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¡Granados en cielo azul!
¡Calle de los marineros;
qué verdes están tus árboles,
qué alegre tienes el cielo!

¡Viento ilusorio de mar!
¡Calle de los marineros
-ojo gris, mechón de oro,
rostro florido y moreno!- .

La mujer canta a la puerta:
«¡Vida de los marineros;
el hombre siempre en el mar,
y el corazón en el viento!».

-¡Virjen del Carmen, que estén
siempre en tus manos los remos;
que, bajo tus ojos, sean
dulce el mar y azul el cielo!-

… Por la tarde, brilla el aire;
el ocaso está de ensueños;
es un oro de nostaljia,
de llanto y de pensamiento.

-¡Como si el viento trajera
el sinfín y, en su revuelto
afán, la pena mirara
y oyera a los que están lejos!

¡Viento ilusorio de mar!
¡Calle de los marineros
-la blusa azul, y la cinta
milagrera sobre el pecho!-.

¡Granados en cielo azul!
¡Calle de los marineros!
¡El hombre siempre en el mar,
y el corazón en el viento!
El techo del vagón tiene un albor -¿ de dónde?-
y los turbios cristales, desvanecidos, lloran...
Fuera, entre claridades que van y vienen, hay
una conjuración de montaña y de sombra.
Los pueblos son de niebla bajo la madrugada;
es como un sueño vago de praderas humosas;
y las rocas, ¿enormes?, están sobre nosotros,
unminentes, perdidas las cimas en la hora.
No pára el tren... Tras unos cristales alumbrados,
a través de la lluvia, cansada y melancólica,
una mujer, confusa, bella, medio desnuda,
nos dice adiós...
                         -¡Adiós!
                                        El agua habla, monótona.
Te veo mientras pasas
sellado de granates primitivos,
por el turquí completo de Moguer.

Te veo sonreír; acariciar, limpiar,
equilibrar los astros desviados
con embeleso cálido de amor;
impulsarlos con firme suavidad
a sostener la maravilla exacta
de este cuartel del incesante mundo.

(No sé si eres el único
o la réplica májica del único;
pero, uno entre dioses descielados tú,
solo entre carnes de ascensión,
sin leyes que te afeen la mirada
yo voy a ti porque te veo
trabajando belleza desasida,
en tus días sin trono,
en tus noches en pie).

Te veo infatigable variando
con maestría inmensamente hermosa
decoraciones infinitas
en el desierto oeste de la mar;
te veo abrir, mudar tesoros,
sin mirar que haya ojo que te mire,
¡rey del gozo en la obra sola y alta,
hado inventor, ente continuador
de lo áureo y lo insólito!
¡Mira por los chopos
de plata cómo trepan al cielo niños de oro!
Y van mirando al cielo
y suben, los ojos en el azul, con frescos sueños.
¡Mira por los chopos
de plata cómo llegan al cielo niños de oro!
Y el azul de sus bellos
ojos y el cielo se tocan... ¡Son uno ojos y cielo!
¡Mira, por los chopos
de plata, cómo cojen el cielo niños de oro!
¡Alegre y milagroso vencimiento
que das la libertad!... Me fui, cantando,
al campo verde. Estaba el cielo blando,
saltona el agua y jugador el viento.

Niño puro otra vez, el pensamiento
se me iba en lo más íntimo ocultando,
del ignorado corazón. Y andando,
andando, se me abría el sentimiento...

¡Con qué encanto seguí las mariposas,
cómo cojí la malva del vallado,
y paré el agua con mi mano abierta!

