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Almendra Isabel Jun 2014
A la mitad de mi metáfora me di cuenta que rimar no tenia solución. Pero tampoco seguir escribiendo.
Extrañamente me di cuenta que lo único que calma mis ansias de muerte es escribir,
        no redactar,
sino escupir palabras que deseas borrar.
Pero no puedes. Solo las plasmas.
Y pasaban las horas, y seguía mi música.
        Café      y cigarros. Taza tras taza y cigarro tras cigarro.
Se me acabó la quincena en drogas.
Falté al trabajo y renuncié.
Y al final:      me victimzé.
¿Qué hice al respecto? -Café. Café, cigarros, cigarros. Vamos a ver cuándo se me adormece el corazón. Vamos a ver cuándo se me adormece la razón. Y pasan los cigarros y pasan las horas, y ellas ya sabían desde el momento en que llegaste que me ibas a lastimar.
Condenada al ciclo de desesperación silenciosa y vergüenza pasajera.
Y tú y yo jugábamos, reíamos, amábamos.
Y jugamos a amarnos más hasta que me perdí,
y me encontré más perdida que buscada.
Llena de mentiras y más que nada, hecha trizas.
Traté de cerrar los ojos por unos minutos,
traté de interpretarte como te veía.
             Fallé.

Se me acaba la paciencia, se me suelta la demencia.
‘Lárgate de aquí, ya no te quiero’
palabras que mi corazón sacó.
Desesperación.
Haces falta, pero destruyes.

Me abrí: me rompiste.
No me veas,
no me llames,
no me busques:          pero hazlo.
Qué me duele que me ignores, pero no quiero saber de ti. No te quiero porque me duele no ser capaz de quererte de nuevo.

Te quiero muerto en mi mente
     pero vivo en vida.

Quiero saber cada detalle de ti, cada paso que das y casa suspiro que lanzas. Pero te quiero muerto en mi mente. Salté de mis sueños, son mis pesadillas, son mis drogas, no interfieras.
Salté de mi música, no se relaciona a ti.
Salté de mi mente. Sálte. Sálte.

SÁLTE.

Eres mi cajón de dolor.
De lamentación. De decepción.
¿Autoestima? ¿Ilusión?… ¿Confianza?      No.

Tú y yo teníamos esa casa turquesa con conejos y gatos, y uno que otro perro. Tú me hacías el café en la mañana y el amor en la tarde. Nos besábamos y nos abrazábamos. Nosotros debimos estar juntos. Permanecer juntos. Tú debiste ser mi amigo, no mi enemigo. Debimos viajar juntos, perdernos juntos, pintar juntos, cantar, volar.

      Permanecer.

