Llueve y el aire frío
azota mi cuerpo.
Me recuerda lo frágil
que puedo llegar a ser.
Tiemblo sin poder evitarlo.
Tiemblo sin abrigo
para cubrir mi piel.
El agua se encharca
bajo mis pies descalzos.
Se acumula
como las desilusiones vividas
en postreros meses,
algo desérticos
de amor real
y cariño mutuo.
Me siento exonerado
de las dañinas flechas
con que Cupido cínico
engaña y ciega.
Mi subconsciente me trae
recuerdos tiránicos
que preferiría que no regresaran,
para cicatrizar la tromba
de heridas profundas
que ya no sangran,
pero en suspenso duelen.
Llueve y el sol se esconde
entre grises nubarrones
que opaca los colores
y la ilusión de mejores tiempos.
El frío se adentra pernicioso
por mis ropas mojadas,
quema la poca cabalidad
que dejaron mis insultos internos
y la jerárquica guerra
entre corazón y cerebro.
Intento caminar,
mis pasos están atorados,
siento la rigidez cansina
y frívola de la inclemencia.
Llueve y cada gota
que cae en mi rostro
me recuerda las lágrimas
derramadas días atrás.
Hoy me rehúso al llanto,
espero con paciencia
y premeditada seguridad
el paso firme de la tormenta,
la salida inminente del sol,
la reafirmación del arcoiris.
Hoy llueve, mañana habrá calma,
sosiego y mejores tiempos.