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Spanish

Vagos preludios. En la noche espléndida
Su voz de perlas una fuente calla,
Cuelgan las brisas sus celestes pifanos
En el follaje. Las cabezas pardas
De los búhos acechan.
Las flores se abren más, como asombradas.
Los cisnes de marfil tienden los cuellos
En las lagunas pálidas.
Selene mira del azul. Las frondas
Tiemblan… y todo! hasta el silencio, calla…

Es que ella pasa con su boca triste
Y el gran misterio de sus ojos de ámbar,
A través de la noche, hacia el olvido,
Como una estrella fugitiva y blanca.
Como una destronada reina exótica
De bellos gestos y palabras raras.

Horizontes violados sus ojeras
Dentro sus ojos–dos estrellas de ámbar–
Se abren cansados y húmedos y tristes
Como llagas de luz que quejaran.

Es un dolor que vive y que no espera,
Es una aurora gris que se levanta
Del gran lecho de sombras de la noche,
Cansada ya, sin esplendor, sin ansias
Y sus canciones son como hadas tristes
Alhajadas de lágrimas…

              English

Murmuring preludes. On this resplendent night
Her pearled voice quiets a fountain.
The breezes hang their celestial fifes
In the foliage. The gray heads
Of the owls keep watch.
Flowers open themselves, as if surprised.
Ivory swans extend their necks
In the pallid lakes.
Selene watches from the blue. Fronds
Tremble…and everything! Even the silence, quiets.

She wanders with her sad mouth
And the grand mystery of amber eyes,
Across the night, toward forgetfulness
Like a star, fugitive and white.
Like a dethroned exotic queen
With comely gestures and rare utterings.

Her undereyes are violated horizons
And her irises–two stars of amber–
Open wet and weary and sad
Like ulcers of light that weep.

She is a grief which thrives and does not hope,
She is a gray aurora rising
From the shadowy bed of night,
Exhausted, without splendor, without anxiousness.
And her songs are like dolorous fairies
Jeweled in teardrops…

                          The strings of lyres
                          Are the souls' fibers.–

The blood of bitter vineyards, noble vineyards,
In goblets of regal beauty, rises
To her marble hands, to lips carved
Like the blazon of a great lineage.

Strange Princes of Fantasy! They
Have seen her languid head, once *****,
And heard her laugh, for her eyes
Tremble with the flower of aristocracies!

And her soul clean as fire, like a star,
Burns in those pupils of amber.
But with a mere glance, scarcely an intimacy,
Perhaps the echo of a profane voice,
This white and pristine soul shrinks
Like a luminous flower, folding herself up!
Natalia Rivera Mar 2015
7:15, viernes.
Era un viernes usual, llegue a su casa a eso de las 7:15; el cielo tenia pinceladas grises acompañado de una que otra estrella extraviada. Mientras observaba detenidamente, él se asoma por el balcón haciéndome un gesto de “entra” así que eso hice. Al entrar vi que en la sala no había nadie:
- ¿Dónde están tus padres? Le pregunte confundida
- Salieron a visitar a mi abuela.
Entre en su cuarto, el cual es demasiado espacioso para una sola persona. En las paredes cuelgan sus pinturas o algunas fotos de nosotros, en la esquina esta su computadora con los papeles compulsivamente organizados. Esta su cama con algunos cojines y un viejo y horrible sofá color amarillo. Como de costumbre deje mis zapatos al lado de la puerta, las ventanas estaban todas cerradas, lo único que le daba ventilación al cuarto era un viejo abanico en el piso así que encendí el aire acondicionado. Fui de camino hacia la puerta y me detuve justo frente al espejo, parecía una demente. Tenía unos pantalones cortos color crema con una camiseta negra la cual tenía un pequeño bordado de flores. Me encontraba frente a mi doble tratando de ver si me veía gorda cuando siento su mirada, penetrando en mi piel así que sonrió al instante.
-¿Qué se supone que haces?
- Tratando de no verme gorda
Él se queda callado y al cabo de varios minutos se va y cierra la puerta. Y ahí me encontraba yo, en el cuarto de mi novio, el que fue bendecido con tanta paciencia que podía llenar una tapa de botella. Molesta, fui a apagar la luz y me tire en su cama, pensando en que sucedería después cuando sonido de la ducha me trajo de vuelta a la realidad así que decidí arroparme y tratar de dormirme.
  
8:20, viernes.

