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Esther Aug 2014
Dime:
¿Cómo olvidar la primera vez que dejé mi huella por tu cuerpo,
el primer beso furtivo, la primera muestra de deseo compartido,
la primera vez que sonreí y a ti se te iluminaron los ojos
de miedo e ilusión porque ya no había vuelta atrás,
los primeros celos, el primer juramento de compromiso,
la primera vez que olvidamos la oscura realidad
y nos rendimos ante la poesía de la utopía,
el primer "amor" que huyó de tus labios
o la primera mentira que asomaba, por fin, la verdad?
¿Cómo planear la vida sin primeras veces?
¿Cómo acabar lo que no puede volver a empezar?
Si todos estamos enamorados de los principios.
Y cuanto más tarde: mejor.
Asida de una rama de neblina
dialogo con mi ayer, oro y tormenta.
La furia del clavel entre la menta
enciende todavía la colina.

Mientras la dulce tarde se asordina
otra música llega, grave y lenta,
a enclaustrarme en sus gritos de tormenta
y su olor de jazmines y resina.

El ayer... Ah que mundo tan lejano
de esta avidez de presa de mi mano,
halcón menudo que cazó centellas,

ave de paraíso ya perdida,
entre la selva muerta de una vida
que iluminaron todas las estrellas.
Bendita seas...
Fuiste algo blanco, muy blanco y puro,
en la agonía del hierro oscuro
donde se abrían las negras rosas de mis ideas...

Porque al amarme desvaneciste
mis negaciones hondas y ateas;
porque eres buena, porque eres triste,
bendita seas.

Porque endulzaste mis desalientos,
porque encantaste mis desencantos,
porque elevaste mis pensamientos;
porque al mirarme tus ojos santos
se iluminaron mis sufrimientos
y mis quebrantos;

porque curaste, caritativa,
todas las llagas de mis peleas;
por delicada, por comprensiva,
bendita seas...

porque tú fuiste como un remanso
para el estruendo de mis mareas;
porque me diste paz y descanso,
¡bendita seas!

Hoy voy de nuevo por el camino
do en polvo escriben mi vida inquieta
mis pies llagados de peregrino,
oyendo a un ave de dulce trino
que rima versos como un poeta,
y viendo siempre la gris silueta
de mi destino...

pero, en la hora de la parida,
cuando sus fauces abre lo arcano,
y, como un ala, tiembla en la mano
la despedida;

cuando mi viaje sin rumbo emprendo,
ensombrecido por el estruendo
de mis mareas;
cuando de nuevo mi andanza sigo,
porque me amaste, porque me diste
las dulcedumbres de tu alma triste,
yo te bendigo...
¡Bendita seas!

— The End —