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¿De dónde es una hoja
transparente de sol?
-¿De dónde es una frente
que piensa, un corazón que ansía?-
¿De dónde es un raudal
que canta?
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Canción, tú eres vida mía,
y vivirás;
y las bocas que te canten,
cantarán eternidad.
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¡Un cielo
donde no se supiera
lo que es norte ni sur,
lo que es aurora ni poniente;
un cielo igual, en su jemela luz,
en su color idéntico, en su belleza sola,
con la inquietud -¡ay, inquietudes!-
unificada en el cenit!
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¡Noche; lago tranquilo,
donde miente mi vida
su eternidad, copiando
su día fugitivo inmensamente; donde
mi corazón está, entre las estrellas,
copiado, como entre la copia
-cercana e imposible-
de un almendral en flor en un remanso!

-¡Perpetua amiga, sin los celos ni la envidia
de nadie de los días, noche!-

¡Noche, divino espejo,
en que el cuerpo se ve su alma; igual,
profunda redención de todo el hombre; eterna
engañadora, nunca, nunca
infiel a tu mentira
de justicia y belleza!
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¡Amor, roca en el agua,
con tu pie en ti, no visto,
con tu frente -pie bello- en el espejo!
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¡Cosas que me has de alumbrar
-vistas siempre, sin ser vistas-;
cosas que tengo que ver
en ti, luz de cada día!
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¡Abrazo largo que la tarde
de abril me da, en la casa sola,
con sus brazos de nubes de colores!

-¡Qué bien! ¡Todos se han ido!
¡Toda la casa está en olvido oscuro,
para ella y para mí!-

¡Paseos dulces y olorosos,
por los tranquilos corredores
que dan con sus cristales
a inesperados cielos!
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¡Este afán de soñar
en que pude tener
siempre, menos ahora,
lo que ahora tengo!
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Tranquilo.
Pero, por dentro, lo mismo
que el remolino de un río,
por encima tan tranquilo,
¡qué martirio -qué peligro-
de corazón retorcido!
Como el niño que, harto
de estudiar, pinta sueños,
sin gana y sin motivo;
hastiado, el pensamiento
va de pájaro mudo
a nube sin luz, de eco
de cámara vacía
a flor sin sentimiento...

-¿Qué humos inventaron
la palabra desierto?-

La tierra, el cielo y yo
solos.
            Aburrimiento.
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18
Allá en el fondo
de mi biblioteca,
el sol de última hora, que confunde
mis colores en luz clara y divina,
acaricia mis libros, dulcemente.
¡Qué clara compañía
la suya; cómo agranda
la estancia, y la convierte, llena,
en valle, en cielo -¡Andalucía!-,
en infancia, en amor!
Igual que un niño, como un perro,
anda de libro en libro,
haciendo lo que quiere...
Cuando, de pronto, yo lo miro,
se para, y me contempla largamente,
con música divina, con ladrido amistoso, con fresco balbuceo...
Luego, se va apagando...
La luz divina y pura
es color otra vez, y solo, y mío.
Y lo que siento oscuro
es mi alma, igual que
si se hubiera quedado nuevamente
sin su valle y su cielo -¡Andalucía!-,
sin su infancia y su amor...
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¡Llanto en la noche inmensa y negra;
llanto -¿de quién? ¿por qué?- que no te
puedes
parar;
que te vas, sollozando, como unrío a un mar funesto, oscuro,
de fondos ignorados, de playas infinitas,
sin poderte parar!
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Hablaba de otro modo que nosotros todos,
de otras cosas, de aquí, mas nunca dichas
antes que las dijera. Lo era todo:
Naturaleza, amor y libro.

Como la aurora, siempre,
comenzaba de un modo no previsto,
¡tan distante de todo lo soñado!
Siempre, como las doce,
llegaba a su cenit, de una manera
no sospechada,
¡tan distante de todo lo contado!
Como el ocaso, siempre,
se callaba de un modo inesperable,
¡tan distante de todo lo pensado!

¡Qué lejos, y qué cerca
de mí su cuerpo! Su alma,
¡qué lejos, y qué cerca
de mí!
                ...Naturaleza, amor y libro.
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En este instante,
ya no existen los cuerpos; son las almas
las que se ansían, las que quieren verse,
penetrarse sin fin.

                                                Y no se acaba
nunca el afán, porque el dominio
de su fuego es la órbita
del alma: el universo.

¡Dos universos
-¡oh imposible posible del amor!-
compenetrándose,
en un afán de dos eternidades!

¡Y se salen las almas abrazadas,
y se van; y se quedan
los cuerpos, separados, fríos, muertos!
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Tengo en mí
-¡alegría!-
serlo todo
-aunque ello no quiera-,
comprendiéndolo.