El sonido de la puerta me despierta, busco mi teléfono y son las 8:20. Sigo dormida y algo confundida así que no logro ver dónde está el así que permanezco acostada intentando sin conseguirlo despertar. La cama se baja y sé que él se sentó así que me levanto y encuentro su cara.
-¿Por qué no me dijiste que te ibas a bañar?
- Estabas ocupada pensando en babosadas, en cambio, yo necesitaba un tiempo para pensarte detenidamente. – comenzó a acariciarme el rostro y continuo- ¿Acaso no entiendes que no tienes que ser flaca para que te desee? No te das cuenta, pero te deseo cada momento que te veo, cada vez que te tengo quisiera poder hacer estas cosas. Intente preguntar qué cosas pero su boca me lo impidió. Comenzó a besarme lento, como si hubiésemos tenido toda la noche para besarnos, como si sus padres jamás fueran a llegar. Seguido de un vals de  caricias buscando más allá de mi ropa, comenzó a quitármela despacio, como si estuviera escribiendo una historia. Lo tenía desnudo frente a mí, era mío y por ese lapso de tiempo podía hacer lo que quisiera con él. Podía besar cada centímetro de su cuerpo, acariciarlo en las partes que quisiera con la velocidad que quisiera, sentía como se hundía en mi cuerpo, como su respiración se iba cortando, como íbamos perdiendo la cordura hasta estallar.
11:54, casi sábado.

Yacíamos uno encima del otro, sin movernos, despeinados, sudados, saboreando el fulgor que brotaban nuestros cuerpos. Podía sentir su corazón latir, entrelazaba su pelo entre mis dedos preguntándome que sería de mis noches grises sin él. No podía parar de mirarlo, porque sabía que era el con quien quería pasar el resto de mis días, quería dejarle saber que lo iba a amar hasta que el cielo deje de dar espectáculos en las tardes, hasta que cada rincón del océano sea explorado, hasta que mi corazón este seco. Y aun así, lo amaría desenfrenadamente.
He vencido al ángel del sueño, el funesto alegórico:
su gestión insistía, su denso paso llega
envuelto en caracoles y cigarras,
marino, perfumado de frutos agudos.

Es el viento que agita los meses, el silbido de un tren,
el paso de la temperatura sobre el lecho,
un opaco sonido de sombra
que cae como trapo en lo interminable,
una repetición de distancias, un vino de color confundido,
un paso polvoriento de vacas bramando.

A veces su canasto ***** cae en mi pecho,
sus sacos de dominio hieren mi hombro,
su multitud de sal, su ejército entreabierto
recorren y revuelven las cosas del cielo:
él galopa en la respiración y su paso es de beso:
su salitre seguro planta en los párpados
con vigor esencial y solemne propósito:
entra en lo preparado como un dueño:
su substancia sin ruido equipa de pronto,
su alimento profético propaga tenazmente.

Reconozco a menudo sus guerreros,
sus piezas corroídas por el aire, sus dimensiones,
y su necesidad de espacio es tan violenta
que baja hasta mi corazón a buscarlo:
él es el propietario de las mesetas inaccesibles,
él baila con personajes trágicos y cotidianos:
de noche rompe mi piel su ácido aéreo
y escucho en mi interior temblar su instrumento.

Yo oigo el sueño de viejos compañeros y mujeres amadas,
sueños cuyos latidos me quebrantan:
su material de alfombra piso en silencio,
su luz de amapola muerdo con delirio.

Cadáveres dormidos que a menudo
danzan asidos al peso de mi corazón,
qué ciudades opacas recorremos!
Mi pardo corcel de sombra se agiganta,
y sobre envejecidos tahúres, sobre lenocinios de escaleras
gastadas,
sobre lechos de niñas desnudas, entre jugadores de football,
del viento ceñidos pasamos:
y entonces caen a nuestra boca esos frutos blandos del cielo,
los pájaros, las campanas conventuales, los cometas:
aquel que se nutrió de geografía pura y estremecimiento,
ése tal vez nos vio pasar centelleando.

Camaradas cuyas cabezas reposan sobre barriles,
en un desmantelado buque prófugo, lejos,
amigos míos sin lágrimas, mujeres de rostro cruel:
la medianoche ha llegado, y un gong de muerte
golpea en torno mío como el mar.
Hay en la boca el sabor, la sal del dormido.
Fiel como una condena a cada cuerpo
la palidez del distrito letárgico acude:
una sonrisa fría, sumergida,
unos ojos cubiertos como fatigados boxeadores,
una respiración que sordamente devora fantasmas.

En esa humedad de nacimiento, con esa proporción tenebrosa,
cerrada como una bodega, el aire es criminal:
las paredes tienen un triste color de cocodrilo,
una contextura de araña siniestra:
se pisa en lo blando como sobre un monstruo muerto:
las uvas negras inmensas, repletas,
cuelgan de entre las ruinas como odres:
oh Capitán, en nuestra hora de reparto
abre los mudos cerrojos y espérame:
allí debemos cenar vestidos de luto:
el enfermo de malaria guardará las puertas.

