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En el blanco infinito,
nieve, nardo y salina,
perdió su fantasía.
  El color blanco, anda,
sobre una muda alfombra
de plumas de paloma.
  Sin ojos ni ademán,
inmóvil sufre un sueño.
Pero tiembla por dentro.
  En el blanco infinito,
¡qué pura y larga herida
dejó su fantasía!
  En el blanco infinito.
Nieve. Nardo. Salina.
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones de bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en Punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay, qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
Empieza el llanto
de la guitarra.
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil callarla.
Es imposible
callarla.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Es imposible
callarla.
Llora por cosas
lejanas.
Arena del Sur caliente
que pide camelias blancas.
Llora flecha sin blanco,
la tarde sin mañana,
y el primer pájaro muerto
sobre la rama.
¡Oh, guitarra!
Corazón malherido
por cinco espadas.
Bajo el naranjo, lava
pañales de algodón.
Tiene verdes los ojos
y violeta la voz.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
El agua de la acequia
iba llena de sol,
en el olivarito
cantaba un gorrión.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
Luego cuando la Lola
gaste todo el jabón,
vendrán los torerillos.
¡Ay, amor,
bajo el naranjo en flor!
Sobre el cielo *****,
culebrinas amarillas.
Vine a este mundo con ojos
y me voy sin ellos.
¡Señor del mayor dolor!
Y luego,
un velón y una manta
en el suelo.
Quise llegar adonde
llegaron los buenos,
¡Y he llegado, Dios mío!...
Pero luego,
un velón y una manta
en el suelo.
Limoncito amarillo
limonero.
Echad los limoncitos
al viento.
¡Ya lo sabéis!... Porque luego,
luego,
un velón y una manta
en el suelo.
Sobre el cielo *****,
culebrinas amarillas.
I. Cogida and death

At five in the afternoon.
It was exactly five in the afternoon.
A boy brought the white sheet
at five in the afternoon.
A frail of lime ready prepared
at five in the afternoon.
The rest was death, and death alone.

The wind carried away the cottonwool
at five in the afternoon.
And the oxide scattered crystal and nickel
at five in the afternoon.
Now the dove and the leopard wrestle
at five in the afternoon.
And a thigh with a desolated horn
at five in the afternoon.
The bass-string struck up
at five in the afternoon.
Arsenic bells and smoke
at five in the afternoon.
Groups of silence in the corners
at five in the afternoon.
And the bull alone with a high heart!
At five in the afternoon.
When the sweat of snow was coming
at five in the afternoon,
when the bull ring was covered with iodine
at five in the afternoon.
Death laid eggs in the wound
at five in the afternoon.
At five in the afternoon
At five o'clock in the afternoon.

A coffin on wheels is his bed
at five in the afternoon.
Bones and flutes resound in his ears
at five in the afternoon.
Now the bull was bellowing through his forehead
at five in the afternoon.
The room was iridiscent with agony
at five in the afternoon.
In the distance the gangrene now comes
at five in the afternoon.
Horn of the lily through green groins
at five in the afternoon.
The wounds were burning like suns
at five in the afternoon.
At five in the afternoon.
Ah, that fatal five in the afternoon!
It was five by all the clocks!
It was five in the shade of the afternoon!

II. The Spilled Blood

I will not see it!

Tell the moon to come,
for I do not want to see the blood
of Ignacio on the sand.

I will not see it!

The moon wide open.
Horse of still clouds,
and the grey bull ring of dreams
with willows in the barreras.

I will not see it!

Let my memory kindle!
Warm the jasmines
of such minute whiteness!

I will not see it!

The cow of the ancient world
passend har sad tongue
over a snout of blood
spilled on the sand,
and the bulls of Guisando,
partly death and partly stone,
bellowed like two centuries
sated with threading the earth.
No.
I will not see it!

Ignacio goes up the tiers
with all his death on his shoulders.
He sought for the dawn
but the dawn was no more.
He seeks for his confident profile
and the dream bewilders him.
He sought for his beautiful body
and encountered his opened blood.
Do not ask me to see it!
I do not want to hear it spurt
each time with less strength:
that spurt that illuminates
the tiers of seats, and spills
over the cordury and the leather
of a thirsty multitude.
Who shouts that I should come near!
Do not ask me to see it!

His eyes did not close
when he saw the horns near,
but the terrible mothers
lifted their heads.
And across the ranches,
an air of secret voices rose,
shouting to celestial bulls,
herdsmen of pale mist.
There was no prince in Sevilla
who could compare to him,
nor sword like his sword
nor heart so true.
Like a river of lions
was his marvellous strength,
and like a marble toroso
his firm drawn moderation.
The air of Andalusian Rome
gilded his head
where his smile was a spikenard
of wit and intelligence.
What a great torero in the ring!
What a good peasant in the sierra!
How gentle with the sheaves!
How hard with the spurs!
How tender with the dew!
How dazzling the fiesta!
How tremendous with the final
banderillas of darkness!

But now he sleeps without end.
Now the moss and the grass
open with sure fingers
the flower of his skull.
And now his blood comes out singing;
singing along marshes and meadows,
sliden on frozen horns,
faltering soulles in the mist
stoumbling over a thousand hoofs
like a long, dark, sad tongue,
to form a pool of agony
close to the starry Guadalquivir.
Oh, white wall of Spain!
Oh, black bull of sorrow!
Oh, hard blood of Ignacio!
Oh, nightingale of his veins!
No.
I will not see it!
No challice can contain it,no swallows can drink it,
no frost of light can cool it,
nor song nor deluge og white lilies,
no glass can cover mit with silver.
No.
I will not see it!

III. The Laid Out Body

Stone is a forehead where dreames grieve
without curving waters and frozen cyprseses.
Stone is a shoulder on which to bear Time
with trees formed of tears and ribbons and planets.

I have seen grey showers move towards the waves
raising their tender riddle arms,
to avoid being caught by lying stone
which loosens their limbs without soaking their blood.

For stone fathers seed and clouds,
skeleton larks and wolves of penumbra:
but yields not sounds nor crystals nor fire,
only bull rings and bull rings and more bull rings without walls.

Now, Ignacio the well born lies on the stone.
All is finished. What is happening! Contemplate his face:
death was covered him with pale sulphur
and his place on him the head of dark minotaur.

All is finshed. The rain penetrates his mouth.
The air, as if mad, leaves his sunken chest,
and Love, soaked through with tears of snow,
warms itself on the peak of the herd.

What is they saying? A stenching silence settles down.
We are here with a body laid out which fades away.
with a pure shape which had nightingales
and we see it being filled with depthless holes.

