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Febronia Ventura Apr 2016
no
no quiero este dolor
se lo regalo a quien lo quiera

no
la vida deja de ser bella
me quiebra tu partida

recién hablé contigo
tu voz era apagada
pero hablaste de fe y esperanza

no
no acepto esto
mi mente lo rechaza

recuerdos
es necesario rezar
pero siento ansiedad

como lo haré?
no volveré a verte
escucharte hablar

no
parece un mal sueno
perdí a mi hermano

obituario con tu nombre
es imposible no llorar
- aunque lo intente

te amo, amigo...
te abrazo desde aquí

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*A mi mejor amigo, David Ríos Arias, quien falleciera la manana del jueves 7 de abril del 2016. El cáncer gano la batalla)
Ya por cambiar de piel o por tenerla
nos acogemos a lo oscuro,
que nos viste de sombra
la carne desollada.

En los ojos abiertos
cae la sombra y luego son los ojos
los que en la sombra caen
y es unos ojos líquidos la sombra.

¡En esos ojos anegarse,
no ser sino esos ojos
que no ven, que acarician
como las olas si son alas,
como las alas si son labios!

Pero los ojos de la sombra
en nuestros ojos se endurecen
y arañemos el muro o resbalemos
por la roca, la sombra nos rechaza:
en esa piedra no hay olvido.

Nos vamos hacia dentro, túnel *****.
"Muros de cal. Zumba la luz abeja
entre el verdor caliente y ya caído
de las yerbas. Higuera maternal:
la cicatriz del tronco, entre las hojas,
era una boca hambrienta, femenina,
viva en la primavera. Al mediodía
era dulce trepar entre las ramas
y en el verde vacío suspendido
en un higo comer el sol, ya *****."

Nada fue ayer, nada mañana,
todo es presente, todo está presente,
y cae y no sabemos en qué pozos,
ni si detrás de ese sinfín
aguarda Dios, o el Diablo,
o simplemente Nadie.

Huimos a la luz que no nos miente
y en un papel cualquiera
escribimos palabras sin respuesta.
Y enrojecen a veces
las líneas azules, y nos duelen.
Viejo lobo de mar, de sed sorda y violenta:
El humo de tu pipa tiene olor a tormenta.

Si relatas tus viajes ya nadie te hace caso,
porque siempre naufragas en el fondo de un vaso,

y cada travesía concluye como empieza:
en espuma de mar o espuma de cerveza.

Viejo lobo de mar: quédate en tu navío,
y escupe hacia la noche tu rencor y tu hastío.

La tierra te rechaza, viejo lobo sediento,
pues ya, como las velas, perteneces al viento;

y la mujer desnuda que adorna tu tatuaje
hoy duerme con un hombre que no se va de viaje.

El amor es un surco que florece o se cierra,
y tú, al vencer el mar, naufragaste en la tierra.

No, viejo navegante: quédate en tu navío,
y llena de humo amargo tu corazón vacío,

y esconde, en una risa de dientes incompletos,
la pesadumbre inmensa de tu vejez sin nietos.

Vuélvete a tu guarida, lobo de pelo cano,
para morir la muerte del que ha vivido en vano;

¡y córtate esa mano que no supo sembrar,
porque ya, para siempre, perteneces al mar!
Por la sierra, una tarde, pasaba el Campeador.
El sol despertaba su flamígera flor,
y bruñía la púrpura de su esplendor postrero
en la resplandeciente coraza del guerrero.

El oro lo cubría de la frente a los pies:
su escarcela era de oro, y era de oro su arnés,
y un rubí granadino de adorno en la visera,
resplancedía menos que su mirada fiera.
Soberbiamente erguido con marcial bizarría,
no encontrando adversarios ¡con el Sol se batía!

Los pastores en lo alto de las altas montañas,
al ver pasar al héroe de las rudas hazañas
envuelto en su leyenda de osadía y estrago,
entre sí murmuraban: "Es el Cid, o es Santiago".
Pues con el fanatismo que infunde la victoria
unían los dos nombres en una misma gloria.

Así, lento, magnífico, arrogante y severo,
iba por los caminos el radiante viajero,
cuando oyó que del fondo de un barranco surgía
la ronca y débil súplica de una voz de agonía.
Y allí, tendido en tierra, vio un monstruo repugnante
de agarrotadas manos y roído semblante:
Un leproso.
                  De súbito, el corcel de Rodrigo
se encabritó: Tan sórdido y horrible era el mendigo,
que temió el noble bruto contaminar sus cascos
con rozar solamente aquel montón de ascos.

Con un gesto magnánino, el guerrero español,
inclinado su bélico penacho tornasol,
le ofrece al miserable todo lo que le queda:
una moneda de oro y un ademán de seda.