Mi corazón, es tarde y sin orillas,
el día como un pobre mantel puesto a secar
oscila rodeado de seres y extensión:
de cada ser viviente hay algo en la atmósfera:
mirando mucho el aire aparecerían mendigos,
abogados, bandidos, carteros, costureras,
y un poco de cada oficio, un resto humillado
quiere trabajar su parte en nuestro interior.
Yo busco desde antaño, yo examino sin arrogancia,
conquistado, sin duda, por lo vespertino.
Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella,
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea,
yo soy del astro errante
la luminosa estela.Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.En el laúd, soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruïnas yedra.Yo atrueno en el torrente
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca.Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.Yo corro tras las ninfas
que, en la corriente fresca
del cristalino arroyo,
desnudas juguetean.Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras.Yo, en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos,
contemplo sus riquezas.Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.Yo sé de esas regiones
a do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra,Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.
Inés es joven: en su faz hermosa,
Luchando están como Hércules y Anteo,
El carmín pudibundo de la rosa,
Con la avarienta lumbre del deseo.

Torna los corazones en despojos,
Pues tiene en su diabólico albedrío,
Miel en sus frases, dardos en sus ojos
El alma en ascuas y el semblante frío.

Es blanca en su exterior como azucena
Negra en su fondo cual la noche oscura;
Roja adelfa es su boca, que envenena
Al que una gota de su miel apura.

A fuerza de sufrir, lleva consigo
Tal odio al mundo que su planta pisa,
Que, engañando al amante y al amigo,
Usa como una máscara la risa.

Visita los altares, y allí brota
De sus labios y en público la queja:
Que por ganar la fama de devota,
Ha dado, siendo joven, en ser vieja.

Cansada al fin de dar funesto ejemplo,
Suelta un ***** mantón sobre su talle,
Y aunque igual en la calle y en el templo,
Hoy ha cambiado el templo por la calle.

En la humildad con que su rostro juega,
Se juntan lo piadoso y lo pagano:
Un correcto perfil de estatua griega,
Y el colorido del pincel romano.

Tan modesta se viste, y tan seguido
Se la mira en el templo lacrimosa,
Que son juntos su faz y su vestido,
Hábito y faz de austera religiosa.

Cuando se haiia en el templo arrodillada,
Rezando en alta voz con gran tristeza,
La gente que la ve dice asombrada:
«Inés es muy devota porque reza».

Los ojos bajos y la faz contrita,
Trémulos y turbados sus acentos,
Toma y lleva a su frente agua bendita,
Para ahuyentar los malos pensamientos.

Se ven correr las cuentas del rosario
Entre sus dedos de alabastro y grana,
Como en el blanco lirio solitario
Las perlas de la púdica mañana

Cuantos miran a Inés rezar sumisa,
Y oyen la voz con que piedad implora,
Y ven que, puesta en cruz, toda la misa,
Solloza, ruega, se estremece y llora;

Al ver su rostro en lágrimas deshecho,
Con santa unción resplandecer ufano;
Las reliquias que cuelgan de su pecho,
Las novenas que tiemblan en su mano;

Juzgan verdad su devoción sagrada,
Cierta juzgan su mística tristeza,
E ignoran que la dama arrodillada
No viene a orar... y, sin embargo, reza.

Entre orar y rezar hay un abismo,
Que ni medir ni escudriñar me toca:
El rezo y la oración no son lo mismo,
Que no es lo mismo el alma que la boca.

Inés, del templo en la imponente calma,
Por rendir culto a Dios, le infiere agravios:
Su rezo está en la boca, no en el alma...
¡La oración en el alma, no en los labios!

La dulce fe de sus primeros días
Mataron en Inés los desengaños,
Y hoy reza en alta voz Avemarías
Iguales: ¡ay! a las de aquellos años.

¿Qué son las tiernas frases de su boca?
Gritos que aturdirán su propio duelo...
Flores con que su afán cubre una roca
Coronada de témpanos de hielo.

Víctima de su gracia y su belleza,
Tiene Inés una historia de dolores.
Y recuerda su historia cuando reza,
Queriendo despertar tiempos mejores.

Rezando sin orar, en voz muy alta,
Ofende al templo del Señor, sagrado,
Pues pone allí, para encubrir su falta,
El rezo como escudo del pecado.

Es incrédula, y júzganla creyente;
Llena con falso culto el alma hueca,
Y así a la faz de Dios rezando miente,
Y el mundo ignora que rezando peca.

¡El mundo! Vedlo... toma como ejemplo
De santa unción a Inés que está llorando...
¿Ejemplo? Sí: de las que van al templo,
Hijas del mal, para pecar rezando.

¿Cómo ensalzar sus aparentes galas
De misticismo y devoción? -¡Del cielo
Es la oración, que, al agitar sus alas
Ni polvo ni rumor alza en el suelo!
I
Si de tus dones y, de tus destrucciones, Océano, a mis manos
pudiera destinar una medida, una fruta, un fermento,
escogería tu reposo distante, las líneas de tu acero,
tu extensión vigilada por el aire y la noche,
y la energía de tu idioma blanco
que destroza y derriba sus columnas
en su propia pureza demolida.

