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Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú te unas con mi vida
y me completes así todo;
hasta que mi mitad de luz se cierre
con mi mitad de sombra
-y sea yo equilibrio eterno
en la mente del mundo:
unas veces, mi medio yo, radiante;
otras, mi otro medio yo, en olvido-.
Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú, en tu turno, vistas
de huesos pálidos mi alma.
Arriba, canta el pájaro,
y abajo, canta el agua.
Arriba y abajo
se me abre el alma.

Mece a la estrella el pájaro,
a la hoja mece el agua.
Arriba y abajo
me tiembla el alma.
Clavo débil, clavo fuerte...
Alma mía, ¡que más da!
Fuera cual fuera la suerte,
el cuadro se caerá.
¿Cómo pondré en la hora
tu vago sentimiento?

¡Hacia la aurora! ¡Más!
¡Hacia el ocaso! ¡Menos!

Siempre le falta un poco…
Le sobra siempre un dedo…

-Tu reír suena, fino,
muy cerca… desde lejos-.
Pajarillo cojido, de tu pecho dulce
por el águila negra de la muerte,
¡cómo me miras con tu ojito triste!
(***** plenor sangriento de luz débil).
Desde debajo de la garra inmensa,
que para siempre ya le tiene
y afirmado, mientras la desafía
la vasta sombra que su vista emprende.
¡Cómo me mira sin pedirme nada,
cómo me mira... por si yo pudiese,
que ya te está teniendo para siempre!
No recordar nada...
Que me hunda la noche callada
como una bandada
blanda y acabada.

(Que no quede nada...
Que pase la mujer amada
por una dejada
estancia soñada).

No desear nada...
Perderme en la idea sagrada
como una dorada
sombra en la alborada.
Tú me llevas, conciencia plena, deseante dios,
por todo el mundo.
Y en este mar tercero,
casi oigo tu voz;
tu voz del viento
ocupante total del movimiento;
de los colores, de las luces
eternos y marinos.
Tu voz de fuego blanco
en la totalidad del agua, el barco, el cielo,
lineando las rutas con delicia,
grabándome con fúljido mi órbita segura
de cuerpo *****
con el diamante lúcido en su dentro
Quien fuera no me vio, me vio su sombra que vino justa, cálida a asomarse por mi vida entreabierta; esencia gris sin más olor; ola en donde dos ojos hechos uno se inmensaban.

(Sombras que ven del todo, y no reciben mirada. Nos alarman, mas son invulnerablemente tranquilas como aceite.

Con su espiralidad de escorzo exacto inventan todo acto imposible de espionaje, de introducción, de envolvimiento.

Sobrecojen sin miedo, muerden sin labio, se van sin compromiso.

A veces nos dejaron una rosa, esencia gris sin más olor, prenda sensual de fe sin nombre).

Una rosa de sombras y de sombra, alargada a mi mano esbeltamente, con música sin son, con corrida sonrisa, por cuerpo que no vio,
guardo en mi mano abierta.
La cruz del sur se echa en una nube
y me mira con ojos diamantinos
mis ojos más profundos que el amor,
con un amor de siempre conocida.

Estuvo, estuvo, estuvo
en todo el cielo azul de mi inmanencia;
eran sus cuatro ojos la conciencia
limpia, la sucesiva solución de una hermosura
que me esperaba en la cometa,
ya, que yo remontaba cuando niño.

Y yo he llegado, ya he llegado,
en mi penúltima jornada de ilusión
del dios consciente de mí, mío,
a besarle los ojos, sus estrellas,
con cuatro besos solos de amor vivo;
el primero, en los ojos de su frente;
el segundo, el tercero, en los ojos de sus manos,
y el cuarto, en ese ojo de su pie de alta sirena.

La cruz del sur me está velando
en mi inocencia última,
en mi volver al niñodiós que yo fui un día
en mi Moguer de España.

