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«¿Hacia dónde?» dicen todos,
«Otra vez a España?»
                                -«Al centro,
A conquistar nuevas tierras,
Listo el brazo y firme el pecho.
Río arriba, que hay un río
Que vendrá desde muy lejos.
Habrá en sus orillas oro;
Riquezas habrá en su extremo.
Ese río es el camino,
Ante nosotros abierto,
Para la fortuna. ¡Vamos,
Los que no sepáis de miedo!»

«¿Miedo? Nadie lo conoce».
Todos a una dijeron.

Y en ir y venir constante
Es grande alborozo el puerto
De Santa Marta ese día
De Abril de mil y quinientos
Treinta y seis de nuestra Era.
El Licenciado en Derecho
Don Gonzalo de Jiménez
De Quesada, airoso, erecto,
En el casco blancas plumas
Que agita el marino viento;
Con la luciente coraza
Guarnecido el noble pecho,
Y el pendón de Carlos Quinto
En la diestra mano irguiendo,
Ve ante él desfilar su tropa:
Sus hombres son ochocientos;
Y ochenta y cinco jinetes,
Y aborígenes flecheros.

Fray Domingo de Las Casas,
En el aire mañanero
Alza la mano y bendice,
Pidiendo el favor del Cielo.

Todos inclinan la frente,
Y en fila siguen al puerto.
Las lonas y cabrestantes
Aprestan los marineros,
Y cabecean los barcos
En el mar, diáfano espejo.

En carabelas van unos
Y en bergantines ligeros;
Otros partirán por tierra:
Todos de ánimo resuelto.

-«¡Adiós!» -
«¡Adiós!»...
                                    Tras fatigas
Unos, contra el mar violento
Luchando, y sus bergantines
Por ciclones, rotos viendo;
Y los otros, que en el bosque
Van despejando sendero,
En Malambo, sobre el río,
Se unen al fin. Desaliento
Profundo embarga sus almas,
Y en airada voz dijeron:

-«¿Avanzar? ¡Es imposible!
Para el mar nos volveremos».

Don Gonzalo pensativo,
Ante ese gran desconsuelo,
Le dice al Padre Las Casas,
Ante el peligro, sereno:
«Como voz terrena falla,
Habladles con voz de cielo».

En el arenal del río
Que desciende amarillento
Sobre tabla que se apoya
En recién cortados leños,
Un crucifijo se yergue,
Un cáliz y un Evangelio;
Y terminada la misa
Entre alboroto del viento
Y entre el rumor de la selva,
Dice el fraile:

                      «Llegó el tiempo
De que a los reinos de Cristo
Unamos un nuevo reino»

Y se vio trocado en gozo
Entonces el desaliento


¡Río arriba!... Unos por agua,
Otros por tierra. Al estrépito
De las voces de «¡¡Adelante!!»
Se unió el rimbombo del trueno.
Fúlgidos rayos cruzaron
El espacio ceniciento.
Borrose el sol. De las fieras,
Por entre el follaje espeso,
Llegaban roncos rugidos;
Y torrencial aguacero
Cayó de pronto. La oril la
Fue entonces pantano inmenso.
Unos subían el río;
Otros, bajo árboles, quietos;
Y la tormenta seguía
Los árboles sacudiendo.
Eran torrentes los caños,
Y entre ese fragor siniestro
Sobre las carnes de todos
Caían nubes de insectos,
Arañas, negras avispas,
Jején y tábanos fieros,
Que en encendidas ampollas
Les convertían el cuerpo.

Amarrados a los troncos
Se columbraban muy lejos
Los barcos. Y los infantes
De los raudales huyendo,
Sobre horcones cavilaban,
Mirando inundado el suelo,
Cómo esa noche podrían
El cuerpo entregar al sueño.
Charco enorme era la tierra;
Seguía el río creciendo
Y en los gajos de los árboles
Eran los aventureros
De ese día -y que muy pronto
De un mundo serían dueños-
Pájaros que disputaban
A los pájaros sus lechos.

De vez en cuando caía,
Con rudo golpe, uno al suelo:
De los audaces «chimilas»
Bajo el venablo certero.

«¿Hacia donde?» -preguntaban,
Y Quesada, duro el ceño,
A caballo respondía:
«Río arriba, que esto es nuéstro»

Y el pendón de Carlos Quinto
Erguía entre el aguacero.

Cerca un tigre. De otro tigre
El rugir se oía lejos.

Un alto al fin. En «Barranca
Bermeja»... Entre el desaliento
Estalla el tumulto, y todos
Piden hacia el mar regreso.
-«¿Para qué bellos pasajes
En desamparo y enfermos?»
Así decían. Quesada
Sin vacilar en su empeño.

