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Madelle Calayag Jan 2020
Maaga kong nilisan
ang lupang sakahan
Tinahak ang lugar
na maingay at magara,
ito pala ang Maynila.

‘di napigilan ng tirik na araw
ang aming pagkukumpulan.

Nagkamayan
kaming magkakabrad,
Simula na ng himagsikan.

Sariwa pa sa alala
kung pa’no
kami inagrabyado.
Itinulak.
Binugbog.
Tinakot.
Ginamitan ng dahas.

Sa plano ng gobyerno
kami pa rin pala ang talo.

Paano pa kami mabubuhay
kung wala ng lupang mapagtatamnan?

Akala ko sa bundok
o gubat lang may ahas
-yun ay sa akala ko lang pala.

Sa’ming magsasaka’y
Kumukulapot ang putik
Ngunit
sa inyong mga nakabarong,
animoy
walang duming nakabahid.

Sa inakala kong
tubig lang ang maaaring
idilig,
Dugo
pala nami’y pwede ring
pumatik.
Tila ba ang gobyerno’y namamanhid.

Nasaan na
ang pinangako nyong
libreng abono?

Ginawa nyo na bang pataba
sa mga bulsa nyo!?

Sa pagpunta
ng mga imperyalistang bansa,
Matutulugan
pa ba kaming mga dukha?
Makatatayo ako
sa aking pagkakadapa
Ngunit
ang bayan
kong nakalugmok ,
makakaahon pa kaya?
I wrote this four years ago for the Filipino farmers
Don Juan Rodríguez Fresle... sabréis quién fue Don Juan,
No aquel de la leyenda, sevillano galán
Que escalaba conventos, sino el burlón vejete,
Buen cristiano, que oía siempre misa de siete,
La ancha capa luciendo, ya un poco deslustrada,
Que le dejó en herencia Jiménez de Quesada;
Que fue amigo de Oidores, vivaz, dicharachero,
Que escribió muchas resmas de papel, y «El Carnero»;
Que de un tiempo lejano, casi desconocido,
Supo enredos y chismes, que narró y se han perdido;
Tiempo dichoso, cuando (lo que es y lo que fue)
tan sólo tres mil almas tenía Santa Fe,
Y ahora, según dicen, casi 300.000,
Con «dancings», automóviles, cines, ferrocarril
Al río, clubs, y todo lo que la mente fragua
En «confort» y progreso, verdad... ¡pero sin agua!
Tiempo de las Jerónimas, Tomasas, Teodolindas,
De nombres archifeos, pero de cara, lindas,
Y que además tenían, de Oidores atractivo,
Lo que en todas las épocas llaman «lo positivo»;
Cuando no acontecía nada de extraordinario,
Y a las seis, en las casas, se rezaba el rosario;
Días siempre tranquilos y de hábitos metódicos,
Sin petróleos, reclamos de ingleses ni periódicos,
Y cuando con pañuelos, damas de alcurnias rancias
Tapaban, en el cuello, ciertas protuberancias,
Que alguien llamó «colgantes, molestos arrequives»,
Causados por las aguas llovidas o de aljibes;
Cuando como en familia se arreglaban las litis
Y nadie sospechaba que hubiera apendicitis;
Cuando en vez de champaña se obsequiaba masato
De Vélez, y era todo barato, muy barato,
Y tanto, que un ternero (y eso era «toma y daca»)
Lo daban por un peso y encimaban la vaca;
Cuando las calles eran iguales en un todo
A éstas, polvo en verano, y en el invierno, lodo,
Por donde hoy es difícil que los «autos» circulen,
Y esto, cual muchos dicen, por culpa de la Ulen,
Mas afirman (en crónicas muchas cosas yo hallo)
Que entonces las visitas se hacían a caballo,
Y hoy ni así, pues es tanta la tierra que bazucan
Que en tan grandes zanjones los perros se desnucan.

