Éramos.
Tan iguales
como la luz y la sombra,
afianzados a lo real
de un sueño utópico.
Tan iguales
como miles de sabores disfrazados,
de esos que se encuentran
con cada vuelta cósmica.
Y sin remedio los saboreamos,
hasta sentirnos hartos,
como para nunca olvidarlos.
Éramos.
Tan iguales
como el verano y el invierno,
como la playa salada
y los imponentes Alpes.
Y nos dijimos adiós,
tantas otras veces,
que ya ni nos creíamos.