. Espaldas
desnudas. Ojos heridos
por el alba fría). Todo
es aquí sencillo,
terriblemente sencillo.

Y así las horas. Y así
los años. Y acaso un tibio
atardecer del otoño
(hablan de Jesús) sentimos
parado el tiempo. (Jesús
habló a los hombres, y dijo:
«Bienaventurados los
pobres de espíritu»).
Pero Jesús no está aquí
(salió por la gran vidriera,
corre por un risco,
va en una barca, con Pedro,
por el mar tranquilo).
Jesús no está aquí. Lo eterno
se desvae, y es lo efímero
-una mujer rubia, un día
de niebla, un niño tendido
sobre la hierba, una alondra
que rasga el cielo-, es lo efímero
eso que pasa y que muda,
lo que nos tiene prendidos.
Sed de tiempo, porque el tiempo
aquí no tiene sentido.

Un hombre pasa. (Sus ojos
llenos de tiempo). Un ser vivo.
Dice: «Cuatro, cinco años...»,
como si echara los años
al olvido.
Un muchacho de los valles
de Liébana. Un campesino.
(Parece oírse la voz
de la madre: «Hijo,
no tardes», ladrar los perros
por los verdes pinos,
nacer las flores azules
de abril...)
              dice «Cuatro, cinco
seis años...», sereno, como
si los echase al olvido.

El cielo, a veces, azul,
gris, morado, o encendido
de lumbres. Dorado a veces.
Derramado oro divino.
De sobra sabemos quién
derrama el oro y da al lirio
sus vestiduras, quién presta
su rojo color al vino,
vuela entre nubes, ordena
las estaciones...
                          (Caminos
exteriores que otros andan).
Aquí está el tiempo sin símbolo
como agua errante que no
modela el río.

Y yo, entre cosas de tiempo,
ando, vengo y voy perdido.
Pero estoy aquí, y aquí
no tiene el tiempo sentido.
Deseternizado, ángel
con nostalgia de un granito
de tiempo. Piensan al verme:
«Si estará dormido...»

Porque sin una evidencia
de tiempo, yo no estoy vivo.
Desde esta cárcel podría
verse el mar -yo ya no pienso
en el mar. Oigo los grifos
al amanecer. No pienso
que el chorro me canta un frío
cantar de fuente. Me labro
mis nuevos caminos.

Para no sentirme solo
por los siglos de los siglos.
Te contaré la historia del bergantín sombrío
que echó un día las anclas en la quietud de un puerto,
para ser en la turbia resaca del hastío,
el ataúd flotante de su pasado muerto.

Allí evocaba el luto de la insignia pirata
y las tripulaciones con su bárbaro coro,
en las fosforescencias de las noches de plata
y en el deslumbramiento de las tardes de oro.

Allí, en largos letargos bajo las nubes lentas,
entre un enloquecido revuelo de gaviotas,
adoraban el soplo brutal de las tormentas,
en sus podridos pliegues, las pobres velas rotas.

Abajo, en la sentina, mortecinos fanales,
moscas y telarañas y barriles flotando,
arriba en la cubierta, náufragos espectrales
agitando los puños hacia el puente de mando.

Ah, las islas del trópico, los dulces archipiélagos
para siempre en los mapas de la mala fortuna,
y un buque torvamente rondando los murciélagos
mientras las mariposas vuelan hacia la luna.

Viejo barco que supo que el confín no es redondo
en las noches siniestras y en las albas felices,
con las anclas hundidas más y más en el fondo
como si de las anclas le nacieran raíces.

Mástiles carcomidos donde las golondrinas
reposan el otoño, como un último ultraje;
timón con verdes costras de lepras submarinas
y brújula sin norte para morir un viaje.

Vientos del sur, o lluvias o locas primaveras,
que poco importa todo para los barcos viejos;
pero un escalofrío crujía en sus maderas
al zarpar otras naves y al perderse a lo lejos.

Allí, escuchando el himno de las resacas gordas,
vaivén de espumas negras que nunca finaliza,
se hubiera dicho un barco cargado hasta las bordas
con un gran contrabando funeral de ceniza.

Y allí estaba, en el puerto, con su largo letargo,
de proa hacia el olvido, muriendo hacia el poniente.
Y, sin embargo un día... Ah, un día, sin embargo,
sopló un viento de rosas, maravillosamente.

Era el sagrado soplo del amor que transfigura
los seres y las cosas en el tiempo sin fin
y le dio un casco nuevo con nueva arboladura
y nueve velas blancas al viejo bergantín.