      No es la última ola con su salado peso
      la que tritura costas y produce
      la paz de arena que rodea el mundo:
      es el central volumen de la fuerza,
      la potencia extendida de las aguas,
      la inmóvil soledad llena de vidas.
      Tiempo, tal vez, o copa acumulada
      de todo movimiento, unidad pura
      que no selló la muerte, verde víscera
      de la totalidad abrasadora.

      Del brazo sumergido que levanta una gota
      no queda sino un beso de la sal. De los cuerpos
      del hombre en tus orillas una húmeda fragancia
      de flor mojada permanece. Tu energía
      parece resbalar sin ser gastada,
      parece regresar a su reposo.

      La ola que desprendes,
      arco de identidad, pluma estrellada,
      cuando se despeñó fue sólo espuma,
      y regresó a nacer sin consumirse.

      Toda tu fuerza vuelve a ser origen.
      Sólo entregas despojos triturados,
      cascaras que apartó tu cargamento,
      lo que expulsó la acción de tu abundancia,
      todo lo que dejó de ser racimo.

      Tu estatua está extendida más allá de las olas.

Viviente y ordenada como el pecho y el manto
de un solo ser y sus respiraciones,
en la materia de la luz izadas,
llanuras levantadas por las olas,
forman la piel desnuda del planeta.
Llenas tu propio ser con tu substancia.

Colmas la curvatura del silencio.

Con tu sal y tu miel tiembla la copa,
la cavidad universal del agua,
y nada falta en ti como en el cráter
desollado, en el vaso cerril:
cumbres vacías, cicatrices, señales
que vigilan el aire mutilado.

      Tus pétalos palpitan contra el mundo,
      tiemblan tus cereales submarinos,
      las suaves ovas cuelgan su amenaza,
      navegan y pululan las escuelas,
      y sólo sube al hilo de las redes
      el relámpago muerto de la escama,
      un milímetro herido en la distancia
      de rus totalidades cristalinas.
Tomame, de verdad
Dame tu mala semilla, dame toda tu malicia
Rasguños en la espalda, manos entrelazadas
Un solo aliento
Te he dicho que tu interior
tiene las paredes podridas?
aberrantes manchas
en los muros de tu utero
templo del sadismo
hostal del *******
cadenas que cuelgan
entra y
sale
como el empalamiento
y una cascada de sangre, yace de tu boca
una abrazadora euforia, grito de placer.
arbol envenenado.
oceano de personas sufriendo
estoy exhausto
ya solo me queda
exhalar este olvido
y fumar otro cigarro.
Mataron a mis hermanos, a mis hijos, a mis tíos. A la orilla del
lago Texcoco me eché a llorar. Del Peñon subían
remolinos de salitre. Me cogieron suavemente y me depositaron en el
atrio de la Catedral. Me hice tan pequeña y tan gris que muchos
me confundieron con un montoncito de polvo. Sí, yo misma, la
madre del pedernal y de la estrella, yo, encinta del rayo, soy ahora la
pluma azul que abandona el pájaro en la zarza. Bailaba, los
pechos en alto y girando, girando, girando hasta quedarme quieta;
entonces empezaba a echar hojas, flores, frutos. En mi vientre
latía el águila. Yo era la montaña que engendra
cuando sueña, la casa del fuego, la olla primordial donde el
hombre se cuece y se hace hombre. En la noche de las palabras
degolladas mis hermanas y yo, cogidas de la mano, saltamos y cantamos
alrededor de la I, única torre en pie del alfabeto arrasado.
Aún recuerdo mis canciones:


                                        Canta en la verde espesura
                                        la luz de garganta dorada,
                                        la luz, la luz decapitada.

Nos dijeron: la vereda derecha nunca conduce al invierno. Y ahora las
manos me tiemblan, las palabras me cuelgan de la boca. Dame una sillita
y un poco de sol.

En otros tiempos cada hora nacía de vaho de mi aliento, bailaba
un instante sobre la ***** de mi puñal y desaparecía por
la puerta resplandeciente de mi espejito. Y yo era el mediodía
tatuado y la noche desnuda, el pequeño insecto de jade que canta
entre las yerbas del amanecer y el zenzontle de barro que convoca a los
muertos. Me bañaba en la cascada solar, me bañaba en
mí misma, anegada en mi propio resplandor. Yo era el pedernal
que rasga la cerrazón nocturna y abre las puertas del chubasco.
En el cielo del Sur planté jardines de fuego, jardines de
sangre. Sus ramas de coral todavía rozan la frente de los
enamorados. Allá el amor es el encuentro en mitad del espacio de
dos aerolitos y no esa obstinación de piedras frotándose
para arrancarse un beso que chisporrea.