Y abajo, muy debajo de mí, en tierra subidísima,
que llega a mi exactísimo ahondar,
una madre callada de boca me sustenta,
como me sustentó en su falda viva,
cuando yo remontaba mis cometas blancas:
y siente ya conmigo todas las estrellas
de la redonda, plena eternidad nocturna.
Perdida en la noche inmensa.
¿Quien la encontrara?
El que muere, cada noche
mas lejos se va.

Lejos, a la no esperanza.
Para quien se fue,
aunque el que se queda implore,
no vale la fe.

Y morirnos tras la muerte,
no nos quita cruz,
que cada muerto camina
por destinta luz.
¡Mi plata aquí en el sur, en este sur,
conciencia en plata lucidera, palpitando
en la mañana limpia,
cuando la primavera saca flor a mis entrañas!

Mi plata, aquí, respuesta de la plata
que soñaba esta plata en la mañana limpia
de mi Moguer de plata,
de mi Puerto de plata,
de mi Cádiz de plata,
niño yo triste soñeando siempre
el ultramar, con la ultratierra, el ultracielo.

Y el ultracielo estaba aquí
con esta tierra, la ultratierra,
este ultramar, con este mar;
y aquí, en este ultramar, mi hombre encontró,
norte y sur, su conciencia plenitente,
porque ésta le faltaba.

Y estoy alegre de alegría llena,
con mi mitad allí, mi allí, complementándome,
pues que ya tengo mi totalidad,
la plata mía aquí en el sur, en este sur.
Sólo tú me acompañas, sol amigo.
Como un perro de luz, lames mi lecho blanco;
y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro,
caída de cansancio.

¡Qué de cosas que fueron
se van... más lejos todavía!
                                                  Callo
y sonrío, igual que un niño,
dejándome lamer de ti, sol manso.

... De pronto, sol, te yergues,
fiel guardián de mi fracaso,
y, en una algarabía ardiente y loca,
ladras a los fantasmas vanos
que, mudas sombras, me amenazan
desde el desierto del ocaso.
Cantando vas, riendo por el agua,
por el aire silbando vas, riendo,
en ronda azul y oro, plata y verde,
dichoso de pasar y repasar
entre el rojo primer brotar de abril,
¡forma distinta, de instantáneas
igualdades de luz, vida, color,
con nosotros, orillas inflamadas!

¡Qué alegre eres tú, ser,
con qué alegría universal eterna!
¡Rompes feliz el ondear del aire,
bogas contrario el ondular del agua!
¿No tienes que comer ni que dormir?
¿Toda la primavera es tu lugar?
¿Lo verde todo, lo azul todo,
lo floreciente todo es tuyo?
¡No hay temor en tu gloria;
tu destino es volver, volver, volver,
en ronda plata y verde, azul y oro,
por una eternidad de eternidades!

Nos das la mano, en un momento
de afinidad posible, de amor súbito,
de concesión radiante;
y, a tu contacto cálido,
en loca vibración de carne y alma,
nos encendemos de armonía,
nos olvidamos, nuevos, de lo mismo,
lucimos, un instante, alegres de oro.
¡Parece que también vamos a ser
perennes como tú,
que vamos a volar del mar al monte,
que vamos a saltar del cielo al mar,
que vamos a volver, volver, volver
por una eternidad de eternidades!
¡Y cantamos, reímos por el aire,
por el agua reímos y silbamos!

¡Pero tú no te tienes que olvidar,
tú eres presencia casual perpetua,
eres la criatura afortunada,
el májico ser solo, el ser insombre,
el adorado por calor y gracia,
el libre, el embriagante robador,
que, en ronda azul y oro, plata y verde,
riendo vas, silbando por el aire,
por el agua cantando vas, riendo!
Cuando la mujer está,
todo es tranquilo, lo que es
-la llama, la flor, la música
Cuando la mujer se fue
-la luz, la canción, la llama
¡todo! es, loco, la mujer.
Cuando yo era el niñodiós, era Moguer, este pueblo,
una blanca maravilla; la luz con el tiempo dentro.
Cada casa era palacio y catedral cada templo;
estaba todo en su sitio, lo de la tierra y el cielo;
y por esas viñas verdes saltaba yo con mi perro,
alegres como las nubes, como los vientos, lijeros,
creyendo que el horizonte era la raya del término.