-Y sí quiere
-¡alegría!-
porque la comprensión hace inclinar a todo
la frente dulce,
caer en una entrega de regazo.-

¡Comprensión, amor hondo,
amor perfecto y solo,
-¡alegría!-,
amor intelijente,
amor irresistible!
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No morirá tu voz, tu voz, tu voz, tu voz...
Tu voz seguirá siempre resonando
-ceniza tú en la tierra de la vida-,
tu voz seguirá siempre resonando
-tu voz, tu voz, tu voz, tu voz-
por la bóveda inmensa de la noche,
tu voz seguirá siempre resonando
por la bóveda inmensa de mi alma,
-tu voz, tu voz, tu voz, tu voz, tu voz-,
con ecos májicos de estrellas...
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¡Cómo la luz del día
se me entra por los ojos, hasta  el alma!
Mi cueva se deslumbra,
pobre como es, de gloria,
y parece colgada de oro vivo.

Y mi alegría sale
de ella, como una hija
bella, desnuda, libre,
en el raudal contento de mi cante,
que se lleva la aurora al infinito.
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5
Vamos, callados, por el parque frío,
que la niebla hace ignoto, inmenso, estraño.
¡Qué solo todo ¡ay! y nosotros dos!

            -Silencio. Ceguedad. Silencio.-

De pronto, el sol difuso
-¡oh, dónde estaba el sol!-
de un azul instantáneo de ocaso,
nos da a todo -¡qué ardiente confusión!-
la espectral compañía de la sombra.
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6
¡Nube blanca,
ala rota -¿de quién?,
que no pudo llegar -¿a dónde?-!
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7
Se va la noche, ***** toro
-plena carne de luto, de espanto y de misterio-,
que ha bramado terrible, inmensamente,
al temor sudoroso de todos los caídos;
y el día viene, niño fresco,
pidiendo confianza, amor y risa,
-niño que, allá muy lejos,
en los arcanos donde
se encuentran los comienzos con los fines,
ha jugado un momento,
por no sé qué pradera
de luz y sombra,
con el toro que huía.-
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Un día, vendrá un hombre
que, echado sobre ti, te intente desnudar
de tu luto de ignota,
¡palabra mía, hoy tan desnuda, tan clara!;
un hombre que te crea
sombra echa agua de murmullo raro,
¡a ti, voz mía, agua
de luz sencilla!
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9
¿Nada todo? Pues ¿y este gusto entero
de entrar bajo la tierra, terminado
igual que un libro bello?
¿Y esta delicia plena
de haberse desprendido de la vida,
como un fruto perfecto, de su rama?
¿Y esta alegría sola
de haber dejado en lo invisible
la realidad completa del anhelo,
como un río que pasa hacia el mar,
su perene escultura?
¡Amistad verdadera, claro espejo
en donde la ilusión se mira!
...Parecen esas nubes
más bellas, más tranquilas.
Siento esta tarde, Antonio,
tu corazón entre la brisa.

La tarde huele a gloria.
Apolo inflama fraternales liras,
en un ocaso musical de oro,
como de mariposas encendidas;
liras plenas y puras,
de cuerdas de ascuas liquidas,
que guirnaldas de rosas inmortales
decoraran, un día.

Antonio, ¿sientes esta tarde ardiente,
mi corazón entre la brisa?
Riegan nuestro jardín. Huele a violetas
aún. En el renovado laurel, el gorrión inicia
la Marsellesa.
                          ¡Oh, qué delicia,
amigo, ser poetas
y esperar, como a un dios, a abril florido!

¡Trueque de almas y de cielos!
En los huevos del nido
del corazón, a la serena luz templada,
sentimos un moverse de polluelos,
entre un olor a lirio apetecido
y a rosa deseada.

¡Corazón perenal, laurel sin nombre, blando
sol del alma:
                        Viva la hora venidera!

... Bajo el arco que, afuera,
nos pone el agua azul de primavera,
la nidada, por dentro, está piando.
¡Qué tranquilidad violeta
por el sendero a la tarde!
A caballo va el poeta...
¡Qué tranquilidad violeta!

La rica brisa del río,
olorosa a junco y agua,
le refresca el albedrío...
La brisa rica del río.

A caballo va el poeta...

Y el corazón se le pierde
contento y embalsamado
en la madreselva verde...
Y el corazón se le pierde.

¡Qué tranquilidad violeta!

Caballo y él son ya uno.
El mismo corazón lento
en campo como ninguno...
Caballo y él van en uno.

A caballo va el poeta...

Se está la orilla dorando.
El último pensamiento
del sol la deja soñando...
Se va la orilla dorando.

¡Qué tranquilidad violeta!
Señor, matadme, si queréis.
(Pero, señor, ¡no me matéis!)