Cada noche es un párpado que no acaban de atravesar las espinas.
Y el día no acaba nunca, no acaba nunca de contarse a si mismo,
roto de monedas de cobre. Estoy cansada de tantas cuentas de piedra
desparramadas en el polvo. Estoy cansada de este solitario tronco.
Dichoso el alacrán madre, que devora a sus hijos. Dichosa la
araña. Dichosa la serpiente, que muda de camisa. Dichosa el agua
que se bebe a sí misma. ¿Cuándo acabarán de
devorarme estas imágenes? ¿Cuándo acabaré
de caer en esos ojos desiertos?

Estoy sola y caída, grano de maíz desprendido de la
mazorca del tiempo. Siémbrame entre los fusilados. Naceré
del ojo del capitán. Lluéveme, asoléame. Mi cuerpo
arado por el tuyo ha de volverse un campo donde se siembra uno y se
cosechan ciento. Espérame al otro lado del año: me
encontrarás como un relámpago tendido a la orilla del
otoño. Toca mis pechos de yerba. Besa mi vientre, piedra de
sacrificios. En mi ombligo el remolino se aquieta: yo soy el centro
fijo que mueve la danza. Arde, cae en mí: soy la fosa de cal
viva que cura los huesos de su pesadumbre. Muere en mis labios. Nace en
mis ojos. De mi cuerpo brotan imágenes: bebe en esas aguas y
recuerda lo que olvidaste al nacer. Soy la herida que no cicatriza, la
pequeña piedra solar: si me rozas, el mundo se incendia.
Toma mi collar de lágrimas. Te espero en ese lado del tiempo en
donde la luz inaugura un reinado dichoso: el pacto de los gemelos
enemigos, del agua que escapa entre los dedos de hielo, petrificado
como un rey en su orgullo. Allí abrirás mi cuerpo en dos,
para leer las letras de tu destino.
Tras de la reja abierta entre los muros,
La tierra negra sin árboles ni hierba,
Con bancos de madera donde allá en la tarde
Se sientan silenciosos unos viejos.
En torno están las casas, cerca hay tiendas,
Calles por las que juegan niños, y los trenes
Pasan al lado de las tumbas. Es un barrio pobre.

Como remiendos de las fachadas grises,
Cuelgan en las ventanas trapos húmedos de lluvia.
Borradas están ya las inscripciones
De las losas con muertos de dos siglos,
Sin amigos que les olvide, muertos
Clandestinos. Mas cuando el sol despierta,
Porque el sol brilla algunos días de junio,
En lo hondo algo deben sentir los huesos viejos.

Ni una hoja ni un pájaro. La piedra nada más. La tierra.
¿Es el infierno así? Hay dolor sin olvido,
Con ruido y miseria, frío largo y sin esperanza.
Aquí no existe el sueño silencioso
De la muerte, que todavía la vida
Se agita entre estas tumbas, como una prostituta
Prosigue su negocio bajo la noche inmóvil.

Cuando la sombra cae desde el cielo nublado
Y el humo de las fábricas se aquieta
En polvo gris, vienen de la taberna voces,
Y luego un tren que pasa
Agita largos ecos como bronce iracundo.