Recuerdo luego que un día en que volví yo a mi pueblo
después del primer faltar, me pareció un cementerio.
Las casas no eran palacios ni catedrales los templos,
y en todas partes reinaban la soledad y el silencio.
Yo me sentía muy chico, hormiguito de desierto,
con Concha la Mandadera, toda de ***** con *****,
que, bajo el tórrido sol y por la calle de Enmedio,
iba tirando doblada del niñodiós y su perro:
el niño todo metido en hondo ensimismamiento,
el perro considerándolo con aprobación y esmero.

¡Qué tiempo el tiempo! ¿Se fue con el
niñodiós huyendo?
¡Y quién pudiera ser siempre lo que fue con lo primero!
¡Quién pudiera no caer, no, no, no caer de viejo;
ser de nuevo el alba pura, vivir con el tiempo entero,
morir siendo el niñodiós en mi Moguer, este pueblo!
No, esta dulce tarde
no puedo quedarme;
esta tarde libre
tengo que irme al aire.
Al aire que ríe
abriendo los árboles,
amores a miles,
profundo, ondeante.
Me esperan las rosas
bañando su carne.
¡No me claves fines;
no quiero quedarme!
Sé bien que soy tronco
del árbol de lo eterno.
Sé bien que las estrellas
con mi sangre alimento.
Que son pájaros míos
todos los claros sueños…
Sé bien que cuando el hacha
de la muerte me tale,
se vendrá abajo el firmamento.
Primero, ¡con qué fuerza
las manos verdaderas!

(La verja se ha cerrado.
Se cruzan solitarios
el corazón y el campo).

¡Con qué porfía luego,
las manos del recuerdo!
Por el mar vendrán
las flores del alba
(olas, olas llenas
de azucenas blancas),
el gallo alzará
su clarín de plata.
(¡Hoy! te diré yo
tocándote el alma)
¡O, bajo los pinos,
tu desnudez malva,
tus pies en la tierna
yerba con escarcha,
tus cabellos verdes
de estrellas mojadas!
(...Y tú me dirás
huyendo: Mañana)
Levantará el gallo
su clarín de llama,
y la aurora plena,
cantando entre granas,
prenderá sus fuegos
en las ramas blandas.
(¡Hoy! te diré yo
tocándote el alma)
¡O, en el sol nacido,
tus sienes doradas,
los ojos inmensos
de tu cara maga,
evitando azules
mis negras miradas!
(...Y tú me dirás
huyendo: Mañana)
Cada minuto de este oro ¿no es toda la eternidad?
Tiempo de radios parados en ascua de verdad.

El aire puro lo mece sin prisa, como si ya
fuera todo el oro que tuviera que acompasar.

(¡Ramas últimas, divinas, inmateriales, en paz;
ondas del mar infinito de una tarde sin pasar!)