Perdido en la alborada de las cosas.
el universo fui, resucitado
del corazón de la varona muerta.
Ic
Ic
Quedó fijo su peso:
un platillo en el cieno;
un platillo en el cielo.
Por un camino de oro van los mirlos... ¿Adónde?
Por un camino de oro van las rosas... ¿Adónde?
Por un camino de oro voy...
                                                      ¿Adónde,
otoño? ¿Adónde, pájaros y flores?
Ix
Ix
A la puente del amor,
piedra vieja entre altas rocas
-cita eterna, larde roja-,
vengo con mi corazón:

-Mi novia sola es el agua,
que pasa siempre y no engaña,
que pasa siempre y no cambia,
que pasa siempre y no acaba-
El chamariz en el chopo
-¿Y qué más?
El chopo en el cielo azul
-¿Y qué más?
-El cielo azul en el agua
-¿Y qué más?
-El agua en la hojita nueva
-¿Y qué más?
-La hojita nueva en la rosa
-¿Y qué más?
La rosa en mi corazón
-¿Y qué más?
¡Mi corazón en el tuyo!
No sé con qué decirlo,
no sé con qué decirme,
acción goethiniana;
porque aún no está hecha
mi callada palabra.
¡Qué confiada duermes
ante mi vela, ausente
de mi alma, en tu débil
hermosura, y presente
a mi cuerpo sin redes,
que el instinto revuelve!
(Te entregas cual la muerte).
Tierna azucena eres,
a tu campo celeste
trasplantada y alegre
por el sueño solemne,
que te hace aquí, imponente,
tendida espada fuerte.
¡Cállate, por Dios, que tú
no vas a saber decírmelo!
¡Deja que abran todos mis
sueños y todos mis lirios!

Mi corazón oye bien
la letra de tu cariño...
El agua lo va temblando
entre las flores del río;

lo va soñando la niebla,
lo están cantando los pinos
-y la luna rosa- y el
corazón de tu molino...

¡No apagues, por Dios, la llama
que arde dentro de mí mismo!
¡Cállate, por Dios, que tú
no vas a saber decírmelo!
En el naranjo está la estrella.
¡A ver quién puede cojerla!

¡Pronto, venid con las perlas,
traed las redes de seda!

En el tejado está la estrella.
¡A ver quién puede cojerla!

¡Oh, que olor a primavera
su pomo de luz eterna!

En los ojos esta la estrella.
¡A ver quién puede cojerla!

¡Por el aire, por la yerba,
cuidado, que no se pierda!

¡En el amor está la estrella!
¡A ver quién puede cojerla!
Todos los días yo soy
yo. Pero ¡qué pocos días
soy yo!
Todos los días el cielo
vive en mis ojos. Mas ¿cuándo
es dios?
Todos los días me hablas.
Y ¡qué pocas veces oigo
tu voz!
Tú me mirarás llorando
(será el tiempo de las flores),
tú me mirarás llorando
y yo te diré: «No llores».

Mi corazón lentamente
se irá durmiendo... Tu mano
acariciará la frente
sudorosa de tu hermano.

Tú me mirarás sufriendo
(yo sólo tendré una pena),
tú me mirarás sufriendo,
tú, hermana, que eres tan buena.

Y tú me dirás: «¿Qué tienes?»
y yo miraré hacia el suelo.
Y tú me dirás: «¿Qué tienes?»
y yo miraré hacia el cielo.

Y yo me sonreiré
(y tú estarás asustada),
y yo me sonreiré
y te diré: «¡Si no es nada!»
Jugaba en el viento y era
áureo.
Sobre la fresca
profusión de los rosales,
abierta prisión de sangre,
sus indefinibles alas
lo traían, lo llevaban...

Su mismo cantar divino
me enajenaba el sentido.

(¡Pájaro maravilloso!)

Venía raudo, de oro,
a mis manos...

-¡Alma mía!
¡Pájaro!
...¡Hoja amarilla!
Cada minuto de este oro
¿no es toda la eternidad?
El aire puro lo mece
sin prisa, como si ya
fuera todo el oro que
tuviera que acompasar.
(¡Ramas últimas, divinas,
inmateriales, en paz;
ondas del mar infinito
de una tarde sin pasar!)
Cada minuto de este oro
¿no es un latido inmortal
de mi corazón radiante
por toda la eternidad?
El viento rinde las ramas
con los pájaros dormidos,
y el faro le abre tres veces
su ojo verde. Calla el grillo.

¡Qué lejos, el huracán
deja, uno de otro los sitios!
¡Qué difícil es lo fácil!
¡Qué cerrados los caminos!

