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Te podrás imaginar
la erótica rupestre
para quien solo vive
por las sensaciones

para quien, aún confinado
a la déspota tiranía de si mismo
nada aporta
a su sed de querencias

Te podrás imaginar
la erótica rupestre
que pintan sus trompas de marfil
te podrás imaginar
el salitre de sus pardos muros
en la noche

en el ocaso plateado
en el rocío helado de la madrugada
en el granizo
que eriza la piel de la multitud

en la indiferencia del chofer
en su charla vacía y protocolar
en el ahíto evidente de sus palabras

en las luces del puente
reflejadas sobre tu mirada perdida

en el sudor clandestino
en el ciego tiento proscripto

Te podrás imaginar
la erótica rupestre
tiznada sobre las sábanas

Chet Baker de fondo
y el viento
meciendo los restos
de la ciudad
Krusty Aranda Aug 2016
Te lloré una tarde en viernes
Te lloré de forma amarga
Pena grande mi alma carga
Sentimiento, en mi te ciernes

Te lloré en solitario
Confinado a un rincón
Desahogando el corazón
Recorriendo su calvario

Te lloré sin hacer ruido
El silencio es mi testigo
Lágrimas, mi buen amigo
Las derramo con descuido

Te lloré hacia mis adentros
Pues mi pena es mía sola
Pena enorme que desola
No consuelan los encuentros

Te lloré con ojos ciegos
Sin mirar a las razones
Tontos son dos corazones
Que no pasan de los juegos

Te lloré con ritmo errante
A destiempo y sincopado
Estar lejos, ser amado
Destino del caminante

Te lloré por vez primera
Desde hacía muchos meses
Te he llorado muchas veces
Desde aquella primavera

Te lloré hasta no llorar
Mi motivo se ha apagado
Por vencido no me he dado
Pues por siempre te he de amar
Y tú también
quejido,
inútil,
extraviado,
de tranvía ya loco
de trajes
y de horarios;
adentro de mis venas,
en mi tiempo,
en mis huesos,
mezclado a mi silencio,
a mi pulso,
a mi fiebre,
a todo lo que impregna
esta vigilia estéril,
con ritmo de gotera,
de persiana que se abre
y golpea, golpea,
aquí,
adentro de lo hueco,
donde estoy confinado,
recluido entre tendones,
asomado a los párpados,
aquí,
entre azoteas,
ventanas,
moribundos,
vajillas que se bañan,
rodeado de papeles,
de todo lo que sufre
mi presencia obstinada:
los libros,
la ceniza,
los lápices,
la silla,
el pelo y la dulzura
que se acerca, y me mira,
la mesa
y el ropero,
con sus trajes ahorcados,
la cama que me espera
-el velamen tendido-
anclada en la penumbra,
¿en el sueño?,
¿en la vida?,
las cortinas,
la alfombra,
que miro y me entristece
cuando voy a sacarme,
con calma,
los botines,
y llega algún recuerdo
fragmentario,
perdido:
las plazas de mi infancia,
un camino,
una casa;
las manos,
las caderas,
las piernas amputadas
de mujeres diluidas
por las horas,
los ruidos,
que suelen detenerme,
de pronto,
en la certeza
de haberlas poseído
entre muebles extraños;
mientras oigo la calle,
la noche que oscuramente muge,
como una vaca enferma,
al ir a cobijarse
en los grandes hangares
que orinan los inviernos,
mientras salen los trenes,
taciturnos,
quejosos,
que van hacia la aurora
desgarrando el silencio,
con un grito oxidado
que se mezcla a mis nervios,
a mi tinta,
a mi sangre.

— The End —