Por el Opón, dos canoas
Envía Quesada. El cielo
Es viva paleta. El ánimo
Volver parece a sus pechos.
Se alza la luna. Vihuelas
Y voces forman concento:
La primera serenata
Bajo centenarios cedros
A la orilla del gran río
Que desciende soñoliento,
Llevando en sus aguas, troncos
Vivos: los saurios; y muertos
Troncos, que arrancó en la playa
La corriente con estrépito.

En tanto, Quesada sueña;
Soñando está, mas despierto.
Piensa en rejas andaluzas
Y en algunos ojos negros;
Y como es poeta, entonces
Fulge en su memoria un verso,
-¿Quién un verso no recuerda
En sus noches de desvelo,
Un verso que muchas veces
Es lágrima de otro tiempo?-
Y evocando a Santillana
Ya su «Vaqueira», un ensueño
Radioso se alza en su mente,
Visión de gloria: otro reino
Para España, que en el mundo
Habrá de extender su imperio.
«España y amor», murmura,
Y a sus ojos baja el sueño.

Y regresan las canoas:
Traen sal y  traen lienzos;
Y todos alborazados,
Delante de un mundo nuevo
Surcan del Opón las aguas,
De la gloria aventureros;
Y a las serranías suben:
Sementeras, chozas, huertos,
Cielo distinto, otros campos,
Vegas  y valles y cerros,
En donde sopla en el día
Y en las noches aire fresco
Y después, la gran llanura
Que se abre a sus ojos, lejos:
Nuevo día. Bella aurora;
Azul y radiante el cielo,
Y entre silbido de flechas,
Al frente los macheteros.
Troncos iban derribando
Que tendían en deshechos
Raudales, cual recios puentes
De infantes y caballeros,
Mientras serpientes enormes
Entre el matorral espeso
Deslizábanse, y arteras
Dejaban mortal veneno
En las carnes de esos bravos
Postrados por hambre y sueño.
Unos caían. Los otros
Marchaban, camino abriendo
Entre trabas de bejucos
Y árboles corpulentos.

Para comida, raices,
Y hojas y barro, por lecho.
Saltaba un tigre de pronto
Entre la noche, uno menos.

Otro día. Azul y gualda
Y rojo. Horizonte espléndido.
Cada rama era una libre
Jaula a las aves del cielo.
Brilla la esperanza. Entonces
Temblando de fiebre, regios
Palacios, veían, oro
Y más oro entre sus sueños
De sobresalto en la selva;
Pero de repente el trueno
Retumbaba en el espacio
Y y volvía el desaliento...
Y luego... a buscar raíces,
Entre tupidos helechos ,
Donde arañas y serpientes
Acechaban en silencio

Tarde radiante del trópico...
Rojos celajes. En vuelo
Perezoso van las garzas
Por los dormidos esteros;
En la orilla esperan otras
A los peces, vivo argento
Las escamas, que en los picos
Un instante brillan luego,
En tanto que albas corolas
Mueve el aura sobre el cieno.
En la playa, centenares
De saurios se mueven lentos
Grandes bandadas de pájaros,
Azules, verdes y negros
Pasan ¡La tarde del trópico!
El sol es un rojo incendio...
«El valle de los alcázares»,
Como en un deslumbramiento.

Tan sólo ciento sesenta
Han llegado. Setecientos
Marcaron con sus cadáveres
El recorrido sendero.

Y aquellos desconocidos,
Terrones de gleba; aquellos
Que de humildes heredades
A heroica aventura fueron,
No pensaron quizá entonces,
De sólo harapos cubiertos,
Pordioseros de la gloria,
Mientras Quesada su acero
Alzaba en tierras del Zipa,
Que el suelo hollado por ellos
Iba, cual florón de España,
A ensanchar el universo.
Tus cuatro sílabas suenan,
«Teusaquillo, Teusaquillo»,
Como un cantar armonioso
Que va en la noche perdido.

«¡Teusaquillo!» De los Zipas
Plácido y buscado asilo,
Cuando en época de lluvias
En el llano el turbio río
Formaba grandes pantanos
Y borraba los caminos!...