Cada minuto de este oro ¿no es un latido inmortal
de mi corazón radiante por toda la eternidad?
Lo que queráis, señor;
y sea lo que queráis.
Si queréis que entre las rosas
ría hacia los matinales
resplandores de la vida,
que sea lo que queráis.
Si queréis que entre los cardos
sangre hacia las insondables
sombras de la noche eterna,
que sea lo que queráis.
Gracias si queréis que mire,
gracias si queréis cegarme;
gracias por todo y por nada,
y sea lo que queráis.
Lo que queráis, señor;
y sea lo que queráis.
Días negros cual los días
de parada indiferencia
de dios antecreador.
(Todo duro, entero todo,
en mole de un orden *****,
como un yo tan sólo yo).
De pronto, un día de gracia,
todo me ve con mis ojos,
me parto en mundos de amor.
El alba me sorprende
buscando entre los lirios
la huella de tu paso.
¡Imajen del naciente,
que yerras en los hilos
del renacer temprano!
¿En dónde el blanco tenue
que luzca en el sol fino,
por el frescor morado?
Lo terreno, por ti,
se hizo gustoso
celeste.
                Luego,
lo celeste, por mí,
contento se hizo
humano.
¡Qué alegría este tirarme de mi freno cada
instante; este volverme a poner el pie en el lugar exacto (casi otro,
casi el mismo) de donde aprisa ya se me iba; este hacer la señal
leve, segundamente, inmortal!
¡Qué hermosa muestra eres, cielo azul del día,
a los despiertos ojos,
de lo despierto!
¡Qué ejemplo hermoso eres, cielo azul nocturno,
a los ojos dormidos,
de lo que sueña!
Sí, esta tarde no es imajen,
las nubes son rosas, sí,
las rosas son vida, sí.
Esta tarde tú eres tú,
no es nube el amor en mí,
es vida la rosa en mí.
Y en todo desnuda tú.
He visto la aurora rosa
y la mañana celeste,
he visto la tarde verde
y he visto la noche azul.
Y en todo desnuda tú.
Desnuda en la noche azul,
desnuda en la tarde verde
y en la mañana celeste,
desnuda en la aurora rosa.
Y en todo desnuda tú.
¡Ya se arreglarán los sueños,
mañana se arreglarán!
¡Hoy, a soltar y a gozar!
Hoy para encontrar el amigo,
para olearse en los dos ríos,
para hablar con duras mujeres;
hoy para irisarse de césped,
para ventear a caballo,
para silbear en el árbol,
para acerarse en las montañas,
para huir por las luces anchas
perdido entre glorias ruidosas...
Hoy para la gran tensión fresca
de un vivir sin casa ni venda.
¡Ya se ordenarán los sueños,
mañana se ordenarán!
¡Hoy, a romper y a cantar!
¡Qué lejos, azul, el cielo,
de la tierra pobre! Pero
los dos son el día bueno.
¡Granados en cielo azul!
¡Calle de los marineros!
¡Son tus árboles tan verdes,
es tan alegre tu cielo!

¡Viento ilusorio de mar!
¡Calle de los marineros
(ojo gris, pelo de oro,
rostro florido y moreno)!

La mujer canta a la puerta:
«¡Vida de los marineros;
el hombre siempre en el mar,
y el corazón en el viento!

(Estrella del mar, ten tú siempre
en tus manos los remos;
que, bajo tus ojos, sean dulce
el mar y azul el cielo!)»

... Por la tarde, brilla el aire;
el ocaso está de ensueños;
es un oro de nostaljia,
de llanto y de pensamiento.

 (Como si el viento trajera
el sinfín y, en su revuelto
afán, la pena mirara
y oyera a los que están lejos).

¡Viento ilusorio de mar!
¡Calle de los marineros
(la blusa azul, y la cinta
del milagro sobre el pecho)!

¡Granados en cielo azul!
¡Calle de los marineros!
¡El hombre siempre en el mar,
y el corazón en el viento!
Subes de ti misma,
como un surtidor
de una fuente.

                            No
se sabe hasta donde
llegará tu amor,
porque no se sabe
dónde está el venero
de tu corazón.

(Eres ignorada,
eres infinita,
como el mundo y yo)
No me mirarán diciendo: «¿Qué
eres?»,
sino sin curiosidad y noblemente.
  Porque yo seré también de los quietos,
y ya no tendré difíciles los pensamientos.
  Mis ojos serán, tranquilos, los suyos.
Los miraré sin preguntas, uno en lo uno.
La fuente trueca su cantata.
Se mueven todos los caminos...
Mar de la aurora, mar de plata,
¡qué nuevo estás entre los pinos!
Viento del sur ¿vienes sonoro
de granas? Ciegan los caminos...
Mar de la siesta, mar de oro,
¡qué loco estás sobre los pinos!
Dice el verdón no sé qué cosa.
Mi alma se va por los caminos...
Mar de la tarde, mar de rosa,
¡qué dulce estás bajo los pinos!
Si yo, por ti, he creado un mundo para ti,
dios, tú tenías seguro que venir a él,
y tú has venido a él, a mí seguro,
porque mi mundo todo era mi esperanza.

