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Ustedes cuando aman
exigen bienestar
una cama de cedro
y un colchón especial

nosotros cuando amamos
es fácil de arreglar
con sábanas qué bueno
sin sábanas da igual

ustedes cuando aman
calculan interés
y cuando se desaman
calculan otra vez

nosotros cuando amamos
es como renacer
y si nos desamamos
no la pasamos bien

ustedes cuando aman
son de otra magnitud
hay fotos chismes prensa
y el amor es un boom

nosotros cuando amamos
es un amor común
tan simple y tan sabroso
como tener salud

ustedes cuando aman
consultan el reloj
porque el tiempo que pierden
vale medio millón

nosotros cuando amamos
sin prisa y con fervor
gozamos y nos sale
barata la función

ustedes cuando aman
al analista van
él es quien dictamina
si lo hacen bien o mal

nosotros cuando amamos
sin tanta cortedad
el subconsciente piola
se pone a disfrutar

ustedes cuando aman
exigen bienestar
una cama de cedro
y un colchón especial

nosotros cuando amamos
es fácil de arreglar
con sábanas qué bueno
sin sábanas da igual.
Lesly Jan 2015
No se que hacer? Simplemente no se. Quisiera arreglar las cosas, pero hay cosas que impiden que esto siga. Nunca en mi vida me he sentido así. Nunca en mi vida me he comportado así. Todo está descontrolado. No quiero que te vayas pero no se que hacer para que te quedes. No quiero rogarte. Rogarte no lo haré. Solo déjame amarte. No hagas esto complicado...
Andrés, aunque te quitas la boina cuando paso
y me llamas «señor», distanciándote un poco.
reprobándome -veo- que no lleve corbata,
que trate falsamente de ser un tú cualquiera,
que cambie los papeles -tú por tú, tú barato-,
que no sea el que exiges -el amo respetable
que te descansaría-,
y me tiendes tu mano floja, rara, asusta
como un triste estropajo de esclavo milenario,
no somos dos extraños.
Tus penas yo las sufro. Mas no puedo aliviarte
de las tuyas dictando qué es lo justo y lo injusto.

No sé si tienes hijos.
No conozco tu casa, ni tus intimidades.
Te he visto en mis talleres, día a día, durando,
y nunca he distinguido si estabas triste, alegre,
cansado, indiferente, nostálgico o borracho.
Tampoco tú sabías cómo andaban mis nervios,
ni que escribía versos -siempre me ha avergonzado-,
ni que yo y tú, directos,
podíamos tocarnos, sin más ni más, ni menos,
cordialmente furiosos, estrictamente amargos,
anónimos, fallidos, descontentos a secas,
mas pese a todo unidos como trabajadores.

Estábamos unidos por la común tarea,
por quehaceres viriles, por cierto ser conjunto,
por labores sin duda poco sentimentales
-cumplir este pedido con tal costo a tal fecha;
arreglar como sea esta máquina hoy mismo-
y nunca nos hablamos de las cóleras frías,
de los milagros machos,
de cómo estos esfuerzos serán nuestra sustancia,
y el sueldo y la familia, cosas vanas, remotas,
accesorias, gratuitas, sin último sentido.
Nunca como el trabajo por sí y en sí sagrado
o sólo necesario.

Andrés, tú lo comprendes. Andrés, tú eres un vasco.
Contigo sí que puedo tratar de lo que importa,
de materias primeras,
resistencias opacas, cegueras sustanciales,
ofrecidas a manos que sabían tocarlas,
apreciarlas, pesarlas, valorarlas, herirlas,
orgullosas, fabriles, materiales, curiosas.
Tengo un título bello que tú entiendes: Madera,
Pino rojo de Suecia y Haya brava de Hungría,
Samanguilas y Okolas venidas de Guinea,
Robles de Slavonía y Abetos del Mar Blanco,
Pinoteas de Tampa, Mobile o Pensacola.

Maderas, las maderas humildemente nobles,
lentamente crecidas, cargadas de pasado,
nutridas de secretos terrenos y paciencia,
de primaveras justas, de duración callada,
de savias sustanciadas, felizmente ascendentes.
Maderas, las maderas buenas, limpias, sumisas,
y el olor que expandían,
y el gesto, el nudo, el vicio personal que tenían
a veces ciertas rollas,
la influencia escondida de ciertas tempestades,
de haber crecido en esta, bien en otra ladera,
de haber sorbido vagas corrientes aturdidas.

Hay gentes que trabajan el hierro y el cemento;
las hay dadas a espartos, o a conservas, o a granos,
o a lanas, o a anilinas, o a vinos, o a carbones;
las hay que sólo charlan y ponen telegramas
mas sirven a su modo;
las hay que entienden mucho de amiantos o de grasas,
de prensas, celulosas, electrodos, nitratos; 
las hay, como nosotros, dadas a la  madera,
unidas por las sierras, los tupis, las machihembras,
las herramientas fieras del héroe prometeico
que entre otras nos concretan
la tarea del hombre con dos manos, diez dedos.

Tales son los oficios. Tales son las materias.
Tal la forma de asalto del amor de la nuestra,
la tuya, Andrés, la mía.
Tal la oscura tarea que impone el ser un hombre.
Tal la humildad que siento. Tal el peso que acepto.
Tales los atrevidos esfuerzos contra un mundo
que quisiera seguirse sin pena y sin cambio,
pacífico y materno,
remotamente manso, durmiendo en su materia.
Tales, tercos, rebeldes, nosotros, con dos manos,
transformándolo, fieros, construimos un mundo
contra naturaleza, gloriosamente humano.