Y así fue que en la gloria de una alegre mañana,
con la proa hacia el sueño y el timón al azar,
esta vez bajo el mando de gentil capitana,
el bergantín sombrío se echó de nuevo al mar.

Y así acaba este cuento que es más tuyo que mío,
tú, que escuchas mi cuento convertido en canción;
tú, gentil capitana del bergantín sombrío,
del bergantín sombrío que era mi corazón.
La mañana se pasea en la playa empolvada de sol.Brazos.
Piernas amputadas.
Cuerpos que se reintegran. Cabezas flotantes de caucho.Al tornearles los cuerpos a las bañistas, las olas alargan sus virutas sobre el aserrín de la playa.¡Todo es oro y azul!La sombra de los toldos. Los ojos de las chicas que se inyectan novelas y horizontes. Mi alegría, de zapatos de goma, que me hace rebotar sobre la arena.Por ochenta centavos, los fotógrafos venden los cuerpos de las mujeres que se bañan.Hay quioscos que explotan la dramaticidad de la rompiente. Sirvientas cluecas. Sifones irascibles, con extracto de mar. Rocas con pechos algosos de marinero y corazones pintados de esgrimista. Bandadas de gaviotas, que fingen el vuelo destrozado de un pedazo blanco de papel.¡Y ante todo está el mar!¡El mar!... ritmo de divagaciones. ¡El mar! con su baba y con su epilepsia.¡El mar!... hasta gritar                                             ¡basta!
                                                            como en el circo.
Nunca he podido confirmarlo, pero dicen que en plena guerra de las
Malvinas le preguntaron a Borges qué solución se le
ocurría para el conflicto, y él, con su sorna
metafísica de siempre, respondió: "Creo que Argentina y
Gran Bretaña tendrían que ponerse de acuerdo y adjudicar
las Malvinas a Bolivia, para que este país logre por fin su salida al mar".

En realidad, la ironía de Borges (siempre que la cita sea
verdadera) se basaba en una obsesión que está presente en
todo boliviano, ese alguien que siempre parece estar acechando el
horizonte en busca del esquivo mar que le fue negado. Tiene el
Titicaca, por supuesto, pero el enorme lago sólo le sirve para
que crezca su frustración, ya que en vez de conducirlo a otros
mundos, sólo lo conduce a sí mismo.

De todas maneras, cuando algún boliviano llega al mar, aunque
éste sea ajeno, siempre se trata de un blanco, nunca de un
indio. Hubo un indio, sin embargo, nacido junto a las minas de Oruro,
que por un extraño azar pudo alcanzar el mar prohibido.

Debió ser un niño simpático y bien dispuesto, ya
que una dama paceña, que estaba de paso en Oruro y
pertenecía a una familia acaudalada, lo vio casualmente y se lo
trajo a la capital, allá por los años cincuenta.
Rebautizado como Gualberto Aniceto Morales, aprendió a leer y
aprendió a servir. Y tan bien lo hizo, que cuando sus patrones
viajaron a Europa, lo llevaron consigo, no precisamente para ampliar su
horizonte sino para que los auxiliara en menesteres domésticos.

Así fue que el muchacho (que para ese entonces ya había
cumplido quince años) pudo ir coleccionando en su memoria
imágenes de mar: desde la tibieza verde del Mediterráneo
hasta los golfos helados del Báltico. Cuando al cabo de un
año sus protectores regresaron, Gualberto Aniceto pidió
que lo dejaran viajar a su pueblo para ver a su familia.

Allí, en su pobreza de origen, en la humilde y despojada
querencia, ante la mirada atónita y el silencio compacto de los
suyos, el viajero fue informando larga y pormenorizadamente sobre
farallones, olas, delfines, astilleros, mareas, peces voladores, buques
cisternas, muelles de pescadores, faros que parpadean, tiburones,
gaviotas, enormes transatlánticos.

No obstante, llegó una noche en que se quedó sin
recuerdos y calló. Pero los suyos no suspendieron su expectativa
y siguieron mirándolo, esperando, arracimados sobre el piso de
tierra y con las mejillas hinchadas por la coca. Desde el fondo del
recinto llegó la voz del abuelo, todavía inexorable, a
pesar de sus pulmones carcomidos: "¿Y qué más?".