Who creases the shroud? What he says is not true!
Nobody sings here, nobody weeps in the corner,
nobody ****** the spurs, not terrifies the serpent.
Here I want nothing else but the round eyes
to see his body without a chance of rest.

Here I want to see those men of hard voice.
Those that break horses and dominate rivers;
those men of sonorous skeleton who sing
with a mouth full of sun and flint.

Here I want to see them. Before the stone.
Before this body with broken reins.
I want to know from them the way out
for this captain stripped down by death.

I want them to show me a lament like a river
which will have sweet mists and deep shores,
to take the body of Ignacio where it looses itself
without hearing the double planting of the bulls.

Loses itself in the round bull ring of the moon
which feigns in its youth a sad quiet bull,
loses itself in the night without song of fishes
and in the white thicket of frozen smoke.

I don't want to cover his face with hankerchiefs
that he may get used to the death he carries.
Go, Ignacio, feel not the hot bellowing
Sleep, fly, rest: even the sea dies!

IV:

The bull does not know you, nor the fig tree,
nor the horses, nor the ants in your own house.
The child and the afternoon do not know you
because you have died forever.

The shoulder of the stone does not know you
nor the black silk, where you are shuttered.
Your silent memory does not know you
because you have died forever.

The autumn will come with small whiet snails,
misty grapes and clustered hills,
but no one will look into your eyes
becuaase you have died forever.

Because you have died froever,
like al lthe dead of the earth,
like all the dead who are forgotten
in a heap of lifeless dogs.

Nobody knows you. No, but I sing of you.
For posterity I sing of your profile and grace.
Of the signal maturity of your understanding.
Of your appetite for death and the taste of its mouth:
of the sadness of your once valiant gaiety.

It will be a long time, if ever, before there is born
an Andalusian so true, so rich in adventure.
I sing of his elegance with words that groan,
and I remember a sad breeze through the olive trees.
Silencio de cal y mirto.
Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza.
Vuelan en la araña gris,
siete pájaros del prisma.
La iglesia gruñe a lo lejos
como un oso panza arriba.
¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia!
Sobre la tela pajiza,
ella quisiera bordar
flores de su fantasía.
¡Qué girasol! ¡Qué magnolia
de lentejuelas y cintas!
¡Qué azafranes y qué lunas,
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo
cortadas en Almería.
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor último y sordo
le despega la camisa,
y al mirar nubes y montes
en las yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa.
¡Oh!, qué llanura empinada
con veinte soles arriba.
¡Qué ríos puestos de pie
vislumbra su fantasía!
Pero sigue con sus flores,
mientras que de pie, en la brisa,
la luz juega el ajedrez
alto de la celosía.
The field
of olive trees
opens and closes
like a fan.
Above the olive grove
there is a sunken sky
and a dark shower
of cold stars.
Bulrush and twilight tremble
at the edge of the river.
The grey air ripples.
The olive trees
are charged
with cries.
A flock
of captive birds,
shaking their very long
tail feathers in the gloom.
The men kept to themselves:
they were waiting for the swiftness of the last cyclists.
The women kept to themselves:
they were expecting the death of a boy on a Japanese schooner.
They all kepy to themselves-
dreaming of the open beaks of dying birds,
the sharp parasol that punctures
a recently flattened toad,
beneath silence with a thousand ears
and tiny mouths of water
in the canyons that resist
the violent attack on the moon.
The boy on the schooner was crying and hearts were breaking
in anguish for the witness and vigilance of all things,
and because of the sky blue ground of black footprints,
obscure names, saliva, and chrome radios were still crying.
It doesn't matter if the boy grows silent when stuck with the last pin,
or if the breeze is defeated in cupped cotton flowers,
because there is a world of death whose perpetual sailors will appear in the arches and
freeze you from behind the trees.
it's useless to look for the bend
where night loses its way
and to wait in ambush for a silence that has no
torn clothes, no shells, and no tears,
because even the tiny banquet of a spider
is enough to upset the entire equilibrium of the sky.
There is no cure for the moaning from a Japanese schooner,
nor for those shadowy people who stumble on the curbs.
The countryside bites its own tail in order to gather a bunch of roots
and a ball of yarn looks anxiously in the grass for unrealized longitude.
The Moon! The police. The foghorns of the ocean liners!
Facades of *****, of smoke, anemones, rubber gloves.
Everything is shattered in the night
that spread its legs on the terraces.
Everything is shatter in the tepid faucets
of a terrible silent fountain.
Oh, crowds! Loose women! Soldiers!
We will have to journey through the eyes of idiots,
open country where the docile cobras, coiled like wire, hiss,
landscapes full of graves that yield the freshest apples,
so that uncontrollable light will arrive
to frighten the rich behind their magnifying glasses-
the odor of a single corpse from the double source of lily and rat-
and so that fire will consume those crowds still able to **** around a moan
or on the crystals in which each inimitable wave is understood.
The fat lady came out first,
tearing our roots and moistening drumskins.
The fat lady
who turns dying octopuses inside out.
The fat lady, the moon's antagonist,
was running through the streets and deserted buildings
and leaving tiny skulls of pigeons in the corners
and stirring up the furies of the last centuries' feasts
and summinging the demon of bread through the sky's clean-swept hills
and filtering a longing for light into subterranean tunnels.
The graveyards, yes the graveyards
and the sorrow of the kitchens buried in sand,
and dead, pheasants and apples of another era,
pushing it into our throat.

There were murmurings from the jungle of *****
with the empty women, with hot wax children,
with fermtented trees and tireless waiters
who serve platters of salt beneath harps of saliva.
There's no other way, my son, *****! There's no other way.
It's not the ***** of hussars on the ******* of their ******,
nor the ***** of cats that inadvertently swallowed frogs,
but the dead who scratch with clay hands
on flint gates where clouds and desserts decay.

The fat lady came first
with the crowds from the ships,s taverns, and parks.
***** was delicately shaking its drums
among a few little girls of blood
who were begging the moon for protection.
Who could imagine my sadness?
The look on my face was mine, but now isn't me,
the naked look on my face, trembling for alcohol
and launching incredible ships
through the anemones of the piers.
I protect myself with this look
that flows from waves where no dawn would go.
I, poet without arms, lost
in the vomiting multitude,
with no effusive horse to shear
the thick moss from my temples.

The fat lady went first
and the crowds kept looking for pharmacies
where the bitter tropics could be found.
Only when a flag went up and the first dogs arrived
did the entire city rush to the railings of the boardwalk.
¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.

¡Que no quiero verla!

Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!

¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.

¡Que no quiero verla!

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.

¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!

No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!

Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh ***** toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!
Tres moricas me enamoran
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.

Tres moricas tan garridas
iban a coger olivas,
y hallábanlas cogidas
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.

