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Allen Smuckler Jun 2011
…and who knows
better than I
the ways of a night owl
or for that matter
the hour of the cat
maybe a cathouse
or simply a bar
take the Texas for instance
cavorting women (or girls)
who for 500 pesetas
plus 100 for room
and 20 minutes
out of one’s life
release your tensions
or maybe more
who knows the reason why
(and who really cares)
for 20 minutes
of uncertainty
you can pretend you’re
a man
and imagine she’s a lady
all for 500 pesetas
plus 100 for room
and 20 minutes
out of your life…



Friday, March 9, 1973 (Barcelona, Spain)
Multicolored streamers and confetti
decorate the room.
They hang from the wineglass rack
and family members alike.
Frank Sinatra sings with all his might,
but the orchestra of noise makers and laughter
plays a more beautiful tune.

Eyes wide open and observant
I soak in la fiesta.
Poppa twirls Nenita
around the kitchen,
Uncle plays a tune on la guitara,
some sing along,
primos play Mother May I
in the hall,
and everyone drinks
to health,
to love,
to money,
and to time.

Papo cracks the champagne.
Las tias gather the troops
to prepare for the toast!
Los ninos lift empty glasses
“We want some too!”
receiving the un-intoxicating
alternative instead.
Wishing to be older.
Wanting the real thing.

A toast is said in unison,
for it is one we all know.
It is one that I am old enough for.
“Salud, amor, pesetas, y
tiempo para gastalo”
then we all drink
to health
to love
to money
and time to enjoy it all.

Dean Martin sings with all his might,
But the laughter and merriment
play a more memorable tune.
The morning sun
will take us our separate ways,
so for now we drink
to what matters most.

Salud, amor, pesetas,
y tiempo para gastalo.
Thank you for the read. Comments and criticisms are always wanted and welcome!
JT Sep 2021
The bird sings
He cries
He screams
The words of the great and free
Of the one.
He who took it all
And he the one who cried
"I am the one!
The one to end it all
And begin the new time
Of me."

Screams disappear into the forests
His eyes glimmer
He fights in stone
And sets in metal
The iron gaze to the right
By the disgrace of God

The people are gone
Never to tell their tales
Of this suffering
In his hands

Señores, this is all we have left
It won't buy you a loaf of bread
But it may buy him a heart
for him to feast on.
I found a Spanish coin from 1949 featuring Francisco Franco. It made me think.
Manuel del Río, natural
de España, ha fallecido el sábado
11 de mayo, a consecuencia
de un accidente. Su cadáver
está tendido en D'Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
a las 9,30 en St. Francis.

Es una historia que comienza
con sol y piedra, y que termina
sobre una mesa, en D'Agostino,
con flores y cirios eléctricos.
Es una historia que comienza
en una orilla del Atlántico.
Continúa en un camarote
de tercera, sobre las olas
-sobre las nubes- de las tierras
sumergidas ante Poseidón.
Halla en América su término
con una grúa y una clínica,
con una esquela y una misa
cantada, en la iglesia de St. Francis.

Al fin y al cabo, cualquier sitio
da lo mismo para morir:
el que se aroma de romero,
el tallado en piedra o en nieve,
el empapado de petróleo.
Da lo mismo que un cuerpo se haga
piedra, petróleo, nieve, aroma.
Lo doloroso no es morir
acá o allá...

                 
Requiem æternam,

Manuel del Río. Sobre el mármol
en D'Agostino, pastan toros
de España, Manuel, y las flores
(funeral de segunda, caja
que huele a abetos del invierno)
cuarenta dólares. Y han puesto
unas flores artificiales
entre las otras que arrancaron
al jardín... Libera me domine
de morte æterna...
Cuando mueran
James o Jacob verán las flores
que pagaron Giulio o Manuel...

Ahora descienden a tus cumbres
garras de águila. Dies irae.

Lo doloroso no es morir
Dies illa acá o allá;
sino sin gloria...