Gualberto Aniceto sintió que no podía defraudarlos.
Sabía por experiencia que la nostalgia del mar no tiene fin. Y
fue entonces, sólo entonces, que empezó a hablar de las sirenas.
Las gaviotas vuelan y nadie
se salva de existir.
Ni aun los compañeros que
murieron y esperan
un mundo sin desprecio. Me siento
en mis cavilaciones, cuido
que no se caigan del amor.
He sido, al menos. Ellos
pagan errores  de la verdad.
Paseo a sus orillas para oír
esos oleajes, esas cuentas, las
profecías de su sombra agitada.
¿De dónde la memoria
llega y se mira
cual si buscara ahora
la fe perdida?

no tiene escapatoria
tierra baldía
el pasado se forma
de tentativas

si acuden las congojas
a nuestra cita
allí donde se posan
quedan cautivas

ya no viene la aurora
como solía
alegre y remolona
puerta del día

guitarras candorosas
sirven de guía
y sus hebras son glorias
que desafinan

el mar pone gaviotas
en las orillas
y el horizonte monta
su lejanía

ya se fue la memoria
desfallecida
y quedamos a solas
con esta vida
Volvieron a encontrarse después de muchos años;
El, como si evocara tiempos dichosos, y ella
Tal cual hilo de plata perdido en los castaños
Cabellos, triste y pálida, mas como siempre bella.

Como dos alas fueron de una ilusión amada,
Pero después la vida los separó inclemente...
Se levantan dos olas en una misma rada,
Y van, con sus rumores, a playa diferente.

Fue en verano, en el parque, frente al mar. La alameda
De pinos, como entonces. En vagas lejanías
Velas blancas; la tarde con suavidad de seda...
Y en un banco sentáronse... el banco de otros días.

(Sonaba un organillo bajo la doble fila
De árboles rumorosos en vesperal concierto,
Y entre el oro y las rosas de la rada tranquila
Volaban las gaviotas en la quietud del puerto).

«Me encontrarás cambiada», dijo triste. «Conmigo
Dura ha sido la vida... muy dura. De nosotros
Fue distinta la suerte, que es a veces castigo,
Felicidad de unos, y lágrimas dé otros».

Y continuó: «La mía... cual tantas... Ilusiones
Con su coro de ensueños... tú sabes... sabes cuándo.
Promesas, esperanzas, primeras emociones,
Después... un alma sola que se quedó esperando».

Y él dijo: «Si nacimos para sufrir, si en calma
Solamente hay instantes en que el dolor se olvida,
¿Porqué en esos instantes no concentrar el alma
Para que alumbren ellos las sombras de la vida?»

«¿Recordar?» ella dijo. «¿Qué conseguir podremos
De lo que ya no existe, de una ilusión borrada?
Si los ojos cerramos, un paraíso vemos,
Mas los ojos abrimos, y todo es sombra... y nada».

(De nuevo el organillo se oyó. Vals de otros días
Conocido por ambos).
                                        Bajó los ojos ella,
Y dijo melancólica: «Tus manos en las mías....
¿Te acuerdas?   Una tarde... viéndonos una estrella».

«¡Ya lo ves!   ¡El recuerdo!... Tú misma te desdices;
Al pasado ¿tu alma no sientes atraída?
Evocas lo lejano, dulces tiempos felices,
¡Y niegas que el recuerdo siempre será la vida!»

(Sonaba el vals, sonaba, y en la tarde radiosa
Iban, bajo los pinos, parejas enlazadas;
Y ella y él, recordando su juventud dichosa,
Como en risueños días, cruzaron las miradas).

Y al separarse, él dijo: «Hay siempre nueva vida,
Y el tronco guarda savia por más hojas que pierda».
«Tal vez»… ella repuso, «más feliz quien olvida»...
Y él dijo pensativo: «Dichoso el que recuerda».
Bajo cristales, en vitrinas,
reposando estáis olvidados,
abanicos de sedas finas
en lejanos tiempos bordados.

Y os abrís, en un sepulcral
silencio, en fondo carmesí,
a la luz de tarde otoñal,
en el Museo de Cluny.

Y al pensar en lo que no existe,
encanto ayer y hoy desengaño,
decir parece el alma triste:
«¿Dónde están las nieves de antaño?»

¿En cuáles manos marfilinas
lucirían vuestros encajes,
en dulces citas vespertinas
bajo los trémulos boscajes?

Corte de los Luises de Francia,
reverencias ante el estrado...
¡Abanicos! ¡Sois la fragancia
Que va surgiendo del pasado!...

Fragancia que se desvanece
en ideal mundo risueño,
mientras el alma se adormece
en una bruma azul de ensueño.

Al veros, llegan a la mente
ecos de fiestas cortesanas,
cuando os plegabais lentamente
como al compas de las pavanas.

