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Nis Jun 2018
Entre escaques de cristal
perdida está mi alma
entre el azabache y el mármol
mi atontado corazón se halla.

Ven a mí rey de marfil
y libérame de esta desventura.
Corre reina de caoba,
necesito tu abrazo en esta hora.

Venid a mi, oh piezas de cristal,
pues entre escaques me hallo
y sólo vosotras sabéis
cómo encontrarme.

Y sólo vosotras sabéis
cómo he de encontrarme,
cómo he de ubicarme.
Entre la caoba y el marfil,
entre los escaques en que me hallo.

//

Between cristal squares
lost is my soul
among black amber and marble
my numbed heart is found.

Come to me ivory king
and free me from my misfortune.
Run mahogany queen,
I need your hug this hour.

Come to me, oh cristal piezes,
for among squares I am found
and only you know,
how to find me.

And only you know
how I shall find me,
how I shall locate me.
Among mahogany and ivory,
among the squares I am found.
I couldn't find a good replacement for "escaque", which means "chessboard square" so I just put square.
Un anciano consume su tabaco
en la vieja cachimba de nogal.
La tarde es solamente un cielo opaco
y el recuerdo amarillo de un rosal.

El anciano dormita...
Es tan triste la tarde para ver
un reloj descompuesto, y la infinita
crueldad de un calendario con la fecha de ayer.

Y silencio, un silencio propicio
para rememorar
cómo canta una boca la lectura
de la antigua conseja familiar.

En el fino paisaje se depura
una tristeza del atardecer,
y el reloj descompuesto parece una dolida
conciencia de caoba en la pared.

Una pobre conciencia, cuya charla
con la vieja cachimba de nogal
es el agrio murmullo de un postigo
y el recuerdo amarillo del rosal.
Apenas vaho sobre el cristal
con ademanes de ceniza, con estelas de niebla,
señala el mayordomo el lugar reservado
a cada uno de los comensales,
y susurra sus nombres con sílabas de ráfaga.
Franz -todos- bebe copas, copas, copas
de un oro ajado, de un resplandor marchito,
una luz madura en otras tierras
diluidas en la memoria.
¿Dónde estarán los compañeros que no ve?
Acaso fueron arrastrados por las aguas de Heráclito
hasta donde el ocaso se remansa y languidece.
Han cesado las risas. Las palabras son ascuas.
Todo es en este instante
desolación, herrumbre, acabamiento.
Huele a manzanas y a membrillos
demasiado maduros.
A través del ojo de buey
Franz contempla los días
que se aproximan navegando.
La ciudad que lo espera le saluda
con sus brazos alzados a las nubes,
enfundados en terciopelo gris.
Paralizado, congelado, el tiempo
va adquiriendo la pátina de estar atardeciendo,
otoñándose sobre el mar,
sobre la muerte, sobre el amor, sobre la música
que se libera, misteriosamente,
de nadie sabe qué prisiones.
Esta música lleva mucha muerte dentro.
El amor lleva dentro mucha música,
mucho mar, mucha muerte.
La muerte es un amor que habla con el silencio.
El amor es una melodía hija del mar y de la muerte:
asciende, gira, enlaza el cuerpo, lo encadena
hasta asfixiarlo despiadadamente.
La nave fantasmal -pero real- navega-
sobre el amor, sobre la muerte
(también sobre el olvido),
y glisa sobre el arpa de las olas,
navega sobre el agua como el laúd sobre la música
(y es que música y mar tienen el mismo origen).
Este mar lleva dentro mucha música,
mucho amor, mucha muerte.
                        Y también mucha vida.
...Y también mucha vida.
No sólo la que testimonia
el hervor de los brazos blanquísimos de las olas
al otro lado del cristal -solar, lunar- del camarote,
sino la que agoniza en el lado de acá.
Abanicos de plumas y de oro  empiezan a girar.
Giran y giran cada vez más vertiginosamente
-acelerando, siempre acelerando-
absorbidos, cautivos, reclamados por bocas abisales,
fraques azules, grises, rumor de besos y batir de alas,
ojos ennoblecidos por las lágrimas,
labios besados hondamente, que por eso
tienen más vida que quitar,
y el giro, el giro, el vértigo del vals,
el del polaco tísico
que escuchaba en la Valldemosa invernal
golpear insistente sobre el suelo la gota de agua.
El vals futuro, felicidad florida
de la dinastía risueña de los vieneses
resucitados cada 1 de enero en los televisores,
supervivientes de un imperio feliz e injusto
que ya no puede ser.
Son absorbidos, chupados, esclavizados
por lo hondo tenebroso. En el embudo
caen y desaparecen gorjeos de las aves
de los bosques de Viena, huéspedes de las ramas
húmedas de los tilos y los abedules,
aroma de grosellas y frambuesas,
de fresas y de arándanos: todos aprisionados
en las redes de escarcha del otoño.
El implacable sumidero
devora tules, sedas, lámparas de luz azulada,
nubes que se suicidan arrojándose
al hueco que termina
en el corazón verde del mar,
en la hoguera sombría y helada de la nada,
en lo fatal, irreversiblemente mudo.
Los invisibles compañeros
contemplan aterrados y desamparados
ese derrumbamiento que acaba en el silencio.
...El silencio que surca el ataúd de caoba.
a sus desvanecidos compañeros.
Con la clarividencia del moribundo
oye su despedida, sus adioses
con voces de violines, de violas, de violonchelos.
Sonaban a diamante y penumbra.
La nave -¿o ataúd?- en que Franz llega,
irremediablemente solo, cabecea sobre las ondas,
las azota su quilla con ritmo sosegado:
-chasquido, pellizcado, pizzicatto sombrío-
entre dos nadas, entre dos nuncas.
...Entre dos nuncas. El recién llegado
contempla el cielo encajonado
entre dos muros, entre dos sombras, entre dos silencios,
entre dos nadas.
Sentado sobre su banco de cemento
saca de su bolsillo unos trozos de pan,
los desmiga. Da de comer a las palomas.
Bajo sus lomos rojos, en la oscura caoba,
Tus libros duermen. Sigo los últimos autores:
Otras formas me atraen, otros nuevos colores
Y a tus fiestas paganas la corriente me roba.