Tales son los oficios. Tales son las materias.
Tales son las dos manos del hombre, no ente abstracto.
Tales son las humildes tareas que precisan
la empresa prometeica.
Tales son los trabajos comunes y distintos;
tales son los orgullos, las rabias insistentes,
los silencios mortales, los pecados secretos,
los sarcasmos, las llamas, los cansancios, las lluvias;
tales las resistencias no mentales que, brutas,
obligan a los hombres a no explicar lo que hacen;
tales sus peculiares maneras de no hablarse
y unirse, sin embargo.

Mira, Andrés, a los hombres con sus manos capaces,
con manos que construyen armarios y dínamos,
y versos y zapatos;
con manos que manejan furiosas herramientas,
fabrican, eficaces, tejidos, radios, casas,
y otras veces se quedan inmóviles y abiertas
sobre ese blanco absorto de una cuartilla muerta.
Manos raras, humanas;
manos de constructores, manos de amantes fieles
hechas a la medida de un seno acariciado;
manos desorientadas que el sufrimiento mueve
a estrechar fuertemente, buscando la una en la otra.

Están así los hombres
con sus manos fabriles o bien sólo dolientes,
con manos que a la postre no sé para qué sirven.
Están así los hombres vestidos, con bolsillos
para el púdico espanto de esas manos desnudas
que se miran a solas, sintiéndolas extrañas.
Están así los hombres y, en sus ojos, cambiadas,
las cosas de muy dentro con las cosas de fuera,
y el tranvía, y las nubes, y un instinto -un hallazgo-,
todo junto, cualquiera,
todo único y sencillo, y efímero, importante,
como esas cien nonadas que pasan o no pasan.

Mira, Andrés, a los hombres, ya sentados, ya andando,
tan raros si nos miran seriamente callados,
tan raros si caminan, trabajan o se matan,
tan raros si nos odian, tan raros si perdonan
el daño inevitable,
tan raros que si ríen nos enseñan los dientes,
tan raros que si piensan se doblan de ironía.
Mira, Andrés, a estos hombres.
Míralos. Yo te miro. Mírame si es que aguantas.
Dime que no vale la pena de que hablemos,
dime cuánto silencio formó tu ser obrero,
qué inútilmente escribo, qué mal gusto despliego.

Mira, Andrés, cómo estamos unidos pese a todo,
cómo estamos estando, qué ciegamente amamos.
Aunque ya las palabras no nos sirven de nada,
aunque nuestras fatigas no puedan explicarse
y se tuerzan las bocas si tratamos de hablarnos,
aunque desesperados,
bien sea por inercia, terquedad o cansancio,
metafísica rabia, locura de existentes
que nunca se resignan, seguimos trabajando,
cavando en el silencio,
hay algo que conmueve y entiendes sin ideas
si de pronto te estrecho febrilmente la mano.
La mano, Andrés. Tu mano, medida de la mía.
Tengo tu mismo color
Y tu misma procedencia.
Somos aroma y esencia
Y amargo es nuestro sabor.
Tú viajaste a Nueva York
Con visa en Bab-el-Mandeb,
Yo mi Trópico crucé
De Abisinia a las Antillas.
Soy como ustedes semillas.
Son un grano de café.
En los tiempos coloniales
Tú me viste en la espesura
Con mi liana a la cintura
Y mis abóreos timbales.
Compañero de mis males,
Yo mismo te trasplanté.
Surgiste y yo progresé:
En los mejores hoteles
Te dijeron ¡qué bien hueles!
Y yo asentí "¡uí, mesié!".
Tú: de porcelana fina,
Cigarro puro y cognac.
Yo de smoking, yo de frac,
Yo recibiendo propina.
Tú a la Bolsa, yo a la ruina;
Tú subiste, yo bajé...
En los muelles te encontré,
Vi que te echaban al mar
Y ni lo pude evitar
Ni a las aguas me arrojé.
Y conocimos al Peón
Con su "café carretero",
Y hablando con el Obrero
Recorrimos la nación.
Se habló de revolución
Entre sorbos de café:
Cogí el machete... dudé,
¡Tú me infundiste valor
Y a sangre y fuego y sudor
Mi libertad conquisté...!
Después vimos al Poeta:
Lejano, meditabundo,
Queriendo arreglar el mundo
Con una sola cuarteta.
Yo, convertido en peseta,
Hasta sus plantas rodé:
¡Qué ojos los que iluminé,
Que trilogía formamos
Los pobres que limosneamos
El Poeta y su café...!
Tengo tu mismo color
Y tu misma procedencia,
Somos aroma y esencia
Y amargo es nuestro sabor...
¡Vamos hermanos, valor,
El café nos pide fe;
Y Changó y Ochún y Agué
Piden un grito que vibre
Por nuestra América Libre,
Libre como su café!
Alan Eshban May 2017
A tu lado estar, a tu lado caminar, el pasar tiempo juntos, el arreglar problemas juntos, el pasar momentos felices y tristes no es más que solo un sueño mío.
El sentirse solo sin apoyo alguno, es como estar en algún otro siglo, en el cual yo no me identifico.
Me podré sentir perdido en el tiempo, pero aún más cuando yo a usted la miro.
Ya que su mirada es más hermosa que las rosas.
Si la tendría que describir a usted, hermosa dama, serias como el arca de la alianza,¿porque?, porque solo te puedo ver, pero nunca sentir.
Pero todos sabemos que el solo ver no es lo mismo que el tocar, sostener, mucho menos el ser.
Vivir a aprender la vida, sin tener éxito en mi amorío, aunque mis lágrimas formen un río y el corazón dolor sentir como si en mil pedazos estuviera partido.

— The End —