Y hallábanlas cogidas
y tornaban desmaídas
y las colores perdidas
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.

Tres moricas tan lozanas
iban a coger manzanas
y hallábanlas tomadas
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.

Díjeles: ¿Quién sois, señoras,
de mi vida robadoras?
Cristianas que éramos moras
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.
Vestida con mantos negros
piensa que el mundo es chiquito
y el corazón es inmenso.
Vestida con mantos negros.
Piensa que el suspiro tierno
y el grito, desaparecen
en la corriente del viento.
Vestida con mantos negros.
Se dejó el balcón abierto
y el alba por el balcón
desembocó todo el cielo.
¡Ay yayayayay,
que vestida con mantos negros!
La sombra de mi alma
Huye por un ocaso de alfabetos,
Niebla de libros
Y palabras.
  ¡La sombra de mi alma!
  He llegado a la línea donde cesa
La nostalgia,
Y la gota de llanto se transforma
Alabastro de espíritu.
  (¡La sombra de mi alma!)
  El copo del dolor
Se acaba,
Pero queda la razón y la sustancia
De mi viejo mediodía de labios
De mi viejo mediodía
De miradas.
  Un turbio laberinto
De estrellas ahumadas
Enreda mi ilusión
Casi marchita.
  ¡La sombra de mi alma!
  Y una alucinación
Me ordeña las miradas.
Veo la palabra amor
Desmoronada.
  ¡Ruiseñor mío!
¡Ruiseñor!
¿Aún cantas?
La guitarra,
hace llorar a los sueños.
El sollozo de las almas
perdidas,
se escapa por su boca
redonda.
Y como la tarántula
teje una gran estrella
para cazar suspiros,
que flotan en su *****
aljibe de madera.
Debajo de la hoja
de la verbena
tengo a mi amante malo.
¡Jesús, qué pena!Debajo de la hoja
de la lechuga
tengo a mi amante malo
con calentura.Debajo de la hoja
del perejil
tengo a mi amante malo
y no puedo ir.
La Tarara, sí;
la tarara, no;
la Tarara, niña,
que la he visto yo.
Lleva la Tarara
un vestido verde
lleno de volantes
y de cascabeles.
La Tarara, sí;
la tarara, no;
la Tarara, niña,
que la he visto yo.
Luce mi Tarara
su cola de seda
sobre las retamas
y la hierbabuena.
Ay, Tarara loca.
Mueve, la cintura
para los muchachos
de las aceitunas.
The Guadalquivir river
Flows between orange and olive.
Two rivers of Granada
Come down from snow to wheat field.

Ah, Love, the unreturning!
In Vienna there are ten little girls,
a shoulder for death to cry on,
and a forest of dried pigeons.
There is a fragment of tomorrow
in the museum of winter frost.
There is a thousand-windowed dance hall.

Ay, ay, ay, ay!
Take this close-mouthed waltz.

Little waltz, little waltz, little waltz,
of itself of death, and of brandy
that dips its tail in the sea.

I love you, I love you, I love you,
with the armchair and the book of death,
down the melancholy hallway,
in the iris' darkened garret.

Ay, ay, ay, ay!
Take this broken-waisted waltz.

In Vienna there are four mirrors
in which your mouth and the echoes play.
There is a death for piano
that paints little boys blue.
There are beggars on the roof.
There are fresh garlands of tears.

Ay, ay, ay, ay!
Take this waltz that dies in my arms.

Because I love you, I love you, my love,
in the attic wherethe children play,
dreaming ancient lights of Hungary
through the noise, the balmy afternoon,
seeing sheep and irises of snow
through teh dark silence of your forehead.

Ay, ay, ay, ay!
Take this "I will always love you" waltz.

In Vienna I will dance with you
in a costume with
a river's head.
See how the hyacinths line my banks!
I will leave my mouth between your legs,
my soul in photographs and lilies,
and in the dark wake of your footsteps,
my love, my love, I will have to leave
violin and grave, the waltzing ribbons.
De los cuatro muleros
que van al campo,
el de la mula torda,
moreno y alto.

De los cuatro muleros
que van al agua,
el de la mula torda
me roba el alma.

De los cuatro muleros
que van al río,
el de la mula torda
es mi marío.