Señor dios, por el sol sonoro,
por la mariposa de oro,
por la rosa con el lucero,
los correntines del sendero,
por el pecho del ruiseñor,
por los naranjales en flor,
por la perlería del río,
por el lento pinar umbrío,
por los recientes labios rojos
de ella y por sus grandes ojos...

¡Señor, Señor, no me matéis!
(...Pero matadme, si queréis)
En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
Desde la dulce mañana
de aquel día, éramos novios.

-El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño.-

Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas,
como quien pierde un tesoro.

-Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos.-

No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.
Pintor que me has pintado
en este cuadro de la vida,
tan mal, que parezco
casi de verdad, ven, pínta-
me nuevamente y bien, de modo
que parezca casi de mentira.
Quisiera que mi vida
se cayera en la muerte,
como este chorro alto de agua bella
en el agua tendida matinal;
ondulado, brillante, sensual, alegre,
con todo el mundo diluido en él,
en gracia nítida y feliz.
¡Su desnudez y el mar!
Ya están, plenos, lo igual
con lo igual.
                          La esperaba,
desde siglos el agua,
para poner su cuerpo
solo en su trono inmenso.
Y ha sido aquí en Iberia.
La suave playa céltica
se la dio, cual jugando,
a la ola del verano.
(Así va la sonrisa
¡amor! a la alegría)
¡Sabedlo, marineros:
de nuevo es reina Venus!
¡Qué difícil es unir
el tiempo de frutecer
con el tiempo de sembrar!
(El mundo jira que jira,
ruedas que nunca se unen
en una rueda total)
¡Un solo día de vida,
un día completo y todo,
que no se acabe jamás!
Arriba canta el pájaro
y abajo canta el agua.
(Arriba y abajo,
se me abre el alma).
¡Entre dos melodías,
la columna de plata!
Hoja, pájaro, estrella;
baja flor, raíz, agua.
¡Entre dos conmociones,
la columna de plata!
(¡Y tú, tronco ideal,
entre mi alma y mi alma!)
Mece a la estrella el trino,
la onda a la flor baja.
(Abajo y arriba,
me tiembla el alma).
Sí; en tu cerca ruin, que desordena
ya abril con su pasión verdecedora,
al sol más libre ¡oh árbol preso!, dora
tu cúpula broncínea, blanda y plena.

Por ti es fuerte tu cárcel; por ti amena
su soledad inerme. Inmensa aurora
es tu sombra interior, fresca y sonora
en el yermo sin voz que te encadena.

Ave y viento, doble ala y armonía,
vendrán a tu prisión, sin otro anhelo
que el de la libertad y la hermosura...

Espera, ¡oh árbol solo! -¡oh alma mía!-,
seguro en ti e incorporado al cielo,
firme en la excelsitud de tu amargura.
Se paraba
la rueda
de la noche...
                            Vagos ánjeles malvas
apagaban las verdes estrellas.

Una cinta tranquila
de suaves violetas
abrazaba amorosa
a la pálida tierra.

Suspiraban las flores al salir de su ensueño,
embriagando el rocío de esencias.

Y en la fresca orilla de helechos rosados,
como dos almas perlas,
descansaban dormidas
nuestras dos inocencias
-¡oh que abrazo tan blanco y tan puro!-
de retorno a las tierras eternas.
El cordero balaba dulcemente.
El asno, tierno, se alegraba
en un llamar caliente.
El perro ladreaba,
hablando casi a las estrellas...

Me desvelé, Salí. Vi huellas
celestes por el suelo
florecido
como un cielo
invertido.

Un vaho tibio y blando
velaba la arboleda;
la luna iba declinando
en un ocaso de oro y seda,
que parecía un ámbito divino...

Mi pecho palpitaba,
como si el corazón tuviese vino...

Abrí el establo a ver si estaba
Él allí.
                ¡Estaba!
Fría es la noche y pura.

La luna, limpia, albea
oblicuamente la pared.

                                Oscura
y redonda, la salvia, que menea
sus cálices mojados de relente,
embriaga la paz.

                                La estrella llora,
virando hacia el poniente,
verde temblor sobre la sola acacia...

Se oye jirar el mundo...

                                Y en la hora
clara y llena de gracia,
lo que es humilde tiene
una belleza eterna: el descansado y blando
rucio que llama, en alto bando,
a un hermano; la brisa distraída
de la pobre ribera conocida;
el tardo grillo; el gallo alerta
que, un momento, despierta
las rosas con su voz que quiebra albores
por los llanos del alba...

                                Belén viene
a todos los corrales...

Casi incoloros, los colores
parecen de cristales...
¡Allá va el olor
de la rosa!
¡Cójelo en tu sinrazón!
¡Allá va la luz
de la luna!
¡Cójela en tu plenitud!
¡Allá va el cantar
del arroyo!
¡Cójelo en tu libertad!
¡Si su belleza en mí morir pudiera
como en ti, mar, se borran los colores
que el sol divino te dejó, en las flores
de luz de toda su jentil carrera!