Pero basta de «Introito», porque caigo en la cuenta
De que esto ya está largo...
                                                    Fue en 1630
O 31. A veces se me va la memoria
Y siempre quitan tiempo las consultas de Historia,
Y en años -no habrá nadie que a mal mi dicho tome-
Una cuarta de menos o de más no es desplome.
(Y antes de que los críticos se me vengan encima
Digo que «treinta» y «cuenta» no son perfecta rima,
Pero tengo en mi abono que ingenios del Parnaso,
Por descuido, o capricho, o por salir del paso,
Que es lo que yo confieso me ocurre en este instante,
Hicieron «mente» y «frente», de «veinte» consonante).

Diré, pues: «Hace siglos». Mi narración, exacta
Será, cual de elecciones ha sido siempre una acta,
Y escribiendo: «Hace siglos», nadie dirá que invento
O adultero las crónicas.
                                            Y sigo con mi cuento.
Don Juan Rodríguez Fresle (así yo di principio
A esta historia, que alguno dirá que es puro ripio);
Don Juan, en aquel día (la fecha no recuerdo
Pues en fechas y números el hilo siempre pierdo,
Aunque ya es necesario que la atención concentre
Y de lleno, en materia, sin más preámbulos entre).

Don Juan, el de «El Carnero», yendo para la Audiencia,
Donde copiaba Cédulas, le hizo gran reverencia
Al Arzobispo Almansa, que en actitud tranquila
A los trabajadores en el atrio vigila.
(Se decía «altozano», pero «atrio»
escribo, porque
No quiero que un «magíster» por tan poco me ahorque).

Debéis saber que entonces, frente a la Catedral
El agua de las lluvias formaba un barrizal,
Y para que los fieles cuando entraban a misa
Evitaran el barro de las charcas, aprisa
Puentecitos hacían frailes y monaguillos
Con tablas y cajones y piedras y ladrillos.

(Pobres santafereñas: tendrían malos ratos
Cuando allí se embarraban enaguas y zapatos,
Y también los tendrían los pobres «chapetones»
Porque sabréis que entonces no había zapatones.
Que yo divago mucho, me diréis impacientes;
Es verdad, pero tengo buenos antecedentes,
Como Byron, y Batres y Casti, el italiano,
A quienes en tal vicio se les iba la mano;
Mas sé que al que divaga poca atención se presta,
Y os prometo que mi última divagación es ésta).

Y sigo: El Arzobispo con el breviario en mano,
El atrio dirigía -que él llamaba «altozano».
Aquéllo a todas horas parecía colmena:
Unos, la piedra labran, traen otros arena
Del San Francisco, río donde pescando en corro
Se veía a los frailes, y que hoy es simple chorro.
Apresurados, otros, traen cal y guijarros.
Grandes yuntas de bueyes, tirando enormes carros
Llegan.
              El Arzobispo, puesta en Dios la esperanza,
Ve que es buena su obra. Y el altozano avanza.

Don Juan Rodríguez Fresle, la tarde de aquel día,
«Estas misas parece que acaban mal», decía.
Luego se santiguaba, pues no sé de qué modo,
De la vida de entonces era el sabelotodo.

El Marqués de Sofraga, Don Sancho; a quien repugna
Santa Fe; con Oidores y vasallos en pugna
Y con el Arzobispo, sale al balcón, y airado,
Airado como siempre, viendo que el empedrado
A su palacio llega cerrándole la entrada
A su carroza, grita con voz entrecortada
Por la cólera: «¡Basta! Se ha visto tal descaro?
Al que no me obedezca le costará muy caro.
Quiero franca mi puerta!»
                                                  Todos obedecieron,
Y dejando herramientas, aquí y allá corrieron.

Viendo esto los Canónigos que salían del coro,
Tiraron los manteos, y sin juzgar desdoro
El trabajo, que sólo a débiles arredra,
La herramienta empuñaron para labrar la piedra.
Luego vinieron frailes, vinieron monaguillos;
Y sonaban palustres, escoplos y martillos.

Don Juan Rodríguez Fresle, la tarde de aquel día,
De paseo a San Diego, burlón se sonreía,
Pensando en los Canónigos que en trabajos serviles
Estaban ocupados cual simples albañiles.