Gozo de estilos fieros  anchos dientes de loba.
De otros sobrios, prolijos  cipreses veladores.
De otros blancos y finos - columnas bajo flores.
De otros ácidos y ocres  tempestades de alcoba.

Ya te había olvidado y al azar te retomo,
Y a los primeros versos se levanta del tomo
Tu fresco y fino aliento de mieles olorosas.

Amante al que se vuelve como la vez primera:
Eres la boca dulce que allá, en la primavera,
Nos licuara en las venas todo un bosque de rosas.
Del follaje erizado
caíste
completa,
de madera pulida,
de lúcida caoba,
lista
como un violín que acaba
de nacer en la altura,
y cae
ofreciendo sus dones encerrados,
su escondida dulzura,
terminada en secreto
entre pájaros y hojas,
escuela de la forma,
linaje de la leña y de la harina,
instrumento ovalado
que guarda en su estructura
delicia intacta y rosa comestible.
En lo alto abandonaste
el erizado erizo
que entreabrió sus espinas
en la luz del castaño,
por esa partidura
viste el mundo,
pájaros
llenos de sílabas,
rocío
con estrellas,
y abajo
cabezas de muchachos
y muchachas,
hierbas que tiemblan sin reposo,
humo que sube y sube.
Te decidiste,
castaña,
y saltaste a la tierra,
bruñida y preparada,
endurecida y suave
como un pequeño seno
de las islas de América.
Caíste
golpeando
el suelo
pero
nada pasó,
la hierba
siguió temblando, el viejo
castaño susurró como las bocas
de toda una arboleda,
cayó una hoja del otoño rojo,
firme siguieron trabajando
las horas en la tierra.
Porque eres
sólo
una semilla,
castaño, otoño, tierra,
agua, altura, silencio
prepararon el germen,
la harinosa espesura,
los párpados maternos
que abrirán, enterrados,
de nuevo hacia la altura
la magnitud sencilla
de un follaje,
la oscura trama húmeda
de unas nuevas raíces,
las antiguas y nuevas dimensiones
de otro castaño en la tierra.
La casa, junto al río.
Alegre el saloncito. La ventana
Sobre el jardín. Aromas. Luz. Estío,
Aves en el azul de la mañana.

Copiado en grande espejo, se columbra
El tocador de mármol de la alcoba
Que un claro sol alumbra;
Y en la negra caoba

Del luciente piano
Yergue su aristocracia,
Colocado con gracia,
Ramo de rosas del jardín cercano.

Y salida del baño, en amplia bata
Que el seno mal recata,
Yace tendida en el sofá, fumando
Un cigarrillo y otro, y viendo el humo
Subir en espirales.
Yo, imitando
Su inocente placer, pues también fumo.

-¿Y qué piensas hacer? ¿Salir? Supongo
Que saldrás, pues no creo
Que hoy al «Bosque» no vayas de paseo.
Y pensando estarás: «¿Y qué me pongo?
¿Qué sombrero? ¿Qué traje? ¿Y qué sombrilla
Llevaré? ¿Blanca o de color de rosa?»
Y dirás cual la cosa más sencilla:
«¡Bah! Si todo me queda a maravilla»,
Porque eso sí... Cual nadie vanidosa.

¿Sonríes? Cuántos al pasar tu talle
Y tu cara, entre arrobos,
Como si fueran bobos
Se quedarán mirándote en la calle!
¿Y una cita no tienes? Di, responde.
¿Cita con quién? ¿Y en dónde?
Si quieres ir a Armenonville, pidamos
Una mesa. ¿No quieres?
¿O a «Perroquet» prefieres
Ir esta noche? ¿Vamos o no vamos?
¿O más bien a «Florida»
Para ver a la Nasch, como albayalde,
Y flaca siempre, y siempre bien vestida
Por Lelong o Patou, pero de balde
Cual «reclame» de sus casas de costura?

