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Natalia Rivera Jun 2015
Quisiera guardar la aurora boreal  en una pequeña caja de cristal, y colocarla en mi tina.
Para que cuando me bañe, sea la luz tenue que me ilumine mi cuerpo.
Tomar las corrientes del río y echarles burbujas, que los cuatro vientos me las ponga a volar.
Pintar el cielo de verde y el suelo de turquesa.
Por mis venas corre el tequila y en mis oídos  tus cuadros me cantan la brisa de las praderas.
Miro el collar de estrellas que me hiciste, y el traje que siempre me quitaste.
La luna baja a besarme la ausencia de tus manos y me ahogo en el pensamiento de que te amo.
Dulce niño de ojitos morenos,me tienes en un embrujo.
Me revuelcas el alma con besos, y tus manos me hacen vivir el cielo.
Expo 86' Sep 2015
Forçado a um habito falho
Esfaqueando a face que eu sou
Encimentando um mundo que mal começou
Estrangulando todos os meus pensamentos

Oh, mergulhe no meu coração
E acenda a alma da minha substancia
E se apresente como meu purgatorio
Enquanto eu me balanço nessa rede de discórdia
Sobre essa mar de ruinas

Me afaste dessas fraquezas
Me ilumine com seus pesadelos
E acabe com minha juventude
Com seus sonhos doentios
Natalia Rivera May 2015
Me muero a diario, a veces para ver quien me extraña.
Otras para encontrarme con personas que ya están muertas,
O para estar sola; me muero a diario.

Me muero porque se me va la vida.
Porque me ahoga la almohada,
Porque mi botella de Merlot esta vacía.
Porque el viento no me canta; me muero.

Muero, y los colores desaparecen
Las letras se derriten y a mis versos
Se los lleva el mar.
Me muero.

No hay luz que ilumine mis caminos,
No hay voces que me atormenten,
Solo es un vacío oscuro, un abismo.
Ahí he caído, ahí he muerto.
De esos días que suelo morirme, y solo el puede revivirme.
No el mar, sino esta fuente junto al mar.
Y la ciudad, detrás. (Qué importa la ciudad.
La ciudad era tiempo: primero, Roma y sus murallas,
y sucesivamente, peces de barras rojas en el lomo,
rejerías y olivas, el poderío de las naves
de la Corona de Aragón.
Más tarde, un diálogo de humos).

La ciudad era un diálogo de aguas
-la fuente, el mar-; la vida, un diálogo de aguas,
una chiquillería desnudita y morena.
Y un griterío, un amontonamiento
en aquel aire cálido.
Y olor a hogueras, que no tienen tiempo.
Siempre a espaldas del tiempo.
Y nada más que ojos oscuros
para mirar, mirar, mirar...
Esto ocurría en lo que llaman,
los que no son de nuestra raza, pasado.

De noche me acercaba a las olas.
Las olas no ocultaban ruiseñores
como el agua del cántaro que yo apoyaba en la cadera.
De noche, entre las olas, de cara al tiempo congelado,
sonaba el mar a hojas de otoño, pisoteadas por los pájaros.
Ceñía mis tobillos de diamantes.
Allí era el reino del vaivén, del ritmo,
de lo eterno acunado. El mar tampoco,
como si fuera de mi raza, se encadenaba al tiempo.

Sonaba en mis oídos el ruiseñor del agua de la fuente,
oía los rumores del mundo.
Mi sangre era el mar mismo.
Me contagiaba de su movimiento.
Me enseñaban las olas a no morir jamás.
Lo sin tiempo es la muerte. Y aquello, el ritmo,
el tiempo vivo, pero detenido; algo que no conoce
ni principio ni fin, que no parte ni llega.
Era el mar y la fuente junto al mar.
Y entre los dos estaba yo.

Igual que ahora. Nuevamente unidos.
Cuántos racimos de años habrá exprimido el mar.
Por cuántos sitios -horas y lugares, qué sé yo-,
lo que dicen países, he llevado el centelleo de la espuma,
el oleaje de la llama...
Es posible que yo parezca diferente.