Yo he acumulado mi esperanza
en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito;
a todo yo le había puesto nombre
y tú has tomado el puesto
de toda esta nombradía.

Ahora puedo yo detener ya mi movimiento,
como la llama se detiene en ascua roja
con resplandor de aire inflamado azul,
en el ascua de mi perpetuo estar y ser;
ahora yo soy ya mi mar paralizado,
el mar que yo decía, mas no duro,
paralizado en ondas de conciencia en luz
y vivas hacia arriba todas, hacia arriba.

Todos los nombres que yo puse
al universo que por ti me recreaba yo,
se me están convirtiendo en uno
y en un dios.

El dios que es siempre al fin,
el dios creado y recreado y recreado
por gracia y sin esfuerzo.
El Dios. El nombre conseguido de los nombres.
¿Mar desde el huerto,
huerto desde el mar?

¿Ir con el que pasa cantando,
oírlo desde lejos cantar?
Verde brillor sobre el oscuro verde.
Nido profundo de hojas y rumor,
donde el pájaro late, el agua vive,
y el hombre y la mujer callan, tapados
(el áureo centro abierto en torno
de la desnudez única)
por el azul redondo de luz sola
en donde está la eternidad.
Pabellón vivo, firme plenitud,
para descanso natural del ansia,
con todo lo que es, fue, puede ser,
abierto en concentrada suma;
abreviatura de edén sur,
fruta un poco mayor (amparo solo
de la desnudez única)
en donde está la eternidad.
Color, jugo, rumor, curva, olor ricos
colman con amplitud caliente y fresca,
total de gloria y de destino,
la entrada casual a un molde inmenso
(encontrado al azar de horas y siglos,
para la desnudez única)
mina libre de luz eterna y sola
en donde está la eternidad.
Pájaro del agua
¿qué cantas, qué encantas?

A la tarde nueva
das una nostaljia
de eternidad fresca,
de gloria mojada.
El sol se desnuda
sobre tu cantata.

¡Pájaro del agua!

Desde los rosales
de mi jardín llama
a esas nubes bellas,
cargadas de lágrima.
Quisiera en las rosas
ver gotas de plata.

¡Pájaro del agua!

Mi canto también
es canto de agua.
En mi primavera,
la nube gris baja
hasta los rosales
de mis esperanzas.

¡Pájaro del agua!

Amo el son errante
y azul que desgranas
en las hojas verdes,
en la fuente blanca.
¡No te vayas tú,
corazón con alas!

Pájaro del agua
¿qué encantas, qué cantas?
¡Qué tranquilidad violeta
por el sendero a la tarde!
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!

La dulce brisa del río,
olorosa a junco y agua,
le refresca el señorío...
La brisa leve del río.

A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!

Y el corazón se le pierde,
doliente y embalsamado,
en la madreselva verde...
Y el corazón se le pierde.

A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!

Se está la orilla dorando.
El último pensamiento
del sol la deja soñando...
Se está la orilla dorando.

¡Qué tranquilidad violeta
por el sendero, a la tarde!
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!
No recuerdo...
(Ya no viene el cavador
que cavaba en el venero)
No recuerdo...
(Sobre la mina han caído
mil siglos de suelos nuevos)
No recuerdo...
(El mundo se acabará.
No volverá mi secreto)
Como médanos de oro,
que vienen y que van
en el mar de la luz,
                              son los recuerdos.

El viento se los lleva,
y donde están están,
y están donde estuvieron
y donde habrán de estar...
                                        (Médanos de oro).

Lo llenan todo, mar
total de oro insondable,
con todo el viento en él...
                                        (Son los recuerdos).
No recordar nada...
Que me hunda la noche callada,
como una bandada
blanda y acabada.

(Que no quede nada...
Que pase la mujer amada
por una dejada
estancia soñada)

No desear nada...
Perderse en la idea sagrada,
como una dorada
sombra en la alborada.
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando.
Y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y lejos del bullicio distinto, sordo, raro
del domingo cerrado,
del coche de las cinco, de las siestas del baño,
en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu de hoy errará, nostáljico...