¿A qué buscas la lumbre
la calle arriba,
si de tu cara sale
la brasa viva?
Hay dulzura infantil
En la mañana quieta.
Los árboles extienden
Sus brazos a la tierra.
Un vaho tembloroso
Cubre las sementeras,
Y las arañas tienden
Sus caminos de seda
-Rayas al cristal limpio
Del aire-.
                    En la alameda
Un manantial recita
Su canto entre las hierbas
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Ignorado y humilde,
El paisaje contempla.
La divina quietud
De la naturaleza
Le dio valor y fe,
Y olvidando las penas
De su hogar, deseó
Ver el fin de [la] senda.
Echó andar e internóse
En un bosque de yedras
Y de ortigas. En medio
Había dos ranas viejas
Que tomaban el sol,
Aburridas y enfermas.
Esos cantos modernos,
Murmuraba una de ellas,
Son inútiles. Todos,
Amiga, le contesta
La otra rana, que estaba
Herida y casi ciega:
Cuando joven creía
Que si al fin Dios oyera
Nuestro canto, tendría
Compasión. Y mi ciencia,
Pues ya he vivido mucho,
Hace que no la crea.
Yo ya no canto más...
Las dos ranas se quejan
Pidiendo una limosna
A una ranita nueva
Que pasa presumida
Apartando las hierbas.
Ante el bosque sombrío
El caracol, se aterra.
Quiere gritar. No puede,
Las ranas se le acercan.
¿Es una mariposa?,
Dice la casi ciega.
Tiene dos cuernecitos,
La otra rana contesta.
Es el caracol. ¿Vienes,
Caracol, de otras tierras?
Vengo de mi casa y quiero
Volverme muy pronto a ella.
Es un bicho muy cobarde,
Exclama la rana ciega.
¿No cantas nunca? No canto,
Dice el caracol. ¿Ni rezas?
Tampoco: nunca aprendí.
¿Ni crees en la vida eterna?
¿Qué es eso?
                            Pues vivir siempre
En el agua más serena,
Junto a una tierra florida
Que a un rico manjar sustenta.
Cuando niño a mí me dijo
Un día mi pobre abuela
Que al morirme yo me iría
Sobre las hojas más tiernas
De los árboles más altos.
Una hereje era tu abuela.
La verdad te la decimos
Nosotras. Creerás en ella,
Dicen las ranas furiosas.
¿Por qué quise ver la senda?
Gime el caracol. Sí, creo
Por siempre en la vida eterna
Que predicáis...
                                Las ranas,
Muy pensativas, se alejan,
Y el caracol, asustado,
Se va perdiendo en la selva.
Las dos ranas mendigas
Como esfinges se quedan.
Una de ellas pregunta:
¿Crees tú en la vida eterna?
Yo no, dice muy triste
La rana herida y ciega.
¿Por qué hemos dicho entonces
Al caracol que crea?
¿Por qué?... No sé por qué,
Dice la rana ciega.
Me lleno de emoción
Al sentir la firmeza
Con que llaman mis hijos
A Dios desde la acequia...
El pobre caracol
Vuelve atrás. Ya en la senda
Un silencio ondulado
Mana de la alameda.
Con un grupo de hormigas
Encarnadas se encuentra.
Van muy alborotadas,
Arrastrando tras ellas
A otra hormiga que tiene
Tronchadas las antenas.
El caracol exclama:
Hormiguitas, paciencia.
¿Por qué así maltratáis
A vuestra compañera?
Contadme lo que ha hecho.
Yo juzgaré en conciencia.
Cuéntalo tú, hormiguita.
La hormiga medio muerta
Dice muy tristemente:
Yo he visto las estrellas.
¿Qué son estrellas? -dicen
Las hormigas inquietas.
Y el caracol pregunta
Pensativo: ¿estrellas?
Sí, repite la hormiga,
He visto las estrellas.
Subí al árbol más alto
Que tiene la alameda
Y vi miles de ojos
Dentro de mis tinieblas.
El caracol pregunta:
¿Pero qué son estrellas?
Son luces que llevamos
Sobre nuestra cabeza.
Nosotras no las vemos,
Las hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
Sólo alcanza a las hierbas.
  Las hormigas exclaman
Moviendo sus antenas:
Te mataremos, eres
Perezosa y perversa,
El trabajo es tu ley.
Yo he visto a las estrellas,
Dice la hormiga herida.
Y el caracol sentencia:
Dejadla que se vaya,
Seguid vuestras faenas.
Es fácil que muy pronto
Ya rendida se muera.
Por el aire dulzón
Ha cruzado una abeja.
La hormiga agonizando
Huele la tarde inmensa
Y dice, es la que viene
A llevarme a una estrella.
Las demás hormiguitas
Huyen al verla muerta.
El caracol suspira
Y aturdido se aleja
Lleno de confusión
Por lo eterno. La senda
No tiene fin, exclama.
Acaso a las estrellas
Se llegue por aquí.
Pero mi gran torpeza
Me impedirá llegar.
No hay que pensar en ellas.
Todo estaba brumoso
De sol débil y niebla.
Campanarios lejanos
Llaman gente a la iglesia.
Y el caracol, pacífico
Burgués de la vereda,
Aturdido e inquieto
El paisaje contempla.
Los mozos de Monleón
se fueron a arar temprano,
ay, ay,
para ir a la corrida,
y remudar con despacio,
ay, ay.
Al hijo de la "Velluda",
el remudo no le han dado,
ay, ay.
-Al toro tengo que ir
aunque vaya de prestado,
ay, ay.
Permita Dios, si lo encuentras,
que te traigan en un carro,
las albarcas y el sombrero
de los siniestros colgando.
Se cogen los garrochones,
se van las navas abajo,
preguntando por el toro,
y el toro ya está encerrado.
A la mitad del camino,
al mayoral se encontraron,
-Muchachos que vais al toro:
mirad que el toro es muy malo,
que la leche que mamó
se la di yo por mi mano.
Se presentan en la plaza
cuatro mozos muy gallardos,
ay, ay.
Manuel Sánchez llamó al toro;
nunca lo hubiera llamado,
ay, ay,
por el pico de una albarca
toda la plaza arrastrando;
ay, ay.
Cuando el toro lo dejó,
ya lo ha dejado sangrando,
ay, ay.
-Amigos, que yo me muero;
amigos, yo estoy muy malo;
tres pañuelos tengo dentro
y este que meto son cuatro.
-Que llamen al confesor,
pa que venga a confesarlo.
Cuando el confesor llegaba
Manuel Sánchez ha expirado.
Al rico de Monleón
le piden los bues y el carro,
ay, ay,
pa llevar a Manuel Sánchez,
que el torito lo ha matado.
ay, ay.
A la puerta de la "Velluda"
arrecularon el carro,
ay, ay.
-Aquí tenéis, vuestro hijo
como lo habéis demandado.
ay, ay.
Hacia Roma caminan
dos pelegrinos,
a que los case el Papa,
mamita,
porque son primos,
niña bonita,
porque son primos,
niña.
Sombrerito de hule
lleva el mozuelo,
y la peregrinita,
mamita,
de terciopelo,
niña bonita,
de terciopelo,
niña.
Al pasar por el puente
de la Victoria,
tropezó la madrina,
mamita,
cayó la novia,
niña bonita,
cayó la novia,
niña.
Han llegado a Palacio,
suben arriba,
y en la sala del Papa
mamita,
los desaniman,
niña bonita,
los desaniman,
niña.
Les ha preguntado el Papa
cómo se llaman.
El le dice que Pedro
mamita,
y ella que Ana,
niña bonita,
y ella que Ana,
niña.
Le ha preguntado el Papa
que qué edad tienen.
Ella dice que quince,
mamita,
y él diecisiete,
niña bonita,
y él diecisiete,
niña.
Le ha preguntado el Papa
de dónde eran.
Ella dice de Cabra,
mamita,
y él de Antequera,
niña bonita,
y él de Antequera,
niña.
Le ha preguntado el Papa
que si han pecado.
El le dice que un beso,
mamita,
que le había dado,
niña bonita,
que le había dado,
niña.
Y la peregrinita,
que es vergonzosa,
se le ha puesto la cara,
mamita,
como una rosa,
niña bonita,
como una rosa,
niña.
Y ha respondido el Papa
desde su cuarto:
¡Quién fuera pelegrino,
mamita,
para otro tanto,
niña bonita,
para otro tanto,
niña!
Las campanas de Roma
ya repicaron
porque los pelegrinos,
mamita,
ya se casaron,
niña bonita,
ya se casaron,
niña.
Si tu madre quiere un rey,
la baraja tiene cuatro:
rey de oros, rey de copas,
rey de espadas, rey de bastos.

Corre que te pillo,
corre que te agarro,
mira que te lleno
la cara de barro.