Ya de noche, a su casa fue y encendió su lámpara.
Cenó, rezó el rosario, después apartó el pan para
Su desayuno. (Advierto como cosa importante
Que «pan» y «para», juntos, son un buen consonante
De «lámpara». Es sabido que nuestra lengua, sobre
Ser difícil, en rimas esdrújulas es pobre,
Mas cargando el acento sobre «pan», y si «para»
Sigue, las dos palabras sirven de rima rara).

(Y el pan guardaba, porque con el vientre vacío
No gustaba ir a misa, y entonces por el frío
O miedo a pulmonías, en esta andina zona
Eran los panaderos gente muy dormilona;
Y Don Juan que fue en todo previsor cual ninguno,
No salía a la calle jamás sin desayuno).
Prometí los paréntesis suprimir, y estoy viendo
Que en esto de promesas ya me voy pareciendo
A todos los políticos tras la curul soñada:
Que prometen... prometen, pero no cumplen nada.

«¿Y qué fin tuvo el atrio?» diréis quizás a dúo.
Es verdad. Lo olvidaba. La historia continúo,
Sin que nada suprima ni cambie, pues me jacto
De ser de viejas crónicas siempre copista exacto,
Y porque a mano tengo de apuntes buen acopio
Que en polvosos archivos con buen cuidado copio.
Y como aquí pululan gentes asaz incrédulas,
Me apoyo siempre en libros, o Crónicas o Cédulas;
Y para que no afirmen que es relumbrón de talco
Cuanto escribo, mis dichos en la verdad yo calco,
Pues perdón no merece quien por la rima rica
A pasajero aplauso la Historia sacrifica,
La Historia, que es la base del patrimonio patrio...

Y os oigo ya impacientes decirme:
                                                              -«¿Pero el atrio?»
El atrio... Lo olvidaba, y hasta a Rodríguez Fresle;
Mas sabed que en Colombia, y en todas partes, esle
Necesario al poeta que busque algún remanso
En las divagaciones, y es divagar, descanso;
Porque es tarea dura, que aterra y que contrista,
Pasar a rima, y verso la prosa ele un cronista,
Que tan sólo a la prosa de diaristas iguala,
La que en todos los tiempos ha sido prosa mala;
Y aunque en rimas y verso yo sé que poco valgo,
Veré si de este apuro con buena suerte salgo...
Y en olla fío, porque... repararéis, supongo,
Que nunca entre hemistiquios, palabra aguda pongo,
Ni hiato, y de dos llenas no formo yo diptongo
Como hizo Núñez ele Arce (Núñez de Arce ¡admiraos!
Que en dos o tres estrofas nos dijo «cáus» por «caos»,
Y hay poetas, y buenos, de fuste y nombradía,
Que hasta en la misma España ¡qué horror! dicen
«puesía»,
Cual si del Arte fuera, para ellos, la Prosodia
De nuestra hermosa lengua, ridícula parodia);
Que duras sinalefas nunca en un verso junto
Y que jamás el ritmo, cual otros, descoyunto,
Porque eso siempre indica pereza o ningún tino,
Y al verso quita encanto, más al alejandrino,
Que es sin duela el más bello, que más gracia acrisola,
Entre todos los versos en Métrica española.
Que lo digan Valencia, Lugones y Chocano,
todos ellos artífices del verso castellano,
Y que al alejandrino, que es rítmico aleteo,
Dan el garbo y la música que adivinó Berceo.

Y sigo con el atrio.
                                Después de madrugada
Volvieron los canónigos a la obra empezada.

Al Marqués de Sofraga la ira lo sofoca.
Alcaldes, Regidores al Palacio convoca;
Y Alcaldes, Regidores, ante él vienen temblando,
Y díceles colérico: «¡A obedecer! Os mando
Que a todos los Canónigos llevéis a la prisión.
Mis órdenes, oídlo, mandatos del Rey son».

Don Juan Rodríguez Fresle rezó cual buen cristiano;
No escribió, y sin reírse se acostó muy temprano,
Porque muy bien sabía que el Marqués no se anda
Por las ramas, con bromas, y cuando manda, manda.
Mas desvelado estuvo pensando y repensando
En la noche espantosa que estarían pasando
Sin dormir, los Canónigos, en cuartucho sombrío
De la cárcel, sin camas, y temblando de frío.