Y yo me iré, y seré otro, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.
Que yo estoy en la tierra,
que yo soy calle oscura y mala,
jaula fría y mohosa,
campo cerrado siempre
¿quién lo podrá negar?
Que tú estás por el cielo,
que tú eres nube de colores,
pájaro errante y libre,
brisa de última hora,
¿quién lo podrá negar?
¡Los árboles deslumbrantes
del otoño, por la tarde,
en esos parajes limpios
del campo, cuando se han ido
todos, y no queda mas
que uno con la soledad!

¡Las cosas que ellos nos dicen!
¡Los inmensos imposibles
que nos trasparentan! -¡Oro
eterno nos quema los ojos!-
¡No acaba la hoja con sol
ante nuestro corazón!
¡Los árboles deslumbrantes
del otoño por la tarde,
en estos parajes limpios
del campo, cuando se han ido
todos y no queda más
que ése, el de la soledad!

(Verde y oro verde.
Vida en gloria ante la muerte).

¡Las cosas que ellos le dicen!
¡Los inmensos imposibles
que le trasparenta! (Oro
eterno le quema los ojos).
¡No acaba la hoja con sol,
ante su fiel corazón!
Que nada me invada de fuera,
que sólo me escuche yo dentro.
Yo dios
de mi pecho.
(Yo todo: poniente y aurora;
amor, amistad, vida y sueño.
Yo solo
universo).
Pasad, no penséis en mi vida,
dejadme sumido y esbelto.
Yo uno
en mi centro.
Eternidad, belleza
sola, ¡si yo pudiese,
en tu corazón único, cantarte
igual que tú me cantas en el mío
las tardes claras de alegría en paz!
¡Si en tus éstasis últimos,
tú me sintieras dentro
embriagándote toda,
como me embriagas todo tú!
¡Si yo fuese, inefable,
como tú en mi instantánea primavera,
olor, frescura, música, revuelo
en la infinita primavera pura
de tu interior totalidad sin fin!
Cantan, cantan.
¿Dónde cantan los pájaros que cantan?
Llueve y llueve. Aún las casas
están sin ramas verdes. Cantan, cantan
los pájaros. ¿En dónde cantan
los pájaros que cantan?
No tengo pájaros en jaula.
No hay niños que los vendan. Cantan.
El valle está muy lejos. Nada...
Nada. Yo no sé dónde cantan
los pájaros (y cantan, cantan)
los pájaros que cantan.
Igual, la flor retorna
a limitarnos el instante azul,
a dar una hermandad gustosa a nuestro cuerpo,
a decirnos, oliendo inmensamente,
que lo breve nos basta.

Lo breve al sol de oro, al aire de oro,
a la tierra de oro, al áureo mar;
lo breve contra el cielo de los dioses,
lo breve enmedio del oscuro no,
lo breve en suficiente dinamismo,
conforme entre armonía y entre luz.

Y se mece la flor, con el olor
más rico de la carne,
olor que se entra por el ser y llega al fin
de su sinfín, y allí se pierde,
haciéndonos jardín.

La flor se mece viva fuera, dentro,
con peso exacto a su placer.
Y el pájaro la ama y la estasía,
y la ama, redonda, la mujer,
y la ama y la besa enmedio el hombre.

¡Florecer y vivir, instante
de central chispa detenida,
abierta en una forma tentadora;
instante sin pasado,
en que los cuatro puntos cardinales
son de igual atracción dulce y profunda:
instante del amor abierto
como la flor!
Amor y flor en perfección de forma,
en mutuo sí frenético de olvido,
en compensación loca,
olor, sabor y olor,
color, olor y tacto, olor, amor, olor.

El viento rojo la convence
y se la lleva, rapto delicioso,
con un vivo caer que es un morir
de dulzor, de ternura, de frescor;
caer de flor en su total belleza,
volar, pasar, morir de flor y amor
en el día mayor de la hermosura,
sin dar pena en su irse ardiente al mundo,
ablandando la tierra sol y sombra,
perdiéndose en los ojos azules de la luz!
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