Agrio y amargo, penetras mi lengua como otra lengua lo haría. Y es que vas más allá de lo físico, más allá de lo surreal e intrínseco, llegas al alma y al corazón y los nutres de tu seno ferviente. Eres madre, eres padre, eres hijo, nieta, primo, amiga. Permites tu cultivo; te sacrificas para que seres hipócritas te ingieran mientras discuten política, economía, religión, literatura, guerra, amor.
Preparas la tierra fértil del intelecto para laborar la poesía y la música. Una pareja se enamora al platicar mientras beben y degustan tu ácido, y tú, espectador omnipresente, ubicuo, exploras las mentes a las que llegas utilizando la autopista neuronal. Eternizas tu gestión desinteresadamente. Son escasos los que te aprecian, pero inconmensurables los que te reconocen, así como un religioso reconoce a su dios, pero solo lo valora cuando ha de necesitarlo.