No es el juicio aún, muertos anónimos.
Sosegaos, dormid; dormid, si es que podéis.
Acaso Dios también se olvida de vosotros.
En las pálidas tardes
yerran nubes tranquilas
en el azul; en las ardientes manos
se posan las cabezas pensativas.
¡Ah los suspiros! ¡Ah los dulces sueños!
¡Ah las tristezas íntimas!
¡Ah el polvo de oro que en el aire flota,
tras cuyas ondas trémulas se miran
los ojos tiernos y húmedos,
las bocas inundadas de sonrisas,
las crespas cabelleras
y los dedos de rosa que acarician!En las pálidas tardes
me cuenta un hada amiga
las historias secretas
llenas de poesía;
lo que cantan los pájaros,
lo que llevan las brisas,
lo que vaga en las nieblas,
lo que sueñan las niñas.Una vez sentí el ansia
de una sed infinita.
Dije al hada amorosa:
-Quiero en el alma mía
tener la aspiración honda, profunda,
inmensa: luz, calor, aroma, vida.
Ella me dijo: -¡Ven!- con el acento
con que hablaría un arpa. En él había
un divino idioma de esperanza.
¡Oh sed del ideal!
                                      Sobre la cima
de un monte, a medianoche,
me mostró las estrellas encendidas.
Era un jardín de oro
con pétalos de llama que titilan.
Exclamé: -Más...
                                      La aurora
vino después. La aurora sonreía,
con la luz en la frente,
como la joven tímida
que abre la reja, y la sorprenden luego
ciertas curiosas, mágicas pupilas.
Y dije: -Más...- Sonriendo
la celeste hada amiga
prorrumpió: -¡Y bien! ¡Las flores!
                                                        Y las flores
estaban frescas, lindas,
empapadas de olor: la rosa virgen,
la blanca margarita,
la azucena gentil y las volúbiles
que cuelgan de la rama estremecida.
Y dije: -Más...
                              El viento
arrastraba rumores, ecos, risas,
murmullos misteriosos, aleteos,
músicas nunca oídas.El hada entonces me llevó hasta el velo
que nos cubre las ansias infinitas,
la inspiración profunda
y el alma de las liras.
Y los rasgó. Allí todo era aurora.
En el fondo se vía
un bello rostro de mujer.
                                            ¡Oh; nunca,
Piérides, diréis las sacras dichas
que en el alma sintiera!
Con su vaga sonrisa:
-¿Más?... -dijo el hada.
                                              Y yo tenía entonces
clavadas las pupilas
en el azul; y en mis ardientes manos
se posó mi cabeza pensativa...
Las chicas de Flores, tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino, y usan moños de
seda que les liban las nalgas en un aleteo de mariposa.
Las chicas de Flores, se pasean tomadas de los brazos, para transmitirse sus estremecimientos, y si alguien las mira en las
pupilas, aprietan las piernas, de miedo de que el **** se les caiga en la vereda.
Al atardecer, todas ellas cuelgan sus pechos sin madurar del ramaje de hierro de los balcones, para que sus vestidos se empurpuren al
sentirlas desnudas, y de noche, a remolque de sus mamas -empavesadas como fragatas- van a pasearse por la plaza, para que los hombres les
eyaculen palabras al oído, y sus pezones fosforescentes se enciendan y se apaguen como luciérnagas.
Las chicas de Flores, viven en la angustia de que las nalgas se les pudran, como manzanas que se han dejado pasar, y el deseo de los
hombres las sofoca tanto, que a veces quisieran  desembarazarse de él como de un corsé, ya que no tienen el coraje de
cortarse el cuerpo a pedacitos y arrojárselo, a todos los que les pasan la vereda.
la mujer sentada en la plaza no tiene techo
tiene un chico de cinco años que se pone a gritar en la plaza
grita bajo el cielo abierto en la plaza
hace 20 días que el chico de pronto se pone a gritar bajo el cielo

esos gritos cuelgan del aire un rato y caen sin
que nadie los vea guarde o moje para apagar/el frío
los arruga y crujen como padecimientos como hojas
como secos en la plaza mientras

algunos preparan una reunión para defender a la poesía
citan poetas por teléfono algo
cruje ahora o padece apenas cubierto
por el otoño o la mano

de la mujer contra la boca del chico o
la boca del chico gritando contra el cielo o mano la
reunión de la boca y la mano
para defender a la poesía/de

la boca a la mano ¿cómo es el viaje? el
grito ¿echa raíces quieto por fin? la
mano ¿vuelve a ser tierra para abrigar
los gritos desolados del pobrecito en el día? ¿y qué

germinará de boca a mano? ¿planta? ¿monstruo?
¿belleza
que andará por el mundo después? el dolor
¿dará belleza después? tanto dolor acá
¿dará belleza algún día? esta

reunión bajo los astros que callan o brillan
¿calla brilla en la tarde como astro reunido?
¿callará brillará como astro después?
¿tiembla cielo de la boca a la mano

como techo para astros germinaciones
padecimientos que caen del chico la mujer? oh astros
¿crujen como hojas en la plaza?
¿para defender a la poesía?
Ya brotas de la escena cual guarismo
tornasol, y desfloras el mutismo
con los toques undívagos de tu planta certera
que fiera se amanera al marcar hechicera
las multánimes giros de una sola quimera.
Ya tus ojos entraron al combate
como dos uvas de un goloso uvate;
bajo tus castañuelas se rinden los destinos,
y se cuelgan de ti los sueños masculinos,
cual de la cuerda endeble de una lira, los trinos.
Ya te adula la orquesta con servil
dejo libidinoso de reptil,
y danzando lacónica, tu reojo me plagia,
y pisas mi entusiasmo con una cruel magia
como estrofa danzante que pisa una hemorragia.
Ya vuelas como un rito por los planos
limítrofes de todos los arcanos;
las almas que tu arrullo va limpiando de escoria
quisieran renunciar su futuro y su historia,
por dormirse en la tersa amnistía de tu gloria.
Guarismo, cuerda, y ejemplar figura:
tu rítmica y eurítmica cintura
nos roba a todos nuestra flama pura;
y tus talones tránsfugas, que se salen del mundo
por la tangente dócil de un celaje profundo,
se llevan mis holgorios el azul pudibundo.
Sobre el camino se ve la venta.
        Risueño el valle,
claveles rojos, olor de menta,
de madreselvas y frondosa calle.

En el corral amplio, vacas y perros
        altos magueyes,
el sol dorado de altos cerros,
carros tirados por lentos bueyes.