Y yo, yo debí conocerte mejor antes de enamorarme. Debí enamorarme más y amar menos.
Debemos tanto. Tantas cuentas pendientes. Tantos pendientes inconclusos.
           Tantos abusos de ilusión. Tanto de sin sabor.
Y yo, yo debí quedarme, pero tú no debiste defraudarme.
¿Cuentos quieres, niña bella?
Tengo muchos que contar:
de una sirena de mar,
de un ruiseñor y una estrella,
de una cándida doncella
que robó un encantador,
de un gallardo trovador
y de una odalisca mora,
con sus perlas de Bassora
y sus chales de Lahor.Cuentos dulces, cuentos bravos,
de damas y caballeros,
de cantores y guerreros,
de señores y de esclavos;
de bosques escandinavos
y alcázares de cristal;
cuentos de dicha inmortal,
divinos cuentos de amores
que reviste de colores
la fantasía oriental.Dime tú: ¿de cuáles quieres?
Dicen gentes muy formales
que los cuentos orientales
les gustan a las mujeres;
así, pues, si eso prefieres
verás colmado tu afán,
pues sé un cuento musulmán
que sobre un amante versa,
y me lo ha contado un persa
que ha venido de Hispahán.Enfermo del corazón
un gran monarca de Oriente,
congregó inmediatamente
los sabios de su nación;
cada cual dio su opinión,
y sin hallar la verdad
en medio de su ansiedad,
acordaron en consejo
llamar con presura a un viejo
astrólogo de Bagdad.Emprendió viaje el anciano;
llegó, miró las estrellas;
supo conocer en ellas
las cuitas del soberano;
y adivinando el arcano
como viejo sabidor,
entre el inmenso estupor
de la cortesana grey,
le dijo al monarca: -!Oh Rey!
Te estás muriendo de amor.Luego, el altivo monarca,
con órdenes imperiosas
llama a todas las hermosas
mujeres de la comarca
que su poderío abarca;
y ante el viejo de Bagdad,
escoge su voluntad
de tanta hermosura en medio,
la que deba ser remedio
que cure su enfermedad.Allí ojos negros y vivos;
bocas de morir al verlas,
con unos hilos de perlas
en rojo coral cautivos;
allí rostros expresivos;
allí como una áurea lluvia,
una cabellera rubia;
allí el ardor y la gracia,
y las siervas de Circasia
con las esclavas de Nubia.Unas bellas, adornadas
con diademas en las frentes,
con riquísimos pendientes
y valiosas arracadas;
otras con telas preciadas
cubriendo su morbidez;
y otras, de marmórea tez,
bajas las frentes y mudas,
completamente desnudas
en toda su esplendidez.En tan preciada revista,
ve el Rey una linda persa
de ojos bellos y piel tersa,
que al verle baja la vista;
el alma del Rey conquista
con su semblante la hermosa,
y agitada y ruborosa
tiembla llena de temor
cuando el altivo Señor
le dice: -Serás mi esposa.Así fue. La joven bella
de tez blanca y negros ojos,
colmó los reales antojos
y el Rey se casó con ella.
¿Feliz, dirás, tal estrella,
Emelina? No fue así:
no es feliz la Reina allí
la linda persa agraciada,
porque ella está enamorada
de Balzarad el rawí.Balzarad tiene en verdad
una guzla en la garganta,
guzla dúlcida que encanta
cuando canta Balzarad.
Vióle un día la beldad
y oyó cantar al rawí;
de sus labios de rubí
brotó un suspiro temblante...
Y Balzarad fue el amante
de la celestial hurí.Por eso es que triste se halla
siendo del monarca esposa,
y el tiempo pasa quejosa
en una interior batalla.
Del Rey la cólera estalla,
y así le dice una vez:
-Mujer llena de doblez:
di si amas a otro, falaz.-
Y entonces de ella en la faz
surgió vaga palidez.-Sí -le dijo-, es la verdad;
de mi destino es la ley:
yo no puedo amarte, ¡Oh Rey!
porque adoro a Balzarad.-
El Rey, en la intensidad,
de su ira, entonces, calló;
mudo, la espalda volvió;
mas se vía en su mirada
del odio la llamarada,
la venganza en que pensó.Al otro día la hermosa
de parte de él recibió
una caja que la envió
de filigrana preciosa;
abrióla presto curiosa
y lanzó, fuera de sí,
un grito; que estaba allí
entre la caja, guardada,
lívida y ensangrentada
la cabeza del rawí.En medio de su locura
y en lo horrible de su suerte,
avariciosa de muerte
ponzoñoso filtro apura.
Fue el Rey donde la hermosura,
y estaba allí la beldad
fría y siniestra, en verdad,
medio desnuda y ya muerta,
besando la horrible y yerta
cabeza de Balzarad.El Rey se puso a pensar
en lo que la pasión es,
y poco tiempo después
el Rey se volvió a enfermar.
M Suárez Nov 2016
¿Por qué siento mi corazón en llamas desde anoche? Hasta físicamente lo siento. Un ardor como cuando te cortas entre los dedos con una hoja de papel. Como cuando sientes que la piel se desgarra al caer.
He pensado más en la muerte estos días. Estando en el techo de Camilo, mientras salimos a ver la luna, no pude evitar pensar si la caída me mataría o solo me dejaría parapléjica. Son solo cinco pisos. En el metro he tenido los mismos pensamientos. Me asomo a ver si se acerca el tren y pienso en qué pasaría si finjo que me tropiezo, ¿qué pasaría si me dejo caer a las vías?
Otras veces solo quiero desaparecer. He pensado en irme sin decir nada. Sin ropa y sin avisar. El otro día fantaseaba con estar en mi lugar favorito de Playa del Carmen. Una banca que estaba en la primera planta de la salita de espera del muelle hace unos años. Cuando aún era una palapa y todo era de madera. Hace tanto que no voy. La última vez recuerdo que sólo la vi por fuera y está tan cambiada. Y me arrepentí de no haberme muerto allí, cuando aún me era mágico. E imaginé que tomaba muchas pastillas, me dirigía allí con un libro en la mano (García o Storni, cambiaba constantemente). Y me sentaba, leía un párrafo o dos. Sentía como mi cuerpo se adormecía. Dejaba el libro de lado y tomaba una última postal con los ojos de lo bello que es el mar. Cerraba los ojos. Desde que leí las distintas versiones de cómo murió Alfonsina, la del mar es mi favorita. Pero mi mayor miedo es morir ahogada, así que no fantaseo mucho sobre eso. Porque soy lo suficientemente cobarde como para no hacerme daño. Porque si muero quiero que sea rápido.
No lo haré ahora. Y no porque aún tenga pendientes. En realidad no los tengo. Sino porque aún me da miedo. Me da miedo qué sigue y aún creo en el castigo divino. Mi mayor miedo es el dolor que se debe sentir cuando uno muere. Como muchos suicidas han sido exitosos en sus ganas de morir, no pueden decirnos qué se siente. Ciertamente los muertos no hablan ni escriben historias. Me he preguntado si es como en las películas, si sientes que el alma se sale de tu cuerpo. Tengo la idea de que sí. Definitivamente creo en el alma, si no, no tendría miedo del castigo divino. Pero cuando mi alma se separe de mi cuerpo, presiento que sentiré vacío. Y odio sentir vacío.
Hay una mosca en mi habitación. Son tan sensibles esos insectos. Nunca he sabido si nos huelen o cómo detectan el olor de los animales muertos.
Quizá ya huelo a eso.
Las manos de quien me envuelve
son las manos sagradas del portal
que entremesean la vida con la muerte
y compara la condena con la dicha.