La siguiente mañana no hubo sol.
                                                              Turbio velo
De llovizna y de brumas encapotaba el cielo.

Fray Bernardino Almansa llega a la Catedral.
Está sobrecogida la ciudad colonial.
Salmos penitenciales se elevan desde el coro,
Y en casullas y capas brilla a la luz el oro.
El Prelado aparece como en unción divina
En el altar, y toda la multitud se inclina;
Entre luces ele cirios destella el tabernáculo;
Hay indecible angustia y hay dolor. Alza el báculo,
Y mientras que en la torre se oye el gran esquilón,
Erguido el Arzobispo lanza la excomunión.
Alcaldes, Regidores, todos excomulgados
Porque al Cielo ofendieron.
                                                  Los fieles congregados
En la Iglesia, de hinojos, y en cruz oraban.

                                                                            Fue
Aquel día de llanto y duelo en Santa Fe.
Cerradas se veían las puertas y ventanas,
Y en todas las iglesias doblaban las campanas.

Don Juan Rodríguez Fresle se dijo: «¡Ya está hecho!»
Se dio, cual buen cristiano, tres golpes en el pecho;
Pero volvió de pronto su espíritu zumbón,
Y pensando en la hora suprema del perdón,
Vio a los excomulgados con sus blancos ropones,
Al cuello sendas sogas, y en las manos blandones,
Y murmuró: «Del cielo la voluntad se haga,
Donde las dan, las toman. Quien la debo la paga».

Y escribiendo, escribiendo, la noche de aquel día,
De los excomulgados, socarrón se reía,
Porque le fue imposible su sueño conciliar
Sin que viera en las sombras por su mente pasar
Regidores y Alcaldes, cada uno en su ropón,
Cual niños que reciben primera comunión.

Don Juan Rodríguez Fresle, siempre que los veía,
Del ropón se acordaba y a solas se reía.
El aura popular me trajo un día
Un nombre que la fama y la victoria
Coronaron de luz y poesía
En la tierra del arte y de la gloria.

Brotando del estruendo de la guerra,
De patricia virtud germen fecundo,
Cruzó como relámpago la tierra,
Y como himno triunfal vibró en el mundo.

Símbolo de una causa redentora,
Conquistó aplausos, lauros, alabanza,
Y brilló sobre Italia como aurora
De libertad, de unión y de esperanza.

¡Garibaldi! con júbilo exclamaba
Entusiasmado el pueblo por doquiera,
Y América ese nombre lo agregaba,
Como nuevo blasón, a su bandera.

¡Oh titán indomable! tú traías
Sobre tu fe la inspiración del cielo,
Y eras para tus pueblos el Mesías
Anunciado por Dante y Maquiavelo.

En la lucha león, niño en el trato,
Clemente y fraternal con los vencidos,
Fue tu palabra el toque de rebato
Que despertó los pueblos oprimidos.

Por donde quiera que tu faz asoma,
Su salvador el pueblo te proclama,
Y Bolonia, Milán, Nápoles, Roma,
Responden a tu esfuerzo y a tu fama.

Es de un hijo de Esparta tu bravura;
Fuego de Grecia en tu mirar entrañas;
Y en el Tirol tu bíblica figura
Parece un semidiós de las montañas.

Tu abnegación sublime me conmueve;
No es mi laúd quien tu alabanza entona:
La eterna voz del siglo diez y nueve
Por todo el mundo tu valor pregona.

Tuviste siempre corazón entero
Donde ningún remordimiento anida,
Pecho de bronce, voluntad de acero,
Ojos radiantes de esperanza y vida.

Marino en la niñez, acostumbrado
A combatir la tempestad a solas,
Diste a tu genio el vuelo no domado
Del huracán al encrespar las olas.

No me asombra en Egipto Bonaparte
Que las altas pirámides profana;
Me admiras tú, clavando tu estandarte
En la desierta pampa americana.

Al César vencedor el turbio Nilo
Aun en sus ondas con terror retrata,
Mientras tu rostro escultural, tranquilo
En su cristal azul dibuja el Plata.

