Como tantas cosas lejanas
que se acercan sin un rumor,
llegaron las primeras canas
y quizás el último amor.
El amor que pasó deprisa,
y el que nunca llegó a pasar,
entristecieron mi sonrisa
igual que un ciego frente al mar.
Yo sonaba con un cariño
que acaso tuve y se me fue,
y me eché a llorar como un niño
que llora sin saber por qué.
Hoy asoman rostros extraños
sobriamente frente a mí:
Hoy llegan los años huraños
diciéndome: «Estamos aquí».
Y he de morir soñando cosas
que deseé y no conseguí...
Y seguirán naciendo rosas,
pero no serán para mí.
Yo buscaba las cosas bellas
sin importarme en qué lugar.
Y otros mirarán las estrellas
que yo no volveré a mirar.
Y nombrar lo que no se nombra
-un gran silencio y una cruz-,
y penetrar en esa sombra,
yo, que he amado tanto la luz.
Tanto sueños que ya se han ido
y que jamás han de volver...
Empezar a morir de olvido,
¡oh, noche sin amanecer!
Apasionadas noches locas,
indeciblemente sin par...
Pero otros besarán las bocas
que yo dejaré de besar.
Agridulce sabor del beso,
áurea isla sin latitud:
Aunque sólo sea por eso,
no te me vayas, ¡Juventud!
No te me vayas todavía,
porque no me quiero quedar
triste de ensueño y de armonía,
igual que un ciego frente al mar.