Las que crean pendientes en mi cuerpo
con la piel eminente de sus dedos,
devastando historias bélicas primitivas
con sus nudillos llanos  inquebrantables.

Delicadezas que se mueven firmes
por el afán siempre eclipsado
de mis letras accidentales inflexibles
que instigan el tormento de tus labios.
¡Ah, Miss X, Miss X: 20 años!
  Blusas en las ventanas,
los peluqueros
lloran sin tu melena
-fuego rubio cortado-.
  ¡Ah, Miss X, Miss X sin sombrero,
alba sin colorete,
sola,
tan libre,
tú,
en el viento!
  No llevabas pendientes.
  Las modistas, de blanco, en los balcones,
perdidas por el cielo.
          -¡A ver!
                ¡Al fin!
                    ¿Qué?
                          ¡No!
              Sólo era un pájaro,
              no tú,
              Miss X niña.
El barman, ¡oh, qué triste!
    (Cerveza.
    Limonada.
    Whisky.
    Cocktail de ginebra.)
Ha pintado de ***** las botellas.
Y las banderas,
alegrías del bar,
de *****, a media asta.
    ¡Y el cielo sin girar tu radiograma!
  Treinta barcos,
cuarenta hidroaviones
y un velero cargado de naranjas,
gritando por el mar y por las nubes.
Nada.

  ¡Ah, Miss X! ¿Adónde?
  S. M. el Rey de tu país no come.
No duerme el Rey.
Fuma.
Se muere por la costa en automóvil.
  Ministerios,
Bancos del oro,
Consulados,
Casinos,
Tiendas,
Parques,
cerrados.
  Y, mientras, tú, en el viento
-¿te aprietan los zapatos?-,
Miss X, de los mares
  -di, ¿te lastima el aire?-.
  ¡Ah, Miss X, Miss X, qué fastidio!
Bostezo.
        Adiós...
                Good bye...
  (Ya nadie piensa en ti. Las mariposas
de acero,
con las alas tronchadas,
incendiando los aires,
fijas sobre las dalias
movibles de los vientos.
Sol electrocutado.
Luna carbonizada.
Temor al oso blanco del invierno.
  Veda.
Prohibida la caza
marítima, celeste,
por orden del Gobierno.
  Ya nadie piensa en ti, Miss X niña.)
La ciudad, silenciosa,
En sueño profundo reposa.

