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Nicole Apr 2015
Él,
de cabellera nevada, ojos tierra, piel arena clara acentuada por los surcos que definen sus primaveras y de postura erguida.
Pasa sus días en la rural, sintiendo la refrescante brisa que acaricia cada robusta extremidad.
En la inspección diaria de sus yagrumos, su mente relata la aparición de sus hijos, verlos crecer y cómo tomaron caminos apartes.
Las visitas se tornaron trimestrales y en ocaciones más tardías.
Añora esos momentos en los que podía escuchar sus hermosas risas mientras jugaban con el nuevo artefacto que les compró después de tantas horas de jornada con su cuerpo cubierto en sudor.
A la vez, en el intento de no quebrantarse por las frecuentes ausencias, se preocupa por mantener su hogar intacto y la alacena llena, mientras su esposa está en estado vegetal.
Toma asiento en ese viejo colchón, enciende la tele en lo que la claridad afecta su opaca visión.
Distraído, observa el hipódromo, apostando por el mejor jinete, como de costumbre.
Al evento culminar, se percata que otro anochecer había transcurrido, que todo seguía igual.
Al final del día era solo él,  
con la misma rutina,  la misma soledad.
Alan Eshban Jun 2017
El lampo que forman sus ojos al momento de apreciar tu mirada, es realmente hermoso, que ocupo algún artefacto para no caer en ceguera a causa de lagrimas, ya que es un brillo divino y Maravilloso, del que nadie puede relegar,
Al tempo de pasar a su lado el aroma que se percibe tan perfecto, que opaca hasta el petricor de los días lluviosos.
Entra en contexto, que antes de todo esto era solo una noche más, una noche más de las que el saber hacer es negativo, de las que se pensaba que fuera acabar igual, con solo un simple deseo, pero sin ningun hecho.
Pero todo cambió, todo cambio al momento de querer dar un giro y poder decirle lo que realemnte siento, fue como un sueño, el tomarla de la mano me demayaba por dentro, que todo parecía no ser real y en mi mente pensar que si fuese un sueño nunca terminar, en donde la platica resultó ser más de lo que se fuese a esperar, donde mis deseos se pudrieron por fin revelar.
Cuenta me doy que dios si escucho mis plegarias, cuenta me doy que todo el dolor por el que ella sufrir haya tenido una recompenza al final, espero que esto no sea un sueño repito y si es así amanecer nunca querre, ya que contento y feliz estoy así, y voy a vivir el momento aúnque tenga que morir.
Debajo del poema
-laborioso mecánico-,
apretaba las tuercas a un epíteto.
Luego engrasó un adverbio,
dejó la rima a punto,
afinó el ritmo
y pintó de amarillo el artefacto.
Al fin lo puso en marcha, y funcionaba.
-No lo toques ya más,
                                    se dijo.
                                                  Pero
no pudo remediarlo:
volvió a empezar,
rompió los octosílabos,
los juntó todos,
cambio por sinestesias las metáforas,
aceleró...
                  mas nada sucedía.
Soltó un tropo,
                            dejó todas las piezas
en una lata malva,
y se marchó,
cansado de su nombre.
Alberto, un señor de 67 años, oriundo de la ciudad de Mendoza, exjefe de una pequeña vinoteca, vivía solo tras la pérdida de su esposa en un accidente de tránsito.

Era un hombre generalmente tranquilo, aunque muy inestable, con problemas de salud como taquicardia, sudoración y temblores. A menudo sentía un malestar innegable, algo constante que no lo dejaba estar en paz, pero luchaba por mantener la cordura.

Paseaba las calles y plazas de su ciudad murmurando "Dicen que el tiempo cura, pero nadie te dice cómo se vive sin la mitad de tu alma". Siempre llevaba consigo un reloj de bolsillo, regalo de María, su difunta esposa. No lo llevaba para ver la hora, sino como un recuerdo de su mujer.

Un día fue a visitar a Miguel, un excompañero suyo. Encendió el motor de su Ford Falcon amarillo modelo '81, después de mucho tiempo sin uso y se dirigió a un pueblo a las afueras de la ciudad. La tarde había quedado atrás. La oscuridad había empezado a caer. Pocas luces. Mucha niebla. Ver a distancia era casi imposible.

Durante el viaje, llorando, recordaba a María mientras sonaba Spinetta en la radio, el que solían escuchar juntos.

"Y si acaso no brillara el sol,
y quedara yo atrapado aquí,
no vería la razón,
de seguir viviendo sin tu amor.
Y hoy enloquecido vuelvo,
buscando tu querer,
no queda más que viento".
coreaba entre lágrimas.

Revisando el maletero, buscaba algo, sin saber qué. Encontró una foto de ellos dos junto al mar, pero sus rostros se diluían, como si fueran arrastrados marea adentro. El corazón le latió fuerte. Tanto, que empezó a sentir un dolor agudo en el pecho.

En un momento, se encontró con un camión que venía perdiendo el control, giró el volante y se tiró al costado. Desconcertado y sin ver nada, terminó conduciendo derecho hacia un abismo. Pisó el freno a último momento, pero el auto se arrastró sobre el barro y quedó colgando del borde. Terminó rompiendo el parabrisas, que reflejaba algo ya extinto. Cristales por todos lados, como si hubiera dañado su espejo.

En su mano, el artefacto intacto, funcionaba mejor que nunca. Buscaba a María, atrapada en las agujas de su reloj. Uno que ya no medía el paso del tiempo, sino que repetía lo perdido en laberintos de ausencia.
Todavía marca la hora.
Los minutos.
Los segundos.

7:10 a.m.

La visión se quebró.
Dejando eternos e infinitos fragmentos.
Alberto no murió físicamente. Murió por dentro. La pérdida lo dejó atrapado en un bucle emocional que gira una y otra vez en torno a las 7:10 a.m. Hora en la que su alma se quebró. El reloj, es símbolo de ese instante eterno. Aunque el mundo siga, él quedó detenido en el tiempo del dolor.

— The End —