su cuerpo exhala hacia mi mano,
eso que en lo alto de mi azotea ya está.
se estira, sin necesidad,
hasta el centro de mi fachada,
pasando por la planta baja de mis labios
y mirando a los gemelos del tercer piso.
ahí entra en uno de mis dos ascensores,
sin permiso, sin avisar,
y cae por un túnel oscuro,
sin daños, iluminando todo a su paso,
hasta llegar a ese lugar cerrado,
cubierto entre la tierra de mi carne, piel y músculos,
y protegido por los fósiles de mis costillas,
y mi columna,
protegido,
protegido por mí.