Parpadean los luceros
En la bóveda tranquila;
En los viejos reverberos
Gas indigente vacila.
Entre negros nubarrones
La luna empieza a brillar,
y hace en rejas y balcones
Las vidrieras fulgurar.

La noche en los castaños de la plaza suspira,
La noche en donde un resto de fulgor flota y gira;
Todo es quietud y sueño bajo el boscaje umbrío...
¡Alma!, ponte de codos en el puente, y aspira
La frescura que sube, la frescura del río.

Tan grande es el silencio, que siento miedo y frío...
Sólo en la calle se oyen mis pasos... Está llena
De silencio mi  alma... La media noche suena.

Sobre los altos muros del convento
Mueve las ramas susurrando el viento.
Huérfanas... Colegialas parlanchinas...
Cintas azules en las esclavinas...
Jardín fragante de las Ursulinas.

Por la verja del parque abandonado
Pasa el aura con trémulo suspiro;
y una estrella, con brillo opalizado,
Parpadea al través del emparrado,
Como una lamparilla de zafiro.

¡Oh los techos de pizarra, negros y altos campanarios,
Vírgenes que en hondo sueño reclinasteis la cabeza,
Cuellos que lleváis pendientes azules escapularios,
Oh los cuerpos sin pecado sobre lechos de pureza!

Aquí la hora que pasa de igual hora va seguida,
y en paz la inocencia duerme sobre el umbral de la vida .

A la incierta
Claridad
De la luna, más desierta
y más triste, en esta calma,
Mira el alma
La plaza de la ciudad.

Una ventana brilla sobre una oscura casa;
En la alcoba una lámpara riega su claridad,
y a la luz que tamiza velo de nívea gasa,
Furtiva, por instantes, se ve que pasa y pasa
De una mujer la sombra, con íntima ansiedad.

Los brazos levanta al cielo
Por la ventana entreabierta.
Es un alma que solloza, es un alma en hondo duelo,
Que deja caer sus lágrimas sobre una esperanza muerta.

¡Oh secretos ardores en noches provinciales,
Almas que se consumen, almas no comprendidas!..
¡Oh senos devorados por deseos carnales!
¡Oh desoladas súplicas, jamás de nadie oídas!

¡Yo os evoco en las sombras, amantes ignoradas,
Cuya carne se agosta, bajo contraria suerte,
Que en solitarias noches lloráis desesperadas,
y para amar nacidas, y de amor devoradas,
Iréis a dormir vírgenes en brazos de la muerte!...

y el alma pensativa.
En esta noche azul de primavera,
Fija está en la vidriera
Dónde pasa la sombra fugitiva.

La cortina al viento vaga.
y la lámpara se apaga.

En las tinieblas no hay luz que irradie.
Se hunde la luna...
                            Suena la una
y en la calle triste, nadie                 nadie... nadie.
Al son de músicas dolientes
-rabeles, guzlas y laúdes-
por cerros, llanos y taludes
o por senderos y pendientes...

Al son de músicas dolientes
van a caza de los nepentes
por las extrañas latitudes:
por donde moran las virtudes 1
siempre vibrantes y latentes...

Van a caza de los nepentes,
locos poetas incoherentes
-flora de exóticas paludes-
afiebrados de lasitudes
-pálidos fantasmas huyentes,
locos poetas incoherentes...-

Al son de músicas dolientes,
-rabeles, guzlas y laúdes
en medio a las vicisitudes
de andar a caza del nepentes,
van los poetas incoherentes
por las extrañas latitudes...
al són de músicas dolientes
-rabeles, guzlas y laúdes-
Y está tu corazón
próximo prójimo
hermano a borbotones
ensimismado dócil triste exangüe
con terribles secretos en tu fondo
con tu ebria soledad acompañada

próximo
algunas veces lejanísimo prójimo
cuantos rostros me diste
me estás dando
sobreviviente atroz sobreviviente
de esta herida sin labios
de esta hiedra sin muro

qué maga
qué sin trenzas viniste
ah prójimo-muchacha la primera
a instalarte delante de mis ojos de niño
que no sabía nada
que no sabía nada
mi dialecto era verte y anunciar para siempre
entre diez compañías de soldados de plomo
mi gran amor deslumbre
mi pobre amor a cuerda