Parece que se ha mudado todo.
Pero al fulgor íntimo
se ven arenas y flores
donde ayer tarde las vimos.
¡Qué tristeza este pasar
el caudal de cada día
(¡vueltas arriba y abajo!),
por el puente de la noche
(¡vueltas abajo y arriba!),
al otro sol!
                    ¡Quién supiera
dejar el manto, contento,
en las manos del pasado;
no mirar más lo que fue;
entrar de frente y gustoso,
todo desnudo, en la libre
alegría del presente!
¿Que me vas a doler, muerte?
¿Es que no duele la vida?
¿Por qué he de ser más osado
para el vivir esterior
que para el hondo morir?

La tierra ¿qué es que no el aire?
¿Por qué nos ha de asfixiar,
por qué nos ha de cegar,
por qué nos ha de aplastar,
por qué nos ha de callar?

¿Por qué morir ha de ser
lo que decimos morir,
y vivir sólo vivir,
lo que callamos vivir?
¿Por qué el morir verdadero
(lo que callamos morir)
no ha de ser dulce y suave
como el vivir verdadero
(lo que decimos vivir?)
Delante está el carmín de la emoción.
Y al fondo de la vida,
por el suave azul nublado,
entre las cobres hojas últimas
que se curvan en éstasis de gloria,
la eterna plenitud desnuda.
(Y el agua una se ve más.
El color es más él, más sólo él,
el olor solo tiene un ámbito mayor,
el calor todo se oye más.
                                                      Y grita
en el aire, en el agua,
sobre el calor, sobre el olor, sobre el color,
ante el carmín de la pasión segunda,
la esterna plenitud desnuda.)
¡Armonía sin fin, gran armonía
de lo que se despide sin cuidado,
en luz de oro para luego verde,
que ha de ver tantas veces todavía,
ante el carmín de la ilusión,
la interna plenitud desnuda!
Cállate, por Dios, que tú
no vas a saber decírmelo.
Deja que abran todos mis
sueños y todos tus lirios.

Mi corazón oye bien
la letra de tu cariño.
El agua lo va temblando
entre los juncos del río,

lo va estendiendo la niebla,
lo están meciendo los pinos
(y la luna opaca) y el
corazón de tu destino...

¡No apagues por dios, la llama
que arde dentro de mí mismo!
¡Cállate por dios, que tú
no vas a poder decírmelo!
¡Qué alegre, en primavera,
ver caer de la carne
del invierno el vestido,
dejándola en errante
amistad con las rosas,
también de carne amable!
Ahora, en el otoño,
¡qué alegre es ver cuál cae
la carne del estío,
del espíritu, dándole
por amigas las hojas
secas inmateriales!
Las flores se dan la mano
y vuelan como los pájaros.
No se van.
(Mas vuelan como los pájaros).

Tiran, se alzan allá abajo,
bajo el nubarrón del rayo.
No se van.
(Bajo el nubarrón del rayo).

Llaman con pena y con blanco,
con amarillo y con llanto.
No se van.
(Con amarillo y con llanto).

Cada trueno con su dardo
les saca un ¡ay! al relámpago.
No se van.
(Les saca un ¡ay! al relámpago).

Mordido su olor, es tanto
que sangra el olor mojado.
No se van.
(Que sangra su olor mojado).

Vuelan, pues huyen los pájaros,
por no secarse de espanto.
No se van.
(Por no secarse de espanto).

Las flores se dan la mano
y gritan corno los pájaros.
No se van.
(Mas gritan corno los pájaros).
Me colmó el sol del poniente
el corazón de onzas doradas.
Me levanté por la noche
a verlas.
                  ¡No valían nada!

De onzas de plata la luna
del alba me llenó mi alma.
Cerré mi puerta en el día
por verlas.
                    ¡No valían nada!
Alrededor de la copa
del árbol alto,
mis sueños están volando.

Son palomas coronadas
de luces únicas,
que al volar derraman música.

¡Cómo entran, cómo salen
del árbol solo!
¡Cómo me enredan en oro!
Dios del venir, te siento entre mis manos,
aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa
de amor, lo mismo
que un fuego con su aire.

No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo;
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.

Yo nada tengo que purgar.
Toda mi impedimenta
no es sino fundación para este hoy
en que, al fin, te deseo;
porque estás ya a mi lado
en mi eléctrica zona,
como está en el amor el amor lleno.

Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otros, la de todos
con la forma suma de conciencia;
que la esencia es lo sumo,
es la forma suprema conseguible,
y tu esencia está en mí, como mi forma.

Todos mis moldes, llenos
estuvieron de ti; pero tú, ahora,
no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia
que no admite sostén,
que no admite corona,
que corona y sostiene siendo ingrave.

Eres la gracia libre,
la gloria del gustar, la eterna simpatía,
el gozo del temblor, la luminaria
del clariver, el fondo del amor,
el horizonte que no quita nada;
la transparencia, dios la transparencia,
el uno al fin, dios ahora sólito en el uno mío,
en el mundo que yo por ti y para ti he creado.
Todas las rosas son la misma rosa,
amor, la única rosa.
Y todo queda contenido en ella,
breve imajen del mundo,
¡amor!, la única rosa.
¡Aunque sea lo que dice
un pajarillo, al pasar!..

¡El aroma que una rosa
deja en unos ojos suaves!..

-¡El celeste brillo que
se evapora en una lágrima!
Llueve sobre el campo verde
¡Qué paz! El agua se abre
y la hierba de Noviembre
es de pálidos diamantes.

Se apaga el sol; de la choza
de la huerta se ve el valle
más verde, más oloroso
más idílico que antes.

Llueve; los álamos blancos
se ennegrecen; los pinares
se alejan; todo está gris
melancólico y fragrante.

Y en el ocaso doliente
surgen vagas claridades
malvas, rosas, amarillas
de sedas y de cristales...

¡Oh la lluvia sobre el campo
verde! ¡Qué paz! En el aire
vienen aromas mojados
de violetas otoñales.
(Llueve, llueve dulcemente...)

... El agua lava la yedra;
rompe el agua verdinegra;
el agua lava la piedra...
Y en mi corazón ardiente,
llueve, llueve dulcemente.

Esta el horizonte triste;
¿el paisaje ya no existe?;
un dia rosa persiste
en el pálido poniente...
Llueve, llueve dulcemente.

Mi frente cae en mi mano.
¡Ni una mujer, ni un hermano!
¡Mi juventud pasa en vano!
-Mi mano deja mi frente...-
¡Llueve, llueve dulcemente!

¡Tarde, llueve; tarde, llora;
que, aunque hubiera un sol de aurora
no llegaría mi hora
luminosa y floreciente!
¡Llueve, llora dulcemente!
¿Qué me va a doler la muerte?
¿Y es que no duele la vida?
¿Por qué he de ser más osado
para el vivir esterior
que para el hondo morir?

La tierra ¿qué no es que el aire?
¿Por qué nos ha de asfixiar,
por qué nos ha de cegar,
por qué nos ha de aplastar,
por qué nos ha de callar,
si es atmósfera del muerto?

¿Por qué el morir ha de ser
lo que decimos morir,
y el vivir, sólo el vivir,
lo que callamos vivir?
¿Por qué el morir verdadero
(lo que callamos morir)
no ha de ser bueno y gustoso
como el vivir verdadero
(lo que decimos vivir)?
Toda la noche,
los pájaros han estado
cantándome sus colores.

(No los colores
de sus alas matutinas
con el fresco de los soles.

No los colores
de sus pechos vespertinos
al rescoldo de los soles.

No los colores
de sus picos cotidianos
que se apagan por la noche,
como se apagan
los colores conocidos
de las hojas y las flores).

Otros colores,
el paraíso primero
que perdió del todo el hombre,
el paraíso
que las flores y los pájaros
inmensamente conocen.

Flores y pájaros
que van y vienen oliendo
volando por todo el orbe.

Otros colores,
el paraíso sin cambio
que el hombre en sueños recorre.

Toda la noche,
los pájaros han estado
cantándome los colores.

Otros colores
que tienen en su otro mundo
y que sacan por la noche.

Unos colores
que he visto bien despierto
y que están yo sé bien dónde.

Yo sé de dónde
los pájaros han venido
a cantarme por la noche.

