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decir que esa mujer era dos mujeres es decir poquito
debía tener unas 12.397 mujeres en su mujer
era difícil saber con quién trataba uno
en ese pueblo de mujeres  / ejemplo:

yacíamos en un lecho de amor /
ella era un alba de algas fosforescentes /
cuando la fui a abrazar
se convirtió en singapur llena de perros que aullaban / recuerdo
cuando se apareció envuelta en rosas de aghadir /
parecía una constelación en la tierra /
parecía que la cruz del sur había bajado a la tierra /
esa mujer brillaba como la luna de su voz derecha /

como el sol que se ponía en su voz /
en las rosas estaban escritos todos los nombres de esa mujer menos uno /
y cuando se dio vuelta / su nuca era el plan económico /
tenía miles de cifras y la balanza de muertes favorable a la dictadura militar / o sea

nunca sabía uno adónde iba a parar esa mujer /
yo estaba ligeramente desconcertado / una noche
le golpié el hombro para ver con quién era
y vi en sus ojos desiertos un camello / a veces

esa mujer era la banda municipal de mi pueblo   /
tocaba dulces valses hasta que el trombón empezaba a desafinar /
y los demás desafinaban con él /
esa mujer tenía la memoria desafinada /

usté podía amarla hasta el delirio /
hacerle crecer días del **** tembloroso /
hacerla volar como pajarito de sábana /
al día siguiente se despertaba hablando de malevíc /

la memoria le andaba como un reloj con rabia /
a las tres de la tarde se acordaba del mulo
que le pateó la infancia una noche del ser /
ellaba mucho esa mujer y era una banda municipal /

la devoraron todos los fantasmas que pudo
alimentar con sus miles de mujeres /
y era una banda municipal desafinada
yéndose por las sombras de la placita de mi pueblo /

yo / compañeros / una noche como ésta que
nos empapan los rostros que a lo mejor morimos /
monté en el camellito que esperaba en sus ojos
y me fui de las costas tibias de esa mujer /

callado como un niño bajo los gordos buitres
que me comen de todo /  menos el pensamiento
de cuando ella se unía como un ramo
de dulzura y lo tiraba en la tarde /
Alberto, un señor de 67 años, oriundo de la ciudad de Mendoza, exjefe de una pequeña vinoteca, vivía solo tras la pérdida de su esposa en un accidente de tránsito.

Era un hombre generalmente tranquilo, aunque muy inestable, con problemas de salud como taquicardia, sudoración y temblores. A menudo sentía un malestar innegable, algo constante que no lo dejaba estar en paz, pero luchaba por mantener la cordura.

Paseaba las calles y plazas de su ciudad murmurando "Dicen que el tiempo cura, pero nadie te dice cómo se vive sin la mitad de tu alma". Siempre llevaba consigo un reloj de bolsillo, regalo de María, su difunta esposa. No lo llevaba para ver la hora, sino como un recuerdo de su mujer.

Un día fue a visitar a Miguel, un excompañero suyo. Encendió el motor de su Ford Falcon amarillo modelo '81, después de mucho tiempo sin uso y se dirigió a un pueblo a las afueras de la ciudad. La tarde había quedado atrás. La oscuridad había empezado a caer. Pocas luces. Mucha niebla. Ver a distancia era casi imposible.

Durante el viaje, llorando, recordaba a María mientras sonaba Spinetta en la radio, el que solían escuchar juntos.

"Y si acaso no brillara el sol,
y quedara yo atrapado aquí,
no vería la razón,
de seguir viviendo sin tu amor.
Y hoy enloquecido vuelvo,
buscando tu querer,
no queda más que viento".
coreaba entre lágrimas.

Revisando el maletero, buscaba algo, sin saber qué. Encontró una foto de ellos dos junto al mar, pero sus rostros se diluían, como si fueran arrastrados marea adentro. El corazón le latió fuerte. Tanto, que empezó a sentir un dolor agudo en el pecho.

En un momento, se encontró con un camión que venía perdiendo el control, giró el volante y se tiró al costado. Desconcertado y sin ver nada, terminó conduciendo derecho hacia un abismo. Pisó el freno a último momento, pero el auto se arrastró sobre el barro y quedó colgando del borde. Terminó rompiendo el parabrisas, que reflejaba algo ya extinto. Cristales por todos lados, como si hubiera dañado su espejo.

En su mano, el artefacto intacto, funcionaba mejor que nunca. Buscaba a María, atrapada en las agujas de su reloj. Uno que ya no medía el paso del tiempo, sino que repetía lo perdido en laberintos de ausencia.
Todavía marca la hora.
Los minutos.
Los segundos.

7:10 a.m.

La visión se quebró.
Dejando eternos e infinitos fragmentos.
Alberto no murió físicamente. Murió por dentro. La pérdida lo dejó atrapado en un bucle emocional que gira una y otra vez en torno a las 7:10 a.m. Hora en la que su alma se quebró. El reloj, es símbolo de ese instante eterno. Aunque el mundo siga, él quedó detenido en el tiempo del dolor.

— The End —