Mas ¿qué es la muchedumbre, pasajera
eterna, de este oleaje de dolores,
para tal resplandor de resplandores,
alba sola de toda primavera?

¡Mar, toma tú, esta tarde sola y larga,
mi corazón, y da a su sufrimiento
tu anochecer sereno y estendido!

¡Que una vez sienta él cual tú, en la amarga
infinitud de su latir sangriento,
el color uniforme del olvido!
Como en el ala el infinito vuelo,
cual en la flor está la esencia errante,
lo mismo que en la llama el caminante
fulgor, y en el azul el solo cielo;

como en la melodía está el consuelo,
y el frescor en el chorro, penetrante,
y la riqueza noble en el diamante,
así en mi carne está el total anhelo.

En ti, soneto, forma, esta ansia pura
copia, como en un agua remansada,
todas sus inmortales maravillas.

La claridad sin fin de su hermosura
es, cual cielo de fuente, ilimitada
en la limitación de tus orillas.
Siempre tienes la rama preparada
para la rosa justa; andas alerta
siempre, el oído cálido en la puerta
de tu cuerpo, a la flecha inesperada.

Una onda no pasa de la nada,
que no se lleve de tu sombra abierta
la luz mejor. De noche, estás despierta
en tu estrella, a la vida desvelada.

Signo indeleble pones en las cosas.
Luego, tornada gloria de las cumbres,
revivirás en todo lo que sellas.

Tu rosa será norma de las rosas;
tu oír, de la armonía; de las lumbres
tu pensar; tu velar, de las estrellas.
Andando, andando.
Que quiero oír cada grano
de la arena que voy pisando.

Andando.
Dejad atrás los caballos,
que yo quiero llegar tardando
(andando, andando)
dar mi alma a cada grano
de la tierra que voy rozando.

Andando, andando.
¡Qué dulce entrada en mi campo,
noche inmensa que vas bajando!

Andando.
Mi corazón ya es remanso;
ya soy lo que me está esperando
(andando, andando)
y mi pie parece, cálido,
que me va el corazón besando.

Andando, andando.
¡Que quiero ver el fiel llanto
del camino que voy dejando!
Siempre yo penetrándote,
pero tú siempre virjen,
sombra; como aquel día
en que primero vine
llamando a tu secreto,
cargado de afán libre.

¡Virjen oscura y plena,
pasada de hondos iris
que apenas se ven; toda
negra, con las sublimes
estrellas, que no llegan
(arriba) a descubrirte!
Ayer tarde
volvía yo con, las nubes
que entraban bajo rosales
(grande ternura redonda)
entre los troncos constantes.

La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.

El pájaro solo huía
de tan secreto paraje
sólo yo podía estar
entre las rosas finales.

Yo no quería volver
en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto
a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron
de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada,
oía hablar a los árboles.

Me retardé hasta la estrella.
En vuelo de luz suave
fui saliéndome a la orilla
con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía
vi a los árboles mirarme,
se daban cuenta de todo,
y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar,
entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí.
Y ¿cómo desengañarles?

¿Cómo decirles que no,
que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí?
No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, ayer tarde,
oí hablarme a los árboles.
Creemos los nombres.

Derivarán los hombres.
Luego, derivarán las cosas.
Y sólo quedara el mundo de los nombres,
letra del amor de los hombres,
del olor de las rosas.

Del amor y las rosas,
no ha de quedar sino los nombres.
¡Creemos los nombres!
Nada me importa vivir
con tal de que tú suspires,
(por tu imposible yo,
tú por mi imposible)
Nada me importa morir
si tú te mantienes libre
(por tu imposible yo,
tú por mi imposible)
La fuente aleja su cantata
despiertan todos los caminos...
Mar de la aurora, mar de plata,
¡qué limpio estás entre los pinos!

Viento del sur ¿vienes sonoro
de soles? Ciegan los caminos...
Mar de la siesta, mar de oro,
¡qué alegre estás sobre los pinos!

Dice el verdón no sé qué cosa.
Mi alma se va por los caminos...
Mar de la tarde, mar de rosa,
¡qué dulce estás entre los pinos!
Ante mí estás, sí.
Mas me olvido de ti,
pensando en ti.
Hojilla verde con sol,
tú sintetizas mi afán;
afán de gozarlo todo,
de hacerme en todo inmortal.
No sé con qué decirlo,
porque aún no está hecha
mi callada palabra.
¡Allá va el olor
de la rosa!
¡Cójelo en tu sinrazón!

¡Allá va la luz
de la luna!
¡Cójela en tu plenitud!

¡Allá va el cantar
del arroyo!
¡Cójelo en tu libertad!
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