Yo sé de dónde
pasando vientos y olas,
a cantarme mis colores.
Creímos que todo estaba
roto, perdido, manchado...
-Pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando-.

¡Lágrimas rojas, calientes,
en los cristales helados!...
-Pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando-.

Se acababa el día *****
revuelto en frío mojado...
-Pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando-.
¡Mira la amapola
por el verdeazul!

Y la nube buena,
redonda de luz.

¡Mira el chopo alegre
en el verdeazul!

Y el mirlo feliz
con toda la luz.

¡Mira el alma nueva
entre el verdeazul!
La puerta está abierta,
el grillo cantando.
¿Andas tú desnuda
por el campo?

Como un agua eterna,
por todo entra y sale.
¿Andas tú desnuda
por el aire?

La albahaca no duerme,
la hormiga trabaja.
¿Andas tú desnuda
por la casa?
La puerta está abierta,
el grillo cantando.
¿Andas tú desnuda
por el campo?

La albahaca no duerme,
la hormiga trabaja.
¿Andas tú desnuda
por la casa?

Como un agua eterna,
por todo entra y sale.
¿Andas tu desnuda
por el aire?
Cesó el clarín agudo, y la luna está triste.
Grandes nubes arrastran la nueva madrugada.
Ladra un perro alejándose, y todo lo que existe
se hunde en el abismo sin nombre de la nada.

La luna dorará un viejo camposanto...
Habrá un verdín con luna sobre una antigua almena.
En una fuente sola, será una luna en llanto...
Habrá una mar sin nadie, bajo una luna llena...
Luz en la selva en sombra, ¿te has perdido?

¡Que el sol se fue, luz en la selva en sombra!

Luz, mira: ¡te has quedado
jugando con las verdes hojas!

Di: ¿que harás ya, si el sol tuyo se fue?

... Luz, ven a esta hoja
blanca, y mi sentimiento
oscuro, eternamente, niña rosa, dora.
Lx
Lx
Se entró en mi frente el pensamiento *****,
como un ave nictálope,
en un cuarto, de día.

-¡No sé qué hacerle para que se vaya!

Está aquí, quieto y mudo,
sin ver las aguas ni las rosas.
Cada chopo, al pasarlo
canta, un punto, en el viento
que está con él; y cada uno, al punto
-¡amor!-, es el olvido
y el recuerdo del otro.

Solo es un chopo -¡amor!-
el que canta.
El viento rinde las ramas
con los pájaros dormidos.
-Abre tres veces el faro
su ojo verde-. Calla el grillo.

¡Qué lejos, el huracán
pone, uno de otro, los sitios!
¡Qué difícil es lo ficil!
¡Qué cerrados los caminos!

Parece que se ha trocado
todo. Pero al claror íntimo
se ven arenas y flores,
donde ayer tarde las vimos.
Malvarrosa,
malvaseda.
¡Salud de la primavera!
Rosas agrias,
sedas férreas.
¡O mujer con asperezas!
Recojida
gracia entera.
¡Malvarrosa, malvaseda!
Casta sangre
de la tierra.
¡Virtud de la primavera!
Todas las frutas eran de su cuerpo,
las flores todas, de su alma.
Y venía, y venía
entre las hojas verdes, rojas, cobres,
por los caminos todos
de cuyo fin con árboles desnudos
pasados en su fin a otro verdor,
ella había salido
y eran su casa llena natural.¿Y a qué venía, a qué venía?
Venía sólo a no acabar,
a perseguir en sí toda la luz,
a iluminar en sí toda la vida
con forma verdadera y suficiente.
Era lo elemental más apretado
en redondez esbelta y elejida:
agua y fuego con tierra y aire,
cinta ideal de suma gracia,
combinación y metamórfosis.
Espejo de iris májico de sí,
que viese lo de fuera desde fuera
y desde dentro lo de dentro;
la delicada y fuerte realidad
de la imajen completa.
Mensajera de la estación total,
todo se hacía vista en ella.(Mensajera,
¡qué gloria ver para verse a sí mismo,
en sí mismo,
en uno mismo,
en una misma,
la gloria que proviene de nosotros!)
Ella era esa gloria ¡y lo veía!
Todo, volver a ella sola,
solo, salir toda de ella.(Mensajera,
tú existías. Y lo sabía yo).
Qué trasparente amor,
en la cálida tarde tranquila,
el del azul y yo.
Mi pena viene y va.
Mas la mira una estrella suave
y se pone a cantar.
¿Soy yo quien anda esta noche por mi cuarto, o el mendigo
que rondaba mi jardín, al caer la tarde?