Del olivo
me retiro,
del esparto
yo me aparto,
del sarmiento
me arrepiento
de haberte querido tanto.
Yo te miré a los ojos
  cuando era niño y bueno.
  Tus manos me rozaron
  Y me diste un beso.
(Los relojes llevan la misma cadencia,
Y las noches tienen las mismas estrellas.)
      Y se abrió mi corazón
  Como una flor bajo el cielo,
  Los pétalos de lujuria
  Y los estambres de sueño.
(Los relojes llevan la misma cadencia,
Y las noches tienen las mismas estrellas.)
      En mi cuarto sollozaba
  Como el príncipe del cuento
  Por Estrellita de oro
  Que se fue de los torneos.
(Los relojes llevan la misma cadencia,
Y las noches tienen las mismas estrellas.)
      Yo me alejé de tu lado
  Queriéndote sin saberlo.
  No sé cómo son tus ojos,
  Tus manos ni tus cabellos.
  Sólo me queda en la frente
  La mariposa del beso.
(Los relojes llevan la misma cadencia,
Y las noches tienen las mismas estrellas.)
Chove en Santiago
meu doce amor.
Camelia branca do ar
brila entebrecida ô sol.
Chove en Santiago
na noite escura.
Herbas de prata e de sono
cobren a valeira lúa.
Olla a choiva pol-a rúa,
laio de pedra e cristal.
Olla no vento esvaído
soma e cinza do teu mar.
Soma e cinza do teu mar
Santiago, lonxe do sol.
Ãgoa da mañán anterga
trema no meu corazón.
La muerte
entra y sale
de la taberna.
Pasan caballos negros
y gente siniestra
por los hondos caminos
de la guitarra.
Y hay un olor a sal
y a sangre de hembra,
en los nardos febriles
de la marina.
La muerte
entra y sale,
y sale y entra
la muerte
de la taberna.
Cuando yo me muera,
enterradme con mi guitarra
bajo la arena.

Cuando yo me muera,
entre los naranjos
y la hierbabuena.

Cuando yo me muera,
enterradme si queréis
en una veleta.

¡Cuando yo me muera!
Mi niña se fue a la mar,
a contar olas y chinas,
pero se encontró, de pronto,
con el río de Sevilla.
Entre adelfas y campanas
cinco barcos se mecían,
con los remos en el agua
y las velas en la brisa.
¿Quién mira dentro la torre
enjaezada, de Sevilla?
Cinco voces contestaban
redondas como sortijas.
El cielo monta gallardo
al río, de orilla a orilla.
En el aire sonrosado,
cinco anillos se mecían.
¡Qué esfuerzo!
¡Qué esfuerzo del caballo por ser perro!
¡Qué esfuerzo del perro por ser golondrina!
¡Qué esfuerzo de la golondrina por ser abeja!
¡Qué esfuerzo de la abeja por ser caballo!
Y el caballo,
¡qué flecha aguda exprime de la rosa!,
¡qué rosa gris levanta de su belfo!
Y la rosa,
¡qué rebaño de luces y alaridos
ata en el vivo azúcar de su tronco!
Y el azúcar,
¡qué puñalitos sueña en su vigilia!
Y los puñales dimínutos,
¡qué luna sin establos, qué desnudos,
piel eterna y rubor, andan buscando!
Y yo, por los aleros,
¡qué serafín de llamas busco y soy!
Pero el arco de yeso,
¡qué grande, qué invisible, qué diminuto!,
sin esfuerzo.
Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
  Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
¡Ay Antoñito el Camborio
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
¡Ay Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.
  Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado,
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.
En la casa blanca, muere
la perdición de los hombres.
Cien jacas caracolean.
Sus jinetes están muertos.
Bajo las estremecidas
estrellas de los velones,
su falda de moaré tiembla
entre sus muslos de cobre.
Cien jacas caracolean.
Sus jinetes están muertos.
Largas sombras afiladas
vienen del turbio horizonte,
y el bordón de una guitarra
se rompe.
Cien jacas caracolean.
Sus jinetes están muertos.
¿Qué es aquello que reluce
por los altos corredores?
Cierra la puerta, hijo mío,
acaban de dar las once.
En mis ojos, sin querer,
relumbran cuatro faroles.
Será que la gente aquélla
estará fregando el cobre.
Ajo de agónica plata
la luna menguante, pone
cabelleras amarillas
a las amarillas torres.
La noche llama temblando
al cristal de los balcones,
perseguida por los mil
perros que no la conocen,
y un olor de vino y ámbar
viene de los corredores.
Brisas de caña mojada
y rumor de viejas voces,
resonaban por el arco
roto de la media noche.
Bueyes y rosas dormían.
Solo por los corredores
las cuatro luces clamaban
con el fulgor de San Jorge.
Tristes mujeres del valle
bajaban su sangre de hombre,
tranquila de flor cortada
y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte,
un minuto intransitable
de cabelleras y nombres.
Fachadas de cal, ponían
cuadrada y blanca la noche.
Serafines y gitanos
tocaban acordeones.
Madre, cuando yo me muera,
que se enteren los señores.
Pon telegramas azules
que vayan del Sur al Norte.
Siete gritos, siete sangres,
siete adormideras dobles,
quebraron opacas lunas
en los oscuros salones.
Lleno de manos cortadas
y coronitas de flores,
el mar de los juramentos
resonaba, no sé dónde.
Y el cielo daba portazos
al brusco rumor del bosque,
mientras clamaban las luces
en los altos corredores.
Noche de cuatro lunas
y un solo árbol,
con una sola sombra
y un solo párajo.

Busco en mi carne las
huellas de tus labios.
El manantial besa al viento
sin tocarlo.

Llevo el No que me diste,
en la palma de la mano,
como un limón de cera
casi blanco.

Noche de cuatro lunas
y un solo árbol,
En la ***** de una aguja,
está mi amor ¡girando!
Un pastor pide teta por la nieve que ondula
blancos perros tendidos entre linternas sordas.
El Cristito de barro se ha partido los dedos
en los tilos eternos de la madera rota.

¡Ya vienen las hormigas y los pies ateridos!
Dos hilillos de sangre quiebran el cielo duro.
Los vientres del demonio resuenan por los valles
golpes y resonancias de carne de molusco.

Lobos y sapos cantan en las hogueras verdes
coronadas por vivos hormigueros del alba.
La luna tiene un sueño de grandes abanicos
y el toro sueña un toro de agujeros y de agua.

El niño llora y mira con un tres en la frente,
San José ve en el heno tres espinas de bronce.
Los pañales exhalan un rumor de desierto
con cítaras sin cuerdas y degolladas voces.

La nieve de Manhattan empuja los anuncios
y lleva gracia pura por las falsas ojivas.
Sacerdotes idiotas y querubes de pluma
van detrás de Lutero por las altas esquinas.
Duérmete, niñito mío,
que tu madre no está en casa;
que se la llevó la Virgen
de compañera a su casa.
Este galapaguito
no tiene mare;
lo parió una gitana,
lo echó a la calle.
No tiene mare, sí;
no tiene mare, no:
no tiene mare,
lo echó a la calle.