Frente a la casa, los barrizales
        bajo madroños;
sobre la vega, rubios maizales,
y junto al plátano, verdes retoños.

Marcando prados en las campiñas
        se ven las zanjas;
junto al vallado se alzan las piñas,
y al gusto encintan ya las naranjas.

Cuelgan los troncos fuertes y erectos
        las níveas barbas,
sobre las hojas vuelan insectos,
bajo las hojas duermen las larvas.

Entre los fondos, ***** al antiguo
        trapiche humea,
y por la cuesta, sendero exiguo
que zigzagueando llevan a la aldea.

Verán tus ojos en la verdura
        y a donde vayas,
los mararayes en la espesura,
sobre las piedras, las pitahayas.

Con sus pinceles la tarde pinta
        vívido cromo;
de plata el río semeja cinta,
y el pozo, lejos manchas de plomo.

Amarillento sobre la falda
        se abre un barranco,
y de los campos en la esmeralda
Se alza, de techos, el humo blanco.

Una flor roja, vivas oscila,
        tiembla su estambre,
y bajo cedros, en doble fila,
sobre el camino, cerca de alambre.

La azada al hombro, tardo el labriego
        vuelve del campo.
y en ella fulge, roca de fuego,
del sol poniente vívido lampo.

Gris una nube, pasando finge
        velera barca;
otra, un castillo, y otra, una esfinge,
y un dragón otra, que el cuello enarca.

El horizonte cortan los techos
        las cumbres calvas,
y en el remanso, por entre helechos,
los pastos tienden sus plumas albas.

Abre sus flores los alhelíes
        cerca del río,
y el café luce, como rubíes,
sus rojos granos bajo el plantío.

En las paredes de la posada
        se ven letreros;
son un recuerdo para la amada,
o vanidades de pasajeros.

Por los bardales se ven las rosas
        sobre el camino;
Pasan volando las mariposas,
y a un canto, lejos responde un trino.

¡para el reposo, feliz quien halle
        tu puerta franca!
¡qué paz más honda la de tu valle!
¡qué paz, la tuya, casita blanca!
En la casa del Marqués
De San Jorge gran sarao.

Ya en salones y retretes
Se encuentran los convidados,
Mientras el Marqués aguarda,
Gentil y apuesto vasallo.
Abajo de la escalera,
De «La Jerezana» al lado
Al Virrey, que precedido
Por lucientes candelabros
Va subiendo. De los muros,
Entre telas de Damasco,
Cuelgan cuadros del insigne
Gregorio Vásquez Ceballos;
De Oidores y bellas damas
Amarillentos retratos;
En marcos de plata, espejos
Que opacan lentos los años;
Y panoplias, que recuerdan,
Entre brumas del pasado,
La gesta de la Conquista
En cumbres, selvas y llanos.
Con casacas de anchas faldas,
Largos chalecos bordados,
Blanco calzón, blanca media,
Y áurea hebilla en el zapato,
Departían con las damas
En los lucientes estrados,
Nariño, Torres, Vergara,
Zea, Acebedo, Camacho,
Salazar, Ulloa, Prieto,
Gutiérrez, Ayala... cuantos
Prez fueron de la Colonia
Por sus virtudes y rango,
Y que después muchos de ellos,
Desde ensangrentados bancos
Dejaron eternos nombres
En nuestros anales patrios.

Cuando esa noche Nariño
Salía para el sarao,
Corno envío misterioso
Recibió un libro. Al acaso
Leyó párrafos y líneas,
Y más líneas y más párrafos;
Y al avanzar la lectura,
Sentía alborozo extraño
Hasta que llegó al capítulo
En la margen señalado:
«De los Derechos del Hombre»...
Lo leyó con ojos ávidos;
Y después, meditabundo,
Y en gruesa capa embozado
Al sarao fue. La niebla
Más ***** hacía el espacio.
Sombra y niebla... Niebla y sombra
En las tinieblas ni un astro....
Y entre esa noche cerrada,
Nariño va cabizbajo.
«El hombre es libre, decía,
No ha nacido para esclavo».
Y en medio de aquella sombra
En que sonaban sus pasos.
Cuando la tierra llena de párpados mojados
se haga ceniza y duro aire cernido,
y los terrones secos y las aguas,
los pozos, los metales,
por fin devuelvan sus gastados muertos,
quiero una oreja, un ojo,
un corazón herido dando tumbos,
un hueco de puñal hace ya tiempo hundido
en un cuerpo hace tiempo exterminado y solo,
quiero unas manos, una ciencia de uñas,
una boca de espanto y amapolas muriendo,
quiero ver levantarse del polvo inútil
un ronco árbol de venas sacudidas,
yo quiero de la tierra más amarga,
entre azufre y turquesa y olas rojas
y torbellinos de carbón callado,
quiero una carne despertar sus huesos
aullando llamas,
y un especial olfato correr en busca de algo,
y una vista cegada por la tierra
correr detrás de dos ojos oscuros,
y un oído, de pronto, como una ostra furiosa,
rabiosa, desmedida,
levantarse hacia el trueno,
y un tacto puro, entre sales perdido,
salir tocando pechos y azucenas, de pronto.