También quizás la fuente parezca diferente a los demás.
Yo no lo sé. Juntos estamos el mar, la fuente, yo.
Vinieron las autoridades,
artistas, periodistas, gentes que leen mi nombre en los periódicos.
Me dijeron que era mía la fuente
(cómo podían darme lo que era mío, mi vida, el mar, las nubes).
No pudieron matar mi vida, restituirme al tiempo,
cuando hablaban y hablaban del ayer, la gitana
de Somorrostro, y otra vez aquello del arte y de la gloria,
y más palabras sin sentido
que siguen pronunciando mientras me acerco hasta mi fuente,
y adorno mis muñecas con sus helados brazaletes,
y humedezco mis sienes, mezclo sus aguas con mis lágrimas.
Porque ahora pienso que he olvidado el cántaro,
y la tarde se queda sin ruiseñor que la ilumine,
y tengo miedo de volver sin agua,
y no sé dónde está el cántaro
y mi madre me va a reñir
porque a ver cómo vamos a guisar,
a lavar la ropita de los niños...
Y yo no sé qué le diré para que pueda comprenderlo.
Esto que escribo ahora es el postrero
son de mi pobre lira fatigada,
la mano de escribir está cansada
y el corazón me dice que me muero.

Canto de cisne moribundo, quiero
te ilumine como una llamarada
y te deje por siempre señalada
a la contemplación del mundo entero.

Ahora a vivir lo poco que nos queda,
yo cada vez más hierro y tú más seda,
trazo tu nombre una vez más, Dalmira.

Y ya que al lado mío estás callando
inclina sobre mi hombro el cuello blando
baja los ojos lentamente y mira.
Yo tuve un ideal, ¿en dónde se halla?
Albergué una virtud, ¿por qué se ha ido?
Fui templario, ¿do está mi recia malla?
¿En qué campo sangriento de batalla
me dejaron así, triste y vencido?
¡Oh, Progreso, eres luz! ¿Por qué no llena
su fulgor mi conciencia? Tengo miedo
a la duda terrible que envenena,
y me miras rodar sobre la arena
¡y, cual hosca vestal, bajas el dedo!
¡Oh!, siglo decadente, que te jactas
de poseer la verdad, tú que haces gala
de que con Dios, y con la muerte pactas,
devuélveme mi fe, yo soy un Chactas
que acaricia el cadáver de su Atala...
Amaba y me decías: «analiza»,
y murió mi pasión; luchaba fiero
con Jesús por coraza, triza a triza,
el filo penetrante de tu acero.
¡Tengo sed de saber y no me enseñas;
tengo sed de avanzar y no me ayudas;
tengo sed de creer y me despeñas
en el mar de teorías en que sueñas
hallar las soluciones de tus dudas!
Y caigo, bien lo ves, y ya no puedo
batallar sin amor, sin fe serena
que ilumine mi ruta, y tengo miedo...
¡Acógeme, por Dios! Levanta el dedo,
vestal, ¡que no me maten en la arena!
En el núcleo de nuestro ser,  
late un impulso ancestral,  
una llama que nos trajo aquí,  
que nos une al ritmo universal.  

No temas mirarlo de frente,  
es energía pura, sin disfraz.  
No es culpa, no es pecado,  
es el motor que nos da paz.  

Como un diamante en bruto,  
el deseo espera tu toque,  
para ser tallado con conciencia,  
y convertirse en amor que ilumine tu camino.  

No se trata de negarlo o esconderlo,  
sino de entender su raíz profunda.  
Es una fuerza que nos habita,  
y de ella brota la vida que nos circunda.  

La existencia entera lo celebra,  
en cada flor, en cada mar,  
porque el **** es el origen,  
no el final, sino el empezar.  

Así que abrázalo con sabiduría,  
conviértelo en meditación y luz.  
Porque de esa energía naces tú,  
y en ella reside tu esencia, tu cruz.  
By Nasly Castillo

— The End —