Este niño chiquito
no tiene cuna;
su padre es carpintero
y le hará una.
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé.  Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio,
yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Night approached us, with a full moon.
I began to cry, and you to laugh.
Your contempt was a god, and my whinings,
a chain of doves and minutes.

Night left us. Crystal of pain
you wept for distant depths.
My sadness was a cluster of agonies,
over your fragile heart of sand.

Morning joined us on the bed,
our mouths placed over the frozen jet
of a blood, without end, that was shed.

And the sun shone through the closed balcony,
and the coral of life opened its branch,
over my shrouded heart.
Cirio, candil,
farol y luciérnaga.
La constelación
de la saeta.
Ventanitas de oro
tiemblan,
y en la aurora se mecen
cruces superpuestas.
Cirio, candil,
farol y luciérnaga.
Alta va la luna.
Bajo corre el viento.
  (Mis largas miradas,
exploran el cielo.)
  Luna sobre el agua.
Luna bajo el viento.
  (Mis cortas miradas,
exploran el suelo.)
  Las voces de dos niñas
venían. Sin esfuerzo,
de la luna del agua,
me fui a la del cielo.
Un brazo de la noche
entra por mi ventana.
  Un gran brazo moreno
con pulseras de agua.
  Sobre un cristal azul
jugaba al río mi alma.
Los instantes heridos
por el reloj... pasaban.
Asomo la cabeza
por mi ventana, y veo
cómo quiere cortarla
la cuchilla del viento.
  En esta guillotina
invisible, yo he puesto
la cabeza sin ojos
de todos mis deseos.
  Y un olor de limón
llenó el instante inmenso,
mientras se convertía
en flor de gasa el viento.
Al estanque se le ha muerto
hoy una niña de agua.
Está fuera del estanque,
sobre el suelo amortajada.
  De la cabeza a sus muslos
un pez la cruza, llamándola.
El viento le dice "niña",
mas no puede despertarla.
  El estanque tiene suelta
su cabellera de algas
y al aire sus grises tetas
estremecidas de ranas.
  Dios te salve. Rezaremos
a Nuestra Señora de Agua
por la niña del estanque
muerta bajo las manzanas.
  Yo luego pondré a su lado
dos pequeñas calabazas
para que se tenga a flote,
¡ay!, sobre la mar salada.
They hate the shadow of the bird
over the high water of the white cheek
and the conflict of light and wind
in the salon of the cold snow.

They hate the bodiless arrow,
the precise handkerchief's farewell,
the needle that keeps the pressure and the rose
in the cereal blush of the smile.

They love the blue desert,
the swaying bovine expressions,
the lying moon of the poles,
the water's curved dance at the shore.

With the science of tree trunk and street market
they fill the  clay with luminous nerves
and lewdly skate on waters and sands
tasting the bitter freshness of their millennial spit.

It's through the crackling blue,
blue without worm or a sleeping footprint,
where the ostrich eggs remain eternal
and the dancing rains wander untouched.

It's through the blue without history,
blue of a night without fear of day,
blue where the **** of the wind goes splitting
the sleepwalking camels of the empty clouds.

It's there where the torsos dream under the gluttony of grass.
There the corals soak the ink's despair,
the sleepers erase their profiles under the skein of snails
and the space of the dance remains over the final ashes.
Una rosa en el alto jardín que tú deseas.
Una rueda en la pura sintaxis del acero.
Desnuda la montaña de niebla impresionista.
Los grises oteando sus balaustradas últimas.
Los pintores modernos en sus blancos estudios,
cortan la flor aséptica de la raíz cuadrada.
En las aguas del Sena un ice-berg  de mármol
enfría las ventanas y disipa las yedras.
El hombre pisa fuerte las calles enlosadas.
Los cristales esquivan la magia del reflejo.
El Gobierno ha cerrado las tiendas de perfume.
La máquina eterniza sus compases binarios.
Una ausencia de bosques, biombos y entrecejos
yerra por los tejados de las casas antiguas.
El aire pulimenta su prisma sobre el mar
y el horizonte sube como un gran acueducto.
Marineros que ignoran el vino y la penumbra,
decapitan sirenas en los mares de plomo.
La Noche, negra estatua de la prudencia, tiene
el espejo redondo de la luna en su mano.
Un deseo de formas y límites nos gana.
Viene el hombre que mira con el metro amarillo.
Venus es una blanca naturaleza muerta
y los coleccionistas de mariposas huyen.
Cadaqués, en el fiel del agua y la colina,
eleva escalinatas y oculta caracolas.
Las flautas de madera pacifican el aire.
Un viejo dios silvestre da frutas a los niños.
Sus pescadores duermen, sin ensueño, en la arena.
En alta mar les sirve de brújula una rosa.
El horizonte virgen de pañuelos heridos,
junta los grandes vidrios del pez y de la luna.
Una dura corona de blancos bergantines
ciñe frentes amargas y cabellos de arena.
Las sirenas convencen, pero no sugestionan,
y salen si mostramos un vaso de agua dulce.
¡Oh, Salvador Dalí, de voz aceitunada!
No elogio tu imperfecto pincel adolescente
ni tu color que ronda la color de tu tiempo,
pero alabo tus ansias de eterno limitado.
Alma higiénica, vives sobre mármoles nuevos.
Huyes la oscura selva de formas increíbles.
Tu fantasía llega donde llegan tus manos,
y gozas el soneto del mar en tu ventana.
El mundo tiene sordas penumbras y desorden,
en los primeros términos que el humano frecuenta.
Pero ya las estrellas ocultando paisajes,
señalan el esquema perfecto de sus órbitas.
La corriente del tiempo se remansa y ordena
en las formas numéricas de un siglo y otro siglo.
Y la Muerte vencida se refugia temblando
en el círculo estrecho del minuto presente.
Al coger tu paleta, con un tiro en un ala,
pides la luz que anima la copa del olivo.
Ancha luz de Minerva, constructora de andamios,
donde no cabe el sueño ni su flora inexacta.
Pides la luz antigua que se queda en la frente,
sin bajar a la boca ni al corazón del bosque.
Luz que temen las vides entrañables de Baco
y la fuerza sin orden que lleva el agua curva.
Haces bien en poner banderines de aviso,
en el límite oscuro que relumbra de noche.
Como pintor no quieres que te ablande la forma
el algodón cambiante de una nube imprevista.
El pez en la pecera y el pájaro en la jaula.
No quieres inventarlos en el mar o en el viento.
Estilizas o copias después de haber mirado,
con honestas pupilas sus cuerpecillos ágiles.
Amas una materia definida y exacta
donde el hongo no pueda poner su campamento.
Amas la arquitectura que construye en lo ausente
y admites la bandera como una simple broma.
Dice el compás de acero su corto verso elástico.
Desconocidas islas desmiente ya la esfera.
Dice la línea recta su vertical esfuerzo
y los sabios cristales cantan sus geometrías.
Pero también la rosa del jardín donde vives.
¡Siempre la rosa, siempre, norte y sur de nosotros!
Tranquila y concentrada como una estatua ciega,
ignorante de esfuerzos soterrados que causa.
Rosa pura que limpia de artificios y croquis
y nos abre las alas tenues de la sonrisa
(Mariposa clavada que medita su vuelo).
Rosa del equilibrio sin dolores buscados.
¡Siempre la rosa!
¡Oh, Salvador Dalí de voz aceitunada!
Digo lo que me dicen tu persona y tus cuadros.
No alabo tu imperfecto pincel adolescente,
pero canto la firme dirección de tus flechas.
Canto tu bello esfuerzo de luces catalanas,
tu amor a lo que tiene explicación posible.
Canto tu corazón astronómico y tierno,
de baraja francesa y sin ninguna herida.
Canto el ansia de estatua que persigues sin tregua,
el miedo a la emoción que te aguarda en la calle.
Canto la sirenita de la mar que te canta
montada en bicicleta de corales y conchas.
Pero ante todo canto un común pensamiento
que nos une en las horas oscuras y doradas.
No es el Arte la luz que nos ciega los ojos.
Es primero el amor, la amistad o la esgrima.
Es primero que el cuadro que paciente dibujas
el seno de Teresa, la de cutis insomne,
el apretado bucle de Matilde la ingrata,
nuestra amistad pintada como un juego de oca.
Huellas dactilográficas de sangre sobre el oro,
rayen el corazón de Cataluña eterna.
Estrellas como puños sin halcón te relumbren,
mientras que tu pintura y tu vida florecen.
No mires la clepsidra con alas membranosas,
ni la dura guadaña de las alegorías.
Viste y desnuda siempre tu pincel en el aire
frente a la mar poblada de barcos y marinos.
Por el East River y el Bronx
los muchachos cantan enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.Cuando la luna salga
las poleas rodarán para turbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el **** atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.¡También ese! ¡También!  Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.¡También ése! ¡También!  Dedos
teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.Agonía agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
entra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Apios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.¡No haya cuartel!  La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño ***** anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.
A rose in the high garden that you desire.
A wheel in the pure syntax of steel.
The mountain stripped of impressionist mist.
Greys looking out from the last balustrades.