«¡Delfín! ¡Callad, os lo suplico!»
decía la rubia Marquesa,
y en tanto, tras el abanico,
reía una boca de fresa.

Restos de antigua aristocracia
que llevó del tiempo el turbión.
¡Cómo os abriríais con gracia
en los jardines del Trianón!

¡Y qué encantadores secretos
guardareis de épocas remotas,
cuando en Versalles, los minuetos
alternaban con las gaviotas!

Abanicos de sedas finas
que durmiendo estáis olvidados,
desde el fondo de las vitrinas
¡cómo evocáis tiempos pasados!
LKenzo Dec 2020
En el campanario retumban las campanas,
las mujeres ya salen de la misa.
Las gaviotas silvan por toda la ciudad,
levantando la vista puedes ver su volar.
Las bombas besaron el pueblo y el fuego;
todo el fuego, abrazó a su gente,
pero a ella, le arropó la tristeza.
Vistió durante siete semanas el *****
siendo vista por las aceras.
Fue el domingo a recoger margaritas al campo
El viento mueve los trigos
las luces de las ventanas
de todas las ventanas
Veo la oscuridad de sus casas.
Las estrellas en la montaña dan fogonazos
de colores violentos
y los animales muerden si te acercas
Dios le ha traicionado y por eso ya no reza
Sangre roja y azul que corre
por una pared blanca
Y en la panadería ya no se habla
solo suena una vieja guitarra
en cada esquina, en cada cuneta
Los olivos quemados de las ramas a la madera,
las naranjas reposando en el suelo
la pasearon por todo el pueblo
para que de su pecado se arrepintiera
Las mantillas y las lagrimas
de aquel día santo
de entre los escombros; su hermano
le llamó y él no respondió,
toda la mañana de aquel día santo
intentó despertarlo.

Ya ha llegado la primavera.

La virgen sostiene un libro
Alyssa y Thalia, dos ángeles preciosos
escuchan la historia con atención,
frutos de Dios, en cambio yo...
La serpiente está dentro de la copa
bebiendo de su vino
embriagándose con sus palabras
pasando cuatro lunas
la vida que crecía,
un baso lleno de lejía
abrasando su esófago,
el engaño
y un cuadro pintado.
Despierta el pueblo.
La noche y el día.
El cielo y el mar.
Las plantas, la poesía.
La luna, el Sol y las estrellas.
Las aves en el cielo y los peces en el océano.
Los animales y al hombre.
El hombre y la poesía.
Y el descenso.
LKenzo Dec 2020
El sonido de las olas, las gaviotas,
el mar en primavera
Vino, miel, rosa de los vientos
¿Cuantos de nosotros cambiaremos?
Antes de que llegue septiembre estaré lejos,
de lo que algún día conociste sobre mi.
En lo alto de las colinas de Hollywood,
tomaré pastillas violetas
Escribiendo todas mis canciones
sobre baratas emociones
¿Cuantas promesas quedarán olvidadas?
Pronunciadas en voz baja
casi como si no las quisieses decir.
Y esta mañana escribiendo me he dado cuenta
de que no te mereces ni siquiera un poema
en el que tu seas el protagonista
y yo la flor que aplastas en tu cerrado puño mientras lloras.
A veces pienso en mi
y es triste. Porque;

¿Cuantas veces he nadado en el mar?
Imaginando el reflejo del cielo al flotar
mirándote a los ojos de verdad
¿Cuantos sueños prometiste no abandonar?
Para luego dejar que murieran,
creo que no he sido la mejor de ellos, al final
Bajo el puente, la hechicera me lo dijo;
tendré los ansiados momentos de felicidad
pero no durarán.
Me querrás un tiempo pero se te pasará
Dormiré por los días,
aunque en las noches me quede despierta.
Tu aliento en mi nuca; el halo; la respiración
Vuelve a decírmelo mañana
me he cansado de ti y de nosotros dos
Los bosques en el norte
que esconden lo que algún día fuiste
estuviste, lo fuiste un tiempo y te fuiste
pero no pasa nada
yo ya no lloro por cualquier cosa.
Tu eres mejor aunque me recuerdes a él
tienes sus manos
tienes tus ganas
tienes mis sueños
tienes tus cosas
nunca me fallas
me haces tan feliz
otra vez, sonreír
sobrevivir
Te fugarás de Los Ángeles
montado en un barco con ruedas
perdóname
hazlo
es la hora
perdónate
solo yo se que no huyes
solo yo se que estás buscando cualquier cosa
para quedarte
por lo que quedarte.

— The End —