vino el amigo absorto
sin percances
y no se habló de muertes
en su cercado limbo
tan sólo se jugaba
al más allá
y el sábado
era una bruma pero sin reloj
sin llave urgente ni contradicciones
amigo nada más
amigo muerto

los padres
claro
como un gran suburbio
amor congénito en mansa barbarie
subordinado e invasor
amor ciego o miope o astigmático
aún puedo abrigarme en sus imágenes
están aquí al alcance
viejo
vieja
un poco sordos para su propia incógnita
pero siempre pendientes
de mi nueva llegada

venga maestro
no lo olvido
usted me abrió los cielos
colonizó mi alma
con el meñique se alisó la barba
y miró el mundo
(yo estaba en el mundo)
con un desprecio cruel
no le perdono
SU vocación de estafa
ni aun ahora
que está bien muertecito
dios mediante

prójimo
hermano literal
quién sabe
dónde quedó el momento en que jugamos
lanzando al aire nuestros ocho años
de diferencia o de encadenamiento
duermes y duermo
el sueño y el espanto
viajan de tu fatiga a mi fatiga
y viceversa vuelven a viajar
hasta que al fin también
ellos se duermen

prójimo mí enemigo
que me conoce y finge no saberme
y en su tedio descubre
ese rencor enorme y tan minúsculo
por cierto no lo envidio
cuando pronuncia vida y piensa muerte
cuando repite cristo y piensa judas
a esta altura tal vez ya esté oxidado
su resentido embuste didascálico
quizá contemporice y diga ciencia
por no decir conciencia

estás en el pupitre
como yo desterrado
en tanto que en el patio
llueve diagonalmente
el alemán rechina y tú divagas
hasta que la trompada
ese viejo argumento
cae sobre tu oreja que es la mía
y tu alarído estalla para siempre
y ahora la lluvia es sólo vertical

mi mujer está aquí
pero antes mucho antes
se acercó por un patio
de baldosas en rombos
y allí empecé a tomar tremendas decisiones
entonces fui a mirarla desde buenos aires
yo era su prójimo sin lugar a dudas
volví y le dije
piénsalo
pero ella dijo
no necesito pensarlo

prójimo el admirable
el cándido
el impuro
te vi una vez pero nunca me viste
no capitularé ni capitularemos
tan importante como julio verne
vas tripulando una nave una isla
un cuerpo extraño inverosímil nuevo
pero en un lustro apenas
será el cuerpo de todos
ojalá y cotidiano

prójimo en que me amparo
tu compacta amistad
tu vida un tanto mustia
tu faro de confianzas
tus vísperas de solo
son para mí el contorno imprescindible
prójimo-muro gris acribillado
prójimo-pasamano en que me apoyo
cuando desciendo la escalera y temo
que algún peldaño pueda estar podrido

rostro herido heridor
ojos que lo supieron
aduana de la dulce simetría
olvidada presencia inolvidable
estás en algún sitio
en algún tríptico de resignaciones
yo pienso en ti cuando la noche clava
para siempre qué suerte para siempre
otra lanza-nostalgia
en mi costado
y está curazón
próximo prójimo
no te avergüences de su llanto.

la cabeza hace trizas el pasado
fríamente coloca sus razones invictas
divide en lotes la melancolía
negocia cautamente tus acciones en alza
desorganiza para siempre tu magia
te despoja del cándido futuro
amuebla los infiernos que te esperan
después del provisorio desamparo
te hace lúcido y hueco
cruel y lúcido
voraz y pobre lúcido

pero también
por suerte
está tu corazón

ese embustero
ese piadoso
ese mesías.
¿Dónde estará la niña
que en aquel lugarejo
una noche de baile
me habló de sus deseos
de viajar, y me dijo
su tedio?Gemía el vals por ella,
y ella era un boceto
lánguido: unos pendientes
de ámbar, y un jazmín
en el pelo.Gemían los violines
en el torpe quinteto...
E ignoraba la niña
que al quejarse de tedio
conmigo, se quejaba
con un péndulo.Niña que me dijiste
en aquel lugarejo
una noche de baile
confidencias de tedio:
dondequiera que exhales
tu suspiro discreto,
nuestras vidas con péndulos...Dos péndulos distantes
que oscilan paralelos
en una misma bruma
de invierno.

— The End —