¿Dónde habrá más virtud y más
nobleza:
En el que al mundo en su ambición oprime,
O en el que, sin corona en la cabeza,
Unifica su patria y la redime?

¡Eras un gladiador! Te halló más fuerte
Que un cedro de los Alpes tu destino.
Forma, desde tu cuna hasta tu muerte,
Un bosque de laureles tu camino.

Cuando la hiel de todos los dolores
Cayó en tu abierto corazón de atleta,
Fue la cruz de los grandes redentores
La visión de tu numen de profeta.

Viendo en toda la Italia una familia,
Tanto te sacrificas en su abono,
Que cuando audaz conquistas la Sicilia,
Por no romper la unión, la das al trono.

¡Bendigo tu misión! El mundo ingrato,
Que hoy aplaude tu nombre y lo venera,
Olvidará que fuiste un Cincinato
En tu retiro augusto de Caprera.

Negará que tu te republicana,
Iluminando siempre tu horizonte,
Brilló en Palermo, deslumbró en Mentana,
E irradió como sol en Aspromonte.

Olvidará también que tus legiones
Llevaron siempre combatiendo, fieles,
Por escudos sus nobles corazones,
Las glorias de la patria por laureles.

Mas no podrá negar que, entre prolijos
Goces, te vimos con amor profundo,
Dar tu sangre y la sangre de tus hijos
Por defender la libertad del mundo

No sólo Roma con viril acento
Ensalzará tu nombre, ilustre anciano,
Que ya dejas perpetuo monumento
En cada corazón americano.

Francia se enorgullece con tu nombre;
Méjico rinde culto a tu memoria;
Y no hay una nación que no se asombre
De tu fe, de tu genio y de tu gloria.

Sirva a los pueblos libres de amuleto
Tu nombre, que la historia diviniza,
Y el mundo mire siempre con respeto
El ánfora que guarde tu ceniza.

La República fue tu culto santo
La unión de Italia tu ambición suprema,
La blusa roja tu purpúreo manto,
Y el gorro frigio tu imperial diadema.
Tenías un rebozo en que lo blanco
iba sobre lo gris con gentileza
para hacer a los ojos que te amaban
un festejo de nieve en la maleza.
Del rebozo en la seda me anegaba
con fe, como en un golfo intenso y puro,
a oler abiertas rosas del presente
y herméticos botones del futuro.
(En abono de mi sinceridad
séame permitido un alegato:
entonces era yo seminarista
sin Baudelaire, sin rima y sin olfato).
¿Guardas, flor del terruño, aquel rebozo
de maleza y de nieve,
en cuya seda me adormí, aspirando
la quintaesencia de tu espalda leve?
Leydis Nov 2017
Ella siempre al asecho
con su infinita paciencia
con una taza de café te espera,
en la penumbra de la noche,
cuando el sol no quiere quimeras.
Y, yo, calladamente espero,
con mi callada fortaleza,
esperando el momento,
para hablarle de primaveras.

Y ella, aveces te espera con dos copas rebosadas, para frívolamente,
brindar por tu fracaso ...
Ese, que a ti te parte el alma,
pero a ella la enaltece...
Ya que nuevamente, como fiel novio aturdido, a ella regresas!!

Soledad infame,
eres del amor
su perra amante,
y lo destruyes no por amor, sino,
para que en ti se refugie,
pero él no te quiere,
y, nunca te querrá,
porque estás vacia
y, nada crece a tu pasar.

Más yo, sin premura,
con mi eterna dulzura
a mi, siempre regresará,
pues yo converso con su alma,
y poseo las herramientas para
darle un nuevo despertar.

Es que querida,
muy a pesar del tiempo,
nunca entenderás,
que el amor se hizo de la esperanza,
y por más que lo seduzcas,
a mi él siempre regresará.

Es que te enfocas en destruirlo
y yo en renovar.
Es que yo he sido para el amor,
la luna que brilla en el ancho mar.

Así, que no festejes mucho querida,
tu tiempo limitado esta,
como lo son tus promesas...
¡infértiles!.ya que no tienes
el abono para tu tierra fertilizar.

LeydisProse
11/27/2017
https://m.facebook.com/LeydisProse/

— The End —