Submit your work, meet writers and drop the ads. Become a member
V
Llegaste a mí directamente del Levante. Me traías,
      pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
      la escolástica de viejas páginas, un olor
      a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
      sobre los montes, y en tu máscara
      la aspereza cereal de la avena segada
      y una miel que medía la tierra con tus ojos.

      También el ruiseñor en tu boca traías.
      Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
      de incorruptible canto, de fuerza deshojada.
      Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora
      y tú, con ruiseñor y con fusil, andando
      bajo la luna y bajo el sol de la batalla.

      Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes
      que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego azul.
      Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,
      te escucho, sangre, música, panal agonizante.

No he visto deslumbradora raza como la tuya,
ni raíces tan duras, ni manos de soldado,
ni he visto nada vivo como tu corazón
quemándose en la púrpura de mi propia bandera.

Joven eterno, vives, comunero de antaño,
inundado por gérmenes de trigo y primavera,
arrugado y oscuro, como el metal innato,
esperando el minuto que eleve tu armadura.

No estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que te buscan.
Estoy con los que un día llegarán a vengarte.
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos
que se despeñarán sobre el pecho de España
aplastando a Caín para que nos devuelva
los rostros enterrados.
Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que sepan los que te dieron tormento que me verán un día.
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos
de perra, silenciosos cómplices del verdugo,
que no será borrado tu martirio, y tu muerte
caerá sobre toda su luna de cobardes.
Y a los que te negaron en su laurel podrido,
en tierra americana, el espacio que cubres
con tu fluvial corona de rayo desangrado,
déjame darles yo el desdeñoso olvido
porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.

        Miguel, lejos de la prisión de Osuna, lejos
        de la crueldad, Mao Tse-tung dirige
        tu poesía despedazada en el combate
        hacia nuestra victoria.
                                          Y Praga rumorosa
        construyendo la dulce colmena que cantaste,
        Hungría verde limpia sus graneros
        y baila junto al río que despertó del sueño.

        Y de Varsovia sube la sirena desnuda
        que edifica mostrando su cristalina espada.

        Y más allá la tierra se agiganta,
                                                        la tierra
        que visitó tu canto, y el acero
        que defendió tu patria están seguros,
        acrecentados sobre la firmeza
        de Stalin y sus hijos.
                                        Ya se acerca
        la luz a tu morada.
                                      Miguel de España, estrella
        de tierras arrasadas, no te olvido, hijo mío,
        no te olvido, hijo mío!
                                          Pero aprendí la vida
        con tu muerte: mis ojos se velaron apenas,
        y encontré en mí no el llanto,
        sino las armas
        inexorables!
                              Espéralas! Espérame!
¿Quién te verá, ciudad de manzanilla,
amorosa ciudad, la ciudad más esbelta,
que encima de una torre llevas puesto: Sevilla?

Dolor a rienda suelta:
la ciudad de cristal se empaña, cruje.
Un tormentoso toro da una vuelta
al horizonte y al silencio, y muge.

Detrás del toro, al borde de su ruina,
la ciudad que viviera
bajo una cabellera de mujer soleada,
sobre una perfumada cabellera,
la ciudad cristalina
yace pisoteada.

Una bota terrible de alemanes poblada
hunde su marca en el jazmín ligero,
pesa sobre el naranjo aleteaste:
y pesa y hunde su talón grosero
un general de vino desgarrado,
de lengua pegajosa y vacilante,
de bigotes de alambre groseramente astado.

Mirad, oíd: mordiscos en las rejas,
cepos contra las manos,
horrores reluciendo por las cejas,
luto en las azoteas, muerte en los sevillanos.

Cólera contenida por los gestos,
carne despedazada ante la soga,
y lágrimas ocultas en los tiestos,
en las roncas guitarras donde un pueblo se ahoga.

Un clamor de oprimidos,
de huesos que exaspera la cadena,
de tendones talados, demolidos
por un cuchillo siervo de una hiena.

Se nubló la azucena,
la airosa maravilla:
patíbulos y cárceles degüellan los gemidos,
la juventud, el aire de Sevilla.


Amordazado el ruiseñor, desierto
el arrayán, el día deshonrado,
tembloroso el cancel, el patio muerto
y el surtidos, en medio, degollado.

¿Qué son las sevillanas
de claridad radiante y penumbrosa?
Mantillas mustias, mustias porcelanas
violadas a la orilla de la fosa.

Con angustia y claveles oprime sus ventanas
la población de abril. La cal se altera
eclipsada con rojo zumo humano.

Guadalquivir, Guadalquivir, espera:
¡no te lleves a tanto sevillano!
William Jun 2017
Me estoy desmoronando, pues mi piel se ha despegado de mi cuerpo
Esta noche, buscando tu alma en este infierno caótico
Creyendo que algún día seré feliz, junto a ti.

Esperanza desdichada, olvidada y despedazada
Te necesito ahora,  ya que lo único que reside en mi
Es una tristeza insuperable, digna de un cobarde.

Entro en un bosque de melancolía
Mientras tú me dices que esa no es la mejor vía.

Acarrear tanto odio, de allá para acá
Oh, ¿Será verdad
que por fin voy a estallar?

— The End —