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She’s each soul of those
who slip on dark rooftops at night
Every brick of every tenement
wearing her bullet wounds like rings
on her slender pale fingers.
She has long blonde hair
golden grain alike
Always dyed dark, hidden under thy hood.
That’s how she goes
unnoticed
forever bruised
*****, beaten and hurt.
She lurks in stone archways
weeping, screaming into the night
She hasn’t slept in ages
yet she feels so restful
facing cool dank pavement.
She would kiss every sculpture in Saxon Garden
Paskuda – she calls one of them, signed so proundly – Historia
She would try to drown herself
in cold waters of her beloved river
Which saved her so many times before
that it wouldn’t even be capable
of doing anything but loving her
and her beautiful blue eyes
and the way she chokes on her memories
every single night
walking down old stone stairs
of her forsaken streets.
Non sum quails eram
says her ****** tattoo
inked with blood of her dear children
and cherished lovers.
And every other day she’d try to destroy herself
she’d rot
she’d burn
she’d cry
Because she’s reckless
yet so sophisticated
So beautiful
and so wasted.
V
Llegaste a mí directamente del Levante. Me traías,
      pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
      la escolástica de viejas páginas, un olor
      a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
      sobre los montes, y en tu máscara
      la aspereza cereal de la avena segada
      y una miel que medía la tierra con tus ojos.

      También el ruiseñor en tu boca traías.
      Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
      de incorruptible canto, de fuerza deshojada.
      Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora
      y tú, con ruiseñor y con fusil, andando
      bajo la luna y bajo el sol de la batalla.

      Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes
      que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego azul.
      Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,
      te escucho, sangre, música, panal agonizante.

No he visto deslumbradora raza como la tuya,
ni raíces tan duras, ni manos de soldado,
ni he visto nada vivo como tu corazón
quemándose en la púrpura de mi propia bandera.

Joven eterno, vives, comunero de antaño,
inundado por gérmenes de trigo y primavera,
arrugado y oscuro, como el metal innato,
esperando el minuto que eleve tu armadura.

No estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que te buscan.
Estoy con los que un día llegarán a vengarte.
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos
que se despeñarán sobre el pecho de España
aplastando a Caín para que nos devuelva
los rostros enterrados.
Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que sepan los que te dieron tormento que me verán un día.
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos
de perra, silenciosos cómplices del verdugo,
que no será borrado tu martirio, y tu muerte
caerá sobre toda su luna de cobardes.
Y a los que te negaron en su laurel podrido,
en tierra americana, el espacio que cubres
con tu fluvial corona de rayo desangrado,
déjame darles yo el desdeñoso olvido
porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.

        Miguel, lejos de la prisión de Osuna, lejos
        de la crueldad, Mao Tse-tung dirige
        tu poesía despedazada en el combate
        hacia nuestra victoria.
                                          Y Praga rumorosa
        construyendo la dulce colmena que cantaste,
        Hungría verde limpia sus graneros
        y baila junto al río que despertó del sueño.

        Y de Varsovia sube la sirena desnuda
        que edifica mostrando su cristalina espada.

        Y más allá la tierra se agiganta,
                                                        la tierra
        que visitó tu canto, y el acero
        que defendió tu patria están seguros,
        acrecentados sobre la firmeza
        de Stalin y sus hijos.
                                        Ya se acerca
        la luz a tu morada.
                                      Miguel de España, estrella
        de tierras arrasadas, no te olvido, hijo mío,
        no te olvido, hijo mío!
                                          Pero aprendí la vida
        con tu muerte: mis ojos se velaron apenas,
        y encontré en mí no el llanto,
        sino las armas
        inexorables!
                              Espéralas! Espérame!

— The End —