Modern painters in their black studios,
Sever the square root's sterilized flower.
In the Seine's flood an iceberg of marble
freezes the windows and scatters the ivy.

Man treads the paved streets firmly.
Crystals hide from reflections' magic.
Government has closed the perfume shops.
The machine beats out its binary rhythm.

An absence of forests, screens and brows
Wanders the roof-tiles of ancient houses.
The air polishes its prism on the sea
and the horizon looms like a vast aqueduct.

Marines ignorant of wine and half-light,
decapitate sirens on seas of lead.
Night, black statue of prudence, holds
the moon's round mirror in her hand.

A desire for form and limit conquers us.
Here comes the man who sees with a yellow ruler.
Venus is a white still life
and the butterfly collectors flee.

Cadaqués, the fulcrum of water and hill,
lifts flights of steps and hides seashells.
Wooden flutes pacify the air.
An old god of the woods gives children fruit.

Her fishermen slumber, dreamless, on sand.
On the deep, a rose serves as their compass.
The ****** horizon of wounded hankerchiefs,
unties the vast crystals of fish and moon.

A hard diadem of white brigantines
wreathes bitter brows and hair of sand.
The sirens convince, but fail to beguile,
and appear if we show a glass of fresh water.

Oh Salvador Dalí, of the olive voice!
I don't praise your imperfect adolescent brush
or your pigments that circle those of your age,
I salute your yearning for bounded eternity.

Healthy soul, you live on fresh marble.
You flee the dark wood of improbable forms.
Your fantasy reaches as far as your hands,
and you savor the sea's sonnet at your window.

The world holds dull half-light and disorder,
in the foreground humanity frequents.
But now the stars, concealing landscapes,
mark out the perfect scheme of their courses.

The flow of time forms pools, gains order,
in the measured forms of age upon age.
And conquered Death, trembling, takes refuge
in the straightended circle of the present moment.

Taking your palette, its wing holds a bullet-hole,
you summon the light that revives the olive-tree.
Broad light of Minverva, builder of scaffolding,
with no room for dream and its inexact flower.

You summon the light that rests on the brow,
not reaching the mouth or the heart of man.
Light feared by the trailing vines of Bacchus,
and the blind force driving the falling water.

You do well to place warning flags
on the dark frontier that shines with night.
As a painter you don't wish your forms softened
by the shifting cotton of unforeseen  clouds.

The fish in its bowl and the bird in its cage.
You refuse to invent them in sea or in air.
You stylize or copy once you have seen,
with your honest eyes, their smal agile bodies.

You love a matter defined and exact,
where the lichen cannot set up its camp.
You love architecture built on the absent,
admitting the banner merely in jest.

The steel compass speaks its short flexible verse.
Now unknown islands deny the sphere.
The straight line speaks of its upward fight
and learned crystals sing their geometry.

Yet the rose too in the garden where you live.
Ever the rose, ever, our north and south!
Calm, intense like an eyeless staute,
blind to the underground struggle it causes.

Pure rose that frees from artifice, sketches,
and opens for us the slight wings of a smile
(Pinned butterfly that muses in flight.)
Rose of pure balance not seeking pain.
Ever the rose!

Oh Salvador Dalí of the olive voice!
I speak of what you and your paintings tell me.
I don't praise your imperfect adolescent brush,
but I sing the firm aim of your arrows.

I sing your sweet battle of Catalan lights,
you love of what might be explained.
I sing your heart astronomical, tender,
a deck of French cards, and never wounded.

I sing longing for statues, sought without rest,
your fear of emotions that wait in the street.
I sing the tiny sea-siren who sings to you
riding a bicycle of corals and conches.

But above all I sing a shared thought
that joins us in the dark and the golden hours.
It is not Art, this light that blinds our eyes.
Rather it is love, friendship, the clashing of swords.

Rather than the picture you patiently trace,
it's the breast of Theresa, she of insomniac skin,
the tight curls of Mathilde the ungrateful,
our friendship a board-game brightly painted.