Y entonces, al llameante resplandor del ocaso,
con incrédulos ojos y vacilante paso,
aquella gusanera viviente se incorpora,
y cae de rodillas pesadamente, y llora....

Allí, en aquel oscuro recodo del camino,
lo maldijo una anciana, lo apedreó un campesino,
le fue negada el agua, le fue negado el pan,
y soportó en silencio la injuria y el desmán;
y ahora un caballero de luciente armadura
caritativamente consuela su amargura
sin temer el contagio de su inmunda dolencia,
y le ofrece a sus llagas una flor de clemencia.
Y el monstruo, en un impulso brutalmente sincero,
posa sus labios pútridos sobre el guante de acero.

El paladín lo mira sin desdén, sin temor,
sin cólera: ¡Por algo es el Cid Campeador!

Inmóvil y benigno en su dádiva inmensa,
el gran Rodrigo Díaz de Vivar algo piensa:
¿Qué sentimientos laten bajo su coraza?

De repente, con suave firmeza, lo rechaza;
contempla largamente aquel escombro humano,
se arranca el guantelete... ¡y le tiende la mano!
Es un horror sin nombre y un silencio profundo
el día del pecado se amortajaba el mundo;
y Adán, tras de cerrarse la puerta del Edén,
viendo que Eva lloraba, dijo: -«No temas, ven,
acércame tus labios y penetra en mi amor,
y ofrécele a mi carne toda tu carne en flor.
Ven y oprime mi pecho con tu pecho agitado,
y aprende a amar la vida renovando el pecado.

»¿Ves? Todo nos rechaza. Toda la creación
repudia nuestro crimen, vibra de indignación:
Dios retuerce los árboles con cólera funesta,
como un vaho de fuego que cruza la floresta,
y hace brotar volcanes y desborda los ríos;
los astros se estremecen llenos de escalofríos,
y el trueno y el relámpago turban la paz del cielo.
Vamos... ¿Qué importa? Desata como un velo
sobre el cuerpo desnudo tu hermosa cabellera;
que arda el bosque a tu paso, que la espina te hiera,
que el sol queme tu espalda, que te injurien los nidos,
que el animal salvaje te acuse con rugidos,
y que al ver como sangras en el zarzal, después
se enmarañen serpientes hambrientas a tus pies…

»Y no importa, no importa, pues si el amor te llena
se ilumina el destierro, se perfuma la arena;
y yo no puedo nada con este Edén perdido,
pues me lo llevo todo con tu cuerpo querido.

»Y aunque Dios destruyera la flor, el viento, el mar,
todo renacería cantando en tu mirar;
todo; rosas y estrellas; árboles y montañas,
pues la vida infinita florece en tus entrañas;
y, si las cosas mueren en torno a tu belleza,
tú eres más poderosa que la Naturaleza,
ahora que ya pecaste, ahora que eres mujer.

»Bendito aquel momento cuando vi amanecer
la vida en tu pecado y el amor en tu crimen.
Ahora que Dios nos odia, los besos nos redimen;
y, al amarte en la tierra, y al besarnos los dos,
¡la Tierra es más que el Cielo y el Hombre es más que Dios!»
En el confín te nace de tus aires
                    un pensamiento vago.

Nube parece, por lo vaporoso;
                    más nube, por lo cándido.

No se entiende; le guardan las distancias
                    en misterio velado.

La mañana, que asciende hacia su colmo
                    -esplendor- paso a paso,

en contornos se goza y en perfiles,
                    rechaza lo enigmático.

Ordena que lo expliquen, sucesivos
                    intérpretes, espacios.

Se alzan arrebatadas, velocísimas
                    olas a descifrarlo.

El mucho afán les ciega; quejumbroso
                    retumba su fracaso.

¿Qué claridades se hallan por la prisa?
                    La breve del relámpago.

Tarda noches la noche en ser auroras,
                    la luz se hace despacio.

Ya frentes más serenas -ondas-, onda
                    a onda, le van pensando.

Suave curva lo entrega a suave curva,
                    camino de lo diáfano.

Dulcemente lo llevan a la playa
                    donde esperan los anchos

pliegos dorados su mejor destino:
                    que llegue el texto mágico.

¡Triunfo, revelación! La última ola
                    prorrumpe en signos blancos.

A este fulgor de playa en mediodía
                    no resisten arcanos.

Y en impolutas láminas, la espuma
                    sin prisa, rasgo a rasgo,

el pensamiento aquel nacido oscuro,
                    lo pone todo en claro.

La luz traduce incógnitas lejanas
                    a gozos inmediatos.

— The End —