Miro
en torno y veo que todo es lo mismo y no es lo mismo...
¿La ventana estaba abierta? ¿Yo no me había dormido?
¿El jardín no estaba verde de luna?... El cielo era limpio
y azul... Y hay nubes y viento y el jardín está sombrío...

Creo que mi barba era negra... Yo estaba vestido
de gris... Y mi barba es blanca y estoy enlutado... ¿Es mío
este andar? ¿Tiene esta voz que ahora suena en mí, los ritmos
de la voz que yo tenía?

¿Soy yo, o soy el mendigo
que rondaba mi jardín al caer la tarde?...

Miro
en torno... Hay nubes y viento... El jardín está sombrío...

... Voy y vengo... ¿Y yo ¡yo! no me había ya dormido?
Mi barba está blanca... Y todo no es lo mismo y es lo mismo.
Cuando el mirlo, en lo verde nuevo, un día
vuelve, y silba su amor, embriagado,
meciendo su inquietud en fresco de oro,
nos abre, *****, con su rojo pico,
carbón vivificado por su ascua,
un alma de valores armoniosos
mayor que todo nuestro ser.
No cabemos, por él, redondos, plenos,
en nuestra fantasía despertada.
(El sol, mayor que el sol,
inflama el mar real o imajinario,
que resplandece entre el azul frondor,
mayor que el mar, que el mar.)
Las alturas nos vuelcan sus últimos tesoros,
preferimos la tierra donde estamos,
un momento llegamos,
en viento, en ola, en roca, en llama,
al imposible eterno de la vida.
La arquitectura etérea, delante,
con los cuatro elementos sorprendidos,
nos abre total, una,
a perspectivas inmanentes,
realidad solitaria de los sueños,
sus embelesadoras galerías.
La flor mejor se eleva a nuestra boca,
la nube es de mujer,
la fruta seno nos responde sensual.
Y el mirlo canta, huye por lo verde,
y sube, sale por lo verde, y silba,
recanta por lo verde venteante,
libre en la luz y la tersura,
torneado alegremente por el aire,
dueño completo de su placer doble;
entra, vibra silbando, ríe, habla,
canta... Y ensancha con su canto
la hora parada de la estación viva.
y nos hace la vida suficiente.
¡Eternidad, hora ensanchada,
paraíso de lustror único, abierto
a nosotros mayores, pensativos,
por un ser diminuto que se ensancha!
¡Primavera, absoluta primavera,
cuando el mirlo ejemplar, una mañana,
enloquece de amor entre lo verde!
Tarde última y serena,
corta como una vida,
fin de todo lo amado
¡yo quiero ser eterno!

(Atravesando hojas,
el sol ya cobre viene
a herirme el corazón.
¡Yo quiero ser eterno!)

Belleza que yo he visto
¡no te borres ya nunca!
Porque seas eterna
¡yo quiero ser eterno!
A tu abandono opongo la elevada
torre de mi divino pensamiento.
Subido a ella, el corazón sangriento
verá la mar, por él empurpurada.

Fabricaré en mi sombra la alborada,
mi lira guardaré del vano viento,
buscaré en mis entrañas mi sustento...
Mas ¡ay!, ¿y si esta paz no fuera nada?

-¡Nada, sí, nada, nada!... -O que cayera
mi corazón al agua, y de este modo
fuese el mundo un castillo hueco y frío...-

Que tú eres tú, la humana primavera,
la tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!,
...¡y soy yo sólo el pensamiento mío!
No te he tenido más en mí,
que el no tiene al árbol de la orilla;
yo, pasando, me estaba siempre en tu alma;
tú, estando en mi alma siempre, nunca te venías...
Bastaba un cielo ciego, un pobre viento,
para que desaparecieras de mi vida.
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