No fumes más. No insistas. Te hace daño.
¿Cambiaste la montura
Del anillo? ¿A Deauville no vas este año?
Una pregunta, nada más, loquilla:
Para verte los ojos, frente a frente,
Acercaré la silla:
La mirada, ¿no sabes?, nunca miente.

No son celos. Te digo
Que no son celos; pero aquel amigo

Con quien te vi en el Bitz.... te lo aseguro,
Sí, no son celos, no lo son. Te juro
Que celoso no soy... Mas tienes suelto
El brazalete... Dime con franqueza,
Con franqueza, ¿a salir con él no has vuelto?
Apoya sobre mi hombro la cabeza;
Mas no cierres los ojos, oye, mira;
Dime que todo, todo fue mentira,
Que, nunca has sido loca,
Y nunca lo serás para engañarme,
Y vivirás, y vives, para amarme....
Mas dilo con el alma entre la boca,
Dímelo pronto, pronto....
¿No oyes? ¿Estás dormida?
                                          -«Tonto, tonto!
Qué tonto eres así,
Imitando Toi et moi de Géraldy».
Fatigada ya, su mano
Sobre las teclas vagó,
Y soñolienta arrancó
El último acorde al piano.

Y como aroma que exhala
Una flor, y al viento flota,
Aquella postrera nota
Queda vagando en la sala.

Y va la niña a su alcoba,
Y se alzan visiones puras
De las blancas colgaduras
De su lecho de caoba.

Por el alto mirador
Entran a la tibia estancia
El rumor y la fragancia
De los naranjos en flor.

Se ve al través del boscaje
Un astro que parpadea,
Y la brisa cuchichea
En las cortinas de encaje.

Y de un amor ideal,
Memorias quizá adoradas,
Hay flores secas, regadas
En las mesas de nogal.

Entre esos ramos dispersos,
De festines olvidados,
Muestra sus cortes dorados
Abierto un libro de versos.

Al fulgor azul y escaso
Que la lámpara derrama
Brillan cerca de la cama
Sus zapatillas de raso.

Y finge la luz visiones,
Visiones que sonrientes
Se reclinan indolentes
En los tallados sillones.

Y en la penumbra se ve,
Bañado en tenue fulgor,
Afuera del cobertor
Su breve y rosado pie.

Todo yace en calma. Hermosa
La luna su lumbre riega,
Y a besar el lecho llega
Donde la virgen reposa.

¡Cómo su pecho se ensancha
Ante esa luz de consuelo!
Es la bendición del cielo
Sobre esa frente sin mancha.
En busca de la tarde
fui apurando en vano las calles.
Ya estaban los zaguanes entorpecidos de sombra.
Con fino bruñimiento de caoba
la tarde entera se había remansado en la plaza,
serena y sazonada,
bienhechora y sutil como una lámpara,
clara como una frente,
grave como un ademán de hombre enlutado.
Todo sentir se aquieta
bajo la absolución de los árboles
-jacarandás, acacias-
cuyas piadosas curvas
atenúan la rigidez de la imposible estatua
y en cuya red se exalta
la gloria de las luces equidistantes
del leve azul y de la tierra rojiza.
¡Qué bien se ve la tarde
desde el fácil sosiego de los bancos!
Abajo
el puerto anhela latitudes lejanas
y la honda plaza igualadora de almas
se abre como la muerte, como el sueño.
Desde media noche, aquel día
No terminaba de llover.
¡Qué gris y honda melancolía
La de ese triste amanecer!

Dos lámparas agonizantes
Daban luz vaga al corredor.
Leves sombras, y en los semblantes
Huellas de insomnio y de dolor.

Desde el patio se columbraba
Oscura cerrazón sin fin.
Bajo la lluvia se doblaba
El jazminero en el jardín.

Sobre su lecho de caoba
Se agitaba, y un fuerte olor
De ácido fénico en la alcoba
Aumentaba nuestro dolor.

Su cabello en las almohadas,
Inmóvil en su reposar,
Fingía dos alas plegadas
En blancas espumas del mar.

Cual quietos remos en la ola
Sus brazos dejaba caer,
Y un fulgor como de aureola
Parecía en su frente arder.

Entre la sombra y la tormenta,
Del agua no cesaba el son...
¡Cómo el dolor la lluvia aumenta
Cuando está triste el corazón!

De un crucifijo se veía
A su lado la triste faz,
Y ante él un cirio se extinguía
Con chisporroteo tenaz.

En torno de ella, flor ya mustia,
Última luz de una ilusión,
Las almas eran honda angustia,
Los labios eran oración.

¡Veintiún años!... Rosal florido
Iba la muerte a deshojar...
¡Y cayendo en aguas de olvido
Ya su corona de azahar!

Cuando el alba, entre el aguacero,
En el alto cerro brilló,
Un gemido largo, el postrero,
Sus labios por siempre cerró.

En redor, sollozos ahogados...
¡Vino a ella la eterna paz!
Sus ojos estaban cerrados,
Pero ellos veían ya más.

— The End —