Oh día de los muertos! oh distancia hacia donde
la espiga muerta yace con su olor a relámpago,
oh galerías entregando un nido
y un pez y una mejilla y una espada,
todo molido entre las confusiones,
todo sin esperanzas decaído,
todo en la sima seca alimentado
entre los dientes de la tierra dura.

Y la pluma a su pájaro suave,
y la luna a su cinta, y el perfume a su forma,
y, entre las rosas, el desenterrado,
el hombre lleno de algas minerales,
y a sus dos agujeros sus ojos retornando.

Está desnudo,
sus ropas no se encuentran en el polvo,
y su armadura rota se ha deslizado al fondo del infierno,
y su barba ha crecido como el aire en otoño,
y hasta su corazón quiere morder manzanas.

Cuelgan de sus rodillas y sus hombros
adherencias de olvido, hebras del suelo,
zonas de vidrio roto y aluminio,
cáscaras de cadáveres amargos,
bolsillos de agua convertida en hierro:
y reuniones de terribles bocas
derramadas y azules,
y ramas de coral acongojado
hacen corona a su cabeza verde,
y tristes vegetales fallecidos
y maderas nocturnas le rodean,
y en él aún duermen palomas entreabiertas
con ojos de cemento subterráneo.

Conde dulce, en la niebla,
oh recién despertado de las minas,
oh recién seco del agua sin río,
oh recién sin arañas!

Crujen minutos en tus pies naciendo,
tu **** asesinado se incorpora,
y levantas la mano en donde vive
todavía el secreto de la espuma.
A través de la noche urbana de piedra y sequía
entra el campo a mi cuarto.
Alarga brazos verdes con pulseras de pájaros,
con pulseras de hojas.
Lleva un río de la mano.
El cielo del campo también entra,
con su cesta de joyas acabadas de cortar.
Y el mar se sienta junto a mí,
extendiendo su cola blanquísima en el suelo.
Del silencio brota un árbol de música.
Del árbol cuelgan todas las palabras hermosas
que brillan, maduran, caen.
En mi frente, cueva que habita un relámpago...
Pero todo se ha poblado de alas.
En el fondo de la calle, un edificio público aspira el mal olor de la ciudad.
Las sombras se quiebran el espinazo en los umbrales, se acuestan para fornicar en la vereda.
Con un brazo prendido a la pared, un farol apagado tiene la visión convexa de la gente que pasa en automóvil.
Las miradas de los transeúntes ensucian las cosas que se exhiben en los escaparates, adelgazan las piernas que cuelgan bajo las capotas de las victorias.
Junto al cordón de la vereda un quiosco acaba de tragarse una mujer.
Pasa: una inglesa idéntica a un farol. Un tranvía que es un colegio sobre ruedas. Un perro fracasado, con ojos de prostituta que nos da vergüenza mirarlo y dejarlo pasar (1).
De repente: el vigilante de la esquina detiene de un golpe de batuta todos los estremecimientos de la ciudad, para que se oiga en un solo susurro, el susurro de todos los senos al rozarse.
Hierro ***** que duerme, fierro ***** que gime
por cada poro un grito de desconsolación.

Las cenizas ardidas sobre la tierra triste,
los caldos en que el bronce derritió su dolor.

Aves de qué lejano país desventurado
graznaron en la noche dolorosa y sin fin?

Y el grito se me crispa como un nervio enroscado
o como la cuerda rota de un violín.

Cada máquina tiene una pupila abierta
para mirarme a mí.

En las paredes cuelgan las interrogaciones,
florece en las bigornias el alma de los bronces
y hay un temblor de pasos en los cuartos desiertos.

Y entre la noche negra -desesperadas- corren
y sollozan las almas de los obreros muertos.
¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, Vida mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!Ya cuelgan de mi muro tus escalas,
y es tu puerta mayor mi cobardía;
por vida nueva tengo cada día,
que el tiempo cano nace entre las alas.¡Oh mortal condición! ¡Oh dura suerte!
¡Que no puedo querer ver la mañana
sin temor de si quiero ver mi muerte!Cualquier instante de la vida humana
es un nuevo argumento que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, y cuán vana.
Xv
tu voz está oscura
de besos que no me diste/
de besos que no me das/
la noche es polvo de este exilio/

tus besos cuelgan lunas
que hielan mi camino/y
tiemblo
debajo del sol/

tu boz sta escura
di bezus qui a mí no dieras/
di bezus qui a mí no das/
la nochi es polvu dest'ixiliu/

tus bezus inculgan lunas
qui yelan mi caminu/y
timblu
dibaxu dil sol/

— The End —