May the tracks of fingers in blood on gld
stripe the heart of eternal Catalonia.
May stars like fists without falcons shine on you,
while your art and your life burst into flower.

Don't watch the water-clock with membranous wings,
nor the harsh scythe of the allegories.
Forever clothe and bare your brush in the air
before the sea peopled with boats and sailors.
By the East River and the Bronx
boys sang, stripped to the waist,
along with the wheels, oil, leather and hammers.
Ninety thousand miners working silver from rock
and the children drawing stairways and perspectives.

But none of them slumbered,
none of them wished to be river,
none loved the vast leaves,
none the blue tongue of the shore.

By East River and the Queensboro
boys battled with Industry,
and Jews sold the river faun
the rose of circumcision
and the sky poured, through bridges and rooftops,
herds of bison driven by the wind.

But none would stop,
none of them longed to be cloud,
none searched for ferns
or the tambourine's yellow circuit.

When the moon sails out
pulleys will turn to trouble the sky;
a boundary of needles will fence in memory
and coffins will carry off those who don't work.

New York of mud,
New York of wire and death.
What angel lies hidden in your cheek?
What perfect voice will speak the truth of wheat?
Who the terrible dream of your stained anemones?

Not for a single moment, Walt Whitman, lovely old man,
have I ceased to see your beard filled with butterflies,
nor your corduroy shoulders frayed by the moon,
nor your thighs of ****** Apollo,
nor your voice like a column of ash;
ancient beautiful as the mist,
who moaned as a bird does
its *** pierced by a nedle.
Enemy of the satyr,
enemy of the vine
and lover of the body under rough cloth.

Not for a single moment, virile beauty
who in mountains of coal, billboards, railroads,
dreamed of being a river of slumbering like a river
with that comrade who would set in your breast
the small grief of an ignorant leopard.

Not for a single moment, Adam of blood, Male,
man alone on the sea, Walt Whitman, lovely old man,
because on penthouse roofs,
and gathered together in bars,
emerging in squads from the sewers,
trembling between the legs of chauffeurs
or spinning on dance-floors of absinthe,
the maricas, Walt Whitman, point to you.

Him too! He's one! And they hurl themselves
at your beard luminous and chaste,
blonds from the north, blacks from the sands,
multitudes with howls and gestures,
like cats and like snakes
the maricas, Walt Whitman, maricas,
disordered with tears, flesh for the whip,
for the boot, or the tamer's bite.

Him too! He's one! Stained fingers
point to the shore of your dream,
when a friend eats your apple,
with its slight tang of petrol,
and the sun sings in the navels
of the boys at play beneath bridges.

But you never sough scratched eyes,
nor the darkest swamp where they drown the children,
nor the frozen saliva,
nor the curved wounds like a toad's belly
that maricas bear, in cars and on terraces,
while the moon whips them on terror's street-corners.

You sought a nakedness like a river.
Bull and dream taht would join the wheel to the seaweed,
father of  your agony, camellia of your death,
and moan in the flames of your hidden equator.

For it's right that a man not seek his delight
in the ****** jungle of approaching morning.
The sky has shores where life is avoided
and bodies that should not be echoed by dawn.

Agony, agony, dream, ferment and dream.
This is the world, my friend, agony, agony.
Bodies dissolve beneath city clocks,
war passes weeping with a million grey rats,
the rich give their darlings
little bright dying things,
and life is not noble, or sarcred, or good.

Man can, if he wishes, lead his desire
through a vein of coral or a heavenly ****.
Tomorrow loves will be stones and Time
a breeze that comes slumbering through the branches.

That's why I don't raise my voice, old Walt Whitman,
against the boy who inscribes
the name of a ******* his pillow,
nor the lad who dresses as a bride
in the shadow of the wardrobe,
nor the solitary men in clubs
who drink with disgust prostitution's waters,
nor against the men with the green glance
who love men and burn their lips in silence.
But yes, against you, city maricas,
of tumescent flesh and unclean thought.
Mothers of mud. Harpies. Unsleeping enemies
of Love  that bestows garlands of joy.

Against you forever, you who give boys
drops of foul death with bitter poison.
Against you forever,
Fairies of North America,
Párajos of Havana,
Jotos of Mexico,
Sarasas of Cádiz,
Apios of Seville,
Cancos of Madrid,
Floras of Alicante,
Adelaidas of Portugal.

Maricas of all the world, muderers of doves!
Slaves to women. Their boudoir *******.
Spread in public squares like fevered fans
or ambushed in stiff landscapes of hemlock.

No quarter! Death
flows from your eyes
and heaps grey flowers at the swamp's edge.
No quarter! Look out!!
Let the perplexed, the pure,
the classical, noted, the supplicants
close the gates of the bacchanal to you.

And you, lovely Walt Whitman, sleep on the banks of the Hudson
with your beard towards the pole and your hands open.
Bland clay or snow, your tongue is calling
for comrades to guard your disembodied gazelle.

Sleep: nothing remains.
A dance of walls stirs the praries
and America drown itself in machines and lament.
I long for a fierce wind that from deepest night
shall blow the flowers and letters from the vault where you sleep
and a ***** boy to tell the whites and their gold
that the kingdom of wheat has arrived.
El campo
de olivos
se abre y se cierra
como un abanico.
Sobre el olivar
hay un cielo hundido
y una lluvia oscura
de luceros fríos.
Tiembla junco y penumbra
a la orilla del río.
Se riza el aire gris.
Los olivos,
están cargados
de gritos.
Una bandada
de pájaros cautivos,
que mueven sus larguísimas
colas en lo sombrío.
Amigo,
levántate para que oigas aullar
al perro asirio.
Las tres ninfas del cáncer han estado bailando,
hijo mío.
Trajeron unas montañas de lacre rojo
y unas sábanas duras donde estaba el cáncer dormido.
El caballo tenía un ojo en el cuello
y la luna estaba en un cielo tan frío
que tuvo que desgarrarse su monte de Venus
y ahogar en sangre y ceniza los cementerios antiguos.

Amigo,
despierta, que los montes todavía no respiran
y las hierbas de mí corazón están en otro sitio.
No importa que estés lleno de agua de mar.
Yo amé mucho tiempo a un niño
que tenía una plumilla en la lengua
y vivimos cien años dentro de un cuchillo.
Despierta.  Calla.  Escucha.  Incorpórate un poco.
El aullido
es una larga lengua morada que deja
hormigas de espanto y licor de lirios.
Ya vienen hacia la roca. ¡No alargues tus raíces!
Se acerca.  Gime.  No solloces en sueños, amigo.

¡Amigo!
Levántate para que oigas aullar
al perro asirio.
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