De los empinados cerros,
Bajo ramajes tupidos
En las quiebras, murmurando
Dos arroyos cristalinos
Descienden. Cercados pozos
Aquí, al soplo de los riscos,
Tienden sus fríos cristales,
En que peces fugitivos
Nadan, en límpidas aguas,
Donde el serrallo escogido
Del Zipa, su carne bruna
Hunde en mañanas de estío.
Aquí jarrones de Ráquira
Se ven con dibujos finos;
En pilares, cornamentas
De ciervos, conchas, colmillos
De leopardos; en colgantes
Jaulas, bajo cobertizos
De tupida cañabrava,
Son deleite del oído,
De aves de variadas plumas
Dulces cantos no aprendidos
En los maizales de Tenza
O en las selvas del Gran Río;
Labor de orfebres quimbayas
En los muros se ven ídolos,
Y sobre tapiz de esparto
Que se extiende a todo el piso
Pieles y telas vistosas
Teñidas de rojo vivo,
El mismo que en grandes piedras
Perdura en los jeroglíficos.

El Licenciado su gloria
Manchó con nuevo delito.

No pudo entregarle el Zipa
Los tesoros repartidos
A los nobles del Zipazgo,
Y murió en tormento inicuo.
Pero los tres responsables
Sufrieron duro castigo,
No castigo de los hombres
Más sí del poder divino:
Uno, muerto por un rayo,
En día de cielo limpio,
Otro en un juego de cañas,
Y otro, de lepra raído.

Por el incendio de Bosa,
Ya sin techos como abrigo,
Para el Reino conquistado
Capital Quesada quiso,
Y todos, asiento de ella
Fijaron a «Teusaquillo»
Y cuando llegó Quesada
Al lugar que fue escogido
El recuerdo de la vega
De Granada al punto vino
A su mente, vega hermosa
En donde jugó de niño.
La Serrezuela de Suba,
Bajo un azul opalino,
Fingió que era «Sierra Elvira»;
Las colinas de «El Suspiro
Del Moro» le recordaban
Las de Soacha a su espíritu
Y los dos cerros cercanos,
En claro fulgor ceñidos,
Trajéronle a su memoria,
Entre fantástico brillo,
Los collados de Granada
Con un misterioso hechizo.

Y por eso «Nuevo Reino
De Granada», al punto dijo,
«Será el nombre de esta tierra
Del Rey de España y de Cristo».
La aurora del seis de Agosto
Llegó espléndida. Bullicio
En el campamento. Alegre
Son de cornetas. Relinchos
De corceles apastados,
Y terror en los bohíos.

De todos los que lloraban,
Ante sus ocultos ídolos,
La muerte vil de su Zipa,
En lento y cruel suplicio,
Con los huesos destrozados,
En una tabla tendido.

Ya recogidas las toldas
Avanzan a «Teusaquillo».

Se apea de su caballo
Quesada -los ojos fijos
De todos en él- arranca
Puñado de hierba; altivo
Se yergue; lo agita y dice:
«De estos remotos dominios
Tomo posesión perpetua
En nombre de Carlos Quinto».
Vuelve a montar. Y prosigue,
Con fuerte voz: «Desafío
A todo aquel que se oponga
A esta fundación... ¡Oídlo!»
Desnudo brilla el acero,
En su puño fuerte erguido,
Y vuelve a envainarlo.
Nadie
Sus palabras contradijo.

Y al punto ordenó que doce
Casas de techo pajizo
Se alzaran, de los Apóstoles
En recuerdo.
Fray Domingo
De Las Casas por mandato
De Quesada, en ese mismo
Instante empezó una ermita
Con españoles e indios,
Y en tela de burdo lienzo
Incólume ante los siglos,
Un crucifijo pintado
Se alzó en el altar.
¡Y Cristo
Abrió los brazos pidiendo
Piedad para los vencidos!

Y desde aquella mañana,
Cuando cambió «Teusaquillo»
Su nombre por Santa Fe
De Bogotá y Carlos Quinto
Iba con un nuevo reino
A ensanchar su poderío,
El sol ya no se ponía
En españoles dominios.
Cezú Aug 16
Me pondría las botas
con ***** de acero, llenas de lodo
para machacarte la cabeza contra el cemento
Y finalmente exhalar
el humo que me metiste y aún cargo dentro

Porque sé que me dirías que en vez de saltarte encima debería patearte
Porque arriba de ti no causo daño
Ya me lo decías tú

Quisiera agarrarte del pelo
Arrancarte el cuero cabelludo como peluca de ortiga
Atarte a un poste de luz en un callejón oscuro
Azotarte con tu pelo y cubrirte de tu propia caspa

Deslizar la navaja para abrirte una sonrisa
Aunque no soportaría tus gritos, solo por eso no lo haría.

Exprimirte las manos sudorosas
Y ensanchar el mar de distancia entre tu padre y tú

Ya calva, te arrastraría al barrio
para condenarte a trabajar de cajera
Y a no conocer a nadie que guste del arte
el resto de tu mugrosa vida.

— The End —