                      Tus abuelos
fecundaron la tierra toda,
la empaparon de la aventura.
Cuando caía un español
se mutilaba el Universo.
Los velaban no en D'Agostino
Funeral Home, sino entre hogueras,
entre caballos y armas. Héroes
para siempre. Estatuas de rostro
borrado. Vestidos aún
sus colores de papagayo,
de poder y de fantasía.

Él no ha caído así. No ha muerto
por ninguna locura hermosa.
(Hace mucho que el español
muere de anónimo y cordura,
o en locuras desgarradoras
entre hermanos: cuando acuchilla
pellejos de vino derrama
sangre fraterna). Vino un día
porque su tierra es pobre. El Mundo,
Liberanos Domine, es patria.
Y ha muerto. No fundó ciudades.
No dio su nombre a un mar. No hizo
más que morir por diecisiete
dólares (él los pensaría
en pesetas). Requiem æternam.

Y en D'Agostino lo visitan
los polacos, los irlandeses,
los españoles, los que mueren
en el week-end.

                        Requiem æternam.

Definitivamente todo
ha terminado. Su cadáver
está tendido en D'Agostino
Funeral Home. Haskell. New Jersey.
Se dirá una misa cantada
por su alma.

                  Me he limitado
a reflejar aquí una esquela
de un periódico de New York.
Objetivamente. Sin vuelo
en el verso. Objetivamente.
Un español como millones
de españoles. No he dicho a nadie
que estuve a punto de llorar.
Wands Jan 2021
It’s early,
shutters yawn open
drawing in an already spirited sun.

I reluctantly roam
an unchartered narrow maze
of whitewashed walls.

Fingers squeeze
a mint mil Pesetas banknote
and list, written in my mother’s
stern and starchy hand.

I am the outsider,
inside and out.

I inhale
pine dust, bins and septic tanks,
I exhale
a huff of childhood hopelessness.

Shadows startle me
with machine gun Catalan.

I didn’t hear the rumble of the water truck.
Didn’t look right when I crossed the road.
Didn’t thank the stranger who saved me,

until now.
Elena despertó a las dos y cinco,
abrió despacio las contraventanas
y el sol de invierno hirió sus ojos
enrojecidos. Apoyada
la frente en el cristal,
miró a la calle: niños con bufandas,
perros. Tres curas
paseaban.
En ese mismo instante,
Dora comenzaba
a ponerse las medias.
Las ligas le dejaban
una marca en los muslos ateridos.
Al encender la radio -«Aída:
marcha nupcial»-,
recordaba palabras
-«Dora, Dorita, te amo»-
a la vez que intentaba
reconstruir el rostro de aquel hombre
que se fue ayer -es decir, hoy- de madrugada,
y leía distraída una moneda:
«Veinticinco pesetas.»  «...por la gracia
de Dios.»
                              (Y por la cama)
Eran las tres y diez cuando Conchita
se estiraba
la piel de las mejillas
frente al espejo. Bostezó. Miraba
su propio rostro con indiferencia.
Localizó tres canas
en la raíz oscura de su pelo
amarillo. Abrió luego una caja
de crema rosa, cuyo contenido
extendió en torno a su nariz. Bostezaba,
y aprovechó aquel gesto
indefinible para
comprobar el estado
de una muela careada
allá en el fondo de sus fauces secas,
inofensivas, turbias, algo hepáticas.

Por otra parte,
también se preparaba
la ciudad.
El tren de las catorce treinta y nueve
alteró el ritmo de las calles. Miradas
vacilantes, ojos
confusos, planteaban
imprecisas preguntas
que las bocas no osaban
formular.
En los cafés, entraban
y salían los hombres, movidos
por algo parecido a una esperanza.
Se decía que aún era temprano. Pero
a las cuatro, Dora comenzaba
a quitarse las medias -las ligas
dejaban una marca
en sus muslos.
Lentas, solemnes, eclesiásticas,
volaban de las torres
palomas y campanas.
Mientras
se bajaba la falda,
Conchita vio su cuerpo
-y otra sombra vaga-
moverse en el espejo
de su alcoba. En las calles y plazas
palidecía la tarde de diciembre. Elena
cerró despacio las contraventanas.

— The End —